Guerra fría en tierra caliente. Una historia del paramilitarismo en Colombia.

Guerra fría en tierra caliente

Han pasado 25 años desde que unos ex oficiales israelíes y mercenarios británicos y australianos entrenaron a los paramilitares de Puerto Boyacá, Colombia, y desde que los primeros consiguieron llevar un arsenal de Israel a las costas del país latinoamericano.

Tiempo de lectura: 14 minutos

Un mercenario británico llega a Colombia para matar a los jefes de las FARC
Por los días de abril de 1988, unos militares colombianos contactaron a David Tomkins, gángster de profesión, como él mismo se definió, para fraguar un golpe contundente a la subversión armada en Colombia. El británico estaba cerca de cumplir los 48 años y acumulaba una larga trayectoria en bandidaje. Se había estrenado volando cajas fuertes en su país, y después, encontrando más lucrativo el oficio de mercenario, estuvo peleando en Angola, Rodesia, Afganistán —con los muyahidines—, y en otras operaciones secretas en contra del poder soviético.
“No conozco mercenarios que trabajen en contra de los intereses de los gobiernos occidentales; casi siempre son anticomunistas”, le dijo Tomkins cándidamente al senador William Roth, de Estados Unidos, cuando este lo interrogó en una audiencia sobre la presencia de mercenarios en Colombia, en 1991. Esa observación era cierta en el continente americano, donde mientras Estados Unidos enfrentaba la amenaza externa soviética, encargaba a sus aliados latinoamericanos, sobre todo a sus pupilos militares, que persiguieran a la subversión interna, esa otra cara de un mismo peligro. Desde que asumió el poder en 1981, el gobierno de Ronald Reagan se había propuesto aplastar al gobierno de los revolucionarios sandinistas en la pequeña Nicaragua y a sus aliados guerrilleros en El Salvador y Guatemala, apelando a métodos legales e ilegales.

Conspirar contra las guerrillas era una de las cosas que los militares latinoamericanos, en esos tiempos de Guerra Fría, mejor sabían hacer.

Entre 1984 y 1986, según reportó en la época The New York Times, el gobierno estadounidense les invirtió entre 83 y 97 millones de dólares a los ejércitos de “contras” que combatieron el gobierno de Nicaragua, casi siempre por canales clandestinos. Incluso le pidió al Sultán de Brunei una donación de 10 millones de dólares para apoyar esa y otras causas de ejércitos anticomunistas en Angola y en Afganistán, los mismos a los que Tomkins ofrecía sus servicios.

Conspirar contra las guerrillas era una de las cosas que los militares latinoamericanos, en esos tiempos de Guerra Fría, mejor sabían hacer, pues muchos de ellos habían sido adoctrinados en la lucha anticomunista en la polémica Escuela de la Américas, manejada por oficiales estadounidenses. En los ochenta, Colombia envió incluso más estudiantes que en la década anterior, componiendo, junto a México y El Salvador, el 72 % de los latinoamericanos inscritos. El grupo de oficiales colombianos de alto nivel que tomó finalmente la decisión de llevar a cabo una operación clandestina contra los jefes de las FARC, según el testimonio de Tomkins, incluía, entre otros, al prestigioso general retirado del Ejército Jorge Salcedo Victoria. Y fue su hijo, el oficial de la reserva Jorge Salcedo el encargado de ir a convencer a Tomkins de venir a visitarlos.

Salcedo había conocido a Tomkins en una exhibición internacional de material de guerra en Londres. Y tiempo después, cuando un general le preguntó si ese inglés no serviría para perpetrar el ataque que planeaban, Salcedo, afortunadamente (o más bien infortunadamente) aún conservaba la tarjeta. De todas formas la versión que Tomkins da en Combate sucio, su libro autobiográfico de 2008, asegura que fue su amigo irlandés Frank Conlan, reputado traficante de armas, el que lo llamó temprano un día de primavera de 1988 y le dijo que le tenía un gran trabajo en Colombia; que presentara un esbozo del tipo de servicios de lucha contrainsurgente y antiterrorista que podía prestar y se la mandara al brigadier general Salcedo Victoria. Tomkins le mandó el fax con papelería de su firma Technical Support y a la semana ya tenía respuesta. El general Salcedo le contó que él aún tenía relaciones con los más altos mandos militares y que su hijo, Jorge, también estaba vinculado al Ejército, prestando servicios en el área de contrainsurgencia.

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