Venezuela está viviendo una de las peores épocas de su historia. Los que nos hemos quedado en el país sabemos que no se trata de una exageración de los medios de comunicación: esto es una crisis inédita.Para entenderla es útil revisitar nuestro cine, que a lo largo de su historia ha planteado los grandes temas que desencadenaron esta desgracia nacional.Entre los latinoamericanos hay vicios, costumbres, errores históricos y problemas compartidos. Por ello, estas películas no solo ilustran la relalidad venezolana, sino que funcionan como un espejo donde todos podríamos reconocernos.
Golpes a mi puerta, de Alejandro Saderman (1993)
Cuando en los 90’s Alejandro Saderman le propuso a Juan Carlos Gené, dramaturgo argentino residente en Venezuela hacer una versión fílmica de su obra de teatro Golpes a mi Puerta, la respuesta fue un no rotundo. Gené se resistía a entregar su libro para llevarlo a otros formatos. Finalmente se lo pensó mejor y con la condición de ser guionista aceptó llevar al cine una de sus piezas más representativas.Trabajaron juntos en la adaptación, teniendo como ventaja que los actores protagónicos en la versión teatral participarían también en la película: el propio Gené y Verónica Oddó.En esta historia, Ana (Verónica Oddó) y Úrsula (Elba Escobar) enfrentan un dilema moral. Son dos monjas que esconden a un disidente del régimen militar (Frank Spano) que hace su voluntad en un pueblo imaginario.¿Cuándo la vida está en riesgo qué debemos hacer?¿Huir o permanecer fieles a nuestros principios?Los diálogos del filme, uno de sus mayores aciertos, son casi los mismos que los de la obra teatral. Así lo contó Saderman a la revista venezolana Encuadre en 1993: “los parlamentos no son solamente informativos, hacen avanzar la acción, comprender a los personajes, enriquecerlos con diferentes lecturas”, explicó.La película comenzó su rodaje un 3 de febrero de 1992 y fue interrumpida por el Golpe de Estado que sucedió ese año en Venezuela.Una de sus frases más emblemáticas dice así:“¿Dónde estaban los que torturan y matan y denigran y mutilan? No nacieron de pronto. Son compatriotas, bestias feroces, estaban ahí, esperando su momento”.
Adiós Miami, de Antonio Llerandi (1984)
La historia de Adiós Miami comienza en un Festival de Cartagena en el año 1979, cuando su director, Antonio Llerandi, junto con otros cineastas invitados, prometió trabajar en un proyecto cinematográfico en conjunto entre México, Colombia y Venezuela.La propuesta era realizar tres cortometrajes con historias de migrantes de cada uno de estos países rumbo a Estados Unidos. Los proyectos no llegaron a rodarse, pero la idea quedó en el director y la cuenta pendiente dio lugar tiempo después a esta cinta trágicamente risible.Rodada en cinco semanas, la película cuenta una anécdota relacionada a lo sucedido en Venezuela el viernes 18 de febrero de 1983, cuando el bolívar sufrió una abrupta devaluación frente al dólar, debido a las políticas económicas asumidas por el entonces presidente Luis Herrera Campins. El llamado “viernes negro” es recreado en la cinta a través de la historia del derrumbe moral y económico de Oswaldo Fernández Urbaneja.Oswaldo (Gustavo Rodríguez) es un padre y marido “modelo” en el marco una sociedad hipócrita. Él escapa a Miami con su amante, una actriz de telenovelas (Tatiana Capote). Su afecto por ella es tan firme como las inversiones que lo han llevado a esa ciudad estadounidense.Paradójicamente, quince días antes de comenzar a rodar la película, ni Fausto Verdial, —guionista de la película—, ni Antonio Llerandi habían ido nunca Miami. No conocían la ciudad de palmeras, mar y bronceados, en la que muchos venezolanos paseaban su despreocupación en los años 80.““En Venezuela siempre paga el último pendejo”, dice uno de sus parlamentos.En una sociedad como esta y tantas otras, todo el mundo miente. No importa lo que hagas, importa lo que aparentas. Ese el planteamiento de Adiós Miami.
Canción Mansa para un Pueblo Bravo, de Giancarlo Carrera (1976)Lo primero que llama la atención de esta película es la vigencia de su argumento. Aunque la mirada de extrañamiento que tiene Gilberto (Orlando Urdaneta) deambulando por la Caracas de 1976, la hemos perdido. Cuando se vive en una ciudad donde a cada instante te juegas la vida, se pierde la capacidad de asombro.La película cuenta la historia de un inocente muchacho de campo que llega a la gran ciudad intentando ganarse la vida honestamente. Dice la vieja canción de Héctor Lavoe que “la calle es una selva de cemento”, lo era en la década de los setenta y lo sigue siendo ahora para todos, pero en mayor grado para los que no están dentro el sistema, aquellos que no tienen trabajo, dinero o privilegios.“En este país todo el mundo roba, pero a la cárcel vamos nosotros", dice en algún momento el muchacho.Las películas basadas en hechos reales crean su propio universo, su propia forma de recrear el mundo. Parten de un relato o una imagen real, decorada luego con los ribetes necesarios para darle color a la historia: “hay una cantidad de episodios que forman parte de una vivencia mía, porque los he visto o porque los he vivido. Pero hay una metamorfosis, una transformación a través de la imaginación. Nunca tuve la pretensión de que mi historia fuera real sino creíble", dijo Giancarlo Carrer en agosto de 1976, El Nacional sobre Canción mansa para un pueblo bravo, su primer largometraje.En la cinta, que había ganado ya una mención especial en el Festival de las Naciones en Taormina, Italia, hay humor y mucha ironía, quizás porque la forma menos dolorosa de mostrar la realidad es a modo de chiste. La película es trágica pero hace reír. Es entretenida pero exaspera al revelar una verdad incómoda.En la película el director muestra una mirada apocalíptica sobre el presente de aquella época. El tiempo demostró que su pesimismo no era infundado.Sobrevivir en Caracas tiene mucho que ver con el azar.La cita: “En este país todo el mundo roba, pero a la cárcel vamos nosotros”
También te puede interesar: