En el marco del Foro 20•20 de la Fundación UNAM, en el Museo de la Autonomía, en la Ciudad de México, se presenta la exposición “Tierra Prometida”, de Pierre Valls, hasta el 16 de noviembre de 2025.

En una de las salas del Palacio de la Autonomía de la UNAM, en la Ciudad de México, donde en algunas partes del suelo se pueden ver viejas fundaciones hidráulicas del siglo XVI, una instalación de madera, con varias tablas inclinadas, se extiende como un mapa emocional. Sobre ella, canicas —bolas pequeñas, sonoras, de vidrio— recorren una mesa llena de círculos que emulan ríos, montañas, desiertos, vías de tren, ciudades. Desde la parte elevada de la instalación, las canicas inician un recorrido guiado por la gravedad y el azar. Muchas de ellas, casi todas, caen en los hoyos o chocan con obstáculos. Se parece al juego popular que muchos hemos jugado en ferias. Pero en esta sala, el espectador reconoce esos obstáculos como símbolos del abandono del Estado mexicano hacia los migrantes que recorren nuestro país.
“Es un dispositivo, un juego de madera de gran tamaño, una instalación artística en la que están representados las rutas migratorias, pero en este caso están con las canicas que recorren todo un circuito con obstáculos y el objetivo es llegar a la Tierra Prometida, o sea, Estados Unidos”, cuenta en entrevista para Gatopardo, Pierre Valls, autor de la instalación, que estará hasta el 16 de noviembre en el Museo de la Autonomía de la UNAM, en el centro histórico de la Ciudad de México.
El juego, una forma de empatía y aprendizaje
Bajo la curaduría de Gerardo García Luna, Pierre Valls propone una reflexión sobre la migración en tránsito por México hacia Estados Unidos. La pieza nació de su investigación como posdoctorante en el Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Quiso desarrollar la idea porque quería representar este tema alejado de la pornomiseria. “La problemática era cómo trabajar sobre la migración y representar a los migrantes, pero no desde una forma victimizante”, dice.
La decisión de no mostrar rostros ni cuerpos —de preferir el símbolo a la imagen— viene de una responsabilidad ética que el propio Pierre asume: al ser europeo y reproducir la imagen de la tragedia sería, en su lectura, seguir ejerciendo violencia visual. “Cuando uno enseña imágenes también alimenta el imaginario. Y cuando uno googlea inmigrantes siempre salen latinoamericanos, africanos..., parece que el fenómeno de vulnerabilidad criminaliza solamente un tipo de personas o un tipo de país”, reflexiona.
La ausencia de retratos obliga a una identificación más compleja del espectador. No se trata de sentimentalismo, sino de un ejercicio de imaginación colectiva: reconocer en la canica que se atasca al migrante cuyo camino es truncado por la violencia de nuestro país.
Por eso, en lugar de una muestra fotográfica de las caravanas migrantes que recorren México, Pierre Valls eligió resignificar el juego de las canicas: “El juego es el elemento más cercano a lo que hacemos cuando somos niños, una manera de educación, de aprendizaje”. En esta instalación, el espectador deja de ser espectador; pues al poner la canica en la mesa, la persona activa un viaje cuyo recorrido traza el azar. La pieza transforma la idea de la migración como cifra o noticia en una experiencia sensorial, ya que percibe el sonido de la canica recorriendo la madera, el golpe cuando se estanca y la tensión que genera el corrido.
Ese nerviosismo, Valls insiste, no es un artificio estético; pretende reproducir en “Tierra Prometida” la tensión entre la posibilidad y el fracaso del cruce migratorio.

El camino del migrante
Pierre Valls ha pasado los últimos años estudiando las migraciones que existen en México. Históricamente estas rutas parten desde Centroamérica, de países como Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua; en México recorren los estados de Chiapas, Tabasco, Veracruz, Oaxaca, Puebla, Tamaulipas y Sonora.
“Aunque es difícil cuantificar con precisión cuántas rutas hay, se distingue un patrón clásico: el paso por el corredor del Istmo de Tehuantepec hacia la Sierra Sur de Oaxaca, el cruce de la zona centro-oriente (Veracruz, San Luis Potosí), y otro corredor por el Golfo hacia Tamaulipas o hacia rutas más interiores hacia Chihuahua y Sonora. Las personas migrantes pueden desviarse por rutas alternas más remotas para evitar controles fronterizos oficiales”, explica el catálogo de la exposición “Tierra Prometida”.
Los riesgos son muchos y fatales para los migrantes, sin duda. No obstante, las reflexiones de Valls no se detienen ahí, ya que también se interesa en un fenómeno cada vez más visible en México: el trayecto no solo transforma a quien lo recorre, transforma el lugar que atraviesa. “[Es interesante estudiar] cuando los migrantes cruzan, qué impacto tiene sobre la población local, sobre el mismo paisaje y cómo el mismo paisaje, la misma población local, también interfiere en la construcción de la entidad del migrante”, comenta Pierre.
Esa transformación se visualiza en la instalación. Las canicas que se quedan atoradas representan los asentamientos temporales, los mercados y las calles que se llenan y se vacían con la llegada y la salida de los migrantes en tránsito. Valls lo explica con la calma de quien ha pasado años midiendo esas transformaciones en el paisaje: “Cuando uno tiene un contacto con alguien, por ejemplo, hoy mismo no se sabe de qué manera tú me cambias a mí y yo a ti”, dice.
“Tierra prometida” combina datos y juego. El catálogo y los textos curatoriales que acompañan la exposición recogen cifras y estudios que muestran las rutas, los riesgos y las violencias que atraviesan los migrantes. Esta unión entre investigación y objeto lúdico busca democratizar el acceso a estudios que a veces no son tan accesibles para todos. “Todo ese estudio que trabajé en el posdoctorado el año pasado, lo he podido transcribir a lo plástico. He tratado de hacerlo porque hay una gran problemática con la academia, y es que hay trabajos muy importantes, muy interesantes, pero no están [al alcance] de todo el mundo”, explica.
En las palabras de su autor, “Tierra Prometida” es “una invitación a pensar este fenómeno que es bastante sensible”. Y lo consigue haciendo que el espectador toque, juegue y mire. La madera cruje, las canicas suenan; algunas de esas esferas de vidrio llegarán a la Tierra Prometida.









