El hereje de Mantilla

El hereje de Mantilla

Leonardo Padura es uno de los escritores, actualmente, más aclamados en Cuba, a pesar de tener una larga historia de disidencia ante el régimen de los Castro. Es, además, un hombre  que guarda una inmensa fidelidad a las cosas que más aprecia, desde siempre y todavía. 

Tiempo de lectura: 16 minutos

De regreso a Mantilla había que pedalear de subida quince kilómetros desde La Habana, con apenas unos frijoles y un plato de arroz en el estómago. Una vez más de vuelta a su barrio, donde Leonardo Padura era conocido como Nardito, un apodo que llevaba desde niño, cuando quería ser pelotero o, de menos, cronista de béisbol. Siempre a Mantilla. A su lado, pedaleando contra la puesta de sol, Lucía López Coll montada en otra bicicleta china. La novia de los tiempos de estudiante: Lucía. Con Lucía durante el decenio gris de la década de los setenta y Lucía en las penurias del Periodo Especial. En Mantilla. Siempre en Mantilla.

En la planta alta de la casa de sus padres, en Mantilla, Leonardo Padura Fuentes construyó la vivienda que ha cohabitado con Lucía, su interlocutora nocturna en las discusiones sobre política cubana, literatura estadounidense o la novelística de Alejo Carpentier. La casa de Mantilla en donde un grupo de amigos —cubanos, mexicanos, rusos y españoles— se reúne para comer unas diez veces al año entre el ron y la música de jazz. Padura es un hombre de fidelidades: a Lucía y a Mantilla, siempre y todavía. Al ex detective Mario Conde, protagonista de sus siete novelas policiacas. Al equipo de béisbol Industriales de La Habana y a los cigarrillos Populares con filtro. A cinco horas matutinas de escritura, la siesta después del almuerzo y tres horas de lectura por las tardes.

Leonardo Padura Fuentes (Mantilla, Cuba, 1955) se ha convertido en el escritor cubano más leído en varias décadas. Acaso sea también el primer líder de opinión independiente que resida en la Cuba de los hermanos Fidel y Raúl Castro. Pertenece a la generación que vio el derrumbe de las expectativas de la revolución: cortó caña en las zafras intensivas, perteneció a talleres literarios afiliados al Partido Comunista, sirvió en Angola como corresponsal durante la guerra de liberación de ese país y sufrió las sanciones políticas y laborales por sus diferencias ideológicas con la dictadura.

El frío estival estremeció a Leonardo Padura esa mañana de octubre de 1989. Escuchó el crujido de las hojas secas derramadas sobre el césped y recorrió las habitaciones cubiertas de polvo de la vieja casona de Coyoacán, un barrio residencial al sur de la Ciudad de México. Con su cámara fotográfica retrató las altas paredes de hormigón, la garita de la puerta, el túmulo en medio del jardín. Le conmovió la lejanía y la soledad en la que había muerto su antiguo habitante, León Trotski, resguardado en el fin del mundo detrás de una fortaleza inútil hasta donde la mano de Stalin había llegado a destrozarle el cráneo. Muchos años después recordaría esa casa como un monumento al miedo, la zozobra y la victoria del odio.

En la Cuba castrista —de donde provenía Padura— León Trotski había sido borrado de la historia. En las bibliotecas de La Habana, Padura sólo había conseguido tres títulos: Trotski el renegado y Trotski el traidor —editados en la Unión Soviética—, además del segundo volumen de las memorias de Trotski, tituladas Mi vida.

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