Las heridas de Michelle Bachelet

Las heridas de Michelle Bachelet

En su segundo mandato presidencial, Michelle Bachelet partió dispuesta a impulsar reformas estructurales para corregir la desigualdad en Chile. Bachelet, quien se enfrentó a un escándalo en 2015, está frente a su última y más difícil prueba.

Tiempo de lectura: 35 minutos

El miércoles 11 de febrero de 2015, en medio del sobrecogedor paisaje del Lago Caburgua, en el sur de Chile, Michelle Bachelet comenzó a enfrentar la crisis más profunda de su segundo mandato como presidenta del país. Un trance que reduciría a escombros su popularidad, debilitaría a su gobierno al extremo y provocaría un quiebre en su familia, sumergiéndola a ella misma en un abatimiento que duraría meses.

Ese día, mientras vacacionaba con su familia en una cabaña rodeada por bosques que llegaban hasta orillas del lago, tuvo que confrontar a su hijo mayor, Sebastián Dávalos, de 38 años, director sociocultural de la Presidencia, quien hasta entonces trabajaba a metros de ella en el palacio de La Moneda. En una de sus conversaciones más difíciles como mandataria, le comunicó que tenía que renunciar al cargo, y que para hacerlo debía regresar de inmediato a Santiago. Dávalos tuvo que acatar. Ese día inició el retorno a la capital chilena junto a su esposa, Natalia Compagnon, de 33, y sus dos pequeños hijos. Cuarenta y ocho horas más tarde, dimitió.

La crisis había comenzado días antes, cuando se hizo público que en plena campaña presidencial de 2013 Dávalos había acompañado a su mujer a una reunión con Andrónico Luksic, dueño de un banco y uno de los hombres más ricos del país. En esa cita la nuera de Bachelet gestionó un millonario crédito para financiar un negocio de especulación inmobiliaria, a cargo de su empresa, de nombre Caval. La noticia abrió un vendaval. Era evidente que Dávalos y su mujer habían sido recibidos por el banquero sólo por ser familiares de Bachelet. El privilegio chocaba frontalmente con el espíritu del gobierno más progresista desde el retorno a la democracia en Chile. Una administración que estaba empeñada en una serie de reformas para reducir la desigualdad en un país que ostenta una de las brechas más amplias entre ricos y pobres en el mundo. Según el Banco Mundial, con datos de diciembre de 2015, Chile ocupa el lugar 14 entre las naciones más desiguales del planeta. Pero, además, el hecho dio pie a una investigación judicial en la que la nuera de Bachelet ya fue formalizada por delitos tributarios, mientras su empresa es investigada por casos de corrupción.

Meses después, en privado, la mandataria definiría lo que comenzó a vivir a partir de esas horas como “una bola de nieve”, el inicio de un alud que derribó sus más preciados capitales desde que, hace poco más de una década, irrumpió como fenómeno en la política chilena: la credibilidad y la cercanía con la gente. Luego del estallido del llamado caso Caval, como se conoce al escándalo, el nivel de popularidad de Bachelet descendió al más bajo desde el retorno a la democracia, superando apenas el 20 por ciento. Según la encuestadora Adimark, en julio Bachelet sumó 15 meses con una aprobación bajo el 30 por ciento, algo indédito desde el inicio de la serie en 2009. La desaprobación a su gobierno, en tanto, alcanzó el 81 por ciento.

Antes de su primera llegada a La Moneda en 2006, Bachelet ostentaba una trayectoria completamente distinta a la de sus tres predecesores, Patricio Aylwin (1990-1994); Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000) y Ricardo Lagos (2000-2006), todos mandatarios de su misma alianza de centro izquierda. La médico socialista no era parte de los próceres de la Concertación, la coalición que gobernó Chile desde 1990 a 2010, y había aceptado ser candidata presidencial a regañadientes. A diferencia de sus antecesores, no tenía ni vocación de poder ni un plan de gobierno definido cuando triunfó. Además, provenía del ala más izquierdista de aquel conglomerado, el sector que peor lo había pasado con Pinochet y que quedó marginado del poder en los albores de la transición.

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