La mañana del 2 de abril del 2018 empezó con el obituario de Efraín Ríos Montt. Muchos no saben quién es, pues lo que sucede en Guatemala rara vez se muestra en primeras planas mexicanas, pero este hombre fue uno de los dictadores más sanguinarios de América Latina.

José Efraín Ríos Montt nació en Huehuetenango, el 16 de junio de 1926 en el seno de una familia católica. Se casó y tuvo tres hijos. Dejó el catolicismo para darle su fe a la religión de Martín Lutero y se unió a la iglesia pentecostal El Verbo. Su patria, Guatemala, estuvo sometida a una guerra civil desde 1960 hasta 1966, y mientras tanto él fue embajador, diputado, jefe del Estado Mayor, jefe del poder legislativo y presidente.

Su carrera política comenzó en 1973, en un primer intento para conseguir la presidencia, en la cual fracasó. Antes de eso había estado muchos años en varios puestos del Ejército. El fraude electoral era evidente, y lo volvió a ser la segunda vez que intentó llegar a la presidencia y ganó Ángel Aníbal Guevara, así que el 23 de marzo de 1982 un grupo de oficiales jóvenes del Ejército puso fin al modelo político a través de un golpe de Estado liderado por Efraín Ríos Montt, Horacio Egberto Maldonado Schaad y Francisco Luis Gordillo. El 9 de junio de ese año, Ríos Montt disolvió el triunvirato y se proclamó Presidente de la República.

Fotografía: Redes sociales.

En un mes, ya había militarizado todos los procesos burocráticos del gobierno, y la sede de todo movimiento era el Despacho del Ministro de la Defensa. Dadas las preferencias religiosas del mandatario, se le daba trato preferencial a cualquier tema relacionado con las iglesias protestantes. “El anticomunismo, el espiritualismo y el sometimiento a la autoridad que predicaban estos grupos, eran factores favorables para ejercer control en las comunidades. Así, mientras se reprimía y perseguía a los católicos, se promovió y apoyó el crecimiento de las iglesias y sectas evangélicas como alternativa religiosa”, se lee en un informe escrito por el Centro de Memoria Histórica.

Las guerrillas de izquierda habían tomado gran parte de Centroamérica, con poder sobre todo en las comunidades indígenas –en Guatemala, el 60% de la población es indígena–. Con clara preferencia por la derecha, Ríos Montt estaba determinado a derrotar a la insurgencia que cada vez tenía más control en su país. Según la organización Amnistía Internacional, en los primeros cinco meses de presidencia de Ríos Montt, más de 10 mil indígenas fueron asesinados por los militares y otras decenas de miles fueron desaparecidos o huyeron en búsqueda de refugio. De acuerdo con el Informe de Esclarecimiento Histórico de la ONU, 448 aldeas fueron borradas del mapa en este periodo.

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Después de 17 meses en el poder, Ríos Montt fue derrocado por oficiales rivales. Sin embargo, volvió a postularse a la presidencia en 1990 y en el 2003. Aunque muchos conocían su lado oscuro y lo reconocían como un asesino, muchos guatemaltecos aseguran que la política que Ríos Montt mantenía con “frijoles y fusiles” (alimento para los que se declararan fieles al gobierno y defensa armada contra las guerrillas) ayudó a que Guatemala no cayera en manos de grupos marxistas.

La causa de muerte del dictador fue un ataque al corazón, según informaron sus abogados, Jaime Hernández y Luis Rosales: “Falleció en su hogar, con el amor de su familia, con su conciencia sana y limpia”. Dijeron que desde hace años sufría de problemas cardiacos, pulmonares y de demencia senil. Esta última fue la razón por la que se salvó de la condena del juicio al que se enfrentó en el 2015, en el cual se le acusaba de crímenes contra la Humanidad (desaparición forzada y tortura) y el asesinato de dos mil indígenas.

Protesta contra Ríos Montt en 2006. Fotografía de Firetreo, vía Wikimedia.

El informe médico del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF), que es dependiente de la Fiscalía dice: “(Ríos Montt) presenta un cuadro de deterioro que le impide rendir adecuadamente desde el punto de vista de pensamiento y juicio (…) No se encuentra en pleno uso de sus facultades mentales…”.

Su caso se fue a juicio en múltiples ocasiones, pero siempre logró librarse de las condenas, que rondaban entre 50 y 80 años de prisión. A 36 años de su dictadura en la que sometió a miles de indígenas y guerrilleros al terror, nunca recibió ni un sólo día de prisión. Los titulares amanecieron con su obituario, pero nunca con una condena.