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Este es el proyecto de la colectiva Solunar, integrada por Andrea Hernández Briceño, Lety Tovar y Freisy González. Se trata de una serie fotográfica que retrata los cambios en las dinámicas económicas y sociales de las costas venezolanas.
“La mar regla, como las mujeres”, dice el pescador Luis Chirinos al descargar el pequeño botín que consiguió esa noche en aguas inquietas, cerca de las costas de Falcón, Venezuela. Una capa de barro lo cubre hasta el pecho. Cuando las olas están turbias y lodosas es porque la mar está menstruando en su luna, y no hay buena pesca, explica.
Hace ocho años y más atrás, Chirinos era uno de muchos que pensaban que la mujer y la mar no hacen buena sociedad. Las supersticiones —como que una mujer a bordo de un barco es de mala suerte o que si está menstruando las aguas se enfurecen— son la manifestación oral de un oficio que había sido tradicionalmente masculino en Venezuela. Hasta la crisis.
La incertidumbre económica, social y migratoria que arropa el país caribeño ha provocado un cambio importante en los estados de Aragua, La Guaira y Falcón: la feminización del oficio de la pesca, en un contexto hostil para las mujeres. La costa refleja las desigualdades en Venezuela, donde la pobreza está marcada por el género, como revela la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi 2021).
Las mujeres asumen el trabajo no remunerado y las responsabilidades domésticas en comunidades donde los servicios básicos y las oportunidades de empleo son limitados. A esta precariedad se suma la constante amenaza de violencia de género. En Venezuela se registra un feminicidio cada 47 horas, según datos de 2023 de la ong Utopix.
Vanessa Machado, la líder de las mujeres pescadoras de Ocumare de la Costa, en Aragua, confía en que la mejor forma de sobrevivir a estas adversidades es uniéndose. Por esto fundó la organización El Sol Sale para Todas, con la que busca garantizar que todas las pescadoras tengan acceso a las embarcaciones pesqueras. La mayoría de las lanchas y motores pertenecen a hombres que no confían en las habilidades de las mujeres, hasta que trabajan con ellas.
Doris Duque pesca en Cuyagua desde hace 16 años y es respetada en toda la costa de Aragua. Ha trabajado con hombres y mujeres, y concluye que ellas son mejores pescadoras porque entienden que “más vale maña que fuerza”; que la técnica, el orden y la planificación son más importantes que la potencia de los brazos y las piernas.
Al no sentirse respaldadas por sus parejas y familiares, y al ser sobrevivientes de la violencia que plaga las costas caribeñas de Venezuela, las mujeres pasaron de tejer redes a lanzarlas a la mar. Estas redes no son solo herramientas de pesca, sino también de conexión y comunicación, lo que hace que este oficio sea cada vez más atractivo para quienes cargan solas con la responsabilidad de proveer para sus familias. La pescadora y madre soltera Rina Álvarez considera que la mar es su madre, y cada vez que entra le pide permiso y bendiciones para sus redes en forma de peces.
Duque también ha visto que las mujeres sienten más respeto por la naturaleza. Notan las temporadas de veda, las mareas, las fases lunares y los ritmos de sus propios cuerpos. Ella conoce estos ciclos y los utiliza para garantizar que su relación con la mar no sea de explotación, sino de cuidado mutuo. Por eso aclara que ella pesca como mujer, no como hombre, “y mi fuerza es la de una mujer, que es igual de importante”.


















Jenny Tovar, 42, viaja en lancha durante la faena junto a otras pescadoras de Ocumare de la Costa, Venezuela, el 10 de agosto de 2024. Jenny pesca desde hace siete años.
Este es el proyecto de la colectiva Solunar, integrada por Andrea Hernández Briceño, Lety Tovar y Freisy González. Se trata de una serie fotográfica que retrata los cambios en las dinámicas económicas y sociales de las costas venezolanas.
“La mar regla, como las mujeres”, dice el pescador Luis Chirinos al descargar el pequeño botín que consiguió esa noche en aguas inquietas, cerca de las costas de Falcón, Venezuela. Una capa de barro lo cubre hasta el pecho. Cuando las olas están turbias y lodosas es porque la mar está menstruando en su luna, y no hay buena pesca, explica.
Hace ocho años y más atrás, Chirinos era uno de muchos que pensaban que la mujer y la mar no hacen buena sociedad. Las supersticiones —como que una mujer a bordo de un barco es de mala suerte o que si está menstruando las aguas se enfurecen— son la manifestación oral de un oficio que había sido tradicionalmente masculino en Venezuela. Hasta la crisis.
La incertidumbre económica, social y migratoria que arropa el país caribeño ha provocado un cambio importante en los estados de Aragua, La Guaira y Falcón: la feminización del oficio de la pesca, en un contexto hostil para las mujeres. La costa refleja las desigualdades en Venezuela, donde la pobreza está marcada por el género, como revela la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi 2021).
Las mujeres asumen el trabajo no remunerado y las responsabilidades domésticas en comunidades donde los servicios básicos y las oportunidades de empleo son limitados. A esta precariedad se suma la constante amenaza de violencia de género. En Venezuela se registra un feminicidio cada 47 horas, según datos de 2023 de la ong Utopix.
Vanessa Machado, la líder de las mujeres pescadoras de Ocumare de la Costa, en Aragua, confía en que la mejor forma de sobrevivir a estas adversidades es uniéndose. Por esto fundó la organización El Sol Sale para Todas, con la que busca garantizar que todas las pescadoras tengan acceso a las embarcaciones pesqueras. La mayoría de las lanchas y motores pertenecen a hombres que no confían en las habilidades de las mujeres, hasta que trabajan con ellas.
Doris Duque pesca en Cuyagua desde hace 16 años y es respetada en toda la costa de Aragua. Ha trabajado con hombres y mujeres, y concluye que ellas son mejores pescadoras porque entienden que “más vale maña que fuerza”; que la técnica, el orden y la planificación son más importantes que la potencia de los brazos y las piernas.
Al no sentirse respaldadas por sus parejas y familiares, y al ser sobrevivientes de la violencia que plaga las costas caribeñas de Venezuela, las mujeres pasaron de tejer redes a lanzarlas a la mar. Estas redes no son solo herramientas de pesca, sino también de conexión y comunicación, lo que hace que este oficio sea cada vez más atractivo para quienes cargan solas con la responsabilidad de proveer para sus familias. La pescadora y madre soltera Rina Álvarez considera que la mar es su madre, y cada vez que entra le pide permiso y bendiciones para sus redes en forma de peces.
Duque también ha visto que las mujeres sienten más respeto por la naturaleza. Notan las temporadas de veda, las mareas, las fases lunares y los ritmos de sus propios cuerpos. Ella conoce estos ciclos y los utiliza para garantizar que su relación con la mar no sea de explotación, sino de cuidado mutuo. Por eso aclara que ella pesca como mujer, no como hombre, “y mi fuerza es la de una mujer, que es igual de importante”.

















Este es el proyecto de la colectiva Solunar, integrada por Andrea Hernández Briceño, Lety Tovar y Freisy González. Se trata de una serie fotográfica que retrata los cambios en las dinámicas económicas y sociales de las costas venezolanas.
“La mar regla, como las mujeres”, dice el pescador Luis Chirinos al descargar el pequeño botín que consiguió esa noche en aguas inquietas, cerca de las costas de Falcón, Venezuela. Una capa de barro lo cubre hasta el pecho. Cuando las olas están turbias y lodosas es porque la mar está menstruando en su luna, y no hay buena pesca, explica.
Hace ocho años y más atrás, Chirinos era uno de muchos que pensaban que la mujer y la mar no hacen buena sociedad. Las supersticiones —como que una mujer a bordo de un barco es de mala suerte o que si está menstruando las aguas se enfurecen— son la manifestación oral de un oficio que había sido tradicionalmente masculino en Venezuela. Hasta la crisis.
La incertidumbre económica, social y migratoria que arropa el país caribeño ha provocado un cambio importante en los estados de Aragua, La Guaira y Falcón: la feminización del oficio de la pesca, en un contexto hostil para las mujeres. La costa refleja las desigualdades en Venezuela, donde la pobreza está marcada por el género, como revela la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi 2021).
Las mujeres asumen el trabajo no remunerado y las responsabilidades domésticas en comunidades donde los servicios básicos y las oportunidades de empleo son limitados. A esta precariedad se suma la constante amenaza de violencia de género. En Venezuela se registra un feminicidio cada 47 horas, según datos de 2023 de la ong Utopix.
Vanessa Machado, la líder de las mujeres pescadoras de Ocumare de la Costa, en Aragua, confía en que la mejor forma de sobrevivir a estas adversidades es uniéndose. Por esto fundó la organización El Sol Sale para Todas, con la que busca garantizar que todas las pescadoras tengan acceso a las embarcaciones pesqueras. La mayoría de las lanchas y motores pertenecen a hombres que no confían en las habilidades de las mujeres, hasta que trabajan con ellas.
Doris Duque pesca en Cuyagua desde hace 16 años y es respetada en toda la costa de Aragua. Ha trabajado con hombres y mujeres, y concluye que ellas son mejores pescadoras porque entienden que “más vale maña que fuerza”; que la técnica, el orden y la planificación son más importantes que la potencia de los brazos y las piernas.
Al no sentirse respaldadas por sus parejas y familiares, y al ser sobrevivientes de la violencia que plaga las costas caribeñas de Venezuela, las mujeres pasaron de tejer redes a lanzarlas a la mar. Estas redes no son solo herramientas de pesca, sino también de conexión y comunicación, lo que hace que este oficio sea cada vez más atractivo para quienes cargan solas con la responsabilidad de proveer para sus familias. La pescadora y madre soltera Rina Álvarez considera que la mar es su madre, y cada vez que entra le pide permiso y bendiciones para sus redes en forma de peces.
Duque también ha visto que las mujeres sienten más respeto por la naturaleza. Notan las temporadas de veda, las mareas, las fases lunares y los ritmos de sus propios cuerpos. Ella conoce estos ciclos y los utiliza para garantizar que su relación con la mar no sea de explotación, sino de cuidado mutuo. Por eso aclara que ella pesca como mujer, no como hombre, “y mi fuerza es la de una mujer, que es igual de importante”.


















Jenny Tovar, 42, viaja en lancha durante la faena junto a otras pescadoras de Ocumare de la Costa, Venezuela, el 10 de agosto de 2024. Jenny pesca desde hace siete años.
Este es el proyecto de la colectiva Solunar, integrada por Andrea Hernández Briceño, Lety Tovar y Freisy González. Se trata de una serie fotográfica que retrata los cambios en las dinámicas económicas y sociales de las costas venezolanas.
“La mar regla, como las mujeres”, dice el pescador Luis Chirinos al descargar el pequeño botín que consiguió esa noche en aguas inquietas, cerca de las costas de Falcón, Venezuela. Una capa de barro lo cubre hasta el pecho. Cuando las olas están turbias y lodosas es porque la mar está menstruando en su luna, y no hay buena pesca, explica.
Hace ocho años y más atrás, Chirinos era uno de muchos que pensaban que la mujer y la mar no hacen buena sociedad. Las supersticiones —como que una mujer a bordo de un barco es de mala suerte o que si está menstruando las aguas se enfurecen— son la manifestación oral de un oficio que había sido tradicionalmente masculino en Venezuela. Hasta la crisis.
La incertidumbre económica, social y migratoria que arropa el país caribeño ha provocado un cambio importante en los estados de Aragua, La Guaira y Falcón: la feminización del oficio de la pesca, en un contexto hostil para las mujeres. La costa refleja las desigualdades en Venezuela, donde la pobreza está marcada por el género, como revela la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi 2021).
Las mujeres asumen el trabajo no remunerado y las responsabilidades domésticas en comunidades donde los servicios básicos y las oportunidades de empleo son limitados. A esta precariedad se suma la constante amenaza de violencia de género. En Venezuela se registra un feminicidio cada 47 horas, según datos de 2023 de la ong Utopix.
Vanessa Machado, la líder de las mujeres pescadoras de Ocumare de la Costa, en Aragua, confía en que la mejor forma de sobrevivir a estas adversidades es uniéndose. Por esto fundó la organización El Sol Sale para Todas, con la que busca garantizar que todas las pescadoras tengan acceso a las embarcaciones pesqueras. La mayoría de las lanchas y motores pertenecen a hombres que no confían en las habilidades de las mujeres, hasta que trabajan con ellas.
Doris Duque pesca en Cuyagua desde hace 16 años y es respetada en toda la costa de Aragua. Ha trabajado con hombres y mujeres, y concluye que ellas son mejores pescadoras porque entienden que “más vale maña que fuerza”; que la técnica, el orden y la planificación son más importantes que la potencia de los brazos y las piernas.
Al no sentirse respaldadas por sus parejas y familiares, y al ser sobrevivientes de la violencia que plaga las costas caribeñas de Venezuela, las mujeres pasaron de tejer redes a lanzarlas a la mar. Estas redes no son solo herramientas de pesca, sino también de conexión y comunicación, lo que hace que este oficio sea cada vez más atractivo para quienes cargan solas con la responsabilidad de proveer para sus familias. La pescadora y madre soltera Rina Álvarez considera que la mar es su madre, y cada vez que entra le pide permiso y bendiciones para sus redes en forma de peces.
Duque también ha visto que las mujeres sienten más respeto por la naturaleza. Notan las temporadas de veda, las mareas, las fases lunares y los ritmos de sus propios cuerpos. Ella conoce estos ciclos y los utiliza para garantizar que su relación con la mar no sea de explotación, sino de cuidado mutuo. Por eso aclara que ella pesca como mujer, no como hombre, “y mi fuerza es la de una mujer, que es igual de importante”.


















Este es el proyecto de la colectiva Solunar, integrada por Andrea Hernández Briceño, Lety Tovar y Freisy González. Se trata de una serie fotográfica que retrata los cambios en las dinámicas económicas y sociales de las costas venezolanas.
“La mar regla, como las mujeres”, dice el pescador Luis Chirinos al descargar el pequeño botín que consiguió esa noche en aguas inquietas, cerca de las costas de Falcón, Venezuela. Una capa de barro lo cubre hasta el pecho. Cuando las olas están turbias y lodosas es porque la mar está menstruando en su luna, y no hay buena pesca, explica.
Hace ocho años y más atrás, Chirinos era uno de muchos que pensaban que la mujer y la mar no hacen buena sociedad. Las supersticiones —como que una mujer a bordo de un barco es de mala suerte o que si está menstruando las aguas se enfurecen— son la manifestación oral de un oficio que había sido tradicionalmente masculino en Venezuela. Hasta la crisis.
La incertidumbre económica, social y migratoria que arropa el país caribeño ha provocado un cambio importante en los estados de Aragua, La Guaira y Falcón: la feminización del oficio de la pesca, en un contexto hostil para las mujeres. La costa refleja las desigualdades en Venezuela, donde la pobreza está marcada por el género, como revela la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi 2021).
Las mujeres asumen el trabajo no remunerado y las responsabilidades domésticas en comunidades donde los servicios básicos y las oportunidades de empleo son limitados. A esta precariedad se suma la constante amenaza de violencia de género. En Venezuela se registra un feminicidio cada 47 horas, según datos de 2023 de la ong Utopix.
Vanessa Machado, la líder de las mujeres pescadoras de Ocumare de la Costa, en Aragua, confía en que la mejor forma de sobrevivir a estas adversidades es uniéndose. Por esto fundó la organización El Sol Sale para Todas, con la que busca garantizar que todas las pescadoras tengan acceso a las embarcaciones pesqueras. La mayoría de las lanchas y motores pertenecen a hombres que no confían en las habilidades de las mujeres, hasta que trabajan con ellas.
Doris Duque pesca en Cuyagua desde hace 16 años y es respetada en toda la costa de Aragua. Ha trabajado con hombres y mujeres, y concluye que ellas son mejores pescadoras porque entienden que “más vale maña que fuerza”; que la técnica, el orden y la planificación son más importantes que la potencia de los brazos y las piernas.
Al no sentirse respaldadas por sus parejas y familiares, y al ser sobrevivientes de la violencia que plaga las costas caribeñas de Venezuela, las mujeres pasaron de tejer redes a lanzarlas a la mar. Estas redes no son solo herramientas de pesca, sino también de conexión y comunicación, lo que hace que este oficio sea cada vez más atractivo para quienes cargan solas con la responsabilidad de proveer para sus familias. La pescadora y madre soltera Rina Álvarez considera que la mar es su madre, y cada vez que entra le pide permiso y bendiciones para sus redes en forma de peces.
Duque también ha visto que las mujeres sienten más respeto por la naturaleza. Notan las temporadas de veda, las mareas, las fases lunares y los ritmos de sus propios cuerpos. Ella conoce estos ciclos y los utiliza para garantizar que su relación con la mar no sea de explotación, sino de cuidado mutuo. Por eso aclara que ella pesca como mujer, no como hombre, “y mi fuerza es la de una mujer, que es igual de importante”.


















Jenny Tovar, 42, viaja en lancha durante la faena junto a otras pescadoras de Ocumare de la Costa, Venezuela, el 10 de agosto de 2024. Jenny pesca desde hace siete años.
“La mar regla, como las mujeres”, dice el pescador Luis Chirinos al descargar el pequeño botín que consiguió esa noche en aguas inquietas, cerca de las costas de Falcón, Venezuela. Una capa de barro lo cubre hasta el pecho. Cuando las olas están turbias y lodosas es porque la mar está menstruando en su luna, y no hay buena pesca, explica.
Hace ocho años y más atrás, Chirinos era uno de muchos que pensaban que la mujer y la mar no hacen buena sociedad. Las supersticiones —como que una mujer a bordo de un barco es de mala suerte o que si está menstruando las aguas se enfurecen— son la manifestación oral de un oficio que había sido tradicionalmente masculino en Venezuela. Hasta la crisis.
La incertidumbre económica, social y migratoria que arropa el país caribeño ha provocado un cambio importante en los estados de Aragua, La Guaira y Falcón: la feminización del oficio de la pesca, en un contexto hostil para las mujeres. La costa refleja las desigualdades en Venezuela, donde la pobreza está marcada por el género, como revela la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi 2021).
Las mujeres asumen el trabajo no remunerado y las responsabilidades domésticas en comunidades donde los servicios básicos y las oportunidades de empleo son limitados. A esta precariedad se suma la constante amenaza de violencia de género. En Venezuela se registra un feminicidio cada 47 horas, según datos de 2023 de la ong Utopix.
Vanessa Machado, la líder de las mujeres pescadoras de Ocumare de la Costa, en Aragua, confía en que la mejor forma de sobrevivir a estas adversidades es uniéndose. Por esto fundó la organización El Sol Sale para Todas, con la que busca garantizar que todas las pescadoras tengan acceso a las embarcaciones pesqueras. La mayoría de las lanchas y motores pertenecen a hombres que no confían en las habilidades de las mujeres, hasta que trabajan con ellas.
Doris Duque pesca en Cuyagua desde hace 16 años y es respetada en toda la costa de Aragua. Ha trabajado con hombres y mujeres, y concluye que ellas son mejores pescadoras porque entienden que “más vale maña que fuerza”; que la técnica, el orden y la planificación son más importantes que la potencia de los brazos y las piernas.
Al no sentirse respaldadas por sus parejas y familiares, y al ser sobrevivientes de la violencia que plaga las costas caribeñas de Venezuela, las mujeres pasaron de tejer redes a lanzarlas a la mar. Estas redes no son solo herramientas de pesca, sino también de conexión y comunicación, lo que hace que este oficio sea cada vez más atractivo para quienes cargan solas con la responsabilidad de proveer para sus familias. La pescadora y madre soltera Rina Álvarez considera que la mar es su madre, y cada vez que entra le pide permiso y bendiciones para sus redes en forma de peces.
Duque también ha visto que las mujeres sienten más respeto por la naturaleza. Notan las temporadas de veda, las mareas, las fases lunares y los ritmos de sus propios cuerpos. Ella conoce estos ciclos y los utiliza para garantizar que su relación con la mar no sea de explotación, sino de cuidado mutuo. Por eso aclara que ella pesca como mujer, no como hombre, “y mi fuerza es la de una mujer, que es igual de importante”.

















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