A la autora de <i>La fosa del agua</i> no le bastaba indignarse ante la forma con la que las industrias del entretenimiento y la moda empaquetaban y vendían la crisis de feminicidios en México. Necesitaba investigar, entender. El resultado es su nuevo libro: <i>Feminicidio mítico</i>.

En Feminicidio mítico (Debate, 2025), Lydiette Carrión se adentra en el mundo de los productos culturales y de la moda que se alimentan de la violencia feminicida y sexual contra mujeres y niñas. Su mirada periodística da luz sobre un mercado exitoso que genera ganancias a costa del dolor.
¿Por qué decidiste explorar las motivaciones que la publicidad de moda femenina de alta gama tiene para representar feminicidios y violencia sexual contra mujeres y niñas?
Me enojaba y me dolía mucho ver cómo temas que son muy dolorosos para México, como puede ser el caso de los feminicidios en Ciudad Juárez, fueran retomados por una serie de diseñadoras para inspirarse, entre comillas, y sacar una línea de ropa con vestidos de, no sé, 20 000 pesos. Me generó mucha indignación. En mis talleres de periodismo yo había identificado casos reales que eran comunes en la publicidad, y una reportera me hizo ver: “Mira, pero además lo venden a mujeres”. Y cuando lo vi dije: “Pues esto es todavía más intenso ¿no?”. También pensé: “Aquí debe haber mecanismos que no estoy viendo y que tengo que explorar, porque esta gente gana muchísimo dinero con el tipo de diseños y campañas publicitarias que hacen”. O sea, por un lado me generó la condena, pero por el otro lado me generó auténtica curiosidad.
Citas a la feminista Jules Falquet, que ve las representaciones simbólicas de la violencia feminicida como una especie de guerra de baja intensidad del patriarcado contra las mujeres. Lo desarrollas con una perspectiva histórica y reflexionas cómo en la actualidad hay una abrumadora producción de series televisivas, películas y novelas en las que lo retratan. ¿Cómo comprender que las mujeres son sus principales consumidoras?
Yo ya había escuchado que en el caso de las series de televisión había un interés femenino muy amplio. Entonces me puse a investigar el caso estadounidense, que es donde más se produce y se exporta al resto del mundo y, obviamente, a México. Encontré pocos estudios que hablan de esto y poca teoría. Finalmente, quienes están haciendo esta publicidad están buscando llamar la atención, causar cierto grado de shock pero también cierto grado de atracción. Traté de hacer una hermenéutica, de explicar qué es lo que está pasando aquí y no de condenar, porque me encontré críticas acerca de lo que consumían las mujeres y me pareció que era otra forma de violencia, de invalidar sus intereses.
Tú te sinceras y dices que también has sido consumidora de series que abordan la violencia feminicida como La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales. Después de escribir La fosa de agua (2018) y Feminicidio mítico, ¿sigues consumiendo este tipo de material y lo haces con culpa, o desde otra mirada?
Desde que empecé a cubrir temas de violencia contra las mujeres dejé de consumirlo. Era algo que hacía [de] más joven, me parecía muy interesante. No puedo decir que [Feminicidio mítico] es una autoetnografía como tal, pero también decido contar un poco mi propia experiencia, que no es necesariamente la de todas las mujeres, porque somos muy diversas. Hay una parte que me interesa y me gusta mucho, por ejemplo, de los productos de entretenimiento, que al mismo tiempo sean críticos. Pienso en el consumidor promedio en México, en otros países, que realmente tiene pocas posibilidades de dedicar tiempo libre en su vida a investigar temas de interés. De su trabajo debe llegar exhausto, exhausta. Y de alguna forma en la televisión buscamos alguna forma de informarnos o educarnos en ciertos temas. Y cuando no tienes muchas posibilidades, hay cierta fragilidad y vulnerabilidad ante los productos que consumimos porque tienen un discurso, un lugar de origen, una ideología que poco tiene que ver también con la realidad mexicana.
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De La fosa de agua a Feminicidio mítico cambia tu huella autoral. De una narración periodística sobre feminicidios de mujeres jóvenes arrojadas al Río de los Remedios, en la primera, te abres en la segunda a un análisis con vertientes históricas, filosóficas, antropológicas. ¿Cuál fue la razón y por qué recurrir a la ficción en algunas partes de esta obra?
El proceso de escritura de La fosa de agua fue terriblemente doloroso para mí. No me gusta clavarme mucho en ello porque siento que borra la voz de las personas y las historias que me interesa destacar ahí, pero vaya… hubo un desgaste y me ha sido difícil volver a escribir los temas. Y bueno, la ficción la utilizo porque no hay voz, estoy imaginando, y también quise hacer un esfuerzo en esta lógica que te comento de la falta de de productos culturales que de alguna forma permitan a la población descansar cuando está agotada, pero al mismo tiempo buscan querer conocer, aprender. Había estas ganas de poder imaginarme otras cosas y de poder explicarme otras que han sido poco exploradas.
En tu investigación presentas el caso del asesino Goyo Cárdenas, y te detienes en la manera en que lo cubrió la prensa sensacionalista. Observas como esta y los informes policiacos se nutren mutuamente y terminan alimentando productos culturales de violencia feminicida. ¿Las coberturas periodísticas actuales sobre feminicidios y violencia sexual contra mujeres y niñas han cambiado?
Fíjate que ya no me dio tiempo de incluirlo en el libro pero estoy preparando un artículo académico. No me dio tiempo porque había datos que necesitaba y no quise ser irresponsable y publicar algo que no tenía completamente investigado. Pero se ve que una vez que un feminicida confeso habla, pareciera que hay una necesidad absoluta de darle la razón, inclusive en contra o a pesar de que haya evidencia material u otros testimonios que lo contradicen. Esto es tan nocivo, tan grave. Recuerdo mucho un caso que a mí me pareció brutal y asqueroso porque conocía a parte de las víctimas: cuando al “Monstruo de Ecatepec” lo entrevistan y le dan luz verde para decir cosas que que en los hechos no se sostendrían necesariamente, y que lastiman a los familiares de las niñas y adolescentes que agredió y mató. Y lo que dicen es que “necesitamos entender la mente del asesino”, pero no realmente, no estás entendiendo la mente del asesino. O sea, te puedo decir al menos dos casos en donde la persona sospechosa dijo, "fue así y asado”, y no solo la prensa, los jueces, los ministerios públicos, tienden a dar más peso a la voz del asesino confeso que a la de las víctimas.
Una preocupación en tu obra ha sido la de visibilizar a las víctimas y recoger sus historias. ¿Por qué?
En el caso de la Fosa de agua, me interesaba mucho entender qué había pasado, porque me parecía que había muchos elementos que no habían sido tomados en cuenta en las investigaciones, como cuando empieza a haber detenidos, y traté de explicarme qué pasó y obviamente tiene que ver con la corrupción por parte de algunos policías. Me acuerdo que leía muchas notas y que mi top [al escribir las notas de diarismo] era de 3 500 caracteres. Y entonces yo pensaba “la gente que me lea no va a entender del viacrucis que sufren las familias [de las víctimas]”. Entonces dije: “Yo necesito llevar a las y los lectores a que nos acompañen en el famoso viacrucis”.
¿Qué impacto está teniendo el amplio movimiento de feminismos para combatir y erradicar las representaciones simbólicas de las violencias feminicidas?
Pues muchísimo. Yo estoy convencida de que la realidad se puede transformar, y lo hemos visto, tenemos toda esta discusión gracias a los diversos movimientos feministas. Cuando estaba escribiendo el libro de repente pensaba: “Bueno, ¿valdrá la pena hablar de esto? Como que ya todo el mundo lo sabe, ¿no?”. Pero bueno, creo que sí vale la pena hablarlo. Creo, por un lado, que los crímenes de violencia de género han estado presentes en todas las sociedades, hasta donde sabemos. Creo también que necesitamos más mujeres criminólogas o criminalistas, más investigación en todos los campos que incluyan estas inquietudes. Esta necesidad de explicarse cosas o de entender, pues va a estar presente. Esperemos que llegue un momento en que no lo esté, o que no nos consuma tanto, pero lo que traté de hacer [en Feminicidio mítico] fue contar un poco del conocimiento que encontré a partir de mi propia curiosidad.
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