Ha muerto Frank Gehry, el hombre que tendió un puente de plata entre la abstracción de las bellas artes y la concreción de la arquitectura. Es momento de reivindicar lo que quizá le atraía más de su oficio, hasta el último día de vida: la dimensión social. La capacidad que tiene la arquitectura de mejorar la vida de las personas. Este es uno de sus últimos proyectos: la transformación del río Los Ángeles y de las comunidades latinas que viven en la zona.

“Si los paisajes cuentan historias —expresó el cineasta Wim Wenders—, el río de Los Ángeles cuenta una historia de violencia y peligro”. A lo largo de sus 82 kilómetros, este eje fluvial comprende algunos de los enclaves más olvidados y castigados de toda California. Son zonas mayoritariamente latinas, sin espacios verdes, con grandes acumulaciones de residuos tóxicos y una alta tasa de criminalidad. Nacer aquí supone 10 años menos de esperanza de vida con respecto a otras localidades del estado.
En los próximos años, sin embargo, el trabajo de Frank Gehry podría poner final a esta historia. En un momento de retroceso para la comunidad latina estadounidense, el reconocido arquitecto se involucró con las autoridades locales en un ambicioso plan de regeneración del río. Conocido como el Plan Maestro del Río de Los Ángeles, el proyecto implica reimaginar el cauce como un verdadero ecosistema conectado con las comunidades. Se busca restaurar la calidad del agua, pero también ofrecer a sus habitantes un lugar digno donde vivir. El proyecto incluirá así la construcción de parques, viviendas asequibles, transporte público y facilidades deportivas y culturales.
Mientras muchos de los nuevos espacios se extenderán a los márgenes del río, otros lo harán en su cauce. En colaboración con el estudio de paisajismo OLIN y la empresa Geosyntec, Gehry concibió la construcción de plataformas elevadas sobre el río. Sustentadas sobre muros de hormigón, estas extensiones cubrirán algunas partes del eje fluvial, permitiendo a las autoridades locales construir espacios verdes sin necesidad de comprar los terrenos adyacentes. También tendrán una función comunicativa. Los lados del río, hasta hoy separados, estarán conectados y, por ende, también sus comunidades. Según The New York Times, se trata de “la visión más ambiciosa para el río desde la construcción del canal, con visión de futuro y con conciencia social”.
Sin embargo, el plan también tiene sus detractores. Asociaciones ecologistas critican el empleo del hormigón en un proyecto orientado a restaurar el hábitat natural. Tampoco concuerdan con la preservación del canal por el que discurre en la actualidad el río. Pero cuando le pregunté por estas críticas, la arquitecta Jessica Henson, de OLIN, afirmó que demoler el canal no era un escenario posible. Este había sido construido en el siglo anterior para permitir que las aguas pluviales llegaran al océano lo más rápido posible. Retirarlo, según me dijo, supondría poner en riesgo de inundación a las comunidades. “A menos que se modifique el recorrido del río y se ensanche, el hormigón no se puede retirar. Además, de hacerlo, habría que relocalizar a todas las personas que viven en sus márgenes y sería repetir la historia. En Estados Unidos hemos estado desplazando continuamente a las personas; desde la época de las poblaciones indígenas hasta el siglo pasado con las comunidades afrodescendientes”. Los parques elevados, afirmó, fueron la mejor solución que encontraron.
El proyecto de Gehry no será perfecto. Pero será rápido y de emergencia. En un contexto en el que la arquitectura está orientada cada vez más a la especulación, el plan del río de Los Ángeles es una arquitectura para las personas. “Hay mucha gente a la que le encantaría ver algún día el río con solo vegetación. Y nosotros no decimos que eso nunca vaya a pasar —me dijo un día Henson—. Pero eso exigiría varios años más que lo que nosotros proponemos, tal vez 100. ¿Deberían los niños de estas comunidades esperar hasta entonces y mientras tanto vivir sin parques, sin aire fresco?”.


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