Alondra de la Parra camina segura hacia el centro del escenario. Cabello corto y vestida completamente de negro, hace una pausa, saluda con una mano y sonríe al público. Los asistentes del auditorio Roberto Cantoral, al sur de la Ciudad de México, permanecen en silencio, expectantes; apenas se escuchan unos cuantos aplausos. La Orquesta Filarmónica de las Américas ya está en sus lugares. Todos de pie. De la Parra se acomoda en su sitio, como lo ha hecho decenas de veces anteriormente, y se prepara para dirigir la Sinfonía 8 en B menor del compositor alemán Franz Schubert, quien murió a los 31 años. La directora, al igual que el resto del auditorio, sabe que este será un concierto especial.Comienza la pieza, como un susurro en los oídos. Empiezan los violonchelos y los contrabajos, unos segundos después, entran los violines y las violas. Poco a poco, como si se tratara de un vaivén de olas, comienza a cobrar vida una de las piezas más importantes de Schubert, también conocida como la “la sinfonía inconclusa”. Con apenas dos movimientos, el compositor dejó pendiente llegar a los cuatro que componen la mayoría de las sinfonías.Los primeros 25 minutos transcurren con la composición original de Schubert, que decenas de orquestas del mundo entero han interpretado a lo largo de sus cerca de 200 años de vida. Sin embargo, en esta ocasión, la segunda mitad del concierto es la más esperada por el público. Pausas dramáticas, una melodía que acelera y luego baja la velocidad. Un vaivén que deja la melancolía rumbo al optimismo, en una composición que se siente entrañable, cercana. La entrada de los platillos anticipa el final, más teatral de lo que le antecede.[caption id="attachment_232488" align="aligncenter" width="620"]
La "sinfonía inconclusa" de Franz Schubert.[/caption]A pesar de su corta vida, Schubert escribió 13 sinfonías, aunque sólo terminó siete. La octava es considerada, por musicólogos y especialistas, como una de las más relevantes ya que exploraba nuevos terrenos musicales para la época. Las explicaciones de por qué quedó inconclusa son variadas: algunos lo atribuyen a su enfermedad, Schubert tenía sífilis; otros dicen que estaba enfocado en otros proyectos. Sea cual fuere el motivo, eso cambió el viernes 22 de marzo, cuando un algoritmo originado por el smartphone insignia de Huawei, Mate Pro 20, junto con el compositor Luca Cantor, creó el tercer y cuarto movimiento de la famosa obra, para que la “sinfonía inconclusa” encontrara un final..“Usar la tecnología para repensar y reconectarse con una persona que ha estado muerta casi 200 años es algo único”, dijo Luca Cantor, ganador de dos Emmys por su trabajo en las Olimpiadas. “Para un compositor como yo, la inteligencia artificial es de gran utilidad, pues es como tener un colaborador sentado junto a ti en todo momento; uno que nunca se cansa, y al que nunca se le acaban las ideas. Simplemente está para ayudarte”.El elemento clave para producir esta colaboración tecnología-humano fue la Unidad Procesamiento de Redes Neurales (NPU) dual del smartphone Huawei Mate 20 Pro. Este NPU —que funciona como un módulo diseñado para ejecutar tareas de inteligencia artificial— analizó el timbre, tono y métricas de los dos primeros movimientos de Schubert, para generar la música faltante.La interpretación de la pieza completa, por primera vez en Latinoamérica, es una réplica del concierto que tuvo lugar en Londres, Reino Unido, en febrero de este año. La ejecución en ese país estuvo a cargo de la English Session Orchestra, dirigida por Darragh Morgan y conducida por Julian Gallant.“Schubert ha sido un compañero de vida para todos los músicos”, compartió Alondra de la Parra durante la conferencia de prensa. “Cuando entendí que iban a utilizar tecnología para adivinar o predecir lo que hubiese querido hacer Schubert, me pareció un ejercicio interesante”. Sin embargo, precisa, jamás podría sustituir la creatividad humana. “Es sólo una herramienta”, enfatiza.La composición musical mediante algoritmos no es nueva. Comenzó a mediados del siglo XX, pero cobró mayor notoriedad en 1981 cuando David Cope, compositor y profesor de música de la Universidad de California, Santa Cruz, creó EMI (Experiments in Music Intelligence). La idea inicial consistió en desarrollar un programa de computadora que tuviera la capacidad de rastrear las ideas de su estilo musical y trabajo actual, cuenta Cope en su sitio web. Sin embargo, después utilizó bases de datos para recrear nuevas versiones de algunas obras de grandes compositores como Beethoven y Bach de manera hipotética. Otro musicólogo, Barry Cooper, reconstruyó en 1988 la décima sinfonía de Beethoven a partir de esbozos y fragmentos.En 1995, el multifacético David Bowie ayudó a crear el Verbasizer, un programa para Apple, que recortaba al azar oraciones de texto para crear otras nuevas combinaciones de verso; una especie de cádaver exquisito que apareció en el documental Inspirations, de Michael Apted en 1997. La letra de Hallo Spaceboy de Bowie es el resultado de ese software experimental: “Spaceboy, you're sleepy now / Your silhouette is so stationary /You're released but your custody calls / And I want to be free”.“Me parece muy bonito que haya vinculaciones entre el arte y sistemas de inteligencia. Eso no demerita la propuesta estética”, dice en entrevista Alfonso Meave, profesor de tecnología musical en el ITESM. “Porque puede romper el paradigma de que la música clásica es aburrida y permitir que la gente se acerque más a las salas de conciertos”Para Huawei este trabajo demuestra su creciente músculo en inteligencia artificial, uno de los principales ejes de su negocio. “Este esfuerzo obedece al interés por mejorar la vida de los seres humanos”, refirió David Moheno, director de Relaciones Públicas de Huawei Latinoamérica. “El arte, la música en concreto, se trata de encontrar un momento de inspiración, de compartir. Este es el poder de la tecnología en 2019. No perdamos de vista la capacidad de asombro que un dispositivo puede potencializar”.
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