Babasónicos: 21 años negando la vanguardia

Babasónicos: 21 años negando la vanguardia

Actualmente en los Babasónicos hay un Adrián, un Mariano, un Gustavo (al que también le dicen Tuta) y tres Diegos. Uno de ellos es el que ha quedado casi desnudo: en calcetines y una trusa verde yerbabuena de resorte blanco, calzón que parece haber salido de un empaque de American Apparel; es el Diego Uma, […]

Tiempo de lectura: 17 minutos

Actualmente en los Babasónicos hay un Adrián, un Mariano, un Gustavo (al que también le dicen Tuta) y tres Diegos. Uno de ellos es el que ha quedado casi desnudo: en calcetines y una trusa verde yerbabuena de resorte blanco, calzón que parece haber salido de un empaque de American Apparel; es el Diego Uma, el menos extravagante o el que no echa mano de brillitos en su outfit, al menos en lo que va de esta sesión de fotos.

En el escenario suele darle continuidad a su estilo sobrio, y lleva un corte de cabello sencillo. Si no supiera que es un babasónico, uno de los miembros originales, fundadores, de los que dieron guitarrazos conectados a un pedal Dunlop en aquel primer y seminal álbum Pasto de 1992, bien podría confundirse con uno de esos argentinos bien vestidos que abren alguna tienda de chácharas de diseño industrial.

El resto de la banda sí encarna una imagen más convencional del rockstar que llena estadios: prendas de vestir que rebotan destellos de luz, como una bola disco (el mejor ejemplo de esto son los pantalones de otro de los Diegos, Panza Castellano, cuya parte trasera es blanca mientras que la montura frontal es de un dorado que encandila), zapatos afilados, lo más puntiagudos posibles, y gafas oscuras, muchas gafas oscuras. El ancho de las micas es tan grande como lo abultadito de sus barrigas: ninguno de los babas tiene estómago plano o cuerpo atlético. Supongo que cuando estás promocionando el disco número once y tienes una carrera de veintiún años puedes darte el lujo de no moldear tu figura. Otro dato voyeurista: al parecer, ninguno de los babas ha pasado por la aguja del tatuaje.

Yo estoy sentado al centro de este cuarto improvisado como camerino y, de pronto, es como si mis propias letras sobre las hojas blancas se convirtieran en diminutas hormigas a punto de abandonar mi cuaderno e hicieran una hilera en dirección de las carnes frías y las frituras que la producción ha dispuesto para saciar el apetito de la banda argentina.
He perdido por completo la concentración.

El Diego de la sobriedad textil, Diego Uma Rodríguez, dice:
—Sí, bueno, pero volviendo a tu pregunta… espera, ¿de qué estábamos hablando?
—Espérenme, para ser honestos ya me puse nervioso…

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