La voz de Chipilo

La voz de Chipilo

En las calles de un pueblo de México, en el altiplano más mestizo, se habla una lengua italiana del siglo XIX. Lo que comenzó como un experimento de la época es ahora una comunidad de colonos en lucha por preservar una cultura que, según pasan los días, se vuelve más insólita.

Tiempo de lectura: 18 minutos

El chipileño, una lengua de otro tiempo
En el centro de Chipilo, el cantante de ópera Hugo Colombo habla y su voz es un trueno bien impostado que sube y baja el tono como lo hacen los italianos al hablar. Es como si sus palabras dibujaran una y otra vez las laderas del Monte Grappa, la colina que queda en el centro del pueblo, justo frente a la terraza en la que acaba de pedir un ron a gritos en un dialecto véneto, que es característico de esta zona. Sin levantarse de su silla, en el mismo idioma, Hugo también pide un café a la pizzería de Paolo, que está en la esquina de enfrente. Eso no es raro, porque Hugo es el tenor de Chipilo. Lo raro es Chipilo. Está a quince kilómetros de Puebla, y Puebla está en el centro de México.

A la lengua de Hugo se le llama “chipileño”. No es italiano. Tampoco es véneto, que se habla alrededor de Venecia, sino una rama de ese idioma que se distanció en el espacio y el tiempo. En el pueblo de Hugo la gente cuenta con orgullo que una lingüista estadounidense, Carolyn MacKay, ha escrito un diccionario mexicano-véneto-italiano-chipileño. Es un diccionario sólo de utilidad para los tres mil quinientos habitantes de Chipilo.

El véneto llegó a México en 1882 de la mano de un grupo de migrantes de Segusino, un pueblo del interior no muy lejano a la ciudad de Venecia. Corrían los tiempos de Giuseppe Garibaldi y el romanticismo estribaba en unificarlo todo en torno al sentimiento de una nación italiana recién fundada. También su idioma. Cuando algunos de aquellos campesinos dejaron sus hogares, cada comarca o valle tenía sus particularidades lingüísticas mucho más diferenciadas que en la Italia de ahora. Y ésa es la razón de que el dialecto chipileño tenga, si cabe, más valía, porque aquel véneto llegó aquí intacto, sin normativizar, y conservó todos sus matices.

“Es más puro, porque no está ‘contaminado’ del italiano unificado —dijo Hugo—. Quieren hacer un reglamento del véneto de Chipilo, pero ¿cómo lo van a hacer si ni siquiera el véneto que se habla ahora en Italia tiene uno?”

Hugo explica su postura. En su opinión, su dialecto debe volar libre. Para él, que vive y canta en chipileño, fijar una gramática sería un sinsentido, en especial si su tradición ha sido eminentemente hablada. Enfrente están los partidarios de normativizarlo. Dicen que en esa inconsistencia está el peligro, ya que muchos de sus hablantes no saben cómo deben escribirse los fonemas.

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