Los testimonios de los niños que migran llenan de pena y vergüenza, no sólo por las tragedias y dificultades que narran, sino porque revelan que las leyes que describen procesos para que puedan estar seguros son letra muerta.
Dariana es una niña de seis años que partió sola de Honduras. No tiene noción de por qué migra. Nos dijeron que la madre la envió a México con la promesa de alcanzarla en los próximos meses, que el padre fue amenazado por las maras, que si se quedaba en su país corría el riesgo de ser asesinada. Habla con miedo; sus respuestas son breves y mantiene la mirada baja. Ya no quiere dormir en el suelo; quiere jugar y comer otra cosa que no sean pan y agua.
La cifra real de niños que transitan solos en México es imposible de determinar, ya que la mayoría no entra en contacto con las autoridades; las cifras oficiales son datos abiertos que cualquiera puede consultar. Durante los últimos tres años, cada mes, en promedio, 855 niños, niñas o adolescentes que viajaban solos y sin papeles fueron detenidos por el Instituto Nacional de Migración. ¿En qué momento normalizamos estas historias?
Valeria Luiselli, autora de Los niños perdidos (un ensayo en cuarenta preguntas), trabajó como intérprete en la Corte Federal de Inmigración de Nueva York. La escritora mexicana reconoce que la pregunta que más le avergonzaba hacerle a los niños migrantes era: “¿Te ocurrió algo durante tu viaje a los Estados Unidos que te asustara o lastimara?”, pues lo que les ocurre en México “es casi siempre peor que cualquier otra cosa”.
A Dariana fue “rescatada” por el Instituto Nacional de Migración en la frontera sur. No fue la única: junto con ella, detuvieron a una docena de hondureños. La niña estuvo cuatro días en la estación migratoria Siglo XXI de Tapachula, Chiapas. Al preguntarle qué ocurrió durante esos días de encierro respondió que comían pan con agua, que no podía jugar, que el lugar estaba sucio y que dormía en el suelo.
Las estadísticas migratorias que da a conocer la Secretaría de Gobernación son cifras que se actualizan periódicamente. Permiten saber la edad y procedencia de cada migrante detenido y, en el caso de menores de dieciocho años, si viajaban lo hacían solos o acompañados. En los primeros once meses de 2021, 53 969 niños, niñas y adolescentes fueron “presentados” ante una autoridad migratoria, de los cuales, 12 822 viajaban en solitario.
Si las historias que relatan los niños avergüenzan, las leyes que deberían garantizar los derechos de los migrantes que transitan por el país refieren una realidad inexistente. La directora general de Protección al Migrante, Ruth Villanueva Castilleja, esgrime cambios esenciales y acciones puntuales para proteger a la niñez migrante. En entrevista, presume la reforma a la Ley de Migración que prohíbe el ingreso de niñas, niños o adolescentes a estaciones migratorias. El 11 de enero de 2021 entró en vigor la normativa, sin embargo, Dariana no únicamente pisó la estación Siglo XXI, sino que durmió en ella. A principios de agosto, el rastro de Dariana se perdió.
2020 fue un año atípico. Con la pandemia, el flujo migratorio y las redadas del Instituto Nacional de Migración se redujeron. De los 53 507 niñas, niños y adolescentes migrantes detenidos en 2019,se pasó a 11 262 en 2020. Fue una disminución coyuntural. Ahora, el ritmo se ha retomado.
Durante la administración de Andrés Manuel López Obrador ha habido, en promedio, un mayor número de detenciones de niñas, niños y adolescentes migrantes en comparación con el sexenio de Enrique Peña Nieto. El promedio mensual de este gobierno es de 3 392 detenciones, contra las 2 204 que se registraron bajo el mando de Peña Nieto.
[read more]Tonatiuh Guillén, excomisionado del Instituto Nacional de Migración, y Nuty Cárdenas, académica del Centro de Investigación y Docencia Económicas, coinciden al señalar la razón de este aumento: los acuerdos de 2019 entre los gobiernos de Estados Unidos y México. “El otro gran salto de acuerdos, ya de control, pues fue con los famosos acuerdos con Donald Trump en junio de 2019. Es donde México ya no sólo pone más aparatos, instalaciones y demás, sino que mete a la Guardia Nacional en labores de migración”, explica Guillén. “Un momento importante es cuando Donald Trump amenaza al gobierno de Andrés Manuel López Obrador con la imposición de aranceles a los productos mexicanos que llegan a Estados Unidos si no coopera en materia de seguridad y contención en la frontera sur”, coincide Cárdenas.Maylin nació en Chiquila, Honduras. Dos días después de cumplir dieciséis años decidió emigrar. No quería llegar a Estados Unidos: deseaba establecerse en México. “En mi casa no me trataban bien. Mis hermanos siempre me decían cosas, me sacaban llorando de la casa. Llegaba y también me regañaban. Entonces, la única opción que tenía era venirme con mi pareja para no estarlos escuchando. Aunque mi pareja me pegaba también. Entonces así fue como yo salí de la casa”.Al padre de Maylin lo mataron cuando ella tenía año y medio. Su madre padece de una enfermedad mental. Ella se crió con su media hermana en El Profundo, un caserío ubicado, al igual que Chiquila, en el departamento de Santa Bárbara. Es la zona montañosa de Honduras, cerca de la frontera con Guatemala.Nunca dice el nombre de su pareja, únicamente refiere que lo extraña, que él tiene veinticuatro años y que lo conoció cuando ella acababa de cumplir los doce. “Salimos con mil pesos hondureños y, para llegar a Guatemala, nos cambiaron el dinero y nos dieron solo trescientos quetzales y, pues, salimos caminando. Nos daban jalón y todo y con esos trescientos pesos compramos comida”.La mayor parte del viaje fue a pie. No pagaron coyote. “Caminábamos bastante, nos daban jalón [aventón] porque nos miraban caminando. Caminamos también en la noche y, pues, así veníamos, a ratos caminando y a ratos nos ayudaban. Dormíamos, pero no mucho. Ahí donde hubiera un campo, donde nos pudiéramos quedar, ahí nos quedábamos durmiendo”.Al inicio del viaje Maylin no iba sola, pero las autoridades mexicanas le otorgaron la categoría de “niña migrante no acompañada”.Al llegar a Palenque, Chiapas, los detuvo el personal del Instituto Nacional de Migración. A él, por ser mayor de edad, lo deportaron a su país de origen; a ella, simplemente, la dejaron a su suerte. Maylin se quedó sola. El gobierno de México no le brindó protección. Tras vivir algunos meses en Chiapas, finalmente se acercó, por decisión propia, a un albergue de la sociedad civil. Actualmente se encuentra en la Ciudad de México, en calidad de refugiada.Conoce más en el pódcast: ¿Qué piensa un niño cuando migra?, ¿en qué momento da el primer paso?[/read]