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Ellas establecen su horario de trabajo y venden en una o varias de las 12 líneas que conforman los 226 kilómetros del Metro y que diariamente transportan a un promedio de 3 millones de personas por toda la capital y su Zona Metropolitana.
Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
“Son perlitas de miel de abeja para esa tos seca, garganta irritada, elaboradas con miel de abeja, eucalipto, propóleo, para refrescar boca y garganta 10 pesos”, corea Reyna Lucas Cruz instantes después de haber subido a un vagón del Metro de la Ciudad de México. Atenta y con mirada veloz, recorre el espacio para ver si alguna pasajera reacciona a su oferta.
Reyna tiene 32 años y desde hace 20 trabaja como “vagonera”. Como ella hay cientos: mujeres que han encontrado en la venta ambulante de los vagones del Metro una forma de subsistencia.
Vender en los vagones —o “vagonear”— no les asegura ingresos elevados pero sí contar con horarios flexibles y mayor autonomía con respecto a otros empleos que imponen jornadas laborales largas por sueldos ínfimos. Además, pueden pasar más tiempo con sus seres queridos.
Hay varios factores que inciden en lo que se gana con esta forma de autoempleo, entre ellos el hecho de “echarle ganas” a la venta recorriendo las líneas del Metro durante muchas horas.
Trabajando una media de 9 horas al día, 6 días a la semana, es posible ganar entre 1,800 y 2,000 pesos semanales, lo que corresponde a unos 316.66 pesos al día. Aunque se trata de una remuneración ligeramente superior al salario mínimo vigente de 278.80 pesos diarios, la jornada laboral promedio de una persona que vende en el Metro suele superar las 8 o 7.5 horas que la Ley Laboral contempla como jornada normal.
Vagonear implica arriesgarse: pueden detenerte, multarte, separarte de tus hijos. El comercio ambulante no está regulado y las autoridades del Metro llevan décadas realizando operativos para reprimirlo. A pesar de las protestas y de algún esbozo de programa social dirigido a disuadir las ventas, esto no ha cambiado.
Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
Ellas establecen su horario de trabajo y venden en una o varias de las 12 líneas que conforman los 226 kilómetros del Metro y que diariamente transportan a un promedio de 3 millones de personas por toda la capital y su Zona Metropolitana. Ofrecen productos a bajo costo. Dulces, cosméticos, cubrebocas, pasta dental, cepillos, gel antibacterial, todo entre 10 y 20 pesos. Los venden recitando de memoria el llamado “verbo”: un anuncio acompasado que se deletrea fuerte para decantar los beneficios de la mercancía. Traer buen verbo es fundamental porque es lo que pica y seduce la atención de los pasajeros.
“Entre más verbo tengas, mejor vendes”, asegura Reyna, que aprendió a vagonear y a domesticar el Metro junto a su mamá cuando tenía unos 10 años. “Aquí crecí realmente. El Metro ha sido como mi segunda casa”.
Suele salir de su hogar en el Estado de México alrededor de las 4:30 am. Una media hora más tarde está abordando los vagones y, dependiendo de cómo está el día en cuestión de ventas y operativos, decide cuántas horas trabajar. Prefiere madrugar, así tiene las tardes libres para dedicarse a sus hijas. Entre las vagoneras muchas son madres solteras como Reyna.
“Otro trabajo no nos va a dar lo que nos da el Metro”, explica Reyna para referirse a la independencia que este empleo le ofrece a estas mujeres que, además de asumir las tareas de cuidado, son proveedoras.
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“Esta es la historia de muchas mujeres, no solo mía”, cuenta Patricia Martínez Rentería con sus ojos de ónix que suele acicalar con sombras luminosas y argentadas. Clase 1970, tiene 35 años de experiencia como vagonera en el Metro. Es la vocera de Leonas en Manada y cuando explica por qué nació el colectivo, lo que aclara primero es esa historia común que fue reconociendo en muchas de sus compañeras.
“En casa te golpeaban. Llegas con una pareja que te golpea, llegas al Metro y los operativos te golpean. Entonces lo normalizas: ‘bueno, es lo que me toca’”.
Leonas en Manada, que en 2024 logró constituirse como asociación civil, empezó a tomar forma a principios de 2021 en plena crisis de pandemia de COVID-19. Para aquel entonces, colectivas feministas habían empezado a acudir a varias estaciones del Metro para montar mercaditas: espacios informales en donde, mediante la venta y el trueque, mujeres y disidencias intercambian mercancía diversa, a menudo de elaboración propia.
Te recomendamos leer: Inseguridad en Puebla: crónica de un intento de linchamiento
Fue una forma de hacer frente al desempleo recrudecido por la emergencia sanitaria y visibilizar las repercusiones socioeconómicas que enfrentaron las mujeres.
Estas iniciativas suscitaron cierto malestar y antagonismo por parte de las vagoneras, pues la incertidumbre pandémica había vuelto aún más disputado el espacio de venta. Pero, observando cómo su presencia era en cierta medida tolerada por las autoridades, decidieron hacer lo mismo. Acabaron exponiendo sus productos en los pasillos de la estación de Taxqueña, un importante punto de conexión vial en el sur de la ciudad.
Patricia cuenta que en esa época tuvieron el primer acercamiento con integrantes de WIEGO, una red internacional que apoya a las personas trabajadoras en empleo informal, quienes les ofrecieron talleres sobre violencia y feminismo.
“Es cuando comenzamos a decir ‘NO: queremos que se respeten nuestros derechos’ porque los operativos en el Metro no respetan nada”, recuerda Patricia.
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Es la una de la tarde de un día de enero. Los pasillos de la estación de Chabacano —confluencia de las líneas azul, café y verde oscuro— vibran como avispero y Ángeles Medina Reyes, de 57 años y vagonera desde hace 40, detalla:
—He vivido cosas muy desesperantes.
Y las resume así: no tener dinero, ser detenida durante 36 horas por vender en el Metro, pasar hambre durante la detención, volver al Metro con la necesidad de vender y sacar para la comida y ser detenida de nuevo; no volver a casa y no ver a su hija en varios días.
La venta informal en el Metro no es oficialmente un delito, pero va en contra del reglamento del organismo que lo administra, el Sistema de Transporte Colectivo (STC). Este se basa en el artículo 230 de la Ley de Movilidad de la Ciudad de México, que prohíbe el comercio ambulante en unidades, vagones, andenes, estaciones y otras áreas del Metro.
Además, los artículos 28 y 29 de la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, entienden el comercio informal en el Metro como una “infracción contra la seguridad ciudadana” y “contra el entorno urbano de la Ciudad” y lo sancionan como falta administrativa.
Las largas pugnas entre comerciantes ambulantes y autoridades del Metro se agudizaron a finales de 2013 cuando el STC incrementó de 3 a 5 pesos el costo del boleto del Metro prometiendo un mejor servicio. En ese entonces el compromiso con los usuarios se plasmó sobre todo en la política de “cero tolerancia” en contra del comercio informal. En los años siguientes hubo más policías en el Metro y más vendedores remitidos al juez cívico, donde o desembolsaban elevadas multas o cumplían prolongadas detenciones administrativas.
Te podría interesar: Las primeras indemnizaciones para las víctimas del Metro
Para 2019, en caso de no poder pagar la multa —cerca de 1,000 pesos en ese entonces— los comerciantes se veían obligados a pasar 36 horas en el Centro de Sanciones Administrativas, conocido popularmente como Torito.
Actualmente, las multas y horas de reclusión han disminuido, rondando los 300 pesos de sanción conmutables en 13 horas de detención. Sin embargo, las vagoneras aún denuncian malos tratos por parte de los agentes de la Policía Bancaria e Industrial (PBI) que operan en el Metro. Entre estos señalan el no ser detenidas en flagrancia sino a través del llamado “paneo” —el haber sido captadas por las cámaras del Metro— , o ser esposadas al momento de la detención, una práctica que, reiteran, las humilla y las deja vulnerables antes los usuarios.
“Somos perseguidas como si fuéramos delincuentes”, asegura Ángeles.
Además, el exceso con que se realizan estas detenciones afecta a las infancias que, a menudo, acompañan a las personas que venden en el Metro, especialmente si son madres solteras. A esto se suma el operativo para rescatar a menores del trabajo infantil implementado por el Gobierno de la Ciudad de México en conjunto con el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias (DIF).
Conocido entre las vagoneras como “grupo Colibrí”, este tipo de intervención no tiene en cuenta las condiciones en las que muchas de ellas trabajan. Más que ayudar, coinciden, perjudica el bienestar de los niños ya que suele resultar en la separación de sus madres o padres.
“A mí me tocó ver a una chica que la llevaron al Torito 13 horas junto conmigo y estaba amamantando a su bebé”, relata Ángeles. “La licenciada no dejó que le diera de amamantar y en la noche la calentura le dio porque ella sentía que se le explotaban (los senos); ella solita se los estaba exprimiendo”.
Las vagoneras de Leonas en Manada quieren que eso cambie. Y apuntan que el derecho al trabajo, consagrado en la Constitución mexicana, no puede supeditarse al derecho a la movilidad en el espacio urbano.
Para esto han elaborado alternativas con las que puedan seguir vagoneando en el Metro y, a la par, convertirse en personal de atención al usuario, brindando información o ayuda.
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“Somos primera línea. Cualquier siniestro que suceda, que se pierda un niño, que alguien se caiga a las vías, que haya un desmayado: somos los primeros en llegar”, apunta Patricia, “al final del día siempre hemos estado: desde que el Metro está, estamos”.
En su batalla hacia una mejora hay casos de otros países latinoamericanos que las alientan, como Brasil. En 2021, el estado de Río de Janeiro reconoció a los vendedores ambulantes del sistema ferroviario estatal el título de Patrimonio Cultural Inmaterial.
Aunque su actividad sigue estando prohibida en los trenes gestionados por la empresa SuperVia, el reconocimiento oficial supuso un paso adelante hacia la dignificación del oficio y un llamado para que se deje de considerar la presencia de estos trabajadores como un problema de criminalidad.
Sin embargo, la política de mano dura sigue vigente en la Ciudad de México. En 2013, incluyó la campaña “No les compres y desaparecen”, que invitaba a los usuarios a no adquirir productos de los vagoneros. Los carteles iban sin rodeos. Exhibían a un “bocinero” —como se les conocía a los vendedores de “discos piratas”— desdibujándose en un vagón de Metro lleno de pasajeros.
“Dicen: ‘vamos a limpiar de vendedores’”, observa Patricia. “Somos seres humanos y no basura como para que nos digan ‘vamos a limpiar’ y luego no nos ofrecen ninguna alternativa”.

A lo largo de los últimos meses, Leonas en Manada ha conseguido varios avances. Sus integrantes han participado tanto en talleres de electricidad y plomería como de autocuidado. También obtuvieron diez locales de venta dentro del Metro, asignados a aquellas mujeres que tienen más antigüedad vagoneando.
Un logro relevante fue reunirse con representantes de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México y plantearles un plan piloto orientado a dignificar su trabajo. Además de la capacitación por medio de talleres organizados con la Cruz Roja y Protección Civil, el plan baraja la posibilidad de que las vagoneras sean incluidas dentro de la figura del trabajador no asalariado, lo cual les garantizaría un mínimo de certeza jurídica y, se espera, que también haya menos acoso por parte de las autoridades.
Patricia sabe que el camino de las vagoneras no será fácil y en algo es firme: quiere que el colectivo se desmarque de los liderazgos históricos del comercio informal en el Metro, que siempre han sido masculinos.
“Abusaban de los más débiles”, indica. “La mayoría de las veces el hombre quiere tener el protagonismo. Entonces nuestra lucha sigue siendo únicamente para mujeres, ya sean vagoneras, músicas, cantantes, lo que sea, pero siempre y cuando seamos mujeres maltratadas dentro del vagón”.
Mientras tanto, gracias al apoyo de la organización feminista Fondo Semillas, Leonas en Manada ya cuenta con la asesoría de una abogada. Es un cambio radical que empodera a las vagoneras, sobre todo a la hora de exigir que se respete el debido proceso —por ejemplo, que se les facilite el justificante de pago de las multas, algo sencillo que casi nunca ocurre— cuando son llevadas ante los juzgados.
“Somos mujeres como cualquier otra, simplemente queremos sacar a nuestra familia adelante”, acota Patricia. “Creo que es hora de que volteen a vernos”.
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Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
“Son perlitas de miel de abeja para esa tos seca, garganta irritada, elaboradas con miel de abeja, eucalipto, propóleo, para refrescar boca y garganta 10 pesos”, corea Reyna Lucas Cruz instantes después de haber subido a un vagón del Metro de la Ciudad de México. Atenta y con mirada veloz, recorre el espacio para ver si alguna pasajera reacciona a su oferta.
Reyna tiene 32 años y desde hace 20 trabaja como “vagonera”. Como ella hay cientos: mujeres que han encontrado en la venta ambulante de los vagones del Metro una forma de subsistencia.
Vender en los vagones —o “vagonear”— no les asegura ingresos elevados pero sí contar con horarios flexibles y mayor autonomía con respecto a otros empleos que imponen jornadas laborales largas por sueldos ínfimos. Además, pueden pasar más tiempo con sus seres queridos.
Hay varios factores que inciden en lo que se gana con esta forma de autoempleo, entre ellos el hecho de “echarle ganas” a la venta recorriendo las líneas del Metro durante muchas horas.
Trabajando una media de 9 horas al día, 6 días a la semana, es posible ganar entre 1,800 y 2,000 pesos semanales, lo que corresponde a unos 316.66 pesos al día. Aunque se trata de una remuneración ligeramente superior al salario mínimo vigente de 278.80 pesos diarios, la jornada laboral promedio de una persona que vende en el Metro suele superar las 8 o 7.5 horas que la Ley Laboral contempla como jornada normal.
Vagonear implica arriesgarse: pueden detenerte, multarte, separarte de tus hijos. El comercio ambulante no está regulado y las autoridades del Metro llevan décadas realizando operativos para reprimirlo. A pesar de las protestas y de algún esbozo de programa social dirigido a disuadir las ventas, esto no ha cambiado.
Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
Ellas establecen su horario de trabajo y venden en una o varias de las 12 líneas que conforman los 226 kilómetros del Metro y que diariamente transportan a un promedio de 3 millones de personas por toda la capital y su Zona Metropolitana. Ofrecen productos a bajo costo. Dulces, cosméticos, cubrebocas, pasta dental, cepillos, gel antibacterial, todo entre 10 y 20 pesos. Los venden recitando de memoria el llamado “verbo”: un anuncio acompasado que se deletrea fuerte para decantar los beneficios de la mercancía. Traer buen verbo es fundamental porque es lo que pica y seduce la atención de los pasajeros.
“Entre más verbo tengas, mejor vendes”, asegura Reyna, que aprendió a vagonear y a domesticar el Metro junto a su mamá cuando tenía unos 10 años. “Aquí crecí realmente. El Metro ha sido como mi segunda casa”.
Suele salir de su hogar en el Estado de México alrededor de las 4:30 am. Una media hora más tarde está abordando los vagones y, dependiendo de cómo está el día en cuestión de ventas y operativos, decide cuántas horas trabajar. Prefiere madrugar, así tiene las tardes libres para dedicarse a sus hijas. Entre las vagoneras muchas son madres solteras como Reyna.
“Otro trabajo no nos va a dar lo que nos da el Metro”, explica Reyna para referirse a la independencia que este empleo le ofrece a estas mujeres que, además de asumir las tareas de cuidado, son proveedoras.
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“Esta es la historia de muchas mujeres, no solo mía”, cuenta Patricia Martínez Rentería con sus ojos de ónix que suele acicalar con sombras luminosas y argentadas. Clase 1970, tiene 35 años de experiencia como vagonera en el Metro. Es la vocera de Leonas en Manada y cuando explica por qué nació el colectivo, lo que aclara primero es esa historia común que fue reconociendo en muchas de sus compañeras.
“En casa te golpeaban. Llegas con una pareja que te golpea, llegas al Metro y los operativos te golpean. Entonces lo normalizas: ‘bueno, es lo que me toca’”.
Leonas en Manada, que en 2024 logró constituirse como asociación civil, empezó a tomar forma a principios de 2021 en plena crisis de pandemia de COVID-19. Para aquel entonces, colectivas feministas habían empezado a acudir a varias estaciones del Metro para montar mercaditas: espacios informales en donde, mediante la venta y el trueque, mujeres y disidencias intercambian mercancía diversa, a menudo de elaboración propia.
Te recomendamos leer: Inseguridad en Puebla: crónica de un intento de linchamiento
Fue una forma de hacer frente al desempleo recrudecido por la emergencia sanitaria y visibilizar las repercusiones socioeconómicas que enfrentaron las mujeres.
Estas iniciativas suscitaron cierto malestar y antagonismo por parte de las vagoneras, pues la incertidumbre pandémica había vuelto aún más disputado el espacio de venta. Pero, observando cómo su presencia era en cierta medida tolerada por las autoridades, decidieron hacer lo mismo. Acabaron exponiendo sus productos en los pasillos de la estación de Taxqueña, un importante punto de conexión vial en el sur de la ciudad.
Patricia cuenta que en esa época tuvieron el primer acercamiento con integrantes de WIEGO, una red internacional que apoya a las personas trabajadoras en empleo informal, quienes les ofrecieron talleres sobre violencia y feminismo.
“Es cuando comenzamos a decir ‘NO: queremos que se respeten nuestros derechos’ porque los operativos en el Metro no respetan nada”, recuerda Patricia.
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Es la una de la tarde de un día de enero. Los pasillos de la estación de Chabacano —confluencia de las líneas azul, café y verde oscuro— vibran como avispero y Ángeles Medina Reyes, de 57 años y vagonera desde hace 40, detalla:
—He vivido cosas muy desesperantes.
Y las resume así: no tener dinero, ser detenida durante 36 horas por vender en el Metro, pasar hambre durante la detención, volver al Metro con la necesidad de vender y sacar para la comida y ser detenida de nuevo; no volver a casa y no ver a su hija en varios días.
La venta informal en el Metro no es oficialmente un delito, pero va en contra del reglamento del organismo que lo administra, el Sistema de Transporte Colectivo (STC). Este se basa en el artículo 230 de la Ley de Movilidad de la Ciudad de México, que prohíbe el comercio ambulante en unidades, vagones, andenes, estaciones y otras áreas del Metro.
Además, los artículos 28 y 29 de la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, entienden el comercio informal en el Metro como una “infracción contra la seguridad ciudadana” y “contra el entorno urbano de la Ciudad” y lo sancionan como falta administrativa.
Las largas pugnas entre comerciantes ambulantes y autoridades del Metro se agudizaron a finales de 2013 cuando el STC incrementó de 3 a 5 pesos el costo del boleto del Metro prometiendo un mejor servicio. En ese entonces el compromiso con los usuarios se plasmó sobre todo en la política de “cero tolerancia” en contra del comercio informal. En los años siguientes hubo más policías en el Metro y más vendedores remitidos al juez cívico, donde o desembolsaban elevadas multas o cumplían prolongadas detenciones administrativas.
Te podría interesar: Las primeras indemnizaciones para las víctimas del Metro
Para 2019, en caso de no poder pagar la multa —cerca de 1,000 pesos en ese entonces— los comerciantes se veían obligados a pasar 36 horas en el Centro de Sanciones Administrativas, conocido popularmente como Torito.
Actualmente, las multas y horas de reclusión han disminuido, rondando los 300 pesos de sanción conmutables en 13 horas de detención. Sin embargo, las vagoneras aún denuncian malos tratos por parte de los agentes de la Policía Bancaria e Industrial (PBI) que operan en el Metro. Entre estos señalan el no ser detenidas en flagrancia sino a través del llamado “paneo” —el haber sido captadas por las cámaras del Metro— , o ser esposadas al momento de la detención, una práctica que, reiteran, las humilla y las deja vulnerables antes los usuarios.
“Somos perseguidas como si fuéramos delincuentes”, asegura Ángeles.
Además, el exceso con que se realizan estas detenciones afecta a las infancias que, a menudo, acompañan a las personas que venden en el Metro, especialmente si son madres solteras. A esto se suma el operativo para rescatar a menores del trabajo infantil implementado por el Gobierno de la Ciudad de México en conjunto con el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias (DIF).
Conocido entre las vagoneras como “grupo Colibrí”, este tipo de intervención no tiene en cuenta las condiciones en las que muchas de ellas trabajan. Más que ayudar, coinciden, perjudica el bienestar de los niños ya que suele resultar en la separación de sus madres o padres.
“A mí me tocó ver a una chica que la llevaron al Torito 13 horas junto conmigo y estaba amamantando a su bebé”, relata Ángeles. “La licenciada no dejó que le diera de amamantar y en la noche la calentura le dio porque ella sentía que se le explotaban (los senos); ella solita se los estaba exprimiendo”.
Las vagoneras de Leonas en Manada quieren que eso cambie. Y apuntan que el derecho al trabajo, consagrado en la Constitución mexicana, no puede supeditarse al derecho a la movilidad en el espacio urbano.
Para esto han elaborado alternativas con las que puedan seguir vagoneando en el Metro y, a la par, convertirse en personal de atención al usuario, brindando información o ayuda.
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“Somos primera línea. Cualquier siniestro que suceda, que se pierda un niño, que alguien se caiga a las vías, que haya un desmayado: somos los primeros en llegar”, apunta Patricia, “al final del día siempre hemos estado: desde que el Metro está, estamos”.
En su batalla hacia una mejora hay casos de otros países latinoamericanos que las alientan, como Brasil. En 2021, el estado de Río de Janeiro reconoció a los vendedores ambulantes del sistema ferroviario estatal el título de Patrimonio Cultural Inmaterial.
Aunque su actividad sigue estando prohibida en los trenes gestionados por la empresa SuperVia, el reconocimiento oficial supuso un paso adelante hacia la dignificación del oficio y un llamado para que se deje de considerar la presencia de estos trabajadores como un problema de criminalidad.
Sin embargo, la política de mano dura sigue vigente en la Ciudad de México. En 2013, incluyó la campaña “No les compres y desaparecen”, que invitaba a los usuarios a no adquirir productos de los vagoneros. Los carteles iban sin rodeos. Exhibían a un “bocinero” —como se les conocía a los vendedores de “discos piratas”— desdibujándose en un vagón de Metro lleno de pasajeros.
“Dicen: ‘vamos a limpiar de vendedores’”, observa Patricia. “Somos seres humanos y no basura como para que nos digan ‘vamos a limpiar’ y luego no nos ofrecen ninguna alternativa”.

A lo largo de los últimos meses, Leonas en Manada ha conseguido varios avances. Sus integrantes han participado tanto en talleres de electricidad y plomería como de autocuidado. También obtuvieron diez locales de venta dentro del Metro, asignados a aquellas mujeres que tienen más antigüedad vagoneando.
Un logro relevante fue reunirse con representantes de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México y plantearles un plan piloto orientado a dignificar su trabajo. Además de la capacitación por medio de talleres organizados con la Cruz Roja y Protección Civil, el plan baraja la posibilidad de que las vagoneras sean incluidas dentro de la figura del trabajador no asalariado, lo cual les garantizaría un mínimo de certeza jurídica y, se espera, que también haya menos acoso por parte de las autoridades.
Patricia sabe que el camino de las vagoneras no será fácil y en algo es firme: quiere que el colectivo se desmarque de los liderazgos históricos del comercio informal en el Metro, que siempre han sido masculinos.
“Abusaban de los más débiles”, indica. “La mayoría de las veces el hombre quiere tener el protagonismo. Entonces nuestra lucha sigue siendo únicamente para mujeres, ya sean vagoneras, músicas, cantantes, lo que sea, pero siempre y cuando seamos mujeres maltratadas dentro del vagón”.
Mientras tanto, gracias al apoyo de la organización feminista Fondo Semillas, Leonas en Manada ya cuenta con la asesoría de una abogada. Es un cambio radical que empodera a las vagoneras, sobre todo a la hora de exigir que se respete el debido proceso —por ejemplo, que se les facilite el justificante de pago de las multas, algo sencillo que casi nunca ocurre— cuando son llevadas ante los juzgados.
“Somos mujeres como cualquier otra, simplemente queremos sacar a nuestra familia adelante”, acota Patricia. “Creo que es hora de que volteen a vernos”.
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Ellas establecen su horario de trabajo y venden en una o varias de las 12 líneas que conforman los 226 kilómetros del Metro y que diariamente transportan a un promedio de 3 millones de personas por toda la capital y su Zona Metropolitana.
Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
“Son perlitas de miel de abeja para esa tos seca, garganta irritada, elaboradas con miel de abeja, eucalipto, propóleo, para refrescar boca y garganta 10 pesos”, corea Reyna Lucas Cruz instantes después de haber subido a un vagón del Metro de la Ciudad de México. Atenta y con mirada veloz, recorre el espacio para ver si alguna pasajera reacciona a su oferta.
Reyna tiene 32 años y desde hace 20 trabaja como “vagonera”. Como ella hay cientos: mujeres que han encontrado en la venta ambulante de los vagones del Metro una forma de subsistencia.
Vender en los vagones —o “vagonear”— no les asegura ingresos elevados pero sí contar con horarios flexibles y mayor autonomía con respecto a otros empleos que imponen jornadas laborales largas por sueldos ínfimos. Además, pueden pasar más tiempo con sus seres queridos.
Hay varios factores que inciden en lo que se gana con esta forma de autoempleo, entre ellos el hecho de “echarle ganas” a la venta recorriendo las líneas del Metro durante muchas horas.
Trabajando una media de 9 horas al día, 6 días a la semana, es posible ganar entre 1,800 y 2,000 pesos semanales, lo que corresponde a unos 316.66 pesos al día. Aunque se trata de una remuneración ligeramente superior al salario mínimo vigente de 278.80 pesos diarios, la jornada laboral promedio de una persona que vende en el Metro suele superar las 8 o 7.5 horas que la Ley Laboral contempla como jornada normal.
Vagonear implica arriesgarse: pueden detenerte, multarte, separarte de tus hijos. El comercio ambulante no está regulado y las autoridades del Metro llevan décadas realizando operativos para reprimirlo. A pesar de las protestas y de algún esbozo de programa social dirigido a disuadir las ventas, esto no ha cambiado.
Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
Ellas establecen su horario de trabajo y venden en una o varias de las 12 líneas que conforman los 226 kilómetros del Metro y que diariamente transportan a un promedio de 3 millones de personas por toda la capital y su Zona Metropolitana. Ofrecen productos a bajo costo. Dulces, cosméticos, cubrebocas, pasta dental, cepillos, gel antibacterial, todo entre 10 y 20 pesos. Los venden recitando de memoria el llamado “verbo”: un anuncio acompasado que se deletrea fuerte para decantar los beneficios de la mercancía. Traer buen verbo es fundamental porque es lo que pica y seduce la atención de los pasajeros.
“Entre más verbo tengas, mejor vendes”, asegura Reyna, que aprendió a vagonear y a domesticar el Metro junto a su mamá cuando tenía unos 10 años. “Aquí crecí realmente. El Metro ha sido como mi segunda casa”.
Suele salir de su hogar en el Estado de México alrededor de las 4:30 am. Una media hora más tarde está abordando los vagones y, dependiendo de cómo está el día en cuestión de ventas y operativos, decide cuántas horas trabajar. Prefiere madrugar, así tiene las tardes libres para dedicarse a sus hijas. Entre las vagoneras muchas son madres solteras como Reyna.
“Otro trabajo no nos va a dar lo que nos da el Metro”, explica Reyna para referirse a la independencia que este empleo le ofrece a estas mujeres que, además de asumir las tareas de cuidado, son proveedoras.
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“Esta es la historia de muchas mujeres, no solo mía”, cuenta Patricia Martínez Rentería con sus ojos de ónix que suele acicalar con sombras luminosas y argentadas. Clase 1970, tiene 35 años de experiencia como vagonera en el Metro. Es la vocera de Leonas en Manada y cuando explica por qué nació el colectivo, lo que aclara primero es esa historia común que fue reconociendo en muchas de sus compañeras.
“En casa te golpeaban. Llegas con una pareja que te golpea, llegas al Metro y los operativos te golpean. Entonces lo normalizas: ‘bueno, es lo que me toca’”.
Leonas en Manada, que en 2024 logró constituirse como asociación civil, empezó a tomar forma a principios de 2021 en plena crisis de pandemia de COVID-19. Para aquel entonces, colectivas feministas habían empezado a acudir a varias estaciones del Metro para montar mercaditas: espacios informales en donde, mediante la venta y el trueque, mujeres y disidencias intercambian mercancía diversa, a menudo de elaboración propia.
Te recomendamos leer: Inseguridad en Puebla: crónica de un intento de linchamiento
Fue una forma de hacer frente al desempleo recrudecido por la emergencia sanitaria y visibilizar las repercusiones socioeconómicas que enfrentaron las mujeres.
Estas iniciativas suscitaron cierto malestar y antagonismo por parte de las vagoneras, pues la incertidumbre pandémica había vuelto aún más disputado el espacio de venta. Pero, observando cómo su presencia era en cierta medida tolerada por las autoridades, decidieron hacer lo mismo. Acabaron exponiendo sus productos en los pasillos de la estación de Taxqueña, un importante punto de conexión vial en el sur de la ciudad.
Patricia cuenta que en esa época tuvieron el primer acercamiento con integrantes de WIEGO, una red internacional que apoya a las personas trabajadoras en empleo informal, quienes les ofrecieron talleres sobre violencia y feminismo.
“Es cuando comenzamos a decir ‘NO: queremos que se respeten nuestros derechos’ porque los operativos en el Metro no respetan nada”, recuerda Patricia.
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Es la una de la tarde de un día de enero. Los pasillos de la estación de Chabacano —confluencia de las líneas azul, café y verde oscuro— vibran como avispero y Ángeles Medina Reyes, de 57 años y vagonera desde hace 40, detalla:
—He vivido cosas muy desesperantes.
Y las resume así: no tener dinero, ser detenida durante 36 horas por vender en el Metro, pasar hambre durante la detención, volver al Metro con la necesidad de vender y sacar para la comida y ser detenida de nuevo; no volver a casa y no ver a su hija en varios días.
La venta informal en el Metro no es oficialmente un delito, pero va en contra del reglamento del organismo que lo administra, el Sistema de Transporte Colectivo (STC). Este se basa en el artículo 230 de la Ley de Movilidad de la Ciudad de México, que prohíbe el comercio ambulante en unidades, vagones, andenes, estaciones y otras áreas del Metro.
Además, los artículos 28 y 29 de la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, entienden el comercio informal en el Metro como una “infracción contra la seguridad ciudadana” y “contra el entorno urbano de la Ciudad” y lo sancionan como falta administrativa.
Las largas pugnas entre comerciantes ambulantes y autoridades del Metro se agudizaron a finales de 2013 cuando el STC incrementó de 3 a 5 pesos el costo del boleto del Metro prometiendo un mejor servicio. En ese entonces el compromiso con los usuarios se plasmó sobre todo en la política de “cero tolerancia” en contra del comercio informal. En los años siguientes hubo más policías en el Metro y más vendedores remitidos al juez cívico, donde o desembolsaban elevadas multas o cumplían prolongadas detenciones administrativas.
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Para 2019, en caso de no poder pagar la multa —cerca de 1,000 pesos en ese entonces— los comerciantes se veían obligados a pasar 36 horas en el Centro de Sanciones Administrativas, conocido popularmente como Torito.
Actualmente, las multas y horas de reclusión han disminuido, rondando los 300 pesos de sanción conmutables en 13 horas de detención. Sin embargo, las vagoneras aún denuncian malos tratos por parte de los agentes de la Policía Bancaria e Industrial (PBI) que operan en el Metro. Entre estos señalan el no ser detenidas en flagrancia sino a través del llamado “paneo” —el haber sido captadas por las cámaras del Metro— , o ser esposadas al momento de la detención, una práctica que, reiteran, las humilla y las deja vulnerables antes los usuarios.
“Somos perseguidas como si fuéramos delincuentes”, asegura Ángeles.
Además, el exceso con que se realizan estas detenciones afecta a las infancias que, a menudo, acompañan a las personas que venden en el Metro, especialmente si son madres solteras. A esto se suma el operativo para rescatar a menores del trabajo infantil implementado por el Gobierno de la Ciudad de México en conjunto con el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias (DIF).
Conocido entre las vagoneras como “grupo Colibrí”, este tipo de intervención no tiene en cuenta las condiciones en las que muchas de ellas trabajan. Más que ayudar, coinciden, perjudica el bienestar de los niños ya que suele resultar en la separación de sus madres o padres.
“A mí me tocó ver a una chica que la llevaron al Torito 13 horas junto conmigo y estaba amamantando a su bebé”, relata Ángeles. “La licenciada no dejó que le diera de amamantar y en la noche la calentura le dio porque ella sentía que se le explotaban (los senos); ella solita se los estaba exprimiendo”.
Las vagoneras de Leonas en Manada quieren que eso cambie. Y apuntan que el derecho al trabajo, consagrado en la Constitución mexicana, no puede supeditarse al derecho a la movilidad en el espacio urbano.
Para esto han elaborado alternativas con las que puedan seguir vagoneando en el Metro y, a la par, convertirse en personal de atención al usuario, brindando información o ayuda.
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“Somos primera línea. Cualquier siniestro que suceda, que se pierda un niño, que alguien se caiga a las vías, que haya un desmayado: somos los primeros en llegar”, apunta Patricia, “al final del día siempre hemos estado: desde que el Metro está, estamos”.
En su batalla hacia una mejora hay casos de otros países latinoamericanos que las alientan, como Brasil. En 2021, el estado de Río de Janeiro reconoció a los vendedores ambulantes del sistema ferroviario estatal el título de Patrimonio Cultural Inmaterial.
Aunque su actividad sigue estando prohibida en los trenes gestionados por la empresa SuperVia, el reconocimiento oficial supuso un paso adelante hacia la dignificación del oficio y un llamado para que se deje de considerar la presencia de estos trabajadores como un problema de criminalidad.
Sin embargo, la política de mano dura sigue vigente en la Ciudad de México. En 2013, incluyó la campaña “No les compres y desaparecen”, que invitaba a los usuarios a no adquirir productos de los vagoneros. Los carteles iban sin rodeos. Exhibían a un “bocinero” —como se les conocía a los vendedores de “discos piratas”— desdibujándose en un vagón de Metro lleno de pasajeros.
“Dicen: ‘vamos a limpiar de vendedores’”, observa Patricia. “Somos seres humanos y no basura como para que nos digan ‘vamos a limpiar’ y luego no nos ofrecen ninguna alternativa”.

A lo largo de los últimos meses, Leonas en Manada ha conseguido varios avances. Sus integrantes han participado tanto en talleres de electricidad y plomería como de autocuidado. También obtuvieron diez locales de venta dentro del Metro, asignados a aquellas mujeres que tienen más antigüedad vagoneando.
Un logro relevante fue reunirse con representantes de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México y plantearles un plan piloto orientado a dignificar su trabajo. Además de la capacitación por medio de talleres organizados con la Cruz Roja y Protección Civil, el plan baraja la posibilidad de que las vagoneras sean incluidas dentro de la figura del trabajador no asalariado, lo cual les garantizaría un mínimo de certeza jurídica y, se espera, que también haya menos acoso por parte de las autoridades.
Patricia sabe que el camino de las vagoneras no será fácil y en algo es firme: quiere que el colectivo se desmarque de los liderazgos históricos del comercio informal en el Metro, que siempre han sido masculinos.
“Abusaban de los más débiles”, indica. “La mayoría de las veces el hombre quiere tener el protagonismo. Entonces nuestra lucha sigue siendo únicamente para mujeres, ya sean vagoneras, músicas, cantantes, lo que sea, pero siempre y cuando seamos mujeres maltratadas dentro del vagón”.
Mientras tanto, gracias al apoyo de la organización feminista Fondo Semillas, Leonas en Manada ya cuenta con la asesoría de una abogada. Es un cambio radical que empodera a las vagoneras, sobre todo a la hora de exigir que se respete el debido proceso —por ejemplo, que se les facilite el justificante de pago de las multas, algo sencillo que casi nunca ocurre— cuando son llevadas ante los juzgados.
“Somos mujeres como cualquier otra, simplemente queremos sacar a nuestra familia adelante”, acota Patricia. “Creo que es hora de que volteen a vernos”.
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Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
“Son perlitas de miel de abeja para esa tos seca, garganta irritada, elaboradas con miel de abeja, eucalipto, propóleo, para refrescar boca y garganta 10 pesos”, corea Reyna Lucas Cruz instantes después de haber subido a un vagón del Metro de la Ciudad de México. Atenta y con mirada veloz, recorre el espacio para ver si alguna pasajera reacciona a su oferta.
Reyna tiene 32 años y desde hace 20 trabaja como “vagonera”. Como ella hay cientos: mujeres que han encontrado en la venta ambulante de los vagones del Metro una forma de subsistencia.
Vender en los vagones —o “vagonear”— no les asegura ingresos elevados pero sí contar con horarios flexibles y mayor autonomía con respecto a otros empleos que imponen jornadas laborales largas por sueldos ínfimos. Además, pueden pasar más tiempo con sus seres queridos.
Hay varios factores que inciden en lo que se gana con esta forma de autoempleo, entre ellos el hecho de “echarle ganas” a la venta recorriendo las líneas del Metro durante muchas horas.
Trabajando una media de 9 horas al día, 6 días a la semana, es posible ganar entre 1,800 y 2,000 pesos semanales, lo que corresponde a unos 316.66 pesos al día. Aunque se trata de una remuneración ligeramente superior al salario mínimo vigente de 278.80 pesos diarios, la jornada laboral promedio de una persona que vende en el Metro suele superar las 8 o 7.5 horas que la Ley Laboral contempla como jornada normal.
Vagonear implica arriesgarse: pueden detenerte, multarte, separarte de tus hijos. El comercio ambulante no está regulado y las autoridades del Metro llevan décadas realizando operativos para reprimirlo. A pesar de las protestas y de algún esbozo de programa social dirigido a disuadir las ventas, esto no ha cambiado.
Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
Ellas establecen su horario de trabajo y venden en una o varias de las 12 líneas que conforman los 226 kilómetros del Metro y que diariamente transportan a un promedio de 3 millones de personas por toda la capital y su Zona Metropolitana. Ofrecen productos a bajo costo. Dulces, cosméticos, cubrebocas, pasta dental, cepillos, gel antibacterial, todo entre 10 y 20 pesos. Los venden recitando de memoria el llamado “verbo”: un anuncio acompasado que se deletrea fuerte para decantar los beneficios de la mercancía. Traer buen verbo es fundamental porque es lo que pica y seduce la atención de los pasajeros.
“Entre más verbo tengas, mejor vendes”, asegura Reyna, que aprendió a vagonear y a domesticar el Metro junto a su mamá cuando tenía unos 10 años. “Aquí crecí realmente. El Metro ha sido como mi segunda casa”.
Suele salir de su hogar en el Estado de México alrededor de las 4:30 am. Una media hora más tarde está abordando los vagones y, dependiendo de cómo está el día en cuestión de ventas y operativos, decide cuántas horas trabajar. Prefiere madrugar, así tiene las tardes libres para dedicarse a sus hijas. Entre las vagoneras muchas son madres solteras como Reyna.
“Otro trabajo no nos va a dar lo que nos da el Metro”, explica Reyna para referirse a la independencia que este empleo le ofrece a estas mujeres que, además de asumir las tareas de cuidado, son proveedoras.
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“Esta es la historia de muchas mujeres, no solo mía”, cuenta Patricia Martínez Rentería con sus ojos de ónix que suele acicalar con sombras luminosas y argentadas. Clase 1970, tiene 35 años de experiencia como vagonera en el Metro. Es la vocera de Leonas en Manada y cuando explica por qué nació el colectivo, lo que aclara primero es esa historia común que fue reconociendo en muchas de sus compañeras.
“En casa te golpeaban. Llegas con una pareja que te golpea, llegas al Metro y los operativos te golpean. Entonces lo normalizas: ‘bueno, es lo que me toca’”.
Leonas en Manada, que en 2024 logró constituirse como asociación civil, empezó a tomar forma a principios de 2021 en plena crisis de pandemia de COVID-19. Para aquel entonces, colectivas feministas habían empezado a acudir a varias estaciones del Metro para montar mercaditas: espacios informales en donde, mediante la venta y el trueque, mujeres y disidencias intercambian mercancía diversa, a menudo de elaboración propia.
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Fue una forma de hacer frente al desempleo recrudecido por la emergencia sanitaria y visibilizar las repercusiones socioeconómicas que enfrentaron las mujeres.
Estas iniciativas suscitaron cierto malestar y antagonismo por parte de las vagoneras, pues la incertidumbre pandémica había vuelto aún más disputado el espacio de venta. Pero, observando cómo su presencia era en cierta medida tolerada por las autoridades, decidieron hacer lo mismo. Acabaron exponiendo sus productos en los pasillos de la estación de Taxqueña, un importante punto de conexión vial en el sur de la ciudad.
Patricia cuenta que en esa época tuvieron el primer acercamiento con integrantes de WIEGO, una red internacional que apoya a las personas trabajadoras en empleo informal, quienes les ofrecieron talleres sobre violencia y feminismo.
“Es cuando comenzamos a decir ‘NO: queremos que se respeten nuestros derechos’ porque los operativos en el Metro no respetan nada”, recuerda Patricia.
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Es la una de la tarde de un día de enero. Los pasillos de la estación de Chabacano —confluencia de las líneas azul, café y verde oscuro— vibran como avispero y Ángeles Medina Reyes, de 57 años y vagonera desde hace 40, detalla:
—He vivido cosas muy desesperantes.
Y las resume así: no tener dinero, ser detenida durante 36 horas por vender en el Metro, pasar hambre durante la detención, volver al Metro con la necesidad de vender y sacar para la comida y ser detenida de nuevo; no volver a casa y no ver a su hija en varios días.
La venta informal en el Metro no es oficialmente un delito, pero va en contra del reglamento del organismo que lo administra, el Sistema de Transporte Colectivo (STC). Este se basa en el artículo 230 de la Ley de Movilidad de la Ciudad de México, que prohíbe el comercio ambulante en unidades, vagones, andenes, estaciones y otras áreas del Metro.
Además, los artículos 28 y 29 de la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, entienden el comercio informal en el Metro como una “infracción contra la seguridad ciudadana” y “contra el entorno urbano de la Ciudad” y lo sancionan como falta administrativa.
Las largas pugnas entre comerciantes ambulantes y autoridades del Metro se agudizaron a finales de 2013 cuando el STC incrementó de 3 a 5 pesos el costo del boleto del Metro prometiendo un mejor servicio. En ese entonces el compromiso con los usuarios se plasmó sobre todo en la política de “cero tolerancia” en contra del comercio informal. En los años siguientes hubo más policías en el Metro y más vendedores remitidos al juez cívico, donde o desembolsaban elevadas multas o cumplían prolongadas detenciones administrativas.
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Para 2019, en caso de no poder pagar la multa —cerca de 1,000 pesos en ese entonces— los comerciantes se veían obligados a pasar 36 horas en el Centro de Sanciones Administrativas, conocido popularmente como Torito.
Actualmente, las multas y horas de reclusión han disminuido, rondando los 300 pesos de sanción conmutables en 13 horas de detención. Sin embargo, las vagoneras aún denuncian malos tratos por parte de los agentes de la Policía Bancaria e Industrial (PBI) que operan en el Metro. Entre estos señalan el no ser detenidas en flagrancia sino a través del llamado “paneo” —el haber sido captadas por las cámaras del Metro— , o ser esposadas al momento de la detención, una práctica que, reiteran, las humilla y las deja vulnerables antes los usuarios.
“Somos perseguidas como si fuéramos delincuentes”, asegura Ángeles.
Además, el exceso con que se realizan estas detenciones afecta a las infancias que, a menudo, acompañan a las personas que venden en el Metro, especialmente si son madres solteras. A esto se suma el operativo para rescatar a menores del trabajo infantil implementado por el Gobierno de la Ciudad de México en conjunto con el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias (DIF).
Conocido entre las vagoneras como “grupo Colibrí”, este tipo de intervención no tiene en cuenta las condiciones en las que muchas de ellas trabajan. Más que ayudar, coinciden, perjudica el bienestar de los niños ya que suele resultar en la separación de sus madres o padres.
“A mí me tocó ver a una chica que la llevaron al Torito 13 horas junto conmigo y estaba amamantando a su bebé”, relata Ángeles. “La licenciada no dejó que le diera de amamantar y en la noche la calentura le dio porque ella sentía que se le explotaban (los senos); ella solita se los estaba exprimiendo”.
Las vagoneras de Leonas en Manada quieren que eso cambie. Y apuntan que el derecho al trabajo, consagrado en la Constitución mexicana, no puede supeditarse al derecho a la movilidad en el espacio urbano.
Para esto han elaborado alternativas con las que puedan seguir vagoneando en el Metro y, a la par, convertirse en personal de atención al usuario, brindando información o ayuda.
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“Somos primera línea. Cualquier siniestro que suceda, que se pierda un niño, que alguien se caiga a las vías, que haya un desmayado: somos los primeros en llegar”, apunta Patricia, “al final del día siempre hemos estado: desde que el Metro está, estamos”.
En su batalla hacia una mejora hay casos de otros países latinoamericanos que las alientan, como Brasil. En 2021, el estado de Río de Janeiro reconoció a los vendedores ambulantes del sistema ferroviario estatal el título de Patrimonio Cultural Inmaterial.
Aunque su actividad sigue estando prohibida en los trenes gestionados por la empresa SuperVia, el reconocimiento oficial supuso un paso adelante hacia la dignificación del oficio y un llamado para que se deje de considerar la presencia de estos trabajadores como un problema de criminalidad.
Sin embargo, la política de mano dura sigue vigente en la Ciudad de México. En 2013, incluyó la campaña “No les compres y desaparecen”, que invitaba a los usuarios a no adquirir productos de los vagoneros. Los carteles iban sin rodeos. Exhibían a un “bocinero” —como se les conocía a los vendedores de “discos piratas”— desdibujándose en un vagón de Metro lleno de pasajeros.
“Dicen: ‘vamos a limpiar de vendedores’”, observa Patricia. “Somos seres humanos y no basura como para que nos digan ‘vamos a limpiar’ y luego no nos ofrecen ninguna alternativa”.

A lo largo de los últimos meses, Leonas en Manada ha conseguido varios avances. Sus integrantes han participado tanto en talleres de electricidad y plomería como de autocuidado. También obtuvieron diez locales de venta dentro del Metro, asignados a aquellas mujeres que tienen más antigüedad vagoneando.
Un logro relevante fue reunirse con representantes de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México y plantearles un plan piloto orientado a dignificar su trabajo. Además de la capacitación por medio de talleres organizados con la Cruz Roja y Protección Civil, el plan baraja la posibilidad de que las vagoneras sean incluidas dentro de la figura del trabajador no asalariado, lo cual les garantizaría un mínimo de certeza jurídica y, se espera, que también haya menos acoso por parte de las autoridades.
Patricia sabe que el camino de las vagoneras no será fácil y en algo es firme: quiere que el colectivo se desmarque de los liderazgos históricos del comercio informal en el Metro, que siempre han sido masculinos.
“Abusaban de los más débiles”, indica. “La mayoría de las veces el hombre quiere tener el protagonismo. Entonces nuestra lucha sigue siendo únicamente para mujeres, ya sean vagoneras, músicas, cantantes, lo que sea, pero siempre y cuando seamos mujeres maltratadas dentro del vagón”.
Mientras tanto, gracias al apoyo de la organización feminista Fondo Semillas, Leonas en Manada ya cuenta con la asesoría de una abogada. Es un cambio radical que empodera a las vagoneras, sobre todo a la hora de exigir que se respete el debido proceso —por ejemplo, que se les facilite el justificante de pago de las multas, algo sencillo que casi nunca ocurre— cuando son llevadas ante los juzgados.
“Somos mujeres como cualquier otra, simplemente queremos sacar a nuestra familia adelante”, acota Patricia. “Creo que es hora de que volteen a vernos”.
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Ellas establecen su horario de trabajo y venden en una o varias de las 12 líneas que conforman los 226 kilómetros del Metro y que diariamente transportan a un promedio de 3 millones de personas por toda la capital y su Zona Metropolitana.
Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
“Son perlitas de miel de abeja para esa tos seca, garganta irritada, elaboradas con miel de abeja, eucalipto, propóleo, para refrescar boca y garganta 10 pesos”, corea Reyna Lucas Cruz instantes después de haber subido a un vagón del Metro de la Ciudad de México. Atenta y con mirada veloz, recorre el espacio para ver si alguna pasajera reacciona a su oferta.
Reyna tiene 32 años y desde hace 20 trabaja como “vagonera”. Como ella hay cientos: mujeres que han encontrado en la venta ambulante de los vagones del Metro una forma de subsistencia.
Vender en los vagones —o “vagonear”— no les asegura ingresos elevados pero sí contar con horarios flexibles y mayor autonomía con respecto a otros empleos que imponen jornadas laborales largas por sueldos ínfimos. Además, pueden pasar más tiempo con sus seres queridos.
Hay varios factores que inciden en lo que se gana con esta forma de autoempleo, entre ellos el hecho de “echarle ganas” a la venta recorriendo las líneas del Metro durante muchas horas.
Trabajando una media de 9 horas al día, 6 días a la semana, es posible ganar entre 1,800 y 2,000 pesos semanales, lo que corresponde a unos 316.66 pesos al día. Aunque se trata de una remuneración ligeramente superior al salario mínimo vigente de 278.80 pesos diarios, la jornada laboral promedio de una persona que vende en el Metro suele superar las 8 o 7.5 horas que la Ley Laboral contempla como jornada normal.
Vagonear implica arriesgarse: pueden detenerte, multarte, separarte de tus hijos. El comercio ambulante no está regulado y las autoridades del Metro llevan décadas realizando operativos para reprimirlo. A pesar de las protestas y de algún esbozo de programa social dirigido a disuadir las ventas, esto no ha cambiado.
Cansadas de ser tratadas como delincuentes y de verse invisibilizadas como trabajadoras, varias mujeres se han organizado dando vida a Leonas en Manada: un colectivo de vagoneras para vagoneras.
Ellas establecen su horario de trabajo y venden en una o varias de las 12 líneas que conforman los 226 kilómetros del Metro y que diariamente transportan a un promedio de 3 millones de personas por toda la capital y su Zona Metropolitana. Ofrecen productos a bajo costo. Dulces, cosméticos, cubrebocas, pasta dental, cepillos, gel antibacterial, todo entre 10 y 20 pesos. Los venden recitando de memoria el llamado “verbo”: un anuncio acompasado que se deletrea fuerte para decantar los beneficios de la mercancía. Traer buen verbo es fundamental porque es lo que pica y seduce la atención de los pasajeros.
“Entre más verbo tengas, mejor vendes”, asegura Reyna, que aprendió a vagonear y a domesticar el Metro junto a su mamá cuando tenía unos 10 años. “Aquí crecí realmente. El Metro ha sido como mi segunda casa”.
Suele salir de su hogar en el Estado de México alrededor de las 4:30 am. Una media hora más tarde está abordando los vagones y, dependiendo de cómo está el día en cuestión de ventas y operativos, decide cuántas horas trabajar. Prefiere madrugar, así tiene las tardes libres para dedicarse a sus hijas. Entre las vagoneras muchas son madres solteras como Reyna.
“Otro trabajo no nos va a dar lo que nos da el Metro”, explica Reyna para referirse a la independencia que este empleo le ofrece a estas mujeres que, además de asumir las tareas de cuidado, son proveedoras.
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“Esta es la historia de muchas mujeres, no solo mía”, cuenta Patricia Martínez Rentería con sus ojos de ónix que suele acicalar con sombras luminosas y argentadas. Clase 1970, tiene 35 años de experiencia como vagonera en el Metro. Es la vocera de Leonas en Manada y cuando explica por qué nació el colectivo, lo que aclara primero es esa historia común que fue reconociendo en muchas de sus compañeras.
“En casa te golpeaban. Llegas con una pareja que te golpea, llegas al Metro y los operativos te golpean. Entonces lo normalizas: ‘bueno, es lo que me toca’”.
Leonas en Manada, que en 2024 logró constituirse como asociación civil, empezó a tomar forma a principios de 2021 en plena crisis de pandemia de COVID-19. Para aquel entonces, colectivas feministas habían empezado a acudir a varias estaciones del Metro para montar mercaditas: espacios informales en donde, mediante la venta y el trueque, mujeres y disidencias intercambian mercancía diversa, a menudo de elaboración propia.
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Fue una forma de hacer frente al desempleo recrudecido por la emergencia sanitaria y visibilizar las repercusiones socioeconómicas que enfrentaron las mujeres.
Estas iniciativas suscitaron cierto malestar y antagonismo por parte de las vagoneras, pues la incertidumbre pandémica había vuelto aún más disputado el espacio de venta. Pero, observando cómo su presencia era en cierta medida tolerada por las autoridades, decidieron hacer lo mismo. Acabaron exponiendo sus productos en los pasillos de la estación de Taxqueña, un importante punto de conexión vial en el sur de la ciudad.
Patricia cuenta que en esa época tuvieron el primer acercamiento con integrantes de WIEGO, una red internacional que apoya a las personas trabajadoras en empleo informal, quienes les ofrecieron talleres sobre violencia y feminismo.
“Es cuando comenzamos a decir ‘NO: queremos que se respeten nuestros derechos’ porque los operativos en el Metro no respetan nada”, recuerda Patricia.
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—He vivido cosas muy desesperantes.
Y las resume así: no tener dinero, ser detenida durante 36 horas por vender en el Metro, pasar hambre durante la detención, volver al Metro con la necesidad de vender y sacar para la comida y ser detenida de nuevo; no volver a casa y no ver a su hija en varios días.
La venta informal en el Metro no es oficialmente un delito, pero va en contra del reglamento del organismo que lo administra, el Sistema de Transporte Colectivo (STC). Este se basa en el artículo 230 de la Ley de Movilidad de la Ciudad de México, que prohíbe el comercio ambulante en unidades, vagones, andenes, estaciones y otras áreas del Metro.
Además, los artículos 28 y 29 de la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México, entienden el comercio informal en el Metro como una “infracción contra la seguridad ciudadana” y “contra el entorno urbano de la Ciudad” y lo sancionan como falta administrativa.
Las largas pugnas entre comerciantes ambulantes y autoridades del Metro se agudizaron a finales de 2013 cuando el STC incrementó de 3 a 5 pesos el costo del boleto del Metro prometiendo un mejor servicio. En ese entonces el compromiso con los usuarios se plasmó sobre todo en la política de “cero tolerancia” en contra del comercio informal. En los años siguientes hubo más policías en el Metro y más vendedores remitidos al juez cívico, donde o desembolsaban elevadas multas o cumplían prolongadas detenciones administrativas.
Te podría interesar: Las primeras indemnizaciones para las víctimas del Metro
Para 2019, en caso de no poder pagar la multa —cerca de 1,000 pesos en ese entonces— los comerciantes se veían obligados a pasar 36 horas en el Centro de Sanciones Administrativas, conocido popularmente como Torito.
Actualmente, las multas y horas de reclusión han disminuido, rondando los 300 pesos de sanción conmutables en 13 horas de detención. Sin embargo, las vagoneras aún denuncian malos tratos por parte de los agentes de la Policía Bancaria e Industrial (PBI) que operan en el Metro. Entre estos señalan el no ser detenidas en flagrancia sino a través del llamado “paneo” —el haber sido captadas por las cámaras del Metro— , o ser esposadas al momento de la detención, una práctica que, reiteran, las humilla y las deja vulnerables antes los usuarios.
“Somos perseguidas como si fuéramos delincuentes”, asegura Ángeles.
Además, el exceso con que se realizan estas detenciones afecta a las infancias que, a menudo, acompañan a las personas que venden en el Metro, especialmente si son madres solteras. A esto se suma el operativo para rescatar a menores del trabajo infantil implementado por el Gobierno de la Ciudad de México en conjunto con el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias (DIF).
Conocido entre las vagoneras como “grupo Colibrí”, este tipo de intervención no tiene en cuenta las condiciones en las que muchas de ellas trabajan. Más que ayudar, coinciden, perjudica el bienestar de los niños ya que suele resultar en la separación de sus madres o padres.
“A mí me tocó ver a una chica que la llevaron al Torito 13 horas junto conmigo y estaba amamantando a su bebé”, relata Ángeles. “La licenciada no dejó que le diera de amamantar y en la noche la calentura le dio porque ella sentía que se le explotaban (los senos); ella solita se los estaba exprimiendo”.
Las vagoneras de Leonas en Manada quieren que eso cambie. Y apuntan que el derecho al trabajo, consagrado en la Constitución mexicana, no puede supeditarse al derecho a la movilidad en el espacio urbano.
Para esto han elaborado alternativas con las que puedan seguir vagoneando en el Metro y, a la par, convertirse en personal de atención al usuario, brindando información o ayuda.
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“Somos primera línea. Cualquier siniestro que suceda, que se pierda un niño, que alguien se caiga a las vías, que haya un desmayado: somos los primeros en llegar”, apunta Patricia, “al final del día siempre hemos estado: desde que el Metro está, estamos”.
En su batalla hacia una mejora hay casos de otros países latinoamericanos que las alientan, como Brasil. En 2021, el estado de Río de Janeiro reconoció a los vendedores ambulantes del sistema ferroviario estatal el título de Patrimonio Cultural Inmaterial.
Aunque su actividad sigue estando prohibida en los trenes gestionados por la empresa SuperVia, el reconocimiento oficial supuso un paso adelante hacia la dignificación del oficio y un llamado para que se deje de considerar la presencia de estos trabajadores como un problema de criminalidad.
Sin embargo, la política de mano dura sigue vigente en la Ciudad de México. En 2013, incluyó la campaña “No les compres y desaparecen”, que invitaba a los usuarios a no adquirir productos de los vagoneros. Los carteles iban sin rodeos. Exhibían a un “bocinero” —como se les conocía a los vendedores de “discos piratas”— desdibujándose en un vagón de Metro lleno de pasajeros.
“Dicen: ‘vamos a limpiar de vendedores’”, observa Patricia. “Somos seres humanos y no basura como para que nos digan ‘vamos a limpiar’ y luego no nos ofrecen ninguna alternativa”.

A lo largo de los últimos meses, Leonas en Manada ha conseguido varios avances. Sus integrantes han participado tanto en talleres de electricidad y plomería como de autocuidado. También obtuvieron diez locales de venta dentro del Metro, asignados a aquellas mujeres que tienen más antigüedad vagoneando.
Un logro relevante fue reunirse con representantes de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México y plantearles un plan piloto orientado a dignificar su trabajo. Además de la capacitación por medio de talleres organizados con la Cruz Roja y Protección Civil, el plan baraja la posibilidad de que las vagoneras sean incluidas dentro de la figura del trabajador no asalariado, lo cual les garantizaría un mínimo de certeza jurídica y, se espera, que también haya menos acoso por parte de las autoridades.
Patricia sabe que el camino de las vagoneras no será fácil y en algo es firme: quiere que el colectivo se desmarque de los liderazgos históricos del comercio informal en el Metro, que siempre han sido masculinos.
“Abusaban de los más débiles”, indica. “La mayoría de las veces el hombre quiere tener el protagonismo. Entonces nuestra lucha sigue siendo únicamente para mujeres, ya sean vagoneras, músicas, cantantes, lo que sea, pero siempre y cuando seamos mujeres maltratadas dentro del vagón”.
Mientras tanto, gracias al apoyo de la organización feminista Fondo Semillas, Leonas en Manada ya cuenta con la asesoría de una abogada. Es un cambio radical que empodera a las vagoneras, sobre todo a la hora de exigir que se respete el debido proceso —por ejemplo, que se les facilite el justificante de pago de las multas, algo sencillo que casi nunca ocurre— cuando son llevadas ante los juzgados.
“Somos mujeres como cualquier otra, simplemente queremos sacar a nuestra familia adelante”, acota Patricia. “Creo que es hora de que volteen a vernos”.
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