Un relato de las circunstancias excepcionales que rodearon a <i>Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero</i>, la serie de documental dirigida por María José Cuevas y producida por Netflix que celebra tanto el legado y la vida de la estrella musical más grande del México contemporáneo, así como el reencuentro con su público desde ultratumba.

En esta tarde-noche templada de noviembre, una tímida guitarra resuena en el Zócalo de la Ciudad de México y, mágicamente, deja en silencio a 170 000 mil personas que miran en una enorme pantalla el rostro de la estrella musical más grande en la historia de nuestro país. “Yo jamás sufrí, yo jamás lloré”, canta la voz que ha acompañado las alegrías y desamores de toda una nación. “Yo era feliz, yo vivía muy bien”, agrega y remata con una frase que hace vibrar el corazón de la audiencia, y que hoy nos hace entenderlo todo.
Buenos días, alegría
En 2023, la cineasta María José Cuevas se despedía de un proyecto de dos años y medio de trabajo cuando recibió una llamada inesperada. Rodeada de los libros, las fotografías, los posters y las lobby cards que han marcado su vida personal y profesional, la directora de Bellas de noche escucha de voz de Laura Woldenberg —productora de su documental La dama del silencio— una propuesta que la embarcaría en la aventura más ambiciosa a la fecha de su filmografía: narrar la vida de Juan Gabriel en la pantalla.
Si la vida tuviera un guion cinematográfico, en ese momento una cámara se acercaría lentamente hacia el rostro de María José. Mientras la voz al teléfono se va difuminando, los acordes de un piano sonarían por lo alto, entremezclándose con el de una orquesta que transforma notas musicales en emociones a flor de piel. Ahí, la voz del Divo de Juárez envolvería la habitación y recitaría un “Querida, piensa en mí solo un momento y ven…”.
“Cuando recibí la llamada la verdad sí sentí una emoción brutal”, confiesa la documentalista al recordar aquel momento. “Lo primero que hice fue poner ‘Queridaʼ a todo volumen y se me puso la piel chinita al escucharla. Sentí un terror tremendo y una responsabilidad enorme. Pero teníamos que hacerlo”.
Ahí, en esa canción que clama incesantemente que miremos una soledad que no sienta nada bien, estaba escrita la historia que quería contar no tanto el ascenso del astro musical, sino más bien la vida de Alberto Aguilera Valadez, un hombre prácticamente desconocido que repartió su corazón en cerca de 1 800 canciones que hoy llevamos clavadas en el alma.


Ten mi vida, te la doy
Un disco duro en poder de Netflix bastó para iniciar esta inesperada aventura musical. Con apenas un puñado de material de archivo proporcionado por los herederos de Juan Gabriel, María José y su equipo —que incluye también a su editora de cabecera Valeria Valenzuela, e Ivonne Gutiérrez, productora de Las tres muertes de Marisela Escobedo, de Carlos Pérez Osorio— comenzaron a planear un largometraje documental de estructura clásica que recorrería la trayectoria del cantante y presentaría entrevistas con las personas clave en su historia. “Ese disco duro tiene también una gran historia”, revela con entusiasmo la cineasta. “Isela Vega, legendaria actriz y la gran amiga de Juan Gabriel, fue responsable de recopilar lo que ahí encontramos. En la última etapa de la vida [del cantante], sabiendo que existían todos estos casetes (porque ella estuvo detrás de la cámara de muchos de ellos), le ayudó a empezar a revisarlos y digitarlos”.
Esta recopilación gestó el comienzo de un proyecto que, desde la muerte del cantante, buscó honrar su legado. Teniendo en su poder el dispositivo de almacenamiento, Netflix vio en Mezcla —compañía productora de Laura Woldenberg e Ivonne Gutiérrez— el equipo de trabajo ideal para materializar esta ambiciosa aventura, especialmente por la alianza con la que han materializado series como El portal, de Astrid Rondero y Fernanda Valadez, o en documentales, La oscuridad de la luz del mundo, de Carlos Pérez Osorio, o el ya mencionado La dama del silencio, de María José Cuevas.
Ya aprobado el proyecto, y teniendo un pedazo de la vida del Divo de Juárez en sus manos, María José hizo caso a su curiosidad de documentalista y les preguntó a los herederos del cantante si había algo más a lo que pudieran acceder. “Si bien lo que teníamos era una maravilla, tampoco daba para tanto”, recuerda Cuevas. “Yo creo que Isela se concentró en digitalizar todo lo que tenía que ver con el artista porque faltaba toda la parte más íntima de Alberto. Una vez que se cerró el acuerdo, en una junta formal de arranque, me interesó saber qué más podíamos conocer de esta leyenda. Fue ahí cuando Iván, el hijo de Juan Gabriel, nos mostró una foto de la bodega… ¡y nos fuimos para atrás! El que nos dieran acceso a todo eso fue un acto de confianza impresionante porque ni ellos sabían qué había ahí. ¡Muchas cosas estaban guardadas desde los años ochenta, ¡imagínate! Fue una labor titánica digitalizar y restaurar muchos hallazgos. Con ello, la responsabilidad se volvió todavía más grande y el proyecto se transformó por completo”, narra la cineasta. “Juan Gabriel guardó una cantidad inimaginable de materiales para que algo pasara [con ellos], porque él era un visionario y tenía un propósito claro al documentar cada paso de su vida. Y nosotros teníamos que honrarlo de la mejor manera”.
A lo largo de 21 meses de trabajo, el equipo se dedicó a visionar, catalogar y preseleccionar más de 2 268 cintas en 16 formatos distintos, 2 500 fotografías de álbumes personales, 30 000 imágenes digitales, casi medio millón de archivos de audio de sesiones musicales y grabaciones íntimas del cantautor, 5 800 registros de material hemerográfico y de memorabilia y casi 400 terabytes de material digital que finalmente se condensaron en Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero, serie documental con cuatro episodios de una hora de duración.
Entre casetes con moho, videos caseros en desorden, libretas con anotaciones —convertidas hoy en inolvidables frases musicales—, incontables audios con tarareos y hasta grabaciones de llamadas telefónicas con personajes como María Félix, la producción comenzó un proceso arqueológico para construir el camino que nos llevaría a conocer un alma dividida en dos. “En nuestra búsqueda, encontramos un material sumamente personal, y el siguiente [hallazgo] era Juan Gabriel en Bellas Artes”, explica María José. “En otro veíamos a Alberto desayunando y luego saltábamos al backstage del Premier. Era un viaje constante entre lo público y lo privado, entre Alberto y Juan Gabriel; un diálogo constante entre dos personajes que, incluso, se materializó en aquella famosa autoentrevista, casi al final de su vida”.
Ahí, mientras revisaba esos momentos que algunos podrían considerar excesivamente camp, difíciles de mirar sin esbozar una sonrisa burlona, María José decidió reproducir el talante que caracterizó su trabajo con las reinas del cabaret: colocó en el centro el respeto hacia alguien que, a fin de cuentas, fue un actor principal de la vida pública de México y cambió la historia de la canción no solo en este país, sino también en el ámbito iberoamericano; alguien que estuvo con nosotros por décadas, pero del que desconocíamos prácticamente todo. “Así como lo hice con las vedettes, entendí que debía establecer un vínculo de confianza con Juan Gabriel, aunque él ya no viviera. Tuve la oportunidad de entrar a su universo más íntimo, y debía verlo todo con ojos de respeto, contando lo que él nos quería decir”.
Desde un recuento de su trágica infancia y juventud en Ciudad Juárez hasta el retrato nunca visto de un Alberto Aguilera como padre de familia, contrastando una vida que pasó de estar en la cárcel a llenar los escenarios más importantes del mundo, la serie retrata los momentos más oscuros y luminosos de un legado musical que nació del corazón. “Obviamente todos tenemos nuestros claroscuros, que es lo que nos hace interesantes”, explica Cuevas, “pero también importa mucho tu mirada y cómo cuentas las cosas. Todos los personajes tan públicos como Juan Gabriel tendrán notas amarillistas, pero mi trabajo es alejarme de todo lo que pueda parecer un chisme, y tratar los episodios importantes de su vida, ya sean positivos o negativos, siempre con respeto”.


Quizá esta noche sea mi noche ya
—Alberto… —dice la inconfundible voz de María Félix al teléfono.
—Guapísima —contesta Juan Gabriel, con enorme alegría.
—¿Cómo estás?
—Estoy mucho muy bien. En casa también muy bien. Los niños están preciosos.
—Yo le decía a María de la Paz que espero poder ir a tu espectáculo ante Bellas Artes.
—¡Ojalá!
—Me parece lo máximo.
—Es una cosa imposible de creer porque es la primera vez que se le da a alguien que trabaja en centros nocturnos…
—Bueno, pero hay centros nocturnos y centros nocturnos —le interrumpe la diva del cine mexicano.
—Tiene mucho que ver ahí la mano del presidente Carlos Salinas —le confiesa Alberto— porque yo le ayudé mucho en la campaña de Chihuahua, cuando la situación estaba muy difícil y el estado era panista, y él quedó muy agradecido conmigo.
—Pero fíjate que te va a ir muy bien. No es un cumplimiento. Te va a ir muy bien porque eres estupendo.
—Gracias —responde el cantante, con tono de modestia.
—La cara del éxito... Es maravillosa la cara del éxito. Yo te llamo de París.
—Adiós, María, preciosa.
—Mi Alberto.
—¡Divina!
—¡Hasta siempre!
—Adiós.


Apenas cae la noche en el Zócalo de la Ciudad de México y el público ya espera con fervor el inicio del evento. Como si se tratara de un concierto verdaderamente en vivo y el ídolo estuviera a punto de salir al escenario, la audiencia muestra con orgullo su fanatismo materializado en pancartas, fotografías de gran tamaño, atuendos de lentejuelas y abanicos que se sacuden en el aire con orgullo.
De un momento a otro, las luces se apagan y el sentimiento se desborda. Entre lágrimas, gritos y aplausos, México recibe una vez más a la estrella musical más grande de su historia reciente. No importa si todo se trata de la proyección de un acto excepcional ocurrido más de tres décadas atrás. Hoy México se reencuentra con el hombre que ha musicalizado sus dolores más profundos —y, al mismo tiempo, los más sabrosos— y los amores que dejan huellas indelebles.
La euforia de un Zócalo a reventar contrasta retrospectivamente con el elitismo de los círculos conservadores de la vida cultural que, en 1990, trataron de impedir un espectáculo musical inmenso. Y, sin más, la enorme pantalla que apenas deja ver los campanarios de la Catedral Metropolitana se llena con la primera plana del periódico Ovaciones del 20 de abril de 1990 cuyo encabezado muestra tres palabras emblemáticas que cambiaron para siempre la industria del entretenimiento en México: “Debo, puedo y quiero”.
Así inicia la primera proyección pública de uno de los cuatro conciertos que sacudieron al Palacio de Bellas Artes de una forma que jamás ha vuelto a suceder. La ocasión se acompaña de imágenes inéditas que muestran a un hombre que, a pesar de ser fuente de polémica para el conservadurismo de la época, sabía que debía hacerlo todo con amor. “En este mar de materiales encontramos la pedacería de las cámaras que no se usaron del concierto en Bellas Artes”, recuerda María José Cuevas. “Cuando vimos eso [no aprovechado] de algo tan icónico, sentimos escalofríos. Entonces decidimos reeditar el concierto con imágenes inéditas, y no sabíamos qué hacer con ello. Pero a Netflix se le ocurrió hacer un gran evento para que todos disfrutáramos de ese parteaguas en la vida de Juan Gabriel”.
Así, el 8 de noviembre de 2025, 170 000 personas convirtieron este evento en el más grande en la historia de la plataforma de streaming a nivel mundial. La multitud incluyó a personas de todas las edades que por igual cantaban a todo pulmón los temas más icónicos del cantautor mexicano. Según Spotify, Juan Gabriel cuenta con más de 14 millones de oyentes a la fecha. Gracias a la serie, la cifra aumentó en 1.6 millones en unos cuantos días, y el 60% de esos nuevos “enganchados” son personas de menos de 29 años. Con ello, los streams en la plataforma crecieron más del 100% en nuestro país, Estados Unidos y Colombia. Y el furor por revivir aquella noche en el recinto cultural de México hizo que el día de la proyección fuera el que más reproducciones de las canciones del Divo de Juárez ha tenido en los últimos nueve años.
“Para entender la grandeza de Juan Gabriel hay que regresar el tiempo y pensar en ese México de los años setenta y ochenta, [en el que] poco a poco se fue rompiendo con todos los prejuicios de un México machista, completamente controlado y conservador”, afirma Cuevas. “Y con la confianza que fue agarrando con el tiempo, él se mostró ante todos como realmente era, e hizo que todos lo adoraran: de su público fiel al más macho de un palenque. Entonces siento que su grandeza no solo radica en su talento, sino también en su valentía y en su fuerza ¡porque lo que se ve, no se pregunta!”.
Ahí, rodeada por miles de almas, María José Cuevas mira con profunda emoción la pantalla. Ese voto de confianza que estableció con el ídolo musical hoy se materializa de la forma más grande posible, y quizá la más anhelada. Más allá de la magnitud de la fiesta que la rodea, entre canciones que hablan de pagar con tu vida el amor más grande que habita tu corazón, de personas que están siempre en nuestra mente, de ofrecimientos que se hacen sin tener dinero ni nada que dar, esta cineasta mexicana respondió al llamado y cumplió su promesa con aquel hombre que, en realidad, no nació para amar, sino para ser admirado. Hoy, finalmente, ha llegado el día en el que el mundo puede mirar a los ojos a Alberto Aguilera Valadez y decir: “Hasta que te conocimos, Juan Gabriel”.

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