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Detrás del técnico del PSG existe un pasado de triunfos y amargas pérdidas; mientras que el estratega del Inter de Milán aspira a regresar la gloria europea al futbol italiano.
Olor a cerveza y trenes puntuales para llegar a Múnich. Una vez más la Final de la UEFA Champions League se juega en Alemania. El proyecto millonario de París Saint Germain lo vuelve a intentar de la mano de Luis Enrique, un destacado entrenador que como jugador celebraba los goles con furia. Es una personalidad definida por el afán de competir. Hace 10 años, en Berlín, fui testigo de cómo Luis Enrique marcaba un hito al ganar este campeonato, en su primera temporada como director técnico del Barcelona, ante un rival también italiano, la Juventus.
Más allá de tratarse de la quinta final de Champions a la cual asistí como periodista —en ese momento de Azteca Deportes—, fue el pretexto ideal para reunirme con viejos conocidos para disfrutar a un Barcelona que dominaba el futbol mundial de la mano de Lionel Messi, Neymar y Luis Suárez. Fue la última temporada donde Xavi e Iniesta jugaron juntos. Por ello valía la pena encontrarme con mi mejor amigo de la prepa, quien entonces radicaba en Múnich y había viajado a Berlín.
El mundo cambió mucho desde el lejano 2015. Ese Barcelona encantaba y evocaba al de sus mejores días, aquellos con Pep Guardiola. Como nuevo estratega del plantel, Luis Enrique entraba al círculo de los técnicos más cotizados del orbe. “Dijeron que ese Barcelona ganaba con cualquier técnico… La realidad ahí está”, señaló Luis Enrique a su salida del equipo catalán y desde 2015 los blaugranas no han vuelto a ganar la Champions.
A esa final llegué dos días antes, el jueves 4 de junio de 2015. Regresaba a Berlín nueve años después de aquel inolvidable mundial de 2006. Para mí, para mis amigos y para parte de una generación, Alemania se convirtió en un sinónimo de futbol y cerveza, fiesta en su totalidad. Ahora que lo pienso ha sido cíclico, ya en 1974 hubo toda una generación en México y en el mundo que se enamoró del futbol de Johan Cruyff, del futbol alemán, de la cerveza y lo atraído por ese cúmulo de emociones. La fiesta del futbol. La carne asada o el bratwurst bávaro.
Todo esto viene a cuento porque se convirtió en algo muy especial ese regreso a las calles de una ciudad que estuvo dividida por el comunismo y el capitalismo; pero que al mismo tiempo vive la pasión por este deporte de una manera muy intensa: barriles de cerveza, cánticos y bufandas alusivas por doquier. Incluso me crucé con un oficial que bebía en un vagón del metro, como quien sale de la oficina y se abre un refresco entre las calles de Copilco y Viveros, en la Ciudad de México. “Si eso se hiciera en México, la libertad de tomar cerveza en la calle, habría caos. ¡Habría muertos!”, dijo Jesús Zendejas, uno de mis amigos. Como reportero acudí a la sede de Prensa en el Estadio Olímpico de Berlín para acreditarme a la esperada final en la que el Barcelona borraría a la Juventus con una goleada de 3 a 1 que consagraría a Luis Enrique como estratega.
Fuera de la cancha, frente a las cámaras y micrófonos de la prensa, Luis Enrique es frontal. Cuando fue jugador se enganchó con los reporteros sin importar que la entrevista fuera transmitida en directo. Sus ruedas de prensa eran ásperas: “Si me reducen un 25% o un 50%, y no hablo con la prensa, lo firmo”, ha dicho con sarcasmo.
Con el éxito catalán vino el llamado a dirigir la selección de España en 2018 y allí recibió mucha mierda de parte de aquella prensa que ya lo hostigaba desde sus días como jugador del Real Madrid. Provocador, los enfrentaba. Todo cambió el 25 de marzo de 2019 cuando la esposa de Luis Enrique lo llamó para advertirle de la salud de Xana, su hija de 9 años, mientras él estaba concentrado en Malta. Entonces renunció a su puesto para regresar a Barcelona y no volvió a separarse de la pequeña hasta su muerte el 29 de agosto. El osteosarcoma o cáncer de huesos la consumió en cuestión de meses —acabo de convertirme en padre el año pasado, y ni con ello podría describir su pena—. Perder a una hija puede desmoronar a cualquiera; sin embargo, en Luis Enrique habita una templanza descomunal. La familia del técnico estaba integrada por su esposa Elena Cullell y sus hijos Pacho, Xana y Sira. Tras la pérdida, crearon la Fundación Xana con el objetivo de acompañar a niños y jóvenes afectados por enfermedades oncológicas, así como a sus familias.

La esperada revancha
El trato con la prensa española fue otro, de reconocimiento, cuando la federación de futbol de su país lo invitó a regresar a su puesto de trabajo. Luis Enrique dirigió a España en el mundial de Qatar 2022 y dejó el cargo luego de caer eliminados por Marruecos en octavos de final. En julio de 2023 inició su recorrido con el PSG, el equipo francés propiedad del empresario catarí Nasser Al-Khelaifi que ha derrochado carretadas de dinero en estrellas mundiales sin alcanzar su máximo objetivo: La Orejona. A diferencia de lo sucedido 10 años atrás, con un Barcelona plagado de estrellas, Luis Enrique hizo lo que no se atrevieron sus antecesores: borró a varios “intocables” del plantel parisino, incluido Kylian Mbappé. De nuevo, la prensa lanzaba malos augurios con un rotundo fracaso del club. Luis Enrique y su fórmula tienen al PSG en la final.
Desde la llegada del Fondo Soberano de Inversión de Qatar, en 2012, el cuadro francés ha desembolsado más de 1 500 millones de euros para conquistar la Champions. En 2020 se quedaron en la orilla al perder la final ante el Bayern Múnich. Siempre protagonistas, nunca favoritos. Ni Messi o Neymar, mucho menos Ángel Di María o Mbappé, Adrien Rabiot o Marco Verrati, Sergio Ramos o Zlatan Ibrahimovic, ninguno marcó la diferencia durante 13 años.
La apuesta de Luis Enrique es la antítesis de todo lo que el dinero pueda comprar: juego de conjunto por encima de figuras rutilantes. El estratega sacudió el árbol y hace un año la última manzana en irse fue el prodigio francés, campeón del mundo con tan solo 19 años, un héroe y leyenda vigente de la afición. Mbappé hoy juega para un Real Madrid que le prometió la Champions y se quedó en nadaplete. Mientras tanto el PSG le abrió las puertas a figuras en apariencia acabadas como Khvicha Kvaratskhelia y Ousmane Dembelé; el talento local de Bradley Barcola combinado con la experiencia de Hakimi (ex del Real Madrid) y el brasileño Marquinos. Gianluigi Donnarumma, vapuleado por la prensa, hoy es una muralla en la portería. Con el sello de Luis Enrique, hemos dejado de criticar al PSG por su derroche monetario para concentrarnos en un equipo compacto, técnico, avasallador en velocidad y con la iniciativa de tener el balón.
Te recomendamos leer: El fascismo en el futbol y en la grada.
Inzaghi, catenaccio puro y duro
Igual que en 2015 el rival es italiano, pero ahora no es la Juventus de Andrea Pirlo y Gianluigi Buffon, sino el Inter de Milán dirigido por Simone Inzaghi. Un equipo que hace dos años sucumbió ante uno de los mejores cuadros de Pep Guardiola: el Manchester City de Erling Haaland, Kevin De Bruyne, Jack Grealish y compañía.
El Inter es un equipo sólido y con dos finales de Champions en tres años demuestran su nivel, su equilibrio y su tenacidad deportiva. Resulta curioso que a la competencia por La Orejona se den cita dos equipos sin figuras de primer orden dentro de la élite mundial. Es una transición inevitable que le dice adiós a la era de los inconmensurables Cristiano Ronaldo y Messi. Si bien el cuadro italiano cuenta con un campeón del mundo en Lautaro Martínez o lo que apunta a ser una revancha futbolística en el menospreciado portero suizo Yann Sommer —jugador clave en las semifinales ante Barcelona—, sus otras figuras son el turco Hakan Çalhanoğlu (Shalanoglu) y Federico Dimarco.
La escuadra, muy a la italiana, se hizo fuerte con un esquema de jugadores de experiencia, y otros aguerridos en demasía; uno insospechado es el armenio Henrij Mjitarián, quien le disputaba la posición de delantero a Javier “Chicharito” Hernández en el Manchester United —¡hace más de 10 años!—, y que lejos de pensar en el retiro a los 36 años, ahora brinda seguridad y movilidad al Inter en el medio campo. En el esquema de tres centrales utilizado por Simone Inzaghi, otro veterano de 37 años se encargó de hostigar y marcar un gol clave al Barcelona: el defensa Francesco Acerbi picó piedra desde la cuarta división hasta ser convocado por la selección italiana, donde fue campeón de la Eurocopa 2020. Este es el Inter de Milán, catenaccio puro y duro. Es claro que Inzaghi no es el favorito, y quizá esa sea su mayor ventaja.
Simone, como su hermano mayor Filippo, fue un delantero de calidad. Brilló en la Lazio y llegó a la selección de Italia; sin embargo, las constantes lesiones no lo dejaron figurar más. Como entrenador Simone se formó en la Lazio, y en abril de 2016 subió al primer equipo como técnico interino; a las pocas semanas fue ratificado por el club romano. En un lustro dejó tres títulos de copa en las vitrinas laziales, un subcampeonato y clasificaciones a la Champions. El excelente desempeño de Inzaghi llamó la atención del Inter que lo fichó en 2021 por dos años. A pesar de la derrota en la Champions de 2023, el club le extendió su contrato hasta 2025. Más allá del resultado en Múnich, el 31 de mayo, luce difícil que la escuadra nerazzurra se niegue a ratificarlo o quizá algún otro equipo grande de Europa ya está interesado en Inzaghi.
“Volverá, es un entrenador increíble”, profetizó Guardiola en 2023 y dos años después se cumple que Inzaghi ha sido mejor entrenador que jugador. A diferencia del trato que la prensa le ha dado a Luis Enrique, en Italia el estratega del Inter es cobijado con elogios y reconocimiento. Con un promedio de 65.7% de victorias y 2.17 puntos por encuentro, ha conseguido las mejores estadísticas en los 117 años de historia del Internazionale de Milano.

Final de cábalas y promesas
Aunque futbolísticamente el PSG luce superior a los de Milán, en el estadio también juegan las cábalas: se dice que cuando una final se juega en Múnich, siempre se corona a un equipo que nunca ha ganado la Champions. De ahí que quizá los de París alcancen la gloria por primera vez; sin embargo, el Inter es un histórico de la Copa de Europa y con este podría sumar el cuarto campeonato.
Ambos entrenadores hicieron una promesa o tienen un deseo familiar. Simone Inzaghi le prometió a su padre, Giancarlo Inzaghi, que regresaría a casa con La Orejona; por ello no desea romper su propia cábala y evitará viajar a Múnich para ver la final en un palco: “No puedo abandonar mi sofá de la suerte en San Nicolo. Las persianas abajo, el whisky, cigarros, y la oportunidad de gritar a todo pulmón. Siempre veo los partidos solo”, declaró Giancarlo para el diario italiano la Repubblica.
Al otro lado reside la memoria de Xana en Luis Enrique. En incontables ocasiones ha agradecido tener los recursos para dejar de trabajar y dedicarse cien por ciento a su hija en los últimos meses de vida. Un lujo del que gozan muy pocos, por esta razón el entrenador no escatima en apoyar a familias de pacientes que carecen de esos recursos. “Nosotros pensamos vivir esto con naturalidad. No tenemos físicamente a nuestra hija, pero la tenemos presente cada día”, declaró Luis Enrique años después.
En rueda de prensa previa al encuentro entre el PSG y el Lens, en enero de 2025, Luis Enrique señaló: “Tengo un recuerdo increíble porque a mi hija le gustaban mucho las fiestas, y estoy seguro de que donde está sigue haciendo fiestas. Y recuerdo una foto que tengo, increíble, con ella en la final de la Champions en Berlín, después de ganar la Champions, clavando una bandera del Futbol Club Barcelona en el campo”. Una y otra vez, en cada conferencia, cuando algún reportero le preguntó su motivación para enfrentar los retos de la Champions, volvía el recuerdo de Xana como una certeza: “Tengo el deseo de poder hacer lo mismo para el Paris Saint Germain, no estará mi hija físicamente, pero estará espiritualmente”.
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Un cabezazo de Drogba silenció el Allianz Arena en 2012, durante la final de la Champions, y dejó sin fiesta a la ciudad bávara. Bayern Múnich era el local y favorito por lo que se había prometido cerveza gratis hasta extinguir cientos de barriles en la Marienplatz. No sucedió.
Mi amigo Jesús Zendejas aún reside en Múnich, es un mexicano que en 2009 se fue a estudiar su doctorado en Astronomía y ya no volvió. Tiene pasaporte alemán y pronto será papá. La cerveza y el futbol champagne regresan. Él no duda en que disfrutará un mass de cerveza de trigo en el Olympia Park. “Habrá fiestas desde días antes y que gane el mejor”, me dice. No hay equipos alemanes involucrados y la ciudad será neutral.
En Italia, el equipo de Simone Inzaghi cedió el título de la liga y el Napoli de Antonio Conte se quedó con el Scudetto. Los fantasmas del 2023 se asoman nuevamente. En Francia, se vislumbra un histórico triplete para el PSG de Luis Enrique que ganó la Ligue 1. ¿La calidad defensiva del equipo italiano podrá con la velocidad y el hambre de victoria del equipo francés? El PSG eliminó a tres equipos ingleses: al poderoso y favorito Liverpool en octavos; al Aston Villa en cuartos, y al Arsenal en semifinales. El Inter dejó en el caminó a nada más y nada menos que al Barcelona, al Bayern Múnich y al Leverkusen de Xavi Alonso.
La cerveza correrá. Los trenes de Milán y de París llegarán puntuales a la Estación Central de Múnich. Una promesa será cumplida.
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Detrás del técnico del PSG existe un pasado de triunfos y amargas pérdidas; mientras que el estratega del Inter de Milán aspira a regresar la gloria europea al futbol italiano.
Olor a cerveza y trenes puntuales para llegar a Múnich. Una vez más la Final de la UEFA Champions League se juega en Alemania. El proyecto millonario de París Saint Germain lo vuelve a intentar de la mano de Luis Enrique, un destacado entrenador que como jugador celebraba los goles con furia. Es una personalidad definida por el afán de competir. Hace 10 años, en Berlín, fui testigo de cómo Luis Enrique marcaba un hito al ganar este campeonato, en su primera temporada como director técnico del Barcelona, ante un rival también italiano, la Juventus.
Más allá de tratarse de la quinta final de Champions a la cual asistí como periodista —en ese momento de Azteca Deportes—, fue el pretexto ideal para reunirme con viejos conocidos para disfrutar a un Barcelona que dominaba el futbol mundial de la mano de Lionel Messi, Neymar y Luis Suárez. Fue la última temporada donde Xavi e Iniesta jugaron juntos. Por ello valía la pena encontrarme con mi mejor amigo de la prepa, quien entonces radicaba en Múnich y había viajado a Berlín.
El mundo cambió mucho desde el lejano 2015. Ese Barcelona encantaba y evocaba al de sus mejores días, aquellos con Pep Guardiola. Como nuevo estratega del plantel, Luis Enrique entraba al círculo de los técnicos más cotizados del orbe. “Dijeron que ese Barcelona ganaba con cualquier técnico… La realidad ahí está”, señaló Luis Enrique a su salida del equipo catalán y desde 2015 los blaugranas no han vuelto a ganar la Champions.
A esa final llegué dos días antes, el jueves 4 de junio de 2015. Regresaba a Berlín nueve años después de aquel inolvidable mundial de 2006. Para mí, para mis amigos y para parte de una generación, Alemania se convirtió en un sinónimo de futbol y cerveza, fiesta en su totalidad. Ahora que lo pienso ha sido cíclico, ya en 1974 hubo toda una generación en México y en el mundo que se enamoró del futbol de Johan Cruyff, del futbol alemán, de la cerveza y lo atraído por ese cúmulo de emociones. La fiesta del futbol. La carne asada o el bratwurst bávaro.
Todo esto viene a cuento porque se convirtió en algo muy especial ese regreso a las calles de una ciudad que estuvo dividida por el comunismo y el capitalismo; pero que al mismo tiempo vive la pasión por este deporte de una manera muy intensa: barriles de cerveza, cánticos y bufandas alusivas por doquier. Incluso me crucé con un oficial que bebía en un vagón del metro, como quien sale de la oficina y se abre un refresco entre las calles de Copilco y Viveros, en la Ciudad de México. “Si eso se hiciera en México, la libertad de tomar cerveza en la calle, habría caos. ¡Habría muertos!”, dijo Jesús Zendejas, uno de mis amigos. Como reportero acudí a la sede de Prensa en el Estadio Olímpico de Berlín para acreditarme a la esperada final en la que el Barcelona borraría a la Juventus con una goleada de 3 a 1 que consagraría a Luis Enrique como estratega.
Fuera de la cancha, frente a las cámaras y micrófonos de la prensa, Luis Enrique es frontal. Cuando fue jugador se enganchó con los reporteros sin importar que la entrevista fuera transmitida en directo. Sus ruedas de prensa eran ásperas: “Si me reducen un 25% o un 50%, y no hablo con la prensa, lo firmo”, ha dicho con sarcasmo.
Con el éxito catalán vino el llamado a dirigir la selección de España en 2018 y allí recibió mucha mierda de parte de aquella prensa que ya lo hostigaba desde sus días como jugador del Real Madrid. Provocador, los enfrentaba. Todo cambió el 25 de marzo de 2019 cuando la esposa de Luis Enrique lo llamó para advertirle de la salud de Xana, su hija de 9 años, mientras él estaba concentrado en Malta. Entonces renunció a su puesto para regresar a Barcelona y no volvió a separarse de la pequeña hasta su muerte el 29 de agosto. El osteosarcoma o cáncer de huesos la consumió en cuestión de meses —acabo de convertirme en padre el año pasado, y ni con ello podría describir su pena—. Perder a una hija puede desmoronar a cualquiera; sin embargo, en Luis Enrique habita una templanza descomunal. La familia del técnico estaba integrada por su esposa Elena Cullell y sus hijos Pacho, Xana y Sira. Tras la pérdida, crearon la Fundación Xana con el objetivo de acompañar a niños y jóvenes afectados por enfermedades oncológicas, así como a sus familias.

La esperada revancha
El trato con la prensa española fue otro, de reconocimiento, cuando la federación de futbol de su país lo invitó a regresar a su puesto de trabajo. Luis Enrique dirigió a España en el mundial de Qatar 2022 y dejó el cargo luego de caer eliminados por Marruecos en octavos de final. En julio de 2023 inició su recorrido con el PSG, el equipo francés propiedad del empresario catarí Nasser Al-Khelaifi que ha derrochado carretadas de dinero en estrellas mundiales sin alcanzar su máximo objetivo: La Orejona. A diferencia de lo sucedido 10 años atrás, con un Barcelona plagado de estrellas, Luis Enrique hizo lo que no se atrevieron sus antecesores: borró a varios “intocables” del plantel parisino, incluido Kylian Mbappé. De nuevo, la prensa lanzaba malos augurios con un rotundo fracaso del club. Luis Enrique y su fórmula tienen al PSG en la final.
Desde la llegada del Fondo Soberano de Inversión de Qatar, en 2012, el cuadro francés ha desembolsado más de 1 500 millones de euros para conquistar la Champions. En 2020 se quedaron en la orilla al perder la final ante el Bayern Múnich. Siempre protagonistas, nunca favoritos. Ni Messi o Neymar, mucho menos Ángel Di María o Mbappé, Adrien Rabiot o Marco Verrati, Sergio Ramos o Zlatan Ibrahimovic, ninguno marcó la diferencia durante 13 años.
La apuesta de Luis Enrique es la antítesis de todo lo que el dinero pueda comprar: juego de conjunto por encima de figuras rutilantes. El estratega sacudió el árbol y hace un año la última manzana en irse fue el prodigio francés, campeón del mundo con tan solo 19 años, un héroe y leyenda vigente de la afición. Mbappé hoy juega para un Real Madrid que le prometió la Champions y se quedó en nadaplete. Mientras tanto el PSG le abrió las puertas a figuras en apariencia acabadas como Khvicha Kvaratskhelia y Ousmane Dembelé; el talento local de Bradley Barcola combinado con la experiencia de Hakimi (ex del Real Madrid) y el brasileño Marquinos. Gianluigi Donnarumma, vapuleado por la prensa, hoy es una muralla en la portería. Con el sello de Luis Enrique, hemos dejado de criticar al PSG por su derroche monetario para concentrarnos en un equipo compacto, técnico, avasallador en velocidad y con la iniciativa de tener el balón.
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Inzaghi, catenaccio puro y duro
Igual que en 2015 el rival es italiano, pero ahora no es la Juventus de Andrea Pirlo y Gianluigi Buffon, sino el Inter de Milán dirigido por Simone Inzaghi. Un equipo que hace dos años sucumbió ante uno de los mejores cuadros de Pep Guardiola: el Manchester City de Erling Haaland, Kevin De Bruyne, Jack Grealish y compañía.
El Inter es un equipo sólido y con dos finales de Champions en tres años demuestran su nivel, su equilibrio y su tenacidad deportiva. Resulta curioso que a la competencia por La Orejona se den cita dos equipos sin figuras de primer orden dentro de la élite mundial. Es una transición inevitable que le dice adiós a la era de los inconmensurables Cristiano Ronaldo y Messi. Si bien el cuadro italiano cuenta con un campeón del mundo en Lautaro Martínez o lo que apunta a ser una revancha futbolística en el menospreciado portero suizo Yann Sommer —jugador clave en las semifinales ante Barcelona—, sus otras figuras son el turco Hakan Çalhanoğlu (Shalanoglu) y Federico Dimarco.
La escuadra, muy a la italiana, se hizo fuerte con un esquema de jugadores de experiencia, y otros aguerridos en demasía; uno insospechado es el armenio Henrij Mjitarián, quien le disputaba la posición de delantero a Javier “Chicharito” Hernández en el Manchester United —¡hace más de 10 años!—, y que lejos de pensar en el retiro a los 36 años, ahora brinda seguridad y movilidad al Inter en el medio campo. En el esquema de tres centrales utilizado por Simone Inzaghi, otro veterano de 37 años se encargó de hostigar y marcar un gol clave al Barcelona: el defensa Francesco Acerbi picó piedra desde la cuarta división hasta ser convocado por la selección italiana, donde fue campeón de la Eurocopa 2020. Este es el Inter de Milán, catenaccio puro y duro. Es claro que Inzaghi no es el favorito, y quizá esa sea su mayor ventaja.
Simone, como su hermano mayor Filippo, fue un delantero de calidad. Brilló en la Lazio y llegó a la selección de Italia; sin embargo, las constantes lesiones no lo dejaron figurar más. Como entrenador Simone se formó en la Lazio, y en abril de 2016 subió al primer equipo como técnico interino; a las pocas semanas fue ratificado por el club romano. En un lustro dejó tres títulos de copa en las vitrinas laziales, un subcampeonato y clasificaciones a la Champions. El excelente desempeño de Inzaghi llamó la atención del Inter que lo fichó en 2021 por dos años. A pesar de la derrota en la Champions de 2023, el club le extendió su contrato hasta 2025. Más allá del resultado en Múnich, el 31 de mayo, luce difícil que la escuadra nerazzurra se niegue a ratificarlo o quizá algún otro equipo grande de Europa ya está interesado en Inzaghi.
“Volverá, es un entrenador increíble”, profetizó Guardiola en 2023 y dos años después se cumple que Inzaghi ha sido mejor entrenador que jugador. A diferencia del trato que la prensa le ha dado a Luis Enrique, en Italia el estratega del Inter es cobijado con elogios y reconocimiento. Con un promedio de 65.7% de victorias y 2.17 puntos por encuentro, ha conseguido las mejores estadísticas en los 117 años de historia del Internazionale de Milano.

Final de cábalas y promesas
Aunque futbolísticamente el PSG luce superior a los de Milán, en el estadio también juegan las cábalas: se dice que cuando una final se juega en Múnich, siempre se corona a un equipo que nunca ha ganado la Champions. De ahí que quizá los de París alcancen la gloria por primera vez; sin embargo, el Inter es un histórico de la Copa de Europa y con este podría sumar el cuarto campeonato.
Ambos entrenadores hicieron una promesa o tienen un deseo familiar. Simone Inzaghi le prometió a su padre, Giancarlo Inzaghi, que regresaría a casa con La Orejona; por ello no desea romper su propia cábala y evitará viajar a Múnich para ver la final en un palco: “No puedo abandonar mi sofá de la suerte en San Nicolo. Las persianas abajo, el whisky, cigarros, y la oportunidad de gritar a todo pulmón. Siempre veo los partidos solo”, declaró Giancarlo para el diario italiano la Repubblica.
Al otro lado reside la memoria de Xana en Luis Enrique. En incontables ocasiones ha agradecido tener los recursos para dejar de trabajar y dedicarse cien por ciento a su hija en los últimos meses de vida. Un lujo del que gozan muy pocos, por esta razón el entrenador no escatima en apoyar a familias de pacientes que carecen de esos recursos. “Nosotros pensamos vivir esto con naturalidad. No tenemos físicamente a nuestra hija, pero la tenemos presente cada día”, declaró Luis Enrique años después.
En rueda de prensa previa al encuentro entre el PSG y el Lens, en enero de 2025, Luis Enrique señaló: “Tengo un recuerdo increíble porque a mi hija le gustaban mucho las fiestas, y estoy seguro de que donde está sigue haciendo fiestas. Y recuerdo una foto que tengo, increíble, con ella en la final de la Champions en Berlín, después de ganar la Champions, clavando una bandera del Futbol Club Barcelona en el campo”. Una y otra vez, en cada conferencia, cuando algún reportero le preguntó su motivación para enfrentar los retos de la Champions, volvía el recuerdo de Xana como una certeza: “Tengo el deseo de poder hacer lo mismo para el Paris Saint Germain, no estará mi hija físicamente, pero estará espiritualmente”.
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Un cabezazo de Drogba silenció el Allianz Arena en 2012, durante la final de la Champions, y dejó sin fiesta a la ciudad bávara. Bayern Múnich era el local y favorito por lo que se había prometido cerveza gratis hasta extinguir cientos de barriles en la Marienplatz. No sucedió.
Mi amigo Jesús Zendejas aún reside en Múnich, es un mexicano que en 2009 se fue a estudiar su doctorado en Astronomía y ya no volvió. Tiene pasaporte alemán y pronto será papá. La cerveza y el futbol champagne regresan. Él no duda en que disfrutará un mass de cerveza de trigo en el Olympia Park. “Habrá fiestas desde días antes y que gane el mejor”, me dice. No hay equipos alemanes involucrados y la ciudad será neutral.
En Italia, el equipo de Simone Inzaghi cedió el título de la liga y el Napoli de Antonio Conte se quedó con el Scudetto. Los fantasmas del 2023 se asoman nuevamente. En Francia, se vislumbra un histórico triplete para el PSG de Luis Enrique que ganó la Ligue 1. ¿La calidad defensiva del equipo italiano podrá con la velocidad y el hambre de victoria del equipo francés? El PSG eliminó a tres equipos ingleses: al poderoso y favorito Liverpool en octavos; al Aston Villa en cuartos, y al Arsenal en semifinales. El Inter dejó en el caminó a nada más y nada menos que al Barcelona, al Bayern Múnich y al Leverkusen de Xavi Alonso.
La cerveza correrá. Los trenes de Milán y de París llegarán puntuales a la Estación Central de Múnich. Una promesa será cumplida.
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Detrás del técnico del PSG existe un pasado de triunfos y amargas pérdidas; mientras que el estratega del Inter de Milán aspira a regresar la gloria europea al futbol italiano.
Olor a cerveza y trenes puntuales para llegar a Múnich. Una vez más la Final de la UEFA Champions League se juega en Alemania. El proyecto millonario de París Saint Germain lo vuelve a intentar de la mano de Luis Enrique, un destacado entrenador que como jugador celebraba los goles con furia. Es una personalidad definida por el afán de competir. Hace 10 años, en Berlín, fui testigo de cómo Luis Enrique marcaba un hito al ganar este campeonato, en su primera temporada como director técnico del Barcelona, ante un rival también italiano, la Juventus.
Más allá de tratarse de la quinta final de Champions a la cual asistí como periodista —en ese momento de Azteca Deportes—, fue el pretexto ideal para reunirme con viejos conocidos para disfrutar a un Barcelona que dominaba el futbol mundial de la mano de Lionel Messi, Neymar y Luis Suárez. Fue la última temporada donde Xavi e Iniesta jugaron juntos. Por ello valía la pena encontrarme con mi mejor amigo de la prepa, quien entonces radicaba en Múnich y había viajado a Berlín.
El mundo cambió mucho desde el lejano 2015. Ese Barcelona encantaba y evocaba al de sus mejores días, aquellos con Pep Guardiola. Como nuevo estratega del plantel, Luis Enrique entraba al círculo de los técnicos más cotizados del orbe. “Dijeron que ese Barcelona ganaba con cualquier técnico… La realidad ahí está”, señaló Luis Enrique a su salida del equipo catalán y desde 2015 los blaugranas no han vuelto a ganar la Champions.
A esa final llegué dos días antes, el jueves 4 de junio de 2015. Regresaba a Berlín nueve años después de aquel inolvidable mundial de 2006. Para mí, para mis amigos y para parte de una generación, Alemania se convirtió en un sinónimo de futbol y cerveza, fiesta en su totalidad. Ahora que lo pienso ha sido cíclico, ya en 1974 hubo toda una generación en México y en el mundo que se enamoró del futbol de Johan Cruyff, del futbol alemán, de la cerveza y lo atraído por ese cúmulo de emociones. La fiesta del futbol. La carne asada o el bratwurst bávaro.
Todo esto viene a cuento porque se convirtió en algo muy especial ese regreso a las calles de una ciudad que estuvo dividida por el comunismo y el capitalismo; pero que al mismo tiempo vive la pasión por este deporte de una manera muy intensa: barriles de cerveza, cánticos y bufandas alusivas por doquier. Incluso me crucé con un oficial que bebía en un vagón del metro, como quien sale de la oficina y se abre un refresco entre las calles de Copilco y Viveros, en la Ciudad de México. “Si eso se hiciera en México, la libertad de tomar cerveza en la calle, habría caos. ¡Habría muertos!”, dijo Jesús Zendejas, uno de mis amigos. Como reportero acudí a la sede de Prensa en el Estadio Olímpico de Berlín para acreditarme a la esperada final en la que el Barcelona borraría a la Juventus con una goleada de 3 a 1 que consagraría a Luis Enrique como estratega.
Fuera de la cancha, frente a las cámaras y micrófonos de la prensa, Luis Enrique es frontal. Cuando fue jugador se enganchó con los reporteros sin importar que la entrevista fuera transmitida en directo. Sus ruedas de prensa eran ásperas: “Si me reducen un 25% o un 50%, y no hablo con la prensa, lo firmo”, ha dicho con sarcasmo.
Con el éxito catalán vino el llamado a dirigir la selección de España en 2018 y allí recibió mucha mierda de parte de aquella prensa que ya lo hostigaba desde sus días como jugador del Real Madrid. Provocador, los enfrentaba. Todo cambió el 25 de marzo de 2019 cuando la esposa de Luis Enrique lo llamó para advertirle de la salud de Xana, su hija de 9 años, mientras él estaba concentrado en Malta. Entonces renunció a su puesto para regresar a Barcelona y no volvió a separarse de la pequeña hasta su muerte el 29 de agosto. El osteosarcoma o cáncer de huesos la consumió en cuestión de meses —acabo de convertirme en padre el año pasado, y ni con ello podría describir su pena—. Perder a una hija puede desmoronar a cualquiera; sin embargo, en Luis Enrique habita una templanza descomunal. La familia del técnico estaba integrada por su esposa Elena Cullell y sus hijos Pacho, Xana y Sira. Tras la pérdida, crearon la Fundación Xana con el objetivo de acompañar a niños y jóvenes afectados por enfermedades oncológicas, así como a sus familias.

La esperada revancha
El trato con la prensa española fue otro, de reconocimiento, cuando la federación de futbol de su país lo invitó a regresar a su puesto de trabajo. Luis Enrique dirigió a España en el mundial de Qatar 2022 y dejó el cargo luego de caer eliminados por Marruecos en octavos de final. En julio de 2023 inició su recorrido con el PSG, el equipo francés propiedad del empresario catarí Nasser Al-Khelaifi que ha derrochado carretadas de dinero en estrellas mundiales sin alcanzar su máximo objetivo: La Orejona. A diferencia de lo sucedido 10 años atrás, con un Barcelona plagado de estrellas, Luis Enrique hizo lo que no se atrevieron sus antecesores: borró a varios “intocables” del plantel parisino, incluido Kylian Mbappé. De nuevo, la prensa lanzaba malos augurios con un rotundo fracaso del club. Luis Enrique y su fórmula tienen al PSG en la final.
Desde la llegada del Fondo Soberano de Inversión de Qatar, en 2012, el cuadro francés ha desembolsado más de 1 500 millones de euros para conquistar la Champions. En 2020 se quedaron en la orilla al perder la final ante el Bayern Múnich. Siempre protagonistas, nunca favoritos. Ni Messi o Neymar, mucho menos Ángel Di María o Mbappé, Adrien Rabiot o Marco Verrati, Sergio Ramos o Zlatan Ibrahimovic, ninguno marcó la diferencia durante 13 años.
La apuesta de Luis Enrique es la antítesis de todo lo que el dinero pueda comprar: juego de conjunto por encima de figuras rutilantes. El estratega sacudió el árbol y hace un año la última manzana en irse fue el prodigio francés, campeón del mundo con tan solo 19 años, un héroe y leyenda vigente de la afición. Mbappé hoy juega para un Real Madrid que le prometió la Champions y se quedó en nadaplete. Mientras tanto el PSG le abrió las puertas a figuras en apariencia acabadas como Khvicha Kvaratskhelia y Ousmane Dembelé; el talento local de Bradley Barcola combinado con la experiencia de Hakimi (ex del Real Madrid) y el brasileño Marquinos. Gianluigi Donnarumma, vapuleado por la prensa, hoy es una muralla en la portería. Con el sello de Luis Enrique, hemos dejado de criticar al PSG por su derroche monetario para concentrarnos en un equipo compacto, técnico, avasallador en velocidad y con la iniciativa de tener el balón.
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Inzaghi, catenaccio puro y duro
Igual que en 2015 el rival es italiano, pero ahora no es la Juventus de Andrea Pirlo y Gianluigi Buffon, sino el Inter de Milán dirigido por Simone Inzaghi. Un equipo que hace dos años sucumbió ante uno de los mejores cuadros de Pep Guardiola: el Manchester City de Erling Haaland, Kevin De Bruyne, Jack Grealish y compañía.
El Inter es un equipo sólido y con dos finales de Champions en tres años demuestran su nivel, su equilibrio y su tenacidad deportiva. Resulta curioso que a la competencia por La Orejona se den cita dos equipos sin figuras de primer orden dentro de la élite mundial. Es una transición inevitable que le dice adiós a la era de los inconmensurables Cristiano Ronaldo y Messi. Si bien el cuadro italiano cuenta con un campeón del mundo en Lautaro Martínez o lo que apunta a ser una revancha futbolística en el menospreciado portero suizo Yann Sommer —jugador clave en las semifinales ante Barcelona—, sus otras figuras son el turco Hakan Çalhanoğlu (Shalanoglu) y Federico Dimarco.
La escuadra, muy a la italiana, se hizo fuerte con un esquema de jugadores de experiencia, y otros aguerridos en demasía; uno insospechado es el armenio Henrij Mjitarián, quien le disputaba la posición de delantero a Javier “Chicharito” Hernández en el Manchester United —¡hace más de 10 años!—, y que lejos de pensar en el retiro a los 36 años, ahora brinda seguridad y movilidad al Inter en el medio campo. En el esquema de tres centrales utilizado por Simone Inzaghi, otro veterano de 37 años se encargó de hostigar y marcar un gol clave al Barcelona: el defensa Francesco Acerbi picó piedra desde la cuarta división hasta ser convocado por la selección italiana, donde fue campeón de la Eurocopa 2020. Este es el Inter de Milán, catenaccio puro y duro. Es claro que Inzaghi no es el favorito, y quizá esa sea su mayor ventaja.
Simone, como su hermano mayor Filippo, fue un delantero de calidad. Brilló en la Lazio y llegó a la selección de Italia; sin embargo, las constantes lesiones no lo dejaron figurar más. Como entrenador Simone se formó en la Lazio, y en abril de 2016 subió al primer equipo como técnico interino; a las pocas semanas fue ratificado por el club romano. En un lustro dejó tres títulos de copa en las vitrinas laziales, un subcampeonato y clasificaciones a la Champions. El excelente desempeño de Inzaghi llamó la atención del Inter que lo fichó en 2021 por dos años. A pesar de la derrota en la Champions de 2023, el club le extendió su contrato hasta 2025. Más allá del resultado en Múnich, el 31 de mayo, luce difícil que la escuadra nerazzurra se niegue a ratificarlo o quizá algún otro equipo grande de Europa ya está interesado en Inzaghi.
“Volverá, es un entrenador increíble”, profetizó Guardiola en 2023 y dos años después se cumple que Inzaghi ha sido mejor entrenador que jugador. A diferencia del trato que la prensa le ha dado a Luis Enrique, en Italia el estratega del Inter es cobijado con elogios y reconocimiento. Con un promedio de 65.7% de victorias y 2.17 puntos por encuentro, ha conseguido las mejores estadísticas en los 117 años de historia del Internazionale de Milano.

Final de cábalas y promesas
Aunque futbolísticamente el PSG luce superior a los de Milán, en el estadio también juegan las cábalas: se dice que cuando una final se juega en Múnich, siempre se corona a un equipo que nunca ha ganado la Champions. De ahí que quizá los de París alcancen la gloria por primera vez; sin embargo, el Inter es un histórico de la Copa de Europa y con este podría sumar el cuarto campeonato.
Ambos entrenadores hicieron una promesa o tienen un deseo familiar. Simone Inzaghi le prometió a su padre, Giancarlo Inzaghi, que regresaría a casa con La Orejona; por ello no desea romper su propia cábala y evitará viajar a Múnich para ver la final en un palco: “No puedo abandonar mi sofá de la suerte en San Nicolo. Las persianas abajo, el whisky, cigarros, y la oportunidad de gritar a todo pulmón. Siempre veo los partidos solo”, declaró Giancarlo para el diario italiano la Repubblica.
Al otro lado reside la memoria de Xana en Luis Enrique. En incontables ocasiones ha agradecido tener los recursos para dejar de trabajar y dedicarse cien por ciento a su hija en los últimos meses de vida. Un lujo del que gozan muy pocos, por esta razón el entrenador no escatima en apoyar a familias de pacientes que carecen de esos recursos. “Nosotros pensamos vivir esto con naturalidad. No tenemos físicamente a nuestra hija, pero la tenemos presente cada día”, declaró Luis Enrique años después.
En rueda de prensa previa al encuentro entre el PSG y el Lens, en enero de 2025, Luis Enrique señaló: “Tengo un recuerdo increíble porque a mi hija le gustaban mucho las fiestas, y estoy seguro de que donde está sigue haciendo fiestas. Y recuerdo una foto que tengo, increíble, con ella en la final de la Champions en Berlín, después de ganar la Champions, clavando una bandera del Futbol Club Barcelona en el campo”. Una y otra vez, en cada conferencia, cuando algún reportero le preguntó su motivación para enfrentar los retos de la Champions, volvía el recuerdo de Xana como una certeza: “Tengo el deseo de poder hacer lo mismo para el Paris Saint Germain, no estará mi hija físicamente, pero estará espiritualmente”.
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Un cabezazo de Drogba silenció el Allianz Arena en 2012, durante la final de la Champions, y dejó sin fiesta a la ciudad bávara. Bayern Múnich era el local y favorito por lo que se había prometido cerveza gratis hasta extinguir cientos de barriles en la Marienplatz. No sucedió.
Mi amigo Jesús Zendejas aún reside en Múnich, es un mexicano que en 2009 se fue a estudiar su doctorado en Astronomía y ya no volvió. Tiene pasaporte alemán y pronto será papá. La cerveza y el futbol champagne regresan. Él no duda en que disfrutará un mass de cerveza de trigo en el Olympia Park. “Habrá fiestas desde días antes y que gane el mejor”, me dice. No hay equipos alemanes involucrados y la ciudad será neutral.
En Italia, el equipo de Simone Inzaghi cedió el título de la liga y el Napoli de Antonio Conte se quedó con el Scudetto. Los fantasmas del 2023 se asoman nuevamente. En Francia, se vislumbra un histórico triplete para el PSG de Luis Enrique que ganó la Ligue 1. ¿La calidad defensiva del equipo italiano podrá con la velocidad y el hambre de victoria del equipo francés? El PSG eliminó a tres equipos ingleses: al poderoso y favorito Liverpool en octavos; al Aston Villa en cuartos, y al Arsenal en semifinales. El Inter dejó en el caminó a nada más y nada menos que al Barcelona, al Bayern Múnich y al Leverkusen de Xavi Alonso.
La cerveza correrá. Los trenes de Milán y de París llegarán puntuales a la Estación Central de Múnich. Una promesa será cumplida.
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Detrás del técnico del PSG existe un pasado de triunfos y amargas pérdidas; mientras que el estratega del Inter de Milán aspira a regresar la gloria europea al futbol italiano.
Olor a cerveza y trenes puntuales para llegar a Múnich. Una vez más la Final de la UEFA Champions League se juega en Alemania. El proyecto millonario de París Saint Germain lo vuelve a intentar de la mano de Luis Enrique, un destacado entrenador que como jugador celebraba los goles con furia. Es una personalidad definida por el afán de competir. Hace 10 años, en Berlín, fui testigo de cómo Luis Enrique marcaba un hito al ganar este campeonato, en su primera temporada como director técnico del Barcelona, ante un rival también italiano, la Juventus.
Más allá de tratarse de la quinta final de Champions a la cual asistí como periodista —en ese momento de Azteca Deportes—, fue el pretexto ideal para reunirme con viejos conocidos para disfrutar a un Barcelona que dominaba el futbol mundial de la mano de Lionel Messi, Neymar y Luis Suárez. Fue la última temporada donde Xavi e Iniesta jugaron juntos. Por ello valía la pena encontrarme con mi mejor amigo de la prepa, quien entonces radicaba en Múnich y había viajado a Berlín.
El mundo cambió mucho desde el lejano 2015. Ese Barcelona encantaba y evocaba al de sus mejores días, aquellos con Pep Guardiola. Como nuevo estratega del plantel, Luis Enrique entraba al círculo de los técnicos más cotizados del orbe. “Dijeron que ese Barcelona ganaba con cualquier técnico… La realidad ahí está”, señaló Luis Enrique a su salida del equipo catalán y desde 2015 los blaugranas no han vuelto a ganar la Champions.
A esa final llegué dos días antes, el jueves 4 de junio de 2015. Regresaba a Berlín nueve años después de aquel inolvidable mundial de 2006. Para mí, para mis amigos y para parte de una generación, Alemania se convirtió en un sinónimo de futbol y cerveza, fiesta en su totalidad. Ahora que lo pienso ha sido cíclico, ya en 1974 hubo toda una generación en México y en el mundo que se enamoró del futbol de Johan Cruyff, del futbol alemán, de la cerveza y lo atraído por ese cúmulo de emociones. La fiesta del futbol. La carne asada o el bratwurst bávaro.
Todo esto viene a cuento porque se convirtió en algo muy especial ese regreso a las calles de una ciudad que estuvo dividida por el comunismo y el capitalismo; pero que al mismo tiempo vive la pasión por este deporte de una manera muy intensa: barriles de cerveza, cánticos y bufandas alusivas por doquier. Incluso me crucé con un oficial que bebía en un vagón del metro, como quien sale de la oficina y se abre un refresco entre las calles de Copilco y Viveros, en la Ciudad de México. “Si eso se hiciera en México, la libertad de tomar cerveza en la calle, habría caos. ¡Habría muertos!”, dijo Jesús Zendejas, uno de mis amigos. Como reportero acudí a la sede de Prensa en el Estadio Olímpico de Berlín para acreditarme a la esperada final en la que el Barcelona borraría a la Juventus con una goleada de 3 a 1 que consagraría a Luis Enrique como estratega.
Fuera de la cancha, frente a las cámaras y micrófonos de la prensa, Luis Enrique es frontal. Cuando fue jugador se enganchó con los reporteros sin importar que la entrevista fuera transmitida en directo. Sus ruedas de prensa eran ásperas: “Si me reducen un 25% o un 50%, y no hablo con la prensa, lo firmo”, ha dicho con sarcasmo.
Con el éxito catalán vino el llamado a dirigir la selección de España en 2018 y allí recibió mucha mierda de parte de aquella prensa que ya lo hostigaba desde sus días como jugador del Real Madrid. Provocador, los enfrentaba. Todo cambió el 25 de marzo de 2019 cuando la esposa de Luis Enrique lo llamó para advertirle de la salud de Xana, su hija de 9 años, mientras él estaba concentrado en Malta. Entonces renunció a su puesto para regresar a Barcelona y no volvió a separarse de la pequeña hasta su muerte el 29 de agosto. El osteosarcoma o cáncer de huesos la consumió en cuestión de meses —acabo de convertirme en padre el año pasado, y ni con ello podría describir su pena—. Perder a una hija puede desmoronar a cualquiera; sin embargo, en Luis Enrique habita una templanza descomunal. La familia del técnico estaba integrada por su esposa Elena Cullell y sus hijos Pacho, Xana y Sira. Tras la pérdida, crearon la Fundación Xana con el objetivo de acompañar a niños y jóvenes afectados por enfermedades oncológicas, así como a sus familias.

La esperada revancha
El trato con la prensa española fue otro, de reconocimiento, cuando la federación de futbol de su país lo invitó a regresar a su puesto de trabajo. Luis Enrique dirigió a España en el mundial de Qatar 2022 y dejó el cargo luego de caer eliminados por Marruecos en octavos de final. En julio de 2023 inició su recorrido con el PSG, el equipo francés propiedad del empresario catarí Nasser Al-Khelaifi que ha derrochado carretadas de dinero en estrellas mundiales sin alcanzar su máximo objetivo: La Orejona. A diferencia de lo sucedido 10 años atrás, con un Barcelona plagado de estrellas, Luis Enrique hizo lo que no se atrevieron sus antecesores: borró a varios “intocables” del plantel parisino, incluido Kylian Mbappé. De nuevo, la prensa lanzaba malos augurios con un rotundo fracaso del club. Luis Enrique y su fórmula tienen al PSG en la final.
Desde la llegada del Fondo Soberano de Inversión de Qatar, en 2012, el cuadro francés ha desembolsado más de 1 500 millones de euros para conquistar la Champions. En 2020 se quedaron en la orilla al perder la final ante el Bayern Múnich. Siempre protagonistas, nunca favoritos. Ni Messi o Neymar, mucho menos Ángel Di María o Mbappé, Adrien Rabiot o Marco Verrati, Sergio Ramos o Zlatan Ibrahimovic, ninguno marcó la diferencia durante 13 años.
La apuesta de Luis Enrique es la antítesis de todo lo que el dinero pueda comprar: juego de conjunto por encima de figuras rutilantes. El estratega sacudió el árbol y hace un año la última manzana en irse fue el prodigio francés, campeón del mundo con tan solo 19 años, un héroe y leyenda vigente de la afición. Mbappé hoy juega para un Real Madrid que le prometió la Champions y se quedó en nadaplete. Mientras tanto el PSG le abrió las puertas a figuras en apariencia acabadas como Khvicha Kvaratskhelia y Ousmane Dembelé; el talento local de Bradley Barcola combinado con la experiencia de Hakimi (ex del Real Madrid) y el brasileño Marquinos. Gianluigi Donnarumma, vapuleado por la prensa, hoy es una muralla en la portería. Con el sello de Luis Enrique, hemos dejado de criticar al PSG por su derroche monetario para concentrarnos en un equipo compacto, técnico, avasallador en velocidad y con la iniciativa de tener el balón.
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Inzaghi, catenaccio puro y duro
Igual que en 2015 el rival es italiano, pero ahora no es la Juventus de Andrea Pirlo y Gianluigi Buffon, sino el Inter de Milán dirigido por Simone Inzaghi. Un equipo que hace dos años sucumbió ante uno de los mejores cuadros de Pep Guardiola: el Manchester City de Erling Haaland, Kevin De Bruyne, Jack Grealish y compañía.
El Inter es un equipo sólido y con dos finales de Champions en tres años demuestran su nivel, su equilibrio y su tenacidad deportiva. Resulta curioso que a la competencia por La Orejona se den cita dos equipos sin figuras de primer orden dentro de la élite mundial. Es una transición inevitable que le dice adiós a la era de los inconmensurables Cristiano Ronaldo y Messi. Si bien el cuadro italiano cuenta con un campeón del mundo en Lautaro Martínez o lo que apunta a ser una revancha futbolística en el menospreciado portero suizo Yann Sommer —jugador clave en las semifinales ante Barcelona—, sus otras figuras son el turco Hakan Çalhanoğlu (Shalanoglu) y Federico Dimarco.
La escuadra, muy a la italiana, se hizo fuerte con un esquema de jugadores de experiencia, y otros aguerridos en demasía; uno insospechado es el armenio Henrij Mjitarián, quien le disputaba la posición de delantero a Javier “Chicharito” Hernández en el Manchester United —¡hace más de 10 años!—, y que lejos de pensar en el retiro a los 36 años, ahora brinda seguridad y movilidad al Inter en el medio campo. En el esquema de tres centrales utilizado por Simone Inzaghi, otro veterano de 37 años se encargó de hostigar y marcar un gol clave al Barcelona: el defensa Francesco Acerbi picó piedra desde la cuarta división hasta ser convocado por la selección italiana, donde fue campeón de la Eurocopa 2020. Este es el Inter de Milán, catenaccio puro y duro. Es claro que Inzaghi no es el favorito, y quizá esa sea su mayor ventaja.
Simone, como su hermano mayor Filippo, fue un delantero de calidad. Brilló en la Lazio y llegó a la selección de Italia; sin embargo, las constantes lesiones no lo dejaron figurar más. Como entrenador Simone se formó en la Lazio, y en abril de 2016 subió al primer equipo como técnico interino; a las pocas semanas fue ratificado por el club romano. En un lustro dejó tres títulos de copa en las vitrinas laziales, un subcampeonato y clasificaciones a la Champions. El excelente desempeño de Inzaghi llamó la atención del Inter que lo fichó en 2021 por dos años. A pesar de la derrota en la Champions de 2023, el club le extendió su contrato hasta 2025. Más allá del resultado en Múnich, el 31 de mayo, luce difícil que la escuadra nerazzurra se niegue a ratificarlo o quizá algún otro equipo grande de Europa ya está interesado en Inzaghi.
“Volverá, es un entrenador increíble”, profetizó Guardiola en 2023 y dos años después se cumple que Inzaghi ha sido mejor entrenador que jugador. A diferencia del trato que la prensa le ha dado a Luis Enrique, en Italia el estratega del Inter es cobijado con elogios y reconocimiento. Con un promedio de 65.7% de victorias y 2.17 puntos por encuentro, ha conseguido las mejores estadísticas en los 117 años de historia del Internazionale de Milano.

Final de cábalas y promesas
Aunque futbolísticamente el PSG luce superior a los de Milán, en el estadio también juegan las cábalas: se dice que cuando una final se juega en Múnich, siempre se corona a un equipo que nunca ha ganado la Champions. De ahí que quizá los de París alcancen la gloria por primera vez; sin embargo, el Inter es un histórico de la Copa de Europa y con este podría sumar el cuarto campeonato.
Ambos entrenadores hicieron una promesa o tienen un deseo familiar. Simone Inzaghi le prometió a su padre, Giancarlo Inzaghi, que regresaría a casa con La Orejona; por ello no desea romper su propia cábala y evitará viajar a Múnich para ver la final en un palco: “No puedo abandonar mi sofá de la suerte en San Nicolo. Las persianas abajo, el whisky, cigarros, y la oportunidad de gritar a todo pulmón. Siempre veo los partidos solo”, declaró Giancarlo para el diario italiano la Repubblica.
Al otro lado reside la memoria de Xana en Luis Enrique. En incontables ocasiones ha agradecido tener los recursos para dejar de trabajar y dedicarse cien por ciento a su hija en los últimos meses de vida. Un lujo del que gozan muy pocos, por esta razón el entrenador no escatima en apoyar a familias de pacientes que carecen de esos recursos. “Nosotros pensamos vivir esto con naturalidad. No tenemos físicamente a nuestra hija, pero la tenemos presente cada día”, declaró Luis Enrique años después.
En rueda de prensa previa al encuentro entre el PSG y el Lens, en enero de 2025, Luis Enrique señaló: “Tengo un recuerdo increíble porque a mi hija le gustaban mucho las fiestas, y estoy seguro de que donde está sigue haciendo fiestas. Y recuerdo una foto que tengo, increíble, con ella en la final de la Champions en Berlín, después de ganar la Champions, clavando una bandera del Futbol Club Barcelona en el campo”. Una y otra vez, en cada conferencia, cuando algún reportero le preguntó su motivación para enfrentar los retos de la Champions, volvía el recuerdo de Xana como una certeza: “Tengo el deseo de poder hacer lo mismo para el Paris Saint Germain, no estará mi hija físicamente, pero estará espiritualmente”.
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Un cabezazo de Drogba silenció el Allianz Arena en 2012, durante la final de la Champions, y dejó sin fiesta a la ciudad bávara. Bayern Múnich era el local y favorito por lo que se había prometido cerveza gratis hasta extinguir cientos de barriles en la Marienplatz. No sucedió.
Mi amigo Jesús Zendejas aún reside en Múnich, es un mexicano que en 2009 se fue a estudiar su doctorado en Astronomía y ya no volvió. Tiene pasaporte alemán y pronto será papá. La cerveza y el futbol champagne regresan. Él no duda en que disfrutará un mass de cerveza de trigo en el Olympia Park. “Habrá fiestas desde días antes y que gane el mejor”, me dice. No hay equipos alemanes involucrados y la ciudad será neutral.
En Italia, el equipo de Simone Inzaghi cedió el título de la liga y el Napoli de Antonio Conte se quedó con el Scudetto. Los fantasmas del 2023 se asoman nuevamente. En Francia, se vislumbra un histórico triplete para el PSG de Luis Enrique que ganó la Ligue 1. ¿La calidad defensiva del equipo italiano podrá con la velocidad y el hambre de victoria del equipo francés? El PSG eliminó a tres equipos ingleses: al poderoso y favorito Liverpool en octavos; al Aston Villa en cuartos, y al Arsenal en semifinales. El Inter dejó en el caminó a nada más y nada menos que al Barcelona, al Bayern Múnich y al Leverkusen de Xavi Alonso.
La cerveza correrá. Los trenes de Milán y de París llegarán puntuales a la Estación Central de Múnich. Una promesa será cumplida.
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Detrás del técnico del PSG existe un pasado de triunfos y amargas pérdidas; mientras que el estratega del Inter de Milán aspira a regresar la gloria europea al futbol italiano.
Olor a cerveza y trenes puntuales para llegar a Múnich. Una vez más la Final de la UEFA Champions League se juega en Alemania. El proyecto millonario de París Saint Germain lo vuelve a intentar de la mano de Luis Enrique, un destacado entrenador que como jugador celebraba los goles con furia. Es una personalidad definida por el afán de competir. Hace 10 años, en Berlín, fui testigo de cómo Luis Enrique marcaba un hito al ganar este campeonato, en su primera temporada como director técnico del Barcelona, ante un rival también italiano, la Juventus.
Más allá de tratarse de la quinta final de Champions a la cual asistí como periodista —en ese momento de Azteca Deportes—, fue el pretexto ideal para reunirme con viejos conocidos para disfrutar a un Barcelona que dominaba el futbol mundial de la mano de Lionel Messi, Neymar y Luis Suárez. Fue la última temporada donde Xavi e Iniesta jugaron juntos. Por ello valía la pena encontrarme con mi mejor amigo de la prepa, quien entonces radicaba en Múnich y había viajado a Berlín.
El mundo cambió mucho desde el lejano 2015. Ese Barcelona encantaba y evocaba al de sus mejores días, aquellos con Pep Guardiola. Como nuevo estratega del plantel, Luis Enrique entraba al círculo de los técnicos más cotizados del orbe. “Dijeron que ese Barcelona ganaba con cualquier técnico… La realidad ahí está”, señaló Luis Enrique a su salida del equipo catalán y desde 2015 los blaugranas no han vuelto a ganar la Champions.
A esa final llegué dos días antes, el jueves 4 de junio de 2015. Regresaba a Berlín nueve años después de aquel inolvidable mundial de 2006. Para mí, para mis amigos y para parte de una generación, Alemania se convirtió en un sinónimo de futbol y cerveza, fiesta en su totalidad. Ahora que lo pienso ha sido cíclico, ya en 1974 hubo toda una generación en México y en el mundo que se enamoró del futbol de Johan Cruyff, del futbol alemán, de la cerveza y lo atraído por ese cúmulo de emociones. La fiesta del futbol. La carne asada o el bratwurst bávaro.
Todo esto viene a cuento porque se convirtió en algo muy especial ese regreso a las calles de una ciudad que estuvo dividida por el comunismo y el capitalismo; pero que al mismo tiempo vive la pasión por este deporte de una manera muy intensa: barriles de cerveza, cánticos y bufandas alusivas por doquier. Incluso me crucé con un oficial que bebía en un vagón del metro, como quien sale de la oficina y se abre un refresco entre las calles de Copilco y Viveros, en la Ciudad de México. “Si eso se hiciera en México, la libertad de tomar cerveza en la calle, habría caos. ¡Habría muertos!”, dijo Jesús Zendejas, uno de mis amigos. Como reportero acudí a la sede de Prensa en el Estadio Olímpico de Berlín para acreditarme a la esperada final en la que el Barcelona borraría a la Juventus con una goleada de 3 a 1 que consagraría a Luis Enrique como estratega.
Fuera de la cancha, frente a las cámaras y micrófonos de la prensa, Luis Enrique es frontal. Cuando fue jugador se enganchó con los reporteros sin importar que la entrevista fuera transmitida en directo. Sus ruedas de prensa eran ásperas: “Si me reducen un 25% o un 50%, y no hablo con la prensa, lo firmo”, ha dicho con sarcasmo.
Con el éxito catalán vino el llamado a dirigir la selección de España en 2018 y allí recibió mucha mierda de parte de aquella prensa que ya lo hostigaba desde sus días como jugador del Real Madrid. Provocador, los enfrentaba. Todo cambió el 25 de marzo de 2019 cuando la esposa de Luis Enrique lo llamó para advertirle de la salud de Xana, su hija de 9 años, mientras él estaba concentrado en Malta. Entonces renunció a su puesto para regresar a Barcelona y no volvió a separarse de la pequeña hasta su muerte el 29 de agosto. El osteosarcoma o cáncer de huesos la consumió en cuestión de meses —acabo de convertirme en padre el año pasado, y ni con ello podría describir su pena—. Perder a una hija puede desmoronar a cualquiera; sin embargo, en Luis Enrique habita una templanza descomunal. La familia del técnico estaba integrada por su esposa Elena Cullell y sus hijos Pacho, Xana y Sira. Tras la pérdida, crearon la Fundación Xana con el objetivo de acompañar a niños y jóvenes afectados por enfermedades oncológicas, así como a sus familias.

La esperada revancha
El trato con la prensa española fue otro, de reconocimiento, cuando la federación de futbol de su país lo invitó a regresar a su puesto de trabajo. Luis Enrique dirigió a España en el mundial de Qatar 2022 y dejó el cargo luego de caer eliminados por Marruecos en octavos de final. En julio de 2023 inició su recorrido con el PSG, el equipo francés propiedad del empresario catarí Nasser Al-Khelaifi que ha derrochado carretadas de dinero en estrellas mundiales sin alcanzar su máximo objetivo: La Orejona. A diferencia de lo sucedido 10 años atrás, con un Barcelona plagado de estrellas, Luis Enrique hizo lo que no se atrevieron sus antecesores: borró a varios “intocables” del plantel parisino, incluido Kylian Mbappé. De nuevo, la prensa lanzaba malos augurios con un rotundo fracaso del club. Luis Enrique y su fórmula tienen al PSG en la final.
Desde la llegada del Fondo Soberano de Inversión de Qatar, en 2012, el cuadro francés ha desembolsado más de 1 500 millones de euros para conquistar la Champions. En 2020 se quedaron en la orilla al perder la final ante el Bayern Múnich. Siempre protagonistas, nunca favoritos. Ni Messi o Neymar, mucho menos Ángel Di María o Mbappé, Adrien Rabiot o Marco Verrati, Sergio Ramos o Zlatan Ibrahimovic, ninguno marcó la diferencia durante 13 años.
La apuesta de Luis Enrique es la antítesis de todo lo que el dinero pueda comprar: juego de conjunto por encima de figuras rutilantes. El estratega sacudió el árbol y hace un año la última manzana en irse fue el prodigio francés, campeón del mundo con tan solo 19 años, un héroe y leyenda vigente de la afición. Mbappé hoy juega para un Real Madrid que le prometió la Champions y se quedó en nadaplete. Mientras tanto el PSG le abrió las puertas a figuras en apariencia acabadas como Khvicha Kvaratskhelia y Ousmane Dembelé; el talento local de Bradley Barcola combinado con la experiencia de Hakimi (ex del Real Madrid) y el brasileño Marquinos. Gianluigi Donnarumma, vapuleado por la prensa, hoy es una muralla en la portería. Con el sello de Luis Enrique, hemos dejado de criticar al PSG por su derroche monetario para concentrarnos en un equipo compacto, técnico, avasallador en velocidad y con la iniciativa de tener el balón.
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Inzaghi, catenaccio puro y duro
Igual que en 2015 el rival es italiano, pero ahora no es la Juventus de Andrea Pirlo y Gianluigi Buffon, sino el Inter de Milán dirigido por Simone Inzaghi. Un equipo que hace dos años sucumbió ante uno de los mejores cuadros de Pep Guardiola: el Manchester City de Erling Haaland, Kevin De Bruyne, Jack Grealish y compañía.
El Inter es un equipo sólido y con dos finales de Champions en tres años demuestran su nivel, su equilibrio y su tenacidad deportiva. Resulta curioso que a la competencia por La Orejona se den cita dos equipos sin figuras de primer orden dentro de la élite mundial. Es una transición inevitable que le dice adiós a la era de los inconmensurables Cristiano Ronaldo y Messi. Si bien el cuadro italiano cuenta con un campeón del mundo en Lautaro Martínez o lo que apunta a ser una revancha futbolística en el menospreciado portero suizo Yann Sommer —jugador clave en las semifinales ante Barcelona—, sus otras figuras son el turco Hakan Çalhanoğlu (Shalanoglu) y Federico Dimarco.
La escuadra, muy a la italiana, se hizo fuerte con un esquema de jugadores de experiencia, y otros aguerridos en demasía; uno insospechado es el armenio Henrij Mjitarián, quien le disputaba la posición de delantero a Javier “Chicharito” Hernández en el Manchester United —¡hace más de 10 años!—, y que lejos de pensar en el retiro a los 36 años, ahora brinda seguridad y movilidad al Inter en el medio campo. En el esquema de tres centrales utilizado por Simone Inzaghi, otro veterano de 37 años se encargó de hostigar y marcar un gol clave al Barcelona: el defensa Francesco Acerbi picó piedra desde la cuarta división hasta ser convocado por la selección italiana, donde fue campeón de la Eurocopa 2020. Este es el Inter de Milán, catenaccio puro y duro. Es claro que Inzaghi no es el favorito, y quizá esa sea su mayor ventaja.
Simone, como su hermano mayor Filippo, fue un delantero de calidad. Brilló en la Lazio y llegó a la selección de Italia; sin embargo, las constantes lesiones no lo dejaron figurar más. Como entrenador Simone se formó en la Lazio, y en abril de 2016 subió al primer equipo como técnico interino; a las pocas semanas fue ratificado por el club romano. En un lustro dejó tres títulos de copa en las vitrinas laziales, un subcampeonato y clasificaciones a la Champions. El excelente desempeño de Inzaghi llamó la atención del Inter que lo fichó en 2021 por dos años. A pesar de la derrota en la Champions de 2023, el club le extendió su contrato hasta 2025. Más allá del resultado en Múnich, el 31 de mayo, luce difícil que la escuadra nerazzurra se niegue a ratificarlo o quizá algún otro equipo grande de Europa ya está interesado en Inzaghi.
“Volverá, es un entrenador increíble”, profetizó Guardiola en 2023 y dos años después se cumple que Inzaghi ha sido mejor entrenador que jugador. A diferencia del trato que la prensa le ha dado a Luis Enrique, en Italia el estratega del Inter es cobijado con elogios y reconocimiento. Con un promedio de 65.7% de victorias y 2.17 puntos por encuentro, ha conseguido las mejores estadísticas en los 117 años de historia del Internazionale de Milano.

Final de cábalas y promesas
Aunque futbolísticamente el PSG luce superior a los de Milán, en el estadio también juegan las cábalas: se dice que cuando una final se juega en Múnich, siempre se corona a un equipo que nunca ha ganado la Champions. De ahí que quizá los de París alcancen la gloria por primera vez; sin embargo, el Inter es un histórico de la Copa de Europa y con este podría sumar el cuarto campeonato.
Ambos entrenadores hicieron una promesa o tienen un deseo familiar. Simone Inzaghi le prometió a su padre, Giancarlo Inzaghi, que regresaría a casa con La Orejona; por ello no desea romper su propia cábala y evitará viajar a Múnich para ver la final en un palco: “No puedo abandonar mi sofá de la suerte en San Nicolo. Las persianas abajo, el whisky, cigarros, y la oportunidad de gritar a todo pulmón. Siempre veo los partidos solo”, declaró Giancarlo para el diario italiano la Repubblica.
Al otro lado reside la memoria de Xana en Luis Enrique. En incontables ocasiones ha agradecido tener los recursos para dejar de trabajar y dedicarse cien por ciento a su hija en los últimos meses de vida. Un lujo del que gozan muy pocos, por esta razón el entrenador no escatima en apoyar a familias de pacientes que carecen de esos recursos. “Nosotros pensamos vivir esto con naturalidad. No tenemos físicamente a nuestra hija, pero la tenemos presente cada día”, declaró Luis Enrique años después.
En rueda de prensa previa al encuentro entre el PSG y el Lens, en enero de 2025, Luis Enrique señaló: “Tengo un recuerdo increíble porque a mi hija le gustaban mucho las fiestas, y estoy seguro de que donde está sigue haciendo fiestas. Y recuerdo una foto que tengo, increíble, con ella en la final de la Champions en Berlín, después de ganar la Champions, clavando una bandera del Futbol Club Barcelona en el campo”. Una y otra vez, en cada conferencia, cuando algún reportero le preguntó su motivación para enfrentar los retos de la Champions, volvía el recuerdo de Xana como una certeza: “Tengo el deseo de poder hacer lo mismo para el Paris Saint Germain, no estará mi hija físicamente, pero estará espiritualmente”.
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Un cabezazo de Drogba silenció el Allianz Arena en 2012, durante la final de la Champions, y dejó sin fiesta a la ciudad bávara. Bayern Múnich era el local y favorito por lo que se había prometido cerveza gratis hasta extinguir cientos de barriles en la Marienplatz. No sucedió.
Mi amigo Jesús Zendejas aún reside en Múnich, es un mexicano que en 2009 se fue a estudiar su doctorado en Astronomía y ya no volvió. Tiene pasaporte alemán y pronto será papá. La cerveza y el futbol champagne regresan. Él no duda en que disfrutará un mass de cerveza de trigo en el Olympia Park. “Habrá fiestas desde días antes y que gane el mejor”, me dice. No hay equipos alemanes involucrados y la ciudad será neutral.
En Italia, el equipo de Simone Inzaghi cedió el título de la liga y el Napoli de Antonio Conte se quedó con el Scudetto. Los fantasmas del 2023 se asoman nuevamente. En Francia, se vislumbra un histórico triplete para el PSG de Luis Enrique que ganó la Ligue 1. ¿La calidad defensiva del equipo italiano podrá con la velocidad y el hambre de victoria del equipo francés? El PSG eliminó a tres equipos ingleses: al poderoso y favorito Liverpool en octavos; al Aston Villa en cuartos, y al Arsenal en semifinales. El Inter dejó en el caminó a nada más y nada menos que al Barcelona, al Bayern Múnich y al Leverkusen de Xavi Alonso.
La cerveza correrá. Los trenes de Milán y de París llegarán puntuales a la Estación Central de Múnich. Una promesa será cumplida.
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