Claudia Sainte-Luce transgrede todo un catálogo de normas de la comedia mexicana tradicional. Su burla hacia lo más desesperante y vacuo del universo clasemediero (y regiomontano, para colmo) es liberadora, pero deja espacio a la compasión y demás gestos profundamente humanos.
La mejor tradición italiana del siglo XX —Fellini, Pasolini, Antonioni, Rossellini y ¡Franco Battiato!— queda a buen recaudo, como en una sorprendente urna con huesos de santo y demás reliquias, en La chimera, de Alice Rohrwacher.
Cada año la academia de Hollywood tiene una oportunidad para rebelarse en lo político y en las formas. Esto, si premiara cintas que cuestionaran el lado oscuro de la cultura estadounidense o el estado de las imágenes. Casi nunca sucede. La tibieza, los intereses ejecutivos y la mano de críticos desinteresados mantienen a Hollywood lejos de cualquier subversión.