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Un retrato de hombres adictos a la pornografía en México.
Nunca antes tantas personas estuvieron expuestas a tantos estímulos sexuales de tan diversas formas, con un acceso instantáneo. Con un ánimo catastrofista es fácil establecer que asistimos al inicio de la era del “cerebro pornificado”; sin embargo, en este reportaje se recolectan indicios suficientes para afirmar que no conviene internarse en un territorio desconocido (y poco investigado desde la ciencia) lanzando señales de alarma. ¿Es inevitable que el consumo de pornografía se vuelva problemático? ¿Qué tan en serio se pueden tomar los discursos de todos esos gurús del NoFap que parecen lucrar con la culpa y las vidas arruinadas de millones? ¿La reacción se torna en un nuevo movimiento de desexualización moralizante? Un primer paso: conocer el dolor de los que viven en la cárcel que no se atreve a decir su nombre.
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La tarde del 27 de agosto de 2024, Javier fue a la fiesta de su sobrino, que cumplía tres años. Lo abrazó, le dio su regalo. Jugaron juntos un ratito, se sentaron a mirar las caricaturas en la tableta del niño. Saludó a unas tías; platicó con unos primos de los que se había distanciado en la adolescencia, hace más de 10 años. Javier estaba disfrutando la fiesta, hasta que llegó la “sustanciación”. Una urgencia, una ansiedad que cada tanto, dice, invade su cuerpo. Javier se encerró en el baño; puso el seguro a la puerta, desbloqueó su celular y entró a Google Chrome. Encontró el video que buscaba porque sabía las palabras exactas del título. La imagen, la referencia, había llegado a su mente de repente. Algo que no podía controlar.
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El zaguán y la fachada son blancos. Una casa de una planta con varillas expuestas en el techo, expectantes de una ampliación que tal vez no llegue. Es la dirección que indica el mensaje de WhatsApp. Es enero de 2025, en una colonia de la periferia de la Ciudad de México, declina la tarde y las sombras robustecen. Golpeo el zaguán y en menos de un minuto un hombre abre la puerta. Es moreno; debe medir menos de 1.70 metros. Viste una camisa polo azul marino. Su nombre empieza con L. No obtendré más datos personales. Con el nombre basta. Aquí no se pregunta nada más que eso. Es una de las reglas de las reuniones. La luz amarillenta de dos focos ilumina un patio donde se estaciona un automóvil Nissan. Cerca de la entrada de la casa hay seis sillas de madera de un comedor. Seis. El número usual de asistentes. Esta tarde noche sobrarán dos sillas.
—¿Es Yair o Jair?
—Yair. Pero se escribe Jair.
—Yair, okey. Siéntate. Vamos a esperar a que lleguen más compañeros. Vas a participar como uno más del grupo.
L. explica que estas reuniones son una extensión del grupo de WhatsApp en el que él y otros hombres comparten inquietudes respecto a su adicción a la pornografía. La dinámica es simple: se reúnen en la casa de L. y conversan sobre cómo se sienten, si han tenido “recaídas” y cómo evitarlas, se aconsejan. Lo hacen porque algo está pasando: L. lo llama una “pandemia silenciosa”.
Miles de hombres jóvenes se reúnen en diferentes espacios de internet para hablar de su adicción a la pornografía. No son espacios visibles, pero se encuentran rápido si se busca “NoFap” o simplemente “adicción al porno”. Existe una preocupación por el tema, es indudable. El estudio “The broad reach and inaccuracy of men’s health information on social media: analysis of TikTok and Instagram”, publicado en 2022 por académicos de la Northwestern University Feinberg School of Medicine en el International Journal of Impotence Research, reveló que el término “retención de semen” —especie de terapia para contrarrestar los supuestos efectos negativos del consumo compulsivo de pornografía— es el tema más popular relacionado con la salud masculina en las redes sociales TikTok e Instagram, en Estados Unidos. No se tienen datos parecidos sobre México, pero sí se sabe que el país es uno de los principales consumidores de pornografía a nivel mundial. En diciembre de 2024, la plataforma PornHub publicó su informe anual, donde expone las tendencias y los comportamientos de consumo de sus usuarios. México ocupa el cuarto lugar en consumo, por detrás de Estados Unidos, Francia y Filipinas. Además, es el país en el que los usuarios pasan más tiempo en el sitio web, con un promedio de 11:01 minutos; la media global es de y 9:40 minutos. Los usuarios mexicanos que más consumen pornografía en este sitio son los que tienen entre 18 y 24 años.
Alguien toca al zaguán. L. me dice que regresa en un momento. Aparece Jaime, que no es su verdadero nombre. Es más joven que L. Viste una playera y jeans holgados que agrandan su cuerpo delgado.
—Pero solo vas a grabar el audio, ¿verdad? —pregunta luego de presentarnos. El anonimato es una de las cuestiones más importantes en estos grupos.
El grupo del que forman parte L. y Jaime surgió primero de manera virtual a mediados de 2021. La idea fue de L., y se le ocurrió después de participar en varios grupos de apoyo para atender su adicción a la pornografía, que en ese entonces ya había provocado su divorcio. “Más que nada fue la necesidad de tener dónde hablar de lo que vivimos. Porque es imposible hablarlo con nuestras familias o parejas. Jamás lo van a entender. A veces ni los psicólogos lo hacen. Te sientes juzgado”, explica.
Jaime fue uno de los primeros en unirse al grupo. Ahora, en octubre de 2025, hay 132 miembros en el grupo de WhatsApp. “La idea es darnos motivación diaria, porque esta es una adicción que afrontas solo”, dice L. Entre los mensajes que se envían están los de ánimo —“Siete días de abstinencia. Vamos por más”—; hay quien pide consejos: “Oigan, ¿qué recomiendan para no tener tanta ansiedad?”. Cada tanto L. postea el link de invitación en alguna publicación en grupos de Facebook que hablan sobre el tema; a veces otros miembros, cercanos a él, lo comparten en foros de Reddit o hasta en X. Con todo, no acepta todas las solicitudes de entrada que recibe; es una estrategia para cuidar la privacidad del grupo, porque hay muchos estigmas contra los adictos a la pornografía: ha sucedido que comparten el vínculo en redes sociales y entran personas que escriben mensajes ofensivos e incluso comparten contenido pornográfico. “Te atacan, se burlan o te exhiben en redes sociales. Piensan que eres un pervertido o hasta un pedófilo de lo peor; cuando en realidad solo eres una persona que quiere recuperar su vida”, cuenta L.
—¿Pasa seguido?
—Algunas veces —dice L.—. No sé qué ganan haciendo eso. No entiendo por qué buscan lastimarnos, si no estamos haciendo daño a nadie.
Meses después de esa conversación, el miércoles 14 de mayo de 2025, el grupo sufrió otro ataque: una persona se unió y comenzó a compartir videos porno y a escribir mensajes ofensivos que no alcancé a leer porque L. borró todo de inmediato. Evitar el contacto con el contenido sexual explícito y no explícito es fundamental en el tratamiento.
—Uno debe buscar la manera de evitarlo: por los estímulos. Debes limpiar tu algoritmo, bloquear páginas; si hace falta silenciar amigos, lo haces. Porque nunca falta en los grupos de amigos el que manda porno —dice L.
—Tengo un amigo así —interviene Jaime—. Que manda nopor en un grupo que tenemos amigos de la universidad. Es el único que lo hace, no sé por qué. No le digo nada. Cada vez [que] manda algo mejor lo borro de inmediato. No me arriesgo a verlo.
—De ahí se entiende la importancia de nuestro grupo.
Con las reuniones presenciales de una vez por semana ya llevan un año. “Algo que nos gustaría, y espero que se haga, es salir más, juntos, a alguna excursión…”, dice L., y por primera vez suena alegre, optimista.
Pasan 20 minutos. Alguien más golpea el zaguán. Entra otra persona e inicia la reunión. En círculo, todos de pie, hacen un pequeño ejercicio de respiración con los ojos cerrados. Se sientan y durante más de una hora conversan sobre cómo ha estado su semana y de los progresos que han tenido. El principal tema son las tentaciones que han enfrentado y los incitan a recaer.

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Algo que aprendí en estos meses fue que la sensación llega en cualquier momento. La sustanciación. Lo describen como una urgencia que recorre el cuerpo; hace que las manos se entuman e inunda la mente de pensamientos sexuales intrusivos. Los que viven agobiados por esa urgencia dicen que llega a manifestarse en los lugares más impensados. En el transporte público. En la escuela. En el trabajo. En la casa de un familiar. En una fiesta. Explican que la necesidad de hacerlo surge después de recibir algún estímulo. Y para muchos de ellos, cualquier situación se ha convertido en un potencial estímulo: una imagen apenas vislumbrada; una palabra o un gesto que intuyen sugerente; una publicación en redes sociales; un recuerdo que los asalta.
Esa urgencia fue la que hizo que Javier dejara de disfrutar la fiesta aquella tarde de agosto de 2024. Cuando salió del baño, intentó fingir normalidad; se sentó a la mesa, junto a su familia, y participó en la conversación. En algún momento comenzó a temblarle una pierna, una de sus tías se dio cuenta y le preguntó qué tenía. Una sensación de angustia y desánimo lo invadió. Apenas aplaudió cuando su sobrino abrió los regalos y después se fue a su casa. Allí se encerró en su cuarto y volvió a mirar pornografía. Y entonces decidió que esa era la última vez. Ese día, 14 de agosto de 2024, tenía que marcar un inicio. Y también un final. Javier durmió hasta las cuatro de la mañana buscando información en internet. Vio videos, uno tras otro, que hablaban de que lo que él vivía era una adicción. Encajaba en todos los síntomas. Problemas de concentración. Aumento de ansiedad. Consumo incontrolable. Pensamientos obsesivos. Y entonces se puso a buscar cómo podía vencerla. Encontró una respuesta muy rápido. Existía una forma. Un camino que muchas otras personas ya estaban recorriendo.
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La pornografía es polémica. Siempre lo ha sido. “Es una etiqueta que se aplica a una variedad inmensa de objetos y representaciones, sin importar tanto su naturaleza como el efecto que pueden producir. De ahí que la pornografía sea considerada no por lo que es, sino por lo que causa”, escribe el ensayista Naief Yehya en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral (Plaza & Janés, 2004). Y tiene razón. Es interminable lo que se ha dicho a favor y en contra de la pornografía. La feminista estadounidense Robin Morgan escribió en su famoso ensayo “Theory and Practice: Pornography and Rape” (1974) que “el acto de violación no es más que la expresión de la norma, incluso alienta la fantasía masculina en la cultura patriarcal de la agresión sexual. Y la articulación de esa fantasía en una industria de 1 000 millones de dólares es la pornografía. […] La pornografía es la teoría: la violación es la práctica”. Por su parte, el filósofo queer Paul B. Preciado apunta en su artículo “Mujeres en los márgenes”, publicado en 2007, que el “mejor antídoto contra la pornografía dominante no es la censura, sino la producción de representaciones alternativas de la sexualidad, hechas desde miradas divergentes de la mirada normativa”. Existen textos que abordan una variedad de posturas, con diferentes argumentos, que el lector puede consultar. Este no es un texto sobre el porno ni su industria: esta es una historia de hombres cuyo consumo de pornografía ha arruinado sus vidas.
El problema principal cuando se habla de la adicción a la pornografía es la falta de estudios serios sobre el tema. Aún no se ha demostrado de manera concluyente que la pornografía sea dañina; si afecta de manera particular a ciertas personas o las consecuencias de su consumo prolongado. No es un trastorno incluido en la edición más reciente del canónico Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales que publica la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, aunque se incluyó el comportamiento sexual compulsivo —comúnmente llamado adicción sexual— como un desorden de salud mental en la lista de Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud en junio de 2019.
Los defensores de la idea de que la pornografía puede convertirse en una adicción estipulan que su consumo compulsivo es comparable al de las drogas, por su efecto en procesos cerebrales y de comportamiento. Los críticos de tal idea ponen por delante la carencia de pruebas: las investigaciones que se han realizado incurren en errores metodológicos, y los contextos sociales y religiosos pueden sesgar los estudios. Para evitar recorrer una inagotable lista aún abierta de argumentos y contrargumentos, lo mejor es retroceder y preguntarnos qué es una adicción, a qué podemos hacernos adictos. Conversé con Eduardo Marbez, médico y psicoterapeuta especializado en el tratamiento de adicciones, jefe de la Oficina de Salud Mental y Grupos Vulnerables en la Coordinación Estatal IMSS Bienestar del Estado de México.
En la pantalla de la computadora aparece un hombre de ademanes enérgicos, sonriente. Pide que lo llame Lalo. Con voz segura y clara dicción, explica que las adicciones van más allá de las sustancias: “Hablamos de un trastorno, de una limitación o de un impedimento a la función de una persona; hay adicciones a sustancias y hay las llamadas adicciones comportamentales o a procesos”. A estas últimas adicciones, Marbez las define como compulsiones: son actividades que se realizan a pesar de las consecuencias negativas para la vida de una persona. En esta categoría se encuentran las apuestas, las compras, el ejercicio, el trabajo o la pornografía.
El consumo de pornografía, dice Lalo, en sí mismo no garantiza la adicción. El problema no es la actividad, sino la pérdida de control y la dependencia que se desarrolla hacia ella. El cerebro humano funciona a través de una compleja red de neuronas conectadas por neurotransmisores; uno de los más importantes en el desarrollo de adicciones es la dopamina, asociada al circuito de la recompensa. Cada vez que hacemos algo que nos gusta —comer, hacer ejercicio, reír, tener relaciones sexuales—, el cerebro nos recompensa con una descarga de dopamina. Esa sensación de bienestar nos hace disfrutar el momento y también nos impulsa a repetir la conducta. Pero cuando esta vía de recompensa se activa con demasiada frecuencia, el cerebro empieza a cambiar. Nos volvemos menos sensibles a estímulos cotidianos y necesitamos cada vez más dopamina para sentir ese placer inicial. Es ahí donde comienza la adicción: las actividades que antes se disfrutaban —por ejemplo, salir con amigos, hacer ejercicio, leer— pierden fuerza frente a aquellas que provocan una gratificación inmediata e intensa.
Existen varios factores que determinan que una adicción se desarrolle o no; pueden ser genéticos, sociales y hasta neurobiológicos. Por ejemplo, el doctor Marbez ha observado que algunos pacientes con trastornos de comportamiento sexual compulsivo también viven con un trastorno depresivo o ansioso. “Me preocuparía si [un sujeto utilizara] la pornografía como una estrategia para evitar emociones desagradables, si la consumiera cuando está ansioso, estresado, deprimido; un uso ‘automedicado’ de esa pornografía sería algo que a mí me llamaría mucho la atención”.
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L.:*
La mayoría de los momentos malos de mi vida involucran pornografía. El peor de todos, creo, fue cuando mi esposa descubrió mi adicción. Eso pasó hace cinco años. Entró en el cuarto donde estaba, y yo estaba tan enajenado que no me di cuenta; me encontró masturbándome viendo porno. Me quitó el celular. No podría decirte bien cuál fue su reacción de ese momento, porque yo mismo me bloqueé. Sentía que mi vida se había terminado: quería parar el tiempo, retrocederlo. Pensé que mi esposa se iba a enojar, me gritaría, me pediría el divorcio. No sé, esperaba una reacción así. Pero no. Fue algo mucho peor. Se puso muy triste, comenzó a llorar mientras revisaba el teléfono. Tenía todo atascado de videos, de imágenes. Se encerró en el cuarto y estuvo llorando, diría que por horas. Y yo solo quería dejar de existir. Esa creo que fue la primera vez que quise suicidarme. […]
Casi toda mi vida he vivido dos vidas. La normal, de mi familia y amigos, del trabajo; y la otra, la que he intentado ocultar a todos: que me paso horas y horas viendo pornografía y no puedo evitarlo. Como te podrás haber dado cuenta, a diferencia de los otros compañeros, yo soy más grande. Tengo 39 años. No crecí con celular ni internet. Mi primer contacto con la pornografía fue como a los 11 o 12 años por una revista que me mostró un primo más grande. Siempre que iba a su casa, veíamos a escondidas esas revistas de mi tío. Luego en la secundaria, tuve algunos compañeros que en ocasiones llevaban revistas y nos juntábamos a verlas. Esa etapa fue complicada para mí porque muchos compañeros eran muy manchados conmigo; me sacaban los cuadernos y los tiraban a la basura, cosas así, bullying, y como siempre he sido chaparro, no podía defenderme. El porno fue mi refugio. […]
Me volví una persona solitaria, dejé de hacer amigos en la prepa y la universidad porque mi compañía era el porno. Antes de salir de la universidad, conocí a mi esposa y comenzamos a salir. Pensé que esa relación real terminaría con mi adicción, pero no sucedió. Esto es algo que me avergüenza mucho contar, y ya se lo confesé: a veces cuando salíamos me urgía ya dejarla en su casa para irme a ver porno. Intenté dejarlo y fracasé una y otra vez. Hace unos años, por allá del 2015, me despidieron de un buen trabajo por mi adicción. Ganaba bien y habíamos tenido a nuestro hijo poco antes. Usaba la computadora para entrar en páginas porno en la oficina; eso renovó mi adicción porque se sumaba a la excitación de que me pudieran descubrir en cualquier momento. Así de enfermo estaba; a ese nivel llegué. […]
Durante mucho tiempo tuve la sensación de que eso no iba a cambiar nunca, de que siempre sería así. Pero esa idea ha cambiado poco a poco. Me costó mucho, me costó mi familia, porque al final mi esposa me pidió el divorcio y se quedó con la custodia de mi hijo, pero creo que ahora tengo la esperanza de superar esta adicción. Espero que ellos algún día me perdonen por haber arruinado nuestras vidas. Mientras tanto, sigo luchando. Una forma de hacerlo es el grupo. Me siento orgulloso [de él].
Y en cuanto a mi persona, llevo cinco meses sin consumir. Creo que nunca había durado tanto. Mi mayor preocupación en este momento es mi hijo. Quiero ser un buen padre para él. Y además no dejo de pensar que se acerca a la edad que yo tuve cuando comencé en esta adicción. Todavía no sé cómo voy a hablarle del tema. No sé si tenga el valor de contarle lo que he vivido, mi doble vida.
*Editamos ciertos pasajes del testimonio de L. para mejorar su lectura y evitar repeticiones propias de la oralidad.
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Aunque México comparte cifras de consumo de pornografía similares a países como Estados Unidos, Francia o Reino Unido, en este país no se realizan tantas investigaciones sobre el tema como en aquellos. Esa falta de datos motivó a Shilia Lisset Vargas Echeverría, doctora en Sociología, y a José Ignacio Nevarez Martín, maestro en Psicología, a indagar sobre esta problemática en el contexto mexicano. En 2022 publicaron en la Revista Internacional de Investigación en Adicciones, editada por los Centros de Integración Juvenil, A.C., un artículo en el que proponen la primera escala mexicana para medir de manera preliminar la adicción a la pornografía. Se trata de un cuestionario de 27 preguntas cuya prueba piloto fue aplicada a personas en recuperación de alcohol y drogas ingresadas en un centro de rehabilitación de Mérida, Yucatán, durante el mes de junio de 2020. Tres años después de la publicación de ese artículo, conversamos por videollamada.
“Nuestra idea surgió principalmente observando que el consumo de pornografía en México está muy normalizado, y se tiende a invisibilizar un poco la parte que podría llegar a ser problemática y no un consumo normal, por elección”, dice la doctora Vargas, con una voz de consonantes implosivas, típica del español de Yucatán.
El primer paso fue desarrollar un instrumento para determinar si una persona es adicta o no al porno. “Una herramienta que nos permita explorar y empezar a aproximarnos a entender este fenómeno”, define la doctora. Algunos de los apartados del cuestionario son: “uso pornografía en lugares donde nunca pensé hacerlo (iglesia, transporte público, parques, fiestas, trabajo, etc.)” o “al ver una imagen de una persona sin ropa o escuchar sobre un tema sexual, me produce ansia por ver pornografía y masturbarme”. Para su elaboración retomaron el trabajo del psicólogo inglés Mark Griffiths, cuyo modelo biopsicosocial describe las características comunes de una adicción conductual: saliencia —la actividad se convierte en lo más importante en la vida de la persona y domina su pensamiento y comportamiento—, modificación del humor, tolerancia —se requiere de consumir más pornografía para alcanzar umbrales de placer cada vez más exigentes— síndrome de abstinencia, conflicto —problemas entre la persona adicta y quienes la rodean; también conflicto consigo mismo— y recaída —retomar patrones de consumo luego de intentar dejarlo—. “El consumo de pornografía cumple todos los componentes del modelo”, afirma Nevarez, aunque aclara que la escala no se puede emplear de manera aislada. Debe complementarse con otras herramientas, como el acompañamiento terapéutico, para “tener un diagnóstico certero sobre si alguien es o no adicto a la pornografía”.
“Nuestra intención no es satanizar a la pornografía —dice el psicólogo—. Nosotros solamente buscamos, desde la propia ciencia, el poder analizar el comportamiento de esta visualización de la pornografía”.
Vargas y Nevarez continúan trabajando en su escala, afinándola para que sea más precisa. Como la edad de mayor consumo en nuestro país sucede de los 18 a los 24 años, la etapa universitaria, decidieron concentrarse en ese sector demográfico. En 2024 aplicaron la escala en varias universidades de Mérida; no quisieron hablar sobre los resultados porque su objetivo es publicar el estudio completo en alguna revista científica en 2026. No obstante, Vargas comparte un dato que a ella le parece alarmante: “El 73% de los encuestados afirmaron haber consumido pornografía al menos una vez en su vida o más”. Y aunque el consumo no significa adicción, para la socióloga ese dato demuestra que la pornografía está normalizada: “De ese 73%, un poquito más del 10%, según la escala, presentó algún tipo de adicción”, dice.
“También encontramos que existe un fuerte vínculo entre el consumo de pornografía y la autorregulación emocional —sigue explicando la doctora Shilia, sobre los resultados de su encuesta—. Muchas veces se consume pornografía no únicamente por deseo sexual, sino también porque es una forma de aliviar emociones negativas, como el estrés, como la ansiedad, como a lo mejor la soledad…”. Justo lo que le preocuparía al psicoterapeuta Marbez.
Mientras conversamos, aparece otra preocupación para los investigadores: la “pornificación” de la sociedad. No había escuchado el término antes de que lo mencionaran. Nevarez me explica que en jóvenes y adultos se ha aceptado la pornografía como un instructivo, “un libro de consulta para todo lo relativo a la sexualidad”.
“Encontramos, por ejemplo —relata el psicólogo—, en páginas web pornográficas a estrellas porno que están ‘educando’, entre comillas, a nuestros adolescentes, a nuestros jóvenes, a nuestros niños, ¿en qué sentido? Literalmente les hablan acerca de cómo tener sexo en todas sus presentaciones, cómo tener sexo oral, cómo tener sexo anal, cómo utilizar un juguete sexual. Eso está hablando de una educación, no necesariamente la que se necesita o requieren nuestros niños y adolescentes, por supuesto, pero ellos se están dando cuenta de cuál es la necesidad que existe en nuestra cultura”.
—Sin embargo, no hay una evidencia clara sobre el daño que puede provocar el consumo de pornografía —les recuerdo.
—¿Cómo va a haber evidencia si no está reconocido, si no hay presupuesto para hacer investigación? Me encantaría que esto, Jair, lo pudieras plasmar en el reportaje: no va a existir el reconocimiento de la adicción a la pornografía porque no hay evidencia. No hay evidencia porque no está reconocido y, como no está reconocido, no hay presupuesto para la investigación como tal. Eso es así. Un círculo vicioso. Nadie se va a arriesgar a hacer investigación porque no tiene presupuesto para poder hacerlo; lo tienes que hacer con tus propios recursos, y eso es lo que estamos haciendo.
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Las puertas de la Biblioteca Central de la UNAM se abren. Es la mañana de un jueves de abril de 2025, y aunque son vacaciones, varias personas comienzan a entrar a este edificio con uno de los acervos bibliográficos más grandes de México, Patrimonio Cultural de la Humanidad. En unos minutos, cerca de la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras, aparecerá un chico robusto, de cabello quebrado, lentes pequeños y piel pálida. Es Javier. Hace unos meses no se hubiera imaginado que dedicaría sus vacaciones a estudiar.
“Estoy aprovechando estos días para avanzar con mi tesis —dice antes de entrar a la biblioteca, y mientras sube por el elevador al quinto piso, añade—: Tengo que ocuparme los días que no trabajo ni voy a la escuela. Es cuando hay más peligro de recaer”.
El ocio y la soledad son peligrosos, explicará después, porque en esos momentos lo abruman pensamientos intrusivos, los responsables de que recaiga en su adicción. Desde agosto de 2024, cuando comenzó a consumir contenido antipornográfico, intentó adoptar “medidas de seguridad”, como bloquear páginas porno, restringir al mínimo el uso de redes sociales y una medida que le ha costado: no quedarse solo, en especial en su cuarto. Para lograrlo ha modificado sus hábitos: comenzó a hacer ejercicio; ahora lee más (llevaba seis libros leídos en ese momento del año); está escribiendo su tesis y trabaja como becario en algo que se relaciona con su carrera. Ese cambio de hábitos sucedió gracias al NoFap, una práctica —y comunidad de internet— que consiste en la abstinencia de la pornografía y la masturbación durante determinado tiempo (dependiendo de la gravedad del caso) para “limpiar” el cerebro y aumentar la testosterona.
“Fap” se utiliza como una onomatopeya de la masturbación. Este movimiento de internet fue fundado en 2011 por el analista de datos estadounidense y autodiagnosticado adicto al porno Alexander Rhodes, quien, después de ver una publicación en Reddit donde se mencionaba un estudio que informaba que los hombres suben sus niveles de testosterona si no se masturban, decidió crear el foro. NoFap es una marca registrada de Rhodes, aunque su uso se expandió y se emplea de forma general para este ejercicio de abstinencia. Es probable que el estudio que leyó Rhodes (porque es el más citado por personas que impulsan el NoFap) sea “A research on the relationship between ejaculation and serum testosterone level in men”, elaborado por académicos chinos en 2003, en el que se afirma que un grupo de hombres que no se masturbaron durante siete días había aumentado un 145.7% de sus niveles de testosterona. Y aunque otros artículos detallan que después de esa semana de abstinencia no existe un incremento significativo de testosterona, muchos jóvenes han adoptado la práctica para tratar su consumo compulsivo de pornografía.
El NoFap se ha convertido en una subcultura de internet. Miles de hombres comparten experiencias y consejos sobre cómo la abstinencia los mejora. Existen cientos de influencers y gurús del NoFap, y aunque con estilos diferentes, todos comparten los mismos consejos. Quizá se deba a que comparten una misma referencia. Javier la encontró pronto. Cuenta que fue uno de los primeros videos que vio cuando se interesó en el tema. “El gran experimento del porno” es una charla ted publicada en YouTube en mayo de 2012; 13 años después, tiene más de 17 millones de reproducciones. En el video aparece un hombre delgado —suéter azul, pantalón caqui— que, de pie sobre un escenario de decoración austera, habla sobre la adicción a la pornografía durante 16 minutos: “En este estudio de los Países Bajos, ‘Predecir el uso compulsivo de internet: se trata de sexo’ (Cyberpsychol Behav, 2006), descubrieron que, de todas las actividades en internet, el porno es la que mayor potencial tiene para crear adictos”, dice el hombre a su audiencia. Se llamaba Gary Wilson, y fue un activista antiporno que, hasta su muerte en 2021, aseguró que esta adicción es algo científicamente comprobado y cuya recuperación se logra mediante la abstinencia sexual.
Wilson, que no fue psicólogo ni psiquiatra, creó en 2010 el sitio web Your Brain on Porn, donde se recopilan artículos y videos informativos sobre la adicción a la pornografía y sus consecuencias, que incluyen depresión, ansiedad, baja autoestima, aislamiento social, disfunción eréctil y eyaculación precoz. Varios de estos síntomas coinciden con lo que sentía Javier. Wilson también es el autor del best seller Your Brain On Porn: Internet Pornography and the Emerging Science of Addiction (Commonwealth Publishing, 2015), el cual, como respaldo a sus opiniones, recopila anécdotas de adictos en recuperación. Días después de haber visto la charla TED, Javier encontró el PDF del libro y comenzó a leerlo. “Ningún contenido del presente texto tiene como objetivo ser empleado para el diagnóstico o el tratamiento de un problema de salud”, advierte el libro en su hoja legal.
Javier consulta en una computadora la clasificación de los libros que necesita para su investigación, y comienza a buscarlos. En ese momento decide que él hará las preguntas. Me pide que le cuente más sobre la revista en la que se publicará este reportaje, sobre la carrera que estudié y por qué trabajo en algo que no se relaciona con mi carrera. No hablará más sobre el tema hasta que salga de la biblioteca y se siente en el pasto, abra su mochila y comience a sacar cosas para acomodar los libros que acaba de pedir. Afuera quedan una sudadera gris, una botella de agua, unos audífonos y un libro que no es de la biblioteca. La portada es amarilla y aparece un busto del emperador romano Marco Aurelio con el título Cómo dejar de preocuparte. Ser estoico en tiempos caóticos (Paidós, 2024).
—Leer me ha ayudado muchísimo —dice, supongo que descubriendo mi mirada indiscreta en el libro—. Yo no lo conocía, pero el estoicismo es un pensamiento muy valioso; te enseña autocontrol y disciplina.
Me pregunta si conozco el estoicismo. Le digo que sí.
—El año pasado leí a Marco Aurelio, por trabajo. Y en la carrera leí algunas cositas de Séneca, pero no mucho, ¿qué me recomiendas leer sobre estoicismo?
Me pasa el libro que trae y me dice que ese está bueno. No es extraño que personas que persiguen la abstinencia de algo encuentren una guía en esta corriente filosófica que pondera la virtud como guía en el día a día. En los grupos de NoFap que he monitoreado al menos una vez por semana aparecen publicaciones sobre pensamiento estoico, en las cuales se habla de disciplina, de meditación, o se usan imágenes generadas con inteligencia artificial para ilustrar algún comentario. “Una de las claves para vencer la pornografía es controlar lo que meditas, meditar fantasías sexuales te llevará a la masturbación y la pornografía, medita en cosas puras”, publicaron en un grupo del que Javier también forma parte.
El estoicismo —o al menos una parte de esta escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el siglo III a.C.— fue adoptado durante la última década por comunidades de internet integradas por hombres, como un arma para defenderse en un supuesto contexto donde se quiere destruir la masculinidad tradicional. Así como los incels y redpillers evitan relacionarse con mujeres, los hombres que siguen el NoFap practican la abstinencia. Son decisiones que se perciben como ejercicios de disciplina y autocontrol. Le pregunto a Javier su opinión de esos grupos. Elude la pregunta, me dice que no cree que ningún extremo sea bueno.
—Pero no son lo mismo, ¿o sí? Aunque igual hay muchas feministas que están en contra de la pornografía.
—Pues porque también les afecta a ellas —dice—. Vivir en una sociedad tan llena de porno las hace sexualizarse para recibir atención. Y se vuelven adictas a esa atención.
Luego regresa al estoicismo. Y hablamos un rato más. Pero el libro que estaba leyendo Javier en aquella mañana de abril no fue escrito por ningún estoico. Su autora es la periodista australiana Brigid Delaney y el texto pertenece a una tradición de libros de autoayuda que muestran una versión digerida de los pensadores clásicos. En el grupo de WhatsApp de L. también han compartido los pdf de obras como esa; por ejemplo, La llamada del coraje (Conecta, 2022), Diario para estoicos (Océano, 2020) o La disciplina marcará tu destino, del autor estadounidense Ryan Holiday.
Además de estos libros de autoayuda, otras medidas que se suelen recomendar en estos grupos virtuales son el ejercicio físico (en especial el levantamiento de pesas), bañarse con agua fría, la meditación, la escritura de un diario. Parte del objetivo de estas prácticas, además del fortalecimiento de la disciplina, es una transformación física: ganar masa muscular y subir los niveles de testosterona.
Días después leí Cómo dejar de preocuparte… Me encontré con el capítulo titulado “El maldito deseo”. Allí la autora escribe esto: “El deseo puede ser fuerte, incluso a veces abrumador, y toda la racionalidad del mundo puede ser insignificante cuando se trata de desalojar algunos deseos, especialmente los románticos y sexuales […] el uso estoico de la racionalidad puede ayudar a disminuir el sufrimiento derivado del deseo, pero no puede erradicarlo por completo”.

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Solo necesitas escribir en el buscador de internet “NoFap” o “adicción al porno” para que aparezca el contenido de gurús que aseguran tener la clave para superar la adicción a la pornografía. “Cómo hacer NoFap y sus increíbles beneficios” es el título de un video que aparece en los primeros resultados. Si bien la mayoría del contenido es en inglés, la comunidad en nuestro idioma está creciendo. En Facebook existe el grupo “NO FAP LatinoAmerica [sic]” con más de 7 000 miembros. El administrador se llama Jacob Rivera Cárdenas y es un joven colombiano con un canal de YouTube donde sube videos con títulos como “ÚNICA manera de Abandonar la PORNOGRAFÍA”, “Lo más PERTURBADOR de la Adicción al NOPOR”, “Recapitulación los SECRETOS para Salir de la adicción al PORNO”. Contacté a Jacob para solicitarle una entrevista. En un inicio había aceptado, pero después pidió un pago de 35 dólares: su tarifa por una hora de asesoría a través de videollamada.
Busco en otras redes. De inmediato encuentro en Instagram un perfil enfocado en el NoFap. La primera publicación de esta página es un video donde aparece un hombre sentado en una silla alta, vestido con suéter y jeans azules; en las manos sostiene un libro. “He descubierto que hay una batalla, una lucha muy fuerte, que están enfrentando tanto creyentes como no creyentes. Estoy seguro [de] que dijiste alguna vez: ‘Esta vez no lo vuelvo a hacer’, y volviste a caer. Estoy seguro [de] que estás agotado de aquel hábito que te está drenando, esclavizando. […] Estoy seguro [de] que estás cansado de luchar solo, sin ningún plan”, dice el hombre en este reel que se subió en diciembre de 2024. El protagonista del video se llama Hayden Lema, es un pastor boliviano de 42 años que vive en California, Estados Unidos. En su página, llamada “Movimiento Bajo Fuego”, habla sobre la adicción a la pornografía mientras promociona su libro, que se titula igual. Ese video apenas tuvo 16 likes, pero 10 meses después su página tiene más de 32 000 seguidores. Le escribo al pastor Hayden y acepta conversar una mañana de finales de junio.
—¿Por qué decidió hablar de la adicción a la pornografía en internet?
—Este movimiento nace del dolor. Es un tema muy sensible: muchas personas batallan con él; todas batallan en silencio —la pantalla muestra a un hombre de aspecto pulcro: la camisa negra planchada, el cabello peinado hacia atrás con gel, afeitado—. Quería poner una voz a esto; un lugar donde todos puedan encontrar una comunidad, a alguien que les hable directamente. Sin tabúes. Sin esconder nada.
Detrás de Hayden aparece el logotipo de la marca: una llama de fuego. Aunque no niega que su labor religiosa influye —su vida es indivisible de su misión como pastor—, asegura que su cruzada contra la pornografía se debe a que su consumo se ha convertido, sí, en una “pandemia moderna”.
—Las estadísticas dicen que, de cada 10 hombres, siete han consumido pornografía o la consumen y la utilizan como un medio de escape, la utilizan como un medio de sentirse bien. Pero es una trampa. Porque es un momento instantáneo.
—Pero ¿el consumo casual puede considerarse una adicción?
—Ese es el comienzo. Te lo cuento porque también lo batallé. En un momento de mi vida se me hizo fácil consumir, y lo que al principio es una excitación, un momento de euforia, un momento de dopamina, se convierte rápido en una práctica, en una condena. Eso me llevó a entender que hay muchos hombres que están enfrentando esto en silencio, a escondidas. Porque nunca vas a ver un post de alguien que ponga en sus redes sociales: “Aquí, consumiendo pornografía”.
Durante casi 20 años como pastor evangélico, muchos hombres y mujeres de diferentes edades se han acercado a Hayden para confesar su adicción a la pornografía: “Casualmente a mí me caen mucho esos casos, no sé por qué, pero entonces me digo: ‘Por ahí es el camino’”. Así se animó a emprender la idea de escribir un libro y diseñar un programa para “liberar” a las personas de su adicción. “Soy pastor, pero también tengo una especialidad en coaching de recuperación a través de ejercicios de neurociencia”, explica luego de ser cuestionado sobre si cuenta con estudios sobre temas de salud o adicciones. En 2024, Lema empezó a publicar videos en TikTok e Instagram, y con cada publicación se fueron acumulando las visualizaciones y los mensajes. “Me empezaron a escribir hombres diciéndome: ‘Desde que soy un niño entré a este mundo de la pornografía y no he logrado salir. Ahora ya soy un hombre de 40 años y no logro salir. Pero cada vez me siento más vacío’. Me han escrito también jovencitos diciéndome: ‘Ya no puedo concentrarme, lo único que pienso es cómo meterme al baño y mirar videos’. Otros me han dicho: ‘Ya no me excita lo que veo, necesito buscar cosas más fuertes’”.
—¿En qué consiste el método de Movimiento Bajo Fuego?
—El libro busca generar en ti una introspección, que tú empieces a analizarte y a conocerte. ¿Por qué? Porque este hábito en específico no funciona igual para todos. Lo que sí es general es que es un principio neurológico que se llama el principio de Hebb. La gente siempre va a buscar una receta mágica o va a buscar algo como motivacional, pero Movimiento Bajo Fuego no se trata de eso, no es magia, no es motivación, es un proceso: uno real. Mi enfoque es a través de herramientas de neurociencia y principios espirituales.
En su sitio de internet, el proyecto del pastor Hayden se publicita como “la primera guía práctica para vencer la pornografía y romper hábitos ocultos”. El libro tiene 12 capítulos con hojas de trabajo y “estrategias bíblicas para renovar tu mente y fortalecer tu fe”; cuesta 19 dólares e incluye un devocional de 30 días, “una guía diaria para conectar con Dios, vencer la tentación y aplicar verdades bíblicas en tu lucha contra la pornografía…”. Dentro del servicio también ofrece sesiones personalizadas y talleres. En sus redes sociales anuncia: “Esto no es un grupo de Whats más. Es comunidad con estructura, sesiones grupales y seguimiento real”.
—¿Y quiénes son las personas que se acercan para adquirir su libro y entrar en sus sesiones?, ¿son hombres, mujeres?, ¿de qué edades?
—De todas las edades.
Al final, Hayden me pide que transmita que para vencer esta adicción se debe hablar de ella: es un camino que se transita acompañado. Y la prueba de ello, al parecer, viene de Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
—Cientos viven prometiendo que no lo volverán a hacer. A Dios, a su esposa, a sí mismos. Pero siempre vuelven a caer. Porque pelean con pura fuerza de voluntad. Y así nunca van a ganar.
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—Como experto, ¿qué le recomendarías a alguien que vive en esta situación? —le pregunto al psicólogo José Ignacio Nevarez.
—Definitivamente, uno de los principales criterios que tenemos que enfrentar, es el conflicto, el conflicto intrapsíquico. Existe mucha vergüenza y pena. Entonces, el primer paso que tenemos que dar es hablarlo. La adicción se alimenta precisamente del ocultismo, del tabú. Sé que es muy complicado el poder expresarlo, que se tiene un problema, porque no es lo mismo entrar, por ejemplo, a un lugar de Alcohólicos Anónimos, a entrar a un lugar que dice “Pervertidos Anónimos”.
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Un pequeño círculo formado por seis sillas, 12 piernas, cuatro pares de tenis, un par de botas y un par de zapatos. Tres mochilas. Algunos llegan a las reuniones al salir de la escuela o del trabajo. En esta reunión a mediados de marzo ha asistido el aforo promedio. Los focos proyectan una luz amarilla que enfatiza las sombras en el patio de la casa de L. Un chico que no estuvo en la otra sesión a la que me invitaron está hablando sobre lo mucho que le cuesta no consumir pornografía. Habla sobre evitar estímulos. Habla sobre recaídas. Menciona las palabras “ansiedad”, “culpa”, “voluntad”. La mayoría de los participantes lo escuchan mirándolo a los ojos; otros dos chicos miran el suelo.
—Identifica cuál es tu detonante, porque esa es la raíz del problema —le aconseja L.—. Pueden ser muchas cosas las que te lleven a ello, pero eso es algo que solo tú puedes ver. A lo mejor lo ves cuando te sientes estresado o porque te sientes solo. Debes identificarlo para ir cambiando cosas a partir de eso.
—A mí me funciona no pensar que lo dejaré para siempre —agrega Jaime, después de que otros participantes dieran sus consejos—. Piensa: ‘Hoy no veré porno’. Que esa sea tu meta. De un día. Y si te entran ganas, ponte a hacer ejercicio, lagartijas. Un chingo. Hasta que te canses. Con el paso del tiempo, la mente se acostumbra a tu nueva realidad.
Para L., los espacios virtuales y presenciales que construyó con otros hombres han conseguido lo que no logró la terapia psicológica. “A mí un psicólogo me dijo que era normal, que no había problema, que lo que estaba afectándome eran mis prejuicios sobre la pornografía”, recuerda. La iglesia tampoco funcionó. Comenzó a asistir poco antes de su divorcio, por petición de su exesposa, pero “iba a confesarme y el padre me decía que el Salmo 91 [“Y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno”], que rezara tal y cual, y yo iba y rezaba y luego recaía y volvía a consumir”. Durante el confinamiento de 2020, su esposa consumó el divorcio y dejó la casa donde vivían. “Y yo hasta feliz me sentía, porque tenía la casa para mí solo, me pasaba viendo pornografía día y noche. Así estuve 15 días”. Esos días de constante mirar porno y masturbarse le provocaron heridas en el pene. Asustado, buscó en internet qué podía hacer. Y como Javier, como Jaime, como muchos otros hombres, encontró grupos y foros donde podía expresar su dolor desde el anonimato.

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Los orígenes de la pornografía, como se conoce en la actualidad, se encuentran en la Revolución francesa. Antes de esta época, la palabra era usada en su sentido original —πόρνη (prostituta), γράφ (lo escrito)—, refiriéndose a la prostitución, casi siempre en contextos de salud pública. Fue en el siglo XVIII cuando el término se expandió para nombrar unas estampas con ilustraciones satíricas de reyes, clérigos y aristócratas en contextos sexuales. En ese momento la pornografía adoptó su carácter tabú: adquirió la definición de transgresión. Una vez consumada la Revolución francesa, se fue diluyendo la carga política de las ilustraciones y empezaron a comercializarse de manera clandestina —siempre de manera clandestina—, para estímulo erótico del comprador. Y aunque con variaciones en el soporte —de la ilustración, al daguerrotipo, a la fotografía, a las revistas, al cine, al VHS, al DVD, a la televisión por cable, al internet—, la pornografía sigue siendo lo mismo desde entonces: una representación gráfica de contextos sexuales para el estímulo erótico.
Este resumen no lo conseguí gracias a una erudición pornógrafa, sino a que leí Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral, de Naief Yehya, una obra que recorre la historia de la pornografía y debate algunas de las críticas que ha recibido; entre ellas, la supuesta adicción que provoca su consumo desmedido. “Desde su invención ha sido siempre más fácil determinar la pornografía por sus efectos en quienes la ven que por su contenido. Pero como dichos efectos son meramente subjetivos, para elaborar una definición responderá inevitablemente a la postura ideológica de quien la haga”, escribió Yehya. Y entonces la pornografía puede ser un arma de opresión capaz de conducir a los hombres a la catástrofe o una herramienta liberadora que puede canalizar pulsiones, según quien mire: “Nada es pornográfico sino hasta que alguien en el papel de censor lo determina como tal”.
Como toda obra ensayística, algunas de las reflexiones han caducado. Es un libro que se publicó previo a la masificación de internet, y el propio Naief fue consciente de esto. Por eso ha publicado otros dos libros sobre el tema: Pornografía. Obsesión sexual y tecnología (Tusquets, 2012) y Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios (Tusquets, 2013), en los que aborda la pornografía desde un consumo más compulsivo. Charlamos una noche de finales de mayo, a través de una videollamada. Mientras acomoda la cámara para enfocar su rostro, me platica que espera escribir un nuevo libro sobre el tema, donde abordará lo que ha pasado tras el fenómeno de OnlyFans. “Ese proyecto es el que sigue; está un poco parado porque se me atravesó mi proyecto de los hongos”, dice refiriéndose a El planeta de los hongos. Una historia cultural de los hongos psicodélicos (Anagrama, 2024).
Le explico que leí sus libros, que he entrevistado a varios hombres que intentan lidiar con su consumo compulsivo de pornografía, que he conversado con psicólogos y gurús y que he leído estudios de diferentes universidades. Y no hay conceso. Lo que viven las personas está ahí; es innegable, pero también es innegable que hay una carga moral y culpa. Mucha culpa.
—Cuando esta gente habla de adicción, cuando ellos mismos se dicen adictos, yo no estoy seguro de qué estén hablando —dice Naief—. Yo no soy psicólogo, como sabrás, por lo que soy básicamente analfabeto en estos asuntos. Pero he escrito sobre esto por bastante tiempo, y soy ensayista, por lo tanto, un buen impostor. He escrito sobre este consumo desde hace muchas décadas y me cuestiono mucho sobre el tema.
—¿Por qué?
—Porque no se es adicto a un objeto, se es adicto realmente a la reacción de la dopamina en nuestro cuerpo. Lo que queremos es alimentar al mono que jala la palanca de la máquina tragamonedas. Ese que está en nuestra cabeza.
De que puede existir la adicción, claro que puede existir, dice, pero desconfía de todo lo que se ha formado alrededor de la adicción a la pornografía. “¿Qué pasa cuando no podemos parar? Pues la gente busca soluciones en los métodos religiosos o en el sometimiento del cuerpo. Son los métodos más comunes; seguro hay más”, explica. Y pienso en los retos del NoFap y sus 30, 60, 90 días de abstinencia; en los mensajes que se publican en grupos de apoyo anunciando la recaída; la ansiedad y la culpa; la desesperación ante la falta de autocontrol.
—Lo primero que sale cuando uno se mete, por ejemplo, en Amazon es una catarata de libros de autoayuda en los cuales todos son así de “cómo curé mi adicción, las cadenas que me someten, el horror de tal”. Todos tienen una connotación de sacrificio, de victimización y religión.
Entro discretamente a Amazon y escribo “Pornografía” en el buscador. Y sí, aparece una catarata de libros: Tu hijo a un clic de la pornografía (Solar Pod, 2020); Pornografía. Comprender y afrontar el problema (Spiritu Media SL, 2019); Un amigo lucha con la pornografía (Poiema Publicaciones, 2018); Tu cerebro pornificado. Neurobiología de la recompensa (Commonwealth Publishing, 2024). La manera más fácil y sencilla de dejar la pornografía: abandone la pornografía de forma inmediata, sin dolor, sin fuerza de voluntad y sin ningún sentimiento de privación o sacrificio (EasyPeasy, 2021).
“Como cualquier otra adicción, puede sin duda tener consecuencias devastadoras. No obstante, la importancia que súbitamente ha adquirido este tema y las reacciones desproporcionadas que provoca nos hablan de que más allá de denunciar a una patología […] lo que se busca es una vez más combatir a las imágenes pecaminosas y perseguir a los masturbadores, asustarlos con historias terribles de decadencia, desintegración individual y social”, escribió Naief en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral.
—Hay una pequeña industria de psicólogos, pseudopsicólogos o pseudoterapias que están enfocados en este campo; tienen sus sitios web, su negocito —añade Naief—. Es una cosa bastante formulaica, donde entrelazan el conocimiento del cuerpo y del cerebro con un dogma, a veces disimulado, a veces no disimulado del todo.
—Siguiendo este argumento, si antes se censuraba desde la moralidad, ahora se hace desde la preocupación por la salud, se reviste como una cuestión del cuidado físico y mental —añado.
—Eso es lo que exactamente está pasando. Lo que estamos viendo ahora es una sustitución de la vergüenza. Ya no tenemos a un Dios al que responderle, sino que vamos a responderle a la química; la química es la que me tiene esclavizado: “No es mi voluntad, no es mi deseo, es algo más allá que no puedo controlar”.
—La situación se complica porque no hay estudios concluyentes, entonces, como dices, hay mucho prejuicio a la hora de hablar del tema.
—Esta generación es un experimento, un experimento vivo. Nunca antes tanta gente estuvo sometida, o expuesta, más que sometida, a tantos estímulos sexuales, eróticos, de tantas formas, con un acceso tan instantáneo. Esto es una novedad con consecuencias impredecibles. Cada quien puede instrumentar su “detoxificación” como crea. Pero lo que sí no puedo aceptar es que estos nuevos chamanes de la desexualización tengan las respuestas.
Esta generación es un experimento. Un experimento vivo.
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La palabra que más he escuchado y leído en los últimos meses ha sido “adicción”. La encontré en foros de ayuda; en el título de papers que abordan el tema; la han dicho todas las personas con las que he conversado. Y entonces platiqué con Marco Almazán, médico y sexólogo clínico del Instituto Mexicano de Sexología. De entrada, me dice:
“Quizá lo mejor sea no hablar de adicción”.
En el enfoque humanista de la sexología, la pornografía no se clasifica como adicción, continúa el sexólogo. Hay que tomar con pinzas la palabra porque el mismo nivel de consumo puede ser problemático para una persona y para otra no, y también porque la palabra puede tener una carga moral que provoca más ansiedad en las personas.
“Quienes acuden conmigo refiriendo ‘adicción al porno’, por lo general, ya vienen con una carga de culpa, con una carga de angustia. Ya han leído muchas cosas, y la información, más que darles alivio, les causa más ansiedad, más confusión todavía”, aclara Almazán.
Conversamos un mediodía de abril de 2025. El especialista viste un suéter rojo que resalta sobre la pared blanca llena de diplomas que hay detrás de él. Como sexólogo, las dificultades sexuales de hombres y mujeres son uno de sus principales campos de consulta. En los últimos años, atiende a cada vez más personas preocupadas por su consumo de pornografía.
—Las personas están dentro de estas características demográficas poblacionales: son varones y hetero (los que yo he visto mayormente). Pero también he atendido a hombres homosexuales con este problema.
—¿Son jóvenes?
—Sí. En su mayoría suelen estar en sus veintes, treintas. La mayoría suele compartir esta historia de inicio temprano en el consumo del porno.
—¿Qué otras características comparten?
—Me refieren que han intentado parar el consumo, que han intentado las lecturas de ciertos libros, el NoFap, la ayuda en distintos grupos; han buscado muchas alternativas. Alternativas que en muchos casos no dan resultados, pero sí mucha ansiedad y culpa. El discurso de muchos influencers y libros que dicen ayudar se basa en la culpa.
Desde su enfoque, la clave para Almazán está en construir espacios seguros, profesionales y empáticos, donde no se juzgue ni se impongan diagnósticos apresurados, sino que se escuche y acompañe. En lugar de buscar etiquetas o patologizar, apuesta por acompañar a la persona en un ejercicio de introspección donde se pregunte: ¿qué lo lleva a consumir?, ¿cómo vive su sexualidad?, ¿qué significa para él el contenido que consume?
“Desarrollar una compulsión o consumo problemático del porno está muy relacionado con el inicio temprano del consumo. En México, el promedio más o menos es de los 10 a los 13”, me explica Almazán. En efecto, las personas con las que he conversado me dijeron que comenzaron a esas edades, de los nueve a los 13 años.
Marco considera que la educación sexual puede prevenir el consumo problemático de pornografía. “Pero alguien va a decir: ‘¿A qué te refieres?, ¿hablarles a los niños del porno?’. Pues no, [se] va haciendo como una alfabetización, ir dando la información adecuada a las edades adecuadas”, dice. Una educación sexual integral adaptada a cada etapa (comenzar a hablar del tema, por ejemplo, a la edad promedio en que se inicia el consumo) da más herramientas críticas a la hora de acercarse a este contenido. Y es que, aunque los padres y docentes no quieran, el porno va a llegar: por un amigo, por un primo, por una publicación de redes sociales o un clic en un sitio equivocado.
Por eso es vital mantener un canal de comunicación abierto, dice Almazán, donde adolescentes puedan hacer preguntas, expresar dudas y no sentirse solos ante lo que ven o sienten: “Decirles: ‘En internet puedes encontrar contenido sexual explícito que no necesariamente se asemeja a la realidad de las experiencias que tú vas a tener; si lo encuentras, si lo empiezas a consumir, pues trata de tener esto en cuenta’. Decirles que a fin de cuentas no es real, que te puede eventualmente también ir generando inseguridades con tu cuerpo —comenta—. Creo que es importante hacer énfasis en el consumo informado, reflexivo y crítico: qué es lo que veo, cada cuánto lo veo, cómo me hace sentir lo que veo”.
Es una postura muy diferente al alarmismo que se palpa en videos y publicaciones (la “pandemia silenciosa”, “generación porno, el origen de una pandemia terrorífica”).
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El viento trae algunas gotas de la lluvia que paró hace unos minutos. Jaime espera afuera de un Starbucks, en una colonia gentrificada de la Ciudad de México. Es el jueves de la primera semana de mayo y en unos minutos asistirá a una reunión con un nuevo grupo de apoyo. Los contactó esta semana a través de su página de internet. No es que quiera distanciarse de sus compañeros de WhatsApp, pero acaba de conseguir un empleo por la zona y el traslado a la casa de L. se le complica. “Estoy nervioso”, confiesa. Dos horas y media después, Jaime regresa a la cafetería. No me quiere dar detalles sobre la reunión porque le dijeron que no se puede hablar sobre ella a medios de comunicación. “Lo que ahí se habla, ahí se queda”, dice que le dijeron. Pero no es nada raro, me asegura, son reuniones similares a las de Alcohólicos Anónimos. Se sientan en círculo, hablan de sobriedad, de lujuria; alguien compartió su testimonio; al final hacen una especie de meditación. “En realidad son muy parecidas a las del nuestro grupo, solo que aquí son religiosos. Había una imagen de ‘Yisus’ en el salón”, señala.
—¿Y sí vas a seguir yendo?
—Pues chance. No sé, no estuvo mal. Quizá solo me brinca eso que dicen de la lujuria, “ser adictos a la lujuria”. Se me hace muy religioso, ¿no?
Jaime no profesa ninguna religión y considera que no es necesaria para atender la adicción que desea superar. Sin embargo, jamás se ha cerrado a buscar alternativas.
—Disculpa que te hiciera venir, ya ni pude decirte nada que te sirviera.
—No te preocupes. Al contrario, gracias por invitarme.
—Yo pensé que ahorita ya iba a salir curado —dice sonriendo—. Ese hubiera sido el final perfecto para el reportaje.

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José Mario Martínez Thomas es urólogo y vive en la Ciudad de México. Conversamos una tarde de mayo. Lo primero que me comenta es que ha observado un aumento en el número de pacientes que asisten a consulta preocupados por las posibles consecuencias de un consumo prolongado de pornografía y la masturbación compulsiva que los acompaña.
“El uso compulsivo o la adicción de la pornografía sí tiene consecuencias en el aspecto sexual de las personas —dice—. En las disfunciones sexuales: la disfunción eréctil, la eyaculación precoz, la aneyaculación. Es un tema bastante controversial en el aspecto de que no hay como tal un estudio concluyente, pero sí es un tema que se ha estudiado demasiado. Y sí hay bases neurológicas que confirman que la adicción a la pornografía sí tiene secuelas urológicas”.
Regresamos al asunto de la saturación de los neurotransmisores de dopamina, que producen desensibilización. Cada vez ocupa más dopamina el paciente y a veces eso no lo puede producir con un estímulo sexual real, lo que a su vez provoca la disfunción eréctil. En pacientes de este tipo también se ha observado dolor pélvico y uretral. “En el aspecto del piso pélvico está bien comprobado que puede llegar a producir dolor crónico, porque se acompaña la pornografía con la masturbación compulsiva. También puede producir disminución en la producción de testosterona”, explica el médico egresado de la UNAM y miembro de la Asociación Americana de Urología.
El doctor Martínez matiza: todos los casos son distintos, no se puede descartar ninguna posibilidad. “Las principales causas [de las disfunciones sexuales] son el sobrepeso, el sedentarismo, la ansiedad, la diabetes, la hipertensión, el tabaquismo, el uso de drogas —y sí—, el consumo compulsivo de pornografía”. Por esa razón, no se puede caer en el autodiagnóstico.
¿Y cómo se procede con las personas a las que sí se les diagnostica un consumo compulsivo, relacionado con disfunción eréctil? Viene un tratamiento de fortalecimiento de piso pélvico, acompañado de terapia cognitivo-conductual. Y abstinencia: “Entre los siete y los 21 días de quitar la pornografía, el paciente empieza a ver mejoras significativas, tanto en la producción de testosterona como en el deseo sexual, como en la calidad de la erección y la eyaculación”, explica el urólogo. En contraparte del fatalismo de algunos grupos de internet, el urólogo se muestra optimista: “A veces el tratamiento es más fácil de lo que uno puede llegar a pensar”. Pero es necesario, advierte Mario, que asistan con profesionales. Si se da un buen tratamiento al paciente, la tasa de satisfacción es muy alta, por arriba del 80% al 90%.
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Desde hace unos años se habla de la epidemia de soledad masculina en contextos angloparlantes. Cada vez nos resulta más difícil a los hombres establecer vínculos afectivos, no solamente relaciones sentimentales, sino también de amistad.
La American Perspectives Survey publicó en mayo de 2021 que una cuarta parte de los hombres estadounidenses menores de 30 años consideran que no tienen amigos cercanos. No existe una encuesta parecida en el contexto mexicano; sin embargo, el crecimiento de grupos radicales en nuestro país puede ser una pista de la crisis de salud mental en nuestro país. Los hombres no hablamos de cómo nos sentimos; no tenemos con quién hablarlo.
En septiembre de 2025, Jaime me mandó un mensaje luego de que un joven de 19 años asesinara a un compañero estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel sur, Ciudad de México, uno de los bachilleratos de la UNAM. Conversamos durante días sobre lo que significa crecer en soledad, no tener a alguien a quien contar tus problemas. “Está cabrón, está muy fuerte lo que pasó. Lamentablemente, es consecuencia de que no existan apoyos para hablar de los problemas que vives, y eso terminó explotándole [al asesino]”, me dice en una nota de voz.
El NoFap es un tema muy visible dentro de comunidades incels y redpillers. Esto no significa que las personas con un consumo problemático de pornografía necesariamente difundan mensajes violentos contra mujeres o disidencias sexuales. “Jamás culparía a las mujeres o al feminismo de lo que me pasa. Sí sé que muchos de esos chicos también tienen un problema con la pornografía, pero eso no justifica la violencia —responde Jaime a mi pregunta sobre esos grupos y su cercanía con los ideales del NoFap—. Creo que toda esa energía podrían dedicarla a ayudarse entre ellos. En el grupo, tú estuviste dentro y viste: jamás hemos difundido ese tipo de mensajes”. Porque no todos los grupos de hombres que se crean en internet son semilleros de radicalización. L. y Jaime me lo han demostrado: hay hombres que solo quieren ser escuchados y encontraron a otros hombres con la misma necesidad.
Luego, Jaime bromea de nuevo con lo del final de este reportaje. Tiene razón, no sé cómo terminarlo. Que el prejuicio en torno al consumo de pornografía existe es tan cierto como el hecho de que no hay estudios concluyentes que nos ayuden a comprender el problema. Quién sabe cuándo se realicen. Mientras tanto, existen hombres que buscan curarse y salir de algo que llaman adicción. ¿Quién soy yo para decir que su dolor no existe o minimizarlo? Pero no puedo dejar de pensar en las palabras del sexólogo Almazán. Quizá la palabra “adicción” no sea la adecuada para nombrar lo que viven.
Veo a Jaime por última vez a inicios de octubre de 2025. Una tarde lluviosa, en esa colonia donde ahora trabaja. Lo espero en la misma cafetería. Días antes les escribí a L. y a Javier. El primero dijo que en ese momento no se sentía con ánimo de hablar, pero que está bien. Sigue pensando en cómo hablarle del tema a su hijo, que el próximo año cumplirá 11. Tardé un día en contestarle, porque no sabía cómo hacerlo. Al final le compartí la transcripción de la entrevista con Almazán: “Aquí un médico y sexólogo me comentó cómo se puede hablar del tema a los niños según sus edades. Ojalá pueda ayudarte :)”. Javier tampoco quiso conversar. Quizá después, me dice. En este momento está asistiendo a terapia, algo que ya había intentado. Sigue estudiando sobre el NoFap. “Voy a hacer videos para difundir el tema y ayudar a quien lo necesite”, me confía en un mensaje.
Sentado en una mesa del balcón de la cafetería, Jaime me cuenta, alegre, orgulloso, que sigue sin recaer. Después me dice que estuvo haciendo cálculos de todo el tiempo que le quitó el porno, de todo el tiempo que tiró a la basura.
Ha dejado de llover. Las nubes grises no permiten apreciar el atardecer, pero aun así se siente que el día oscurece. El alumbrado público ahora ilumina la calle.
—Todos los días —continúa— por lo menos veía porno una hora. Una hora. Puedes pensar que no es mucho, pero fueron 15 años… No tenía conciencia del tiempo.
—¿Cuánto tiempo fue? —no soy bueno en matemáticas.
—Son 5 475 horas. Eso son 228 días. Más de medio año. Es tiempo que no voy a recuperar nunca, que me quitó el porno. Pero al menos me sirve como un recordatorio.
—¿De qué?
—De que ya perdí mucho tiempo. No puedo desperdiciar más.
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Un retrato de hombres adictos a la pornografía en México.
Nunca antes tantas personas estuvieron expuestas a tantos estímulos sexuales de tan diversas formas, con un acceso instantáneo. Con un ánimo catastrofista es fácil establecer que asistimos al inicio de la era del “cerebro pornificado”; sin embargo, en este reportaje se recolectan indicios suficientes para afirmar que no conviene internarse en un territorio desconocido (y poco investigado desde la ciencia) lanzando señales de alarma. ¿Es inevitable que el consumo de pornografía se vuelva problemático? ¿Qué tan en serio se pueden tomar los discursos de todos esos gurús del NoFap que parecen lucrar con la culpa y las vidas arruinadas de millones? ¿La reacción se torna en un nuevo movimiento de desexualización moralizante? Un primer paso: conocer el dolor de los que viven en la cárcel que no se atreve a decir su nombre.
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La tarde del 27 de agosto de 2024, Javier fue a la fiesta de su sobrino, que cumplía tres años. Lo abrazó, le dio su regalo. Jugaron juntos un ratito, se sentaron a mirar las caricaturas en la tableta del niño. Saludó a unas tías; platicó con unos primos de los que se había distanciado en la adolescencia, hace más de 10 años. Javier estaba disfrutando la fiesta, hasta que llegó la “sustanciación”. Una urgencia, una ansiedad que cada tanto, dice, invade su cuerpo. Javier se encerró en el baño; puso el seguro a la puerta, desbloqueó su celular y entró a Google Chrome. Encontró el video que buscaba porque sabía las palabras exactas del título. La imagen, la referencia, había llegado a su mente de repente. Algo que no podía controlar.
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El zaguán y la fachada son blancos. Una casa de una planta con varillas expuestas en el techo, expectantes de una ampliación que tal vez no llegue. Es la dirección que indica el mensaje de WhatsApp. Es enero de 2025, en una colonia de la periferia de la Ciudad de México, declina la tarde y las sombras robustecen. Golpeo el zaguán y en menos de un minuto un hombre abre la puerta. Es moreno; debe medir menos de 1.70 metros. Viste una camisa polo azul marino. Su nombre empieza con L. No obtendré más datos personales. Con el nombre basta. Aquí no se pregunta nada más que eso. Es una de las reglas de las reuniones. La luz amarillenta de dos focos ilumina un patio donde se estaciona un automóvil Nissan. Cerca de la entrada de la casa hay seis sillas de madera de un comedor. Seis. El número usual de asistentes. Esta tarde noche sobrarán dos sillas.
—¿Es Yair o Jair?
—Yair. Pero se escribe Jair.
—Yair, okey. Siéntate. Vamos a esperar a que lleguen más compañeros. Vas a participar como uno más del grupo.
L. explica que estas reuniones son una extensión del grupo de WhatsApp en el que él y otros hombres comparten inquietudes respecto a su adicción a la pornografía. La dinámica es simple: se reúnen en la casa de L. y conversan sobre cómo se sienten, si han tenido “recaídas” y cómo evitarlas, se aconsejan. Lo hacen porque algo está pasando: L. lo llama una “pandemia silenciosa”.
Miles de hombres jóvenes se reúnen en diferentes espacios de internet para hablar de su adicción a la pornografía. No son espacios visibles, pero se encuentran rápido si se busca “NoFap” o simplemente “adicción al porno”. Existe una preocupación por el tema, es indudable. El estudio “The broad reach and inaccuracy of men’s health information on social media: analysis of TikTok and Instagram”, publicado en 2022 por académicos de la Northwestern University Feinberg School of Medicine en el International Journal of Impotence Research, reveló que el término “retención de semen” —especie de terapia para contrarrestar los supuestos efectos negativos del consumo compulsivo de pornografía— es el tema más popular relacionado con la salud masculina en las redes sociales TikTok e Instagram, en Estados Unidos. No se tienen datos parecidos sobre México, pero sí se sabe que el país es uno de los principales consumidores de pornografía a nivel mundial. En diciembre de 2024, la plataforma PornHub publicó su informe anual, donde expone las tendencias y los comportamientos de consumo de sus usuarios. México ocupa el cuarto lugar en consumo, por detrás de Estados Unidos, Francia y Filipinas. Además, es el país en el que los usuarios pasan más tiempo en el sitio web, con un promedio de 11:01 minutos; la media global es de y 9:40 minutos. Los usuarios mexicanos que más consumen pornografía en este sitio son los que tienen entre 18 y 24 años.
Alguien toca al zaguán. L. me dice que regresa en un momento. Aparece Jaime, que no es su verdadero nombre. Es más joven que L. Viste una playera y jeans holgados que agrandan su cuerpo delgado.
—Pero solo vas a grabar el audio, ¿verdad? —pregunta luego de presentarnos. El anonimato es una de las cuestiones más importantes en estos grupos.
El grupo del que forman parte L. y Jaime surgió primero de manera virtual a mediados de 2021. La idea fue de L., y se le ocurrió después de participar en varios grupos de apoyo para atender su adicción a la pornografía, que en ese entonces ya había provocado su divorcio. “Más que nada fue la necesidad de tener dónde hablar de lo que vivimos. Porque es imposible hablarlo con nuestras familias o parejas. Jamás lo van a entender. A veces ni los psicólogos lo hacen. Te sientes juzgado”, explica.
Jaime fue uno de los primeros en unirse al grupo. Ahora, en octubre de 2025, hay 132 miembros en el grupo de WhatsApp. “La idea es darnos motivación diaria, porque esta es una adicción que afrontas solo”, dice L. Entre los mensajes que se envían están los de ánimo —“Siete días de abstinencia. Vamos por más”—; hay quien pide consejos: “Oigan, ¿qué recomiendan para no tener tanta ansiedad?”. Cada tanto L. postea el link de invitación en alguna publicación en grupos de Facebook que hablan sobre el tema; a veces otros miembros, cercanos a él, lo comparten en foros de Reddit o hasta en X. Con todo, no acepta todas las solicitudes de entrada que recibe; es una estrategia para cuidar la privacidad del grupo, porque hay muchos estigmas contra los adictos a la pornografía: ha sucedido que comparten el vínculo en redes sociales y entran personas que escriben mensajes ofensivos e incluso comparten contenido pornográfico. “Te atacan, se burlan o te exhiben en redes sociales. Piensan que eres un pervertido o hasta un pedófilo de lo peor; cuando en realidad solo eres una persona que quiere recuperar su vida”, cuenta L.
—¿Pasa seguido?
—Algunas veces —dice L.—. No sé qué ganan haciendo eso. No entiendo por qué buscan lastimarnos, si no estamos haciendo daño a nadie.
Meses después de esa conversación, el miércoles 14 de mayo de 2025, el grupo sufrió otro ataque: una persona se unió y comenzó a compartir videos porno y a escribir mensajes ofensivos que no alcancé a leer porque L. borró todo de inmediato. Evitar el contacto con el contenido sexual explícito y no explícito es fundamental en el tratamiento.
—Uno debe buscar la manera de evitarlo: por los estímulos. Debes limpiar tu algoritmo, bloquear páginas; si hace falta silenciar amigos, lo haces. Porque nunca falta en los grupos de amigos el que manda porno —dice L.
—Tengo un amigo así —interviene Jaime—. Que manda nopor en un grupo que tenemos amigos de la universidad. Es el único que lo hace, no sé por qué. No le digo nada. Cada vez [que] manda algo mejor lo borro de inmediato. No me arriesgo a verlo.
—De ahí se entiende la importancia de nuestro grupo.
Con las reuniones presenciales de una vez por semana ya llevan un año. “Algo que nos gustaría, y espero que se haga, es salir más, juntos, a alguna excursión…”, dice L., y por primera vez suena alegre, optimista.
Pasan 20 minutos. Alguien más golpea el zaguán. Entra otra persona e inicia la reunión. En círculo, todos de pie, hacen un pequeño ejercicio de respiración con los ojos cerrados. Se sientan y durante más de una hora conversan sobre cómo ha estado su semana y de los progresos que han tenido. El principal tema son las tentaciones que han enfrentado y los incitan a recaer.

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Algo que aprendí en estos meses fue que la sensación llega en cualquier momento. La sustanciación. Lo describen como una urgencia que recorre el cuerpo; hace que las manos se entuman e inunda la mente de pensamientos sexuales intrusivos. Los que viven agobiados por esa urgencia dicen que llega a manifestarse en los lugares más impensados. En el transporte público. En la escuela. En el trabajo. En la casa de un familiar. En una fiesta. Explican que la necesidad de hacerlo surge después de recibir algún estímulo. Y para muchos de ellos, cualquier situación se ha convertido en un potencial estímulo: una imagen apenas vislumbrada; una palabra o un gesto que intuyen sugerente; una publicación en redes sociales; un recuerdo que los asalta.
Esa urgencia fue la que hizo que Javier dejara de disfrutar la fiesta aquella tarde de agosto de 2024. Cuando salió del baño, intentó fingir normalidad; se sentó a la mesa, junto a su familia, y participó en la conversación. En algún momento comenzó a temblarle una pierna, una de sus tías se dio cuenta y le preguntó qué tenía. Una sensación de angustia y desánimo lo invadió. Apenas aplaudió cuando su sobrino abrió los regalos y después se fue a su casa. Allí se encerró en su cuarto y volvió a mirar pornografía. Y entonces decidió que esa era la última vez. Ese día, 14 de agosto de 2024, tenía que marcar un inicio. Y también un final. Javier durmió hasta las cuatro de la mañana buscando información en internet. Vio videos, uno tras otro, que hablaban de que lo que él vivía era una adicción. Encajaba en todos los síntomas. Problemas de concentración. Aumento de ansiedad. Consumo incontrolable. Pensamientos obsesivos. Y entonces se puso a buscar cómo podía vencerla. Encontró una respuesta muy rápido. Existía una forma. Un camino que muchas otras personas ya estaban recorriendo.
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La pornografía es polémica. Siempre lo ha sido. “Es una etiqueta que se aplica a una variedad inmensa de objetos y representaciones, sin importar tanto su naturaleza como el efecto que pueden producir. De ahí que la pornografía sea considerada no por lo que es, sino por lo que causa”, escribe el ensayista Naief Yehya en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral (Plaza & Janés, 2004). Y tiene razón. Es interminable lo que se ha dicho a favor y en contra de la pornografía. La feminista estadounidense Robin Morgan escribió en su famoso ensayo “Theory and Practice: Pornography and Rape” (1974) que “el acto de violación no es más que la expresión de la norma, incluso alienta la fantasía masculina en la cultura patriarcal de la agresión sexual. Y la articulación de esa fantasía en una industria de 1 000 millones de dólares es la pornografía. […] La pornografía es la teoría: la violación es la práctica”. Por su parte, el filósofo queer Paul B. Preciado apunta en su artículo “Mujeres en los márgenes”, publicado en 2007, que el “mejor antídoto contra la pornografía dominante no es la censura, sino la producción de representaciones alternativas de la sexualidad, hechas desde miradas divergentes de la mirada normativa”. Existen textos que abordan una variedad de posturas, con diferentes argumentos, que el lector puede consultar. Este no es un texto sobre el porno ni su industria: esta es una historia de hombres cuyo consumo de pornografía ha arruinado sus vidas.
El problema principal cuando se habla de la adicción a la pornografía es la falta de estudios serios sobre el tema. Aún no se ha demostrado de manera concluyente que la pornografía sea dañina; si afecta de manera particular a ciertas personas o las consecuencias de su consumo prolongado. No es un trastorno incluido en la edición más reciente del canónico Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales que publica la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, aunque se incluyó el comportamiento sexual compulsivo —comúnmente llamado adicción sexual— como un desorden de salud mental en la lista de Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud en junio de 2019.
Los defensores de la idea de que la pornografía puede convertirse en una adicción estipulan que su consumo compulsivo es comparable al de las drogas, por su efecto en procesos cerebrales y de comportamiento. Los críticos de tal idea ponen por delante la carencia de pruebas: las investigaciones que se han realizado incurren en errores metodológicos, y los contextos sociales y religiosos pueden sesgar los estudios. Para evitar recorrer una inagotable lista aún abierta de argumentos y contrargumentos, lo mejor es retroceder y preguntarnos qué es una adicción, a qué podemos hacernos adictos. Conversé con Eduardo Marbez, médico y psicoterapeuta especializado en el tratamiento de adicciones, jefe de la Oficina de Salud Mental y Grupos Vulnerables en la Coordinación Estatal IMSS Bienestar del Estado de México.
En la pantalla de la computadora aparece un hombre de ademanes enérgicos, sonriente. Pide que lo llame Lalo. Con voz segura y clara dicción, explica que las adicciones van más allá de las sustancias: “Hablamos de un trastorno, de una limitación o de un impedimento a la función de una persona; hay adicciones a sustancias y hay las llamadas adicciones comportamentales o a procesos”. A estas últimas adicciones, Marbez las define como compulsiones: son actividades que se realizan a pesar de las consecuencias negativas para la vida de una persona. En esta categoría se encuentran las apuestas, las compras, el ejercicio, el trabajo o la pornografía.
El consumo de pornografía, dice Lalo, en sí mismo no garantiza la adicción. El problema no es la actividad, sino la pérdida de control y la dependencia que se desarrolla hacia ella. El cerebro humano funciona a través de una compleja red de neuronas conectadas por neurotransmisores; uno de los más importantes en el desarrollo de adicciones es la dopamina, asociada al circuito de la recompensa. Cada vez que hacemos algo que nos gusta —comer, hacer ejercicio, reír, tener relaciones sexuales—, el cerebro nos recompensa con una descarga de dopamina. Esa sensación de bienestar nos hace disfrutar el momento y también nos impulsa a repetir la conducta. Pero cuando esta vía de recompensa se activa con demasiada frecuencia, el cerebro empieza a cambiar. Nos volvemos menos sensibles a estímulos cotidianos y necesitamos cada vez más dopamina para sentir ese placer inicial. Es ahí donde comienza la adicción: las actividades que antes se disfrutaban —por ejemplo, salir con amigos, hacer ejercicio, leer— pierden fuerza frente a aquellas que provocan una gratificación inmediata e intensa.
Existen varios factores que determinan que una adicción se desarrolle o no; pueden ser genéticos, sociales y hasta neurobiológicos. Por ejemplo, el doctor Marbez ha observado que algunos pacientes con trastornos de comportamiento sexual compulsivo también viven con un trastorno depresivo o ansioso. “Me preocuparía si [un sujeto utilizara] la pornografía como una estrategia para evitar emociones desagradables, si la consumiera cuando está ansioso, estresado, deprimido; un uso ‘automedicado’ de esa pornografía sería algo que a mí me llamaría mucho la atención”.
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L.:*
La mayoría de los momentos malos de mi vida involucran pornografía. El peor de todos, creo, fue cuando mi esposa descubrió mi adicción. Eso pasó hace cinco años. Entró en el cuarto donde estaba, y yo estaba tan enajenado que no me di cuenta; me encontró masturbándome viendo porno. Me quitó el celular. No podría decirte bien cuál fue su reacción de ese momento, porque yo mismo me bloqueé. Sentía que mi vida se había terminado: quería parar el tiempo, retrocederlo. Pensé que mi esposa se iba a enojar, me gritaría, me pediría el divorcio. No sé, esperaba una reacción así. Pero no. Fue algo mucho peor. Se puso muy triste, comenzó a llorar mientras revisaba el teléfono. Tenía todo atascado de videos, de imágenes. Se encerró en el cuarto y estuvo llorando, diría que por horas. Y yo solo quería dejar de existir. Esa creo que fue la primera vez que quise suicidarme. […]
Casi toda mi vida he vivido dos vidas. La normal, de mi familia y amigos, del trabajo; y la otra, la que he intentado ocultar a todos: que me paso horas y horas viendo pornografía y no puedo evitarlo. Como te podrás haber dado cuenta, a diferencia de los otros compañeros, yo soy más grande. Tengo 39 años. No crecí con celular ni internet. Mi primer contacto con la pornografía fue como a los 11 o 12 años por una revista que me mostró un primo más grande. Siempre que iba a su casa, veíamos a escondidas esas revistas de mi tío. Luego en la secundaria, tuve algunos compañeros que en ocasiones llevaban revistas y nos juntábamos a verlas. Esa etapa fue complicada para mí porque muchos compañeros eran muy manchados conmigo; me sacaban los cuadernos y los tiraban a la basura, cosas así, bullying, y como siempre he sido chaparro, no podía defenderme. El porno fue mi refugio. […]
Me volví una persona solitaria, dejé de hacer amigos en la prepa y la universidad porque mi compañía era el porno. Antes de salir de la universidad, conocí a mi esposa y comenzamos a salir. Pensé que esa relación real terminaría con mi adicción, pero no sucedió. Esto es algo que me avergüenza mucho contar, y ya se lo confesé: a veces cuando salíamos me urgía ya dejarla en su casa para irme a ver porno. Intenté dejarlo y fracasé una y otra vez. Hace unos años, por allá del 2015, me despidieron de un buen trabajo por mi adicción. Ganaba bien y habíamos tenido a nuestro hijo poco antes. Usaba la computadora para entrar en páginas porno en la oficina; eso renovó mi adicción porque se sumaba a la excitación de que me pudieran descubrir en cualquier momento. Así de enfermo estaba; a ese nivel llegué. […]
Durante mucho tiempo tuve la sensación de que eso no iba a cambiar nunca, de que siempre sería así. Pero esa idea ha cambiado poco a poco. Me costó mucho, me costó mi familia, porque al final mi esposa me pidió el divorcio y se quedó con la custodia de mi hijo, pero creo que ahora tengo la esperanza de superar esta adicción. Espero que ellos algún día me perdonen por haber arruinado nuestras vidas. Mientras tanto, sigo luchando. Una forma de hacerlo es el grupo. Me siento orgulloso [de él].
Y en cuanto a mi persona, llevo cinco meses sin consumir. Creo que nunca había durado tanto. Mi mayor preocupación en este momento es mi hijo. Quiero ser un buen padre para él. Y además no dejo de pensar que se acerca a la edad que yo tuve cuando comencé en esta adicción. Todavía no sé cómo voy a hablarle del tema. No sé si tenga el valor de contarle lo que he vivido, mi doble vida.
*Editamos ciertos pasajes del testimonio de L. para mejorar su lectura y evitar repeticiones propias de la oralidad.
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Aunque México comparte cifras de consumo de pornografía similares a países como Estados Unidos, Francia o Reino Unido, en este país no se realizan tantas investigaciones sobre el tema como en aquellos. Esa falta de datos motivó a Shilia Lisset Vargas Echeverría, doctora en Sociología, y a José Ignacio Nevarez Martín, maestro en Psicología, a indagar sobre esta problemática en el contexto mexicano. En 2022 publicaron en la Revista Internacional de Investigación en Adicciones, editada por los Centros de Integración Juvenil, A.C., un artículo en el que proponen la primera escala mexicana para medir de manera preliminar la adicción a la pornografía. Se trata de un cuestionario de 27 preguntas cuya prueba piloto fue aplicada a personas en recuperación de alcohol y drogas ingresadas en un centro de rehabilitación de Mérida, Yucatán, durante el mes de junio de 2020. Tres años después de la publicación de ese artículo, conversamos por videollamada.
“Nuestra idea surgió principalmente observando que el consumo de pornografía en México está muy normalizado, y se tiende a invisibilizar un poco la parte que podría llegar a ser problemática y no un consumo normal, por elección”, dice la doctora Vargas, con una voz de consonantes implosivas, típica del español de Yucatán.
El primer paso fue desarrollar un instrumento para determinar si una persona es adicta o no al porno. “Una herramienta que nos permita explorar y empezar a aproximarnos a entender este fenómeno”, define la doctora. Algunos de los apartados del cuestionario son: “uso pornografía en lugares donde nunca pensé hacerlo (iglesia, transporte público, parques, fiestas, trabajo, etc.)” o “al ver una imagen de una persona sin ropa o escuchar sobre un tema sexual, me produce ansia por ver pornografía y masturbarme”. Para su elaboración retomaron el trabajo del psicólogo inglés Mark Griffiths, cuyo modelo biopsicosocial describe las características comunes de una adicción conductual: saliencia —la actividad se convierte en lo más importante en la vida de la persona y domina su pensamiento y comportamiento—, modificación del humor, tolerancia —se requiere de consumir más pornografía para alcanzar umbrales de placer cada vez más exigentes— síndrome de abstinencia, conflicto —problemas entre la persona adicta y quienes la rodean; también conflicto consigo mismo— y recaída —retomar patrones de consumo luego de intentar dejarlo—. “El consumo de pornografía cumple todos los componentes del modelo”, afirma Nevarez, aunque aclara que la escala no se puede emplear de manera aislada. Debe complementarse con otras herramientas, como el acompañamiento terapéutico, para “tener un diagnóstico certero sobre si alguien es o no adicto a la pornografía”.
“Nuestra intención no es satanizar a la pornografía —dice el psicólogo—. Nosotros solamente buscamos, desde la propia ciencia, el poder analizar el comportamiento de esta visualización de la pornografía”.
Vargas y Nevarez continúan trabajando en su escala, afinándola para que sea más precisa. Como la edad de mayor consumo en nuestro país sucede de los 18 a los 24 años, la etapa universitaria, decidieron concentrarse en ese sector demográfico. En 2024 aplicaron la escala en varias universidades de Mérida; no quisieron hablar sobre los resultados porque su objetivo es publicar el estudio completo en alguna revista científica en 2026. No obstante, Vargas comparte un dato que a ella le parece alarmante: “El 73% de los encuestados afirmaron haber consumido pornografía al menos una vez en su vida o más”. Y aunque el consumo no significa adicción, para la socióloga ese dato demuestra que la pornografía está normalizada: “De ese 73%, un poquito más del 10%, según la escala, presentó algún tipo de adicción”, dice.
“También encontramos que existe un fuerte vínculo entre el consumo de pornografía y la autorregulación emocional —sigue explicando la doctora Shilia, sobre los resultados de su encuesta—. Muchas veces se consume pornografía no únicamente por deseo sexual, sino también porque es una forma de aliviar emociones negativas, como el estrés, como la ansiedad, como a lo mejor la soledad…”. Justo lo que le preocuparía al psicoterapeuta Marbez.
Mientras conversamos, aparece otra preocupación para los investigadores: la “pornificación” de la sociedad. No había escuchado el término antes de que lo mencionaran. Nevarez me explica que en jóvenes y adultos se ha aceptado la pornografía como un instructivo, “un libro de consulta para todo lo relativo a la sexualidad”.
“Encontramos, por ejemplo —relata el psicólogo—, en páginas web pornográficas a estrellas porno que están ‘educando’, entre comillas, a nuestros adolescentes, a nuestros jóvenes, a nuestros niños, ¿en qué sentido? Literalmente les hablan acerca de cómo tener sexo en todas sus presentaciones, cómo tener sexo oral, cómo tener sexo anal, cómo utilizar un juguete sexual. Eso está hablando de una educación, no necesariamente la que se necesita o requieren nuestros niños y adolescentes, por supuesto, pero ellos se están dando cuenta de cuál es la necesidad que existe en nuestra cultura”.
—Sin embargo, no hay una evidencia clara sobre el daño que puede provocar el consumo de pornografía —les recuerdo.
—¿Cómo va a haber evidencia si no está reconocido, si no hay presupuesto para hacer investigación? Me encantaría que esto, Jair, lo pudieras plasmar en el reportaje: no va a existir el reconocimiento de la adicción a la pornografía porque no hay evidencia. No hay evidencia porque no está reconocido y, como no está reconocido, no hay presupuesto para la investigación como tal. Eso es así. Un círculo vicioso. Nadie se va a arriesgar a hacer investigación porque no tiene presupuesto para poder hacerlo; lo tienes que hacer con tus propios recursos, y eso es lo que estamos haciendo.
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Las puertas de la Biblioteca Central de la UNAM se abren. Es la mañana de un jueves de abril de 2025, y aunque son vacaciones, varias personas comienzan a entrar a este edificio con uno de los acervos bibliográficos más grandes de México, Patrimonio Cultural de la Humanidad. En unos minutos, cerca de la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras, aparecerá un chico robusto, de cabello quebrado, lentes pequeños y piel pálida. Es Javier. Hace unos meses no se hubiera imaginado que dedicaría sus vacaciones a estudiar.
“Estoy aprovechando estos días para avanzar con mi tesis —dice antes de entrar a la biblioteca, y mientras sube por el elevador al quinto piso, añade—: Tengo que ocuparme los días que no trabajo ni voy a la escuela. Es cuando hay más peligro de recaer”.
El ocio y la soledad son peligrosos, explicará después, porque en esos momentos lo abruman pensamientos intrusivos, los responsables de que recaiga en su adicción. Desde agosto de 2024, cuando comenzó a consumir contenido antipornográfico, intentó adoptar “medidas de seguridad”, como bloquear páginas porno, restringir al mínimo el uso de redes sociales y una medida que le ha costado: no quedarse solo, en especial en su cuarto. Para lograrlo ha modificado sus hábitos: comenzó a hacer ejercicio; ahora lee más (llevaba seis libros leídos en ese momento del año); está escribiendo su tesis y trabaja como becario en algo que se relaciona con su carrera. Ese cambio de hábitos sucedió gracias al NoFap, una práctica —y comunidad de internet— que consiste en la abstinencia de la pornografía y la masturbación durante determinado tiempo (dependiendo de la gravedad del caso) para “limpiar” el cerebro y aumentar la testosterona.
“Fap” se utiliza como una onomatopeya de la masturbación. Este movimiento de internet fue fundado en 2011 por el analista de datos estadounidense y autodiagnosticado adicto al porno Alexander Rhodes, quien, después de ver una publicación en Reddit donde se mencionaba un estudio que informaba que los hombres suben sus niveles de testosterona si no se masturban, decidió crear el foro. NoFap es una marca registrada de Rhodes, aunque su uso se expandió y se emplea de forma general para este ejercicio de abstinencia. Es probable que el estudio que leyó Rhodes (porque es el más citado por personas que impulsan el NoFap) sea “A research on the relationship between ejaculation and serum testosterone level in men”, elaborado por académicos chinos en 2003, en el que se afirma que un grupo de hombres que no se masturbaron durante siete días había aumentado un 145.7% de sus niveles de testosterona. Y aunque otros artículos detallan que después de esa semana de abstinencia no existe un incremento significativo de testosterona, muchos jóvenes han adoptado la práctica para tratar su consumo compulsivo de pornografía.
El NoFap se ha convertido en una subcultura de internet. Miles de hombres comparten experiencias y consejos sobre cómo la abstinencia los mejora. Existen cientos de influencers y gurús del NoFap, y aunque con estilos diferentes, todos comparten los mismos consejos. Quizá se deba a que comparten una misma referencia. Javier la encontró pronto. Cuenta que fue uno de los primeros videos que vio cuando se interesó en el tema. “El gran experimento del porno” es una charla ted publicada en YouTube en mayo de 2012; 13 años después, tiene más de 17 millones de reproducciones. En el video aparece un hombre delgado —suéter azul, pantalón caqui— que, de pie sobre un escenario de decoración austera, habla sobre la adicción a la pornografía durante 16 minutos: “En este estudio de los Países Bajos, ‘Predecir el uso compulsivo de internet: se trata de sexo’ (Cyberpsychol Behav, 2006), descubrieron que, de todas las actividades en internet, el porno es la que mayor potencial tiene para crear adictos”, dice el hombre a su audiencia. Se llamaba Gary Wilson, y fue un activista antiporno que, hasta su muerte en 2021, aseguró que esta adicción es algo científicamente comprobado y cuya recuperación se logra mediante la abstinencia sexual.
Wilson, que no fue psicólogo ni psiquiatra, creó en 2010 el sitio web Your Brain on Porn, donde se recopilan artículos y videos informativos sobre la adicción a la pornografía y sus consecuencias, que incluyen depresión, ansiedad, baja autoestima, aislamiento social, disfunción eréctil y eyaculación precoz. Varios de estos síntomas coinciden con lo que sentía Javier. Wilson también es el autor del best seller Your Brain On Porn: Internet Pornography and the Emerging Science of Addiction (Commonwealth Publishing, 2015), el cual, como respaldo a sus opiniones, recopila anécdotas de adictos en recuperación. Días después de haber visto la charla TED, Javier encontró el PDF del libro y comenzó a leerlo. “Ningún contenido del presente texto tiene como objetivo ser empleado para el diagnóstico o el tratamiento de un problema de salud”, advierte el libro en su hoja legal.
Javier consulta en una computadora la clasificación de los libros que necesita para su investigación, y comienza a buscarlos. En ese momento decide que él hará las preguntas. Me pide que le cuente más sobre la revista en la que se publicará este reportaje, sobre la carrera que estudié y por qué trabajo en algo que no se relaciona con mi carrera. No hablará más sobre el tema hasta que salga de la biblioteca y se siente en el pasto, abra su mochila y comience a sacar cosas para acomodar los libros que acaba de pedir. Afuera quedan una sudadera gris, una botella de agua, unos audífonos y un libro que no es de la biblioteca. La portada es amarilla y aparece un busto del emperador romano Marco Aurelio con el título Cómo dejar de preocuparte. Ser estoico en tiempos caóticos (Paidós, 2024).
—Leer me ha ayudado muchísimo —dice, supongo que descubriendo mi mirada indiscreta en el libro—. Yo no lo conocía, pero el estoicismo es un pensamiento muy valioso; te enseña autocontrol y disciplina.
Me pregunta si conozco el estoicismo. Le digo que sí.
—El año pasado leí a Marco Aurelio, por trabajo. Y en la carrera leí algunas cositas de Séneca, pero no mucho, ¿qué me recomiendas leer sobre estoicismo?
Me pasa el libro que trae y me dice que ese está bueno. No es extraño que personas que persiguen la abstinencia de algo encuentren una guía en esta corriente filosófica que pondera la virtud como guía en el día a día. En los grupos de NoFap que he monitoreado al menos una vez por semana aparecen publicaciones sobre pensamiento estoico, en las cuales se habla de disciplina, de meditación, o se usan imágenes generadas con inteligencia artificial para ilustrar algún comentario. “Una de las claves para vencer la pornografía es controlar lo que meditas, meditar fantasías sexuales te llevará a la masturbación y la pornografía, medita en cosas puras”, publicaron en un grupo del que Javier también forma parte.
El estoicismo —o al menos una parte de esta escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el siglo III a.C.— fue adoptado durante la última década por comunidades de internet integradas por hombres, como un arma para defenderse en un supuesto contexto donde se quiere destruir la masculinidad tradicional. Así como los incels y redpillers evitan relacionarse con mujeres, los hombres que siguen el NoFap practican la abstinencia. Son decisiones que se perciben como ejercicios de disciplina y autocontrol. Le pregunto a Javier su opinión de esos grupos. Elude la pregunta, me dice que no cree que ningún extremo sea bueno.
—Pero no son lo mismo, ¿o sí? Aunque igual hay muchas feministas que están en contra de la pornografía.
—Pues porque también les afecta a ellas —dice—. Vivir en una sociedad tan llena de porno las hace sexualizarse para recibir atención. Y se vuelven adictas a esa atención.
Luego regresa al estoicismo. Y hablamos un rato más. Pero el libro que estaba leyendo Javier en aquella mañana de abril no fue escrito por ningún estoico. Su autora es la periodista australiana Brigid Delaney y el texto pertenece a una tradición de libros de autoayuda que muestran una versión digerida de los pensadores clásicos. En el grupo de WhatsApp de L. también han compartido los pdf de obras como esa; por ejemplo, La llamada del coraje (Conecta, 2022), Diario para estoicos (Océano, 2020) o La disciplina marcará tu destino, del autor estadounidense Ryan Holiday.
Además de estos libros de autoayuda, otras medidas que se suelen recomendar en estos grupos virtuales son el ejercicio físico (en especial el levantamiento de pesas), bañarse con agua fría, la meditación, la escritura de un diario. Parte del objetivo de estas prácticas, además del fortalecimiento de la disciplina, es una transformación física: ganar masa muscular y subir los niveles de testosterona.
Días después leí Cómo dejar de preocuparte… Me encontré con el capítulo titulado “El maldito deseo”. Allí la autora escribe esto: “El deseo puede ser fuerte, incluso a veces abrumador, y toda la racionalidad del mundo puede ser insignificante cuando se trata de desalojar algunos deseos, especialmente los románticos y sexuales […] el uso estoico de la racionalidad puede ayudar a disminuir el sufrimiento derivado del deseo, pero no puede erradicarlo por completo”.

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Solo necesitas escribir en el buscador de internet “NoFap” o “adicción al porno” para que aparezca el contenido de gurús que aseguran tener la clave para superar la adicción a la pornografía. “Cómo hacer NoFap y sus increíbles beneficios” es el título de un video que aparece en los primeros resultados. Si bien la mayoría del contenido es en inglés, la comunidad en nuestro idioma está creciendo. En Facebook existe el grupo “NO FAP LatinoAmerica [sic]” con más de 7 000 miembros. El administrador se llama Jacob Rivera Cárdenas y es un joven colombiano con un canal de YouTube donde sube videos con títulos como “ÚNICA manera de Abandonar la PORNOGRAFÍA”, “Lo más PERTURBADOR de la Adicción al NOPOR”, “Recapitulación los SECRETOS para Salir de la adicción al PORNO”. Contacté a Jacob para solicitarle una entrevista. En un inicio había aceptado, pero después pidió un pago de 35 dólares: su tarifa por una hora de asesoría a través de videollamada.
Busco en otras redes. De inmediato encuentro en Instagram un perfil enfocado en el NoFap. La primera publicación de esta página es un video donde aparece un hombre sentado en una silla alta, vestido con suéter y jeans azules; en las manos sostiene un libro. “He descubierto que hay una batalla, una lucha muy fuerte, que están enfrentando tanto creyentes como no creyentes. Estoy seguro [de] que dijiste alguna vez: ‘Esta vez no lo vuelvo a hacer’, y volviste a caer. Estoy seguro [de] que estás agotado de aquel hábito que te está drenando, esclavizando. […] Estoy seguro [de] que estás cansado de luchar solo, sin ningún plan”, dice el hombre en este reel que se subió en diciembre de 2024. El protagonista del video se llama Hayden Lema, es un pastor boliviano de 42 años que vive en California, Estados Unidos. En su página, llamada “Movimiento Bajo Fuego”, habla sobre la adicción a la pornografía mientras promociona su libro, que se titula igual. Ese video apenas tuvo 16 likes, pero 10 meses después su página tiene más de 32 000 seguidores. Le escribo al pastor Hayden y acepta conversar una mañana de finales de junio.
—¿Por qué decidió hablar de la adicción a la pornografía en internet?
—Este movimiento nace del dolor. Es un tema muy sensible: muchas personas batallan con él; todas batallan en silencio —la pantalla muestra a un hombre de aspecto pulcro: la camisa negra planchada, el cabello peinado hacia atrás con gel, afeitado—. Quería poner una voz a esto; un lugar donde todos puedan encontrar una comunidad, a alguien que les hable directamente. Sin tabúes. Sin esconder nada.
Detrás de Hayden aparece el logotipo de la marca: una llama de fuego. Aunque no niega que su labor religiosa influye —su vida es indivisible de su misión como pastor—, asegura que su cruzada contra la pornografía se debe a que su consumo se ha convertido, sí, en una “pandemia moderna”.
—Las estadísticas dicen que, de cada 10 hombres, siete han consumido pornografía o la consumen y la utilizan como un medio de escape, la utilizan como un medio de sentirse bien. Pero es una trampa. Porque es un momento instantáneo.
—Pero ¿el consumo casual puede considerarse una adicción?
—Ese es el comienzo. Te lo cuento porque también lo batallé. En un momento de mi vida se me hizo fácil consumir, y lo que al principio es una excitación, un momento de euforia, un momento de dopamina, se convierte rápido en una práctica, en una condena. Eso me llevó a entender que hay muchos hombres que están enfrentando esto en silencio, a escondidas. Porque nunca vas a ver un post de alguien que ponga en sus redes sociales: “Aquí, consumiendo pornografía”.
Durante casi 20 años como pastor evangélico, muchos hombres y mujeres de diferentes edades se han acercado a Hayden para confesar su adicción a la pornografía: “Casualmente a mí me caen mucho esos casos, no sé por qué, pero entonces me digo: ‘Por ahí es el camino’”. Así se animó a emprender la idea de escribir un libro y diseñar un programa para “liberar” a las personas de su adicción. “Soy pastor, pero también tengo una especialidad en coaching de recuperación a través de ejercicios de neurociencia”, explica luego de ser cuestionado sobre si cuenta con estudios sobre temas de salud o adicciones. En 2024, Lema empezó a publicar videos en TikTok e Instagram, y con cada publicación se fueron acumulando las visualizaciones y los mensajes. “Me empezaron a escribir hombres diciéndome: ‘Desde que soy un niño entré a este mundo de la pornografía y no he logrado salir. Ahora ya soy un hombre de 40 años y no logro salir. Pero cada vez me siento más vacío’. Me han escrito también jovencitos diciéndome: ‘Ya no puedo concentrarme, lo único que pienso es cómo meterme al baño y mirar videos’. Otros me han dicho: ‘Ya no me excita lo que veo, necesito buscar cosas más fuertes’”.
—¿En qué consiste el método de Movimiento Bajo Fuego?
—El libro busca generar en ti una introspección, que tú empieces a analizarte y a conocerte. ¿Por qué? Porque este hábito en específico no funciona igual para todos. Lo que sí es general es que es un principio neurológico que se llama el principio de Hebb. La gente siempre va a buscar una receta mágica o va a buscar algo como motivacional, pero Movimiento Bajo Fuego no se trata de eso, no es magia, no es motivación, es un proceso: uno real. Mi enfoque es a través de herramientas de neurociencia y principios espirituales.
En su sitio de internet, el proyecto del pastor Hayden se publicita como “la primera guía práctica para vencer la pornografía y romper hábitos ocultos”. El libro tiene 12 capítulos con hojas de trabajo y “estrategias bíblicas para renovar tu mente y fortalecer tu fe”; cuesta 19 dólares e incluye un devocional de 30 días, “una guía diaria para conectar con Dios, vencer la tentación y aplicar verdades bíblicas en tu lucha contra la pornografía…”. Dentro del servicio también ofrece sesiones personalizadas y talleres. En sus redes sociales anuncia: “Esto no es un grupo de Whats más. Es comunidad con estructura, sesiones grupales y seguimiento real”.
—¿Y quiénes son las personas que se acercan para adquirir su libro y entrar en sus sesiones?, ¿son hombres, mujeres?, ¿de qué edades?
—De todas las edades.
Al final, Hayden me pide que transmita que para vencer esta adicción se debe hablar de ella: es un camino que se transita acompañado. Y la prueba de ello, al parecer, viene de Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
—Cientos viven prometiendo que no lo volverán a hacer. A Dios, a su esposa, a sí mismos. Pero siempre vuelven a caer. Porque pelean con pura fuerza de voluntad. Y así nunca van a ganar.
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—Como experto, ¿qué le recomendarías a alguien que vive en esta situación? —le pregunto al psicólogo José Ignacio Nevarez.
—Definitivamente, uno de los principales criterios que tenemos que enfrentar, es el conflicto, el conflicto intrapsíquico. Existe mucha vergüenza y pena. Entonces, el primer paso que tenemos que dar es hablarlo. La adicción se alimenta precisamente del ocultismo, del tabú. Sé que es muy complicado el poder expresarlo, que se tiene un problema, porque no es lo mismo entrar, por ejemplo, a un lugar de Alcohólicos Anónimos, a entrar a un lugar que dice “Pervertidos Anónimos”.
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Un pequeño círculo formado por seis sillas, 12 piernas, cuatro pares de tenis, un par de botas y un par de zapatos. Tres mochilas. Algunos llegan a las reuniones al salir de la escuela o del trabajo. En esta reunión a mediados de marzo ha asistido el aforo promedio. Los focos proyectan una luz amarilla que enfatiza las sombras en el patio de la casa de L. Un chico que no estuvo en la otra sesión a la que me invitaron está hablando sobre lo mucho que le cuesta no consumir pornografía. Habla sobre evitar estímulos. Habla sobre recaídas. Menciona las palabras “ansiedad”, “culpa”, “voluntad”. La mayoría de los participantes lo escuchan mirándolo a los ojos; otros dos chicos miran el suelo.
—Identifica cuál es tu detonante, porque esa es la raíz del problema —le aconseja L.—. Pueden ser muchas cosas las que te lleven a ello, pero eso es algo que solo tú puedes ver. A lo mejor lo ves cuando te sientes estresado o porque te sientes solo. Debes identificarlo para ir cambiando cosas a partir de eso.
—A mí me funciona no pensar que lo dejaré para siempre —agrega Jaime, después de que otros participantes dieran sus consejos—. Piensa: ‘Hoy no veré porno’. Que esa sea tu meta. De un día. Y si te entran ganas, ponte a hacer ejercicio, lagartijas. Un chingo. Hasta que te canses. Con el paso del tiempo, la mente se acostumbra a tu nueva realidad.
Para L., los espacios virtuales y presenciales que construyó con otros hombres han conseguido lo que no logró la terapia psicológica. “A mí un psicólogo me dijo que era normal, que no había problema, que lo que estaba afectándome eran mis prejuicios sobre la pornografía”, recuerda. La iglesia tampoco funcionó. Comenzó a asistir poco antes de su divorcio, por petición de su exesposa, pero “iba a confesarme y el padre me decía que el Salmo 91 [“Y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno”], que rezara tal y cual, y yo iba y rezaba y luego recaía y volvía a consumir”. Durante el confinamiento de 2020, su esposa consumó el divorcio y dejó la casa donde vivían. “Y yo hasta feliz me sentía, porque tenía la casa para mí solo, me pasaba viendo pornografía día y noche. Así estuve 15 días”. Esos días de constante mirar porno y masturbarse le provocaron heridas en el pene. Asustado, buscó en internet qué podía hacer. Y como Javier, como Jaime, como muchos otros hombres, encontró grupos y foros donde podía expresar su dolor desde el anonimato.

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Los orígenes de la pornografía, como se conoce en la actualidad, se encuentran en la Revolución francesa. Antes de esta época, la palabra era usada en su sentido original —πόρνη (prostituta), γράφ (lo escrito)—, refiriéndose a la prostitución, casi siempre en contextos de salud pública. Fue en el siglo XVIII cuando el término se expandió para nombrar unas estampas con ilustraciones satíricas de reyes, clérigos y aristócratas en contextos sexuales. En ese momento la pornografía adoptó su carácter tabú: adquirió la definición de transgresión. Una vez consumada la Revolución francesa, se fue diluyendo la carga política de las ilustraciones y empezaron a comercializarse de manera clandestina —siempre de manera clandestina—, para estímulo erótico del comprador. Y aunque con variaciones en el soporte —de la ilustración, al daguerrotipo, a la fotografía, a las revistas, al cine, al VHS, al DVD, a la televisión por cable, al internet—, la pornografía sigue siendo lo mismo desde entonces: una representación gráfica de contextos sexuales para el estímulo erótico.
Este resumen no lo conseguí gracias a una erudición pornógrafa, sino a que leí Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral, de Naief Yehya, una obra que recorre la historia de la pornografía y debate algunas de las críticas que ha recibido; entre ellas, la supuesta adicción que provoca su consumo desmedido. “Desde su invención ha sido siempre más fácil determinar la pornografía por sus efectos en quienes la ven que por su contenido. Pero como dichos efectos son meramente subjetivos, para elaborar una definición responderá inevitablemente a la postura ideológica de quien la haga”, escribió Yehya. Y entonces la pornografía puede ser un arma de opresión capaz de conducir a los hombres a la catástrofe o una herramienta liberadora que puede canalizar pulsiones, según quien mire: “Nada es pornográfico sino hasta que alguien en el papel de censor lo determina como tal”.
Como toda obra ensayística, algunas de las reflexiones han caducado. Es un libro que se publicó previo a la masificación de internet, y el propio Naief fue consciente de esto. Por eso ha publicado otros dos libros sobre el tema: Pornografía. Obsesión sexual y tecnología (Tusquets, 2012) y Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios (Tusquets, 2013), en los que aborda la pornografía desde un consumo más compulsivo. Charlamos una noche de finales de mayo, a través de una videollamada. Mientras acomoda la cámara para enfocar su rostro, me platica que espera escribir un nuevo libro sobre el tema, donde abordará lo que ha pasado tras el fenómeno de OnlyFans. “Ese proyecto es el que sigue; está un poco parado porque se me atravesó mi proyecto de los hongos”, dice refiriéndose a El planeta de los hongos. Una historia cultural de los hongos psicodélicos (Anagrama, 2024).
Le explico que leí sus libros, que he entrevistado a varios hombres que intentan lidiar con su consumo compulsivo de pornografía, que he conversado con psicólogos y gurús y que he leído estudios de diferentes universidades. Y no hay conceso. Lo que viven las personas está ahí; es innegable, pero también es innegable que hay una carga moral y culpa. Mucha culpa.
—Cuando esta gente habla de adicción, cuando ellos mismos se dicen adictos, yo no estoy seguro de qué estén hablando —dice Naief—. Yo no soy psicólogo, como sabrás, por lo que soy básicamente analfabeto en estos asuntos. Pero he escrito sobre esto por bastante tiempo, y soy ensayista, por lo tanto, un buen impostor. He escrito sobre este consumo desde hace muchas décadas y me cuestiono mucho sobre el tema.
—¿Por qué?
—Porque no se es adicto a un objeto, se es adicto realmente a la reacción de la dopamina en nuestro cuerpo. Lo que queremos es alimentar al mono que jala la palanca de la máquina tragamonedas. Ese que está en nuestra cabeza.
De que puede existir la adicción, claro que puede existir, dice, pero desconfía de todo lo que se ha formado alrededor de la adicción a la pornografía. “¿Qué pasa cuando no podemos parar? Pues la gente busca soluciones en los métodos religiosos o en el sometimiento del cuerpo. Son los métodos más comunes; seguro hay más”, explica. Y pienso en los retos del NoFap y sus 30, 60, 90 días de abstinencia; en los mensajes que se publican en grupos de apoyo anunciando la recaída; la ansiedad y la culpa; la desesperación ante la falta de autocontrol.
—Lo primero que sale cuando uno se mete, por ejemplo, en Amazon es una catarata de libros de autoayuda en los cuales todos son así de “cómo curé mi adicción, las cadenas que me someten, el horror de tal”. Todos tienen una connotación de sacrificio, de victimización y religión.
Entro discretamente a Amazon y escribo “Pornografía” en el buscador. Y sí, aparece una catarata de libros: Tu hijo a un clic de la pornografía (Solar Pod, 2020); Pornografía. Comprender y afrontar el problema (Spiritu Media SL, 2019); Un amigo lucha con la pornografía (Poiema Publicaciones, 2018); Tu cerebro pornificado. Neurobiología de la recompensa (Commonwealth Publishing, 2024). La manera más fácil y sencilla de dejar la pornografía: abandone la pornografía de forma inmediata, sin dolor, sin fuerza de voluntad y sin ningún sentimiento de privación o sacrificio (EasyPeasy, 2021).
“Como cualquier otra adicción, puede sin duda tener consecuencias devastadoras. No obstante, la importancia que súbitamente ha adquirido este tema y las reacciones desproporcionadas que provoca nos hablan de que más allá de denunciar a una patología […] lo que se busca es una vez más combatir a las imágenes pecaminosas y perseguir a los masturbadores, asustarlos con historias terribles de decadencia, desintegración individual y social”, escribió Naief en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral.
—Hay una pequeña industria de psicólogos, pseudopsicólogos o pseudoterapias que están enfocados en este campo; tienen sus sitios web, su negocito —añade Naief—. Es una cosa bastante formulaica, donde entrelazan el conocimiento del cuerpo y del cerebro con un dogma, a veces disimulado, a veces no disimulado del todo.
—Siguiendo este argumento, si antes se censuraba desde la moralidad, ahora se hace desde la preocupación por la salud, se reviste como una cuestión del cuidado físico y mental —añado.
—Eso es lo que exactamente está pasando. Lo que estamos viendo ahora es una sustitución de la vergüenza. Ya no tenemos a un Dios al que responderle, sino que vamos a responderle a la química; la química es la que me tiene esclavizado: “No es mi voluntad, no es mi deseo, es algo más allá que no puedo controlar”.
—La situación se complica porque no hay estudios concluyentes, entonces, como dices, hay mucho prejuicio a la hora de hablar del tema.
—Esta generación es un experimento, un experimento vivo. Nunca antes tanta gente estuvo sometida, o expuesta, más que sometida, a tantos estímulos sexuales, eróticos, de tantas formas, con un acceso tan instantáneo. Esto es una novedad con consecuencias impredecibles. Cada quien puede instrumentar su “detoxificación” como crea. Pero lo que sí no puedo aceptar es que estos nuevos chamanes de la desexualización tengan las respuestas.
Esta generación es un experimento. Un experimento vivo.
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La palabra que más he escuchado y leído en los últimos meses ha sido “adicción”. La encontré en foros de ayuda; en el título de papers que abordan el tema; la han dicho todas las personas con las que he conversado. Y entonces platiqué con Marco Almazán, médico y sexólogo clínico del Instituto Mexicano de Sexología. De entrada, me dice:
“Quizá lo mejor sea no hablar de adicción”.
En el enfoque humanista de la sexología, la pornografía no se clasifica como adicción, continúa el sexólogo. Hay que tomar con pinzas la palabra porque el mismo nivel de consumo puede ser problemático para una persona y para otra no, y también porque la palabra puede tener una carga moral que provoca más ansiedad en las personas.
“Quienes acuden conmigo refiriendo ‘adicción al porno’, por lo general, ya vienen con una carga de culpa, con una carga de angustia. Ya han leído muchas cosas, y la información, más que darles alivio, les causa más ansiedad, más confusión todavía”, aclara Almazán.
Conversamos un mediodía de abril de 2025. El especialista viste un suéter rojo que resalta sobre la pared blanca llena de diplomas que hay detrás de él. Como sexólogo, las dificultades sexuales de hombres y mujeres son uno de sus principales campos de consulta. En los últimos años, atiende a cada vez más personas preocupadas por su consumo de pornografía.
—Las personas están dentro de estas características demográficas poblacionales: son varones y hetero (los que yo he visto mayormente). Pero también he atendido a hombres homosexuales con este problema.
—¿Son jóvenes?
—Sí. En su mayoría suelen estar en sus veintes, treintas. La mayoría suele compartir esta historia de inicio temprano en el consumo del porno.
—¿Qué otras características comparten?
—Me refieren que han intentado parar el consumo, que han intentado las lecturas de ciertos libros, el NoFap, la ayuda en distintos grupos; han buscado muchas alternativas. Alternativas que en muchos casos no dan resultados, pero sí mucha ansiedad y culpa. El discurso de muchos influencers y libros que dicen ayudar se basa en la culpa.
Desde su enfoque, la clave para Almazán está en construir espacios seguros, profesionales y empáticos, donde no se juzgue ni se impongan diagnósticos apresurados, sino que se escuche y acompañe. En lugar de buscar etiquetas o patologizar, apuesta por acompañar a la persona en un ejercicio de introspección donde se pregunte: ¿qué lo lleva a consumir?, ¿cómo vive su sexualidad?, ¿qué significa para él el contenido que consume?
“Desarrollar una compulsión o consumo problemático del porno está muy relacionado con el inicio temprano del consumo. En México, el promedio más o menos es de los 10 a los 13”, me explica Almazán. En efecto, las personas con las que he conversado me dijeron que comenzaron a esas edades, de los nueve a los 13 años.
Marco considera que la educación sexual puede prevenir el consumo problemático de pornografía. “Pero alguien va a decir: ‘¿A qué te refieres?, ¿hablarles a los niños del porno?’. Pues no, [se] va haciendo como una alfabetización, ir dando la información adecuada a las edades adecuadas”, dice. Una educación sexual integral adaptada a cada etapa (comenzar a hablar del tema, por ejemplo, a la edad promedio en que se inicia el consumo) da más herramientas críticas a la hora de acercarse a este contenido. Y es que, aunque los padres y docentes no quieran, el porno va a llegar: por un amigo, por un primo, por una publicación de redes sociales o un clic en un sitio equivocado.
Por eso es vital mantener un canal de comunicación abierto, dice Almazán, donde adolescentes puedan hacer preguntas, expresar dudas y no sentirse solos ante lo que ven o sienten: “Decirles: ‘En internet puedes encontrar contenido sexual explícito que no necesariamente se asemeja a la realidad de las experiencias que tú vas a tener; si lo encuentras, si lo empiezas a consumir, pues trata de tener esto en cuenta’. Decirles que a fin de cuentas no es real, que te puede eventualmente también ir generando inseguridades con tu cuerpo —comenta—. Creo que es importante hacer énfasis en el consumo informado, reflexivo y crítico: qué es lo que veo, cada cuánto lo veo, cómo me hace sentir lo que veo”.
Es una postura muy diferente al alarmismo que se palpa en videos y publicaciones (la “pandemia silenciosa”, “generación porno, el origen de una pandemia terrorífica”).
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El viento trae algunas gotas de la lluvia que paró hace unos minutos. Jaime espera afuera de un Starbucks, en una colonia gentrificada de la Ciudad de México. Es el jueves de la primera semana de mayo y en unos minutos asistirá a una reunión con un nuevo grupo de apoyo. Los contactó esta semana a través de su página de internet. No es que quiera distanciarse de sus compañeros de WhatsApp, pero acaba de conseguir un empleo por la zona y el traslado a la casa de L. se le complica. “Estoy nervioso”, confiesa. Dos horas y media después, Jaime regresa a la cafetería. No me quiere dar detalles sobre la reunión porque le dijeron que no se puede hablar sobre ella a medios de comunicación. “Lo que ahí se habla, ahí se queda”, dice que le dijeron. Pero no es nada raro, me asegura, son reuniones similares a las de Alcohólicos Anónimos. Se sientan en círculo, hablan de sobriedad, de lujuria; alguien compartió su testimonio; al final hacen una especie de meditación. “En realidad son muy parecidas a las del nuestro grupo, solo que aquí son religiosos. Había una imagen de ‘Yisus’ en el salón”, señala.
—¿Y sí vas a seguir yendo?
—Pues chance. No sé, no estuvo mal. Quizá solo me brinca eso que dicen de la lujuria, “ser adictos a la lujuria”. Se me hace muy religioso, ¿no?
Jaime no profesa ninguna religión y considera que no es necesaria para atender la adicción que desea superar. Sin embargo, jamás se ha cerrado a buscar alternativas.
—Disculpa que te hiciera venir, ya ni pude decirte nada que te sirviera.
—No te preocupes. Al contrario, gracias por invitarme.
—Yo pensé que ahorita ya iba a salir curado —dice sonriendo—. Ese hubiera sido el final perfecto para el reportaje.

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José Mario Martínez Thomas es urólogo y vive en la Ciudad de México. Conversamos una tarde de mayo. Lo primero que me comenta es que ha observado un aumento en el número de pacientes que asisten a consulta preocupados por las posibles consecuencias de un consumo prolongado de pornografía y la masturbación compulsiva que los acompaña.
“El uso compulsivo o la adicción de la pornografía sí tiene consecuencias en el aspecto sexual de las personas —dice—. En las disfunciones sexuales: la disfunción eréctil, la eyaculación precoz, la aneyaculación. Es un tema bastante controversial en el aspecto de que no hay como tal un estudio concluyente, pero sí es un tema que se ha estudiado demasiado. Y sí hay bases neurológicas que confirman que la adicción a la pornografía sí tiene secuelas urológicas”.
Regresamos al asunto de la saturación de los neurotransmisores de dopamina, que producen desensibilización. Cada vez ocupa más dopamina el paciente y a veces eso no lo puede producir con un estímulo sexual real, lo que a su vez provoca la disfunción eréctil. En pacientes de este tipo también se ha observado dolor pélvico y uretral. “En el aspecto del piso pélvico está bien comprobado que puede llegar a producir dolor crónico, porque se acompaña la pornografía con la masturbación compulsiva. También puede producir disminución en la producción de testosterona”, explica el médico egresado de la UNAM y miembro de la Asociación Americana de Urología.
El doctor Martínez matiza: todos los casos son distintos, no se puede descartar ninguna posibilidad. “Las principales causas [de las disfunciones sexuales] son el sobrepeso, el sedentarismo, la ansiedad, la diabetes, la hipertensión, el tabaquismo, el uso de drogas —y sí—, el consumo compulsivo de pornografía”. Por esa razón, no se puede caer en el autodiagnóstico.
¿Y cómo se procede con las personas a las que sí se les diagnostica un consumo compulsivo, relacionado con disfunción eréctil? Viene un tratamiento de fortalecimiento de piso pélvico, acompañado de terapia cognitivo-conductual. Y abstinencia: “Entre los siete y los 21 días de quitar la pornografía, el paciente empieza a ver mejoras significativas, tanto en la producción de testosterona como en el deseo sexual, como en la calidad de la erección y la eyaculación”, explica el urólogo. En contraparte del fatalismo de algunos grupos de internet, el urólogo se muestra optimista: “A veces el tratamiento es más fácil de lo que uno puede llegar a pensar”. Pero es necesario, advierte Mario, que asistan con profesionales. Si se da un buen tratamiento al paciente, la tasa de satisfacción es muy alta, por arriba del 80% al 90%.
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Desde hace unos años se habla de la epidemia de soledad masculina en contextos angloparlantes. Cada vez nos resulta más difícil a los hombres establecer vínculos afectivos, no solamente relaciones sentimentales, sino también de amistad.
La American Perspectives Survey publicó en mayo de 2021 que una cuarta parte de los hombres estadounidenses menores de 30 años consideran que no tienen amigos cercanos. No existe una encuesta parecida en el contexto mexicano; sin embargo, el crecimiento de grupos radicales en nuestro país puede ser una pista de la crisis de salud mental en nuestro país. Los hombres no hablamos de cómo nos sentimos; no tenemos con quién hablarlo.
En septiembre de 2025, Jaime me mandó un mensaje luego de que un joven de 19 años asesinara a un compañero estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel sur, Ciudad de México, uno de los bachilleratos de la UNAM. Conversamos durante días sobre lo que significa crecer en soledad, no tener a alguien a quien contar tus problemas. “Está cabrón, está muy fuerte lo que pasó. Lamentablemente, es consecuencia de que no existan apoyos para hablar de los problemas que vives, y eso terminó explotándole [al asesino]”, me dice en una nota de voz.
El NoFap es un tema muy visible dentro de comunidades incels y redpillers. Esto no significa que las personas con un consumo problemático de pornografía necesariamente difundan mensajes violentos contra mujeres o disidencias sexuales. “Jamás culparía a las mujeres o al feminismo de lo que me pasa. Sí sé que muchos de esos chicos también tienen un problema con la pornografía, pero eso no justifica la violencia —responde Jaime a mi pregunta sobre esos grupos y su cercanía con los ideales del NoFap—. Creo que toda esa energía podrían dedicarla a ayudarse entre ellos. En el grupo, tú estuviste dentro y viste: jamás hemos difundido ese tipo de mensajes”. Porque no todos los grupos de hombres que se crean en internet son semilleros de radicalización. L. y Jaime me lo han demostrado: hay hombres que solo quieren ser escuchados y encontraron a otros hombres con la misma necesidad.
Luego, Jaime bromea de nuevo con lo del final de este reportaje. Tiene razón, no sé cómo terminarlo. Que el prejuicio en torno al consumo de pornografía existe es tan cierto como el hecho de que no hay estudios concluyentes que nos ayuden a comprender el problema. Quién sabe cuándo se realicen. Mientras tanto, existen hombres que buscan curarse y salir de algo que llaman adicción. ¿Quién soy yo para decir que su dolor no existe o minimizarlo? Pero no puedo dejar de pensar en las palabras del sexólogo Almazán. Quizá la palabra “adicción” no sea la adecuada para nombrar lo que viven.
Veo a Jaime por última vez a inicios de octubre de 2025. Una tarde lluviosa, en esa colonia donde ahora trabaja. Lo espero en la misma cafetería. Días antes les escribí a L. y a Javier. El primero dijo que en ese momento no se sentía con ánimo de hablar, pero que está bien. Sigue pensando en cómo hablarle del tema a su hijo, que el próximo año cumplirá 11. Tardé un día en contestarle, porque no sabía cómo hacerlo. Al final le compartí la transcripción de la entrevista con Almazán: “Aquí un médico y sexólogo me comentó cómo se puede hablar del tema a los niños según sus edades. Ojalá pueda ayudarte :)”. Javier tampoco quiso conversar. Quizá después, me dice. En este momento está asistiendo a terapia, algo que ya había intentado. Sigue estudiando sobre el NoFap. “Voy a hacer videos para difundir el tema y ayudar a quien lo necesite”, me confía en un mensaje.
Sentado en una mesa del balcón de la cafetería, Jaime me cuenta, alegre, orgulloso, que sigue sin recaer. Después me dice que estuvo haciendo cálculos de todo el tiempo que le quitó el porno, de todo el tiempo que tiró a la basura.
Ha dejado de llover. Las nubes grises no permiten apreciar el atardecer, pero aun así se siente que el día oscurece. El alumbrado público ahora ilumina la calle.
—Todos los días —continúa— por lo menos veía porno una hora. Una hora. Puedes pensar que no es mucho, pero fueron 15 años… No tenía conciencia del tiempo.
—¿Cuánto tiempo fue? —no soy bueno en matemáticas.
—Son 5 475 horas. Eso son 228 días. Más de medio año. Es tiempo que no voy a recuperar nunca, que me quitó el porno. Pero al menos me sirve como un recordatorio.
—¿De qué?
—De que ya perdí mucho tiempo. No puedo desperdiciar más.
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Un retrato de hombres adictos a la pornografía en México.
Nunca antes tantas personas estuvieron expuestas a tantos estímulos sexuales de tan diversas formas, con un acceso instantáneo. Con un ánimo catastrofista es fácil establecer que asistimos al inicio de la era del “cerebro pornificado”; sin embargo, en este reportaje se recolectan indicios suficientes para afirmar que no conviene internarse en un territorio desconocido (y poco investigado desde la ciencia) lanzando señales de alarma. ¿Es inevitable que el consumo de pornografía se vuelva problemático? ¿Qué tan en serio se pueden tomar los discursos de todos esos gurús del NoFap que parecen lucrar con la culpa y las vidas arruinadas de millones? ¿La reacción se torna en un nuevo movimiento de desexualización moralizante? Un primer paso: conocer el dolor de los que viven en la cárcel que no se atreve a decir su nombre.
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La tarde del 27 de agosto de 2024, Javier fue a la fiesta de su sobrino, que cumplía tres años. Lo abrazó, le dio su regalo. Jugaron juntos un ratito, se sentaron a mirar las caricaturas en la tableta del niño. Saludó a unas tías; platicó con unos primos de los que se había distanciado en la adolescencia, hace más de 10 años. Javier estaba disfrutando la fiesta, hasta que llegó la “sustanciación”. Una urgencia, una ansiedad que cada tanto, dice, invade su cuerpo. Javier se encerró en el baño; puso el seguro a la puerta, desbloqueó su celular y entró a Google Chrome. Encontró el video que buscaba porque sabía las palabras exactas del título. La imagen, la referencia, había llegado a su mente de repente. Algo que no podía controlar.
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El zaguán y la fachada son blancos. Una casa de una planta con varillas expuestas en el techo, expectantes de una ampliación que tal vez no llegue. Es la dirección que indica el mensaje de WhatsApp. Es enero de 2025, en una colonia de la periferia de la Ciudad de México, declina la tarde y las sombras robustecen. Golpeo el zaguán y en menos de un minuto un hombre abre la puerta. Es moreno; debe medir menos de 1.70 metros. Viste una camisa polo azul marino. Su nombre empieza con L. No obtendré más datos personales. Con el nombre basta. Aquí no se pregunta nada más que eso. Es una de las reglas de las reuniones. La luz amarillenta de dos focos ilumina un patio donde se estaciona un automóvil Nissan. Cerca de la entrada de la casa hay seis sillas de madera de un comedor. Seis. El número usual de asistentes. Esta tarde noche sobrarán dos sillas.
—¿Es Yair o Jair?
—Yair. Pero se escribe Jair.
—Yair, okey. Siéntate. Vamos a esperar a que lleguen más compañeros. Vas a participar como uno más del grupo.
L. explica que estas reuniones son una extensión del grupo de WhatsApp en el que él y otros hombres comparten inquietudes respecto a su adicción a la pornografía. La dinámica es simple: se reúnen en la casa de L. y conversan sobre cómo se sienten, si han tenido “recaídas” y cómo evitarlas, se aconsejan. Lo hacen porque algo está pasando: L. lo llama una “pandemia silenciosa”.
Miles de hombres jóvenes se reúnen en diferentes espacios de internet para hablar de su adicción a la pornografía. No son espacios visibles, pero se encuentran rápido si se busca “NoFap” o simplemente “adicción al porno”. Existe una preocupación por el tema, es indudable. El estudio “The broad reach and inaccuracy of men’s health information on social media: analysis of TikTok and Instagram”, publicado en 2022 por académicos de la Northwestern University Feinberg School of Medicine en el International Journal of Impotence Research, reveló que el término “retención de semen” —especie de terapia para contrarrestar los supuestos efectos negativos del consumo compulsivo de pornografía— es el tema más popular relacionado con la salud masculina en las redes sociales TikTok e Instagram, en Estados Unidos. No se tienen datos parecidos sobre México, pero sí se sabe que el país es uno de los principales consumidores de pornografía a nivel mundial. En diciembre de 2024, la plataforma PornHub publicó su informe anual, donde expone las tendencias y los comportamientos de consumo de sus usuarios. México ocupa el cuarto lugar en consumo, por detrás de Estados Unidos, Francia y Filipinas. Además, es el país en el que los usuarios pasan más tiempo en el sitio web, con un promedio de 11:01 minutos; la media global es de y 9:40 minutos. Los usuarios mexicanos que más consumen pornografía en este sitio son los que tienen entre 18 y 24 años.
Alguien toca al zaguán. L. me dice que regresa en un momento. Aparece Jaime, que no es su verdadero nombre. Es más joven que L. Viste una playera y jeans holgados que agrandan su cuerpo delgado.
—Pero solo vas a grabar el audio, ¿verdad? —pregunta luego de presentarnos. El anonimato es una de las cuestiones más importantes en estos grupos.
El grupo del que forman parte L. y Jaime surgió primero de manera virtual a mediados de 2021. La idea fue de L., y se le ocurrió después de participar en varios grupos de apoyo para atender su adicción a la pornografía, que en ese entonces ya había provocado su divorcio. “Más que nada fue la necesidad de tener dónde hablar de lo que vivimos. Porque es imposible hablarlo con nuestras familias o parejas. Jamás lo van a entender. A veces ni los psicólogos lo hacen. Te sientes juzgado”, explica.
Jaime fue uno de los primeros en unirse al grupo. Ahora, en octubre de 2025, hay 132 miembros en el grupo de WhatsApp. “La idea es darnos motivación diaria, porque esta es una adicción que afrontas solo”, dice L. Entre los mensajes que se envían están los de ánimo —“Siete días de abstinencia. Vamos por más”—; hay quien pide consejos: “Oigan, ¿qué recomiendan para no tener tanta ansiedad?”. Cada tanto L. postea el link de invitación en alguna publicación en grupos de Facebook que hablan sobre el tema; a veces otros miembros, cercanos a él, lo comparten en foros de Reddit o hasta en X. Con todo, no acepta todas las solicitudes de entrada que recibe; es una estrategia para cuidar la privacidad del grupo, porque hay muchos estigmas contra los adictos a la pornografía: ha sucedido que comparten el vínculo en redes sociales y entran personas que escriben mensajes ofensivos e incluso comparten contenido pornográfico. “Te atacan, se burlan o te exhiben en redes sociales. Piensan que eres un pervertido o hasta un pedófilo de lo peor; cuando en realidad solo eres una persona que quiere recuperar su vida”, cuenta L.
—¿Pasa seguido?
—Algunas veces —dice L.—. No sé qué ganan haciendo eso. No entiendo por qué buscan lastimarnos, si no estamos haciendo daño a nadie.
Meses después de esa conversación, el miércoles 14 de mayo de 2025, el grupo sufrió otro ataque: una persona se unió y comenzó a compartir videos porno y a escribir mensajes ofensivos que no alcancé a leer porque L. borró todo de inmediato. Evitar el contacto con el contenido sexual explícito y no explícito es fundamental en el tratamiento.
—Uno debe buscar la manera de evitarlo: por los estímulos. Debes limpiar tu algoritmo, bloquear páginas; si hace falta silenciar amigos, lo haces. Porque nunca falta en los grupos de amigos el que manda porno —dice L.
—Tengo un amigo así —interviene Jaime—. Que manda nopor en un grupo que tenemos amigos de la universidad. Es el único que lo hace, no sé por qué. No le digo nada. Cada vez [que] manda algo mejor lo borro de inmediato. No me arriesgo a verlo.
—De ahí se entiende la importancia de nuestro grupo.
Con las reuniones presenciales de una vez por semana ya llevan un año. “Algo que nos gustaría, y espero que se haga, es salir más, juntos, a alguna excursión…”, dice L., y por primera vez suena alegre, optimista.
Pasan 20 minutos. Alguien más golpea el zaguán. Entra otra persona e inicia la reunión. En círculo, todos de pie, hacen un pequeño ejercicio de respiración con los ojos cerrados. Se sientan y durante más de una hora conversan sobre cómo ha estado su semana y de los progresos que han tenido. El principal tema son las tentaciones que han enfrentado y los incitan a recaer.

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Algo que aprendí en estos meses fue que la sensación llega en cualquier momento. La sustanciación. Lo describen como una urgencia que recorre el cuerpo; hace que las manos se entuman e inunda la mente de pensamientos sexuales intrusivos. Los que viven agobiados por esa urgencia dicen que llega a manifestarse en los lugares más impensados. En el transporte público. En la escuela. En el trabajo. En la casa de un familiar. En una fiesta. Explican que la necesidad de hacerlo surge después de recibir algún estímulo. Y para muchos de ellos, cualquier situación se ha convertido en un potencial estímulo: una imagen apenas vislumbrada; una palabra o un gesto que intuyen sugerente; una publicación en redes sociales; un recuerdo que los asalta.
Esa urgencia fue la que hizo que Javier dejara de disfrutar la fiesta aquella tarde de agosto de 2024. Cuando salió del baño, intentó fingir normalidad; se sentó a la mesa, junto a su familia, y participó en la conversación. En algún momento comenzó a temblarle una pierna, una de sus tías se dio cuenta y le preguntó qué tenía. Una sensación de angustia y desánimo lo invadió. Apenas aplaudió cuando su sobrino abrió los regalos y después se fue a su casa. Allí se encerró en su cuarto y volvió a mirar pornografía. Y entonces decidió que esa era la última vez. Ese día, 14 de agosto de 2024, tenía que marcar un inicio. Y también un final. Javier durmió hasta las cuatro de la mañana buscando información en internet. Vio videos, uno tras otro, que hablaban de que lo que él vivía era una adicción. Encajaba en todos los síntomas. Problemas de concentración. Aumento de ansiedad. Consumo incontrolable. Pensamientos obsesivos. Y entonces se puso a buscar cómo podía vencerla. Encontró una respuesta muy rápido. Existía una forma. Un camino que muchas otras personas ya estaban recorriendo.
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La pornografía es polémica. Siempre lo ha sido. “Es una etiqueta que se aplica a una variedad inmensa de objetos y representaciones, sin importar tanto su naturaleza como el efecto que pueden producir. De ahí que la pornografía sea considerada no por lo que es, sino por lo que causa”, escribe el ensayista Naief Yehya en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral (Plaza & Janés, 2004). Y tiene razón. Es interminable lo que se ha dicho a favor y en contra de la pornografía. La feminista estadounidense Robin Morgan escribió en su famoso ensayo “Theory and Practice: Pornography and Rape” (1974) que “el acto de violación no es más que la expresión de la norma, incluso alienta la fantasía masculina en la cultura patriarcal de la agresión sexual. Y la articulación de esa fantasía en una industria de 1 000 millones de dólares es la pornografía. […] La pornografía es la teoría: la violación es la práctica”. Por su parte, el filósofo queer Paul B. Preciado apunta en su artículo “Mujeres en los márgenes”, publicado en 2007, que el “mejor antídoto contra la pornografía dominante no es la censura, sino la producción de representaciones alternativas de la sexualidad, hechas desde miradas divergentes de la mirada normativa”. Existen textos que abordan una variedad de posturas, con diferentes argumentos, que el lector puede consultar. Este no es un texto sobre el porno ni su industria: esta es una historia de hombres cuyo consumo de pornografía ha arruinado sus vidas.
El problema principal cuando se habla de la adicción a la pornografía es la falta de estudios serios sobre el tema. Aún no se ha demostrado de manera concluyente que la pornografía sea dañina; si afecta de manera particular a ciertas personas o las consecuencias de su consumo prolongado. No es un trastorno incluido en la edición más reciente del canónico Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales que publica la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, aunque se incluyó el comportamiento sexual compulsivo —comúnmente llamado adicción sexual— como un desorden de salud mental en la lista de Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud en junio de 2019.
Los defensores de la idea de que la pornografía puede convertirse en una adicción estipulan que su consumo compulsivo es comparable al de las drogas, por su efecto en procesos cerebrales y de comportamiento. Los críticos de tal idea ponen por delante la carencia de pruebas: las investigaciones que se han realizado incurren en errores metodológicos, y los contextos sociales y religiosos pueden sesgar los estudios. Para evitar recorrer una inagotable lista aún abierta de argumentos y contrargumentos, lo mejor es retroceder y preguntarnos qué es una adicción, a qué podemos hacernos adictos. Conversé con Eduardo Marbez, médico y psicoterapeuta especializado en el tratamiento de adicciones, jefe de la Oficina de Salud Mental y Grupos Vulnerables en la Coordinación Estatal IMSS Bienestar del Estado de México.
En la pantalla de la computadora aparece un hombre de ademanes enérgicos, sonriente. Pide que lo llame Lalo. Con voz segura y clara dicción, explica que las adicciones van más allá de las sustancias: “Hablamos de un trastorno, de una limitación o de un impedimento a la función de una persona; hay adicciones a sustancias y hay las llamadas adicciones comportamentales o a procesos”. A estas últimas adicciones, Marbez las define como compulsiones: son actividades que se realizan a pesar de las consecuencias negativas para la vida de una persona. En esta categoría se encuentran las apuestas, las compras, el ejercicio, el trabajo o la pornografía.
El consumo de pornografía, dice Lalo, en sí mismo no garantiza la adicción. El problema no es la actividad, sino la pérdida de control y la dependencia que se desarrolla hacia ella. El cerebro humano funciona a través de una compleja red de neuronas conectadas por neurotransmisores; uno de los más importantes en el desarrollo de adicciones es la dopamina, asociada al circuito de la recompensa. Cada vez que hacemos algo que nos gusta —comer, hacer ejercicio, reír, tener relaciones sexuales—, el cerebro nos recompensa con una descarga de dopamina. Esa sensación de bienestar nos hace disfrutar el momento y también nos impulsa a repetir la conducta. Pero cuando esta vía de recompensa se activa con demasiada frecuencia, el cerebro empieza a cambiar. Nos volvemos menos sensibles a estímulos cotidianos y necesitamos cada vez más dopamina para sentir ese placer inicial. Es ahí donde comienza la adicción: las actividades que antes se disfrutaban —por ejemplo, salir con amigos, hacer ejercicio, leer— pierden fuerza frente a aquellas que provocan una gratificación inmediata e intensa.
Existen varios factores que determinan que una adicción se desarrolle o no; pueden ser genéticos, sociales y hasta neurobiológicos. Por ejemplo, el doctor Marbez ha observado que algunos pacientes con trastornos de comportamiento sexual compulsivo también viven con un trastorno depresivo o ansioso. “Me preocuparía si [un sujeto utilizara] la pornografía como una estrategia para evitar emociones desagradables, si la consumiera cuando está ansioso, estresado, deprimido; un uso ‘automedicado’ de esa pornografía sería algo que a mí me llamaría mucho la atención”.
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L.:*
La mayoría de los momentos malos de mi vida involucran pornografía. El peor de todos, creo, fue cuando mi esposa descubrió mi adicción. Eso pasó hace cinco años. Entró en el cuarto donde estaba, y yo estaba tan enajenado que no me di cuenta; me encontró masturbándome viendo porno. Me quitó el celular. No podría decirte bien cuál fue su reacción de ese momento, porque yo mismo me bloqueé. Sentía que mi vida se había terminado: quería parar el tiempo, retrocederlo. Pensé que mi esposa se iba a enojar, me gritaría, me pediría el divorcio. No sé, esperaba una reacción así. Pero no. Fue algo mucho peor. Se puso muy triste, comenzó a llorar mientras revisaba el teléfono. Tenía todo atascado de videos, de imágenes. Se encerró en el cuarto y estuvo llorando, diría que por horas. Y yo solo quería dejar de existir. Esa creo que fue la primera vez que quise suicidarme. […]
Casi toda mi vida he vivido dos vidas. La normal, de mi familia y amigos, del trabajo; y la otra, la que he intentado ocultar a todos: que me paso horas y horas viendo pornografía y no puedo evitarlo. Como te podrás haber dado cuenta, a diferencia de los otros compañeros, yo soy más grande. Tengo 39 años. No crecí con celular ni internet. Mi primer contacto con la pornografía fue como a los 11 o 12 años por una revista que me mostró un primo más grande. Siempre que iba a su casa, veíamos a escondidas esas revistas de mi tío. Luego en la secundaria, tuve algunos compañeros que en ocasiones llevaban revistas y nos juntábamos a verlas. Esa etapa fue complicada para mí porque muchos compañeros eran muy manchados conmigo; me sacaban los cuadernos y los tiraban a la basura, cosas así, bullying, y como siempre he sido chaparro, no podía defenderme. El porno fue mi refugio. […]
Me volví una persona solitaria, dejé de hacer amigos en la prepa y la universidad porque mi compañía era el porno. Antes de salir de la universidad, conocí a mi esposa y comenzamos a salir. Pensé que esa relación real terminaría con mi adicción, pero no sucedió. Esto es algo que me avergüenza mucho contar, y ya se lo confesé: a veces cuando salíamos me urgía ya dejarla en su casa para irme a ver porno. Intenté dejarlo y fracasé una y otra vez. Hace unos años, por allá del 2015, me despidieron de un buen trabajo por mi adicción. Ganaba bien y habíamos tenido a nuestro hijo poco antes. Usaba la computadora para entrar en páginas porno en la oficina; eso renovó mi adicción porque se sumaba a la excitación de que me pudieran descubrir en cualquier momento. Así de enfermo estaba; a ese nivel llegué. […]
Durante mucho tiempo tuve la sensación de que eso no iba a cambiar nunca, de que siempre sería así. Pero esa idea ha cambiado poco a poco. Me costó mucho, me costó mi familia, porque al final mi esposa me pidió el divorcio y se quedó con la custodia de mi hijo, pero creo que ahora tengo la esperanza de superar esta adicción. Espero que ellos algún día me perdonen por haber arruinado nuestras vidas. Mientras tanto, sigo luchando. Una forma de hacerlo es el grupo. Me siento orgulloso [de él].
Y en cuanto a mi persona, llevo cinco meses sin consumir. Creo que nunca había durado tanto. Mi mayor preocupación en este momento es mi hijo. Quiero ser un buen padre para él. Y además no dejo de pensar que se acerca a la edad que yo tuve cuando comencé en esta adicción. Todavía no sé cómo voy a hablarle del tema. No sé si tenga el valor de contarle lo que he vivido, mi doble vida.
*Editamos ciertos pasajes del testimonio de L. para mejorar su lectura y evitar repeticiones propias de la oralidad.
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Aunque México comparte cifras de consumo de pornografía similares a países como Estados Unidos, Francia o Reino Unido, en este país no se realizan tantas investigaciones sobre el tema como en aquellos. Esa falta de datos motivó a Shilia Lisset Vargas Echeverría, doctora en Sociología, y a José Ignacio Nevarez Martín, maestro en Psicología, a indagar sobre esta problemática en el contexto mexicano. En 2022 publicaron en la Revista Internacional de Investigación en Adicciones, editada por los Centros de Integración Juvenil, A.C., un artículo en el que proponen la primera escala mexicana para medir de manera preliminar la adicción a la pornografía. Se trata de un cuestionario de 27 preguntas cuya prueba piloto fue aplicada a personas en recuperación de alcohol y drogas ingresadas en un centro de rehabilitación de Mérida, Yucatán, durante el mes de junio de 2020. Tres años después de la publicación de ese artículo, conversamos por videollamada.
“Nuestra idea surgió principalmente observando que el consumo de pornografía en México está muy normalizado, y se tiende a invisibilizar un poco la parte que podría llegar a ser problemática y no un consumo normal, por elección”, dice la doctora Vargas, con una voz de consonantes implosivas, típica del español de Yucatán.
El primer paso fue desarrollar un instrumento para determinar si una persona es adicta o no al porno. “Una herramienta que nos permita explorar y empezar a aproximarnos a entender este fenómeno”, define la doctora. Algunos de los apartados del cuestionario son: “uso pornografía en lugares donde nunca pensé hacerlo (iglesia, transporte público, parques, fiestas, trabajo, etc.)” o “al ver una imagen de una persona sin ropa o escuchar sobre un tema sexual, me produce ansia por ver pornografía y masturbarme”. Para su elaboración retomaron el trabajo del psicólogo inglés Mark Griffiths, cuyo modelo biopsicosocial describe las características comunes de una adicción conductual: saliencia —la actividad se convierte en lo más importante en la vida de la persona y domina su pensamiento y comportamiento—, modificación del humor, tolerancia —se requiere de consumir más pornografía para alcanzar umbrales de placer cada vez más exigentes— síndrome de abstinencia, conflicto —problemas entre la persona adicta y quienes la rodean; también conflicto consigo mismo— y recaída —retomar patrones de consumo luego de intentar dejarlo—. “El consumo de pornografía cumple todos los componentes del modelo”, afirma Nevarez, aunque aclara que la escala no se puede emplear de manera aislada. Debe complementarse con otras herramientas, como el acompañamiento terapéutico, para “tener un diagnóstico certero sobre si alguien es o no adicto a la pornografía”.
“Nuestra intención no es satanizar a la pornografía —dice el psicólogo—. Nosotros solamente buscamos, desde la propia ciencia, el poder analizar el comportamiento de esta visualización de la pornografía”.
Vargas y Nevarez continúan trabajando en su escala, afinándola para que sea más precisa. Como la edad de mayor consumo en nuestro país sucede de los 18 a los 24 años, la etapa universitaria, decidieron concentrarse en ese sector demográfico. En 2024 aplicaron la escala en varias universidades de Mérida; no quisieron hablar sobre los resultados porque su objetivo es publicar el estudio completo en alguna revista científica en 2026. No obstante, Vargas comparte un dato que a ella le parece alarmante: “El 73% de los encuestados afirmaron haber consumido pornografía al menos una vez en su vida o más”. Y aunque el consumo no significa adicción, para la socióloga ese dato demuestra que la pornografía está normalizada: “De ese 73%, un poquito más del 10%, según la escala, presentó algún tipo de adicción”, dice.
“También encontramos que existe un fuerte vínculo entre el consumo de pornografía y la autorregulación emocional —sigue explicando la doctora Shilia, sobre los resultados de su encuesta—. Muchas veces se consume pornografía no únicamente por deseo sexual, sino también porque es una forma de aliviar emociones negativas, como el estrés, como la ansiedad, como a lo mejor la soledad…”. Justo lo que le preocuparía al psicoterapeuta Marbez.
Mientras conversamos, aparece otra preocupación para los investigadores: la “pornificación” de la sociedad. No había escuchado el término antes de que lo mencionaran. Nevarez me explica que en jóvenes y adultos se ha aceptado la pornografía como un instructivo, “un libro de consulta para todo lo relativo a la sexualidad”.
“Encontramos, por ejemplo —relata el psicólogo—, en páginas web pornográficas a estrellas porno que están ‘educando’, entre comillas, a nuestros adolescentes, a nuestros jóvenes, a nuestros niños, ¿en qué sentido? Literalmente les hablan acerca de cómo tener sexo en todas sus presentaciones, cómo tener sexo oral, cómo tener sexo anal, cómo utilizar un juguete sexual. Eso está hablando de una educación, no necesariamente la que se necesita o requieren nuestros niños y adolescentes, por supuesto, pero ellos se están dando cuenta de cuál es la necesidad que existe en nuestra cultura”.
—Sin embargo, no hay una evidencia clara sobre el daño que puede provocar el consumo de pornografía —les recuerdo.
—¿Cómo va a haber evidencia si no está reconocido, si no hay presupuesto para hacer investigación? Me encantaría que esto, Jair, lo pudieras plasmar en el reportaje: no va a existir el reconocimiento de la adicción a la pornografía porque no hay evidencia. No hay evidencia porque no está reconocido y, como no está reconocido, no hay presupuesto para la investigación como tal. Eso es así. Un círculo vicioso. Nadie se va a arriesgar a hacer investigación porque no tiene presupuesto para poder hacerlo; lo tienes que hacer con tus propios recursos, y eso es lo que estamos haciendo.
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Las puertas de la Biblioteca Central de la UNAM se abren. Es la mañana de un jueves de abril de 2025, y aunque son vacaciones, varias personas comienzan a entrar a este edificio con uno de los acervos bibliográficos más grandes de México, Patrimonio Cultural de la Humanidad. En unos minutos, cerca de la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras, aparecerá un chico robusto, de cabello quebrado, lentes pequeños y piel pálida. Es Javier. Hace unos meses no se hubiera imaginado que dedicaría sus vacaciones a estudiar.
“Estoy aprovechando estos días para avanzar con mi tesis —dice antes de entrar a la biblioteca, y mientras sube por el elevador al quinto piso, añade—: Tengo que ocuparme los días que no trabajo ni voy a la escuela. Es cuando hay más peligro de recaer”.
El ocio y la soledad son peligrosos, explicará después, porque en esos momentos lo abruman pensamientos intrusivos, los responsables de que recaiga en su adicción. Desde agosto de 2024, cuando comenzó a consumir contenido antipornográfico, intentó adoptar “medidas de seguridad”, como bloquear páginas porno, restringir al mínimo el uso de redes sociales y una medida que le ha costado: no quedarse solo, en especial en su cuarto. Para lograrlo ha modificado sus hábitos: comenzó a hacer ejercicio; ahora lee más (llevaba seis libros leídos en ese momento del año); está escribiendo su tesis y trabaja como becario en algo que se relaciona con su carrera. Ese cambio de hábitos sucedió gracias al NoFap, una práctica —y comunidad de internet— que consiste en la abstinencia de la pornografía y la masturbación durante determinado tiempo (dependiendo de la gravedad del caso) para “limpiar” el cerebro y aumentar la testosterona.
“Fap” se utiliza como una onomatopeya de la masturbación. Este movimiento de internet fue fundado en 2011 por el analista de datos estadounidense y autodiagnosticado adicto al porno Alexander Rhodes, quien, después de ver una publicación en Reddit donde se mencionaba un estudio que informaba que los hombres suben sus niveles de testosterona si no se masturban, decidió crear el foro. NoFap es una marca registrada de Rhodes, aunque su uso se expandió y se emplea de forma general para este ejercicio de abstinencia. Es probable que el estudio que leyó Rhodes (porque es el más citado por personas que impulsan el NoFap) sea “A research on the relationship between ejaculation and serum testosterone level in men”, elaborado por académicos chinos en 2003, en el que se afirma que un grupo de hombres que no se masturbaron durante siete días había aumentado un 145.7% de sus niveles de testosterona. Y aunque otros artículos detallan que después de esa semana de abstinencia no existe un incremento significativo de testosterona, muchos jóvenes han adoptado la práctica para tratar su consumo compulsivo de pornografía.
El NoFap se ha convertido en una subcultura de internet. Miles de hombres comparten experiencias y consejos sobre cómo la abstinencia los mejora. Existen cientos de influencers y gurús del NoFap, y aunque con estilos diferentes, todos comparten los mismos consejos. Quizá se deba a que comparten una misma referencia. Javier la encontró pronto. Cuenta que fue uno de los primeros videos que vio cuando se interesó en el tema. “El gran experimento del porno” es una charla ted publicada en YouTube en mayo de 2012; 13 años después, tiene más de 17 millones de reproducciones. En el video aparece un hombre delgado —suéter azul, pantalón caqui— que, de pie sobre un escenario de decoración austera, habla sobre la adicción a la pornografía durante 16 minutos: “En este estudio de los Países Bajos, ‘Predecir el uso compulsivo de internet: se trata de sexo’ (Cyberpsychol Behav, 2006), descubrieron que, de todas las actividades en internet, el porno es la que mayor potencial tiene para crear adictos”, dice el hombre a su audiencia. Se llamaba Gary Wilson, y fue un activista antiporno que, hasta su muerte en 2021, aseguró que esta adicción es algo científicamente comprobado y cuya recuperación se logra mediante la abstinencia sexual.
Wilson, que no fue psicólogo ni psiquiatra, creó en 2010 el sitio web Your Brain on Porn, donde se recopilan artículos y videos informativos sobre la adicción a la pornografía y sus consecuencias, que incluyen depresión, ansiedad, baja autoestima, aislamiento social, disfunción eréctil y eyaculación precoz. Varios de estos síntomas coinciden con lo que sentía Javier. Wilson también es el autor del best seller Your Brain On Porn: Internet Pornography and the Emerging Science of Addiction (Commonwealth Publishing, 2015), el cual, como respaldo a sus opiniones, recopila anécdotas de adictos en recuperación. Días después de haber visto la charla TED, Javier encontró el PDF del libro y comenzó a leerlo. “Ningún contenido del presente texto tiene como objetivo ser empleado para el diagnóstico o el tratamiento de un problema de salud”, advierte el libro en su hoja legal.
Javier consulta en una computadora la clasificación de los libros que necesita para su investigación, y comienza a buscarlos. En ese momento decide que él hará las preguntas. Me pide que le cuente más sobre la revista en la que se publicará este reportaje, sobre la carrera que estudié y por qué trabajo en algo que no se relaciona con mi carrera. No hablará más sobre el tema hasta que salga de la biblioteca y se siente en el pasto, abra su mochila y comience a sacar cosas para acomodar los libros que acaba de pedir. Afuera quedan una sudadera gris, una botella de agua, unos audífonos y un libro que no es de la biblioteca. La portada es amarilla y aparece un busto del emperador romano Marco Aurelio con el título Cómo dejar de preocuparte. Ser estoico en tiempos caóticos (Paidós, 2024).
—Leer me ha ayudado muchísimo —dice, supongo que descubriendo mi mirada indiscreta en el libro—. Yo no lo conocía, pero el estoicismo es un pensamiento muy valioso; te enseña autocontrol y disciplina.
Me pregunta si conozco el estoicismo. Le digo que sí.
—El año pasado leí a Marco Aurelio, por trabajo. Y en la carrera leí algunas cositas de Séneca, pero no mucho, ¿qué me recomiendas leer sobre estoicismo?
Me pasa el libro que trae y me dice que ese está bueno. No es extraño que personas que persiguen la abstinencia de algo encuentren una guía en esta corriente filosófica que pondera la virtud como guía en el día a día. En los grupos de NoFap que he monitoreado al menos una vez por semana aparecen publicaciones sobre pensamiento estoico, en las cuales se habla de disciplina, de meditación, o se usan imágenes generadas con inteligencia artificial para ilustrar algún comentario. “Una de las claves para vencer la pornografía es controlar lo que meditas, meditar fantasías sexuales te llevará a la masturbación y la pornografía, medita en cosas puras”, publicaron en un grupo del que Javier también forma parte.
El estoicismo —o al menos una parte de esta escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el siglo III a.C.— fue adoptado durante la última década por comunidades de internet integradas por hombres, como un arma para defenderse en un supuesto contexto donde se quiere destruir la masculinidad tradicional. Así como los incels y redpillers evitan relacionarse con mujeres, los hombres que siguen el NoFap practican la abstinencia. Son decisiones que se perciben como ejercicios de disciplina y autocontrol. Le pregunto a Javier su opinión de esos grupos. Elude la pregunta, me dice que no cree que ningún extremo sea bueno.
—Pero no son lo mismo, ¿o sí? Aunque igual hay muchas feministas que están en contra de la pornografía.
—Pues porque también les afecta a ellas —dice—. Vivir en una sociedad tan llena de porno las hace sexualizarse para recibir atención. Y se vuelven adictas a esa atención.
Luego regresa al estoicismo. Y hablamos un rato más. Pero el libro que estaba leyendo Javier en aquella mañana de abril no fue escrito por ningún estoico. Su autora es la periodista australiana Brigid Delaney y el texto pertenece a una tradición de libros de autoayuda que muestran una versión digerida de los pensadores clásicos. En el grupo de WhatsApp de L. también han compartido los pdf de obras como esa; por ejemplo, La llamada del coraje (Conecta, 2022), Diario para estoicos (Océano, 2020) o La disciplina marcará tu destino, del autor estadounidense Ryan Holiday.
Además de estos libros de autoayuda, otras medidas que se suelen recomendar en estos grupos virtuales son el ejercicio físico (en especial el levantamiento de pesas), bañarse con agua fría, la meditación, la escritura de un diario. Parte del objetivo de estas prácticas, además del fortalecimiento de la disciplina, es una transformación física: ganar masa muscular y subir los niveles de testosterona.
Días después leí Cómo dejar de preocuparte… Me encontré con el capítulo titulado “El maldito deseo”. Allí la autora escribe esto: “El deseo puede ser fuerte, incluso a veces abrumador, y toda la racionalidad del mundo puede ser insignificante cuando se trata de desalojar algunos deseos, especialmente los románticos y sexuales […] el uso estoico de la racionalidad puede ayudar a disminuir el sufrimiento derivado del deseo, pero no puede erradicarlo por completo”.

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Solo necesitas escribir en el buscador de internet “NoFap” o “adicción al porno” para que aparezca el contenido de gurús que aseguran tener la clave para superar la adicción a la pornografía. “Cómo hacer NoFap y sus increíbles beneficios” es el título de un video que aparece en los primeros resultados. Si bien la mayoría del contenido es en inglés, la comunidad en nuestro idioma está creciendo. En Facebook existe el grupo “NO FAP LatinoAmerica [sic]” con más de 7 000 miembros. El administrador se llama Jacob Rivera Cárdenas y es un joven colombiano con un canal de YouTube donde sube videos con títulos como “ÚNICA manera de Abandonar la PORNOGRAFÍA”, “Lo más PERTURBADOR de la Adicción al NOPOR”, “Recapitulación los SECRETOS para Salir de la adicción al PORNO”. Contacté a Jacob para solicitarle una entrevista. En un inicio había aceptado, pero después pidió un pago de 35 dólares: su tarifa por una hora de asesoría a través de videollamada.
Busco en otras redes. De inmediato encuentro en Instagram un perfil enfocado en el NoFap. La primera publicación de esta página es un video donde aparece un hombre sentado en una silla alta, vestido con suéter y jeans azules; en las manos sostiene un libro. “He descubierto que hay una batalla, una lucha muy fuerte, que están enfrentando tanto creyentes como no creyentes. Estoy seguro [de] que dijiste alguna vez: ‘Esta vez no lo vuelvo a hacer’, y volviste a caer. Estoy seguro [de] que estás agotado de aquel hábito que te está drenando, esclavizando. […] Estoy seguro [de] que estás cansado de luchar solo, sin ningún plan”, dice el hombre en este reel que se subió en diciembre de 2024. El protagonista del video se llama Hayden Lema, es un pastor boliviano de 42 años que vive en California, Estados Unidos. En su página, llamada “Movimiento Bajo Fuego”, habla sobre la adicción a la pornografía mientras promociona su libro, que se titula igual. Ese video apenas tuvo 16 likes, pero 10 meses después su página tiene más de 32 000 seguidores. Le escribo al pastor Hayden y acepta conversar una mañana de finales de junio.
—¿Por qué decidió hablar de la adicción a la pornografía en internet?
—Este movimiento nace del dolor. Es un tema muy sensible: muchas personas batallan con él; todas batallan en silencio —la pantalla muestra a un hombre de aspecto pulcro: la camisa negra planchada, el cabello peinado hacia atrás con gel, afeitado—. Quería poner una voz a esto; un lugar donde todos puedan encontrar una comunidad, a alguien que les hable directamente. Sin tabúes. Sin esconder nada.
Detrás de Hayden aparece el logotipo de la marca: una llama de fuego. Aunque no niega que su labor religiosa influye —su vida es indivisible de su misión como pastor—, asegura que su cruzada contra la pornografía se debe a que su consumo se ha convertido, sí, en una “pandemia moderna”.
—Las estadísticas dicen que, de cada 10 hombres, siete han consumido pornografía o la consumen y la utilizan como un medio de escape, la utilizan como un medio de sentirse bien. Pero es una trampa. Porque es un momento instantáneo.
—Pero ¿el consumo casual puede considerarse una adicción?
—Ese es el comienzo. Te lo cuento porque también lo batallé. En un momento de mi vida se me hizo fácil consumir, y lo que al principio es una excitación, un momento de euforia, un momento de dopamina, se convierte rápido en una práctica, en una condena. Eso me llevó a entender que hay muchos hombres que están enfrentando esto en silencio, a escondidas. Porque nunca vas a ver un post de alguien que ponga en sus redes sociales: “Aquí, consumiendo pornografía”.
Durante casi 20 años como pastor evangélico, muchos hombres y mujeres de diferentes edades se han acercado a Hayden para confesar su adicción a la pornografía: “Casualmente a mí me caen mucho esos casos, no sé por qué, pero entonces me digo: ‘Por ahí es el camino’”. Así se animó a emprender la idea de escribir un libro y diseñar un programa para “liberar” a las personas de su adicción. “Soy pastor, pero también tengo una especialidad en coaching de recuperación a través de ejercicios de neurociencia”, explica luego de ser cuestionado sobre si cuenta con estudios sobre temas de salud o adicciones. En 2024, Lema empezó a publicar videos en TikTok e Instagram, y con cada publicación se fueron acumulando las visualizaciones y los mensajes. “Me empezaron a escribir hombres diciéndome: ‘Desde que soy un niño entré a este mundo de la pornografía y no he logrado salir. Ahora ya soy un hombre de 40 años y no logro salir. Pero cada vez me siento más vacío’. Me han escrito también jovencitos diciéndome: ‘Ya no puedo concentrarme, lo único que pienso es cómo meterme al baño y mirar videos’. Otros me han dicho: ‘Ya no me excita lo que veo, necesito buscar cosas más fuertes’”.
—¿En qué consiste el método de Movimiento Bajo Fuego?
—El libro busca generar en ti una introspección, que tú empieces a analizarte y a conocerte. ¿Por qué? Porque este hábito en específico no funciona igual para todos. Lo que sí es general es que es un principio neurológico que se llama el principio de Hebb. La gente siempre va a buscar una receta mágica o va a buscar algo como motivacional, pero Movimiento Bajo Fuego no se trata de eso, no es magia, no es motivación, es un proceso: uno real. Mi enfoque es a través de herramientas de neurociencia y principios espirituales.
En su sitio de internet, el proyecto del pastor Hayden se publicita como “la primera guía práctica para vencer la pornografía y romper hábitos ocultos”. El libro tiene 12 capítulos con hojas de trabajo y “estrategias bíblicas para renovar tu mente y fortalecer tu fe”; cuesta 19 dólares e incluye un devocional de 30 días, “una guía diaria para conectar con Dios, vencer la tentación y aplicar verdades bíblicas en tu lucha contra la pornografía…”. Dentro del servicio también ofrece sesiones personalizadas y talleres. En sus redes sociales anuncia: “Esto no es un grupo de Whats más. Es comunidad con estructura, sesiones grupales y seguimiento real”.
—¿Y quiénes son las personas que se acercan para adquirir su libro y entrar en sus sesiones?, ¿son hombres, mujeres?, ¿de qué edades?
—De todas las edades.
Al final, Hayden me pide que transmita que para vencer esta adicción se debe hablar de ella: es un camino que se transita acompañado. Y la prueba de ello, al parecer, viene de Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
—Cientos viven prometiendo que no lo volverán a hacer. A Dios, a su esposa, a sí mismos. Pero siempre vuelven a caer. Porque pelean con pura fuerza de voluntad. Y así nunca van a ganar.
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—Como experto, ¿qué le recomendarías a alguien que vive en esta situación? —le pregunto al psicólogo José Ignacio Nevarez.
—Definitivamente, uno de los principales criterios que tenemos que enfrentar, es el conflicto, el conflicto intrapsíquico. Existe mucha vergüenza y pena. Entonces, el primer paso que tenemos que dar es hablarlo. La adicción se alimenta precisamente del ocultismo, del tabú. Sé que es muy complicado el poder expresarlo, que se tiene un problema, porque no es lo mismo entrar, por ejemplo, a un lugar de Alcohólicos Anónimos, a entrar a un lugar que dice “Pervertidos Anónimos”.
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Un pequeño círculo formado por seis sillas, 12 piernas, cuatro pares de tenis, un par de botas y un par de zapatos. Tres mochilas. Algunos llegan a las reuniones al salir de la escuela o del trabajo. En esta reunión a mediados de marzo ha asistido el aforo promedio. Los focos proyectan una luz amarilla que enfatiza las sombras en el patio de la casa de L. Un chico que no estuvo en la otra sesión a la que me invitaron está hablando sobre lo mucho que le cuesta no consumir pornografía. Habla sobre evitar estímulos. Habla sobre recaídas. Menciona las palabras “ansiedad”, “culpa”, “voluntad”. La mayoría de los participantes lo escuchan mirándolo a los ojos; otros dos chicos miran el suelo.
—Identifica cuál es tu detonante, porque esa es la raíz del problema —le aconseja L.—. Pueden ser muchas cosas las que te lleven a ello, pero eso es algo que solo tú puedes ver. A lo mejor lo ves cuando te sientes estresado o porque te sientes solo. Debes identificarlo para ir cambiando cosas a partir de eso.
—A mí me funciona no pensar que lo dejaré para siempre —agrega Jaime, después de que otros participantes dieran sus consejos—. Piensa: ‘Hoy no veré porno’. Que esa sea tu meta. De un día. Y si te entran ganas, ponte a hacer ejercicio, lagartijas. Un chingo. Hasta que te canses. Con el paso del tiempo, la mente se acostumbra a tu nueva realidad.
Para L., los espacios virtuales y presenciales que construyó con otros hombres han conseguido lo que no logró la terapia psicológica. “A mí un psicólogo me dijo que era normal, que no había problema, que lo que estaba afectándome eran mis prejuicios sobre la pornografía”, recuerda. La iglesia tampoco funcionó. Comenzó a asistir poco antes de su divorcio, por petición de su exesposa, pero “iba a confesarme y el padre me decía que el Salmo 91 [“Y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno”], que rezara tal y cual, y yo iba y rezaba y luego recaía y volvía a consumir”. Durante el confinamiento de 2020, su esposa consumó el divorcio y dejó la casa donde vivían. “Y yo hasta feliz me sentía, porque tenía la casa para mí solo, me pasaba viendo pornografía día y noche. Así estuve 15 días”. Esos días de constante mirar porno y masturbarse le provocaron heridas en el pene. Asustado, buscó en internet qué podía hacer. Y como Javier, como Jaime, como muchos otros hombres, encontró grupos y foros donde podía expresar su dolor desde el anonimato.

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Los orígenes de la pornografía, como se conoce en la actualidad, se encuentran en la Revolución francesa. Antes de esta época, la palabra era usada en su sentido original —πόρνη (prostituta), γράφ (lo escrito)—, refiriéndose a la prostitución, casi siempre en contextos de salud pública. Fue en el siglo XVIII cuando el término se expandió para nombrar unas estampas con ilustraciones satíricas de reyes, clérigos y aristócratas en contextos sexuales. En ese momento la pornografía adoptó su carácter tabú: adquirió la definición de transgresión. Una vez consumada la Revolución francesa, se fue diluyendo la carga política de las ilustraciones y empezaron a comercializarse de manera clandestina —siempre de manera clandestina—, para estímulo erótico del comprador. Y aunque con variaciones en el soporte —de la ilustración, al daguerrotipo, a la fotografía, a las revistas, al cine, al VHS, al DVD, a la televisión por cable, al internet—, la pornografía sigue siendo lo mismo desde entonces: una representación gráfica de contextos sexuales para el estímulo erótico.
Este resumen no lo conseguí gracias a una erudición pornógrafa, sino a que leí Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral, de Naief Yehya, una obra que recorre la historia de la pornografía y debate algunas de las críticas que ha recibido; entre ellas, la supuesta adicción que provoca su consumo desmedido. “Desde su invención ha sido siempre más fácil determinar la pornografía por sus efectos en quienes la ven que por su contenido. Pero como dichos efectos son meramente subjetivos, para elaborar una definición responderá inevitablemente a la postura ideológica de quien la haga”, escribió Yehya. Y entonces la pornografía puede ser un arma de opresión capaz de conducir a los hombres a la catástrofe o una herramienta liberadora que puede canalizar pulsiones, según quien mire: “Nada es pornográfico sino hasta que alguien en el papel de censor lo determina como tal”.
Como toda obra ensayística, algunas de las reflexiones han caducado. Es un libro que se publicó previo a la masificación de internet, y el propio Naief fue consciente de esto. Por eso ha publicado otros dos libros sobre el tema: Pornografía. Obsesión sexual y tecnología (Tusquets, 2012) y Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios (Tusquets, 2013), en los que aborda la pornografía desde un consumo más compulsivo. Charlamos una noche de finales de mayo, a través de una videollamada. Mientras acomoda la cámara para enfocar su rostro, me platica que espera escribir un nuevo libro sobre el tema, donde abordará lo que ha pasado tras el fenómeno de OnlyFans. “Ese proyecto es el que sigue; está un poco parado porque se me atravesó mi proyecto de los hongos”, dice refiriéndose a El planeta de los hongos. Una historia cultural de los hongos psicodélicos (Anagrama, 2024).
Le explico que leí sus libros, que he entrevistado a varios hombres que intentan lidiar con su consumo compulsivo de pornografía, que he conversado con psicólogos y gurús y que he leído estudios de diferentes universidades. Y no hay conceso. Lo que viven las personas está ahí; es innegable, pero también es innegable que hay una carga moral y culpa. Mucha culpa.
—Cuando esta gente habla de adicción, cuando ellos mismos se dicen adictos, yo no estoy seguro de qué estén hablando —dice Naief—. Yo no soy psicólogo, como sabrás, por lo que soy básicamente analfabeto en estos asuntos. Pero he escrito sobre esto por bastante tiempo, y soy ensayista, por lo tanto, un buen impostor. He escrito sobre este consumo desde hace muchas décadas y me cuestiono mucho sobre el tema.
—¿Por qué?
—Porque no se es adicto a un objeto, se es adicto realmente a la reacción de la dopamina en nuestro cuerpo. Lo que queremos es alimentar al mono que jala la palanca de la máquina tragamonedas. Ese que está en nuestra cabeza.
De que puede existir la adicción, claro que puede existir, dice, pero desconfía de todo lo que se ha formado alrededor de la adicción a la pornografía. “¿Qué pasa cuando no podemos parar? Pues la gente busca soluciones en los métodos religiosos o en el sometimiento del cuerpo. Son los métodos más comunes; seguro hay más”, explica. Y pienso en los retos del NoFap y sus 30, 60, 90 días de abstinencia; en los mensajes que se publican en grupos de apoyo anunciando la recaída; la ansiedad y la culpa; la desesperación ante la falta de autocontrol.
—Lo primero que sale cuando uno se mete, por ejemplo, en Amazon es una catarata de libros de autoayuda en los cuales todos son así de “cómo curé mi adicción, las cadenas que me someten, el horror de tal”. Todos tienen una connotación de sacrificio, de victimización y religión.
Entro discretamente a Amazon y escribo “Pornografía” en el buscador. Y sí, aparece una catarata de libros: Tu hijo a un clic de la pornografía (Solar Pod, 2020); Pornografía. Comprender y afrontar el problema (Spiritu Media SL, 2019); Un amigo lucha con la pornografía (Poiema Publicaciones, 2018); Tu cerebro pornificado. Neurobiología de la recompensa (Commonwealth Publishing, 2024). La manera más fácil y sencilla de dejar la pornografía: abandone la pornografía de forma inmediata, sin dolor, sin fuerza de voluntad y sin ningún sentimiento de privación o sacrificio (EasyPeasy, 2021).
“Como cualquier otra adicción, puede sin duda tener consecuencias devastadoras. No obstante, la importancia que súbitamente ha adquirido este tema y las reacciones desproporcionadas que provoca nos hablan de que más allá de denunciar a una patología […] lo que se busca es una vez más combatir a las imágenes pecaminosas y perseguir a los masturbadores, asustarlos con historias terribles de decadencia, desintegración individual y social”, escribió Naief en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral.
—Hay una pequeña industria de psicólogos, pseudopsicólogos o pseudoterapias que están enfocados en este campo; tienen sus sitios web, su negocito —añade Naief—. Es una cosa bastante formulaica, donde entrelazan el conocimiento del cuerpo y del cerebro con un dogma, a veces disimulado, a veces no disimulado del todo.
—Siguiendo este argumento, si antes se censuraba desde la moralidad, ahora se hace desde la preocupación por la salud, se reviste como una cuestión del cuidado físico y mental —añado.
—Eso es lo que exactamente está pasando. Lo que estamos viendo ahora es una sustitución de la vergüenza. Ya no tenemos a un Dios al que responderle, sino que vamos a responderle a la química; la química es la que me tiene esclavizado: “No es mi voluntad, no es mi deseo, es algo más allá que no puedo controlar”.
—La situación se complica porque no hay estudios concluyentes, entonces, como dices, hay mucho prejuicio a la hora de hablar del tema.
—Esta generación es un experimento, un experimento vivo. Nunca antes tanta gente estuvo sometida, o expuesta, más que sometida, a tantos estímulos sexuales, eróticos, de tantas formas, con un acceso tan instantáneo. Esto es una novedad con consecuencias impredecibles. Cada quien puede instrumentar su “detoxificación” como crea. Pero lo que sí no puedo aceptar es que estos nuevos chamanes de la desexualización tengan las respuestas.
Esta generación es un experimento. Un experimento vivo.
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La palabra que más he escuchado y leído en los últimos meses ha sido “adicción”. La encontré en foros de ayuda; en el título de papers que abordan el tema; la han dicho todas las personas con las que he conversado. Y entonces platiqué con Marco Almazán, médico y sexólogo clínico del Instituto Mexicano de Sexología. De entrada, me dice:
“Quizá lo mejor sea no hablar de adicción”.
En el enfoque humanista de la sexología, la pornografía no se clasifica como adicción, continúa el sexólogo. Hay que tomar con pinzas la palabra porque el mismo nivel de consumo puede ser problemático para una persona y para otra no, y también porque la palabra puede tener una carga moral que provoca más ansiedad en las personas.
“Quienes acuden conmigo refiriendo ‘adicción al porno’, por lo general, ya vienen con una carga de culpa, con una carga de angustia. Ya han leído muchas cosas, y la información, más que darles alivio, les causa más ansiedad, más confusión todavía”, aclara Almazán.
Conversamos un mediodía de abril de 2025. El especialista viste un suéter rojo que resalta sobre la pared blanca llena de diplomas que hay detrás de él. Como sexólogo, las dificultades sexuales de hombres y mujeres son uno de sus principales campos de consulta. En los últimos años, atiende a cada vez más personas preocupadas por su consumo de pornografía.
—Las personas están dentro de estas características demográficas poblacionales: son varones y hetero (los que yo he visto mayormente). Pero también he atendido a hombres homosexuales con este problema.
—¿Son jóvenes?
—Sí. En su mayoría suelen estar en sus veintes, treintas. La mayoría suele compartir esta historia de inicio temprano en el consumo del porno.
—¿Qué otras características comparten?
—Me refieren que han intentado parar el consumo, que han intentado las lecturas de ciertos libros, el NoFap, la ayuda en distintos grupos; han buscado muchas alternativas. Alternativas que en muchos casos no dan resultados, pero sí mucha ansiedad y culpa. El discurso de muchos influencers y libros que dicen ayudar se basa en la culpa.
Desde su enfoque, la clave para Almazán está en construir espacios seguros, profesionales y empáticos, donde no se juzgue ni se impongan diagnósticos apresurados, sino que se escuche y acompañe. En lugar de buscar etiquetas o patologizar, apuesta por acompañar a la persona en un ejercicio de introspección donde se pregunte: ¿qué lo lleva a consumir?, ¿cómo vive su sexualidad?, ¿qué significa para él el contenido que consume?
“Desarrollar una compulsión o consumo problemático del porno está muy relacionado con el inicio temprano del consumo. En México, el promedio más o menos es de los 10 a los 13”, me explica Almazán. En efecto, las personas con las que he conversado me dijeron que comenzaron a esas edades, de los nueve a los 13 años.
Marco considera que la educación sexual puede prevenir el consumo problemático de pornografía. “Pero alguien va a decir: ‘¿A qué te refieres?, ¿hablarles a los niños del porno?’. Pues no, [se] va haciendo como una alfabetización, ir dando la información adecuada a las edades adecuadas”, dice. Una educación sexual integral adaptada a cada etapa (comenzar a hablar del tema, por ejemplo, a la edad promedio en que se inicia el consumo) da más herramientas críticas a la hora de acercarse a este contenido. Y es que, aunque los padres y docentes no quieran, el porno va a llegar: por un amigo, por un primo, por una publicación de redes sociales o un clic en un sitio equivocado.
Por eso es vital mantener un canal de comunicación abierto, dice Almazán, donde adolescentes puedan hacer preguntas, expresar dudas y no sentirse solos ante lo que ven o sienten: “Decirles: ‘En internet puedes encontrar contenido sexual explícito que no necesariamente se asemeja a la realidad de las experiencias que tú vas a tener; si lo encuentras, si lo empiezas a consumir, pues trata de tener esto en cuenta’. Decirles que a fin de cuentas no es real, que te puede eventualmente también ir generando inseguridades con tu cuerpo —comenta—. Creo que es importante hacer énfasis en el consumo informado, reflexivo y crítico: qué es lo que veo, cada cuánto lo veo, cómo me hace sentir lo que veo”.
Es una postura muy diferente al alarmismo que se palpa en videos y publicaciones (la “pandemia silenciosa”, “generación porno, el origen de una pandemia terrorífica”).
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El viento trae algunas gotas de la lluvia que paró hace unos minutos. Jaime espera afuera de un Starbucks, en una colonia gentrificada de la Ciudad de México. Es el jueves de la primera semana de mayo y en unos minutos asistirá a una reunión con un nuevo grupo de apoyo. Los contactó esta semana a través de su página de internet. No es que quiera distanciarse de sus compañeros de WhatsApp, pero acaba de conseguir un empleo por la zona y el traslado a la casa de L. se le complica. “Estoy nervioso”, confiesa. Dos horas y media después, Jaime regresa a la cafetería. No me quiere dar detalles sobre la reunión porque le dijeron que no se puede hablar sobre ella a medios de comunicación. “Lo que ahí se habla, ahí se queda”, dice que le dijeron. Pero no es nada raro, me asegura, son reuniones similares a las de Alcohólicos Anónimos. Se sientan en círculo, hablan de sobriedad, de lujuria; alguien compartió su testimonio; al final hacen una especie de meditación. “En realidad son muy parecidas a las del nuestro grupo, solo que aquí son religiosos. Había una imagen de ‘Yisus’ en el salón”, señala.
—¿Y sí vas a seguir yendo?
—Pues chance. No sé, no estuvo mal. Quizá solo me brinca eso que dicen de la lujuria, “ser adictos a la lujuria”. Se me hace muy religioso, ¿no?
Jaime no profesa ninguna religión y considera que no es necesaria para atender la adicción que desea superar. Sin embargo, jamás se ha cerrado a buscar alternativas.
—Disculpa que te hiciera venir, ya ni pude decirte nada que te sirviera.
—No te preocupes. Al contrario, gracias por invitarme.
—Yo pensé que ahorita ya iba a salir curado —dice sonriendo—. Ese hubiera sido el final perfecto para el reportaje.

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José Mario Martínez Thomas es urólogo y vive en la Ciudad de México. Conversamos una tarde de mayo. Lo primero que me comenta es que ha observado un aumento en el número de pacientes que asisten a consulta preocupados por las posibles consecuencias de un consumo prolongado de pornografía y la masturbación compulsiva que los acompaña.
“El uso compulsivo o la adicción de la pornografía sí tiene consecuencias en el aspecto sexual de las personas —dice—. En las disfunciones sexuales: la disfunción eréctil, la eyaculación precoz, la aneyaculación. Es un tema bastante controversial en el aspecto de que no hay como tal un estudio concluyente, pero sí es un tema que se ha estudiado demasiado. Y sí hay bases neurológicas que confirman que la adicción a la pornografía sí tiene secuelas urológicas”.
Regresamos al asunto de la saturación de los neurotransmisores de dopamina, que producen desensibilización. Cada vez ocupa más dopamina el paciente y a veces eso no lo puede producir con un estímulo sexual real, lo que a su vez provoca la disfunción eréctil. En pacientes de este tipo también se ha observado dolor pélvico y uretral. “En el aspecto del piso pélvico está bien comprobado que puede llegar a producir dolor crónico, porque se acompaña la pornografía con la masturbación compulsiva. También puede producir disminución en la producción de testosterona”, explica el médico egresado de la UNAM y miembro de la Asociación Americana de Urología.
El doctor Martínez matiza: todos los casos son distintos, no se puede descartar ninguna posibilidad. “Las principales causas [de las disfunciones sexuales] son el sobrepeso, el sedentarismo, la ansiedad, la diabetes, la hipertensión, el tabaquismo, el uso de drogas —y sí—, el consumo compulsivo de pornografía”. Por esa razón, no se puede caer en el autodiagnóstico.
¿Y cómo se procede con las personas a las que sí se les diagnostica un consumo compulsivo, relacionado con disfunción eréctil? Viene un tratamiento de fortalecimiento de piso pélvico, acompañado de terapia cognitivo-conductual. Y abstinencia: “Entre los siete y los 21 días de quitar la pornografía, el paciente empieza a ver mejoras significativas, tanto en la producción de testosterona como en el deseo sexual, como en la calidad de la erección y la eyaculación”, explica el urólogo. En contraparte del fatalismo de algunos grupos de internet, el urólogo se muestra optimista: “A veces el tratamiento es más fácil de lo que uno puede llegar a pensar”. Pero es necesario, advierte Mario, que asistan con profesionales. Si se da un buen tratamiento al paciente, la tasa de satisfacción es muy alta, por arriba del 80% al 90%.
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Desde hace unos años se habla de la epidemia de soledad masculina en contextos angloparlantes. Cada vez nos resulta más difícil a los hombres establecer vínculos afectivos, no solamente relaciones sentimentales, sino también de amistad.
La American Perspectives Survey publicó en mayo de 2021 que una cuarta parte de los hombres estadounidenses menores de 30 años consideran que no tienen amigos cercanos. No existe una encuesta parecida en el contexto mexicano; sin embargo, el crecimiento de grupos radicales en nuestro país puede ser una pista de la crisis de salud mental en nuestro país. Los hombres no hablamos de cómo nos sentimos; no tenemos con quién hablarlo.
En septiembre de 2025, Jaime me mandó un mensaje luego de que un joven de 19 años asesinara a un compañero estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel sur, Ciudad de México, uno de los bachilleratos de la UNAM. Conversamos durante días sobre lo que significa crecer en soledad, no tener a alguien a quien contar tus problemas. “Está cabrón, está muy fuerte lo que pasó. Lamentablemente, es consecuencia de que no existan apoyos para hablar de los problemas que vives, y eso terminó explotándole [al asesino]”, me dice en una nota de voz.
El NoFap es un tema muy visible dentro de comunidades incels y redpillers. Esto no significa que las personas con un consumo problemático de pornografía necesariamente difundan mensajes violentos contra mujeres o disidencias sexuales. “Jamás culparía a las mujeres o al feminismo de lo que me pasa. Sí sé que muchos de esos chicos también tienen un problema con la pornografía, pero eso no justifica la violencia —responde Jaime a mi pregunta sobre esos grupos y su cercanía con los ideales del NoFap—. Creo que toda esa energía podrían dedicarla a ayudarse entre ellos. En el grupo, tú estuviste dentro y viste: jamás hemos difundido ese tipo de mensajes”. Porque no todos los grupos de hombres que se crean en internet son semilleros de radicalización. L. y Jaime me lo han demostrado: hay hombres que solo quieren ser escuchados y encontraron a otros hombres con la misma necesidad.
Luego, Jaime bromea de nuevo con lo del final de este reportaje. Tiene razón, no sé cómo terminarlo. Que el prejuicio en torno al consumo de pornografía existe es tan cierto como el hecho de que no hay estudios concluyentes que nos ayuden a comprender el problema. Quién sabe cuándo se realicen. Mientras tanto, existen hombres que buscan curarse y salir de algo que llaman adicción. ¿Quién soy yo para decir que su dolor no existe o minimizarlo? Pero no puedo dejar de pensar en las palabras del sexólogo Almazán. Quizá la palabra “adicción” no sea la adecuada para nombrar lo que viven.
Veo a Jaime por última vez a inicios de octubre de 2025. Una tarde lluviosa, en esa colonia donde ahora trabaja. Lo espero en la misma cafetería. Días antes les escribí a L. y a Javier. El primero dijo que en ese momento no se sentía con ánimo de hablar, pero que está bien. Sigue pensando en cómo hablarle del tema a su hijo, que el próximo año cumplirá 11. Tardé un día en contestarle, porque no sabía cómo hacerlo. Al final le compartí la transcripción de la entrevista con Almazán: “Aquí un médico y sexólogo me comentó cómo se puede hablar del tema a los niños según sus edades. Ojalá pueda ayudarte :)”. Javier tampoco quiso conversar. Quizá después, me dice. En este momento está asistiendo a terapia, algo que ya había intentado. Sigue estudiando sobre el NoFap. “Voy a hacer videos para difundir el tema y ayudar a quien lo necesite”, me confía en un mensaje.
Sentado en una mesa del balcón de la cafetería, Jaime me cuenta, alegre, orgulloso, que sigue sin recaer. Después me dice que estuvo haciendo cálculos de todo el tiempo que le quitó el porno, de todo el tiempo que tiró a la basura.
Ha dejado de llover. Las nubes grises no permiten apreciar el atardecer, pero aun así se siente que el día oscurece. El alumbrado público ahora ilumina la calle.
—Todos los días —continúa— por lo menos veía porno una hora. Una hora. Puedes pensar que no es mucho, pero fueron 15 años… No tenía conciencia del tiempo.
—¿Cuánto tiempo fue? —no soy bueno en matemáticas.
—Son 5 475 horas. Eso son 228 días. Más de medio año. Es tiempo que no voy a recuperar nunca, que me quitó el porno. Pero al menos me sirve como un recordatorio.
—¿De qué?
—De que ya perdí mucho tiempo. No puedo desperdiciar más.
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Un retrato de hombres adictos a la pornografía en México.
Nunca antes tantas personas estuvieron expuestas a tantos estímulos sexuales de tan diversas formas, con un acceso instantáneo. Con un ánimo catastrofista es fácil establecer que asistimos al inicio de la era del “cerebro pornificado”; sin embargo, en este reportaje se recolectan indicios suficientes para afirmar que no conviene internarse en un territorio desconocido (y poco investigado desde la ciencia) lanzando señales de alarma. ¿Es inevitable que el consumo de pornografía se vuelva problemático? ¿Qué tan en serio se pueden tomar los discursos de todos esos gurús del NoFap que parecen lucrar con la culpa y las vidas arruinadas de millones? ¿La reacción se torna en un nuevo movimiento de desexualización moralizante? Un primer paso: conocer el dolor de los que viven en la cárcel que no se atreve a decir su nombre.
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La tarde del 27 de agosto de 2024, Javier fue a la fiesta de su sobrino, que cumplía tres años. Lo abrazó, le dio su regalo. Jugaron juntos un ratito, se sentaron a mirar las caricaturas en la tableta del niño. Saludó a unas tías; platicó con unos primos de los que se había distanciado en la adolescencia, hace más de 10 años. Javier estaba disfrutando la fiesta, hasta que llegó la “sustanciación”. Una urgencia, una ansiedad que cada tanto, dice, invade su cuerpo. Javier se encerró en el baño; puso el seguro a la puerta, desbloqueó su celular y entró a Google Chrome. Encontró el video que buscaba porque sabía las palabras exactas del título. La imagen, la referencia, había llegado a su mente de repente. Algo que no podía controlar.
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El zaguán y la fachada son blancos. Una casa de una planta con varillas expuestas en el techo, expectantes de una ampliación que tal vez no llegue. Es la dirección que indica el mensaje de WhatsApp. Es enero de 2025, en una colonia de la periferia de la Ciudad de México, declina la tarde y las sombras robustecen. Golpeo el zaguán y en menos de un minuto un hombre abre la puerta. Es moreno; debe medir menos de 1.70 metros. Viste una camisa polo azul marino. Su nombre empieza con L. No obtendré más datos personales. Con el nombre basta. Aquí no se pregunta nada más que eso. Es una de las reglas de las reuniones. La luz amarillenta de dos focos ilumina un patio donde se estaciona un automóvil Nissan. Cerca de la entrada de la casa hay seis sillas de madera de un comedor. Seis. El número usual de asistentes. Esta tarde noche sobrarán dos sillas.
—¿Es Yair o Jair?
—Yair. Pero se escribe Jair.
—Yair, okey. Siéntate. Vamos a esperar a que lleguen más compañeros. Vas a participar como uno más del grupo.
L. explica que estas reuniones son una extensión del grupo de WhatsApp en el que él y otros hombres comparten inquietudes respecto a su adicción a la pornografía. La dinámica es simple: se reúnen en la casa de L. y conversan sobre cómo se sienten, si han tenido “recaídas” y cómo evitarlas, se aconsejan. Lo hacen porque algo está pasando: L. lo llama una “pandemia silenciosa”.
Miles de hombres jóvenes se reúnen en diferentes espacios de internet para hablar de su adicción a la pornografía. No son espacios visibles, pero se encuentran rápido si se busca “NoFap” o simplemente “adicción al porno”. Existe una preocupación por el tema, es indudable. El estudio “The broad reach and inaccuracy of men’s health information on social media: analysis of TikTok and Instagram”, publicado en 2022 por académicos de la Northwestern University Feinberg School of Medicine en el International Journal of Impotence Research, reveló que el término “retención de semen” —especie de terapia para contrarrestar los supuestos efectos negativos del consumo compulsivo de pornografía— es el tema más popular relacionado con la salud masculina en las redes sociales TikTok e Instagram, en Estados Unidos. No se tienen datos parecidos sobre México, pero sí se sabe que el país es uno de los principales consumidores de pornografía a nivel mundial. En diciembre de 2024, la plataforma PornHub publicó su informe anual, donde expone las tendencias y los comportamientos de consumo de sus usuarios. México ocupa el cuarto lugar en consumo, por detrás de Estados Unidos, Francia y Filipinas. Además, es el país en el que los usuarios pasan más tiempo en el sitio web, con un promedio de 11:01 minutos; la media global es de y 9:40 minutos. Los usuarios mexicanos que más consumen pornografía en este sitio son los que tienen entre 18 y 24 años.
Alguien toca al zaguán. L. me dice que regresa en un momento. Aparece Jaime, que no es su verdadero nombre. Es más joven que L. Viste una playera y jeans holgados que agrandan su cuerpo delgado.
—Pero solo vas a grabar el audio, ¿verdad? —pregunta luego de presentarnos. El anonimato es una de las cuestiones más importantes en estos grupos.
El grupo del que forman parte L. y Jaime surgió primero de manera virtual a mediados de 2021. La idea fue de L., y se le ocurrió después de participar en varios grupos de apoyo para atender su adicción a la pornografía, que en ese entonces ya había provocado su divorcio. “Más que nada fue la necesidad de tener dónde hablar de lo que vivimos. Porque es imposible hablarlo con nuestras familias o parejas. Jamás lo van a entender. A veces ni los psicólogos lo hacen. Te sientes juzgado”, explica.
Jaime fue uno de los primeros en unirse al grupo. Ahora, en octubre de 2025, hay 132 miembros en el grupo de WhatsApp. “La idea es darnos motivación diaria, porque esta es una adicción que afrontas solo”, dice L. Entre los mensajes que se envían están los de ánimo —“Siete días de abstinencia. Vamos por más”—; hay quien pide consejos: “Oigan, ¿qué recomiendan para no tener tanta ansiedad?”. Cada tanto L. postea el link de invitación en alguna publicación en grupos de Facebook que hablan sobre el tema; a veces otros miembros, cercanos a él, lo comparten en foros de Reddit o hasta en X. Con todo, no acepta todas las solicitudes de entrada que recibe; es una estrategia para cuidar la privacidad del grupo, porque hay muchos estigmas contra los adictos a la pornografía: ha sucedido que comparten el vínculo en redes sociales y entran personas que escriben mensajes ofensivos e incluso comparten contenido pornográfico. “Te atacan, se burlan o te exhiben en redes sociales. Piensan que eres un pervertido o hasta un pedófilo de lo peor; cuando en realidad solo eres una persona que quiere recuperar su vida”, cuenta L.
—¿Pasa seguido?
—Algunas veces —dice L.—. No sé qué ganan haciendo eso. No entiendo por qué buscan lastimarnos, si no estamos haciendo daño a nadie.
Meses después de esa conversación, el miércoles 14 de mayo de 2025, el grupo sufrió otro ataque: una persona se unió y comenzó a compartir videos porno y a escribir mensajes ofensivos que no alcancé a leer porque L. borró todo de inmediato. Evitar el contacto con el contenido sexual explícito y no explícito es fundamental en el tratamiento.
—Uno debe buscar la manera de evitarlo: por los estímulos. Debes limpiar tu algoritmo, bloquear páginas; si hace falta silenciar amigos, lo haces. Porque nunca falta en los grupos de amigos el que manda porno —dice L.
—Tengo un amigo así —interviene Jaime—. Que manda nopor en un grupo que tenemos amigos de la universidad. Es el único que lo hace, no sé por qué. No le digo nada. Cada vez [que] manda algo mejor lo borro de inmediato. No me arriesgo a verlo.
—De ahí se entiende la importancia de nuestro grupo.
Con las reuniones presenciales de una vez por semana ya llevan un año. “Algo que nos gustaría, y espero que se haga, es salir más, juntos, a alguna excursión…”, dice L., y por primera vez suena alegre, optimista.
Pasan 20 minutos. Alguien más golpea el zaguán. Entra otra persona e inicia la reunión. En círculo, todos de pie, hacen un pequeño ejercicio de respiración con los ojos cerrados. Se sientan y durante más de una hora conversan sobre cómo ha estado su semana y de los progresos que han tenido. El principal tema son las tentaciones que han enfrentado y los incitan a recaer.

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Algo que aprendí en estos meses fue que la sensación llega en cualquier momento. La sustanciación. Lo describen como una urgencia que recorre el cuerpo; hace que las manos se entuman e inunda la mente de pensamientos sexuales intrusivos. Los que viven agobiados por esa urgencia dicen que llega a manifestarse en los lugares más impensados. En el transporte público. En la escuela. En el trabajo. En la casa de un familiar. En una fiesta. Explican que la necesidad de hacerlo surge después de recibir algún estímulo. Y para muchos de ellos, cualquier situación se ha convertido en un potencial estímulo: una imagen apenas vislumbrada; una palabra o un gesto que intuyen sugerente; una publicación en redes sociales; un recuerdo que los asalta.
Esa urgencia fue la que hizo que Javier dejara de disfrutar la fiesta aquella tarde de agosto de 2024. Cuando salió del baño, intentó fingir normalidad; se sentó a la mesa, junto a su familia, y participó en la conversación. En algún momento comenzó a temblarle una pierna, una de sus tías se dio cuenta y le preguntó qué tenía. Una sensación de angustia y desánimo lo invadió. Apenas aplaudió cuando su sobrino abrió los regalos y después se fue a su casa. Allí se encerró en su cuarto y volvió a mirar pornografía. Y entonces decidió que esa era la última vez. Ese día, 14 de agosto de 2024, tenía que marcar un inicio. Y también un final. Javier durmió hasta las cuatro de la mañana buscando información en internet. Vio videos, uno tras otro, que hablaban de que lo que él vivía era una adicción. Encajaba en todos los síntomas. Problemas de concentración. Aumento de ansiedad. Consumo incontrolable. Pensamientos obsesivos. Y entonces se puso a buscar cómo podía vencerla. Encontró una respuesta muy rápido. Existía una forma. Un camino que muchas otras personas ya estaban recorriendo.
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La pornografía es polémica. Siempre lo ha sido. “Es una etiqueta que se aplica a una variedad inmensa de objetos y representaciones, sin importar tanto su naturaleza como el efecto que pueden producir. De ahí que la pornografía sea considerada no por lo que es, sino por lo que causa”, escribe el ensayista Naief Yehya en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral (Plaza & Janés, 2004). Y tiene razón. Es interminable lo que se ha dicho a favor y en contra de la pornografía. La feminista estadounidense Robin Morgan escribió en su famoso ensayo “Theory and Practice: Pornography and Rape” (1974) que “el acto de violación no es más que la expresión de la norma, incluso alienta la fantasía masculina en la cultura patriarcal de la agresión sexual. Y la articulación de esa fantasía en una industria de 1 000 millones de dólares es la pornografía. […] La pornografía es la teoría: la violación es la práctica”. Por su parte, el filósofo queer Paul B. Preciado apunta en su artículo “Mujeres en los márgenes”, publicado en 2007, que el “mejor antídoto contra la pornografía dominante no es la censura, sino la producción de representaciones alternativas de la sexualidad, hechas desde miradas divergentes de la mirada normativa”. Existen textos que abordan una variedad de posturas, con diferentes argumentos, que el lector puede consultar. Este no es un texto sobre el porno ni su industria: esta es una historia de hombres cuyo consumo de pornografía ha arruinado sus vidas.
El problema principal cuando se habla de la adicción a la pornografía es la falta de estudios serios sobre el tema. Aún no se ha demostrado de manera concluyente que la pornografía sea dañina; si afecta de manera particular a ciertas personas o las consecuencias de su consumo prolongado. No es un trastorno incluido en la edición más reciente del canónico Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales que publica la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, aunque se incluyó el comportamiento sexual compulsivo —comúnmente llamado adicción sexual— como un desorden de salud mental en la lista de Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud en junio de 2019.
Los defensores de la idea de que la pornografía puede convertirse en una adicción estipulan que su consumo compulsivo es comparable al de las drogas, por su efecto en procesos cerebrales y de comportamiento. Los críticos de tal idea ponen por delante la carencia de pruebas: las investigaciones que se han realizado incurren en errores metodológicos, y los contextos sociales y religiosos pueden sesgar los estudios. Para evitar recorrer una inagotable lista aún abierta de argumentos y contrargumentos, lo mejor es retroceder y preguntarnos qué es una adicción, a qué podemos hacernos adictos. Conversé con Eduardo Marbez, médico y psicoterapeuta especializado en el tratamiento de adicciones, jefe de la Oficina de Salud Mental y Grupos Vulnerables en la Coordinación Estatal IMSS Bienestar del Estado de México.
En la pantalla de la computadora aparece un hombre de ademanes enérgicos, sonriente. Pide que lo llame Lalo. Con voz segura y clara dicción, explica que las adicciones van más allá de las sustancias: “Hablamos de un trastorno, de una limitación o de un impedimento a la función de una persona; hay adicciones a sustancias y hay las llamadas adicciones comportamentales o a procesos”. A estas últimas adicciones, Marbez las define como compulsiones: son actividades que se realizan a pesar de las consecuencias negativas para la vida de una persona. En esta categoría se encuentran las apuestas, las compras, el ejercicio, el trabajo o la pornografía.
El consumo de pornografía, dice Lalo, en sí mismo no garantiza la adicción. El problema no es la actividad, sino la pérdida de control y la dependencia que se desarrolla hacia ella. El cerebro humano funciona a través de una compleja red de neuronas conectadas por neurotransmisores; uno de los más importantes en el desarrollo de adicciones es la dopamina, asociada al circuito de la recompensa. Cada vez que hacemos algo que nos gusta —comer, hacer ejercicio, reír, tener relaciones sexuales—, el cerebro nos recompensa con una descarga de dopamina. Esa sensación de bienestar nos hace disfrutar el momento y también nos impulsa a repetir la conducta. Pero cuando esta vía de recompensa se activa con demasiada frecuencia, el cerebro empieza a cambiar. Nos volvemos menos sensibles a estímulos cotidianos y necesitamos cada vez más dopamina para sentir ese placer inicial. Es ahí donde comienza la adicción: las actividades que antes se disfrutaban —por ejemplo, salir con amigos, hacer ejercicio, leer— pierden fuerza frente a aquellas que provocan una gratificación inmediata e intensa.
Existen varios factores que determinan que una adicción se desarrolle o no; pueden ser genéticos, sociales y hasta neurobiológicos. Por ejemplo, el doctor Marbez ha observado que algunos pacientes con trastornos de comportamiento sexual compulsivo también viven con un trastorno depresivo o ansioso. “Me preocuparía si [un sujeto utilizara] la pornografía como una estrategia para evitar emociones desagradables, si la consumiera cuando está ansioso, estresado, deprimido; un uso ‘automedicado’ de esa pornografía sería algo que a mí me llamaría mucho la atención”.
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L.:*
La mayoría de los momentos malos de mi vida involucran pornografía. El peor de todos, creo, fue cuando mi esposa descubrió mi adicción. Eso pasó hace cinco años. Entró en el cuarto donde estaba, y yo estaba tan enajenado que no me di cuenta; me encontró masturbándome viendo porno. Me quitó el celular. No podría decirte bien cuál fue su reacción de ese momento, porque yo mismo me bloqueé. Sentía que mi vida se había terminado: quería parar el tiempo, retrocederlo. Pensé que mi esposa se iba a enojar, me gritaría, me pediría el divorcio. No sé, esperaba una reacción así. Pero no. Fue algo mucho peor. Se puso muy triste, comenzó a llorar mientras revisaba el teléfono. Tenía todo atascado de videos, de imágenes. Se encerró en el cuarto y estuvo llorando, diría que por horas. Y yo solo quería dejar de existir. Esa creo que fue la primera vez que quise suicidarme. […]
Casi toda mi vida he vivido dos vidas. La normal, de mi familia y amigos, del trabajo; y la otra, la que he intentado ocultar a todos: que me paso horas y horas viendo pornografía y no puedo evitarlo. Como te podrás haber dado cuenta, a diferencia de los otros compañeros, yo soy más grande. Tengo 39 años. No crecí con celular ni internet. Mi primer contacto con la pornografía fue como a los 11 o 12 años por una revista que me mostró un primo más grande. Siempre que iba a su casa, veíamos a escondidas esas revistas de mi tío. Luego en la secundaria, tuve algunos compañeros que en ocasiones llevaban revistas y nos juntábamos a verlas. Esa etapa fue complicada para mí porque muchos compañeros eran muy manchados conmigo; me sacaban los cuadernos y los tiraban a la basura, cosas así, bullying, y como siempre he sido chaparro, no podía defenderme. El porno fue mi refugio. […]
Me volví una persona solitaria, dejé de hacer amigos en la prepa y la universidad porque mi compañía era el porno. Antes de salir de la universidad, conocí a mi esposa y comenzamos a salir. Pensé que esa relación real terminaría con mi adicción, pero no sucedió. Esto es algo que me avergüenza mucho contar, y ya se lo confesé: a veces cuando salíamos me urgía ya dejarla en su casa para irme a ver porno. Intenté dejarlo y fracasé una y otra vez. Hace unos años, por allá del 2015, me despidieron de un buen trabajo por mi adicción. Ganaba bien y habíamos tenido a nuestro hijo poco antes. Usaba la computadora para entrar en páginas porno en la oficina; eso renovó mi adicción porque se sumaba a la excitación de que me pudieran descubrir en cualquier momento. Así de enfermo estaba; a ese nivel llegué. […]
Durante mucho tiempo tuve la sensación de que eso no iba a cambiar nunca, de que siempre sería así. Pero esa idea ha cambiado poco a poco. Me costó mucho, me costó mi familia, porque al final mi esposa me pidió el divorcio y se quedó con la custodia de mi hijo, pero creo que ahora tengo la esperanza de superar esta adicción. Espero que ellos algún día me perdonen por haber arruinado nuestras vidas. Mientras tanto, sigo luchando. Una forma de hacerlo es el grupo. Me siento orgulloso [de él].
Y en cuanto a mi persona, llevo cinco meses sin consumir. Creo que nunca había durado tanto. Mi mayor preocupación en este momento es mi hijo. Quiero ser un buen padre para él. Y además no dejo de pensar que se acerca a la edad que yo tuve cuando comencé en esta adicción. Todavía no sé cómo voy a hablarle del tema. No sé si tenga el valor de contarle lo que he vivido, mi doble vida.
*Editamos ciertos pasajes del testimonio de L. para mejorar su lectura y evitar repeticiones propias de la oralidad.
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Aunque México comparte cifras de consumo de pornografía similares a países como Estados Unidos, Francia o Reino Unido, en este país no se realizan tantas investigaciones sobre el tema como en aquellos. Esa falta de datos motivó a Shilia Lisset Vargas Echeverría, doctora en Sociología, y a José Ignacio Nevarez Martín, maestro en Psicología, a indagar sobre esta problemática en el contexto mexicano. En 2022 publicaron en la Revista Internacional de Investigación en Adicciones, editada por los Centros de Integración Juvenil, A.C., un artículo en el que proponen la primera escala mexicana para medir de manera preliminar la adicción a la pornografía. Se trata de un cuestionario de 27 preguntas cuya prueba piloto fue aplicada a personas en recuperación de alcohol y drogas ingresadas en un centro de rehabilitación de Mérida, Yucatán, durante el mes de junio de 2020. Tres años después de la publicación de ese artículo, conversamos por videollamada.
“Nuestra idea surgió principalmente observando que el consumo de pornografía en México está muy normalizado, y se tiende a invisibilizar un poco la parte que podría llegar a ser problemática y no un consumo normal, por elección”, dice la doctora Vargas, con una voz de consonantes implosivas, típica del español de Yucatán.
El primer paso fue desarrollar un instrumento para determinar si una persona es adicta o no al porno. “Una herramienta que nos permita explorar y empezar a aproximarnos a entender este fenómeno”, define la doctora. Algunos de los apartados del cuestionario son: “uso pornografía en lugares donde nunca pensé hacerlo (iglesia, transporte público, parques, fiestas, trabajo, etc.)” o “al ver una imagen de una persona sin ropa o escuchar sobre un tema sexual, me produce ansia por ver pornografía y masturbarme”. Para su elaboración retomaron el trabajo del psicólogo inglés Mark Griffiths, cuyo modelo biopsicosocial describe las características comunes de una adicción conductual: saliencia —la actividad se convierte en lo más importante en la vida de la persona y domina su pensamiento y comportamiento—, modificación del humor, tolerancia —se requiere de consumir más pornografía para alcanzar umbrales de placer cada vez más exigentes— síndrome de abstinencia, conflicto —problemas entre la persona adicta y quienes la rodean; también conflicto consigo mismo— y recaída —retomar patrones de consumo luego de intentar dejarlo—. “El consumo de pornografía cumple todos los componentes del modelo”, afirma Nevarez, aunque aclara que la escala no se puede emplear de manera aislada. Debe complementarse con otras herramientas, como el acompañamiento terapéutico, para “tener un diagnóstico certero sobre si alguien es o no adicto a la pornografía”.
“Nuestra intención no es satanizar a la pornografía —dice el psicólogo—. Nosotros solamente buscamos, desde la propia ciencia, el poder analizar el comportamiento de esta visualización de la pornografía”.
Vargas y Nevarez continúan trabajando en su escala, afinándola para que sea más precisa. Como la edad de mayor consumo en nuestro país sucede de los 18 a los 24 años, la etapa universitaria, decidieron concentrarse en ese sector demográfico. En 2024 aplicaron la escala en varias universidades de Mérida; no quisieron hablar sobre los resultados porque su objetivo es publicar el estudio completo en alguna revista científica en 2026. No obstante, Vargas comparte un dato que a ella le parece alarmante: “El 73% de los encuestados afirmaron haber consumido pornografía al menos una vez en su vida o más”. Y aunque el consumo no significa adicción, para la socióloga ese dato demuestra que la pornografía está normalizada: “De ese 73%, un poquito más del 10%, según la escala, presentó algún tipo de adicción”, dice.
“También encontramos que existe un fuerte vínculo entre el consumo de pornografía y la autorregulación emocional —sigue explicando la doctora Shilia, sobre los resultados de su encuesta—. Muchas veces se consume pornografía no únicamente por deseo sexual, sino también porque es una forma de aliviar emociones negativas, como el estrés, como la ansiedad, como a lo mejor la soledad…”. Justo lo que le preocuparía al psicoterapeuta Marbez.
Mientras conversamos, aparece otra preocupación para los investigadores: la “pornificación” de la sociedad. No había escuchado el término antes de que lo mencionaran. Nevarez me explica que en jóvenes y adultos se ha aceptado la pornografía como un instructivo, “un libro de consulta para todo lo relativo a la sexualidad”.
“Encontramos, por ejemplo —relata el psicólogo—, en páginas web pornográficas a estrellas porno que están ‘educando’, entre comillas, a nuestros adolescentes, a nuestros jóvenes, a nuestros niños, ¿en qué sentido? Literalmente les hablan acerca de cómo tener sexo en todas sus presentaciones, cómo tener sexo oral, cómo tener sexo anal, cómo utilizar un juguete sexual. Eso está hablando de una educación, no necesariamente la que se necesita o requieren nuestros niños y adolescentes, por supuesto, pero ellos se están dando cuenta de cuál es la necesidad que existe en nuestra cultura”.
—Sin embargo, no hay una evidencia clara sobre el daño que puede provocar el consumo de pornografía —les recuerdo.
—¿Cómo va a haber evidencia si no está reconocido, si no hay presupuesto para hacer investigación? Me encantaría que esto, Jair, lo pudieras plasmar en el reportaje: no va a existir el reconocimiento de la adicción a la pornografía porque no hay evidencia. No hay evidencia porque no está reconocido y, como no está reconocido, no hay presupuesto para la investigación como tal. Eso es así. Un círculo vicioso. Nadie se va a arriesgar a hacer investigación porque no tiene presupuesto para poder hacerlo; lo tienes que hacer con tus propios recursos, y eso es lo que estamos haciendo.
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Las puertas de la Biblioteca Central de la UNAM se abren. Es la mañana de un jueves de abril de 2025, y aunque son vacaciones, varias personas comienzan a entrar a este edificio con uno de los acervos bibliográficos más grandes de México, Patrimonio Cultural de la Humanidad. En unos minutos, cerca de la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras, aparecerá un chico robusto, de cabello quebrado, lentes pequeños y piel pálida. Es Javier. Hace unos meses no se hubiera imaginado que dedicaría sus vacaciones a estudiar.
“Estoy aprovechando estos días para avanzar con mi tesis —dice antes de entrar a la biblioteca, y mientras sube por el elevador al quinto piso, añade—: Tengo que ocuparme los días que no trabajo ni voy a la escuela. Es cuando hay más peligro de recaer”.
El ocio y la soledad son peligrosos, explicará después, porque en esos momentos lo abruman pensamientos intrusivos, los responsables de que recaiga en su adicción. Desde agosto de 2024, cuando comenzó a consumir contenido antipornográfico, intentó adoptar “medidas de seguridad”, como bloquear páginas porno, restringir al mínimo el uso de redes sociales y una medida que le ha costado: no quedarse solo, en especial en su cuarto. Para lograrlo ha modificado sus hábitos: comenzó a hacer ejercicio; ahora lee más (llevaba seis libros leídos en ese momento del año); está escribiendo su tesis y trabaja como becario en algo que se relaciona con su carrera. Ese cambio de hábitos sucedió gracias al NoFap, una práctica —y comunidad de internet— que consiste en la abstinencia de la pornografía y la masturbación durante determinado tiempo (dependiendo de la gravedad del caso) para “limpiar” el cerebro y aumentar la testosterona.
“Fap” se utiliza como una onomatopeya de la masturbación. Este movimiento de internet fue fundado en 2011 por el analista de datos estadounidense y autodiagnosticado adicto al porno Alexander Rhodes, quien, después de ver una publicación en Reddit donde se mencionaba un estudio que informaba que los hombres suben sus niveles de testosterona si no se masturban, decidió crear el foro. NoFap es una marca registrada de Rhodes, aunque su uso se expandió y se emplea de forma general para este ejercicio de abstinencia. Es probable que el estudio que leyó Rhodes (porque es el más citado por personas que impulsan el NoFap) sea “A research on the relationship between ejaculation and serum testosterone level in men”, elaborado por académicos chinos en 2003, en el que se afirma que un grupo de hombres que no se masturbaron durante siete días había aumentado un 145.7% de sus niveles de testosterona. Y aunque otros artículos detallan que después de esa semana de abstinencia no existe un incremento significativo de testosterona, muchos jóvenes han adoptado la práctica para tratar su consumo compulsivo de pornografía.
El NoFap se ha convertido en una subcultura de internet. Miles de hombres comparten experiencias y consejos sobre cómo la abstinencia los mejora. Existen cientos de influencers y gurús del NoFap, y aunque con estilos diferentes, todos comparten los mismos consejos. Quizá se deba a que comparten una misma referencia. Javier la encontró pronto. Cuenta que fue uno de los primeros videos que vio cuando se interesó en el tema. “El gran experimento del porno” es una charla ted publicada en YouTube en mayo de 2012; 13 años después, tiene más de 17 millones de reproducciones. En el video aparece un hombre delgado —suéter azul, pantalón caqui— que, de pie sobre un escenario de decoración austera, habla sobre la adicción a la pornografía durante 16 minutos: “En este estudio de los Países Bajos, ‘Predecir el uso compulsivo de internet: se trata de sexo’ (Cyberpsychol Behav, 2006), descubrieron que, de todas las actividades en internet, el porno es la que mayor potencial tiene para crear adictos”, dice el hombre a su audiencia. Se llamaba Gary Wilson, y fue un activista antiporno que, hasta su muerte en 2021, aseguró que esta adicción es algo científicamente comprobado y cuya recuperación se logra mediante la abstinencia sexual.
Wilson, que no fue psicólogo ni psiquiatra, creó en 2010 el sitio web Your Brain on Porn, donde se recopilan artículos y videos informativos sobre la adicción a la pornografía y sus consecuencias, que incluyen depresión, ansiedad, baja autoestima, aislamiento social, disfunción eréctil y eyaculación precoz. Varios de estos síntomas coinciden con lo que sentía Javier. Wilson también es el autor del best seller Your Brain On Porn: Internet Pornography and the Emerging Science of Addiction (Commonwealth Publishing, 2015), el cual, como respaldo a sus opiniones, recopila anécdotas de adictos en recuperación. Días después de haber visto la charla TED, Javier encontró el PDF del libro y comenzó a leerlo. “Ningún contenido del presente texto tiene como objetivo ser empleado para el diagnóstico o el tratamiento de un problema de salud”, advierte el libro en su hoja legal.
Javier consulta en una computadora la clasificación de los libros que necesita para su investigación, y comienza a buscarlos. En ese momento decide que él hará las preguntas. Me pide que le cuente más sobre la revista en la que se publicará este reportaje, sobre la carrera que estudié y por qué trabajo en algo que no se relaciona con mi carrera. No hablará más sobre el tema hasta que salga de la biblioteca y se siente en el pasto, abra su mochila y comience a sacar cosas para acomodar los libros que acaba de pedir. Afuera quedan una sudadera gris, una botella de agua, unos audífonos y un libro que no es de la biblioteca. La portada es amarilla y aparece un busto del emperador romano Marco Aurelio con el título Cómo dejar de preocuparte. Ser estoico en tiempos caóticos (Paidós, 2024).
—Leer me ha ayudado muchísimo —dice, supongo que descubriendo mi mirada indiscreta en el libro—. Yo no lo conocía, pero el estoicismo es un pensamiento muy valioso; te enseña autocontrol y disciplina.
Me pregunta si conozco el estoicismo. Le digo que sí.
—El año pasado leí a Marco Aurelio, por trabajo. Y en la carrera leí algunas cositas de Séneca, pero no mucho, ¿qué me recomiendas leer sobre estoicismo?
Me pasa el libro que trae y me dice que ese está bueno. No es extraño que personas que persiguen la abstinencia de algo encuentren una guía en esta corriente filosófica que pondera la virtud como guía en el día a día. En los grupos de NoFap que he monitoreado al menos una vez por semana aparecen publicaciones sobre pensamiento estoico, en las cuales se habla de disciplina, de meditación, o se usan imágenes generadas con inteligencia artificial para ilustrar algún comentario. “Una de las claves para vencer la pornografía es controlar lo que meditas, meditar fantasías sexuales te llevará a la masturbación y la pornografía, medita en cosas puras”, publicaron en un grupo del que Javier también forma parte.
El estoicismo —o al menos una parte de esta escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el siglo III a.C.— fue adoptado durante la última década por comunidades de internet integradas por hombres, como un arma para defenderse en un supuesto contexto donde se quiere destruir la masculinidad tradicional. Así como los incels y redpillers evitan relacionarse con mujeres, los hombres que siguen el NoFap practican la abstinencia. Son decisiones que se perciben como ejercicios de disciplina y autocontrol. Le pregunto a Javier su opinión de esos grupos. Elude la pregunta, me dice que no cree que ningún extremo sea bueno.
—Pero no son lo mismo, ¿o sí? Aunque igual hay muchas feministas que están en contra de la pornografía.
—Pues porque también les afecta a ellas —dice—. Vivir en una sociedad tan llena de porno las hace sexualizarse para recibir atención. Y se vuelven adictas a esa atención.
Luego regresa al estoicismo. Y hablamos un rato más. Pero el libro que estaba leyendo Javier en aquella mañana de abril no fue escrito por ningún estoico. Su autora es la periodista australiana Brigid Delaney y el texto pertenece a una tradición de libros de autoayuda que muestran una versión digerida de los pensadores clásicos. En el grupo de WhatsApp de L. también han compartido los pdf de obras como esa; por ejemplo, La llamada del coraje (Conecta, 2022), Diario para estoicos (Océano, 2020) o La disciplina marcará tu destino, del autor estadounidense Ryan Holiday.
Además de estos libros de autoayuda, otras medidas que se suelen recomendar en estos grupos virtuales son el ejercicio físico (en especial el levantamiento de pesas), bañarse con agua fría, la meditación, la escritura de un diario. Parte del objetivo de estas prácticas, además del fortalecimiento de la disciplina, es una transformación física: ganar masa muscular y subir los niveles de testosterona.
Días después leí Cómo dejar de preocuparte… Me encontré con el capítulo titulado “El maldito deseo”. Allí la autora escribe esto: “El deseo puede ser fuerte, incluso a veces abrumador, y toda la racionalidad del mundo puede ser insignificante cuando se trata de desalojar algunos deseos, especialmente los románticos y sexuales […] el uso estoico de la racionalidad puede ayudar a disminuir el sufrimiento derivado del deseo, pero no puede erradicarlo por completo”.

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Solo necesitas escribir en el buscador de internet “NoFap” o “adicción al porno” para que aparezca el contenido de gurús que aseguran tener la clave para superar la adicción a la pornografía. “Cómo hacer NoFap y sus increíbles beneficios” es el título de un video que aparece en los primeros resultados. Si bien la mayoría del contenido es en inglés, la comunidad en nuestro idioma está creciendo. En Facebook existe el grupo “NO FAP LatinoAmerica [sic]” con más de 7 000 miembros. El administrador se llama Jacob Rivera Cárdenas y es un joven colombiano con un canal de YouTube donde sube videos con títulos como “ÚNICA manera de Abandonar la PORNOGRAFÍA”, “Lo más PERTURBADOR de la Adicción al NOPOR”, “Recapitulación los SECRETOS para Salir de la adicción al PORNO”. Contacté a Jacob para solicitarle una entrevista. En un inicio había aceptado, pero después pidió un pago de 35 dólares: su tarifa por una hora de asesoría a través de videollamada.
Busco en otras redes. De inmediato encuentro en Instagram un perfil enfocado en el NoFap. La primera publicación de esta página es un video donde aparece un hombre sentado en una silla alta, vestido con suéter y jeans azules; en las manos sostiene un libro. “He descubierto que hay una batalla, una lucha muy fuerte, que están enfrentando tanto creyentes como no creyentes. Estoy seguro [de] que dijiste alguna vez: ‘Esta vez no lo vuelvo a hacer’, y volviste a caer. Estoy seguro [de] que estás agotado de aquel hábito que te está drenando, esclavizando. […] Estoy seguro [de] que estás cansado de luchar solo, sin ningún plan”, dice el hombre en este reel que se subió en diciembre de 2024. El protagonista del video se llama Hayden Lema, es un pastor boliviano de 42 años que vive en California, Estados Unidos. En su página, llamada “Movimiento Bajo Fuego”, habla sobre la adicción a la pornografía mientras promociona su libro, que se titula igual. Ese video apenas tuvo 16 likes, pero 10 meses después su página tiene más de 32 000 seguidores. Le escribo al pastor Hayden y acepta conversar una mañana de finales de junio.
—¿Por qué decidió hablar de la adicción a la pornografía en internet?
—Este movimiento nace del dolor. Es un tema muy sensible: muchas personas batallan con él; todas batallan en silencio —la pantalla muestra a un hombre de aspecto pulcro: la camisa negra planchada, el cabello peinado hacia atrás con gel, afeitado—. Quería poner una voz a esto; un lugar donde todos puedan encontrar una comunidad, a alguien que les hable directamente. Sin tabúes. Sin esconder nada.
Detrás de Hayden aparece el logotipo de la marca: una llama de fuego. Aunque no niega que su labor religiosa influye —su vida es indivisible de su misión como pastor—, asegura que su cruzada contra la pornografía se debe a que su consumo se ha convertido, sí, en una “pandemia moderna”.
—Las estadísticas dicen que, de cada 10 hombres, siete han consumido pornografía o la consumen y la utilizan como un medio de escape, la utilizan como un medio de sentirse bien. Pero es una trampa. Porque es un momento instantáneo.
—Pero ¿el consumo casual puede considerarse una adicción?
—Ese es el comienzo. Te lo cuento porque también lo batallé. En un momento de mi vida se me hizo fácil consumir, y lo que al principio es una excitación, un momento de euforia, un momento de dopamina, se convierte rápido en una práctica, en una condena. Eso me llevó a entender que hay muchos hombres que están enfrentando esto en silencio, a escondidas. Porque nunca vas a ver un post de alguien que ponga en sus redes sociales: “Aquí, consumiendo pornografía”.
Durante casi 20 años como pastor evangélico, muchos hombres y mujeres de diferentes edades se han acercado a Hayden para confesar su adicción a la pornografía: “Casualmente a mí me caen mucho esos casos, no sé por qué, pero entonces me digo: ‘Por ahí es el camino’”. Así se animó a emprender la idea de escribir un libro y diseñar un programa para “liberar” a las personas de su adicción. “Soy pastor, pero también tengo una especialidad en coaching de recuperación a través de ejercicios de neurociencia”, explica luego de ser cuestionado sobre si cuenta con estudios sobre temas de salud o adicciones. En 2024, Lema empezó a publicar videos en TikTok e Instagram, y con cada publicación se fueron acumulando las visualizaciones y los mensajes. “Me empezaron a escribir hombres diciéndome: ‘Desde que soy un niño entré a este mundo de la pornografía y no he logrado salir. Ahora ya soy un hombre de 40 años y no logro salir. Pero cada vez me siento más vacío’. Me han escrito también jovencitos diciéndome: ‘Ya no puedo concentrarme, lo único que pienso es cómo meterme al baño y mirar videos’. Otros me han dicho: ‘Ya no me excita lo que veo, necesito buscar cosas más fuertes’”.
—¿En qué consiste el método de Movimiento Bajo Fuego?
—El libro busca generar en ti una introspección, que tú empieces a analizarte y a conocerte. ¿Por qué? Porque este hábito en específico no funciona igual para todos. Lo que sí es general es que es un principio neurológico que se llama el principio de Hebb. La gente siempre va a buscar una receta mágica o va a buscar algo como motivacional, pero Movimiento Bajo Fuego no se trata de eso, no es magia, no es motivación, es un proceso: uno real. Mi enfoque es a través de herramientas de neurociencia y principios espirituales.
En su sitio de internet, el proyecto del pastor Hayden se publicita como “la primera guía práctica para vencer la pornografía y romper hábitos ocultos”. El libro tiene 12 capítulos con hojas de trabajo y “estrategias bíblicas para renovar tu mente y fortalecer tu fe”; cuesta 19 dólares e incluye un devocional de 30 días, “una guía diaria para conectar con Dios, vencer la tentación y aplicar verdades bíblicas en tu lucha contra la pornografía…”. Dentro del servicio también ofrece sesiones personalizadas y talleres. En sus redes sociales anuncia: “Esto no es un grupo de Whats más. Es comunidad con estructura, sesiones grupales y seguimiento real”.
—¿Y quiénes son las personas que se acercan para adquirir su libro y entrar en sus sesiones?, ¿son hombres, mujeres?, ¿de qué edades?
—De todas las edades.
Al final, Hayden me pide que transmita que para vencer esta adicción se debe hablar de ella: es un camino que se transita acompañado. Y la prueba de ello, al parecer, viene de Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
—Cientos viven prometiendo que no lo volverán a hacer. A Dios, a su esposa, a sí mismos. Pero siempre vuelven a caer. Porque pelean con pura fuerza de voluntad. Y así nunca van a ganar.
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—Como experto, ¿qué le recomendarías a alguien que vive en esta situación? —le pregunto al psicólogo José Ignacio Nevarez.
—Definitivamente, uno de los principales criterios que tenemos que enfrentar, es el conflicto, el conflicto intrapsíquico. Existe mucha vergüenza y pena. Entonces, el primer paso que tenemos que dar es hablarlo. La adicción se alimenta precisamente del ocultismo, del tabú. Sé que es muy complicado el poder expresarlo, que se tiene un problema, porque no es lo mismo entrar, por ejemplo, a un lugar de Alcohólicos Anónimos, a entrar a un lugar que dice “Pervertidos Anónimos”.
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Un pequeño círculo formado por seis sillas, 12 piernas, cuatro pares de tenis, un par de botas y un par de zapatos. Tres mochilas. Algunos llegan a las reuniones al salir de la escuela o del trabajo. En esta reunión a mediados de marzo ha asistido el aforo promedio. Los focos proyectan una luz amarilla que enfatiza las sombras en el patio de la casa de L. Un chico que no estuvo en la otra sesión a la que me invitaron está hablando sobre lo mucho que le cuesta no consumir pornografía. Habla sobre evitar estímulos. Habla sobre recaídas. Menciona las palabras “ansiedad”, “culpa”, “voluntad”. La mayoría de los participantes lo escuchan mirándolo a los ojos; otros dos chicos miran el suelo.
—Identifica cuál es tu detonante, porque esa es la raíz del problema —le aconseja L.—. Pueden ser muchas cosas las que te lleven a ello, pero eso es algo que solo tú puedes ver. A lo mejor lo ves cuando te sientes estresado o porque te sientes solo. Debes identificarlo para ir cambiando cosas a partir de eso.
—A mí me funciona no pensar que lo dejaré para siempre —agrega Jaime, después de que otros participantes dieran sus consejos—. Piensa: ‘Hoy no veré porno’. Que esa sea tu meta. De un día. Y si te entran ganas, ponte a hacer ejercicio, lagartijas. Un chingo. Hasta que te canses. Con el paso del tiempo, la mente se acostumbra a tu nueva realidad.
Para L., los espacios virtuales y presenciales que construyó con otros hombres han conseguido lo que no logró la terapia psicológica. “A mí un psicólogo me dijo que era normal, que no había problema, que lo que estaba afectándome eran mis prejuicios sobre la pornografía”, recuerda. La iglesia tampoco funcionó. Comenzó a asistir poco antes de su divorcio, por petición de su exesposa, pero “iba a confesarme y el padre me decía que el Salmo 91 [“Y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno”], que rezara tal y cual, y yo iba y rezaba y luego recaía y volvía a consumir”. Durante el confinamiento de 2020, su esposa consumó el divorcio y dejó la casa donde vivían. “Y yo hasta feliz me sentía, porque tenía la casa para mí solo, me pasaba viendo pornografía día y noche. Así estuve 15 días”. Esos días de constante mirar porno y masturbarse le provocaron heridas en el pene. Asustado, buscó en internet qué podía hacer. Y como Javier, como Jaime, como muchos otros hombres, encontró grupos y foros donde podía expresar su dolor desde el anonimato.

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Los orígenes de la pornografía, como se conoce en la actualidad, se encuentran en la Revolución francesa. Antes de esta época, la palabra era usada en su sentido original —πόρνη (prostituta), γράφ (lo escrito)—, refiriéndose a la prostitución, casi siempre en contextos de salud pública. Fue en el siglo XVIII cuando el término se expandió para nombrar unas estampas con ilustraciones satíricas de reyes, clérigos y aristócratas en contextos sexuales. En ese momento la pornografía adoptó su carácter tabú: adquirió la definición de transgresión. Una vez consumada la Revolución francesa, se fue diluyendo la carga política de las ilustraciones y empezaron a comercializarse de manera clandestina —siempre de manera clandestina—, para estímulo erótico del comprador. Y aunque con variaciones en el soporte —de la ilustración, al daguerrotipo, a la fotografía, a las revistas, al cine, al VHS, al DVD, a la televisión por cable, al internet—, la pornografía sigue siendo lo mismo desde entonces: una representación gráfica de contextos sexuales para el estímulo erótico.
Este resumen no lo conseguí gracias a una erudición pornógrafa, sino a que leí Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral, de Naief Yehya, una obra que recorre la historia de la pornografía y debate algunas de las críticas que ha recibido; entre ellas, la supuesta adicción que provoca su consumo desmedido. “Desde su invención ha sido siempre más fácil determinar la pornografía por sus efectos en quienes la ven que por su contenido. Pero como dichos efectos son meramente subjetivos, para elaborar una definición responderá inevitablemente a la postura ideológica de quien la haga”, escribió Yehya. Y entonces la pornografía puede ser un arma de opresión capaz de conducir a los hombres a la catástrofe o una herramienta liberadora que puede canalizar pulsiones, según quien mire: “Nada es pornográfico sino hasta que alguien en el papel de censor lo determina como tal”.
Como toda obra ensayística, algunas de las reflexiones han caducado. Es un libro que se publicó previo a la masificación de internet, y el propio Naief fue consciente de esto. Por eso ha publicado otros dos libros sobre el tema: Pornografía. Obsesión sexual y tecnología (Tusquets, 2012) y Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios (Tusquets, 2013), en los que aborda la pornografía desde un consumo más compulsivo. Charlamos una noche de finales de mayo, a través de una videollamada. Mientras acomoda la cámara para enfocar su rostro, me platica que espera escribir un nuevo libro sobre el tema, donde abordará lo que ha pasado tras el fenómeno de OnlyFans. “Ese proyecto es el que sigue; está un poco parado porque se me atravesó mi proyecto de los hongos”, dice refiriéndose a El planeta de los hongos. Una historia cultural de los hongos psicodélicos (Anagrama, 2024).
Le explico que leí sus libros, que he entrevistado a varios hombres que intentan lidiar con su consumo compulsivo de pornografía, que he conversado con psicólogos y gurús y que he leído estudios de diferentes universidades. Y no hay conceso. Lo que viven las personas está ahí; es innegable, pero también es innegable que hay una carga moral y culpa. Mucha culpa.
—Cuando esta gente habla de adicción, cuando ellos mismos se dicen adictos, yo no estoy seguro de qué estén hablando —dice Naief—. Yo no soy psicólogo, como sabrás, por lo que soy básicamente analfabeto en estos asuntos. Pero he escrito sobre esto por bastante tiempo, y soy ensayista, por lo tanto, un buen impostor. He escrito sobre este consumo desde hace muchas décadas y me cuestiono mucho sobre el tema.
—¿Por qué?
—Porque no se es adicto a un objeto, se es adicto realmente a la reacción de la dopamina en nuestro cuerpo. Lo que queremos es alimentar al mono que jala la palanca de la máquina tragamonedas. Ese que está en nuestra cabeza.
De que puede existir la adicción, claro que puede existir, dice, pero desconfía de todo lo que se ha formado alrededor de la adicción a la pornografía. “¿Qué pasa cuando no podemos parar? Pues la gente busca soluciones en los métodos religiosos o en el sometimiento del cuerpo. Son los métodos más comunes; seguro hay más”, explica. Y pienso en los retos del NoFap y sus 30, 60, 90 días de abstinencia; en los mensajes que se publican en grupos de apoyo anunciando la recaída; la ansiedad y la culpa; la desesperación ante la falta de autocontrol.
—Lo primero que sale cuando uno se mete, por ejemplo, en Amazon es una catarata de libros de autoayuda en los cuales todos son así de “cómo curé mi adicción, las cadenas que me someten, el horror de tal”. Todos tienen una connotación de sacrificio, de victimización y religión.
Entro discretamente a Amazon y escribo “Pornografía” en el buscador. Y sí, aparece una catarata de libros: Tu hijo a un clic de la pornografía (Solar Pod, 2020); Pornografía. Comprender y afrontar el problema (Spiritu Media SL, 2019); Un amigo lucha con la pornografía (Poiema Publicaciones, 2018); Tu cerebro pornificado. Neurobiología de la recompensa (Commonwealth Publishing, 2024). La manera más fácil y sencilla de dejar la pornografía: abandone la pornografía de forma inmediata, sin dolor, sin fuerza de voluntad y sin ningún sentimiento de privación o sacrificio (EasyPeasy, 2021).
“Como cualquier otra adicción, puede sin duda tener consecuencias devastadoras. No obstante, la importancia que súbitamente ha adquirido este tema y las reacciones desproporcionadas que provoca nos hablan de que más allá de denunciar a una patología […] lo que se busca es una vez más combatir a las imágenes pecaminosas y perseguir a los masturbadores, asustarlos con historias terribles de decadencia, desintegración individual y social”, escribió Naief en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral.
—Hay una pequeña industria de psicólogos, pseudopsicólogos o pseudoterapias que están enfocados en este campo; tienen sus sitios web, su negocito —añade Naief—. Es una cosa bastante formulaica, donde entrelazan el conocimiento del cuerpo y del cerebro con un dogma, a veces disimulado, a veces no disimulado del todo.
—Siguiendo este argumento, si antes se censuraba desde la moralidad, ahora se hace desde la preocupación por la salud, se reviste como una cuestión del cuidado físico y mental —añado.
—Eso es lo que exactamente está pasando. Lo que estamos viendo ahora es una sustitución de la vergüenza. Ya no tenemos a un Dios al que responderle, sino que vamos a responderle a la química; la química es la que me tiene esclavizado: “No es mi voluntad, no es mi deseo, es algo más allá que no puedo controlar”.
—La situación se complica porque no hay estudios concluyentes, entonces, como dices, hay mucho prejuicio a la hora de hablar del tema.
—Esta generación es un experimento, un experimento vivo. Nunca antes tanta gente estuvo sometida, o expuesta, más que sometida, a tantos estímulos sexuales, eróticos, de tantas formas, con un acceso tan instantáneo. Esto es una novedad con consecuencias impredecibles. Cada quien puede instrumentar su “detoxificación” como crea. Pero lo que sí no puedo aceptar es que estos nuevos chamanes de la desexualización tengan las respuestas.
Esta generación es un experimento. Un experimento vivo.
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La palabra que más he escuchado y leído en los últimos meses ha sido “adicción”. La encontré en foros de ayuda; en el título de papers que abordan el tema; la han dicho todas las personas con las que he conversado. Y entonces platiqué con Marco Almazán, médico y sexólogo clínico del Instituto Mexicano de Sexología. De entrada, me dice:
“Quizá lo mejor sea no hablar de adicción”.
En el enfoque humanista de la sexología, la pornografía no se clasifica como adicción, continúa el sexólogo. Hay que tomar con pinzas la palabra porque el mismo nivel de consumo puede ser problemático para una persona y para otra no, y también porque la palabra puede tener una carga moral que provoca más ansiedad en las personas.
“Quienes acuden conmigo refiriendo ‘adicción al porno’, por lo general, ya vienen con una carga de culpa, con una carga de angustia. Ya han leído muchas cosas, y la información, más que darles alivio, les causa más ansiedad, más confusión todavía”, aclara Almazán.
Conversamos un mediodía de abril de 2025. El especialista viste un suéter rojo que resalta sobre la pared blanca llena de diplomas que hay detrás de él. Como sexólogo, las dificultades sexuales de hombres y mujeres son uno de sus principales campos de consulta. En los últimos años, atiende a cada vez más personas preocupadas por su consumo de pornografía.
—Las personas están dentro de estas características demográficas poblacionales: son varones y hetero (los que yo he visto mayormente). Pero también he atendido a hombres homosexuales con este problema.
—¿Son jóvenes?
—Sí. En su mayoría suelen estar en sus veintes, treintas. La mayoría suele compartir esta historia de inicio temprano en el consumo del porno.
—¿Qué otras características comparten?
—Me refieren que han intentado parar el consumo, que han intentado las lecturas de ciertos libros, el NoFap, la ayuda en distintos grupos; han buscado muchas alternativas. Alternativas que en muchos casos no dan resultados, pero sí mucha ansiedad y culpa. El discurso de muchos influencers y libros que dicen ayudar se basa en la culpa.
Desde su enfoque, la clave para Almazán está en construir espacios seguros, profesionales y empáticos, donde no se juzgue ni se impongan diagnósticos apresurados, sino que se escuche y acompañe. En lugar de buscar etiquetas o patologizar, apuesta por acompañar a la persona en un ejercicio de introspección donde se pregunte: ¿qué lo lleva a consumir?, ¿cómo vive su sexualidad?, ¿qué significa para él el contenido que consume?
“Desarrollar una compulsión o consumo problemático del porno está muy relacionado con el inicio temprano del consumo. En México, el promedio más o menos es de los 10 a los 13”, me explica Almazán. En efecto, las personas con las que he conversado me dijeron que comenzaron a esas edades, de los nueve a los 13 años.
Marco considera que la educación sexual puede prevenir el consumo problemático de pornografía. “Pero alguien va a decir: ‘¿A qué te refieres?, ¿hablarles a los niños del porno?’. Pues no, [se] va haciendo como una alfabetización, ir dando la información adecuada a las edades adecuadas”, dice. Una educación sexual integral adaptada a cada etapa (comenzar a hablar del tema, por ejemplo, a la edad promedio en que se inicia el consumo) da más herramientas críticas a la hora de acercarse a este contenido. Y es que, aunque los padres y docentes no quieran, el porno va a llegar: por un amigo, por un primo, por una publicación de redes sociales o un clic en un sitio equivocado.
Por eso es vital mantener un canal de comunicación abierto, dice Almazán, donde adolescentes puedan hacer preguntas, expresar dudas y no sentirse solos ante lo que ven o sienten: “Decirles: ‘En internet puedes encontrar contenido sexual explícito que no necesariamente se asemeja a la realidad de las experiencias que tú vas a tener; si lo encuentras, si lo empiezas a consumir, pues trata de tener esto en cuenta’. Decirles que a fin de cuentas no es real, que te puede eventualmente también ir generando inseguridades con tu cuerpo —comenta—. Creo que es importante hacer énfasis en el consumo informado, reflexivo y crítico: qué es lo que veo, cada cuánto lo veo, cómo me hace sentir lo que veo”.
Es una postura muy diferente al alarmismo que se palpa en videos y publicaciones (la “pandemia silenciosa”, “generación porno, el origen de una pandemia terrorífica”).
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El viento trae algunas gotas de la lluvia que paró hace unos minutos. Jaime espera afuera de un Starbucks, en una colonia gentrificada de la Ciudad de México. Es el jueves de la primera semana de mayo y en unos minutos asistirá a una reunión con un nuevo grupo de apoyo. Los contactó esta semana a través de su página de internet. No es que quiera distanciarse de sus compañeros de WhatsApp, pero acaba de conseguir un empleo por la zona y el traslado a la casa de L. se le complica. “Estoy nervioso”, confiesa. Dos horas y media después, Jaime regresa a la cafetería. No me quiere dar detalles sobre la reunión porque le dijeron que no se puede hablar sobre ella a medios de comunicación. “Lo que ahí se habla, ahí se queda”, dice que le dijeron. Pero no es nada raro, me asegura, son reuniones similares a las de Alcohólicos Anónimos. Se sientan en círculo, hablan de sobriedad, de lujuria; alguien compartió su testimonio; al final hacen una especie de meditación. “En realidad son muy parecidas a las del nuestro grupo, solo que aquí son religiosos. Había una imagen de ‘Yisus’ en el salón”, señala.
—¿Y sí vas a seguir yendo?
—Pues chance. No sé, no estuvo mal. Quizá solo me brinca eso que dicen de la lujuria, “ser adictos a la lujuria”. Se me hace muy religioso, ¿no?
Jaime no profesa ninguna religión y considera que no es necesaria para atender la adicción que desea superar. Sin embargo, jamás se ha cerrado a buscar alternativas.
—Disculpa que te hiciera venir, ya ni pude decirte nada que te sirviera.
—No te preocupes. Al contrario, gracias por invitarme.
—Yo pensé que ahorita ya iba a salir curado —dice sonriendo—. Ese hubiera sido el final perfecto para el reportaje.

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José Mario Martínez Thomas es urólogo y vive en la Ciudad de México. Conversamos una tarde de mayo. Lo primero que me comenta es que ha observado un aumento en el número de pacientes que asisten a consulta preocupados por las posibles consecuencias de un consumo prolongado de pornografía y la masturbación compulsiva que los acompaña.
“El uso compulsivo o la adicción de la pornografía sí tiene consecuencias en el aspecto sexual de las personas —dice—. En las disfunciones sexuales: la disfunción eréctil, la eyaculación precoz, la aneyaculación. Es un tema bastante controversial en el aspecto de que no hay como tal un estudio concluyente, pero sí es un tema que se ha estudiado demasiado. Y sí hay bases neurológicas que confirman que la adicción a la pornografía sí tiene secuelas urológicas”.
Regresamos al asunto de la saturación de los neurotransmisores de dopamina, que producen desensibilización. Cada vez ocupa más dopamina el paciente y a veces eso no lo puede producir con un estímulo sexual real, lo que a su vez provoca la disfunción eréctil. En pacientes de este tipo también se ha observado dolor pélvico y uretral. “En el aspecto del piso pélvico está bien comprobado que puede llegar a producir dolor crónico, porque se acompaña la pornografía con la masturbación compulsiva. También puede producir disminución en la producción de testosterona”, explica el médico egresado de la UNAM y miembro de la Asociación Americana de Urología.
El doctor Martínez matiza: todos los casos son distintos, no se puede descartar ninguna posibilidad. “Las principales causas [de las disfunciones sexuales] son el sobrepeso, el sedentarismo, la ansiedad, la diabetes, la hipertensión, el tabaquismo, el uso de drogas —y sí—, el consumo compulsivo de pornografía”. Por esa razón, no se puede caer en el autodiagnóstico.
¿Y cómo se procede con las personas a las que sí se les diagnostica un consumo compulsivo, relacionado con disfunción eréctil? Viene un tratamiento de fortalecimiento de piso pélvico, acompañado de terapia cognitivo-conductual. Y abstinencia: “Entre los siete y los 21 días de quitar la pornografía, el paciente empieza a ver mejoras significativas, tanto en la producción de testosterona como en el deseo sexual, como en la calidad de la erección y la eyaculación”, explica el urólogo. En contraparte del fatalismo de algunos grupos de internet, el urólogo se muestra optimista: “A veces el tratamiento es más fácil de lo que uno puede llegar a pensar”. Pero es necesario, advierte Mario, que asistan con profesionales. Si se da un buen tratamiento al paciente, la tasa de satisfacción es muy alta, por arriba del 80% al 90%.
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Desde hace unos años se habla de la epidemia de soledad masculina en contextos angloparlantes. Cada vez nos resulta más difícil a los hombres establecer vínculos afectivos, no solamente relaciones sentimentales, sino también de amistad.
La American Perspectives Survey publicó en mayo de 2021 que una cuarta parte de los hombres estadounidenses menores de 30 años consideran que no tienen amigos cercanos. No existe una encuesta parecida en el contexto mexicano; sin embargo, el crecimiento de grupos radicales en nuestro país puede ser una pista de la crisis de salud mental en nuestro país. Los hombres no hablamos de cómo nos sentimos; no tenemos con quién hablarlo.
En septiembre de 2025, Jaime me mandó un mensaje luego de que un joven de 19 años asesinara a un compañero estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel sur, Ciudad de México, uno de los bachilleratos de la UNAM. Conversamos durante días sobre lo que significa crecer en soledad, no tener a alguien a quien contar tus problemas. “Está cabrón, está muy fuerte lo que pasó. Lamentablemente, es consecuencia de que no existan apoyos para hablar de los problemas que vives, y eso terminó explotándole [al asesino]”, me dice en una nota de voz.
El NoFap es un tema muy visible dentro de comunidades incels y redpillers. Esto no significa que las personas con un consumo problemático de pornografía necesariamente difundan mensajes violentos contra mujeres o disidencias sexuales. “Jamás culparía a las mujeres o al feminismo de lo que me pasa. Sí sé que muchos de esos chicos también tienen un problema con la pornografía, pero eso no justifica la violencia —responde Jaime a mi pregunta sobre esos grupos y su cercanía con los ideales del NoFap—. Creo que toda esa energía podrían dedicarla a ayudarse entre ellos. En el grupo, tú estuviste dentro y viste: jamás hemos difundido ese tipo de mensajes”. Porque no todos los grupos de hombres que se crean en internet son semilleros de radicalización. L. y Jaime me lo han demostrado: hay hombres que solo quieren ser escuchados y encontraron a otros hombres con la misma necesidad.
Luego, Jaime bromea de nuevo con lo del final de este reportaje. Tiene razón, no sé cómo terminarlo. Que el prejuicio en torno al consumo de pornografía existe es tan cierto como el hecho de que no hay estudios concluyentes que nos ayuden a comprender el problema. Quién sabe cuándo se realicen. Mientras tanto, existen hombres que buscan curarse y salir de algo que llaman adicción. ¿Quién soy yo para decir que su dolor no existe o minimizarlo? Pero no puedo dejar de pensar en las palabras del sexólogo Almazán. Quizá la palabra “adicción” no sea la adecuada para nombrar lo que viven.
Veo a Jaime por última vez a inicios de octubre de 2025. Una tarde lluviosa, en esa colonia donde ahora trabaja. Lo espero en la misma cafetería. Días antes les escribí a L. y a Javier. El primero dijo que en ese momento no se sentía con ánimo de hablar, pero que está bien. Sigue pensando en cómo hablarle del tema a su hijo, que el próximo año cumplirá 11. Tardé un día en contestarle, porque no sabía cómo hacerlo. Al final le compartí la transcripción de la entrevista con Almazán: “Aquí un médico y sexólogo me comentó cómo se puede hablar del tema a los niños según sus edades. Ojalá pueda ayudarte :)”. Javier tampoco quiso conversar. Quizá después, me dice. En este momento está asistiendo a terapia, algo que ya había intentado. Sigue estudiando sobre el NoFap. “Voy a hacer videos para difundir el tema y ayudar a quien lo necesite”, me confía en un mensaje.
Sentado en una mesa del balcón de la cafetería, Jaime me cuenta, alegre, orgulloso, que sigue sin recaer. Después me dice que estuvo haciendo cálculos de todo el tiempo que le quitó el porno, de todo el tiempo que tiró a la basura.
Ha dejado de llover. Las nubes grises no permiten apreciar el atardecer, pero aun así se siente que el día oscurece. El alumbrado público ahora ilumina la calle.
—Todos los días —continúa— por lo menos veía porno una hora. Una hora. Puedes pensar que no es mucho, pero fueron 15 años… No tenía conciencia del tiempo.
—¿Cuánto tiempo fue? —no soy bueno en matemáticas.
—Son 5 475 horas. Eso son 228 días. Más de medio año. Es tiempo que no voy a recuperar nunca, que me quitó el porno. Pero al menos me sirve como un recordatorio.
—¿De qué?
—De que ya perdí mucho tiempo. No puedo desperdiciar más.
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Nunca antes tantas personas estuvieron expuestas a tantos estímulos sexuales de tan diversas formas, con un acceso instantáneo. Con un ánimo catastrofista es fácil establecer que asistimos al inicio de la era del “cerebro pornificado”; sin embargo, en este reportaje se recolectan indicios suficientes para afirmar que no conviene internarse en un territorio desconocido (y poco investigado desde la ciencia) lanzando señales de alarma. ¿Es inevitable que el consumo de pornografía se vuelva problemático? ¿Qué tan en serio se pueden tomar los discursos de todos esos gurús del NoFap que parecen lucrar con la culpa y las vidas arruinadas de millones? ¿La reacción se torna en un nuevo movimiento de desexualización moralizante? Un primer paso: conocer el dolor de los que viven en la cárcel que no se atreve a decir su nombre.
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La tarde del 27 de agosto de 2024, Javier fue a la fiesta de su sobrino, que cumplía tres años. Lo abrazó, le dio su regalo. Jugaron juntos un ratito, se sentaron a mirar las caricaturas en la tableta del niño. Saludó a unas tías; platicó con unos primos de los que se había distanciado en la adolescencia, hace más de 10 años. Javier estaba disfrutando la fiesta, hasta que llegó la “sustanciación”. Una urgencia, una ansiedad que cada tanto, dice, invade su cuerpo. Javier se encerró en el baño; puso el seguro a la puerta, desbloqueó su celular y entró a Google Chrome. Encontró el video que buscaba porque sabía las palabras exactas del título. La imagen, la referencia, había llegado a su mente de repente. Algo que no podía controlar.
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El zaguán y la fachada son blancos. Una casa de una planta con varillas expuestas en el techo, expectantes de una ampliación que tal vez no llegue. Es la dirección que indica el mensaje de WhatsApp. Es enero de 2025, en una colonia de la periferia de la Ciudad de México, declina la tarde y las sombras robustecen. Golpeo el zaguán y en menos de un minuto un hombre abre la puerta. Es moreno; debe medir menos de 1.70 metros. Viste una camisa polo azul marino. Su nombre empieza con L. No obtendré más datos personales. Con el nombre basta. Aquí no se pregunta nada más que eso. Es una de las reglas de las reuniones. La luz amarillenta de dos focos ilumina un patio donde se estaciona un automóvil Nissan. Cerca de la entrada de la casa hay seis sillas de madera de un comedor. Seis. El número usual de asistentes. Esta tarde noche sobrarán dos sillas.
—¿Es Yair o Jair?
—Yair. Pero se escribe Jair.
—Yair, okey. Siéntate. Vamos a esperar a que lleguen más compañeros. Vas a participar como uno más del grupo.
L. explica que estas reuniones son una extensión del grupo de WhatsApp en el que él y otros hombres comparten inquietudes respecto a su adicción a la pornografía. La dinámica es simple: se reúnen en la casa de L. y conversan sobre cómo se sienten, si han tenido “recaídas” y cómo evitarlas, se aconsejan. Lo hacen porque algo está pasando: L. lo llama una “pandemia silenciosa”.
Miles de hombres jóvenes se reúnen en diferentes espacios de internet para hablar de su adicción a la pornografía. No son espacios visibles, pero se encuentran rápido si se busca “NoFap” o simplemente “adicción al porno”. Existe una preocupación por el tema, es indudable. El estudio “The broad reach and inaccuracy of men’s health information on social media: analysis of TikTok and Instagram”, publicado en 2022 por académicos de la Northwestern University Feinberg School of Medicine en el International Journal of Impotence Research, reveló que el término “retención de semen” —especie de terapia para contrarrestar los supuestos efectos negativos del consumo compulsivo de pornografía— es el tema más popular relacionado con la salud masculina en las redes sociales TikTok e Instagram, en Estados Unidos. No se tienen datos parecidos sobre México, pero sí se sabe que el país es uno de los principales consumidores de pornografía a nivel mundial. En diciembre de 2024, la plataforma PornHub publicó su informe anual, donde expone las tendencias y los comportamientos de consumo de sus usuarios. México ocupa el cuarto lugar en consumo, por detrás de Estados Unidos, Francia y Filipinas. Además, es el país en el que los usuarios pasan más tiempo en el sitio web, con un promedio de 11:01 minutos; la media global es de y 9:40 minutos. Los usuarios mexicanos que más consumen pornografía en este sitio son los que tienen entre 18 y 24 años.
Alguien toca al zaguán. L. me dice que regresa en un momento. Aparece Jaime, que no es su verdadero nombre. Es más joven que L. Viste una playera y jeans holgados que agrandan su cuerpo delgado.
—Pero solo vas a grabar el audio, ¿verdad? —pregunta luego de presentarnos. El anonimato es una de las cuestiones más importantes en estos grupos.
El grupo del que forman parte L. y Jaime surgió primero de manera virtual a mediados de 2021. La idea fue de L., y se le ocurrió después de participar en varios grupos de apoyo para atender su adicción a la pornografía, que en ese entonces ya había provocado su divorcio. “Más que nada fue la necesidad de tener dónde hablar de lo que vivimos. Porque es imposible hablarlo con nuestras familias o parejas. Jamás lo van a entender. A veces ni los psicólogos lo hacen. Te sientes juzgado”, explica.
Jaime fue uno de los primeros en unirse al grupo. Ahora, en octubre de 2025, hay 132 miembros en el grupo de WhatsApp. “La idea es darnos motivación diaria, porque esta es una adicción que afrontas solo”, dice L. Entre los mensajes que se envían están los de ánimo —“Siete días de abstinencia. Vamos por más”—; hay quien pide consejos: “Oigan, ¿qué recomiendan para no tener tanta ansiedad?”. Cada tanto L. postea el link de invitación en alguna publicación en grupos de Facebook que hablan sobre el tema; a veces otros miembros, cercanos a él, lo comparten en foros de Reddit o hasta en X. Con todo, no acepta todas las solicitudes de entrada que recibe; es una estrategia para cuidar la privacidad del grupo, porque hay muchos estigmas contra los adictos a la pornografía: ha sucedido que comparten el vínculo en redes sociales y entran personas que escriben mensajes ofensivos e incluso comparten contenido pornográfico. “Te atacan, se burlan o te exhiben en redes sociales. Piensan que eres un pervertido o hasta un pedófilo de lo peor; cuando en realidad solo eres una persona que quiere recuperar su vida”, cuenta L.
—¿Pasa seguido?
—Algunas veces —dice L.—. No sé qué ganan haciendo eso. No entiendo por qué buscan lastimarnos, si no estamos haciendo daño a nadie.
Meses después de esa conversación, el miércoles 14 de mayo de 2025, el grupo sufrió otro ataque: una persona se unió y comenzó a compartir videos porno y a escribir mensajes ofensivos que no alcancé a leer porque L. borró todo de inmediato. Evitar el contacto con el contenido sexual explícito y no explícito es fundamental en el tratamiento.
—Uno debe buscar la manera de evitarlo: por los estímulos. Debes limpiar tu algoritmo, bloquear páginas; si hace falta silenciar amigos, lo haces. Porque nunca falta en los grupos de amigos el que manda porno —dice L.
—Tengo un amigo así —interviene Jaime—. Que manda nopor en un grupo que tenemos amigos de la universidad. Es el único que lo hace, no sé por qué. No le digo nada. Cada vez [que] manda algo mejor lo borro de inmediato. No me arriesgo a verlo.
—De ahí se entiende la importancia de nuestro grupo.
Con las reuniones presenciales de una vez por semana ya llevan un año. “Algo que nos gustaría, y espero que se haga, es salir más, juntos, a alguna excursión…”, dice L., y por primera vez suena alegre, optimista.
Pasan 20 minutos. Alguien más golpea el zaguán. Entra otra persona e inicia la reunión. En círculo, todos de pie, hacen un pequeño ejercicio de respiración con los ojos cerrados. Se sientan y durante más de una hora conversan sobre cómo ha estado su semana y de los progresos que han tenido. El principal tema son las tentaciones que han enfrentado y los incitan a recaer.

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Algo que aprendí en estos meses fue que la sensación llega en cualquier momento. La sustanciación. Lo describen como una urgencia que recorre el cuerpo; hace que las manos se entuman e inunda la mente de pensamientos sexuales intrusivos. Los que viven agobiados por esa urgencia dicen que llega a manifestarse en los lugares más impensados. En el transporte público. En la escuela. En el trabajo. En la casa de un familiar. En una fiesta. Explican que la necesidad de hacerlo surge después de recibir algún estímulo. Y para muchos de ellos, cualquier situación se ha convertido en un potencial estímulo: una imagen apenas vislumbrada; una palabra o un gesto que intuyen sugerente; una publicación en redes sociales; un recuerdo que los asalta.
Esa urgencia fue la que hizo que Javier dejara de disfrutar la fiesta aquella tarde de agosto de 2024. Cuando salió del baño, intentó fingir normalidad; se sentó a la mesa, junto a su familia, y participó en la conversación. En algún momento comenzó a temblarle una pierna, una de sus tías se dio cuenta y le preguntó qué tenía. Una sensación de angustia y desánimo lo invadió. Apenas aplaudió cuando su sobrino abrió los regalos y después se fue a su casa. Allí se encerró en su cuarto y volvió a mirar pornografía. Y entonces decidió que esa era la última vez. Ese día, 14 de agosto de 2024, tenía que marcar un inicio. Y también un final. Javier durmió hasta las cuatro de la mañana buscando información en internet. Vio videos, uno tras otro, que hablaban de que lo que él vivía era una adicción. Encajaba en todos los síntomas. Problemas de concentración. Aumento de ansiedad. Consumo incontrolable. Pensamientos obsesivos. Y entonces se puso a buscar cómo podía vencerla. Encontró una respuesta muy rápido. Existía una forma. Un camino que muchas otras personas ya estaban recorriendo.
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La pornografía es polémica. Siempre lo ha sido. “Es una etiqueta que se aplica a una variedad inmensa de objetos y representaciones, sin importar tanto su naturaleza como el efecto que pueden producir. De ahí que la pornografía sea considerada no por lo que es, sino por lo que causa”, escribe el ensayista Naief Yehya en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral (Plaza & Janés, 2004). Y tiene razón. Es interminable lo que se ha dicho a favor y en contra de la pornografía. La feminista estadounidense Robin Morgan escribió en su famoso ensayo “Theory and Practice: Pornography and Rape” (1974) que “el acto de violación no es más que la expresión de la norma, incluso alienta la fantasía masculina en la cultura patriarcal de la agresión sexual. Y la articulación de esa fantasía en una industria de 1 000 millones de dólares es la pornografía. […] La pornografía es la teoría: la violación es la práctica”. Por su parte, el filósofo queer Paul B. Preciado apunta en su artículo “Mujeres en los márgenes”, publicado en 2007, que el “mejor antídoto contra la pornografía dominante no es la censura, sino la producción de representaciones alternativas de la sexualidad, hechas desde miradas divergentes de la mirada normativa”. Existen textos que abordan una variedad de posturas, con diferentes argumentos, que el lector puede consultar. Este no es un texto sobre el porno ni su industria: esta es una historia de hombres cuyo consumo de pornografía ha arruinado sus vidas.
El problema principal cuando se habla de la adicción a la pornografía es la falta de estudios serios sobre el tema. Aún no se ha demostrado de manera concluyente que la pornografía sea dañina; si afecta de manera particular a ciertas personas o las consecuencias de su consumo prolongado. No es un trastorno incluido en la edición más reciente del canónico Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales que publica la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, aunque se incluyó el comportamiento sexual compulsivo —comúnmente llamado adicción sexual— como un desorden de salud mental en la lista de Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud en junio de 2019.
Los defensores de la idea de que la pornografía puede convertirse en una adicción estipulan que su consumo compulsivo es comparable al de las drogas, por su efecto en procesos cerebrales y de comportamiento. Los críticos de tal idea ponen por delante la carencia de pruebas: las investigaciones que se han realizado incurren en errores metodológicos, y los contextos sociales y religiosos pueden sesgar los estudios. Para evitar recorrer una inagotable lista aún abierta de argumentos y contrargumentos, lo mejor es retroceder y preguntarnos qué es una adicción, a qué podemos hacernos adictos. Conversé con Eduardo Marbez, médico y psicoterapeuta especializado en el tratamiento de adicciones, jefe de la Oficina de Salud Mental y Grupos Vulnerables en la Coordinación Estatal IMSS Bienestar del Estado de México.
En la pantalla de la computadora aparece un hombre de ademanes enérgicos, sonriente. Pide que lo llame Lalo. Con voz segura y clara dicción, explica que las adicciones van más allá de las sustancias: “Hablamos de un trastorno, de una limitación o de un impedimento a la función de una persona; hay adicciones a sustancias y hay las llamadas adicciones comportamentales o a procesos”. A estas últimas adicciones, Marbez las define como compulsiones: son actividades que se realizan a pesar de las consecuencias negativas para la vida de una persona. En esta categoría se encuentran las apuestas, las compras, el ejercicio, el trabajo o la pornografía.
El consumo de pornografía, dice Lalo, en sí mismo no garantiza la adicción. El problema no es la actividad, sino la pérdida de control y la dependencia que se desarrolla hacia ella. El cerebro humano funciona a través de una compleja red de neuronas conectadas por neurotransmisores; uno de los más importantes en el desarrollo de adicciones es la dopamina, asociada al circuito de la recompensa. Cada vez que hacemos algo que nos gusta —comer, hacer ejercicio, reír, tener relaciones sexuales—, el cerebro nos recompensa con una descarga de dopamina. Esa sensación de bienestar nos hace disfrutar el momento y también nos impulsa a repetir la conducta. Pero cuando esta vía de recompensa se activa con demasiada frecuencia, el cerebro empieza a cambiar. Nos volvemos menos sensibles a estímulos cotidianos y necesitamos cada vez más dopamina para sentir ese placer inicial. Es ahí donde comienza la adicción: las actividades que antes se disfrutaban —por ejemplo, salir con amigos, hacer ejercicio, leer— pierden fuerza frente a aquellas que provocan una gratificación inmediata e intensa.
Existen varios factores que determinan que una adicción se desarrolle o no; pueden ser genéticos, sociales y hasta neurobiológicos. Por ejemplo, el doctor Marbez ha observado que algunos pacientes con trastornos de comportamiento sexual compulsivo también viven con un trastorno depresivo o ansioso. “Me preocuparía si [un sujeto utilizara] la pornografía como una estrategia para evitar emociones desagradables, si la consumiera cuando está ansioso, estresado, deprimido; un uso ‘automedicado’ de esa pornografía sería algo que a mí me llamaría mucho la atención”.
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L.:*
La mayoría de los momentos malos de mi vida involucran pornografía. El peor de todos, creo, fue cuando mi esposa descubrió mi adicción. Eso pasó hace cinco años. Entró en el cuarto donde estaba, y yo estaba tan enajenado que no me di cuenta; me encontró masturbándome viendo porno. Me quitó el celular. No podría decirte bien cuál fue su reacción de ese momento, porque yo mismo me bloqueé. Sentía que mi vida se había terminado: quería parar el tiempo, retrocederlo. Pensé que mi esposa se iba a enojar, me gritaría, me pediría el divorcio. No sé, esperaba una reacción así. Pero no. Fue algo mucho peor. Se puso muy triste, comenzó a llorar mientras revisaba el teléfono. Tenía todo atascado de videos, de imágenes. Se encerró en el cuarto y estuvo llorando, diría que por horas. Y yo solo quería dejar de existir. Esa creo que fue la primera vez que quise suicidarme. […]
Casi toda mi vida he vivido dos vidas. La normal, de mi familia y amigos, del trabajo; y la otra, la que he intentado ocultar a todos: que me paso horas y horas viendo pornografía y no puedo evitarlo. Como te podrás haber dado cuenta, a diferencia de los otros compañeros, yo soy más grande. Tengo 39 años. No crecí con celular ni internet. Mi primer contacto con la pornografía fue como a los 11 o 12 años por una revista que me mostró un primo más grande. Siempre que iba a su casa, veíamos a escondidas esas revistas de mi tío. Luego en la secundaria, tuve algunos compañeros que en ocasiones llevaban revistas y nos juntábamos a verlas. Esa etapa fue complicada para mí porque muchos compañeros eran muy manchados conmigo; me sacaban los cuadernos y los tiraban a la basura, cosas así, bullying, y como siempre he sido chaparro, no podía defenderme. El porno fue mi refugio. […]
Me volví una persona solitaria, dejé de hacer amigos en la prepa y la universidad porque mi compañía era el porno. Antes de salir de la universidad, conocí a mi esposa y comenzamos a salir. Pensé que esa relación real terminaría con mi adicción, pero no sucedió. Esto es algo que me avergüenza mucho contar, y ya se lo confesé: a veces cuando salíamos me urgía ya dejarla en su casa para irme a ver porno. Intenté dejarlo y fracasé una y otra vez. Hace unos años, por allá del 2015, me despidieron de un buen trabajo por mi adicción. Ganaba bien y habíamos tenido a nuestro hijo poco antes. Usaba la computadora para entrar en páginas porno en la oficina; eso renovó mi adicción porque se sumaba a la excitación de que me pudieran descubrir en cualquier momento. Así de enfermo estaba; a ese nivel llegué. […]
Durante mucho tiempo tuve la sensación de que eso no iba a cambiar nunca, de que siempre sería así. Pero esa idea ha cambiado poco a poco. Me costó mucho, me costó mi familia, porque al final mi esposa me pidió el divorcio y se quedó con la custodia de mi hijo, pero creo que ahora tengo la esperanza de superar esta adicción. Espero que ellos algún día me perdonen por haber arruinado nuestras vidas. Mientras tanto, sigo luchando. Una forma de hacerlo es el grupo. Me siento orgulloso [de él].
Y en cuanto a mi persona, llevo cinco meses sin consumir. Creo que nunca había durado tanto. Mi mayor preocupación en este momento es mi hijo. Quiero ser un buen padre para él. Y además no dejo de pensar que se acerca a la edad que yo tuve cuando comencé en esta adicción. Todavía no sé cómo voy a hablarle del tema. No sé si tenga el valor de contarle lo que he vivido, mi doble vida.
*Editamos ciertos pasajes del testimonio de L. para mejorar su lectura y evitar repeticiones propias de la oralidad.
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Aunque México comparte cifras de consumo de pornografía similares a países como Estados Unidos, Francia o Reino Unido, en este país no se realizan tantas investigaciones sobre el tema como en aquellos. Esa falta de datos motivó a Shilia Lisset Vargas Echeverría, doctora en Sociología, y a José Ignacio Nevarez Martín, maestro en Psicología, a indagar sobre esta problemática en el contexto mexicano. En 2022 publicaron en la Revista Internacional de Investigación en Adicciones, editada por los Centros de Integración Juvenil, A.C., un artículo en el que proponen la primera escala mexicana para medir de manera preliminar la adicción a la pornografía. Se trata de un cuestionario de 27 preguntas cuya prueba piloto fue aplicada a personas en recuperación de alcohol y drogas ingresadas en un centro de rehabilitación de Mérida, Yucatán, durante el mes de junio de 2020. Tres años después de la publicación de ese artículo, conversamos por videollamada.
“Nuestra idea surgió principalmente observando que el consumo de pornografía en México está muy normalizado, y se tiende a invisibilizar un poco la parte que podría llegar a ser problemática y no un consumo normal, por elección”, dice la doctora Vargas, con una voz de consonantes implosivas, típica del español de Yucatán.
El primer paso fue desarrollar un instrumento para determinar si una persona es adicta o no al porno. “Una herramienta que nos permita explorar y empezar a aproximarnos a entender este fenómeno”, define la doctora. Algunos de los apartados del cuestionario son: “uso pornografía en lugares donde nunca pensé hacerlo (iglesia, transporte público, parques, fiestas, trabajo, etc.)” o “al ver una imagen de una persona sin ropa o escuchar sobre un tema sexual, me produce ansia por ver pornografía y masturbarme”. Para su elaboración retomaron el trabajo del psicólogo inglés Mark Griffiths, cuyo modelo biopsicosocial describe las características comunes de una adicción conductual: saliencia —la actividad se convierte en lo más importante en la vida de la persona y domina su pensamiento y comportamiento—, modificación del humor, tolerancia —se requiere de consumir más pornografía para alcanzar umbrales de placer cada vez más exigentes— síndrome de abstinencia, conflicto —problemas entre la persona adicta y quienes la rodean; también conflicto consigo mismo— y recaída —retomar patrones de consumo luego de intentar dejarlo—. “El consumo de pornografía cumple todos los componentes del modelo”, afirma Nevarez, aunque aclara que la escala no se puede emplear de manera aislada. Debe complementarse con otras herramientas, como el acompañamiento terapéutico, para “tener un diagnóstico certero sobre si alguien es o no adicto a la pornografía”.
“Nuestra intención no es satanizar a la pornografía —dice el psicólogo—. Nosotros solamente buscamos, desde la propia ciencia, el poder analizar el comportamiento de esta visualización de la pornografía”.
Vargas y Nevarez continúan trabajando en su escala, afinándola para que sea más precisa. Como la edad de mayor consumo en nuestro país sucede de los 18 a los 24 años, la etapa universitaria, decidieron concentrarse en ese sector demográfico. En 2024 aplicaron la escala en varias universidades de Mérida; no quisieron hablar sobre los resultados porque su objetivo es publicar el estudio completo en alguna revista científica en 2026. No obstante, Vargas comparte un dato que a ella le parece alarmante: “El 73% de los encuestados afirmaron haber consumido pornografía al menos una vez en su vida o más”. Y aunque el consumo no significa adicción, para la socióloga ese dato demuestra que la pornografía está normalizada: “De ese 73%, un poquito más del 10%, según la escala, presentó algún tipo de adicción”, dice.
“También encontramos que existe un fuerte vínculo entre el consumo de pornografía y la autorregulación emocional —sigue explicando la doctora Shilia, sobre los resultados de su encuesta—. Muchas veces se consume pornografía no únicamente por deseo sexual, sino también porque es una forma de aliviar emociones negativas, como el estrés, como la ansiedad, como a lo mejor la soledad…”. Justo lo que le preocuparía al psicoterapeuta Marbez.
Mientras conversamos, aparece otra preocupación para los investigadores: la “pornificación” de la sociedad. No había escuchado el término antes de que lo mencionaran. Nevarez me explica que en jóvenes y adultos se ha aceptado la pornografía como un instructivo, “un libro de consulta para todo lo relativo a la sexualidad”.
“Encontramos, por ejemplo —relata el psicólogo—, en páginas web pornográficas a estrellas porno que están ‘educando’, entre comillas, a nuestros adolescentes, a nuestros jóvenes, a nuestros niños, ¿en qué sentido? Literalmente les hablan acerca de cómo tener sexo en todas sus presentaciones, cómo tener sexo oral, cómo tener sexo anal, cómo utilizar un juguete sexual. Eso está hablando de una educación, no necesariamente la que se necesita o requieren nuestros niños y adolescentes, por supuesto, pero ellos se están dando cuenta de cuál es la necesidad que existe en nuestra cultura”.
—Sin embargo, no hay una evidencia clara sobre el daño que puede provocar el consumo de pornografía —les recuerdo.
—¿Cómo va a haber evidencia si no está reconocido, si no hay presupuesto para hacer investigación? Me encantaría que esto, Jair, lo pudieras plasmar en el reportaje: no va a existir el reconocimiento de la adicción a la pornografía porque no hay evidencia. No hay evidencia porque no está reconocido y, como no está reconocido, no hay presupuesto para la investigación como tal. Eso es así. Un círculo vicioso. Nadie se va a arriesgar a hacer investigación porque no tiene presupuesto para poder hacerlo; lo tienes que hacer con tus propios recursos, y eso es lo que estamos haciendo.
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Las puertas de la Biblioteca Central de la UNAM se abren. Es la mañana de un jueves de abril de 2025, y aunque son vacaciones, varias personas comienzan a entrar a este edificio con uno de los acervos bibliográficos más grandes de México, Patrimonio Cultural de la Humanidad. En unos minutos, cerca de la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras, aparecerá un chico robusto, de cabello quebrado, lentes pequeños y piel pálida. Es Javier. Hace unos meses no se hubiera imaginado que dedicaría sus vacaciones a estudiar.
“Estoy aprovechando estos días para avanzar con mi tesis —dice antes de entrar a la biblioteca, y mientras sube por el elevador al quinto piso, añade—: Tengo que ocuparme los días que no trabajo ni voy a la escuela. Es cuando hay más peligro de recaer”.
El ocio y la soledad son peligrosos, explicará después, porque en esos momentos lo abruman pensamientos intrusivos, los responsables de que recaiga en su adicción. Desde agosto de 2024, cuando comenzó a consumir contenido antipornográfico, intentó adoptar “medidas de seguridad”, como bloquear páginas porno, restringir al mínimo el uso de redes sociales y una medida que le ha costado: no quedarse solo, en especial en su cuarto. Para lograrlo ha modificado sus hábitos: comenzó a hacer ejercicio; ahora lee más (llevaba seis libros leídos en ese momento del año); está escribiendo su tesis y trabaja como becario en algo que se relaciona con su carrera. Ese cambio de hábitos sucedió gracias al NoFap, una práctica —y comunidad de internet— que consiste en la abstinencia de la pornografía y la masturbación durante determinado tiempo (dependiendo de la gravedad del caso) para “limpiar” el cerebro y aumentar la testosterona.
“Fap” se utiliza como una onomatopeya de la masturbación. Este movimiento de internet fue fundado en 2011 por el analista de datos estadounidense y autodiagnosticado adicto al porno Alexander Rhodes, quien, después de ver una publicación en Reddit donde se mencionaba un estudio que informaba que los hombres suben sus niveles de testosterona si no se masturban, decidió crear el foro. NoFap es una marca registrada de Rhodes, aunque su uso se expandió y se emplea de forma general para este ejercicio de abstinencia. Es probable que el estudio que leyó Rhodes (porque es el más citado por personas que impulsan el NoFap) sea “A research on the relationship between ejaculation and serum testosterone level in men”, elaborado por académicos chinos en 2003, en el que se afirma que un grupo de hombres que no se masturbaron durante siete días había aumentado un 145.7% de sus niveles de testosterona. Y aunque otros artículos detallan que después de esa semana de abstinencia no existe un incremento significativo de testosterona, muchos jóvenes han adoptado la práctica para tratar su consumo compulsivo de pornografía.
El NoFap se ha convertido en una subcultura de internet. Miles de hombres comparten experiencias y consejos sobre cómo la abstinencia los mejora. Existen cientos de influencers y gurús del NoFap, y aunque con estilos diferentes, todos comparten los mismos consejos. Quizá se deba a que comparten una misma referencia. Javier la encontró pronto. Cuenta que fue uno de los primeros videos que vio cuando se interesó en el tema. “El gran experimento del porno” es una charla ted publicada en YouTube en mayo de 2012; 13 años después, tiene más de 17 millones de reproducciones. En el video aparece un hombre delgado —suéter azul, pantalón caqui— que, de pie sobre un escenario de decoración austera, habla sobre la adicción a la pornografía durante 16 minutos: “En este estudio de los Países Bajos, ‘Predecir el uso compulsivo de internet: se trata de sexo’ (Cyberpsychol Behav, 2006), descubrieron que, de todas las actividades en internet, el porno es la que mayor potencial tiene para crear adictos”, dice el hombre a su audiencia. Se llamaba Gary Wilson, y fue un activista antiporno que, hasta su muerte en 2021, aseguró que esta adicción es algo científicamente comprobado y cuya recuperación se logra mediante la abstinencia sexual.
Wilson, que no fue psicólogo ni psiquiatra, creó en 2010 el sitio web Your Brain on Porn, donde se recopilan artículos y videos informativos sobre la adicción a la pornografía y sus consecuencias, que incluyen depresión, ansiedad, baja autoestima, aislamiento social, disfunción eréctil y eyaculación precoz. Varios de estos síntomas coinciden con lo que sentía Javier. Wilson también es el autor del best seller Your Brain On Porn: Internet Pornography and the Emerging Science of Addiction (Commonwealth Publishing, 2015), el cual, como respaldo a sus opiniones, recopila anécdotas de adictos en recuperación. Días después de haber visto la charla TED, Javier encontró el PDF del libro y comenzó a leerlo. “Ningún contenido del presente texto tiene como objetivo ser empleado para el diagnóstico o el tratamiento de un problema de salud”, advierte el libro en su hoja legal.
Javier consulta en una computadora la clasificación de los libros que necesita para su investigación, y comienza a buscarlos. En ese momento decide que él hará las preguntas. Me pide que le cuente más sobre la revista en la que se publicará este reportaje, sobre la carrera que estudié y por qué trabajo en algo que no se relaciona con mi carrera. No hablará más sobre el tema hasta que salga de la biblioteca y se siente en el pasto, abra su mochila y comience a sacar cosas para acomodar los libros que acaba de pedir. Afuera quedan una sudadera gris, una botella de agua, unos audífonos y un libro que no es de la biblioteca. La portada es amarilla y aparece un busto del emperador romano Marco Aurelio con el título Cómo dejar de preocuparte. Ser estoico en tiempos caóticos (Paidós, 2024).
—Leer me ha ayudado muchísimo —dice, supongo que descubriendo mi mirada indiscreta en el libro—. Yo no lo conocía, pero el estoicismo es un pensamiento muy valioso; te enseña autocontrol y disciplina.
Me pregunta si conozco el estoicismo. Le digo que sí.
—El año pasado leí a Marco Aurelio, por trabajo. Y en la carrera leí algunas cositas de Séneca, pero no mucho, ¿qué me recomiendas leer sobre estoicismo?
Me pasa el libro que trae y me dice que ese está bueno. No es extraño que personas que persiguen la abstinencia de algo encuentren una guía en esta corriente filosófica que pondera la virtud como guía en el día a día. En los grupos de NoFap que he monitoreado al menos una vez por semana aparecen publicaciones sobre pensamiento estoico, en las cuales se habla de disciplina, de meditación, o se usan imágenes generadas con inteligencia artificial para ilustrar algún comentario. “Una de las claves para vencer la pornografía es controlar lo que meditas, meditar fantasías sexuales te llevará a la masturbación y la pornografía, medita en cosas puras”, publicaron en un grupo del que Javier también forma parte.
El estoicismo —o al menos una parte de esta escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el siglo III a.C.— fue adoptado durante la última década por comunidades de internet integradas por hombres, como un arma para defenderse en un supuesto contexto donde se quiere destruir la masculinidad tradicional. Así como los incels y redpillers evitan relacionarse con mujeres, los hombres que siguen el NoFap practican la abstinencia. Son decisiones que se perciben como ejercicios de disciplina y autocontrol. Le pregunto a Javier su opinión de esos grupos. Elude la pregunta, me dice que no cree que ningún extremo sea bueno.
—Pero no son lo mismo, ¿o sí? Aunque igual hay muchas feministas que están en contra de la pornografía.
—Pues porque también les afecta a ellas —dice—. Vivir en una sociedad tan llena de porno las hace sexualizarse para recibir atención. Y se vuelven adictas a esa atención.
Luego regresa al estoicismo. Y hablamos un rato más. Pero el libro que estaba leyendo Javier en aquella mañana de abril no fue escrito por ningún estoico. Su autora es la periodista australiana Brigid Delaney y el texto pertenece a una tradición de libros de autoayuda que muestran una versión digerida de los pensadores clásicos. En el grupo de WhatsApp de L. también han compartido los pdf de obras como esa; por ejemplo, La llamada del coraje (Conecta, 2022), Diario para estoicos (Océano, 2020) o La disciplina marcará tu destino, del autor estadounidense Ryan Holiday.
Además de estos libros de autoayuda, otras medidas que se suelen recomendar en estos grupos virtuales son el ejercicio físico (en especial el levantamiento de pesas), bañarse con agua fría, la meditación, la escritura de un diario. Parte del objetivo de estas prácticas, además del fortalecimiento de la disciplina, es una transformación física: ganar masa muscular y subir los niveles de testosterona.
Días después leí Cómo dejar de preocuparte… Me encontré con el capítulo titulado “El maldito deseo”. Allí la autora escribe esto: “El deseo puede ser fuerte, incluso a veces abrumador, y toda la racionalidad del mundo puede ser insignificante cuando se trata de desalojar algunos deseos, especialmente los románticos y sexuales […] el uso estoico de la racionalidad puede ayudar a disminuir el sufrimiento derivado del deseo, pero no puede erradicarlo por completo”.

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Solo necesitas escribir en el buscador de internet “NoFap” o “adicción al porno” para que aparezca el contenido de gurús que aseguran tener la clave para superar la adicción a la pornografía. “Cómo hacer NoFap y sus increíbles beneficios” es el título de un video que aparece en los primeros resultados. Si bien la mayoría del contenido es en inglés, la comunidad en nuestro idioma está creciendo. En Facebook existe el grupo “NO FAP LatinoAmerica [sic]” con más de 7 000 miembros. El administrador se llama Jacob Rivera Cárdenas y es un joven colombiano con un canal de YouTube donde sube videos con títulos como “ÚNICA manera de Abandonar la PORNOGRAFÍA”, “Lo más PERTURBADOR de la Adicción al NOPOR”, “Recapitulación los SECRETOS para Salir de la adicción al PORNO”. Contacté a Jacob para solicitarle una entrevista. En un inicio había aceptado, pero después pidió un pago de 35 dólares: su tarifa por una hora de asesoría a través de videollamada.
Busco en otras redes. De inmediato encuentro en Instagram un perfil enfocado en el NoFap. La primera publicación de esta página es un video donde aparece un hombre sentado en una silla alta, vestido con suéter y jeans azules; en las manos sostiene un libro. “He descubierto que hay una batalla, una lucha muy fuerte, que están enfrentando tanto creyentes como no creyentes. Estoy seguro [de] que dijiste alguna vez: ‘Esta vez no lo vuelvo a hacer’, y volviste a caer. Estoy seguro [de] que estás agotado de aquel hábito que te está drenando, esclavizando. […] Estoy seguro [de] que estás cansado de luchar solo, sin ningún plan”, dice el hombre en este reel que se subió en diciembre de 2024. El protagonista del video se llama Hayden Lema, es un pastor boliviano de 42 años que vive en California, Estados Unidos. En su página, llamada “Movimiento Bajo Fuego”, habla sobre la adicción a la pornografía mientras promociona su libro, que se titula igual. Ese video apenas tuvo 16 likes, pero 10 meses después su página tiene más de 32 000 seguidores. Le escribo al pastor Hayden y acepta conversar una mañana de finales de junio.
—¿Por qué decidió hablar de la adicción a la pornografía en internet?
—Este movimiento nace del dolor. Es un tema muy sensible: muchas personas batallan con él; todas batallan en silencio —la pantalla muestra a un hombre de aspecto pulcro: la camisa negra planchada, el cabello peinado hacia atrás con gel, afeitado—. Quería poner una voz a esto; un lugar donde todos puedan encontrar una comunidad, a alguien que les hable directamente. Sin tabúes. Sin esconder nada.
Detrás de Hayden aparece el logotipo de la marca: una llama de fuego. Aunque no niega que su labor religiosa influye —su vida es indivisible de su misión como pastor—, asegura que su cruzada contra la pornografía se debe a que su consumo se ha convertido, sí, en una “pandemia moderna”.
—Las estadísticas dicen que, de cada 10 hombres, siete han consumido pornografía o la consumen y la utilizan como un medio de escape, la utilizan como un medio de sentirse bien. Pero es una trampa. Porque es un momento instantáneo.
—Pero ¿el consumo casual puede considerarse una adicción?
—Ese es el comienzo. Te lo cuento porque también lo batallé. En un momento de mi vida se me hizo fácil consumir, y lo que al principio es una excitación, un momento de euforia, un momento de dopamina, se convierte rápido en una práctica, en una condena. Eso me llevó a entender que hay muchos hombres que están enfrentando esto en silencio, a escondidas. Porque nunca vas a ver un post de alguien que ponga en sus redes sociales: “Aquí, consumiendo pornografía”.
Durante casi 20 años como pastor evangélico, muchos hombres y mujeres de diferentes edades se han acercado a Hayden para confesar su adicción a la pornografía: “Casualmente a mí me caen mucho esos casos, no sé por qué, pero entonces me digo: ‘Por ahí es el camino’”. Así se animó a emprender la idea de escribir un libro y diseñar un programa para “liberar” a las personas de su adicción. “Soy pastor, pero también tengo una especialidad en coaching de recuperación a través de ejercicios de neurociencia”, explica luego de ser cuestionado sobre si cuenta con estudios sobre temas de salud o adicciones. En 2024, Lema empezó a publicar videos en TikTok e Instagram, y con cada publicación se fueron acumulando las visualizaciones y los mensajes. “Me empezaron a escribir hombres diciéndome: ‘Desde que soy un niño entré a este mundo de la pornografía y no he logrado salir. Ahora ya soy un hombre de 40 años y no logro salir. Pero cada vez me siento más vacío’. Me han escrito también jovencitos diciéndome: ‘Ya no puedo concentrarme, lo único que pienso es cómo meterme al baño y mirar videos’. Otros me han dicho: ‘Ya no me excita lo que veo, necesito buscar cosas más fuertes’”.
—¿En qué consiste el método de Movimiento Bajo Fuego?
—El libro busca generar en ti una introspección, que tú empieces a analizarte y a conocerte. ¿Por qué? Porque este hábito en específico no funciona igual para todos. Lo que sí es general es que es un principio neurológico que se llama el principio de Hebb. La gente siempre va a buscar una receta mágica o va a buscar algo como motivacional, pero Movimiento Bajo Fuego no se trata de eso, no es magia, no es motivación, es un proceso: uno real. Mi enfoque es a través de herramientas de neurociencia y principios espirituales.
En su sitio de internet, el proyecto del pastor Hayden se publicita como “la primera guía práctica para vencer la pornografía y romper hábitos ocultos”. El libro tiene 12 capítulos con hojas de trabajo y “estrategias bíblicas para renovar tu mente y fortalecer tu fe”; cuesta 19 dólares e incluye un devocional de 30 días, “una guía diaria para conectar con Dios, vencer la tentación y aplicar verdades bíblicas en tu lucha contra la pornografía…”. Dentro del servicio también ofrece sesiones personalizadas y talleres. En sus redes sociales anuncia: “Esto no es un grupo de Whats más. Es comunidad con estructura, sesiones grupales y seguimiento real”.
—¿Y quiénes son las personas que se acercan para adquirir su libro y entrar en sus sesiones?, ¿son hombres, mujeres?, ¿de qué edades?
—De todas las edades.
Al final, Hayden me pide que transmita que para vencer esta adicción se debe hablar de ella: es un camino que se transita acompañado. Y la prueba de ello, al parecer, viene de Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
—Cientos viven prometiendo que no lo volverán a hacer. A Dios, a su esposa, a sí mismos. Pero siempre vuelven a caer. Porque pelean con pura fuerza de voluntad. Y así nunca van a ganar.
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—Como experto, ¿qué le recomendarías a alguien que vive en esta situación? —le pregunto al psicólogo José Ignacio Nevarez.
—Definitivamente, uno de los principales criterios que tenemos que enfrentar, es el conflicto, el conflicto intrapsíquico. Existe mucha vergüenza y pena. Entonces, el primer paso que tenemos que dar es hablarlo. La adicción se alimenta precisamente del ocultismo, del tabú. Sé que es muy complicado el poder expresarlo, que se tiene un problema, porque no es lo mismo entrar, por ejemplo, a un lugar de Alcohólicos Anónimos, a entrar a un lugar que dice “Pervertidos Anónimos”.
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Un pequeño círculo formado por seis sillas, 12 piernas, cuatro pares de tenis, un par de botas y un par de zapatos. Tres mochilas. Algunos llegan a las reuniones al salir de la escuela o del trabajo. En esta reunión a mediados de marzo ha asistido el aforo promedio. Los focos proyectan una luz amarilla que enfatiza las sombras en el patio de la casa de L. Un chico que no estuvo en la otra sesión a la que me invitaron está hablando sobre lo mucho que le cuesta no consumir pornografía. Habla sobre evitar estímulos. Habla sobre recaídas. Menciona las palabras “ansiedad”, “culpa”, “voluntad”. La mayoría de los participantes lo escuchan mirándolo a los ojos; otros dos chicos miran el suelo.
—Identifica cuál es tu detonante, porque esa es la raíz del problema —le aconseja L.—. Pueden ser muchas cosas las que te lleven a ello, pero eso es algo que solo tú puedes ver. A lo mejor lo ves cuando te sientes estresado o porque te sientes solo. Debes identificarlo para ir cambiando cosas a partir de eso.
—A mí me funciona no pensar que lo dejaré para siempre —agrega Jaime, después de que otros participantes dieran sus consejos—. Piensa: ‘Hoy no veré porno’. Que esa sea tu meta. De un día. Y si te entran ganas, ponte a hacer ejercicio, lagartijas. Un chingo. Hasta que te canses. Con el paso del tiempo, la mente se acostumbra a tu nueva realidad.
Para L., los espacios virtuales y presenciales que construyó con otros hombres han conseguido lo que no logró la terapia psicológica. “A mí un psicólogo me dijo que era normal, que no había problema, que lo que estaba afectándome eran mis prejuicios sobre la pornografía”, recuerda. La iglesia tampoco funcionó. Comenzó a asistir poco antes de su divorcio, por petición de su exesposa, pero “iba a confesarme y el padre me decía que el Salmo 91 [“Y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno”], que rezara tal y cual, y yo iba y rezaba y luego recaía y volvía a consumir”. Durante el confinamiento de 2020, su esposa consumó el divorcio y dejó la casa donde vivían. “Y yo hasta feliz me sentía, porque tenía la casa para mí solo, me pasaba viendo pornografía día y noche. Así estuve 15 días”. Esos días de constante mirar porno y masturbarse le provocaron heridas en el pene. Asustado, buscó en internet qué podía hacer. Y como Javier, como Jaime, como muchos otros hombres, encontró grupos y foros donde podía expresar su dolor desde el anonimato.

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Los orígenes de la pornografía, como se conoce en la actualidad, se encuentran en la Revolución francesa. Antes de esta época, la palabra era usada en su sentido original —πόρνη (prostituta), γράφ (lo escrito)—, refiriéndose a la prostitución, casi siempre en contextos de salud pública. Fue en el siglo XVIII cuando el término se expandió para nombrar unas estampas con ilustraciones satíricas de reyes, clérigos y aristócratas en contextos sexuales. En ese momento la pornografía adoptó su carácter tabú: adquirió la definición de transgresión. Una vez consumada la Revolución francesa, se fue diluyendo la carga política de las ilustraciones y empezaron a comercializarse de manera clandestina —siempre de manera clandestina—, para estímulo erótico del comprador. Y aunque con variaciones en el soporte —de la ilustración, al daguerrotipo, a la fotografía, a las revistas, al cine, al VHS, al DVD, a la televisión por cable, al internet—, la pornografía sigue siendo lo mismo desde entonces: una representación gráfica de contextos sexuales para el estímulo erótico.
Este resumen no lo conseguí gracias a una erudición pornógrafa, sino a que leí Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral, de Naief Yehya, una obra que recorre la historia de la pornografía y debate algunas de las críticas que ha recibido; entre ellas, la supuesta adicción que provoca su consumo desmedido. “Desde su invención ha sido siempre más fácil determinar la pornografía por sus efectos en quienes la ven que por su contenido. Pero como dichos efectos son meramente subjetivos, para elaborar una definición responderá inevitablemente a la postura ideológica de quien la haga”, escribió Yehya. Y entonces la pornografía puede ser un arma de opresión capaz de conducir a los hombres a la catástrofe o una herramienta liberadora que puede canalizar pulsiones, según quien mire: “Nada es pornográfico sino hasta que alguien en el papel de censor lo determina como tal”.
Como toda obra ensayística, algunas de las reflexiones han caducado. Es un libro que se publicó previo a la masificación de internet, y el propio Naief fue consciente de esto. Por eso ha publicado otros dos libros sobre el tema: Pornografía. Obsesión sexual y tecnología (Tusquets, 2012) y Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios (Tusquets, 2013), en los que aborda la pornografía desde un consumo más compulsivo. Charlamos una noche de finales de mayo, a través de una videollamada. Mientras acomoda la cámara para enfocar su rostro, me platica que espera escribir un nuevo libro sobre el tema, donde abordará lo que ha pasado tras el fenómeno de OnlyFans. “Ese proyecto es el que sigue; está un poco parado porque se me atravesó mi proyecto de los hongos”, dice refiriéndose a El planeta de los hongos. Una historia cultural de los hongos psicodélicos (Anagrama, 2024).
Le explico que leí sus libros, que he entrevistado a varios hombres que intentan lidiar con su consumo compulsivo de pornografía, que he conversado con psicólogos y gurús y que he leído estudios de diferentes universidades. Y no hay conceso. Lo que viven las personas está ahí; es innegable, pero también es innegable que hay una carga moral y culpa. Mucha culpa.
—Cuando esta gente habla de adicción, cuando ellos mismos se dicen adictos, yo no estoy seguro de qué estén hablando —dice Naief—. Yo no soy psicólogo, como sabrás, por lo que soy básicamente analfabeto en estos asuntos. Pero he escrito sobre esto por bastante tiempo, y soy ensayista, por lo tanto, un buen impostor. He escrito sobre este consumo desde hace muchas décadas y me cuestiono mucho sobre el tema.
—¿Por qué?
—Porque no se es adicto a un objeto, se es adicto realmente a la reacción de la dopamina en nuestro cuerpo. Lo que queremos es alimentar al mono que jala la palanca de la máquina tragamonedas. Ese que está en nuestra cabeza.
De que puede existir la adicción, claro que puede existir, dice, pero desconfía de todo lo que se ha formado alrededor de la adicción a la pornografía. “¿Qué pasa cuando no podemos parar? Pues la gente busca soluciones en los métodos religiosos o en el sometimiento del cuerpo. Son los métodos más comunes; seguro hay más”, explica. Y pienso en los retos del NoFap y sus 30, 60, 90 días de abstinencia; en los mensajes que se publican en grupos de apoyo anunciando la recaída; la ansiedad y la culpa; la desesperación ante la falta de autocontrol.
—Lo primero que sale cuando uno se mete, por ejemplo, en Amazon es una catarata de libros de autoayuda en los cuales todos son así de “cómo curé mi adicción, las cadenas que me someten, el horror de tal”. Todos tienen una connotación de sacrificio, de victimización y religión.
Entro discretamente a Amazon y escribo “Pornografía” en el buscador. Y sí, aparece una catarata de libros: Tu hijo a un clic de la pornografía (Solar Pod, 2020); Pornografía. Comprender y afrontar el problema (Spiritu Media SL, 2019); Un amigo lucha con la pornografía (Poiema Publicaciones, 2018); Tu cerebro pornificado. Neurobiología de la recompensa (Commonwealth Publishing, 2024). La manera más fácil y sencilla de dejar la pornografía: abandone la pornografía de forma inmediata, sin dolor, sin fuerza de voluntad y sin ningún sentimiento de privación o sacrificio (EasyPeasy, 2021).
“Como cualquier otra adicción, puede sin duda tener consecuencias devastadoras. No obstante, la importancia que súbitamente ha adquirido este tema y las reacciones desproporcionadas que provoca nos hablan de que más allá de denunciar a una patología […] lo que se busca es una vez más combatir a las imágenes pecaminosas y perseguir a los masturbadores, asustarlos con historias terribles de decadencia, desintegración individual y social”, escribió Naief en Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral.
—Hay una pequeña industria de psicólogos, pseudopsicólogos o pseudoterapias que están enfocados en este campo; tienen sus sitios web, su negocito —añade Naief—. Es una cosa bastante formulaica, donde entrelazan el conocimiento del cuerpo y del cerebro con un dogma, a veces disimulado, a veces no disimulado del todo.
—Siguiendo este argumento, si antes se censuraba desde la moralidad, ahora se hace desde la preocupación por la salud, se reviste como una cuestión del cuidado físico y mental —añado.
—Eso es lo que exactamente está pasando. Lo que estamos viendo ahora es una sustitución de la vergüenza. Ya no tenemos a un Dios al que responderle, sino que vamos a responderle a la química; la química es la que me tiene esclavizado: “No es mi voluntad, no es mi deseo, es algo más allá que no puedo controlar”.
—La situación se complica porque no hay estudios concluyentes, entonces, como dices, hay mucho prejuicio a la hora de hablar del tema.
—Esta generación es un experimento, un experimento vivo. Nunca antes tanta gente estuvo sometida, o expuesta, más que sometida, a tantos estímulos sexuales, eróticos, de tantas formas, con un acceso tan instantáneo. Esto es una novedad con consecuencias impredecibles. Cada quien puede instrumentar su “detoxificación” como crea. Pero lo que sí no puedo aceptar es que estos nuevos chamanes de la desexualización tengan las respuestas.
Esta generación es un experimento. Un experimento vivo.
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La palabra que más he escuchado y leído en los últimos meses ha sido “adicción”. La encontré en foros de ayuda; en el título de papers que abordan el tema; la han dicho todas las personas con las que he conversado. Y entonces platiqué con Marco Almazán, médico y sexólogo clínico del Instituto Mexicano de Sexología. De entrada, me dice:
“Quizá lo mejor sea no hablar de adicción”.
En el enfoque humanista de la sexología, la pornografía no se clasifica como adicción, continúa el sexólogo. Hay que tomar con pinzas la palabra porque el mismo nivel de consumo puede ser problemático para una persona y para otra no, y también porque la palabra puede tener una carga moral que provoca más ansiedad en las personas.
“Quienes acuden conmigo refiriendo ‘adicción al porno’, por lo general, ya vienen con una carga de culpa, con una carga de angustia. Ya han leído muchas cosas, y la información, más que darles alivio, les causa más ansiedad, más confusión todavía”, aclara Almazán.
Conversamos un mediodía de abril de 2025. El especialista viste un suéter rojo que resalta sobre la pared blanca llena de diplomas que hay detrás de él. Como sexólogo, las dificultades sexuales de hombres y mujeres son uno de sus principales campos de consulta. En los últimos años, atiende a cada vez más personas preocupadas por su consumo de pornografía.
—Las personas están dentro de estas características demográficas poblacionales: son varones y hetero (los que yo he visto mayormente). Pero también he atendido a hombres homosexuales con este problema.
—¿Son jóvenes?
—Sí. En su mayoría suelen estar en sus veintes, treintas. La mayoría suele compartir esta historia de inicio temprano en el consumo del porno.
—¿Qué otras características comparten?
—Me refieren que han intentado parar el consumo, que han intentado las lecturas de ciertos libros, el NoFap, la ayuda en distintos grupos; han buscado muchas alternativas. Alternativas que en muchos casos no dan resultados, pero sí mucha ansiedad y culpa. El discurso de muchos influencers y libros que dicen ayudar se basa en la culpa.
Desde su enfoque, la clave para Almazán está en construir espacios seguros, profesionales y empáticos, donde no se juzgue ni se impongan diagnósticos apresurados, sino que se escuche y acompañe. En lugar de buscar etiquetas o patologizar, apuesta por acompañar a la persona en un ejercicio de introspección donde se pregunte: ¿qué lo lleva a consumir?, ¿cómo vive su sexualidad?, ¿qué significa para él el contenido que consume?
“Desarrollar una compulsión o consumo problemático del porno está muy relacionado con el inicio temprano del consumo. En México, el promedio más o menos es de los 10 a los 13”, me explica Almazán. En efecto, las personas con las que he conversado me dijeron que comenzaron a esas edades, de los nueve a los 13 años.
Marco considera que la educación sexual puede prevenir el consumo problemático de pornografía. “Pero alguien va a decir: ‘¿A qué te refieres?, ¿hablarles a los niños del porno?’. Pues no, [se] va haciendo como una alfabetización, ir dando la información adecuada a las edades adecuadas”, dice. Una educación sexual integral adaptada a cada etapa (comenzar a hablar del tema, por ejemplo, a la edad promedio en que se inicia el consumo) da más herramientas críticas a la hora de acercarse a este contenido. Y es que, aunque los padres y docentes no quieran, el porno va a llegar: por un amigo, por un primo, por una publicación de redes sociales o un clic en un sitio equivocado.
Por eso es vital mantener un canal de comunicación abierto, dice Almazán, donde adolescentes puedan hacer preguntas, expresar dudas y no sentirse solos ante lo que ven o sienten: “Decirles: ‘En internet puedes encontrar contenido sexual explícito que no necesariamente se asemeja a la realidad de las experiencias que tú vas a tener; si lo encuentras, si lo empiezas a consumir, pues trata de tener esto en cuenta’. Decirles que a fin de cuentas no es real, que te puede eventualmente también ir generando inseguridades con tu cuerpo —comenta—. Creo que es importante hacer énfasis en el consumo informado, reflexivo y crítico: qué es lo que veo, cada cuánto lo veo, cómo me hace sentir lo que veo”.
Es una postura muy diferente al alarmismo que se palpa en videos y publicaciones (la “pandemia silenciosa”, “generación porno, el origen de una pandemia terrorífica”).
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El viento trae algunas gotas de la lluvia que paró hace unos minutos. Jaime espera afuera de un Starbucks, en una colonia gentrificada de la Ciudad de México. Es el jueves de la primera semana de mayo y en unos minutos asistirá a una reunión con un nuevo grupo de apoyo. Los contactó esta semana a través de su página de internet. No es que quiera distanciarse de sus compañeros de WhatsApp, pero acaba de conseguir un empleo por la zona y el traslado a la casa de L. se le complica. “Estoy nervioso”, confiesa. Dos horas y media después, Jaime regresa a la cafetería. No me quiere dar detalles sobre la reunión porque le dijeron que no se puede hablar sobre ella a medios de comunicación. “Lo que ahí se habla, ahí se queda”, dice que le dijeron. Pero no es nada raro, me asegura, son reuniones similares a las de Alcohólicos Anónimos. Se sientan en círculo, hablan de sobriedad, de lujuria; alguien compartió su testimonio; al final hacen una especie de meditación. “En realidad son muy parecidas a las del nuestro grupo, solo que aquí son religiosos. Había una imagen de ‘Yisus’ en el salón”, señala.
—¿Y sí vas a seguir yendo?
—Pues chance. No sé, no estuvo mal. Quizá solo me brinca eso que dicen de la lujuria, “ser adictos a la lujuria”. Se me hace muy religioso, ¿no?
Jaime no profesa ninguna religión y considera que no es necesaria para atender la adicción que desea superar. Sin embargo, jamás se ha cerrado a buscar alternativas.
—Disculpa que te hiciera venir, ya ni pude decirte nada que te sirviera.
—No te preocupes. Al contrario, gracias por invitarme.
—Yo pensé que ahorita ya iba a salir curado —dice sonriendo—. Ese hubiera sido el final perfecto para el reportaje.

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José Mario Martínez Thomas es urólogo y vive en la Ciudad de México. Conversamos una tarde de mayo. Lo primero que me comenta es que ha observado un aumento en el número de pacientes que asisten a consulta preocupados por las posibles consecuencias de un consumo prolongado de pornografía y la masturbación compulsiva que los acompaña.
“El uso compulsivo o la adicción de la pornografía sí tiene consecuencias en el aspecto sexual de las personas —dice—. En las disfunciones sexuales: la disfunción eréctil, la eyaculación precoz, la aneyaculación. Es un tema bastante controversial en el aspecto de que no hay como tal un estudio concluyente, pero sí es un tema que se ha estudiado demasiado. Y sí hay bases neurológicas que confirman que la adicción a la pornografía sí tiene secuelas urológicas”.
Regresamos al asunto de la saturación de los neurotransmisores de dopamina, que producen desensibilización. Cada vez ocupa más dopamina el paciente y a veces eso no lo puede producir con un estímulo sexual real, lo que a su vez provoca la disfunción eréctil. En pacientes de este tipo también se ha observado dolor pélvico y uretral. “En el aspecto del piso pélvico está bien comprobado que puede llegar a producir dolor crónico, porque se acompaña la pornografía con la masturbación compulsiva. También puede producir disminución en la producción de testosterona”, explica el médico egresado de la UNAM y miembro de la Asociación Americana de Urología.
El doctor Martínez matiza: todos los casos son distintos, no se puede descartar ninguna posibilidad. “Las principales causas [de las disfunciones sexuales] son el sobrepeso, el sedentarismo, la ansiedad, la diabetes, la hipertensión, el tabaquismo, el uso de drogas —y sí—, el consumo compulsivo de pornografía”. Por esa razón, no se puede caer en el autodiagnóstico.
¿Y cómo se procede con las personas a las que sí se les diagnostica un consumo compulsivo, relacionado con disfunción eréctil? Viene un tratamiento de fortalecimiento de piso pélvico, acompañado de terapia cognitivo-conductual. Y abstinencia: “Entre los siete y los 21 días de quitar la pornografía, el paciente empieza a ver mejoras significativas, tanto en la producción de testosterona como en el deseo sexual, como en la calidad de la erección y la eyaculación”, explica el urólogo. En contraparte del fatalismo de algunos grupos de internet, el urólogo se muestra optimista: “A veces el tratamiento es más fácil de lo que uno puede llegar a pensar”. Pero es necesario, advierte Mario, que asistan con profesionales. Si se da un buen tratamiento al paciente, la tasa de satisfacción es muy alta, por arriba del 80% al 90%.
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Desde hace unos años se habla de la epidemia de soledad masculina en contextos angloparlantes. Cada vez nos resulta más difícil a los hombres establecer vínculos afectivos, no solamente relaciones sentimentales, sino también de amistad.
La American Perspectives Survey publicó en mayo de 2021 que una cuarta parte de los hombres estadounidenses menores de 30 años consideran que no tienen amigos cercanos. No existe una encuesta parecida en el contexto mexicano; sin embargo, el crecimiento de grupos radicales en nuestro país puede ser una pista de la crisis de salud mental en nuestro país. Los hombres no hablamos de cómo nos sentimos; no tenemos con quién hablarlo.
En septiembre de 2025, Jaime me mandó un mensaje luego de que un joven de 19 años asesinara a un compañero estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel sur, Ciudad de México, uno de los bachilleratos de la UNAM. Conversamos durante días sobre lo que significa crecer en soledad, no tener a alguien a quien contar tus problemas. “Está cabrón, está muy fuerte lo que pasó. Lamentablemente, es consecuencia de que no existan apoyos para hablar de los problemas que vives, y eso terminó explotándole [al asesino]”, me dice en una nota de voz.
El NoFap es un tema muy visible dentro de comunidades incels y redpillers. Esto no significa que las personas con un consumo problemático de pornografía necesariamente difundan mensajes violentos contra mujeres o disidencias sexuales. “Jamás culparía a las mujeres o al feminismo de lo que me pasa. Sí sé que muchos de esos chicos también tienen un problema con la pornografía, pero eso no justifica la violencia —responde Jaime a mi pregunta sobre esos grupos y su cercanía con los ideales del NoFap—. Creo que toda esa energía podrían dedicarla a ayudarse entre ellos. En el grupo, tú estuviste dentro y viste: jamás hemos difundido ese tipo de mensajes”. Porque no todos los grupos de hombres que se crean en internet son semilleros de radicalización. L. y Jaime me lo han demostrado: hay hombres que solo quieren ser escuchados y encontraron a otros hombres con la misma necesidad.
Luego, Jaime bromea de nuevo con lo del final de este reportaje. Tiene razón, no sé cómo terminarlo. Que el prejuicio en torno al consumo de pornografía existe es tan cierto como el hecho de que no hay estudios concluyentes que nos ayuden a comprender el problema. Quién sabe cuándo se realicen. Mientras tanto, existen hombres que buscan curarse y salir de algo que llaman adicción. ¿Quién soy yo para decir que su dolor no existe o minimizarlo? Pero no puedo dejar de pensar en las palabras del sexólogo Almazán. Quizá la palabra “adicción” no sea la adecuada para nombrar lo que viven.
Veo a Jaime por última vez a inicios de octubre de 2025. Una tarde lluviosa, en esa colonia donde ahora trabaja. Lo espero en la misma cafetería. Días antes les escribí a L. y a Javier. El primero dijo que en ese momento no se sentía con ánimo de hablar, pero que está bien. Sigue pensando en cómo hablarle del tema a su hijo, que el próximo año cumplirá 11. Tardé un día en contestarle, porque no sabía cómo hacerlo. Al final le compartí la transcripción de la entrevista con Almazán: “Aquí un médico y sexólogo me comentó cómo se puede hablar del tema a los niños según sus edades. Ojalá pueda ayudarte :)”. Javier tampoco quiso conversar. Quizá después, me dice. En este momento está asistiendo a terapia, algo que ya había intentado. Sigue estudiando sobre el NoFap. “Voy a hacer videos para difundir el tema y ayudar a quien lo necesite”, me confía en un mensaje.
Sentado en una mesa del balcón de la cafetería, Jaime me cuenta, alegre, orgulloso, que sigue sin recaer. Después me dice que estuvo haciendo cálculos de todo el tiempo que le quitó el porno, de todo el tiempo que tiró a la basura.
Ha dejado de llover. Las nubes grises no permiten apreciar el atardecer, pero aun así se siente que el día oscurece. El alumbrado público ahora ilumina la calle.
—Todos los días —continúa— por lo menos veía porno una hora. Una hora. Puedes pensar que no es mucho, pero fueron 15 años… No tenía conciencia del tiempo.
—¿Cuánto tiempo fue? —no soy bueno en matemáticas.
—Son 5 475 horas. Eso son 228 días. Más de medio año. Es tiempo que no voy a recuperar nunca, que me quitó el porno. Pero al menos me sirve como un recordatorio.
—¿De qué?
—De que ya perdí mucho tiempo. No puedo desperdiciar más.
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