Tres mil protestas en la nación del arcoíris

Tres mil protestas en la nación del arcoíris

Es fácil pensar que una transición política arrojaría un antes y un después muy bien definidos, pero rara vez sucede así. En el caso de Sudáfrica, los fantasmas del apartheid, la pobreza y la desigualdad se aferran con fuerza a la realidad y la han vuelto un camino difícil de transitar

Tiempo de lectura: 22 minutos

La magia zulú es para protegerlos de la policía. El médico tradicional, o inyanga, prepara agua bendita para que las balas no hieran a quienes marcharán al día siguiente. El ritual de protección impregna su pequeño cuarto con la fragancia herbal del incienso y del mpepo, un arbusto sudafricano utilizado por el inyanga para facilitar su comunicación con los ancestros.

Antes de iniciar la protesta, el inyanga esparce el agua sobre los manifestantes que optan por recibir su amparo. Es el preludio a las demostraciones que, a causa de la ausencia de servicios públicos, se producen casi semanalmente desde hace más de un año en el hostal de Dube, en Soweto, el suburbio negro más grande de Sudáfrica, donde habitan cuatro millones de personas.

Los hostales son complejos residenciales de unos doscientos cincuenta kilómetros cuadrados, con escuetas viviendas de ladrillo, donde habitan cientos de familias. Fueron construidos en los años cincuenta para albergar a los trabajadores que inmigraban de las zonas rurales para trabajar en las minas que rodeaban a Johannesburgo, y que producían la mitad del oro en el mercado mundial. Con el fin del apartheid, la nueva Sudáfrica los olvidó.

Concluido el encantamiento del inyanga, más de trescientos manifestantes agobiados por la falta de electricidad y agua emergen del corazón del hostal hacia las calles aledañas, para ejecutar los cantos y bailes con que paralizan el tránsito.

Son las mismas canciones y las mismas danzas que el 16 de agosto de 2012 interpretaron otros manifestantes en otra huelga: la de Marikana. En esta mina de platino, explotada por la multinacional inglesa Lonmin, miles de mineros que llevaban una semana en paro recibieron el encantamiento guardián de sus inyangas, pero en esta ocasión el conjuro no detuvo las balas.

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