¿Qué no ves que estamos en crisis?

¿Qué no ves que estamos en crisis?

España está en medio de una terrible crisis política y financiera y todo parece indicar que apenas es el comienzo. Una periodista latinoamericana —y por eso experta en el tema— investiga cómo los españoles viven esta situación, que para ellos es inédita.

Tiempo de lectura: 24 minutos

La imagen de España en el mundo es más o menos así: paella, siesta, sol, vestidos estampados de lunares, toreros, sangría y olé. Hoy, en cambio, o también, es así: desempleados, desahucios, endeudamiento, indignados, recortes y caras de a-ver-cómo-salimos-de-ésta.

Pero viajemos por un momento al año 2007 a. C. (antes de la Crisis). Con un PIB mayor que el de Canadá, España juega en la champions league de la prosperidad. La economía ha crecido a un ritmo feroz, la tasa de desempleo es de un ridículo 8% —la más baja desde 1978— y, por primera vez, recibe inmigración masiva. El milagro económico español, que así se llamaba lo que empezó en 1998, estaba sostenido en ladrillos. El gobierno incentivó la construcción urbanizando áreas que nunca habían sido urbanas y los bancos prestaron millones a las inmobiliarias: la costa se llenó de edificios, el campo de chalés, los pueblos de Guggenheims y las calles de nuevos ricos. Sólo en 2005, las ochocientas mil viviendas construidas en España superaron a las levantadas en Alemania, Reino Unido y Francia juntas. Como esas casas había que venderlas, los bancos abrieron el crédito como quien abre una represa.

Con el parque inmobiliario más grande de la Unión Europea en plena construcción, la necesidad de mano de obra subió y del cielo cayeron dos millones de latinoamericanos atraídos por el Spanish dream. Por tierra y mar llegaron dos millones de africanos y europeos del este. España se conjugaba en futuro perfecto.

Pero los precios de la vivienda —ay— estaban infladísimos: un departamento normalito en Madrid o Barcelona podía costar cerca de medio millón de dólares (la hipoteca media nacional era de doscientos mil dólares). Aun a esos precios, los pisos se vendían. La gente firmaba hipotecas a cuarenta años, con cuotas de 80% de su sueldo, pero había sueldo y todos lo hacían. Los vendedores inmobiliarios tenían la suave tenacidad de ciertos grupos religiosos: “Y usted, hermana, ¿sigue desperdiciando su fe en el alquiler?”. Durante las vacas gordas se daban hipotecas como se da la hora. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2007 fueron casi cuatro mil al día: 1.4 millones al año. Entonces llegó 2008, año 1 de la era d. C. (después de la Crisis).

El 17 de septiembre de ese año, allende los mares, quebró un banco estadounidense. Y esa caída, la de Lehman Brothers, fue como el dedo en la primera ficha del dominó. Años de créditos alegres a entidades y personas de dudosa solvencia pasaron factura. Los bancos estadounidenses entraron a cuidados intensivos y a los españoles se les paró el corazón y dejaron de dar dinero. El consumo se desplomó, setenta mil empresas cerraron y sus trabajadores se fueron a la calle.

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