Trump sin depresión

Trump sin depresión

¿Por qué nadie vio venir su victoria? Ocho preguntas, con sus respuestas, para entender y enfrentar a Trump más allá de la depresión.

Tiempo de lectura: 5 minutos

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Han pasado ya algunos días del trauma: ¡Trump será presidente de los Estados Unidos! Tras las lágrimas, las náuseas y los corajes, hay que preguntarse por qué fue una sorpresa para casi todos. Por lo pronto van ocho preguntas, con sus respuestas, para entender y enfrentar a Trump sin depresión.

1. ¿Por qué casi nadie previó la victoria de Donald Trump?
Porque miramos hacia arriba y no hacia abajo. La elección, como escribió Carlos Bravo Regidor, se decidió por 108 mil votos en tres estados: Michigan, Pensilvania y Wisconsin, el Rustbelt o Cinturón Industrial. Ningún medio de comunicación importante lo previó. Los medios concentraron sus energías en los centros tradicionales de poder, como Washington, o en regiones que antaño habían sido reñidas, como Florida. Los blancos pobres estaban indignados por el desempleo, pero casi nadie fue a hacer un esfuerzo serio por contar sus historias allá donde viven. Somos ciegos ante la pobreza, la precariedad y la ira (hay un artículo de Martín Caparrós sobre el tema aquí).

2. ¿Trump y sus seguidores de verdad son tontos e ignorantes?
Mirar hacia arriba y a nuestros ombligos nos lleva a un segundo error: pensar que Trump y sus votantes son tontos, ignorantes y malignos. A Trump se le puede acusar de diversas aberraciones, pero tonto no es. Entendió la indignación de la clase trabajadora estadunidense y articuló un discurso comprensible que sintetizó su frustración. Los grandes medios y comentaristas han llamado a sus votantes White Trash. Basura blanca. Hillary Clinton llamó, a la mitad de los seguidores de Trump, “la canasta de los deplorables”. No sorprende la incomprensión y los insultos si vienen de Clinton, pero el resto de nosotros no podemos darnos el lujo del prejuicio. Y antes de suponer que los votantes de Trump son fieros adeptos al Ku-Kux-Klan, hay que preguntarse qué los hizo enojar de tal modo que el magnate fue su mejor opción.

3. ¿Trump es de ultra-derecha?, ¿qué es la ultra-derecha hoy?
Uno de los fenómenos políticos más relevantes en el Primer Mundo es el ascenso de las derechas nacionalistas. Gobiernan en países de Europa oriental, cogobiernan en Escandinavia, son ya una fuerza mayor en Francia. Y son el futuro gobierno en Estados Unidos. ¿De dónde han abrevado tanta fuerza? La respuesta es simple y tétrica: se han convertido en los partidos de la clase trabajadora con un discurso que los politólogos han llamado el Chovinismo del Bienestar. Las socialdemocracias o centroizquierdas (el Partido Laborista en el Reino Unido, el Socialista Obrero Español, el Partido Socialista en Francia, el Partido Demócrata en Estados Unidos) se adhirieron a la Tercera Vía: neoliberalismo con retórica de izquierda. Abandonaron a los trabajadores, que dejaron de verse representados en estos grupos. Los nacionalistas ocuparon el vacío y llevaron agua a su molino xenofóbico: culpar a los migrantes y a los extranjeros de la pérdida de puestos de trabajo. Las derechas inventaron un chivo expiatorio para el neoliberalismo, pero no sólo eso…

4. ¿Las derechas nacionalistas están preocupadas por el trabajo o es oportunismo para ganar elecciones?
Trump captó la indignación de millones de trabajadores gringos. Al igual que sus pares europeos –que culpan a los musulmanes, como yo mismo escribí en una crónica desde Dinamarca–, canalizó esa indignación hacia el migrante. Pero su discurso y su probable agenda como presidente dio un paso adelante: contra el libre comercio (aquí un buen artículo al respecto de Vicenç Navarro). Los trabajadores gringos no se compran tan fácil el discurso antimexicano. Pero sí les resulta muy atractiva la crítica al libre comercio. Muchos de ellos han vivido o visto a sus vecinos perder sus empleos porque el gran capital se va a donde hay trabajo barato: México, China, Vietnam, India, Bangladesh, Pakistán y casi cualquier país del Tercer Mundo (ahora llamado el Sur mundial) que ofrezca mano de obra depreciada, precarizada, leyes laborales flexibles y un gobierno autoritario que reprima al que se salga del huacal. El libre comercio permite obtener enormes rentas a cambio de salarios bajísimos, y está por acabar con las conquistas sociales de la posguerra: no más huelgas, turnos de ocho horas, pensiones ni empleos estables. Si los trabajadores exigen derechos la empresa se lleva sus fierros a otro país.

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Lo paradójico es que Trump de manera natural representa los intereses de esos capitalistas. Es uno de ellos. Para ganar las elecciones debió enarbolar un discurso contrario a su clase social (es decir, a los señores con los que juega golf y hace negocios). Por eso Hillary Clinton era la candidata de Wall Street. A partir del 20 de enero el capital financiero hará lo posible porque Trump incumpla sus promesas sobre comercio internacional, pero si el hombre naranja quiere reelegirse, deberá cumplir algunas o varias de ellas… aunque vaya contra sus mejores cuates y socios.

5. ¿Una coalición de racistas y misóginos?
Trump debería responder ante tribunales por sus agresiones a cuando menos una decena de mujeres. Ahora, sin embargo, es presidente electo (así nuestro patriarcado). Y lo más sorprendente es que haya captado el 53 por ciento del voto de las mujeres blancas y el 29 por ciento de los latinos. El mismo que amenazó con deportaciones masivas. Habrá diversas explicaciones de por qué mujeres y latinos votaron por un personaje así. Estoy seguro de que una parte lo apoyó porque en Estados Unidos no hay una tercera opción de izquierda, competitiva, que los represente. En las elecciones primarias demócratas Bernie Sanders aglutinó a la izquierda, pero prefirió la disciplina partidaria antes que desafiar al establishment demócrata y lanzarse como independiente o formar un tercer partido. Cuatro de cada 10 no se presentaron a las urnas. De los que sí fueron a votar, habría que preguntarse cuántos no fueron pro-Hillary sino anti-Trump, ni pro-Trump sino anti-Hillary. Fue la elección de las narices tapadas.

6. ¿Fue Obama un buen presidente?, ¿mejoraron las condiciones para los negros y los latinos?
Obama ganó en 2008 con el lema “Sí podemos” y la promesa de un cambio. Era el primer presidente de una minoría racial. Ocho años después las minorías están peor que cuando llegó Obama. A los latinos les fue muy mal: tres millones fueron deportados, la cifra más alta en la historia. Miles de jóvenes educados en Estados Unidos ahora deben aceptar cualquier trabajito precario en México y otros países de América Latina. Los afroamericanos quizá se sintieron reivindicados al ver a uno de los suyos en la Casa Blanca, pero los negros pobres, al igual que los latinos, asiáticos y blancos pobres la pasaron mal. Obama gobernó con la receta neoliberal que se ha mantenido, con matices tenues, desde Reagan. No hubo el cambio que prometió. El triunfo de Trump también fue un voto de castigo contra él.

7. ¿Hillary representaba al sector progresista en Estados Unidos?
El sector liberal y clasemediero de Estados Unidos votó por Clinton. Pero Hillary representaba también a Wall Street, a los capitalistas que se llevan sus fábricas a donde les ofrezcan trabajo barato y precario, a los cabilderos de Washington, a los periódicos que, de unos años para acá, tienen todos a un magnate como dueño o socio mayoritario. Es decir, al status quo norteamericano y de más allá, como al empresario mexicano Carlos Slim, que salió a despotricar contra Trump días antes de las elecciones. Fueron incapaces de ofrecer una mejor cara: alguien como Obama, o algún político latino o blanco de las bases demócratas que hablara un lenguaje más cercano a los indignados gringos. Hillary era tan establishment que no podía disfrazarse de outsider o rebelde.

8. ¿Trump es imbatible?, ¿cuáles son sus contradicciones?
Hillary Clinton perdió en el colegio electoral pero le ganó el voto popular a Donald Trump por un millón de votos. El hombre más poderoso del mundo libre, como dice la propaganda, alcanza la presidencia con un apoyo menor al que obtuvo la candidata derrotada. Horas después de anunciada su victoria, algunos miles salieron en una decena de ciudades a repudiarlo. Trump gana pero no las tiene todas consigo. Si aspira a reelegirse deberá matizar sus promesas más escandalosas –como el muro y las deportaciones masivas— y garantizar empleo y salarios a los millones que votaron por él. Si no ven una mejoría sustancial en sus condiciones de vida, dejarán al magnate como abandonaron a Hillary y a los demócratas. Y Trump, para cumplirles, deberá ir en contra de los intereses de su propia clase. A ningún empresario gringo le gustará reinstalar sus fábricas en Estados Unidos si debe pagar cinco veces más en salarios y prestaciones. Trump deberá elegir con quién va a pelearse, si con la base que lo llevó a la presidencia o con la élite a la que pertenece. Cualquier decisión que tome le costará cara.

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