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La pérdida de San Siro: malos presagios mundiales

La pérdida de San Siro: malos presagios mundiales

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
San Siro, la Scala y el Duomo son los tres símbolos de la ciudad de Milán que se conocen en todo el mundo. Uno de ellos, el estadio de grandes conciertos y partidos legendarios, desaparecerá en 2027.
30
.
10
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

El “nuevo” estadio Giuseppe Meazza es el proyecto inmobiliario más grande de la ciudad de Milán, un retrato robot de la especulación salvaje del capital en el tejido urbano. También es el ejemplo palpable de la forma en que se pretende cambiar el corazón del deporte. Este texto es el primero de una serie con la que pensaremos y sentiremos el futbol, con el Mundial 2026 en la mira.

Un golpe en el tobillo en la media cancha sacó a Marco Van Basten de la Scala del calcio. Yo estaba allí para verlo a él: era mi primera vez en San Siro, el 13 de diciembre de 1992. Durante años no quise volver a entrar en ese maravilloso sistema de metal y cemento que, en su nivel más bajo, alberga el campo de futbol que el AC Milan y el Inter de Milán han llenado de historia, trofeos y fenómenos. La lesión de Van Basten, en mi primera “salida” al estadio, alimentó los miedos de un niño tímido y retraído.

Después regresé y crucé nuevamente esa puerta, primero por el futbol, luego por los conciertos, hasta llegar a trabajar allí. Tuve la fortuna de ver a otro fenómeno, a pocos pasos: Ronaldo, no Cristiano —que los admiradores me disculpen—; sino R9, el verdadero y único Ronaldo. Dos nombres entre los muchísimos que han pisado ese rectángulo de césped que, pronto, dejará de existir.

También trabajé en la producción de algunos conciertos de Bruce Springsteen, entre otros. Para el Boss, San Siro es un lugar mágico, lo ha dicho varias veces, tanto que sus fans más apasionados vienen de todo el mundo para verlo tocar en el estadio Giuseppe Meazza, el verdadero nombre del estadio.

El Milan y el Inter obtuvieron del Concejo Municipal de Milán el sí para comprar el estadio. Las dos sociedades que, tras ser adquiridas por capital extranjero, completaron su transición y se convirtieron, a todos los efectos, en empresas multinacionales que de deportivo tienen ya solo el nombre. Ahora demolerán el Giuseppe Meazza y construirán un nuevo estadio de 71 500 asientos distribuidos en dos anillos. La operación inmobiliaria abarcará 280 000 metros cuadrados que dejarán de ser un espacio público para convertirse en uno privado.

Sin embargo, hay más: se construirán 142 unidades habitacionales, entre vivienda social y privada, nuevos estacionamientos subterráneos, tiendas, restaurantes, un centro de convenciones y un museo del deporte, mientras que algunas partes del Giuseppe Meazza permanecerán en pie y se transformarán en espacios de memoria.

San Siro, la Scala y el Duomo son los tres símbolos de la ciudad de Milán que se conocen en todo el mundo. Uno de ellos, el estadio de grandes conciertos y partidos legendarios, desaparecerá en 2027. Desde esas gradas aún se verá un nuevo campeonato de futbol, la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno Milán-Cortina 2026 y algunos conciertos. Luego, grúas, camiones y maquinaria derrumbarán una parte de la ciudad.

Milán ha cambiado su alma en los últimos años. Una transformación rápida que vio en la Expo 2015 la llave de aceleración, y en el gobierno de la ciudad de Giuseppe Sala (ex-CEO del gran evento y luego electo por la centroizquierda), su apoyo político e institucional. A partir de allí, el ciclo de los grandes eventos no se detuvo. Con las Olimpiadas Milán-Cortina 2026 se cierra un círculo: el del uso sistemático de los grandes eventos como “excusa” para especular y privatizar los espacios urbanos. La ciudad se ha vuelto cada vez más vertical: donde había garajes ahora se levantan rascacielos, las áreas verdes se han reducido y algunos arquitectos de renombre comenzaron a diseñar “bosques verticales”, intentando verticalizar y privatizar incluso el verde de los parques.

El “nuevo” San Siro es el proyecto inmobiliario más grande de la ciudad, así como el ejemplo no solo de las especulaciones del capital en el tejido urbano, sino también de lo que se está convirtiendo el deporte “gracias” a las transformaciones del capitalismo.

Derribar el estadio no significa solamente destruir un símbolo de la ciudad; es también erigir la idea de que lo privado debe prevalecer sobre lo público; es el trofeo que el poder inmobiliario levanta a costa del espacio colectivo; es el símbolo de la victoria de una idea de ciudad para pocos.

“Defender San Siro a toda costa no tiene nada que ver con la nostalgia o el pasado, significa luchar contra la ideología de hacer por hacer, de consumir suelo, energía y recursos inútil y dañinamente; rechazar la lógica que nos gobierna mediante la transformación ciega y continua de todo”, afirma Lucia Tozzi, periodista freelance y estudiosa crítica de las transformaciones urbanas.

Lucia continúa recordando que defender el estadio Meazza “es afirmar, como ya es un imperativo, la imprescindibilidad del mantenimiento, la inteligencia de la redistribución y la prioridad de la planificación sólida del cambio sobre el principio de la atractividad fluida de cada espíritu errante del capital”.

La era de las creencias posmodernas sobre estadios icónicos que traen desarrollo terminó hace tiempo, “a pesar de los tristes epígonos que todavía escriben sobre ello en algún periódico de pacotilla. Y el socialismo no nació con la Compañía de las Indias —escribe Tozzi— como sugiere Sala en uno de sus patéticos libros”.

Inmediatamente después del voto, ocurrido en la madrugada del 30 de septiembre pasado, del Concejo Municipal de Milán que decidió vender el estadio al Milan y al Inter, el exalcalde de la ciudad Luigi Corbani —activista de uno de los comités ciudadanos más activos en la cuestión— escribió una nota muy dura:

Hoy habrá alguien en las Islas Caimán, en Holanda, en Luxemburgo, en las Islas del Canal, en Delaware, en California, en Canadá o en algún otro lugar del mundo brindando por el voto del Concejo Municipal de Milán. Un regalo así solo podía hacerlo Sala, para quien la política no puede dictar reglas y hay que hacer lo que quieren los privados. Por una operación equivocada desde todos los puntos de vista —urbanístico, económico, patrimonial— el PD [Partido Democrático] se puso al servicio de Sala y de los fondos especulativos a los que no les interesa nada del estadio ni de los equipos. A estos fondos solo les interesan las ganancias que pueden obtener del regalo de Sala: una gigantesca zona de Milán con premios volumétricos incluidos. Por los negocios que Sala quería, en urbanismo como en San Siro, el PD sacrificó muchos apoyos. Una obra maestra.

Del Milán emerge claramente el mensaje de que el futbol se está transformando: los clubes hoy son grandes empresas más interesadas en la propiedad inmobiliaria y la especulación sobre los jugadores jóvenes que en levantar trofeos. Y así como cambia el futbol, la política también muestra —con cada vez menos reservas— su sometimiento al capital y a los intereses del más fuerte.

En Milán, poco a poco, los polos científicos y sanitarios se han trasladado a los márgenes de la ciudad y la provincia. Sin embargo, para la administración de Sala y el Partido Democrático no era aceptable que el Milan y el Inter construyeran su estadio en otro lugar, sin comprar y demoler el histórico estadio público de San Siro.

El mantra fue ese, y ahora no solo la ciudad pierde un gran estadio de propiedad colectiva, sino también uno de sus principales espacios de cultura y música, donde se celebraron aquellos conciertos que alimentaron el mito del Giuseppe Meazza con Springsteen y los Rolling Stones, así como la última presentación de Bob Marley, y cientos de otros que encantaron a Milán.

Hoy el futbol tiene poco que ver con el partido. El Milan y el Inter borran recuerdos y piensan en transformar una enorme parte de la ciudad.

San Siro es un barrio particular, la puerta de entrada a la ciudad desde el norte. La autopista A8 hacia Varese llega a los bordes del barrio, desde donde este se desarrolla. Un cruce constante entre riqueza y pobreza, viviendas populares y mercados barriales que conviven a pocos metros con casas y edificios privados.

La población mestiza es el corazón del barrio, donde también hay dos espacios sociales ocupados: el Cantiere y el Spazio di Mutuo Soccorso. Es un barrio delicado, complejo, lleno de contradicciones, vida y creatividad.

En este crisol de encuentros se ha desarrollado uno de los comités más fuertes de la ciudad, que reivindica el derecho a la vivienda; aquí tiene su sede el CGIL de barrio activo y presente, y por estas calles surgieron trappers como Rondodasosa y el colectivo Seven Zoo.

Todo esto corre el riesgo de desaparecer porque en Milán desde 2019, con una simple autodeterminación, se puede construir un rascacielos donde antes había un garage, ¿qué pasará con las obras del nuevo estadio?

Los sueños de los grandes inversionistas inmobiliarios en Milán muestran que a lo largo de via Piccolomini, via Rospigliosi y Piazzale dello Sport surgirá un nuevo barrio gracias al gigante Hines, que liderará el proyecto Ex Trotto Milano: aproximadamente 130 000 m² destinados a vivienda social, espacios para artesanía, mercados de kilómetro cero y servicios de barrio, un proyecto más que invierte en el mismo barrio a unos metros del estadio. Dos proyectos turbo-capitalistas que se disfrazan con un aire de social washing.

Los residentes históricos del barrio fruncen el ceño: aumentará el tráfico, se destruirá otra parte del barrio, subirán los precios, cambiarán los equilibrios. No protestan porque esperan beneficiarse y que sea real la promesa de más áreas verdes, más conexión con la ciudad y más recursos destinados a la vivienda joven y la vida comunitaria.

“Aquí no se borra solo un edificio, se borra una historia social compleja y aún viva”, declaró Lucia Tozzi en Napoli Monitor, subrayando cómo San Siro representa un laboratorio urbano en equilibrio entre marginalidad y resistencia.

Los habitantes temen que a lo que llaman “regeneración” sea en realidad la clásica operación de expulsión silenciosa. El aumento de los valores inmobiliarios, el cambio de funciones urbanas y la presión turística podrían romper el tejido popular que otorga identidad al barrio.

No es casualidad que el Municipio 7 haya solicitado que parte de los aportes de urbanización se destinen al mantenimiento de viviendas populares y a los espacios sociales del barrio para evitar que el “nuevo San Siro” se convierta en otro símbolo de una ciudad que se renueva borrando a sus habitantes históricos.

Los recuerdos de noches cantando y de grandes partidos quedarán en la memoria de quienes los vivieron. Milán perderá un símbolo y, cambiando a la velocidad de los intereses económicos, corre el riesgo de perder su alma.

Derribar San Siro —dejarlo en manos del Milan y el Inter— significa empujar aún más la ciudad hacia quienes pueden permitírsela, hacia quienes solo la viven durante los 90 minutos de un gran partido o durante la semana de la moda.

La ciudad de Milán pierde más que un estadio…; se pierde a sí misma.

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El “nuevo” estadio Giuseppe Meazza es el proyecto inmobiliario más grande de la ciudad de Milán, un retrato robot de la especulación salvaje del capital en el tejido urbano. También es el ejemplo palpable de la forma en que se pretende cambiar el corazón del deporte. Este texto es el primero de una serie con la que pensaremos y sentiremos el futbol, con el Mundial 2026 en la mira.

Un golpe en el tobillo en la media cancha sacó a Marco Van Basten de la Scala del calcio. Yo estaba allí para verlo a él: era mi primera vez en San Siro, el 13 de diciembre de 1992. Durante años no quise volver a entrar en ese maravilloso sistema de metal y cemento que, en su nivel más bajo, alberga el campo de futbol que el AC Milan y el Inter de Milán han llenado de historia, trofeos y fenómenos. La lesión de Van Basten, en mi primera “salida” al estadio, alimentó los miedos de un niño tímido y retraído.

Después regresé y crucé nuevamente esa puerta, primero por el futbol, luego por los conciertos, hasta llegar a trabajar allí. Tuve la fortuna de ver a otro fenómeno, a pocos pasos: Ronaldo, no Cristiano —que los admiradores me disculpen—; sino R9, el verdadero y único Ronaldo. Dos nombres entre los muchísimos que han pisado ese rectángulo de césped que, pronto, dejará de existir.

También trabajé en la producción de algunos conciertos de Bruce Springsteen, entre otros. Para el Boss, San Siro es un lugar mágico, lo ha dicho varias veces, tanto que sus fans más apasionados vienen de todo el mundo para verlo tocar en el estadio Giuseppe Meazza, el verdadero nombre del estadio.

El Milan y el Inter obtuvieron del Concejo Municipal de Milán el sí para comprar el estadio. Las dos sociedades que, tras ser adquiridas por capital extranjero, completaron su transición y se convirtieron, a todos los efectos, en empresas multinacionales que de deportivo tienen ya solo el nombre. Ahora demolerán el Giuseppe Meazza y construirán un nuevo estadio de 71 500 asientos distribuidos en dos anillos. La operación inmobiliaria abarcará 280 000 metros cuadrados que dejarán de ser un espacio público para convertirse en uno privado.

Sin embargo, hay más: se construirán 142 unidades habitacionales, entre vivienda social y privada, nuevos estacionamientos subterráneos, tiendas, restaurantes, un centro de convenciones y un museo del deporte, mientras que algunas partes del Giuseppe Meazza permanecerán en pie y se transformarán en espacios de memoria.

San Siro, la Scala y el Duomo son los tres símbolos de la ciudad de Milán que se conocen en todo el mundo. Uno de ellos, el estadio de grandes conciertos y partidos legendarios, desaparecerá en 2027. Desde esas gradas aún se verá un nuevo campeonato de futbol, la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno Milán-Cortina 2026 y algunos conciertos. Luego, grúas, camiones y maquinaria derrumbarán una parte de la ciudad.

Milán ha cambiado su alma en los últimos años. Una transformación rápida que vio en la Expo 2015 la llave de aceleración, y en el gobierno de la ciudad de Giuseppe Sala (ex-CEO del gran evento y luego electo por la centroizquierda), su apoyo político e institucional. A partir de allí, el ciclo de los grandes eventos no se detuvo. Con las Olimpiadas Milán-Cortina 2026 se cierra un círculo: el del uso sistemático de los grandes eventos como “excusa” para especular y privatizar los espacios urbanos. La ciudad se ha vuelto cada vez más vertical: donde había garajes ahora se levantan rascacielos, las áreas verdes se han reducido y algunos arquitectos de renombre comenzaron a diseñar “bosques verticales”, intentando verticalizar y privatizar incluso el verde de los parques.

El “nuevo” San Siro es el proyecto inmobiliario más grande de la ciudad, así como el ejemplo no solo de las especulaciones del capital en el tejido urbano, sino también de lo que se está convirtiendo el deporte “gracias” a las transformaciones del capitalismo.

Derribar el estadio no significa solamente destruir un símbolo de la ciudad; es también erigir la idea de que lo privado debe prevalecer sobre lo público; es el trofeo que el poder inmobiliario levanta a costa del espacio colectivo; es el símbolo de la victoria de una idea de ciudad para pocos.

“Defender San Siro a toda costa no tiene nada que ver con la nostalgia o el pasado, significa luchar contra la ideología de hacer por hacer, de consumir suelo, energía y recursos inútil y dañinamente; rechazar la lógica que nos gobierna mediante la transformación ciega y continua de todo”, afirma Lucia Tozzi, periodista freelance y estudiosa crítica de las transformaciones urbanas.

Lucia continúa recordando que defender el estadio Meazza “es afirmar, como ya es un imperativo, la imprescindibilidad del mantenimiento, la inteligencia de la redistribución y la prioridad de la planificación sólida del cambio sobre el principio de la atractividad fluida de cada espíritu errante del capital”.

La era de las creencias posmodernas sobre estadios icónicos que traen desarrollo terminó hace tiempo, “a pesar de los tristes epígonos que todavía escriben sobre ello en algún periódico de pacotilla. Y el socialismo no nació con la Compañía de las Indias —escribe Tozzi— como sugiere Sala en uno de sus patéticos libros”.

Inmediatamente después del voto, ocurrido en la madrugada del 30 de septiembre pasado, del Concejo Municipal de Milán que decidió vender el estadio al Milan y al Inter, el exalcalde de la ciudad Luigi Corbani —activista de uno de los comités ciudadanos más activos en la cuestión— escribió una nota muy dura:

Hoy habrá alguien en las Islas Caimán, en Holanda, en Luxemburgo, en las Islas del Canal, en Delaware, en California, en Canadá o en algún otro lugar del mundo brindando por el voto del Concejo Municipal de Milán. Un regalo así solo podía hacerlo Sala, para quien la política no puede dictar reglas y hay que hacer lo que quieren los privados. Por una operación equivocada desde todos los puntos de vista —urbanístico, económico, patrimonial— el PD [Partido Democrático] se puso al servicio de Sala y de los fondos especulativos a los que no les interesa nada del estadio ni de los equipos. A estos fondos solo les interesan las ganancias que pueden obtener del regalo de Sala: una gigantesca zona de Milán con premios volumétricos incluidos. Por los negocios que Sala quería, en urbanismo como en San Siro, el PD sacrificó muchos apoyos. Una obra maestra.

Del Milán emerge claramente el mensaje de que el futbol se está transformando: los clubes hoy son grandes empresas más interesadas en la propiedad inmobiliaria y la especulación sobre los jugadores jóvenes que en levantar trofeos. Y así como cambia el futbol, la política también muestra —con cada vez menos reservas— su sometimiento al capital y a los intereses del más fuerte.

En Milán, poco a poco, los polos científicos y sanitarios se han trasladado a los márgenes de la ciudad y la provincia. Sin embargo, para la administración de Sala y el Partido Democrático no era aceptable que el Milan y el Inter construyeran su estadio en otro lugar, sin comprar y demoler el histórico estadio público de San Siro.

El mantra fue ese, y ahora no solo la ciudad pierde un gran estadio de propiedad colectiva, sino también uno de sus principales espacios de cultura y música, donde se celebraron aquellos conciertos que alimentaron el mito del Giuseppe Meazza con Springsteen y los Rolling Stones, así como la última presentación de Bob Marley, y cientos de otros que encantaron a Milán.

Hoy el futbol tiene poco que ver con el partido. El Milan y el Inter borran recuerdos y piensan en transformar una enorme parte de la ciudad.

San Siro es un barrio particular, la puerta de entrada a la ciudad desde el norte. La autopista A8 hacia Varese llega a los bordes del barrio, desde donde este se desarrolla. Un cruce constante entre riqueza y pobreza, viviendas populares y mercados barriales que conviven a pocos metros con casas y edificios privados.

La población mestiza es el corazón del barrio, donde también hay dos espacios sociales ocupados: el Cantiere y el Spazio di Mutuo Soccorso. Es un barrio delicado, complejo, lleno de contradicciones, vida y creatividad.

En este crisol de encuentros se ha desarrollado uno de los comités más fuertes de la ciudad, que reivindica el derecho a la vivienda; aquí tiene su sede el CGIL de barrio activo y presente, y por estas calles surgieron trappers como Rondodasosa y el colectivo Seven Zoo.

Todo esto corre el riesgo de desaparecer porque en Milán desde 2019, con una simple autodeterminación, se puede construir un rascacielos donde antes había un garage, ¿qué pasará con las obras del nuevo estadio?

Los sueños de los grandes inversionistas inmobiliarios en Milán muestran que a lo largo de via Piccolomini, via Rospigliosi y Piazzale dello Sport surgirá un nuevo barrio gracias al gigante Hines, que liderará el proyecto Ex Trotto Milano: aproximadamente 130 000 m² destinados a vivienda social, espacios para artesanía, mercados de kilómetro cero y servicios de barrio, un proyecto más que invierte en el mismo barrio a unos metros del estadio. Dos proyectos turbo-capitalistas que se disfrazan con un aire de social washing.

Los residentes históricos del barrio fruncen el ceño: aumentará el tráfico, se destruirá otra parte del barrio, subirán los precios, cambiarán los equilibrios. No protestan porque esperan beneficiarse y que sea real la promesa de más áreas verdes, más conexión con la ciudad y más recursos destinados a la vivienda joven y la vida comunitaria.

“Aquí no se borra solo un edificio, se borra una historia social compleja y aún viva”, declaró Lucia Tozzi en Napoli Monitor, subrayando cómo San Siro representa un laboratorio urbano en equilibrio entre marginalidad y resistencia.

Los habitantes temen que a lo que llaman “regeneración” sea en realidad la clásica operación de expulsión silenciosa. El aumento de los valores inmobiliarios, el cambio de funciones urbanas y la presión turística podrían romper el tejido popular que otorga identidad al barrio.

No es casualidad que el Municipio 7 haya solicitado que parte de los aportes de urbanización se destinen al mantenimiento de viviendas populares y a los espacios sociales del barrio para evitar que el “nuevo San Siro” se convierta en otro símbolo de una ciudad que se renueva borrando a sus habitantes históricos.

Los recuerdos de noches cantando y de grandes partidos quedarán en la memoria de quienes los vivieron. Milán perderá un símbolo y, cambiando a la velocidad de los intereses económicos, corre el riesgo de perder su alma.

Derribar San Siro —dejarlo en manos del Milan y el Inter— significa empujar aún más la ciudad hacia quienes pueden permitírsela, hacia quienes solo la viven durante los 90 minutos de un gran partido o durante la semana de la moda.

La ciudad de Milán pierde más que un estadio…; se pierde a sí misma.

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San Siro, la Scala y el Duomo son los tres símbolos de la ciudad de Milán que se conocen en todo el mundo. Uno de ellos, el estadio de grandes conciertos y partidos legendarios, desaparecerá en 2027.
30
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El “nuevo” estadio Giuseppe Meazza es el proyecto inmobiliario más grande de la ciudad de Milán, un retrato robot de la especulación salvaje del capital en el tejido urbano. También es el ejemplo palpable de la forma en que se pretende cambiar el corazón del deporte. Este texto es el primero de una serie con la que pensaremos y sentiremos el futbol, con el Mundial 2026 en la mira.

Un golpe en el tobillo en la media cancha sacó a Marco Van Basten de la Scala del calcio. Yo estaba allí para verlo a él: era mi primera vez en San Siro, el 13 de diciembre de 1992. Durante años no quise volver a entrar en ese maravilloso sistema de metal y cemento que, en su nivel más bajo, alberga el campo de futbol que el AC Milan y el Inter de Milán han llenado de historia, trofeos y fenómenos. La lesión de Van Basten, en mi primera “salida” al estadio, alimentó los miedos de un niño tímido y retraído.

Después regresé y crucé nuevamente esa puerta, primero por el futbol, luego por los conciertos, hasta llegar a trabajar allí. Tuve la fortuna de ver a otro fenómeno, a pocos pasos: Ronaldo, no Cristiano —que los admiradores me disculpen—; sino R9, el verdadero y único Ronaldo. Dos nombres entre los muchísimos que han pisado ese rectángulo de césped que, pronto, dejará de existir.

También trabajé en la producción de algunos conciertos de Bruce Springsteen, entre otros. Para el Boss, San Siro es un lugar mágico, lo ha dicho varias veces, tanto que sus fans más apasionados vienen de todo el mundo para verlo tocar en el estadio Giuseppe Meazza, el verdadero nombre del estadio.

El Milan y el Inter obtuvieron del Concejo Municipal de Milán el sí para comprar el estadio. Las dos sociedades que, tras ser adquiridas por capital extranjero, completaron su transición y se convirtieron, a todos los efectos, en empresas multinacionales que de deportivo tienen ya solo el nombre. Ahora demolerán el Giuseppe Meazza y construirán un nuevo estadio de 71 500 asientos distribuidos en dos anillos. La operación inmobiliaria abarcará 280 000 metros cuadrados que dejarán de ser un espacio público para convertirse en uno privado.

Sin embargo, hay más: se construirán 142 unidades habitacionales, entre vivienda social y privada, nuevos estacionamientos subterráneos, tiendas, restaurantes, un centro de convenciones y un museo del deporte, mientras que algunas partes del Giuseppe Meazza permanecerán en pie y se transformarán en espacios de memoria.

San Siro, la Scala y el Duomo son los tres símbolos de la ciudad de Milán que se conocen en todo el mundo. Uno de ellos, el estadio de grandes conciertos y partidos legendarios, desaparecerá en 2027. Desde esas gradas aún se verá un nuevo campeonato de futbol, la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno Milán-Cortina 2026 y algunos conciertos. Luego, grúas, camiones y maquinaria derrumbarán una parte de la ciudad.

Milán ha cambiado su alma en los últimos años. Una transformación rápida que vio en la Expo 2015 la llave de aceleración, y en el gobierno de la ciudad de Giuseppe Sala (ex-CEO del gran evento y luego electo por la centroizquierda), su apoyo político e institucional. A partir de allí, el ciclo de los grandes eventos no se detuvo. Con las Olimpiadas Milán-Cortina 2026 se cierra un círculo: el del uso sistemático de los grandes eventos como “excusa” para especular y privatizar los espacios urbanos. La ciudad se ha vuelto cada vez más vertical: donde había garajes ahora se levantan rascacielos, las áreas verdes se han reducido y algunos arquitectos de renombre comenzaron a diseñar “bosques verticales”, intentando verticalizar y privatizar incluso el verde de los parques.

El “nuevo” San Siro es el proyecto inmobiliario más grande de la ciudad, así como el ejemplo no solo de las especulaciones del capital en el tejido urbano, sino también de lo que se está convirtiendo el deporte “gracias” a las transformaciones del capitalismo.

Derribar el estadio no significa solamente destruir un símbolo de la ciudad; es también erigir la idea de que lo privado debe prevalecer sobre lo público; es el trofeo que el poder inmobiliario levanta a costa del espacio colectivo; es el símbolo de la victoria de una idea de ciudad para pocos.

“Defender San Siro a toda costa no tiene nada que ver con la nostalgia o el pasado, significa luchar contra la ideología de hacer por hacer, de consumir suelo, energía y recursos inútil y dañinamente; rechazar la lógica que nos gobierna mediante la transformación ciega y continua de todo”, afirma Lucia Tozzi, periodista freelance y estudiosa crítica de las transformaciones urbanas.

Lucia continúa recordando que defender el estadio Meazza “es afirmar, como ya es un imperativo, la imprescindibilidad del mantenimiento, la inteligencia de la redistribución y la prioridad de la planificación sólida del cambio sobre el principio de la atractividad fluida de cada espíritu errante del capital”.

La era de las creencias posmodernas sobre estadios icónicos que traen desarrollo terminó hace tiempo, “a pesar de los tristes epígonos que todavía escriben sobre ello en algún periódico de pacotilla. Y el socialismo no nació con la Compañía de las Indias —escribe Tozzi— como sugiere Sala en uno de sus patéticos libros”.

Inmediatamente después del voto, ocurrido en la madrugada del 30 de septiembre pasado, del Concejo Municipal de Milán que decidió vender el estadio al Milan y al Inter, el exalcalde de la ciudad Luigi Corbani —activista de uno de los comités ciudadanos más activos en la cuestión— escribió una nota muy dura:

Hoy habrá alguien en las Islas Caimán, en Holanda, en Luxemburgo, en las Islas del Canal, en Delaware, en California, en Canadá o en algún otro lugar del mundo brindando por el voto del Concejo Municipal de Milán. Un regalo así solo podía hacerlo Sala, para quien la política no puede dictar reglas y hay que hacer lo que quieren los privados. Por una operación equivocada desde todos los puntos de vista —urbanístico, económico, patrimonial— el PD [Partido Democrático] se puso al servicio de Sala y de los fondos especulativos a los que no les interesa nada del estadio ni de los equipos. A estos fondos solo les interesan las ganancias que pueden obtener del regalo de Sala: una gigantesca zona de Milán con premios volumétricos incluidos. Por los negocios que Sala quería, en urbanismo como en San Siro, el PD sacrificó muchos apoyos. Una obra maestra.

Del Milán emerge claramente el mensaje de que el futbol se está transformando: los clubes hoy son grandes empresas más interesadas en la propiedad inmobiliaria y la especulación sobre los jugadores jóvenes que en levantar trofeos. Y así como cambia el futbol, la política también muestra —con cada vez menos reservas— su sometimiento al capital y a los intereses del más fuerte.

En Milán, poco a poco, los polos científicos y sanitarios se han trasladado a los márgenes de la ciudad y la provincia. Sin embargo, para la administración de Sala y el Partido Democrático no era aceptable que el Milan y el Inter construyeran su estadio en otro lugar, sin comprar y demoler el histórico estadio público de San Siro.

El mantra fue ese, y ahora no solo la ciudad pierde un gran estadio de propiedad colectiva, sino también uno de sus principales espacios de cultura y música, donde se celebraron aquellos conciertos que alimentaron el mito del Giuseppe Meazza con Springsteen y los Rolling Stones, así como la última presentación de Bob Marley, y cientos de otros que encantaron a Milán.

Hoy el futbol tiene poco que ver con el partido. El Milan y el Inter borran recuerdos y piensan en transformar una enorme parte de la ciudad.

San Siro es un barrio particular, la puerta de entrada a la ciudad desde el norte. La autopista A8 hacia Varese llega a los bordes del barrio, desde donde este se desarrolla. Un cruce constante entre riqueza y pobreza, viviendas populares y mercados barriales que conviven a pocos metros con casas y edificios privados.

La población mestiza es el corazón del barrio, donde también hay dos espacios sociales ocupados: el Cantiere y el Spazio di Mutuo Soccorso. Es un barrio delicado, complejo, lleno de contradicciones, vida y creatividad.

En este crisol de encuentros se ha desarrollado uno de los comités más fuertes de la ciudad, que reivindica el derecho a la vivienda; aquí tiene su sede el CGIL de barrio activo y presente, y por estas calles surgieron trappers como Rondodasosa y el colectivo Seven Zoo.

Todo esto corre el riesgo de desaparecer porque en Milán desde 2019, con una simple autodeterminación, se puede construir un rascacielos donde antes había un garage, ¿qué pasará con las obras del nuevo estadio?

Los sueños de los grandes inversionistas inmobiliarios en Milán muestran que a lo largo de via Piccolomini, via Rospigliosi y Piazzale dello Sport surgirá un nuevo barrio gracias al gigante Hines, que liderará el proyecto Ex Trotto Milano: aproximadamente 130 000 m² destinados a vivienda social, espacios para artesanía, mercados de kilómetro cero y servicios de barrio, un proyecto más que invierte en el mismo barrio a unos metros del estadio. Dos proyectos turbo-capitalistas que se disfrazan con un aire de social washing.

Los residentes históricos del barrio fruncen el ceño: aumentará el tráfico, se destruirá otra parte del barrio, subirán los precios, cambiarán los equilibrios. No protestan porque esperan beneficiarse y que sea real la promesa de más áreas verdes, más conexión con la ciudad y más recursos destinados a la vivienda joven y la vida comunitaria.

“Aquí no se borra solo un edificio, se borra una historia social compleja y aún viva”, declaró Lucia Tozzi en Napoli Monitor, subrayando cómo San Siro representa un laboratorio urbano en equilibrio entre marginalidad y resistencia.

Los habitantes temen que a lo que llaman “regeneración” sea en realidad la clásica operación de expulsión silenciosa. El aumento de los valores inmobiliarios, el cambio de funciones urbanas y la presión turística podrían romper el tejido popular que otorga identidad al barrio.

No es casualidad que el Municipio 7 haya solicitado que parte de los aportes de urbanización se destinen al mantenimiento de viviendas populares y a los espacios sociales del barrio para evitar que el “nuevo San Siro” se convierta en otro símbolo de una ciudad que se renueva borrando a sus habitantes históricos.

Los recuerdos de noches cantando y de grandes partidos quedarán en la memoria de quienes los vivieron. Milán perderá un símbolo y, cambiando a la velocidad de los intereses económicos, corre el riesgo de perder su alma.

Derribar San Siro —dejarlo en manos del Milan y el Inter— significa empujar aún más la ciudad hacia quienes pueden permitírsela, hacia quienes solo la viven durante los 90 minutos de un gran partido o durante la semana de la moda.

La ciudad de Milán pierde más que un estadio…; se pierde a sí misma.

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Un golpe en el tobillo en la media cancha sacó a Marco Van Basten de la Scala del calcio. Yo estaba allí para verlo a él: era mi primera vez en San Siro, el 13 de diciembre de 1992. Durante años no quise volver a entrar en ese maravilloso sistema de metal y cemento que, en su nivel más bajo, alberga el campo de futbol que el AC Milan y el Inter de Milán han llenado de historia, trofeos y fenómenos. La lesión de Van Basten, en mi primera “salida” al estadio, alimentó los miedos de un niño tímido y retraído.

Después regresé y crucé nuevamente esa puerta, primero por el futbol, luego por los conciertos, hasta llegar a trabajar allí. Tuve la fortuna de ver a otro fenómeno, a pocos pasos: Ronaldo, no Cristiano —que los admiradores me disculpen—; sino R9, el verdadero y único Ronaldo. Dos nombres entre los muchísimos que han pisado ese rectángulo de césped que, pronto, dejará de existir.

También trabajé en la producción de algunos conciertos de Bruce Springsteen, entre otros. Para el Boss, San Siro es un lugar mágico, lo ha dicho varias veces, tanto que sus fans más apasionados vienen de todo el mundo para verlo tocar en el estadio Giuseppe Meazza, el verdadero nombre del estadio.

El Milan y el Inter obtuvieron del Concejo Municipal de Milán el sí para comprar el estadio. Las dos sociedades que, tras ser adquiridas por capital extranjero, completaron su transición y se convirtieron, a todos los efectos, en empresas multinacionales que de deportivo tienen ya solo el nombre. Ahora demolerán el Giuseppe Meazza y construirán un nuevo estadio de 71 500 asientos distribuidos en dos anillos. La operación inmobiliaria abarcará 280 000 metros cuadrados que dejarán de ser un espacio público para convertirse en uno privado.

Sin embargo, hay más: se construirán 142 unidades habitacionales, entre vivienda social y privada, nuevos estacionamientos subterráneos, tiendas, restaurantes, un centro de convenciones y un museo del deporte, mientras que algunas partes del Giuseppe Meazza permanecerán en pie y se transformarán en espacios de memoria.

San Siro, la Scala y el Duomo son los tres símbolos de la ciudad de Milán que se conocen en todo el mundo. Uno de ellos, el estadio de grandes conciertos y partidos legendarios, desaparecerá en 2027. Desde esas gradas aún se verá un nuevo campeonato de futbol, la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno Milán-Cortina 2026 y algunos conciertos. Luego, grúas, camiones y maquinaria derrumbarán una parte de la ciudad.

Milán ha cambiado su alma en los últimos años. Una transformación rápida que vio en la Expo 2015 la llave de aceleración, y en el gobierno de la ciudad de Giuseppe Sala (ex-CEO del gran evento y luego electo por la centroizquierda), su apoyo político e institucional. A partir de allí, el ciclo de los grandes eventos no se detuvo. Con las Olimpiadas Milán-Cortina 2026 se cierra un círculo: el del uso sistemático de los grandes eventos como “excusa” para especular y privatizar los espacios urbanos. La ciudad se ha vuelto cada vez más vertical: donde había garajes ahora se levantan rascacielos, las áreas verdes se han reducido y algunos arquitectos de renombre comenzaron a diseñar “bosques verticales”, intentando verticalizar y privatizar incluso el verde de los parques.

El “nuevo” San Siro es el proyecto inmobiliario más grande de la ciudad, así como el ejemplo no solo de las especulaciones del capital en el tejido urbano, sino también de lo que se está convirtiendo el deporte “gracias” a las transformaciones del capitalismo.

Derribar el estadio no significa solamente destruir un símbolo de la ciudad; es también erigir la idea de que lo privado debe prevalecer sobre lo público; es el trofeo que el poder inmobiliario levanta a costa del espacio colectivo; es el símbolo de la victoria de una idea de ciudad para pocos.

“Defender San Siro a toda costa no tiene nada que ver con la nostalgia o el pasado, significa luchar contra la ideología de hacer por hacer, de consumir suelo, energía y recursos inútil y dañinamente; rechazar la lógica que nos gobierna mediante la transformación ciega y continua de todo”, afirma Lucia Tozzi, periodista freelance y estudiosa crítica de las transformaciones urbanas.

Lucia continúa recordando que defender el estadio Meazza “es afirmar, como ya es un imperativo, la imprescindibilidad del mantenimiento, la inteligencia de la redistribución y la prioridad de la planificación sólida del cambio sobre el principio de la atractividad fluida de cada espíritu errante del capital”.

La era de las creencias posmodernas sobre estadios icónicos que traen desarrollo terminó hace tiempo, “a pesar de los tristes epígonos que todavía escriben sobre ello en algún periódico de pacotilla. Y el socialismo no nació con la Compañía de las Indias —escribe Tozzi— como sugiere Sala en uno de sus patéticos libros”.

Inmediatamente después del voto, ocurrido en la madrugada del 30 de septiembre pasado, del Concejo Municipal de Milán que decidió vender el estadio al Milan y al Inter, el exalcalde de la ciudad Luigi Corbani —activista de uno de los comités ciudadanos más activos en la cuestión— escribió una nota muy dura:

Hoy habrá alguien en las Islas Caimán, en Holanda, en Luxemburgo, en las Islas del Canal, en Delaware, en California, en Canadá o en algún otro lugar del mundo brindando por el voto del Concejo Municipal de Milán. Un regalo así solo podía hacerlo Sala, para quien la política no puede dictar reglas y hay que hacer lo que quieren los privados. Por una operación equivocada desde todos los puntos de vista —urbanístico, económico, patrimonial— el PD [Partido Democrático] se puso al servicio de Sala y de los fondos especulativos a los que no les interesa nada del estadio ni de los equipos. A estos fondos solo les interesan las ganancias que pueden obtener del regalo de Sala: una gigantesca zona de Milán con premios volumétricos incluidos. Por los negocios que Sala quería, en urbanismo como en San Siro, el PD sacrificó muchos apoyos. Una obra maestra.

Del Milán emerge claramente el mensaje de que el futbol se está transformando: los clubes hoy son grandes empresas más interesadas en la propiedad inmobiliaria y la especulación sobre los jugadores jóvenes que en levantar trofeos. Y así como cambia el futbol, la política también muestra —con cada vez menos reservas— su sometimiento al capital y a los intereses del más fuerte.

En Milán, poco a poco, los polos científicos y sanitarios se han trasladado a los márgenes de la ciudad y la provincia. Sin embargo, para la administración de Sala y el Partido Democrático no era aceptable que el Milan y el Inter construyeran su estadio en otro lugar, sin comprar y demoler el histórico estadio público de San Siro.

El mantra fue ese, y ahora no solo la ciudad pierde un gran estadio de propiedad colectiva, sino también uno de sus principales espacios de cultura y música, donde se celebraron aquellos conciertos que alimentaron el mito del Giuseppe Meazza con Springsteen y los Rolling Stones, así como la última presentación de Bob Marley, y cientos de otros que encantaron a Milán.

Hoy el futbol tiene poco que ver con el partido. El Milan y el Inter borran recuerdos y piensan en transformar una enorme parte de la ciudad.

San Siro es un barrio particular, la puerta de entrada a la ciudad desde el norte. La autopista A8 hacia Varese llega a los bordes del barrio, desde donde este se desarrolla. Un cruce constante entre riqueza y pobreza, viviendas populares y mercados barriales que conviven a pocos metros con casas y edificios privados.

La población mestiza es el corazón del barrio, donde también hay dos espacios sociales ocupados: el Cantiere y el Spazio di Mutuo Soccorso. Es un barrio delicado, complejo, lleno de contradicciones, vida y creatividad.

En este crisol de encuentros se ha desarrollado uno de los comités más fuertes de la ciudad, que reivindica el derecho a la vivienda; aquí tiene su sede el CGIL de barrio activo y presente, y por estas calles surgieron trappers como Rondodasosa y el colectivo Seven Zoo.

Todo esto corre el riesgo de desaparecer porque en Milán desde 2019, con una simple autodeterminación, se puede construir un rascacielos donde antes había un garage, ¿qué pasará con las obras del nuevo estadio?

Los sueños de los grandes inversionistas inmobiliarios en Milán muestran que a lo largo de via Piccolomini, via Rospigliosi y Piazzale dello Sport surgirá un nuevo barrio gracias al gigante Hines, que liderará el proyecto Ex Trotto Milano: aproximadamente 130 000 m² destinados a vivienda social, espacios para artesanía, mercados de kilómetro cero y servicios de barrio, un proyecto más que invierte en el mismo barrio a unos metros del estadio. Dos proyectos turbo-capitalistas que se disfrazan con un aire de social washing.

Los residentes históricos del barrio fruncen el ceño: aumentará el tráfico, se destruirá otra parte del barrio, subirán los precios, cambiarán los equilibrios. No protestan porque esperan beneficiarse y que sea real la promesa de más áreas verdes, más conexión con la ciudad y más recursos destinados a la vivienda joven y la vida comunitaria.

“Aquí no se borra solo un edificio, se borra una historia social compleja y aún viva”, declaró Lucia Tozzi en Napoli Monitor, subrayando cómo San Siro representa un laboratorio urbano en equilibrio entre marginalidad y resistencia.

Los habitantes temen que a lo que llaman “regeneración” sea en realidad la clásica operación de expulsión silenciosa. El aumento de los valores inmobiliarios, el cambio de funciones urbanas y la presión turística podrían romper el tejido popular que otorga identidad al barrio.

No es casualidad que el Municipio 7 haya solicitado que parte de los aportes de urbanización se destinen al mantenimiento de viviendas populares y a los espacios sociales del barrio para evitar que el “nuevo San Siro” se convierta en otro símbolo de una ciudad que se renueva borrando a sus habitantes históricos.

Los recuerdos de noches cantando y de grandes partidos quedarán en la memoria de quienes los vivieron. Milán perderá un símbolo y, cambiando a la velocidad de los intereses económicos, corre el riesgo de perder su alma.

Derribar San Siro —dejarlo en manos del Milan y el Inter— significa empujar aún más la ciudad hacia quienes pueden permitírsela, hacia quienes solo la viven durante los 90 minutos de un gran partido o durante la semana de la moda.

La ciudad de Milán pierde más que un estadio…; se pierde a sí misma.

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San Siro, la Scala y el Duomo son los tres símbolos de la ciudad de Milán que se conocen en todo el mundo. Uno de ellos, el estadio de grandes conciertos y partidos legendarios, desaparecerá en 2027.

La pérdida de San Siro: malos presagios mundiales

La pérdida de San Siro: malos presagios mundiales

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El “nuevo” estadio Giuseppe Meazza es el proyecto inmobiliario más grande de la ciudad de Milán, un retrato robot de la especulación salvaje del capital en el tejido urbano. También es el ejemplo palpable de la forma en que se pretende cambiar el corazón del deporte. Este texto es el primero de una serie con la que pensaremos y sentiremos el futbol, con el Mundial 2026 en la mira.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Un golpe en el tobillo en la media cancha sacó a Marco Van Basten de la Scala del calcio. Yo estaba allí para verlo a él: era mi primera vez en San Siro, el 13 de diciembre de 1992. Durante años no quise volver a entrar en ese maravilloso sistema de metal y cemento que, en su nivel más bajo, alberga el campo de futbol que el AC Milan y el Inter de Milán han llenado de historia, trofeos y fenómenos. La lesión de Van Basten, en mi primera “salida” al estadio, alimentó los miedos de un niño tímido y retraído.

Después regresé y crucé nuevamente esa puerta, primero por el futbol, luego por los conciertos, hasta llegar a trabajar allí. Tuve la fortuna de ver a otro fenómeno, a pocos pasos: Ronaldo, no Cristiano —que los admiradores me disculpen—; sino R9, el verdadero y único Ronaldo. Dos nombres entre los muchísimos que han pisado ese rectángulo de césped que, pronto, dejará de existir.

También trabajé en la producción de algunos conciertos de Bruce Springsteen, entre otros. Para el Boss, San Siro es un lugar mágico, lo ha dicho varias veces, tanto que sus fans más apasionados vienen de todo el mundo para verlo tocar en el estadio Giuseppe Meazza, el verdadero nombre del estadio.

El Milan y el Inter obtuvieron del Concejo Municipal de Milán el sí para comprar el estadio. Las dos sociedades que, tras ser adquiridas por capital extranjero, completaron su transición y se convirtieron, a todos los efectos, en empresas multinacionales que de deportivo tienen ya solo el nombre. Ahora demolerán el Giuseppe Meazza y construirán un nuevo estadio de 71 500 asientos distribuidos en dos anillos. La operación inmobiliaria abarcará 280 000 metros cuadrados que dejarán de ser un espacio público para convertirse en uno privado.

Sin embargo, hay más: se construirán 142 unidades habitacionales, entre vivienda social y privada, nuevos estacionamientos subterráneos, tiendas, restaurantes, un centro de convenciones y un museo del deporte, mientras que algunas partes del Giuseppe Meazza permanecerán en pie y se transformarán en espacios de memoria.

San Siro, la Scala y el Duomo son los tres símbolos de la ciudad de Milán que se conocen en todo el mundo. Uno de ellos, el estadio de grandes conciertos y partidos legendarios, desaparecerá en 2027. Desde esas gradas aún se verá un nuevo campeonato de futbol, la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno Milán-Cortina 2026 y algunos conciertos. Luego, grúas, camiones y maquinaria derrumbarán una parte de la ciudad.

Milán ha cambiado su alma en los últimos años. Una transformación rápida que vio en la Expo 2015 la llave de aceleración, y en el gobierno de la ciudad de Giuseppe Sala (ex-CEO del gran evento y luego electo por la centroizquierda), su apoyo político e institucional. A partir de allí, el ciclo de los grandes eventos no se detuvo. Con las Olimpiadas Milán-Cortina 2026 se cierra un círculo: el del uso sistemático de los grandes eventos como “excusa” para especular y privatizar los espacios urbanos. La ciudad se ha vuelto cada vez más vertical: donde había garajes ahora se levantan rascacielos, las áreas verdes se han reducido y algunos arquitectos de renombre comenzaron a diseñar “bosques verticales”, intentando verticalizar y privatizar incluso el verde de los parques.

El “nuevo” San Siro es el proyecto inmobiliario más grande de la ciudad, así como el ejemplo no solo de las especulaciones del capital en el tejido urbano, sino también de lo que se está convirtiendo el deporte “gracias” a las transformaciones del capitalismo.

Derribar el estadio no significa solamente destruir un símbolo de la ciudad; es también erigir la idea de que lo privado debe prevalecer sobre lo público; es el trofeo que el poder inmobiliario levanta a costa del espacio colectivo; es el símbolo de la victoria de una idea de ciudad para pocos.

“Defender San Siro a toda costa no tiene nada que ver con la nostalgia o el pasado, significa luchar contra la ideología de hacer por hacer, de consumir suelo, energía y recursos inútil y dañinamente; rechazar la lógica que nos gobierna mediante la transformación ciega y continua de todo”, afirma Lucia Tozzi, periodista freelance y estudiosa crítica de las transformaciones urbanas.

Lucia continúa recordando que defender el estadio Meazza “es afirmar, como ya es un imperativo, la imprescindibilidad del mantenimiento, la inteligencia de la redistribución y la prioridad de la planificación sólida del cambio sobre el principio de la atractividad fluida de cada espíritu errante del capital”.

La era de las creencias posmodernas sobre estadios icónicos que traen desarrollo terminó hace tiempo, “a pesar de los tristes epígonos que todavía escriben sobre ello en algún periódico de pacotilla. Y el socialismo no nació con la Compañía de las Indias —escribe Tozzi— como sugiere Sala en uno de sus patéticos libros”.

Inmediatamente después del voto, ocurrido en la madrugada del 30 de septiembre pasado, del Concejo Municipal de Milán que decidió vender el estadio al Milan y al Inter, el exalcalde de la ciudad Luigi Corbani —activista de uno de los comités ciudadanos más activos en la cuestión— escribió una nota muy dura:

Hoy habrá alguien en las Islas Caimán, en Holanda, en Luxemburgo, en las Islas del Canal, en Delaware, en California, en Canadá o en algún otro lugar del mundo brindando por el voto del Concejo Municipal de Milán. Un regalo así solo podía hacerlo Sala, para quien la política no puede dictar reglas y hay que hacer lo que quieren los privados. Por una operación equivocada desde todos los puntos de vista —urbanístico, económico, patrimonial— el PD [Partido Democrático] se puso al servicio de Sala y de los fondos especulativos a los que no les interesa nada del estadio ni de los equipos. A estos fondos solo les interesan las ganancias que pueden obtener del regalo de Sala: una gigantesca zona de Milán con premios volumétricos incluidos. Por los negocios que Sala quería, en urbanismo como en San Siro, el PD sacrificó muchos apoyos. Una obra maestra.

Del Milán emerge claramente el mensaje de que el futbol se está transformando: los clubes hoy son grandes empresas más interesadas en la propiedad inmobiliaria y la especulación sobre los jugadores jóvenes que en levantar trofeos. Y así como cambia el futbol, la política también muestra —con cada vez menos reservas— su sometimiento al capital y a los intereses del más fuerte.

En Milán, poco a poco, los polos científicos y sanitarios se han trasladado a los márgenes de la ciudad y la provincia. Sin embargo, para la administración de Sala y el Partido Democrático no era aceptable que el Milan y el Inter construyeran su estadio en otro lugar, sin comprar y demoler el histórico estadio público de San Siro.

El mantra fue ese, y ahora no solo la ciudad pierde un gran estadio de propiedad colectiva, sino también uno de sus principales espacios de cultura y música, donde se celebraron aquellos conciertos que alimentaron el mito del Giuseppe Meazza con Springsteen y los Rolling Stones, así como la última presentación de Bob Marley, y cientos de otros que encantaron a Milán.

Hoy el futbol tiene poco que ver con el partido. El Milan y el Inter borran recuerdos y piensan en transformar una enorme parte de la ciudad.

San Siro es un barrio particular, la puerta de entrada a la ciudad desde el norte. La autopista A8 hacia Varese llega a los bordes del barrio, desde donde este se desarrolla. Un cruce constante entre riqueza y pobreza, viviendas populares y mercados barriales que conviven a pocos metros con casas y edificios privados.

La población mestiza es el corazón del barrio, donde también hay dos espacios sociales ocupados: el Cantiere y el Spazio di Mutuo Soccorso. Es un barrio delicado, complejo, lleno de contradicciones, vida y creatividad.

En este crisol de encuentros se ha desarrollado uno de los comités más fuertes de la ciudad, que reivindica el derecho a la vivienda; aquí tiene su sede el CGIL de barrio activo y presente, y por estas calles surgieron trappers como Rondodasosa y el colectivo Seven Zoo.

Todo esto corre el riesgo de desaparecer porque en Milán desde 2019, con una simple autodeterminación, se puede construir un rascacielos donde antes había un garage, ¿qué pasará con las obras del nuevo estadio?

Los sueños de los grandes inversionistas inmobiliarios en Milán muestran que a lo largo de via Piccolomini, via Rospigliosi y Piazzale dello Sport surgirá un nuevo barrio gracias al gigante Hines, que liderará el proyecto Ex Trotto Milano: aproximadamente 130 000 m² destinados a vivienda social, espacios para artesanía, mercados de kilómetro cero y servicios de barrio, un proyecto más que invierte en el mismo barrio a unos metros del estadio. Dos proyectos turbo-capitalistas que se disfrazan con un aire de social washing.

Los residentes históricos del barrio fruncen el ceño: aumentará el tráfico, se destruirá otra parte del barrio, subirán los precios, cambiarán los equilibrios. No protestan porque esperan beneficiarse y que sea real la promesa de más áreas verdes, más conexión con la ciudad y más recursos destinados a la vivienda joven y la vida comunitaria.

“Aquí no se borra solo un edificio, se borra una historia social compleja y aún viva”, declaró Lucia Tozzi en Napoli Monitor, subrayando cómo San Siro representa un laboratorio urbano en equilibrio entre marginalidad y resistencia.

Los habitantes temen que a lo que llaman “regeneración” sea en realidad la clásica operación de expulsión silenciosa. El aumento de los valores inmobiliarios, el cambio de funciones urbanas y la presión turística podrían romper el tejido popular que otorga identidad al barrio.

No es casualidad que el Municipio 7 haya solicitado que parte de los aportes de urbanización se destinen al mantenimiento de viviendas populares y a los espacios sociales del barrio para evitar que el “nuevo San Siro” se convierta en otro símbolo de una ciudad que se renueva borrando a sus habitantes históricos.

Los recuerdos de noches cantando y de grandes partidos quedarán en la memoria de quienes los vivieron. Milán perderá un símbolo y, cambiando a la velocidad de los intereses económicos, corre el riesgo de perder su alma.

Derribar San Siro —dejarlo en manos del Milan y el Inter— significa empujar aún más la ciudad hacia quienes pueden permitírsela, hacia quienes solo la viven durante los 90 minutos de un gran partido o durante la semana de la moda.

La ciudad de Milán pierde más que un estadio…; se pierde a sí misma.

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