"Blade Runner 2049": Clases de filosofía en el cine

“Blade Runner 2049”: Clases de filosofía en el cine

“Blade Runner 2049” recupera el animo y reflexiones de la original, con nuevos giros e ideas, en un paquete que es un deleite cinéfilo.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Una de las películas más esperadas de 2017 llega a la cartelera. Blade Runner 2049 es la secuela de la mítica de Blade Runner (1982) de Ridley Scott. La cinta original sirvió de inspiración a películas de ciencia ficción que resonaron en la cultura pop en las siguientes décadas como Matrix, Gattaca, Strange Days y Ghost in the shell, por mencionar solo algunas.

Incluso en manos de Denis Villeneuve (Sicario, Arrival), Blade Runner 2049 se trataba de una muy riesgosa apuesta. La trayectoria de Villeneuve ofrecía cierta tranquilidad, pero nadie podía asegurar que revisitar una película tan emblemática y con uno de los finales más poéticos, ambiguos, discutidos y precisos del cine, fuera una buena idea.

¿Veredicto? Todos pueden estar tranquilos. Villeneuve le hace justicia a lo creado por Scott y sabe darle algo propio. Blade Runner 2049 es una película que atrapa, que invita a pensar, que sorprende y que cautiva, que sabe explotar la grandilocuencia visual del medio en una pantalla grande.

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Para quienes no conocen esta historia, Blade Runner 2049 significa la puerta de entrada a un maravilloso universo que sabe combinar profundos cuestionamientos humanistas y filosóficos con un despliegue visual extraordinario en una cinta futurista. Es la entrada a una propuesta de cine que lleva el futurismo naturalmente conectado con la ciencia ficción a introspecciones realmente interesantes sobre la humanidad y su relación con la tecnología. Una historia de constantes incertidumbres (y muchos más giros de trama que la original) sobre el agente K de la policía de Los Ángeles (Ryan Gosling) quien se dedica a retirar (un eufemismo ante la imposibilidad de decir que se mata a algo que no tiene vida) a robots o replicantes que se han rebelado e ilegalmente siguen en funcionamiento.

Para quienes sí conocen la película previa, ésta es una oportunidad para ver a su universo expandirse de manera interesante e inteligente, aprovechando una referencia importante como lo es el personaje de Deckard (Harrison Ford) y la incógnita de su destino. A partir de ello, pero sin intención de ser una secuela directa que resuelve ese caso inicial, retoma esas ideas sobre qué nos hace humanos en una dinámica distinta con nuevos personajes. Así, ahonda desde un nuevo ángulo, con otra sensibilidad pero en tono con lo original, en las reflexiones e introspecciones casi filosóficas a las que se invita al espectador a través del filme.

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Cada vez que estos agentes, en cualquiera de ambas películas, van descubriendo algo, sus cuestionamientos y dudas cambian, y con ellos las de nosotros como público, en una carrera por ordenar o entender lo que sucede. Es una dinámica donde la incertidumbre es la única constante, tanto en los protagonistas como en la audiencia. Una serie de dudas conectadas con ideas y preguntas muy profundas alrededor de qué es humano y qué no, qué tiene vida y qué no, qué merece vivir, quién valora más vivir, qué somos, qué pasa si pienso como humano y soy máquina, qué pasa si las máquinas sienten más que los humanos, etc., etc., etc.

Y a pesar de notables diferencias tanto en la trama como en el desarrollo, en esencia ambas películas son la misma. Y son eficientes versiones modernas o contemporáneas de una vieja fórmula.

En el fondo es la misma película porque más allá de los detalles de la trama y los retos a superar de los agentes Deckard y K, sigue siendo una historia clásica de cine negro/film noir. Esas historias de detectives solitarios, poco amistosos, dispuestos siempre a defender a la femme fatale o dama en apuros y quienes durante la resolución de estos casos enfrentarán dilemas éticos y morales. Se cuestionarán si están del lado de los buenos o con los malos, incluso en alguna versión de la original Blade Runner existía una narración en off por parte del propio Deckard/Harrison Ford, tal y como sucedía con buena parte del cine negro de la década de los treinta y cuarenta en Hollywood. Es la trama típica en la que podríamos imaginar a Humphrey Bogart y su personaje de Marlowe en una película en blanco y negro de dicha época.

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En ambos casos se respeta esa misma estructura y dinámica, y se reviste con un traje espectacularmente moderno, no sólo a través del uso de la ciencia ficción –que es la que lleva esa misma premisa a un nuevo escenario en el que hablamos de robots y ciudades futuristas y como será nuestro planeta–, sino también se envuelve en esta propuesta visual tan extraordinaria y extravagante, a la vez que contemplativa, elegante y sugerente. Postales semi-fijas donde la iluminación en movimiento, un encuadre, un ambiente, o los segundos extras que nos mantiene Villeneuve en ella sin diálogos, se convierten en importantes elementos para sumergirnos en ese universo q nos proponen.

En este sentido, el trabajo del fotógrafo Roger Deakins es sin duda uno de los elementos destacados de una película que sabe poner atención y cuidado a los diferentes detalles necesarios para tener un control preciso de qué se quiere provocar o de qué se quiere sugerir a través de las imágenes y diálogos. Ahí van detalles o pistas escondidas en cada escena (como pasa en la primera película), algo que esta nueva película sabe recuperar. Como también sabe respetar ese ánimo tanto sugerente como contemplativo.

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Así es como se mezclan varios elementos modernos y clásicos en una película que sabe ofrecer una experiencia distinta, ni convencional ni tradicional. Donde Villeneuve, como hizo en Sicario y en Arrival, vuelve a contar una historia cuyos personajes protagónicos deben enfrentar o descubrir una realidad que en muchos sentidos los rebasa o los reubica en un nuevo rol o función y sus tribulaciones sobre esta experiencia y qué los cambia.

Blade Runner 2049 es una película que confirma a Dennis Villeneuve como un director en pleno control del lenguaje y de sus herramientas en un cine de gran escala. Reconcilia la idea de que el cine de grandes presupuestos puede ser inteligente y artístico.

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