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Todos los rostros de Tom Cruise

Todos los rostros de Tom Cruise

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Cruise no ha dirigido o escrito ninguna de sus películas, aunque siempre elige con cuidado qué apariciones le convienen, qué declaraciones apoyar y qué personajes lo representan.
08
.
05
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Desde sus inicios en la década de los ochenta, cuando encarnó los ideales estadounidenses, hasta sus hazañas ante las cámaras, los papeles de Cruise retratan su necesidad de triunfar y dejar claro su lugar en Hollywood.

La obra cinematográfica de Tom Cruise es la autobiografía de un dios: Cruise no nace, y cuando muere, revive. Cada papel es una encarnación de su propio estado mental, que va de la ambición de un joven por seducir al público del mundo entero, a la confrontación con figuras paternas y la eventual consolidación de su omnipotencia. Para mí, una de las imágenes más sorprendentemente conmovedoras de los últimos años fue la de las arrugas en el rostro de Cruise. Yo nací cuando ya era una estrella, y mi imagen de él fue siempre la de un hombre joven, atlético, invencible. En Barry Seal, sólo en América (Made in America, 2017), sus líneas entre los ojos y las sienes se asomaban ya sin que las provocara una sonrisa. En cambio, en Top Gun: Maverick (2022) era evidente: a pesar de lo que nos ha hecho creer, Tom Cruise envejece y un día morirá, tal como nosotros, sus espectadores. 

Sus innegables 60 años en el penúltimo episodio (hasta donde sabemos) de Misión imposible, Sentencia mortal - Parte I (Mission: Impossible - Dead Reckoning Part I, 2023), producen una multiplicación: Cruise aparece en la película como hombre, como espía ficticio, actor y productor, enfrentándose a una inteligencia artificial que simboliza la muerte; es decir, hay un nivel superficial en el que su personaje, Ethan Hunt, combate a esta criatura digital para salvar al mundo, pero en otros Cruise busca destruirla para sobrevivir como representante de cierto cine (el que prefiere poner en riesgo al actor antes que usar efectos digitales) y un adulto que entra a la tercera edad con renuencia a morir. Por esta razón, se comporta como no se atreven hombres más jóvenes: Cruise pelea en el techo de un tren en movimiento o salta de una motocicleta para abrir un paracaídas que lo hará aterrizar en dicho tren. Y no es solo el ficticio Ethan Hunt el que realiza estas hazañas, sino el propio Cruise, que se rehúsa a dejar a sus dobles el trabajo pesado. Su motivación es convertirse en la estrella más grande, más arriesgada, desde Charles Chaplin, Buster Keaton y Douglas Fairbanks: concluir el proyecto de ser no un hombre, sino un nombre.

¿De dónde viene esta ambición imparable y disciplinada? En 2006, en una entrevista para la publicación Parade, Cruise describió a su padre como “un abusivo y un cobarde”. También contó que en la escuela sus compañeros lo molestaban por ser disléxico. Pareciera, a partir de estos detalles biográficos, que hay un deseo de mostrarse invulnerable ante su padre, ante sus agresores y el mundo entero. Al adquirir poder, Cruise se hace intocable, y por ello su filmografía siempre busca probar algo: él puede salvar al mundo, puede volar helicópteros y cazas de combate, puede salvar su matrimonio, puede vencer a su padre. 

“Poder”, en esta filmografía, es un sustantivo, pero sobre todo un verbo. Cruise y sus personajes hacen siempre lo imposible, incluso en las ocasiones contadas en que les cuesta. Su primer gran papel, en Negocios riesgosos (Risky Business, 1983), es el de un estudiante que logra convertirse en un padrote exitoso para reparar el coche de su padre y hacerse de una novia sacada del imaginario masculino universal; en Top Gun (1986), como el famoso Maverick, logra convertirse en el mejor piloto de cazas de combate de su academia tras una competencia peligrosa con el segundo mejor alumno, Iceman (Val Kilmer); en El color del dinero (The Color of Money, 1986) logra engañar ni más ni menos que al “Rápido” Eddie Felson, un personaje clásico de Paul Newman que apareció por primera vez en El audaz (The Hustler, 1961), de Robert Rosen. 

La ambición y los logros de cada personaje de Cruise son un reflejo de los propios: El color del dinero le permitió actuar bajo la dirección de Martin Scorsese —ya antes había trabajado con Francis Ford Coppola, aunque en un rol menor de Los rebeldes (The Outsiders, 1983)— y reemplazar simbólicamente a Newman: el hecho de que Vincent (Cruise) rete y someta a Eddie Felson (aunque más tarde el éxito sea revertido) anuncia la llegada de la siguiente generación de estrellas: el triunfo de la juventud vigorosa sobre la fama crepuscular. 

Cruise es un actor de rango conciso pero sumamente efectivo. Raras veces se le ve salir de sus tres tonos principales (seductor, contenido, explosivo), ya que depende más de la identificación con los personajes que de la técnica (Cruise no asistió a una escuela de actuación). Su conquista de Hollywood y el mundo se debió a la intensidad de su sonrisa y a la cuidadosa producción de una imagen decidida a capturar a su primer público, el estadounidense. El atractivo físico, el optimismo aspiracional y el ingenio y la determinación de sus personajes para triunfar fueron representativos de la juventud ideal del imaginario reaganiano. Los años ochenta se caracterizaron en realidad por la marginación económica, el apogeo del rock alternativo y otras expresiones rabiosas que fueron eclipsadas por la imagen de Cruise y otros jóvenes (Tom Hanks, Michael J. Fox, Kevin Costner) preferidos por el adulto conservador. Todavía este emprendedor es el protagonista de Coctel (Cocktail, 1988) y, en cierta medida, de Cuando los hermanos se encuentran (Rain Man, 1988); sin embargo, en los años posteriores Cruise dedicaría su filmografía a cuestionar las instituciones de Estados Unidos. Esto revela un carácter ambiguamente rebelde, típico de ciertas estrellas de Hollywood que crecen defendiendo el sueño americano para luego negarlo.

Te recomendamos leer: "El brutalista", de Brady Corbet: propaganda y rancia melancolía, una crítica de Alonso Díaz de la Vega.

A lo largo de su carrera, Cruise ha ido y venido entre la idealización y el cuestionamiento: su representación del imaginario conservador hizo que pareciera una coincidencia no solo oportuna, sino premonitoria, que su cumpleaños precediera el de la nación por un solo día (3 de julio), pero al acercarse los años noventa sus películas adquirieron un enojo inesperado: Nacido el cuatro de julio (Born on the Fourth of July, 1989) posee, desde el título, un carácter opositor al optimismo de nacer estadounidense: en contraste con lo que muestran las primeras películas de Cruise, el director Oliver Stone representa esta vida como una forma de esclavitud abstracta —si bien le va a uno, como al protagonista blanco—, en la cual las conciencias individuales se encadenan a los deseos del poder político. La fantasía de servir a la patria en Vietnam se convierte en la frustración de sacrificar el cuerpo en nombre del imperialismo y su ingratitud: al perder el uso de sus piernas, el veterano Ron Kovic (Cruise) se vuelve opositor de la guerra. Otras películas posteriores, como Cuestión de honor (A Few Good Men, 1992) y Sin salida (The Firm, 1993), mostrarían la corrupción en el Ejército y en un bufete de abogados vinculado con la mafia. La identidad estadounidense, en este periodo, parece más bien un sinónimo de malestar nacional.

Cruise no ha dirigido o escrito ninguna de sus películas, aunque siempre elige con cuidado qué apariciones le convienen, qué declaraciones apoyar y qué personajes lo representan. Por esta razón importan sus papeles para autores de prestigio: no lo motiva solamente el deseo de trabajar con Scorsese, Paul Thomas Anderson o Stanley Kubrick, sino participar en películas que lo absuelvan de sus dolores más grandes. Ya vimos cómo en El color del dinero el personaje de Cruise se enfrenta a su mentor, que no es más que un padre elegido. La ficción se nutre del actor, quien encuentra a menudo la oportunidad de corregir su propia biografía, incluso detrás de cámaras. La joven estrella descubrió una familia en los padres de Scorsese, Cathy y Charlie, quienes a menudo lo recibían en su departamento en la Tercera Avenida de Manhattan. Al filmar Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), Cruise y Nicole Kidman, su entonces esposa, desarrollaron un vínculo casi familiar con Kubrick, quien aprovechó el largo rodaje de más de un año para acercarse a la pareja, observarla y robustecer su fábula freudiana sobre el matrimonio.

En el papel de Frank T. J. Mackey, en Magnolia (1999), Cruise parece abordar su propio carácter. Mackey es un orador que habla agresivamente sobre cómo someter a las mujeres; un Andrew Tate engendrado por la ausencia paterna. Anderson había escrito al personaje para Cruise, y su historia concluía con una reconciliación familiar, pero la escena filmada se parece más al reencuentro del actor con su padre moribundo: solo pudo verlo bajo la condición de no discutir el pasado. Las lágrimas de Mackey son de frustración por no lograr retribuir todo el daño recibido y poseen por ello una sinceridad que sugiere la autobiografía de su intérprete. En Colateral (Collateral, 2004), Michael Mann y Cruise juegan también con esto: su personaje, un asesino a sueldo llamado Vincent, describe a su padre como un abusivo al que mató a los 12 años, pero luego se ríe; el parricidio era broma. Este sentido del humor remite al propio Cruise, que tiende a evadir ciertos temas con una ligereza forzada. 

En otra escena de Magnolia, Mackey se defiende de una entrevistadora que va atravesando sus defensas para hablar de su vida personal; de su padre, en específico. Mackey se protege como Cruise en las entrevistas más incómodas de su carrera: evade con bromas y risas hasta que se vuelve piedra, y mira a los entrevistadores conteniendo su rabia, que se derrama por los ojos. Actor y personaje se ven furiosos por ser expuestos, pero también desesperados por retener el control y evitar vulnerarse más. Cruise a menudo demanda a quienes lo difaman y enfrenta a los periodistas que cuestionan su fe en la cienciología. Mackey es más violento, pero una comparación entre ambos demuestra los gestos de un actor que aprovecha su fuerza en la taquilla para conseguir los papeles que no le exigen formación actoral, sino una búsqueda intuitiva, íntima, de una verdad escénica.

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Como productor de toda la franquicia de Misión imposible, Cruise se hizo al fin el autor principal de su autobiografía en imágenes. Con cada película nueva se estrecha más la identificación del público entre él y el protagonista, Ethan Hunt, que a menudo es descrito por otros personajes como una fuerza apoteósica. En Nación secreta (Mission: Impossible - Rogue Nation, 2015), el director de la CIA Alan Hunley (Alec Baldwin) retrata a Hunt como “la manifestación viviente del destino”. En Repercusión (Mission: Impossible - Fallout, 2018), Julia (Michelle Monaghan), la exesposa de Hunt, le agradece por la vida peligrosa en que la involucró, ya que la hizo más fuerte. 

En general, los personajes alrededor del protagonista lo reconocen como un buen hombre, un tipo leal, generoso, sacrificado y patriota —pero sobre todo invencible— que corrige los errores de la nación cuando es necesario. Si después de siete películas Hunt y Cruise ya son confundidos por el público, quizá no sea arriesgado decir que la ficción es un intento de proyectar una imagen propia a todos los abusadores que han intentado someterlo: una forma de adquirir el poder y el amor que le han negado otros y que hace de la actuación una tarea más arriesgada que cualquier escena en aviones o bajo el agua. La maniobra más difícil de Tom Cruise no ha sido exponerse a la muerte, sino conocerse mediante el cine, que funge como instrumento terapéutico. En el equilibro entre sanar, validarse y hasta parodiarse voluntariamente a sí mismo, Cruise suma lo que significa cierto tipo de estrella: la que lo irradia todo con su personalidad insoslayable, como una divinidad que habita en los árboles y bajo las piedras.

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Desde sus inicios en la década de los ochenta, cuando encarnó los ideales estadounidenses, hasta sus hazañas ante las cámaras, los papeles de Cruise retratan su necesidad de triunfar y dejar claro su lugar en Hollywood.

La obra cinematográfica de Tom Cruise es la autobiografía de un dios: Cruise no nace, y cuando muere, revive. Cada papel es una encarnación de su propio estado mental, que va de la ambición de un joven por seducir al público del mundo entero, a la confrontación con figuras paternas y la eventual consolidación de su omnipotencia. Para mí, una de las imágenes más sorprendentemente conmovedoras de los últimos años fue la de las arrugas en el rostro de Cruise. Yo nací cuando ya era una estrella, y mi imagen de él fue siempre la de un hombre joven, atlético, invencible. En Barry Seal, sólo en América (Made in America, 2017), sus líneas entre los ojos y las sienes se asomaban ya sin que las provocara una sonrisa. En cambio, en Top Gun: Maverick (2022) era evidente: a pesar de lo que nos ha hecho creer, Tom Cruise envejece y un día morirá, tal como nosotros, sus espectadores. 

Sus innegables 60 años en el penúltimo episodio (hasta donde sabemos) de Misión imposible, Sentencia mortal - Parte I (Mission: Impossible - Dead Reckoning Part I, 2023), producen una multiplicación: Cruise aparece en la película como hombre, como espía ficticio, actor y productor, enfrentándose a una inteligencia artificial que simboliza la muerte; es decir, hay un nivel superficial en el que su personaje, Ethan Hunt, combate a esta criatura digital para salvar al mundo, pero en otros Cruise busca destruirla para sobrevivir como representante de cierto cine (el que prefiere poner en riesgo al actor antes que usar efectos digitales) y un adulto que entra a la tercera edad con renuencia a morir. Por esta razón, se comporta como no se atreven hombres más jóvenes: Cruise pelea en el techo de un tren en movimiento o salta de una motocicleta para abrir un paracaídas que lo hará aterrizar en dicho tren. Y no es solo el ficticio Ethan Hunt el que realiza estas hazañas, sino el propio Cruise, que se rehúsa a dejar a sus dobles el trabajo pesado. Su motivación es convertirse en la estrella más grande, más arriesgada, desde Charles Chaplin, Buster Keaton y Douglas Fairbanks: concluir el proyecto de ser no un hombre, sino un nombre.

¿De dónde viene esta ambición imparable y disciplinada? En 2006, en una entrevista para la publicación Parade, Cruise describió a su padre como “un abusivo y un cobarde”. También contó que en la escuela sus compañeros lo molestaban por ser disléxico. Pareciera, a partir de estos detalles biográficos, que hay un deseo de mostrarse invulnerable ante su padre, ante sus agresores y el mundo entero. Al adquirir poder, Cruise se hace intocable, y por ello su filmografía siempre busca probar algo: él puede salvar al mundo, puede volar helicópteros y cazas de combate, puede salvar su matrimonio, puede vencer a su padre. 

“Poder”, en esta filmografía, es un sustantivo, pero sobre todo un verbo. Cruise y sus personajes hacen siempre lo imposible, incluso en las ocasiones contadas en que les cuesta. Su primer gran papel, en Negocios riesgosos (Risky Business, 1983), es el de un estudiante que logra convertirse en un padrote exitoso para reparar el coche de su padre y hacerse de una novia sacada del imaginario masculino universal; en Top Gun (1986), como el famoso Maverick, logra convertirse en el mejor piloto de cazas de combate de su academia tras una competencia peligrosa con el segundo mejor alumno, Iceman (Val Kilmer); en El color del dinero (The Color of Money, 1986) logra engañar ni más ni menos que al “Rápido” Eddie Felson, un personaje clásico de Paul Newman que apareció por primera vez en El audaz (The Hustler, 1961), de Robert Rosen. 

La ambición y los logros de cada personaje de Cruise son un reflejo de los propios: El color del dinero le permitió actuar bajo la dirección de Martin Scorsese —ya antes había trabajado con Francis Ford Coppola, aunque en un rol menor de Los rebeldes (The Outsiders, 1983)— y reemplazar simbólicamente a Newman: el hecho de que Vincent (Cruise) rete y someta a Eddie Felson (aunque más tarde el éxito sea revertido) anuncia la llegada de la siguiente generación de estrellas: el triunfo de la juventud vigorosa sobre la fama crepuscular. 

Cruise es un actor de rango conciso pero sumamente efectivo. Raras veces se le ve salir de sus tres tonos principales (seductor, contenido, explosivo), ya que depende más de la identificación con los personajes que de la técnica (Cruise no asistió a una escuela de actuación). Su conquista de Hollywood y el mundo se debió a la intensidad de su sonrisa y a la cuidadosa producción de una imagen decidida a capturar a su primer público, el estadounidense. El atractivo físico, el optimismo aspiracional y el ingenio y la determinación de sus personajes para triunfar fueron representativos de la juventud ideal del imaginario reaganiano. Los años ochenta se caracterizaron en realidad por la marginación económica, el apogeo del rock alternativo y otras expresiones rabiosas que fueron eclipsadas por la imagen de Cruise y otros jóvenes (Tom Hanks, Michael J. Fox, Kevin Costner) preferidos por el adulto conservador. Todavía este emprendedor es el protagonista de Coctel (Cocktail, 1988) y, en cierta medida, de Cuando los hermanos se encuentran (Rain Man, 1988); sin embargo, en los años posteriores Cruise dedicaría su filmografía a cuestionar las instituciones de Estados Unidos. Esto revela un carácter ambiguamente rebelde, típico de ciertas estrellas de Hollywood que crecen defendiendo el sueño americano para luego negarlo.

Te recomendamos leer: "El brutalista", de Brady Corbet: propaganda y rancia melancolía, una crítica de Alonso Díaz de la Vega.

A lo largo de su carrera, Cruise ha ido y venido entre la idealización y el cuestionamiento: su representación del imaginario conservador hizo que pareciera una coincidencia no solo oportuna, sino premonitoria, que su cumpleaños precediera el de la nación por un solo día (3 de julio), pero al acercarse los años noventa sus películas adquirieron un enojo inesperado: Nacido el cuatro de julio (Born on the Fourth of July, 1989) posee, desde el título, un carácter opositor al optimismo de nacer estadounidense: en contraste con lo que muestran las primeras películas de Cruise, el director Oliver Stone representa esta vida como una forma de esclavitud abstracta —si bien le va a uno, como al protagonista blanco—, en la cual las conciencias individuales se encadenan a los deseos del poder político. La fantasía de servir a la patria en Vietnam se convierte en la frustración de sacrificar el cuerpo en nombre del imperialismo y su ingratitud: al perder el uso de sus piernas, el veterano Ron Kovic (Cruise) se vuelve opositor de la guerra. Otras películas posteriores, como Cuestión de honor (A Few Good Men, 1992) y Sin salida (The Firm, 1993), mostrarían la corrupción en el Ejército y en un bufete de abogados vinculado con la mafia. La identidad estadounidense, en este periodo, parece más bien un sinónimo de malestar nacional.

Cruise no ha dirigido o escrito ninguna de sus películas, aunque siempre elige con cuidado qué apariciones le convienen, qué declaraciones apoyar y qué personajes lo representan. Por esta razón importan sus papeles para autores de prestigio: no lo motiva solamente el deseo de trabajar con Scorsese, Paul Thomas Anderson o Stanley Kubrick, sino participar en películas que lo absuelvan de sus dolores más grandes. Ya vimos cómo en El color del dinero el personaje de Cruise se enfrenta a su mentor, que no es más que un padre elegido. La ficción se nutre del actor, quien encuentra a menudo la oportunidad de corregir su propia biografía, incluso detrás de cámaras. La joven estrella descubrió una familia en los padres de Scorsese, Cathy y Charlie, quienes a menudo lo recibían en su departamento en la Tercera Avenida de Manhattan. Al filmar Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), Cruise y Nicole Kidman, su entonces esposa, desarrollaron un vínculo casi familiar con Kubrick, quien aprovechó el largo rodaje de más de un año para acercarse a la pareja, observarla y robustecer su fábula freudiana sobre el matrimonio.

En el papel de Frank T. J. Mackey, en Magnolia (1999), Cruise parece abordar su propio carácter. Mackey es un orador que habla agresivamente sobre cómo someter a las mujeres; un Andrew Tate engendrado por la ausencia paterna. Anderson había escrito al personaje para Cruise, y su historia concluía con una reconciliación familiar, pero la escena filmada se parece más al reencuentro del actor con su padre moribundo: solo pudo verlo bajo la condición de no discutir el pasado. Las lágrimas de Mackey son de frustración por no lograr retribuir todo el daño recibido y poseen por ello una sinceridad que sugiere la autobiografía de su intérprete. En Colateral (Collateral, 2004), Michael Mann y Cruise juegan también con esto: su personaje, un asesino a sueldo llamado Vincent, describe a su padre como un abusivo al que mató a los 12 años, pero luego se ríe; el parricidio era broma. Este sentido del humor remite al propio Cruise, que tiende a evadir ciertos temas con una ligereza forzada. 

En otra escena de Magnolia, Mackey se defiende de una entrevistadora que va atravesando sus defensas para hablar de su vida personal; de su padre, en específico. Mackey se protege como Cruise en las entrevistas más incómodas de su carrera: evade con bromas y risas hasta que se vuelve piedra, y mira a los entrevistadores conteniendo su rabia, que se derrama por los ojos. Actor y personaje se ven furiosos por ser expuestos, pero también desesperados por retener el control y evitar vulnerarse más. Cruise a menudo demanda a quienes lo difaman y enfrenta a los periodistas que cuestionan su fe en la cienciología. Mackey es más violento, pero una comparación entre ambos demuestra los gestos de un actor que aprovecha su fuerza en la taquilla para conseguir los papeles que no le exigen formación actoral, sino una búsqueda intuitiva, íntima, de una verdad escénica.

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Como productor de toda la franquicia de Misión imposible, Cruise se hizo al fin el autor principal de su autobiografía en imágenes. Con cada película nueva se estrecha más la identificación del público entre él y el protagonista, Ethan Hunt, que a menudo es descrito por otros personajes como una fuerza apoteósica. En Nación secreta (Mission: Impossible - Rogue Nation, 2015), el director de la CIA Alan Hunley (Alec Baldwin) retrata a Hunt como “la manifestación viviente del destino”. En Repercusión (Mission: Impossible - Fallout, 2018), Julia (Michelle Monaghan), la exesposa de Hunt, le agradece por la vida peligrosa en que la involucró, ya que la hizo más fuerte. 

En general, los personajes alrededor del protagonista lo reconocen como un buen hombre, un tipo leal, generoso, sacrificado y patriota —pero sobre todo invencible— que corrige los errores de la nación cuando es necesario. Si después de siete películas Hunt y Cruise ya son confundidos por el público, quizá no sea arriesgado decir que la ficción es un intento de proyectar una imagen propia a todos los abusadores que han intentado someterlo: una forma de adquirir el poder y el amor que le han negado otros y que hace de la actuación una tarea más arriesgada que cualquier escena en aviones o bajo el agua. La maniobra más difícil de Tom Cruise no ha sido exponerse a la muerte, sino conocerse mediante el cine, que funge como instrumento terapéutico. En el equilibro entre sanar, validarse y hasta parodiarse voluntariamente a sí mismo, Cruise suma lo que significa cierto tipo de estrella: la que lo irradia todo con su personalidad insoslayable, como una divinidad que habita en los árboles y bajo las piedras.

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Desde sus inicios en la década de los ochenta, cuando encarnó los ideales estadounidenses, hasta sus hazañas ante las cámaras, los papeles de Cruise retratan su necesidad de triunfar y dejar claro su lugar en Hollywood.

La obra cinematográfica de Tom Cruise es la autobiografía de un dios: Cruise no nace, y cuando muere, revive. Cada papel es una encarnación de su propio estado mental, que va de la ambición de un joven por seducir al público del mundo entero, a la confrontación con figuras paternas y la eventual consolidación de su omnipotencia. Para mí, una de las imágenes más sorprendentemente conmovedoras de los últimos años fue la de las arrugas en el rostro de Cruise. Yo nací cuando ya era una estrella, y mi imagen de él fue siempre la de un hombre joven, atlético, invencible. En Barry Seal, sólo en América (Made in America, 2017), sus líneas entre los ojos y las sienes se asomaban ya sin que las provocara una sonrisa. En cambio, en Top Gun: Maverick (2022) era evidente: a pesar de lo que nos ha hecho creer, Tom Cruise envejece y un día morirá, tal como nosotros, sus espectadores. 

Sus innegables 60 años en el penúltimo episodio (hasta donde sabemos) de Misión imposible, Sentencia mortal - Parte I (Mission: Impossible - Dead Reckoning Part I, 2023), producen una multiplicación: Cruise aparece en la película como hombre, como espía ficticio, actor y productor, enfrentándose a una inteligencia artificial que simboliza la muerte; es decir, hay un nivel superficial en el que su personaje, Ethan Hunt, combate a esta criatura digital para salvar al mundo, pero en otros Cruise busca destruirla para sobrevivir como representante de cierto cine (el que prefiere poner en riesgo al actor antes que usar efectos digitales) y un adulto que entra a la tercera edad con renuencia a morir. Por esta razón, se comporta como no se atreven hombres más jóvenes: Cruise pelea en el techo de un tren en movimiento o salta de una motocicleta para abrir un paracaídas que lo hará aterrizar en dicho tren. Y no es solo el ficticio Ethan Hunt el que realiza estas hazañas, sino el propio Cruise, que se rehúsa a dejar a sus dobles el trabajo pesado. Su motivación es convertirse en la estrella más grande, más arriesgada, desde Charles Chaplin, Buster Keaton y Douglas Fairbanks: concluir el proyecto de ser no un hombre, sino un nombre.

¿De dónde viene esta ambición imparable y disciplinada? En 2006, en una entrevista para la publicación Parade, Cruise describió a su padre como “un abusivo y un cobarde”. También contó que en la escuela sus compañeros lo molestaban por ser disléxico. Pareciera, a partir de estos detalles biográficos, que hay un deseo de mostrarse invulnerable ante su padre, ante sus agresores y el mundo entero. Al adquirir poder, Cruise se hace intocable, y por ello su filmografía siempre busca probar algo: él puede salvar al mundo, puede volar helicópteros y cazas de combate, puede salvar su matrimonio, puede vencer a su padre. 

“Poder”, en esta filmografía, es un sustantivo, pero sobre todo un verbo. Cruise y sus personajes hacen siempre lo imposible, incluso en las ocasiones contadas en que les cuesta. Su primer gran papel, en Negocios riesgosos (Risky Business, 1983), es el de un estudiante que logra convertirse en un padrote exitoso para reparar el coche de su padre y hacerse de una novia sacada del imaginario masculino universal; en Top Gun (1986), como el famoso Maverick, logra convertirse en el mejor piloto de cazas de combate de su academia tras una competencia peligrosa con el segundo mejor alumno, Iceman (Val Kilmer); en El color del dinero (The Color of Money, 1986) logra engañar ni más ni menos que al “Rápido” Eddie Felson, un personaje clásico de Paul Newman que apareció por primera vez en El audaz (The Hustler, 1961), de Robert Rosen. 

La ambición y los logros de cada personaje de Cruise son un reflejo de los propios: El color del dinero le permitió actuar bajo la dirección de Martin Scorsese —ya antes había trabajado con Francis Ford Coppola, aunque en un rol menor de Los rebeldes (The Outsiders, 1983)— y reemplazar simbólicamente a Newman: el hecho de que Vincent (Cruise) rete y someta a Eddie Felson (aunque más tarde el éxito sea revertido) anuncia la llegada de la siguiente generación de estrellas: el triunfo de la juventud vigorosa sobre la fama crepuscular. 

Cruise es un actor de rango conciso pero sumamente efectivo. Raras veces se le ve salir de sus tres tonos principales (seductor, contenido, explosivo), ya que depende más de la identificación con los personajes que de la técnica (Cruise no asistió a una escuela de actuación). Su conquista de Hollywood y el mundo se debió a la intensidad de su sonrisa y a la cuidadosa producción de una imagen decidida a capturar a su primer público, el estadounidense. El atractivo físico, el optimismo aspiracional y el ingenio y la determinación de sus personajes para triunfar fueron representativos de la juventud ideal del imaginario reaganiano. Los años ochenta se caracterizaron en realidad por la marginación económica, el apogeo del rock alternativo y otras expresiones rabiosas que fueron eclipsadas por la imagen de Cruise y otros jóvenes (Tom Hanks, Michael J. Fox, Kevin Costner) preferidos por el adulto conservador. Todavía este emprendedor es el protagonista de Coctel (Cocktail, 1988) y, en cierta medida, de Cuando los hermanos se encuentran (Rain Man, 1988); sin embargo, en los años posteriores Cruise dedicaría su filmografía a cuestionar las instituciones de Estados Unidos. Esto revela un carácter ambiguamente rebelde, típico de ciertas estrellas de Hollywood que crecen defendiendo el sueño americano para luego negarlo.

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Cruise no ha dirigido o escrito ninguna de sus películas, aunque siempre elige con cuidado qué apariciones le convienen, qué declaraciones apoyar y qué personajes lo representan. Por esta razón importan sus papeles para autores de prestigio: no lo motiva solamente el deseo de trabajar con Scorsese, Paul Thomas Anderson o Stanley Kubrick, sino participar en películas que lo absuelvan de sus dolores más grandes. Ya vimos cómo en El color del dinero el personaje de Cruise se enfrenta a su mentor, que no es más que un padre elegido. La ficción se nutre del actor, quien encuentra a menudo la oportunidad de corregir su propia biografía, incluso detrás de cámaras. La joven estrella descubrió una familia en los padres de Scorsese, Cathy y Charlie, quienes a menudo lo recibían en su departamento en la Tercera Avenida de Manhattan. Al filmar Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), Cruise y Nicole Kidman, su entonces esposa, desarrollaron un vínculo casi familiar con Kubrick, quien aprovechó el largo rodaje de más de un año para acercarse a la pareja, observarla y robustecer su fábula freudiana sobre el matrimonio.

En el papel de Frank T. J. Mackey, en Magnolia (1999), Cruise parece abordar su propio carácter. Mackey es un orador que habla agresivamente sobre cómo someter a las mujeres; un Andrew Tate engendrado por la ausencia paterna. Anderson había escrito al personaje para Cruise, y su historia concluía con una reconciliación familiar, pero la escena filmada se parece más al reencuentro del actor con su padre moribundo: solo pudo verlo bajo la condición de no discutir el pasado. Las lágrimas de Mackey son de frustración por no lograr retribuir todo el daño recibido y poseen por ello una sinceridad que sugiere la autobiografía de su intérprete. En Colateral (Collateral, 2004), Michael Mann y Cruise juegan también con esto: su personaje, un asesino a sueldo llamado Vincent, describe a su padre como un abusivo al que mató a los 12 años, pero luego se ríe; el parricidio era broma. Este sentido del humor remite al propio Cruise, que tiende a evadir ciertos temas con una ligereza forzada. 

En otra escena de Magnolia, Mackey se defiende de una entrevistadora que va atravesando sus defensas para hablar de su vida personal; de su padre, en específico. Mackey se protege como Cruise en las entrevistas más incómodas de su carrera: evade con bromas y risas hasta que se vuelve piedra, y mira a los entrevistadores conteniendo su rabia, que se derrama por los ojos. Actor y personaje se ven furiosos por ser expuestos, pero también desesperados por retener el control y evitar vulnerarse más. Cruise a menudo demanda a quienes lo difaman y enfrenta a los periodistas que cuestionan su fe en la cienciología. Mackey es más violento, pero una comparación entre ambos demuestra los gestos de un actor que aprovecha su fuerza en la taquilla para conseguir los papeles que no le exigen formación actoral, sino una búsqueda intuitiva, íntima, de una verdad escénica.

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Como productor de toda la franquicia de Misión imposible, Cruise se hizo al fin el autor principal de su autobiografía en imágenes. Con cada película nueva se estrecha más la identificación del público entre él y el protagonista, Ethan Hunt, que a menudo es descrito por otros personajes como una fuerza apoteósica. En Nación secreta (Mission: Impossible - Rogue Nation, 2015), el director de la CIA Alan Hunley (Alec Baldwin) retrata a Hunt como “la manifestación viviente del destino”. En Repercusión (Mission: Impossible - Fallout, 2018), Julia (Michelle Monaghan), la exesposa de Hunt, le agradece por la vida peligrosa en que la involucró, ya que la hizo más fuerte. 

En general, los personajes alrededor del protagonista lo reconocen como un buen hombre, un tipo leal, generoso, sacrificado y patriota —pero sobre todo invencible— que corrige los errores de la nación cuando es necesario. Si después de siete películas Hunt y Cruise ya son confundidos por el público, quizá no sea arriesgado decir que la ficción es un intento de proyectar una imagen propia a todos los abusadores que han intentado someterlo: una forma de adquirir el poder y el amor que le han negado otros y que hace de la actuación una tarea más arriesgada que cualquier escena en aviones o bajo el agua. La maniobra más difícil de Tom Cruise no ha sido exponerse a la muerte, sino conocerse mediante el cine, que funge como instrumento terapéutico. En el equilibro entre sanar, validarse y hasta parodiarse voluntariamente a sí mismo, Cruise suma lo que significa cierto tipo de estrella: la que lo irradia todo con su personalidad insoslayable, como una divinidad que habita en los árboles y bajo las piedras.

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Todos los rostros de Tom Cruise

Todos los rostros de Tom Cruise

08
.
05
.
25
2025
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
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Desde sus inicios en la década de los ochenta, cuando encarnó los ideales estadounidenses, hasta sus hazañas ante las cámaras, los papeles de Cruise retratan su necesidad de triunfar y dejar claro su lugar en Hollywood.

La obra cinematográfica de Tom Cruise es la autobiografía de un dios: Cruise no nace, y cuando muere, revive. Cada papel es una encarnación de su propio estado mental, que va de la ambición de un joven por seducir al público del mundo entero, a la confrontación con figuras paternas y la eventual consolidación de su omnipotencia. Para mí, una de las imágenes más sorprendentemente conmovedoras de los últimos años fue la de las arrugas en el rostro de Cruise. Yo nací cuando ya era una estrella, y mi imagen de él fue siempre la de un hombre joven, atlético, invencible. En Barry Seal, sólo en América (Made in America, 2017), sus líneas entre los ojos y las sienes se asomaban ya sin que las provocara una sonrisa. En cambio, en Top Gun: Maverick (2022) era evidente: a pesar de lo que nos ha hecho creer, Tom Cruise envejece y un día morirá, tal como nosotros, sus espectadores. 

Sus innegables 60 años en el penúltimo episodio (hasta donde sabemos) de Misión imposible, Sentencia mortal - Parte I (Mission: Impossible - Dead Reckoning Part I, 2023), producen una multiplicación: Cruise aparece en la película como hombre, como espía ficticio, actor y productor, enfrentándose a una inteligencia artificial que simboliza la muerte; es decir, hay un nivel superficial en el que su personaje, Ethan Hunt, combate a esta criatura digital para salvar al mundo, pero en otros Cruise busca destruirla para sobrevivir como representante de cierto cine (el que prefiere poner en riesgo al actor antes que usar efectos digitales) y un adulto que entra a la tercera edad con renuencia a morir. Por esta razón, se comporta como no se atreven hombres más jóvenes: Cruise pelea en el techo de un tren en movimiento o salta de una motocicleta para abrir un paracaídas que lo hará aterrizar en dicho tren. Y no es solo el ficticio Ethan Hunt el que realiza estas hazañas, sino el propio Cruise, que se rehúsa a dejar a sus dobles el trabajo pesado. Su motivación es convertirse en la estrella más grande, más arriesgada, desde Charles Chaplin, Buster Keaton y Douglas Fairbanks: concluir el proyecto de ser no un hombre, sino un nombre.

¿De dónde viene esta ambición imparable y disciplinada? En 2006, en una entrevista para la publicación Parade, Cruise describió a su padre como “un abusivo y un cobarde”. También contó que en la escuela sus compañeros lo molestaban por ser disléxico. Pareciera, a partir de estos detalles biográficos, que hay un deseo de mostrarse invulnerable ante su padre, ante sus agresores y el mundo entero. Al adquirir poder, Cruise se hace intocable, y por ello su filmografía siempre busca probar algo: él puede salvar al mundo, puede volar helicópteros y cazas de combate, puede salvar su matrimonio, puede vencer a su padre. 

“Poder”, en esta filmografía, es un sustantivo, pero sobre todo un verbo. Cruise y sus personajes hacen siempre lo imposible, incluso en las ocasiones contadas en que les cuesta. Su primer gran papel, en Negocios riesgosos (Risky Business, 1983), es el de un estudiante que logra convertirse en un padrote exitoso para reparar el coche de su padre y hacerse de una novia sacada del imaginario masculino universal; en Top Gun (1986), como el famoso Maverick, logra convertirse en el mejor piloto de cazas de combate de su academia tras una competencia peligrosa con el segundo mejor alumno, Iceman (Val Kilmer); en El color del dinero (The Color of Money, 1986) logra engañar ni más ni menos que al “Rápido” Eddie Felson, un personaje clásico de Paul Newman que apareció por primera vez en El audaz (The Hustler, 1961), de Robert Rosen. 

La ambición y los logros de cada personaje de Cruise son un reflejo de los propios: El color del dinero le permitió actuar bajo la dirección de Martin Scorsese —ya antes había trabajado con Francis Ford Coppola, aunque en un rol menor de Los rebeldes (The Outsiders, 1983)— y reemplazar simbólicamente a Newman: el hecho de que Vincent (Cruise) rete y someta a Eddie Felson (aunque más tarde el éxito sea revertido) anuncia la llegada de la siguiente generación de estrellas: el triunfo de la juventud vigorosa sobre la fama crepuscular. 

Cruise es un actor de rango conciso pero sumamente efectivo. Raras veces se le ve salir de sus tres tonos principales (seductor, contenido, explosivo), ya que depende más de la identificación con los personajes que de la técnica (Cruise no asistió a una escuela de actuación). Su conquista de Hollywood y el mundo se debió a la intensidad de su sonrisa y a la cuidadosa producción de una imagen decidida a capturar a su primer público, el estadounidense. El atractivo físico, el optimismo aspiracional y el ingenio y la determinación de sus personajes para triunfar fueron representativos de la juventud ideal del imaginario reaganiano. Los años ochenta se caracterizaron en realidad por la marginación económica, el apogeo del rock alternativo y otras expresiones rabiosas que fueron eclipsadas por la imagen de Cruise y otros jóvenes (Tom Hanks, Michael J. Fox, Kevin Costner) preferidos por el adulto conservador. Todavía este emprendedor es el protagonista de Coctel (Cocktail, 1988) y, en cierta medida, de Cuando los hermanos se encuentran (Rain Man, 1988); sin embargo, en los años posteriores Cruise dedicaría su filmografía a cuestionar las instituciones de Estados Unidos. Esto revela un carácter ambiguamente rebelde, típico de ciertas estrellas de Hollywood que crecen defendiendo el sueño americano para luego negarlo.

Te recomendamos leer: "El brutalista", de Brady Corbet: propaganda y rancia melancolía, una crítica de Alonso Díaz de la Vega.

A lo largo de su carrera, Cruise ha ido y venido entre la idealización y el cuestionamiento: su representación del imaginario conservador hizo que pareciera una coincidencia no solo oportuna, sino premonitoria, que su cumpleaños precediera el de la nación por un solo día (3 de julio), pero al acercarse los años noventa sus películas adquirieron un enojo inesperado: Nacido el cuatro de julio (Born on the Fourth of July, 1989) posee, desde el título, un carácter opositor al optimismo de nacer estadounidense: en contraste con lo que muestran las primeras películas de Cruise, el director Oliver Stone representa esta vida como una forma de esclavitud abstracta —si bien le va a uno, como al protagonista blanco—, en la cual las conciencias individuales se encadenan a los deseos del poder político. La fantasía de servir a la patria en Vietnam se convierte en la frustración de sacrificar el cuerpo en nombre del imperialismo y su ingratitud: al perder el uso de sus piernas, el veterano Ron Kovic (Cruise) se vuelve opositor de la guerra. Otras películas posteriores, como Cuestión de honor (A Few Good Men, 1992) y Sin salida (The Firm, 1993), mostrarían la corrupción en el Ejército y en un bufete de abogados vinculado con la mafia. La identidad estadounidense, en este periodo, parece más bien un sinónimo de malestar nacional.

Cruise no ha dirigido o escrito ninguna de sus películas, aunque siempre elige con cuidado qué apariciones le convienen, qué declaraciones apoyar y qué personajes lo representan. Por esta razón importan sus papeles para autores de prestigio: no lo motiva solamente el deseo de trabajar con Scorsese, Paul Thomas Anderson o Stanley Kubrick, sino participar en películas que lo absuelvan de sus dolores más grandes. Ya vimos cómo en El color del dinero el personaje de Cruise se enfrenta a su mentor, que no es más que un padre elegido. La ficción se nutre del actor, quien encuentra a menudo la oportunidad de corregir su propia biografía, incluso detrás de cámaras. La joven estrella descubrió una familia en los padres de Scorsese, Cathy y Charlie, quienes a menudo lo recibían en su departamento en la Tercera Avenida de Manhattan. Al filmar Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), Cruise y Nicole Kidman, su entonces esposa, desarrollaron un vínculo casi familiar con Kubrick, quien aprovechó el largo rodaje de más de un año para acercarse a la pareja, observarla y robustecer su fábula freudiana sobre el matrimonio.

En el papel de Frank T. J. Mackey, en Magnolia (1999), Cruise parece abordar su propio carácter. Mackey es un orador que habla agresivamente sobre cómo someter a las mujeres; un Andrew Tate engendrado por la ausencia paterna. Anderson había escrito al personaje para Cruise, y su historia concluía con una reconciliación familiar, pero la escena filmada se parece más al reencuentro del actor con su padre moribundo: solo pudo verlo bajo la condición de no discutir el pasado. Las lágrimas de Mackey son de frustración por no lograr retribuir todo el daño recibido y poseen por ello una sinceridad que sugiere la autobiografía de su intérprete. En Colateral (Collateral, 2004), Michael Mann y Cruise juegan también con esto: su personaje, un asesino a sueldo llamado Vincent, describe a su padre como un abusivo al que mató a los 12 años, pero luego se ríe; el parricidio era broma. Este sentido del humor remite al propio Cruise, que tiende a evadir ciertos temas con una ligereza forzada. 

En otra escena de Magnolia, Mackey se defiende de una entrevistadora que va atravesando sus defensas para hablar de su vida personal; de su padre, en específico. Mackey se protege como Cruise en las entrevistas más incómodas de su carrera: evade con bromas y risas hasta que se vuelve piedra, y mira a los entrevistadores conteniendo su rabia, que se derrama por los ojos. Actor y personaje se ven furiosos por ser expuestos, pero también desesperados por retener el control y evitar vulnerarse más. Cruise a menudo demanda a quienes lo difaman y enfrenta a los periodistas que cuestionan su fe en la cienciología. Mackey es más violento, pero una comparación entre ambos demuestra los gestos de un actor que aprovecha su fuerza en la taquilla para conseguir los papeles que no le exigen formación actoral, sino una búsqueda intuitiva, íntima, de una verdad escénica.

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Como productor de toda la franquicia de Misión imposible, Cruise se hizo al fin el autor principal de su autobiografía en imágenes. Con cada película nueva se estrecha más la identificación del público entre él y el protagonista, Ethan Hunt, que a menudo es descrito por otros personajes como una fuerza apoteósica. En Nación secreta (Mission: Impossible - Rogue Nation, 2015), el director de la CIA Alan Hunley (Alec Baldwin) retrata a Hunt como “la manifestación viviente del destino”. En Repercusión (Mission: Impossible - Fallout, 2018), Julia (Michelle Monaghan), la exesposa de Hunt, le agradece por la vida peligrosa en que la involucró, ya que la hizo más fuerte. 

En general, los personajes alrededor del protagonista lo reconocen como un buen hombre, un tipo leal, generoso, sacrificado y patriota —pero sobre todo invencible— que corrige los errores de la nación cuando es necesario. Si después de siete películas Hunt y Cruise ya son confundidos por el público, quizá no sea arriesgado decir que la ficción es un intento de proyectar una imagen propia a todos los abusadores que han intentado someterlo: una forma de adquirir el poder y el amor que le han negado otros y que hace de la actuación una tarea más arriesgada que cualquier escena en aviones o bajo el agua. La maniobra más difícil de Tom Cruise no ha sido exponerse a la muerte, sino conocerse mediante el cine, que funge como instrumento terapéutico. En el equilibro entre sanar, validarse y hasta parodiarse voluntariamente a sí mismo, Cruise suma lo que significa cierto tipo de estrella: la que lo irradia todo con su personalidad insoslayable, como una divinidad que habita en los árboles y bajo las piedras.

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Desde sus inicios en la década de los ochenta, cuando encarnó los ideales estadounidenses, hasta sus hazañas ante las cámaras, los papeles de Cruise retratan su necesidad de triunfar y dejar claro su lugar en Hollywood.

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La obra cinematográfica de Tom Cruise es la autobiografía de un dios: Cruise no nace, y cuando muere, revive. Cada papel es una encarnación de su propio estado mental, que va de la ambición de un joven por seducir al público del mundo entero, a la confrontación con figuras paternas y la eventual consolidación de su omnipotencia. Para mí, una de las imágenes más sorprendentemente conmovedoras de los últimos años fue la de las arrugas en el rostro de Cruise. Yo nací cuando ya era una estrella, y mi imagen de él fue siempre la de un hombre joven, atlético, invencible. En Barry Seal, sólo en América (Made in America, 2017), sus líneas entre los ojos y las sienes se asomaban ya sin que las provocara una sonrisa. En cambio, en Top Gun: Maverick (2022) era evidente: a pesar de lo que nos ha hecho creer, Tom Cruise envejece y un día morirá, tal como nosotros, sus espectadores. 

Sus innegables 60 años en el penúltimo episodio (hasta donde sabemos) de Misión imposible, Sentencia mortal - Parte I (Mission: Impossible - Dead Reckoning Part I, 2023), producen una multiplicación: Cruise aparece en la película como hombre, como espía ficticio, actor y productor, enfrentándose a una inteligencia artificial que simboliza la muerte; es decir, hay un nivel superficial en el que su personaje, Ethan Hunt, combate a esta criatura digital para salvar al mundo, pero en otros Cruise busca destruirla para sobrevivir como representante de cierto cine (el que prefiere poner en riesgo al actor antes que usar efectos digitales) y un adulto que entra a la tercera edad con renuencia a morir. Por esta razón, se comporta como no se atreven hombres más jóvenes: Cruise pelea en el techo de un tren en movimiento o salta de una motocicleta para abrir un paracaídas que lo hará aterrizar en dicho tren. Y no es solo el ficticio Ethan Hunt el que realiza estas hazañas, sino el propio Cruise, que se rehúsa a dejar a sus dobles el trabajo pesado. Su motivación es convertirse en la estrella más grande, más arriesgada, desde Charles Chaplin, Buster Keaton y Douglas Fairbanks: concluir el proyecto de ser no un hombre, sino un nombre.

¿De dónde viene esta ambición imparable y disciplinada? En 2006, en una entrevista para la publicación Parade, Cruise describió a su padre como “un abusivo y un cobarde”. También contó que en la escuela sus compañeros lo molestaban por ser disléxico. Pareciera, a partir de estos detalles biográficos, que hay un deseo de mostrarse invulnerable ante su padre, ante sus agresores y el mundo entero. Al adquirir poder, Cruise se hace intocable, y por ello su filmografía siempre busca probar algo: él puede salvar al mundo, puede volar helicópteros y cazas de combate, puede salvar su matrimonio, puede vencer a su padre. 

“Poder”, en esta filmografía, es un sustantivo, pero sobre todo un verbo. Cruise y sus personajes hacen siempre lo imposible, incluso en las ocasiones contadas en que les cuesta. Su primer gran papel, en Negocios riesgosos (Risky Business, 1983), es el de un estudiante que logra convertirse en un padrote exitoso para reparar el coche de su padre y hacerse de una novia sacada del imaginario masculino universal; en Top Gun (1986), como el famoso Maverick, logra convertirse en el mejor piloto de cazas de combate de su academia tras una competencia peligrosa con el segundo mejor alumno, Iceman (Val Kilmer); en El color del dinero (The Color of Money, 1986) logra engañar ni más ni menos que al “Rápido” Eddie Felson, un personaje clásico de Paul Newman que apareció por primera vez en El audaz (The Hustler, 1961), de Robert Rosen. 

La ambición y los logros de cada personaje de Cruise son un reflejo de los propios: El color del dinero le permitió actuar bajo la dirección de Martin Scorsese —ya antes había trabajado con Francis Ford Coppola, aunque en un rol menor de Los rebeldes (The Outsiders, 1983)— y reemplazar simbólicamente a Newman: el hecho de que Vincent (Cruise) rete y someta a Eddie Felson (aunque más tarde el éxito sea revertido) anuncia la llegada de la siguiente generación de estrellas: el triunfo de la juventud vigorosa sobre la fama crepuscular. 

Cruise es un actor de rango conciso pero sumamente efectivo. Raras veces se le ve salir de sus tres tonos principales (seductor, contenido, explosivo), ya que depende más de la identificación con los personajes que de la técnica (Cruise no asistió a una escuela de actuación). Su conquista de Hollywood y el mundo se debió a la intensidad de su sonrisa y a la cuidadosa producción de una imagen decidida a capturar a su primer público, el estadounidense. El atractivo físico, el optimismo aspiracional y el ingenio y la determinación de sus personajes para triunfar fueron representativos de la juventud ideal del imaginario reaganiano. Los años ochenta se caracterizaron en realidad por la marginación económica, el apogeo del rock alternativo y otras expresiones rabiosas que fueron eclipsadas por la imagen de Cruise y otros jóvenes (Tom Hanks, Michael J. Fox, Kevin Costner) preferidos por el adulto conservador. Todavía este emprendedor es el protagonista de Coctel (Cocktail, 1988) y, en cierta medida, de Cuando los hermanos se encuentran (Rain Man, 1988); sin embargo, en los años posteriores Cruise dedicaría su filmografía a cuestionar las instituciones de Estados Unidos. Esto revela un carácter ambiguamente rebelde, típico de ciertas estrellas de Hollywood que crecen defendiendo el sueño americano para luego negarlo.

Te recomendamos leer: "El brutalista", de Brady Corbet: propaganda y rancia melancolía, una crítica de Alonso Díaz de la Vega.

A lo largo de su carrera, Cruise ha ido y venido entre la idealización y el cuestionamiento: su representación del imaginario conservador hizo que pareciera una coincidencia no solo oportuna, sino premonitoria, que su cumpleaños precediera el de la nación por un solo día (3 de julio), pero al acercarse los años noventa sus películas adquirieron un enojo inesperado: Nacido el cuatro de julio (Born on the Fourth of July, 1989) posee, desde el título, un carácter opositor al optimismo de nacer estadounidense: en contraste con lo que muestran las primeras películas de Cruise, el director Oliver Stone representa esta vida como una forma de esclavitud abstracta —si bien le va a uno, como al protagonista blanco—, en la cual las conciencias individuales se encadenan a los deseos del poder político. La fantasía de servir a la patria en Vietnam se convierte en la frustración de sacrificar el cuerpo en nombre del imperialismo y su ingratitud: al perder el uso de sus piernas, el veterano Ron Kovic (Cruise) se vuelve opositor de la guerra. Otras películas posteriores, como Cuestión de honor (A Few Good Men, 1992) y Sin salida (The Firm, 1993), mostrarían la corrupción en el Ejército y en un bufete de abogados vinculado con la mafia. La identidad estadounidense, en este periodo, parece más bien un sinónimo de malestar nacional.

Cruise no ha dirigido o escrito ninguna de sus películas, aunque siempre elige con cuidado qué apariciones le convienen, qué declaraciones apoyar y qué personajes lo representan. Por esta razón importan sus papeles para autores de prestigio: no lo motiva solamente el deseo de trabajar con Scorsese, Paul Thomas Anderson o Stanley Kubrick, sino participar en películas que lo absuelvan de sus dolores más grandes. Ya vimos cómo en El color del dinero el personaje de Cruise se enfrenta a su mentor, que no es más que un padre elegido. La ficción se nutre del actor, quien encuentra a menudo la oportunidad de corregir su propia biografía, incluso detrás de cámaras. La joven estrella descubrió una familia en los padres de Scorsese, Cathy y Charlie, quienes a menudo lo recibían en su departamento en la Tercera Avenida de Manhattan. Al filmar Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), Cruise y Nicole Kidman, su entonces esposa, desarrollaron un vínculo casi familiar con Kubrick, quien aprovechó el largo rodaje de más de un año para acercarse a la pareja, observarla y robustecer su fábula freudiana sobre el matrimonio.

En el papel de Frank T. J. Mackey, en Magnolia (1999), Cruise parece abordar su propio carácter. Mackey es un orador que habla agresivamente sobre cómo someter a las mujeres; un Andrew Tate engendrado por la ausencia paterna. Anderson había escrito al personaje para Cruise, y su historia concluía con una reconciliación familiar, pero la escena filmada se parece más al reencuentro del actor con su padre moribundo: solo pudo verlo bajo la condición de no discutir el pasado. Las lágrimas de Mackey son de frustración por no lograr retribuir todo el daño recibido y poseen por ello una sinceridad que sugiere la autobiografía de su intérprete. En Colateral (Collateral, 2004), Michael Mann y Cruise juegan también con esto: su personaje, un asesino a sueldo llamado Vincent, describe a su padre como un abusivo al que mató a los 12 años, pero luego se ríe; el parricidio era broma. Este sentido del humor remite al propio Cruise, que tiende a evadir ciertos temas con una ligereza forzada. 

En otra escena de Magnolia, Mackey se defiende de una entrevistadora que va atravesando sus defensas para hablar de su vida personal; de su padre, en específico. Mackey se protege como Cruise en las entrevistas más incómodas de su carrera: evade con bromas y risas hasta que se vuelve piedra, y mira a los entrevistadores conteniendo su rabia, que se derrama por los ojos. Actor y personaje se ven furiosos por ser expuestos, pero también desesperados por retener el control y evitar vulnerarse más. Cruise a menudo demanda a quienes lo difaman y enfrenta a los periodistas que cuestionan su fe en la cienciología. Mackey es más violento, pero una comparación entre ambos demuestra los gestos de un actor que aprovecha su fuerza en la taquilla para conseguir los papeles que no le exigen formación actoral, sino una búsqueda intuitiva, íntima, de una verdad escénica.

Te podría interesar: Un hombre diferente subvierte el show de la representación

Como productor de toda la franquicia de Misión imposible, Cruise se hizo al fin el autor principal de su autobiografía en imágenes. Con cada película nueva se estrecha más la identificación del público entre él y el protagonista, Ethan Hunt, que a menudo es descrito por otros personajes como una fuerza apoteósica. En Nación secreta (Mission: Impossible - Rogue Nation, 2015), el director de la CIA Alan Hunley (Alec Baldwin) retrata a Hunt como “la manifestación viviente del destino”. En Repercusión (Mission: Impossible - Fallout, 2018), Julia (Michelle Monaghan), la exesposa de Hunt, le agradece por la vida peligrosa en que la involucró, ya que la hizo más fuerte. 

En general, los personajes alrededor del protagonista lo reconocen como un buen hombre, un tipo leal, generoso, sacrificado y patriota —pero sobre todo invencible— que corrige los errores de la nación cuando es necesario. Si después de siete películas Hunt y Cruise ya son confundidos por el público, quizá no sea arriesgado decir que la ficción es un intento de proyectar una imagen propia a todos los abusadores que han intentado someterlo: una forma de adquirir el poder y el amor que le han negado otros y que hace de la actuación una tarea más arriesgada que cualquier escena en aviones o bajo el agua. La maniobra más difícil de Tom Cruise no ha sido exponerse a la muerte, sino conocerse mediante el cine, que funge como instrumento terapéutico. En el equilibro entre sanar, validarse y hasta parodiarse voluntariamente a sí mismo, Cruise suma lo que significa cierto tipo de estrella: la que lo irradia todo con su personalidad insoslayable, como una divinidad que habita en los árboles y bajo las piedras.

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