Mariana Enríquez fue una niña peculiar. A los 10 años caminaba por los cementerios, recorría las tumbas ante el asombro que le causaban las formas de las lápidas, los olores, la calma de las ruinas, en fin, un todo de tinieblas que para ella no eran causa de pesadillas sino de fascinación.
Con ese mismo entusiasmo ha escrito muchos de sus cuentos, entre el terror y la ciencia ficción. En México, recientemente se publicaron las antologías de cuentos Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama), y, casi a la vez, llegó su más reciente novela: Éste es el mar (Literatura Random House). Si con los cuentos había logrado clavar las uñas en sus lectores, con esta novela entrega una historia más bien romántica pero no menos sádica.
Éste es el mar puede leerse como un homenaje al rock y a la juventud, y a la juventud del rock. Es la historia de las Luminosas, espíritus cuya misión es matar músicos, todos hombres, en las condiciones más escandalosas para convertirlos en leyendas. Son las manos detrás del gatillo contra John Lennon; la voz que hipnotizó a Sid Vicious para poner esa última jeringa en sus venas; y nada sería de Jim Morrison sin la sombra del beso asesino.
“Tenía una obsesión por una idea: ¿qué pasaría si, a lo largo de la historia, siempre fueran las mismas mujeres las que han gritado en un concierto de los Beatles, de Elvis o de One Direction?”, cuenta Enríquez en entrevista con Gatopardo. “La idea me la terminó de dar un cuento de Bradbury, de donde me inspiré, hasta dar con esta fábula en la que estas mujeres, que no son reales, son las encargadas de producir la histeria entre el público y convertir al hombre adorado en un dios.”
Enríquez es subeditora del sumplemento cultural Radar, del diario Página 12 en Buenos Aires, donde radica. Aunque es periodista de formación, no cree que esto la dote de más sensiblidad sobre los horrores de la realidad. Sin embargo, le interesa que sus personajes sean reales, palpables. Así, ha sabido darle la vuelta al género de terror. Y a diferencia de otros, ella no escribe del fantasma, del que revive a medianoche.
“Tenía ganas de escribir sobre mujeres jóvenes, que se parecieran un poco más a las mujeres que yo conozco, o incluso a mí misma”, dice la escritora. Está la chica que no siente remordimiento de dejar que asesinen a su novio; o la joven que no puede dejar de masturbarse hasta sangrar, presa de un demonio que sólo puede ver ella. Hay mucha maestría en “Las cosas que perdimos en el fuego”, el cuento que da título a uno de sus libros. En él, las mujeres deciden prenderse fuego hasta quedar desfiguradas, derretidas como velas: quieren dejar de sufrir acosos.
“'Se trata de un cuento muy influenciado por Ballard, tiene mucho de ciencia ficción. Me gustaba la idea de un grupo de inmoladas terroristas. Pero es ficción. Si mis cuentos después tienen otra lectura, bienvenida, porque yo uso conscientemente elementos de actualidad y de política, pero no quiero bajar la línea. Creo que la ambigüedad es poderosa, es el permiso para imaginar y pensar.”
Más allá del terror, lo que a Enríquez le interesa es hablar de la juventud como un lienzo en el tiempo donde todo es posible. “Es el momento de la vida menos cínico, menos rutinario. Literariamente, es trabajar con el momento de las posibilidades, es mucho más libre. Los jóvenes pueden hacer casi cualquier cosa, me gusta la adolescencia como tema y los personajes adolescentes. Hay un material poderoso en ello.”
Todo en Enríquez es vértigo. Sus historias son relatos de cosas que no han pasado pero que podrían pasarle a cualquiera. Y nada da más miedo que la posibilidad de lo terrible.