Los placeres y los días. Una visita a los ritmos que mueven a Cuba.

Los placeres y los días

La mexicana Alma Guillermoprieto es una aguda observadora de la cultura contemporánea. En sus crónicas y ensayos ha tocado una amplia gama de temas que van desde la danza hasta las revoluciones latinoamericanas.

Tiempo de lectura: 9 minutos

Durante dos semanas de marzo de 1996, en un desgastado estudio de grabación en el centro de La Habana, un grupo de músicos cubanos, ancianos en su mayoría, se reunieron para grabar algunas sesiones de música bajo la tutela del guitarrista, compositor y productor norteamericano Ry Cooder. En el transcurso de esas pocas sesiones, algunas producidas directamente por Cooder, otras con arreglos y producción del músico cubano Juan de Marcos González, los intérpretes grabaron suficiente material para tres discos compactos: Introducing… Rubén González, Afro-Cuban All Stars, y el álbum que dio nombre al conjunto de las sesiones y los tres discos: Buena Vista Social Club.

El CD del Buena Vista Social Club se volvió disco platino (un millón de ejemplares vendidos en todo el mundo) y es, oficialmente, el álbum de música afrocubana más comprado de todos los tiempos. Es un éxito en Plymouth, Inglaterra, pero también en París y Buenos Aires. 
A principios de este año, algunos de sus solistas ofrecieron un concierto en Carnegie Hall ante un público delirante; los del Buena Vista —al piano Rubén González, de setenta y nueve años, y en los vocales Compay Segundo e Ibrahim Ferrer, de noventa y un y setenta y un años respectivamente— son estrellas habituales del circuito internacional de música.

Después de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, Buena Vista Social Club es quizás el disco de música popular que más se acerca a la perfección. Al igual que el de los Beatles, Buena Vista logra el cometido casi imposible de hacer que se vuelva familiar, lógica e instantáneamente memorable, una música desconocida y extraña y cantada en otro idioma, tal y como le ocurrió hace más de treinta años con las canciones del Sargento Pimienta a los jóvenes de todo el mundo que no hablaban inglés.

Al igual que aquel álbum de los Beatles, el impacto de Buena Vista Social Club comienza en la portada. Lindísima, sorprendente pero no desconcertante, no se parece a ninguna. Las fotos de carátula y contraportada muestran las calles extrañamente solitarias del centro de La Habana: unos cuantos transeúntes pasan al lado de automóviles de otra época, encallados ahora en el presente cubano. Un hombre muy negro, enjuto y entrado en años, se acerca a la cámara sin prestarle ninguna atención. Tiene el atuendo y la actitud del típico chévere (ser jactancioso que se distingue por su habilidad para ganarle al destino). Arruinado pero airoso, su caminar llama respetuosamente la atención a su boina y sus zapatos blancos (no importa que el calzado sea de lona y no de cuero), el cigarro que lleva en perfecto equilibrio entre los labios, y su swing. La fotografía, hermosa en sí misma, nos permite descifrar otro motivo fundamental del éxito del Buena Vista Social Club. Al ver esa imagen nos sorprende y atrapa el corazón la nostalgia por algo que no sabíamos que nos faltaba. Ese algo es Cuba.

Parecería que parte del destino de Cuba es existir en la imaginación del mundo, ser siempre sueño y deseo. La Revolución sustituyó con los suyos propios los sueños de carne y resplandor que en los años cuarenta y cincuenta jalaron a hordas de turistas jadeantes a la isla. Resultó (y no fue una mera coincidencia), que el auge del juego y la prostitución, la frivolidad cruel y la segregación racial (las playas se reservaban “sólo para blancos”) fue también la era dorada de la música nacional, de la rumba de conga y tumbadora, y el lírico son.

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