Andrés Neuman tenía veintidós años cuando fue finalista del Premio Herralde de Novela por Bariloche, en 1999. Y aunque suele asociársele con la narrativa, en el fondo es un poeta empedernido. Confiesa, sin embargo, que su verdadero debut sucedió un año antes, en 1998, y de manera desastrosa. Lo hizo con un folletín donde reunió unos cuantos poemas; se titulaba Simulacros. La imprenta había cortado mal el papel y el día de la presentación, los folletines no llegaron a tiempo. Y recuerda: “No llevaba ni los poemas impresos. Entonces decidí hacer un performance sobre el vacío de la obra y la arbitrariedad de lo que son los libros. Escenificamos un simulacro de la publicación —por aquello del título—. La gente aplaudió muchísimo... hasta que vieron llegar las cajas con los libros tarde. Vieron que más bien éramos unos ineptos”.
Más que un niño prodigio, Neuman se considera un curioso temprano. Hoy este poeta, narrador, ensayista y traductor argentino de 37 años, que ha vivido dos décadas en España, publica novelas en Anagrama o Alfaguara, relatos en Páginas de Espuma, y poesía en Almadía y Textofilia, entre otros sellos. “Yo siempre me he sentido dividido entre dos orillas, y no quise ser un autor publicado sólo por editoriales españolas. Tengo raíces argentinas fuertes, no quería que mis libros llegaran a Latinoamérica caros y de importación”, dice Neuman, hijo de una madre violinista y un padre oboísta de los que heredó el buen oído para el sonido de las palabras. “Parecerá un romanticismo absurdo, pero me gusta ver que tal libro fue encuadernado en tal país. Las editoriales independientes como Textofilia, son las que contribuyen al ecosistema literario, garantizan el interés por la literatura joven”, agrega el autor.
Por un lado, está el poemario Vendaval de bolsillo que editó Almadía. Una recopilación de poemas, versos libres, sonetos y haikús, que ha escrito en los últimos años. Aquí están los paisajes de la infancia; las preguntas que alumbran la esperanza de una respuesta; y los temores y sueños que pocos se atreven a pronunciar. “No sé por qué lloramos mejor con el cine / que con el argumento de la propia vida” o “reconozco tus pies cuando nos tropezamos / cuando quererse es un estado de torpeza”, son algunos de los versos con los que Neuman seduce. “La poesía tiene algo intimista, algo compatible, contagioso. La poesía es un ejercicio de susurro, pero al mismo tiempo, ese susurro transporta emociones convulsionantes”, dice Neuman. Y afirma no creer en la pertenencia directa de las voces. Estas voces no son suyas. “Es como un cantante, que sabe colocar la voz de cierta forma, sin embargo, no es la voz con la que le habla sus hijos y a su esposa. Qué paradoja, ¿no?”, agrega.“La palabra es poderosa, es nómada, trae voces ajenas de otros tiempos y otros lugares. Las palabras se transmiten y se recuerdan. No hay nada que haya permanecido más en la historia de la cultura que las palabras. No hay edificio, ni cuadro, ni imperio que haya resistido estoicamente y en pie como La Eneida. El Partenón está destrozado, pero la literatura griega intacta”, dice Neuman.
Esta obsesión por la palabra lo llevó a publicar, por otro lado, Barbarismos (Páginas de Espuma), un glosario satírico que comenzó a publicarse en el suplemento cultural del diario ABC, tras darse cuenta que los diccionarios fingen neutralidad cuando en realidad están plagados de ideologías políticas y sociales. A Neuman le interesaba un “contra-diccionario”, uno de protesta. “Me sorprende la prisa con que los de la Real Academia Española incorporan términos técnicos y del internet para que no los llamen antiguos, pero dejan términos xenófobos y misóginos por cien años”. Y recuerda que hasta hace un par de décadas, la definición de “huérfano” era “la pérdida de un padre”, definición decimonónica, de cuando el padre era el único sustento de la familia. Por eso, sus barbarismos señalan –rayando en la ironía— términos como “maternidad: momento de plenitud de una trabajadora antes de ser despedida” o “sexo: episodio carnal que le sucede a otros”.“La palabra es poderosa”, concluye.
*Texto publicado originalmente en diciembre de 2014, en el número 157 de Gatopardo.
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