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Un adiós de treinta horas: así fue la despedida de José Mujica, el presidente que fue guerrillero, cultivador de flores y estrella de rock

Un adiós de treinta horas: así fue la despedida de José Mujica, el presidente que fue guerrillero, cultivador de flores y estrella de rock

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Mujica era presidente, pero vivía como una persona cualquiera: sin lujos, en su chacra, cultivando flores, andando en el mismo Volkswagen Fusca celeste y viejo en el que anduvo siempre.
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Tiempo de Lectura: 00 min

Miles de personas se reunieron para dar el adiós a quien fuera "el presidente más pobre", el más querido, el que inspiró lo que ningún otro representante de la política latinoamericana: "Pepe" Mujica.

Entonces Mario Carrero y Numa Moraes, uruguayos, músicos, exiliados en los años setenta, se paran detrás de dos micrófonos en la explanada del Palacio Legislativo y se quedan ahí. Por unos segundos no hacen nada, no dicen nada. Ni siquiera se miran. Esperan como si no tuvieran prisa, como si no hubiese nada que perder. Unos escalones más abajo, de frente a ellos, miles de personas corean, entre carteles, flores y banderas: “El pueblo unido jamás será vencido”.

En algún momento, sin que nadie lo pida, la gente dejará de hablar, el silencio cubrirá todas las cosas, y entonces sí, Mario Carrero y Numa Moraes entonarán a capela esa canción tan entrañable, tan uruguaya, que dice: “Ven ese criollo rodear, rodear, rodear. / Los paisanos le dicen mi general. / Va alumbrando con su voz la oscuridad / y hasta las piedras saben a dónde va”.

Se alejan del micrófono, dan uno, dos, tres pasos hacia adelante. Carrero hace un gesto de arenga sutil con la mano izquierda, repite las estrofas en voz baja. Y recién entonces la gente canta con ellos. Dicen: “Con libertad no ofendo ni temo / que don José / oriental en la vida / y en la muerte también”. Las palabras se expanden, parecen cortar el aire como si pudieran desintegrarlo. Cuando miles de personas repiten, juntas, ese estribillo, la canción no es solo canción: es rezo, es plegaria, es súplica.

Es jueves 15 de mayo de 2025. El cielo de Montevideo es gris, liso, no tiene matices ni tonos ni horizontes. Son las cinco de la tarde. El velorio de José Mujica en el Palacio Legislativo empezó un día antes a las 10 de la mañana. Treinta horas después aún hay gente que llora frente a su féretro.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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El asunto de las flores empezó algún día de 1943. José Alberto Mujica Cordano tiene 8 años y la gente cercana lo llama Pepe. Sale de la escuela 150 de Paso de la Arena, la zona de chacras familiares en la que vive con su familia lejos del centro de Montevideo, y camina algunos metros hacia su casa. Todavía no lo sabe, pero su padre, Demetrio Mujica, acaba de morir de sífilis.

Su madre, Lucy Cordano, una mujer militante del Partido Nacional, uno de los bandos de la derecha tradicional de Uruguay, aprende a cultivar flores y monta un pequeño negocio para mantener a su familia. Le enseña el oficio a sus hijos, Pepe y María Eudoxia, y les habla del trabajo, de la importancia del trabajo, del valor del trabajo.

Pepe se pasa horas en el jardín, aprende cuándo y cómo hay que cultivar cada especie de flor, mira cómo crecen, sabe cuándo están en su mejor momento. Arma ramos y los vende por el barrio.

Te puede interesar leer el reportaje: El extraño fenómeno del suicidio en Uruguay

En las vacaciones viaja a Colonia Estrella, un pequeño pueblo en el departamento de Colonia, en el interior de Uruguay, donde viven sus abuelos maternos, y sus tíos, también militantes del Partido Nacional. Allí Pepe se pasa los días andando en bicicleta —sueña con ser ciclista profesional—, jugando al futbol con los amigos del pueblo, recorriendo los viñedos de su abuelo —un descendiente del Piamonte italiano—, escuchando de él cómo la tierra es lo más sagrado que tienen.

Mucho tiempo después, cuando esté encerrado y aislado en un calabozo mientras Uruguay esté bajo la dictadura cívico militar más brutal de su historia, pensará varias veces en aquel jardín y en aquellas flores, intentará recordar sus colores y su aroma, la forma en la que se sentían sus pétalos cuando pasaba las manos por ellos. Las flores, los insectos, los amaneceres —o los recuerdos que conservaba de esas cosas— serán escape y refugio.

“En la cárcel aprendí que la vida es maravillosa en sus cosas más simples. Una flor no necesita lujos para ser hermosa”, dirá en el documental El Pepe, una vida suprema, de Emir Kusturica.

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El domingo 11 de mayo de 2025 se realizaron las elecciones departamentales en Uruguay y con ellas se cerró el ciclo electoral que empezó en 2024, el año en el que Mujica fue diagnosticado con un cáncer de esófago. A pesar de la enfermedad y de la forma en la que la radioterapia le debilitó el cuerpo, el hombre de 89 años asistió a muchos actos, dio entrevistas, recorrió barrios de Montevideo, se sentó a conversar con la gente en las plazas e impulsó la candidatura de Yamandú Orsi, actual presidente de Uruguay. En las elecciones del domingo no votó. Dos días después, el martes 13, sobre las cuatro y media de la tarde, el gobierno anunció su muerte: José Mujica (1935-2025).

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Para entender cómo José Mujica se constituyó en José Mujica —es decir, cómo se transformó en uno de los políticos más relevantes de la historia uruguaya y latinoamericana reciente—, tal vez haya que mencionar algunas cosas: la primera militancia junto a Enrique Erro —un diputado del Partido Nacional que defendía la causa obrera—, un viaje a Cuba y uno a la Unión Soviética, el triunfo de la Revolución Cubana y el mensaje del Che Guevara, la Guerra Fría, la polarización del mundo, la crisis económica y social de Uruguay a comienzos de los sesenta, la desilusión, las movilizaciones de obreros, estudiantes y referentes sindicales, y el surgimiento de grupos guerrilleros y marxistas que creían que la única forma de cambiar el rumbo de las cosas era la lucha armada.

Mujica tiene poco más de 30 años cuando se suma al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN). Dice que quiere cambiar el mundo y entonces es radical: participa de robos, secuestros, tomas de ciudades, asaltos. Pasa a la clandestinidad, cambia de identidad, elige llamarse Facundo. Conoce a Lucía Topolansky, que también integra el movimiento. Se enamora. Es denunciado, perseguido y atrapado. Va preso una vez y se fuga, va preso otra vez y se fuga, va preso otra vez y allí permanece durante 13 años. Es torturado, física y mentalmente. Si siente que está por volverse loco, piensa en las flores.

Cuando recupera la libertad, en 1985, él y varios de sus compañeros Tupamaros deciden actuar de forma legal, dejar las armas, integrarse a la política y seguir luchando, sí, pero desde adentro. Crean, como parte del Frente Amplio, el Movimiento de Participación Popular (MPP). En 1994, Mujica es electo diputado. Diez años después el Frente gana las elecciones nacionales por primera vez, con Tabaré Vázquez como presidente. En esa elección Mujica es el senador más votado. Poco después, Vázquez anuncia que será su ministro de Ganadería.

Así llega a las elecciones nacionales de 2009, cuando el Frente Amplio lo nombra único candidato. La fórmula de José Mujica-Danilo Astori es la más votada en la primera vuelta de octubre, pero no alcanza la mayoría absoluta y va a balotaje con la de Luis Alberto de Herrera-Jorge Larrañaga, del Partido Nacional. Un mes después José Mujica es electo presidente de la República con el 52.3% de los votos. 

Para entonces ya está casado con Topolansky, que también estuvo presa y recuperó la libertad en el mismo momento que él. Han pedido un préstamo, compraron una chacra en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo, y se dedican a cultivar y a vender flores. Sobre todo, fresias y crisantemos.

 En esa misma casa vivirán juntos hasta su muerte. Allí, debajo de un árbol, enterrarán a Manuela, su mascota, una perra callejera a la que le faltaba una pata. Allí, con Manuela, él pedirá que esparzan sus cenizas.

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Cuando el cortejo que acompaña sus restos avanza por Montevideo, todo alrededor se detiene: las mujeres que atienden en la farmacia, las trabajadoras de las tiendas, los mozos de los restaurantes salen a las veredas, los hombres que barren las calles dejan de barrer, los que trabajan en la construcción se asoman desde los andamios, los profesores de la universidad miran desde las ventanas y los balcones, los alumnos de un liceo se amontonan en una azotea, el perro que ladraba ya no ladra, la mujer del puesto de artesanías de la plaza lo abandona, el hombre que camina fumando deja que el cigarrillo se consuma entre los dedos, el que empuja un coche con dos bebés idénticos frena en seco, se apoya en él y llora, las muchachas que hacen flamear una bandera la dejan en alto.  

Es miércoles 14 de mayo. El féretro con el cuerpo de José Mujica partió a las diez de la mañana desde el edificio de Presidencia, en Ciudad Vieja. Es transportado en una cureña, una especie de carreta utilizada para las ceremonias de honores fúnebres que es tirada por seis caballos del Ejército. Avanza por 18 de julio unas 12 cuadras hasta Fernández Crespo. Detrás de la carreta, en una camioneta gris, con el rostro pálido y añejo, lentes negros, va Lucía Topolansky. Detrás de ella, un ejército de hombres, mujeres, viejos, niños y jóvenes camina lento, como si andar despacio también fuese una forma de honrar. 

Llevan banderas del MPP, del Frente Amplio, de la diversidad, de Uruguay, remeras y gorras con su cara, con sus frases, flores, carteles. Caminan en silencio, solos, acompañados, abrazados, tomados de las manos. Cada tanto alguien grita: “¡Gracias, viejo querido!” y todos aplauden. Cada tanto alguien dice: “Viva el Pepe”, y todos responden: “Viva”. Cada tanto alguien canta: “Ole, ole, ole, Pepe, Pepe”, y todos cantan. Después vuelven al silencio y, en silencio, lloran.

A medida que el cortejo avanza, primero hacia la sede del MLN, después hacia la del Frente Amplio y luego hacia la del MPP, la caravana de hombres y mujeres a pie se hace más y más larga. Alrededor del féretro, rodeando a Mujica, un grupo de militantes armó una cadena humana de contención: nadie pasa más allá de ellos, nadie se acerca más allá de ellos. Van tomados de las manos y no se sueltan nunca, bajo ninguna circunstancia. Todos visten la misma remera negra que, en la espalda, tiene, en letras blancas, una inscripción que dice: “No me voy, estoy llegando”.

La frase fue parte del discurso pronunciado por Mujica el último día de su presidencia, el primero de marzo de 2015. Dijo, exactamente, esto:

Querido pueblo, gracias, gracias por tus abrazos, gracias por tus críticas, gracias por tu cariño y, sobre todo, gracias por tu hondo compañerismo cada una de las veces que me sentí solo en el medio de la presidencia. No lo dudes, si tuviera dos vidas, las gastaría enteras en ayudar tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de mis casi 80 años. No me voy. Estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias, querido pueblo.

Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?

La caminata dura tres horas. A cada paso, en ambos lados de la calle, la gente se amontona para despedirlo. Los rituales se repiten: un aplauso, un grito de agradecimiento, un grito de aliento para Topolansky que ella responde asintiendo sutil con la cabeza, el llanto. Tal vez nunca hubo tanta gente llorando en las calles de Montevideo.

No hay un patrón, un estilo, una forma de clasificar a quienes caminan, casi como si estuviesen peregrinando, detrás de Mujica. Van Paula y Sofía, por ejemplo, envueltas en una misma bandera del Frente Amplio. Tienen 15 y 18 años, respectivamente, militan en la juventud del MPP. Ante la pregunta de qué representa Mujica en sus vidas, dicen: “Cuando un pueblo te llora de esta manera no hace falta decir nada más”. Va Gisella, por ejemplo, que tiene 35 años y lleva un cartel colgado al hombro izquierdo en el que se lee: “Gracias, Pepe”. Ante la pregunta de por qué le agradece, dice: “Porque si no fuese por él las personas como yo no nos podríamos casar con quienes amamos”. Va Agustín, por ejemplo, que tiene 29 años, es argentino, pero vive en Uruguay. Ante la pregunta de por qué hoy está caminando, dice: “Porque fue y es un ejemplo de lucha, de compromiso, de cómo hay que hacer las cosas”. Van Eduardo y Ana, por ejemplo, que llevan casados más de 50 años y se conocieron militando. Ante la pregunta de por qué lloran, dicen: “Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?”.

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El gobierno de Mujica, entre 2010 y 2015, fue, a nivel interno, dice Mauro Casas, politólogo, “absolutamente normal”. Aunque, tuvo algunos hitos, como el avance en la agenda de derechos —creó una ley para permitir el matrimonio entre personas del mismo género, otra para legalizar el aborto hasta las 12 semanas de gestación, otra para regular la producción, distribución y consumo de marihuana—; la puesta en marcha del Plan Juntos, un programa que proponía ayudar a familias en situación de extrema pobreza a acceder a una vivienda y al que él donaba el 70% de su sueldo; el haber recibido, en calidad de refugiados, a familias sirias y a expresos de la cárcel de Guantánamo —aunque muchos años después dijo que lo hizo para poder mejorar la relación con Estados Unidos—; el impulso para crear la Universidad Tecnológica y promover la educación terciaria en el interior del país, y la regularización de la jornada laboral para los trabajadores rurales.

Y también tuvo algunos fracasos. El historiador Gerardo Caetano los sintetiza así:

Varios de sus ʻbuques insigniasʼ (el puerto de aguas profundas para el Mercosur en las costas de Rocha, la regasificadora para encontrar en la región una ecuación energética viable, etcétera) no lograron zarpar, aunque sus políticas siempre tuvieron el norte de la redistribución y la suerte de los más desfavorecidos. En esas definiciones primeras se asientan sus aciertos, favorecidos por un contexto internacional favorable. Sus errores apuntan a sus visiones voluntaristas en ciertos campos como el de las empresas públicas o la integración regional, en los que nunca terminó de encontrar a los socios adecuados. En cualquier hipótesis, su mayor virtud tuvo que ver con que, más allá de aciertos y errores, contribuyó tal vez como nadie a construir mejores ciudadanos.

Mujica era presidente, pero vivía como una persona cualquiera: sin lujos, en su chacra, cultivando flores, andando en el mismo Volkswagen Fusca celeste y viejo en el que anduvo siempre. Cuando le preguntaban por qué, decía: “¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal”.

Hacia afuera, al resto del mundo le fascinaba su austeridad, su sencillez, su discurso: "No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad"; “Compramos con plata, pero en realidad compramos con el tiempo de nuestra vida que tuvimos que gastar para tener esa plata”; “El hombre puede tener mil títulos, pero si no es solidario, no sirve”.

Sin buscarlo, Mujica se transformó en una estrella de rock, como se describe en el libro Otros mundos posibles (Planeta, 2024), coordinado por Caetano:

En la ciudad de Valencia en el año 2020, una multitud hace cola durante horas para escuchar a José Mujica. En el año 2016, más de veinte mil personas —en su mayoría jóvenes— se reúnen en el estadio Gasmart de Tijuana (México) para escuchar a Mujica. Libros para niños con Mujica como protagonista posan en las estanterías de las librerías de Japón […] Su imagen decora la pared de un bar en India. Sus palabras se incorporan a piezas musicales de cantantes europeos. Desde aquel lejano marzo de 1985 en que recuperó su libertad, Mujica se hizo globalmente conocido, y su página de Wikipedia está disponible en más de 80 idiomas.

Su reconocimiento tenía que ver con su historia, pero, sobre todo, con sus formas.

Lo primero que lo configura es sin duda su compromiso cotidiano con una forma de vida austera, sencilla, ajena a todo sentido de poder u ostentación. Su vivencia cotidiana del campo, en donde puede encontrar de forma más completa lo que llama ʻel misterio maravilloso de la vidaʼ, le ha dado una capacidad de pensar y de decir inimitables. Puede explicar los peligros medioambientales globales desde su observación atenta de cómo paren las yeguas, de cómo varían sus costumbres los pájaros, de lo que pasa en los árboles y plantas que rodean su rancho. A esa forma de vivir que provoca tanta admiración en los actuales contextos, le suma una lectura muy amplia y diversa, que acepta las restricciones del sesgo ideológico o epocal. Eso no lo lleva a un diletantismo pomposo sino por el contrario, lo lleva a visiones muy concretas, realistas, siempre atentas a convencer, no a vencer. Es casi como la contrapartida más absoluta de las pautas comunicacionales que reinan en la llamada ʻnueva políticaʼ. Lucha contra las visiones dogmáticas y confrontacionales; busca comprender a los que piensan más distinto, de quienes sabe aprender.

De pronto, periodistas, artistas y personalidades de todo el mundo querían viajar a Uruguay para conocerlo, para ver cómo vivía “el presidente más pobre del planeta”. De pronto Mujica era entrevistado por la BBC, por The New York Times, por The Washington Post, nominado al Premio Nobel de la Paz, invitado a foros, conferencias, encuentros. En 2013, por ejemplo, fue a dar un discurso a la Organización de Naciones Unidas. Dijo cosas como estas:

Me angustia, y de qué manera, el porvenir que no veré y por el que me comprometo. Sí, es posible un mundo con una humanidad mejor, aunque tal vez hoy la primera tarea sea salvar la vida. Pero soy del sur y vengo del sur a esta asamblea. Cargo inequívocamente con los millones de compatriotas pobres en las ciudades, en los páramos, en las selvas, en las pampas, en los socavones de América Latina, patria común que se está haciendo. Cargo con las culturas originales aplastadas, con los restos del colonialismo en Malvinas, con bloqueos inútiles a ese caimán bajo el sol del Caribe que se llama Cuba […] Cargo con una gigantesca deuda social de defender la Amazonia, los mares, nuestros grandes ríos de América. […] Hoy es tiempo de empezar a batallar para preparar un mundo sin fronteras.

O como esta: “La ONU languidece y se burocratiza por falta de poder y de autonomía, de reconocimiento sobre todo de democracia hacia el mundo débil que es la mayoría”.

¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal.

De pronto, en un país al que le cuestan las estrellas, un viejo de cara arrugada —de pelo gris despeinado y ojeras, que camina despacio y habla con pausas—, un hombre que estuvo preso, que soportó la tortura, y que ahora es presidente, es una de las personas más famosas del mundo.  

El politólogo Mauro Casas hace un análisis similar:

Mujica no fue solo un referente político. Se transformó en un referente social y cultural, en un referente de la cultura pop, y eso hacía que a él lo respetara y lo siguiera gente que no era cercana a la política. Esa fue una de sus cualidades más impresionantes, que tenía la capacidad de hablarle a los propios, a los ajenos y sobre todo a los desinteresados. Estamos en una época donde la conversación política enfrenta inmensos desafíos, que son los desafíos de la polarización de los discursos, de la grieta, de la imposibilidad de hablar con los distintos. Durante toda su vida y sobre todo en la última década intentó con todas sus fuerzas hablarle a los diferentes. Por eso había gente que jamás lo hubiera votado, pero cuando él hablaba paraba la oreja, porque sabía que el viejo tendría algo interesante para decir o algo que incomodara o provocara a ajenos e incluso a los propios. La última polémica fue con la central de trabajadores, cuando salió a cuestionarlos después del 1 de mayo. Tuvo cruces con el movimiento feminista, con el movimiento de derechos humanos. Pero también hay algo ahí de estrategia y de búsqueda de no quedarse en la corrección política que se ha instalado en las últimas décadas en la izquierda progresista en Occidente.

El 2 de mayo, en una entrevista telefónica con Radio Sarandí —en su última entrevista— Mujica dijo: “Pobre Orsi, ¿no? Porque durante cuatro años el movimiento sindical no movió un dedo, no le hizo un paro, nada. Y ahora gana la izquierda y aumentan los reclamos, matemáticamente. ¿Cuántos paros viste en el gobierno del Cuqui [Luis Lacalle Pou]?”.

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No hay una cifra exacta, pero, desde el Palacio Legislativo dirán que, entre el miércoles y el jueves, entrarán cerca de 100 000 personas a despedirse de él.

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 Formarán una fila larguísima en las veredas, que se extenderá durante cinco, seis, ocho, diez cuadras. Llegarán desde todos los barrios de Montevideo y desde distintas ciudades del interior. Esperarán lo que haga falta. Esperarán como si el tiempo no se fuese a terminar nunca. Tendrán paciencia. Compartirán el mate. Conversarán. Dirán que se sienten huérfanos, que se quedaron solos, tan solos. Comprarán flores —fresias y crisantemos, rosas, claveles, margaritas—. Sostendrán banderas, carteles, cartas escritas a mano. Avanzarán lento. Subirán las escaleras del edificio en silencio. Entrarán al Salón de los Pasos Perdidos. Caminarán por un pasillo delimitado por cintas. Llegarán a pararse frente a él. Algunos mirarán sin decir nada. Otros cantarán. Otros rezarán. Otros dejarán sus banderas, sus carteles, sus cartas escritas a mano —“Gracias, Pepe, por darme mi primera casa”, escribirán—. Otros se arrodillarán. Otros tomarán una foto —la última foto—. Otros dejarán a sus pies un rosario, una estampita de la virgen, un crucifijo. Otros lo llenarán de flores.

Llegarán políticos de todos los tiempos, de todos los partidos: los expresidentes de Uruguay, Luis Lacalle Pou y Luis Lacalle Herrera, del Partido Nacional; Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado; intendentes, candidatos a intendentes, senadores y diputados. Llegarán Gabriel Boric, Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y Lula Da Silva que decretará, en Brasil, tres días de duelo oficial. Llegará Mauricio Rosencof, que estuvo preso en un calabozo al lado del de Mujica, y leerá un poema que dice: “Si este fuera mi último poema, insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Llegarán artistas, médicos, arquitectos, dentistas, cocineros, contadores, estudiantes, niños, jubilados, sindicalistas, empresarios, periodistas, hombres y mujeres de campo, obreros, veterinarios. El músico español Alejandro Sanz mandará una corona de flores. Muchas personas mandarán coronas de flores. Siempre, en todo momento, José Mujica estará rodeado de flores.

Pasadas las cinco de la tarde del jueves 15 de mayo, sacarán el féretro a la explanada. Mario Carrero y Numa Moraes cantarán “A don José”, una de sus canciones preferidas. Treinta horas después del inicio de la despedida, aún habrá gente llorándolo.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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Un adiós de treinta horas: así fue la despedida de José Mujica, el presidente que fue guerrillero, cultivador de flores y estrella de rock

Un adiós de treinta horas: así fue la despedida de José Mujica, el presidente que fue guerrillero, cultivador de flores y estrella de rock

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Miles de personas se reunieron para dar el adiós a quien fuera "el presidente más pobre", el más querido, el que inspiró lo que ningún otro representante de la política latinoamericana: "Pepe" Mujica.

Entonces Mario Carrero y Numa Moraes, uruguayos, músicos, exiliados en los años setenta, se paran detrás de dos micrófonos en la explanada del Palacio Legislativo y se quedan ahí. Por unos segundos no hacen nada, no dicen nada. Ni siquiera se miran. Esperan como si no tuvieran prisa, como si no hubiese nada que perder. Unos escalones más abajo, de frente a ellos, miles de personas corean, entre carteles, flores y banderas: “El pueblo unido jamás será vencido”.

En algún momento, sin que nadie lo pida, la gente dejará de hablar, el silencio cubrirá todas las cosas, y entonces sí, Mario Carrero y Numa Moraes entonarán a capela esa canción tan entrañable, tan uruguaya, que dice: “Ven ese criollo rodear, rodear, rodear. / Los paisanos le dicen mi general. / Va alumbrando con su voz la oscuridad / y hasta las piedras saben a dónde va”.

Se alejan del micrófono, dan uno, dos, tres pasos hacia adelante. Carrero hace un gesto de arenga sutil con la mano izquierda, repite las estrofas en voz baja. Y recién entonces la gente canta con ellos. Dicen: “Con libertad no ofendo ni temo / que don José / oriental en la vida / y en la muerte también”. Las palabras se expanden, parecen cortar el aire como si pudieran desintegrarlo. Cuando miles de personas repiten, juntas, ese estribillo, la canción no es solo canción: es rezo, es plegaria, es súplica.

Es jueves 15 de mayo de 2025. El cielo de Montevideo es gris, liso, no tiene matices ni tonos ni horizontes. Son las cinco de la tarde. El velorio de José Mujica en el Palacio Legislativo empezó un día antes a las 10 de la mañana. Treinta horas después aún hay gente que llora frente a su féretro.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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El asunto de las flores empezó algún día de 1943. José Alberto Mujica Cordano tiene 8 años y la gente cercana lo llama Pepe. Sale de la escuela 150 de Paso de la Arena, la zona de chacras familiares en la que vive con su familia lejos del centro de Montevideo, y camina algunos metros hacia su casa. Todavía no lo sabe, pero su padre, Demetrio Mujica, acaba de morir de sífilis.

Su madre, Lucy Cordano, una mujer militante del Partido Nacional, uno de los bandos de la derecha tradicional de Uruguay, aprende a cultivar flores y monta un pequeño negocio para mantener a su familia. Le enseña el oficio a sus hijos, Pepe y María Eudoxia, y les habla del trabajo, de la importancia del trabajo, del valor del trabajo.

Pepe se pasa horas en el jardín, aprende cuándo y cómo hay que cultivar cada especie de flor, mira cómo crecen, sabe cuándo están en su mejor momento. Arma ramos y los vende por el barrio.

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En las vacaciones viaja a Colonia Estrella, un pequeño pueblo en el departamento de Colonia, en el interior de Uruguay, donde viven sus abuelos maternos, y sus tíos, también militantes del Partido Nacional. Allí Pepe se pasa los días andando en bicicleta —sueña con ser ciclista profesional—, jugando al futbol con los amigos del pueblo, recorriendo los viñedos de su abuelo —un descendiente del Piamonte italiano—, escuchando de él cómo la tierra es lo más sagrado que tienen.

Mucho tiempo después, cuando esté encerrado y aislado en un calabozo mientras Uruguay esté bajo la dictadura cívico militar más brutal de su historia, pensará varias veces en aquel jardín y en aquellas flores, intentará recordar sus colores y su aroma, la forma en la que se sentían sus pétalos cuando pasaba las manos por ellos. Las flores, los insectos, los amaneceres —o los recuerdos que conservaba de esas cosas— serán escape y refugio.

“En la cárcel aprendí que la vida es maravillosa en sus cosas más simples. Una flor no necesita lujos para ser hermosa”, dirá en el documental El Pepe, una vida suprema, de Emir Kusturica.

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El domingo 11 de mayo de 2025 se realizaron las elecciones departamentales en Uruguay y con ellas se cerró el ciclo electoral que empezó en 2024, el año en el que Mujica fue diagnosticado con un cáncer de esófago. A pesar de la enfermedad y de la forma en la que la radioterapia le debilitó el cuerpo, el hombre de 89 años asistió a muchos actos, dio entrevistas, recorrió barrios de Montevideo, se sentó a conversar con la gente en las plazas e impulsó la candidatura de Yamandú Orsi, actual presidente de Uruguay. En las elecciones del domingo no votó. Dos días después, el martes 13, sobre las cuatro y media de la tarde, el gobierno anunció su muerte: José Mujica (1935-2025).

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Para entender cómo José Mujica se constituyó en José Mujica —es decir, cómo se transformó en uno de los políticos más relevantes de la historia uruguaya y latinoamericana reciente—, tal vez haya que mencionar algunas cosas: la primera militancia junto a Enrique Erro —un diputado del Partido Nacional que defendía la causa obrera—, un viaje a Cuba y uno a la Unión Soviética, el triunfo de la Revolución Cubana y el mensaje del Che Guevara, la Guerra Fría, la polarización del mundo, la crisis económica y social de Uruguay a comienzos de los sesenta, la desilusión, las movilizaciones de obreros, estudiantes y referentes sindicales, y el surgimiento de grupos guerrilleros y marxistas que creían que la única forma de cambiar el rumbo de las cosas era la lucha armada.

Mujica tiene poco más de 30 años cuando se suma al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN). Dice que quiere cambiar el mundo y entonces es radical: participa de robos, secuestros, tomas de ciudades, asaltos. Pasa a la clandestinidad, cambia de identidad, elige llamarse Facundo. Conoce a Lucía Topolansky, que también integra el movimiento. Se enamora. Es denunciado, perseguido y atrapado. Va preso una vez y se fuga, va preso otra vez y se fuga, va preso otra vez y allí permanece durante 13 años. Es torturado, física y mentalmente. Si siente que está por volverse loco, piensa en las flores.

Cuando recupera la libertad, en 1985, él y varios de sus compañeros Tupamaros deciden actuar de forma legal, dejar las armas, integrarse a la política y seguir luchando, sí, pero desde adentro. Crean, como parte del Frente Amplio, el Movimiento de Participación Popular (MPP). En 1994, Mujica es electo diputado. Diez años después el Frente gana las elecciones nacionales por primera vez, con Tabaré Vázquez como presidente. En esa elección Mujica es el senador más votado. Poco después, Vázquez anuncia que será su ministro de Ganadería.

Así llega a las elecciones nacionales de 2009, cuando el Frente Amplio lo nombra único candidato. La fórmula de José Mujica-Danilo Astori es la más votada en la primera vuelta de octubre, pero no alcanza la mayoría absoluta y va a balotaje con la de Luis Alberto de Herrera-Jorge Larrañaga, del Partido Nacional. Un mes después José Mujica es electo presidente de la República con el 52.3% de los votos. 

Para entonces ya está casado con Topolansky, que también estuvo presa y recuperó la libertad en el mismo momento que él. Han pedido un préstamo, compraron una chacra en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo, y se dedican a cultivar y a vender flores. Sobre todo, fresias y crisantemos.

 En esa misma casa vivirán juntos hasta su muerte. Allí, debajo de un árbol, enterrarán a Manuela, su mascota, una perra callejera a la que le faltaba una pata. Allí, con Manuela, él pedirá que esparzan sus cenizas.

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Cuando el cortejo que acompaña sus restos avanza por Montevideo, todo alrededor se detiene: las mujeres que atienden en la farmacia, las trabajadoras de las tiendas, los mozos de los restaurantes salen a las veredas, los hombres que barren las calles dejan de barrer, los que trabajan en la construcción se asoman desde los andamios, los profesores de la universidad miran desde las ventanas y los balcones, los alumnos de un liceo se amontonan en una azotea, el perro que ladraba ya no ladra, la mujer del puesto de artesanías de la plaza lo abandona, el hombre que camina fumando deja que el cigarrillo se consuma entre los dedos, el que empuja un coche con dos bebés idénticos frena en seco, se apoya en él y llora, las muchachas que hacen flamear una bandera la dejan en alto.  

Es miércoles 14 de mayo. El féretro con el cuerpo de José Mujica partió a las diez de la mañana desde el edificio de Presidencia, en Ciudad Vieja. Es transportado en una cureña, una especie de carreta utilizada para las ceremonias de honores fúnebres que es tirada por seis caballos del Ejército. Avanza por 18 de julio unas 12 cuadras hasta Fernández Crespo. Detrás de la carreta, en una camioneta gris, con el rostro pálido y añejo, lentes negros, va Lucía Topolansky. Detrás de ella, un ejército de hombres, mujeres, viejos, niños y jóvenes camina lento, como si andar despacio también fuese una forma de honrar. 

Llevan banderas del MPP, del Frente Amplio, de la diversidad, de Uruguay, remeras y gorras con su cara, con sus frases, flores, carteles. Caminan en silencio, solos, acompañados, abrazados, tomados de las manos. Cada tanto alguien grita: “¡Gracias, viejo querido!” y todos aplauden. Cada tanto alguien dice: “Viva el Pepe”, y todos responden: “Viva”. Cada tanto alguien canta: “Ole, ole, ole, Pepe, Pepe”, y todos cantan. Después vuelven al silencio y, en silencio, lloran.

A medida que el cortejo avanza, primero hacia la sede del MLN, después hacia la del Frente Amplio y luego hacia la del MPP, la caravana de hombres y mujeres a pie se hace más y más larga. Alrededor del féretro, rodeando a Mujica, un grupo de militantes armó una cadena humana de contención: nadie pasa más allá de ellos, nadie se acerca más allá de ellos. Van tomados de las manos y no se sueltan nunca, bajo ninguna circunstancia. Todos visten la misma remera negra que, en la espalda, tiene, en letras blancas, una inscripción que dice: “No me voy, estoy llegando”.

La frase fue parte del discurso pronunciado por Mujica el último día de su presidencia, el primero de marzo de 2015. Dijo, exactamente, esto:

Querido pueblo, gracias, gracias por tus abrazos, gracias por tus críticas, gracias por tu cariño y, sobre todo, gracias por tu hondo compañerismo cada una de las veces que me sentí solo en el medio de la presidencia. No lo dudes, si tuviera dos vidas, las gastaría enteras en ayudar tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de mis casi 80 años. No me voy. Estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias, querido pueblo.

Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?

La caminata dura tres horas. A cada paso, en ambos lados de la calle, la gente se amontona para despedirlo. Los rituales se repiten: un aplauso, un grito de agradecimiento, un grito de aliento para Topolansky que ella responde asintiendo sutil con la cabeza, el llanto. Tal vez nunca hubo tanta gente llorando en las calles de Montevideo.

No hay un patrón, un estilo, una forma de clasificar a quienes caminan, casi como si estuviesen peregrinando, detrás de Mujica. Van Paula y Sofía, por ejemplo, envueltas en una misma bandera del Frente Amplio. Tienen 15 y 18 años, respectivamente, militan en la juventud del MPP. Ante la pregunta de qué representa Mujica en sus vidas, dicen: “Cuando un pueblo te llora de esta manera no hace falta decir nada más”. Va Gisella, por ejemplo, que tiene 35 años y lleva un cartel colgado al hombro izquierdo en el que se lee: “Gracias, Pepe”. Ante la pregunta de por qué le agradece, dice: “Porque si no fuese por él las personas como yo no nos podríamos casar con quienes amamos”. Va Agustín, por ejemplo, que tiene 29 años, es argentino, pero vive en Uruguay. Ante la pregunta de por qué hoy está caminando, dice: “Porque fue y es un ejemplo de lucha, de compromiso, de cómo hay que hacer las cosas”. Van Eduardo y Ana, por ejemplo, que llevan casados más de 50 años y se conocieron militando. Ante la pregunta de por qué lloran, dicen: “Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?”.

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El gobierno de Mujica, entre 2010 y 2015, fue, a nivel interno, dice Mauro Casas, politólogo, “absolutamente normal”. Aunque, tuvo algunos hitos, como el avance en la agenda de derechos —creó una ley para permitir el matrimonio entre personas del mismo género, otra para legalizar el aborto hasta las 12 semanas de gestación, otra para regular la producción, distribución y consumo de marihuana—; la puesta en marcha del Plan Juntos, un programa que proponía ayudar a familias en situación de extrema pobreza a acceder a una vivienda y al que él donaba el 70% de su sueldo; el haber recibido, en calidad de refugiados, a familias sirias y a expresos de la cárcel de Guantánamo —aunque muchos años después dijo que lo hizo para poder mejorar la relación con Estados Unidos—; el impulso para crear la Universidad Tecnológica y promover la educación terciaria en el interior del país, y la regularización de la jornada laboral para los trabajadores rurales.

Y también tuvo algunos fracasos. El historiador Gerardo Caetano los sintetiza así:

Varios de sus ʻbuques insigniasʼ (el puerto de aguas profundas para el Mercosur en las costas de Rocha, la regasificadora para encontrar en la región una ecuación energética viable, etcétera) no lograron zarpar, aunque sus políticas siempre tuvieron el norte de la redistribución y la suerte de los más desfavorecidos. En esas definiciones primeras se asientan sus aciertos, favorecidos por un contexto internacional favorable. Sus errores apuntan a sus visiones voluntaristas en ciertos campos como el de las empresas públicas o la integración regional, en los que nunca terminó de encontrar a los socios adecuados. En cualquier hipótesis, su mayor virtud tuvo que ver con que, más allá de aciertos y errores, contribuyó tal vez como nadie a construir mejores ciudadanos.

Mujica era presidente, pero vivía como una persona cualquiera: sin lujos, en su chacra, cultivando flores, andando en el mismo Volkswagen Fusca celeste y viejo en el que anduvo siempre. Cuando le preguntaban por qué, decía: “¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal”.

Hacia afuera, al resto del mundo le fascinaba su austeridad, su sencillez, su discurso: "No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad"; “Compramos con plata, pero en realidad compramos con el tiempo de nuestra vida que tuvimos que gastar para tener esa plata”; “El hombre puede tener mil títulos, pero si no es solidario, no sirve”.

Sin buscarlo, Mujica se transformó en una estrella de rock, como se describe en el libro Otros mundos posibles (Planeta, 2024), coordinado por Caetano:

En la ciudad de Valencia en el año 2020, una multitud hace cola durante horas para escuchar a José Mujica. En el año 2016, más de veinte mil personas —en su mayoría jóvenes— se reúnen en el estadio Gasmart de Tijuana (México) para escuchar a Mujica. Libros para niños con Mujica como protagonista posan en las estanterías de las librerías de Japón […] Su imagen decora la pared de un bar en India. Sus palabras se incorporan a piezas musicales de cantantes europeos. Desde aquel lejano marzo de 1985 en que recuperó su libertad, Mujica se hizo globalmente conocido, y su página de Wikipedia está disponible en más de 80 idiomas.

Su reconocimiento tenía que ver con su historia, pero, sobre todo, con sus formas.

Lo primero que lo configura es sin duda su compromiso cotidiano con una forma de vida austera, sencilla, ajena a todo sentido de poder u ostentación. Su vivencia cotidiana del campo, en donde puede encontrar de forma más completa lo que llama ʻel misterio maravilloso de la vidaʼ, le ha dado una capacidad de pensar y de decir inimitables. Puede explicar los peligros medioambientales globales desde su observación atenta de cómo paren las yeguas, de cómo varían sus costumbres los pájaros, de lo que pasa en los árboles y plantas que rodean su rancho. A esa forma de vivir que provoca tanta admiración en los actuales contextos, le suma una lectura muy amplia y diversa, que acepta las restricciones del sesgo ideológico o epocal. Eso no lo lleva a un diletantismo pomposo sino por el contrario, lo lleva a visiones muy concretas, realistas, siempre atentas a convencer, no a vencer. Es casi como la contrapartida más absoluta de las pautas comunicacionales que reinan en la llamada ʻnueva políticaʼ. Lucha contra las visiones dogmáticas y confrontacionales; busca comprender a los que piensan más distinto, de quienes sabe aprender.

De pronto, periodistas, artistas y personalidades de todo el mundo querían viajar a Uruguay para conocerlo, para ver cómo vivía “el presidente más pobre del planeta”. De pronto Mujica era entrevistado por la BBC, por The New York Times, por The Washington Post, nominado al Premio Nobel de la Paz, invitado a foros, conferencias, encuentros. En 2013, por ejemplo, fue a dar un discurso a la Organización de Naciones Unidas. Dijo cosas como estas:

Me angustia, y de qué manera, el porvenir que no veré y por el que me comprometo. Sí, es posible un mundo con una humanidad mejor, aunque tal vez hoy la primera tarea sea salvar la vida. Pero soy del sur y vengo del sur a esta asamblea. Cargo inequívocamente con los millones de compatriotas pobres en las ciudades, en los páramos, en las selvas, en las pampas, en los socavones de América Latina, patria común que se está haciendo. Cargo con las culturas originales aplastadas, con los restos del colonialismo en Malvinas, con bloqueos inútiles a ese caimán bajo el sol del Caribe que se llama Cuba […] Cargo con una gigantesca deuda social de defender la Amazonia, los mares, nuestros grandes ríos de América. […] Hoy es tiempo de empezar a batallar para preparar un mundo sin fronteras.

O como esta: “La ONU languidece y se burocratiza por falta de poder y de autonomía, de reconocimiento sobre todo de democracia hacia el mundo débil que es la mayoría”.

¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal.

De pronto, en un país al que le cuestan las estrellas, un viejo de cara arrugada —de pelo gris despeinado y ojeras, que camina despacio y habla con pausas—, un hombre que estuvo preso, que soportó la tortura, y que ahora es presidente, es una de las personas más famosas del mundo.  

El politólogo Mauro Casas hace un análisis similar:

Mujica no fue solo un referente político. Se transformó en un referente social y cultural, en un referente de la cultura pop, y eso hacía que a él lo respetara y lo siguiera gente que no era cercana a la política. Esa fue una de sus cualidades más impresionantes, que tenía la capacidad de hablarle a los propios, a los ajenos y sobre todo a los desinteresados. Estamos en una época donde la conversación política enfrenta inmensos desafíos, que son los desafíos de la polarización de los discursos, de la grieta, de la imposibilidad de hablar con los distintos. Durante toda su vida y sobre todo en la última década intentó con todas sus fuerzas hablarle a los diferentes. Por eso había gente que jamás lo hubiera votado, pero cuando él hablaba paraba la oreja, porque sabía que el viejo tendría algo interesante para decir o algo que incomodara o provocara a ajenos e incluso a los propios. La última polémica fue con la central de trabajadores, cuando salió a cuestionarlos después del 1 de mayo. Tuvo cruces con el movimiento feminista, con el movimiento de derechos humanos. Pero también hay algo ahí de estrategia y de búsqueda de no quedarse en la corrección política que se ha instalado en las últimas décadas en la izquierda progresista en Occidente.

El 2 de mayo, en una entrevista telefónica con Radio Sarandí —en su última entrevista— Mujica dijo: “Pobre Orsi, ¿no? Porque durante cuatro años el movimiento sindical no movió un dedo, no le hizo un paro, nada. Y ahora gana la izquierda y aumentan los reclamos, matemáticamente. ¿Cuántos paros viste en el gobierno del Cuqui [Luis Lacalle Pou]?”.

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No hay una cifra exacta, pero, desde el Palacio Legislativo dirán que, entre el miércoles y el jueves, entrarán cerca de 100 000 personas a despedirse de él.

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 Formarán una fila larguísima en las veredas, que se extenderá durante cinco, seis, ocho, diez cuadras. Llegarán desde todos los barrios de Montevideo y desde distintas ciudades del interior. Esperarán lo que haga falta. Esperarán como si el tiempo no se fuese a terminar nunca. Tendrán paciencia. Compartirán el mate. Conversarán. Dirán que se sienten huérfanos, que se quedaron solos, tan solos. Comprarán flores —fresias y crisantemos, rosas, claveles, margaritas—. Sostendrán banderas, carteles, cartas escritas a mano. Avanzarán lento. Subirán las escaleras del edificio en silencio. Entrarán al Salón de los Pasos Perdidos. Caminarán por un pasillo delimitado por cintas. Llegarán a pararse frente a él. Algunos mirarán sin decir nada. Otros cantarán. Otros rezarán. Otros dejarán sus banderas, sus carteles, sus cartas escritas a mano —“Gracias, Pepe, por darme mi primera casa”, escribirán—. Otros se arrodillarán. Otros tomarán una foto —la última foto—. Otros dejarán a sus pies un rosario, una estampita de la virgen, un crucifijo. Otros lo llenarán de flores.

Llegarán políticos de todos los tiempos, de todos los partidos: los expresidentes de Uruguay, Luis Lacalle Pou y Luis Lacalle Herrera, del Partido Nacional; Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado; intendentes, candidatos a intendentes, senadores y diputados. Llegarán Gabriel Boric, Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y Lula Da Silva que decretará, en Brasil, tres días de duelo oficial. Llegará Mauricio Rosencof, que estuvo preso en un calabozo al lado del de Mujica, y leerá un poema que dice: “Si este fuera mi último poema, insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Llegarán artistas, médicos, arquitectos, dentistas, cocineros, contadores, estudiantes, niños, jubilados, sindicalistas, empresarios, periodistas, hombres y mujeres de campo, obreros, veterinarios. El músico español Alejandro Sanz mandará una corona de flores. Muchas personas mandarán coronas de flores. Siempre, en todo momento, José Mujica estará rodeado de flores.

Pasadas las cinco de la tarde del jueves 15 de mayo, sacarán el féretro a la explanada. Mario Carrero y Numa Moraes cantarán “A don José”, una de sus canciones preferidas. Treinta horas después del inicio de la despedida, aún habrá gente llorándolo.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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Un adiós de treinta horas: así fue la despedida de José Mujica, el presidente que fue guerrillero, cultivador de flores y estrella de rock

Un adiós de treinta horas: así fue la despedida de José Mujica, el presidente que fue guerrillero, cultivador de flores y estrella de rock

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Realización de
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Mujica era presidente, pero vivía como una persona cualquiera: sin lujos, en su chacra, cultivando flores, andando en el mismo Volkswagen Fusca celeste y viejo en el que anduvo siempre.
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Miles de personas se reunieron para dar el adiós a quien fuera "el presidente más pobre", el más querido, el que inspiró lo que ningún otro representante de la política latinoamericana: "Pepe" Mujica.

Entonces Mario Carrero y Numa Moraes, uruguayos, músicos, exiliados en los años setenta, se paran detrás de dos micrófonos en la explanada del Palacio Legislativo y se quedan ahí. Por unos segundos no hacen nada, no dicen nada. Ni siquiera se miran. Esperan como si no tuvieran prisa, como si no hubiese nada que perder. Unos escalones más abajo, de frente a ellos, miles de personas corean, entre carteles, flores y banderas: “El pueblo unido jamás será vencido”.

En algún momento, sin que nadie lo pida, la gente dejará de hablar, el silencio cubrirá todas las cosas, y entonces sí, Mario Carrero y Numa Moraes entonarán a capela esa canción tan entrañable, tan uruguaya, que dice: “Ven ese criollo rodear, rodear, rodear. / Los paisanos le dicen mi general. / Va alumbrando con su voz la oscuridad / y hasta las piedras saben a dónde va”.

Se alejan del micrófono, dan uno, dos, tres pasos hacia adelante. Carrero hace un gesto de arenga sutil con la mano izquierda, repite las estrofas en voz baja. Y recién entonces la gente canta con ellos. Dicen: “Con libertad no ofendo ni temo / que don José / oriental en la vida / y en la muerte también”. Las palabras se expanden, parecen cortar el aire como si pudieran desintegrarlo. Cuando miles de personas repiten, juntas, ese estribillo, la canción no es solo canción: es rezo, es plegaria, es súplica.

Es jueves 15 de mayo de 2025. El cielo de Montevideo es gris, liso, no tiene matices ni tonos ni horizontes. Son las cinco de la tarde. El velorio de José Mujica en el Palacio Legislativo empezó un día antes a las 10 de la mañana. Treinta horas después aún hay gente que llora frente a su féretro.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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El asunto de las flores empezó algún día de 1943. José Alberto Mujica Cordano tiene 8 años y la gente cercana lo llama Pepe. Sale de la escuela 150 de Paso de la Arena, la zona de chacras familiares en la que vive con su familia lejos del centro de Montevideo, y camina algunos metros hacia su casa. Todavía no lo sabe, pero su padre, Demetrio Mujica, acaba de morir de sífilis.

Su madre, Lucy Cordano, una mujer militante del Partido Nacional, uno de los bandos de la derecha tradicional de Uruguay, aprende a cultivar flores y monta un pequeño negocio para mantener a su familia. Le enseña el oficio a sus hijos, Pepe y María Eudoxia, y les habla del trabajo, de la importancia del trabajo, del valor del trabajo.

Pepe se pasa horas en el jardín, aprende cuándo y cómo hay que cultivar cada especie de flor, mira cómo crecen, sabe cuándo están en su mejor momento. Arma ramos y los vende por el barrio.

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En las vacaciones viaja a Colonia Estrella, un pequeño pueblo en el departamento de Colonia, en el interior de Uruguay, donde viven sus abuelos maternos, y sus tíos, también militantes del Partido Nacional. Allí Pepe se pasa los días andando en bicicleta —sueña con ser ciclista profesional—, jugando al futbol con los amigos del pueblo, recorriendo los viñedos de su abuelo —un descendiente del Piamonte italiano—, escuchando de él cómo la tierra es lo más sagrado que tienen.

Mucho tiempo después, cuando esté encerrado y aislado en un calabozo mientras Uruguay esté bajo la dictadura cívico militar más brutal de su historia, pensará varias veces en aquel jardín y en aquellas flores, intentará recordar sus colores y su aroma, la forma en la que se sentían sus pétalos cuando pasaba las manos por ellos. Las flores, los insectos, los amaneceres —o los recuerdos que conservaba de esas cosas— serán escape y refugio.

“En la cárcel aprendí que la vida es maravillosa en sus cosas más simples. Una flor no necesita lujos para ser hermosa”, dirá en el documental El Pepe, una vida suprema, de Emir Kusturica.

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El domingo 11 de mayo de 2025 se realizaron las elecciones departamentales en Uruguay y con ellas se cerró el ciclo electoral que empezó en 2024, el año en el que Mujica fue diagnosticado con un cáncer de esófago. A pesar de la enfermedad y de la forma en la que la radioterapia le debilitó el cuerpo, el hombre de 89 años asistió a muchos actos, dio entrevistas, recorrió barrios de Montevideo, se sentó a conversar con la gente en las plazas e impulsó la candidatura de Yamandú Orsi, actual presidente de Uruguay. En las elecciones del domingo no votó. Dos días después, el martes 13, sobre las cuatro y media de la tarde, el gobierno anunció su muerte: José Mujica (1935-2025).

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Para entender cómo José Mujica se constituyó en José Mujica —es decir, cómo se transformó en uno de los políticos más relevantes de la historia uruguaya y latinoamericana reciente—, tal vez haya que mencionar algunas cosas: la primera militancia junto a Enrique Erro —un diputado del Partido Nacional que defendía la causa obrera—, un viaje a Cuba y uno a la Unión Soviética, el triunfo de la Revolución Cubana y el mensaje del Che Guevara, la Guerra Fría, la polarización del mundo, la crisis económica y social de Uruguay a comienzos de los sesenta, la desilusión, las movilizaciones de obreros, estudiantes y referentes sindicales, y el surgimiento de grupos guerrilleros y marxistas que creían que la única forma de cambiar el rumbo de las cosas era la lucha armada.

Mujica tiene poco más de 30 años cuando se suma al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN). Dice que quiere cambiar el mundo y entonces es radical: participa de robos, secuestros, tomas de ciudades, asaltos. Pasa a la clandestinidad, cambia de identidad, elige llamarse Facundo. Conoce a Lucía Topolansky, que también integra el movimiento. Se enamora. Es denunciado, perseguido y atrapado. Va preso una vez y se fuga, va preso otra vez y se fuga, va preso otra vez y allí permanece durante 13 años. Es torturado, física y mentalmente. Si siente que está por volverse loco, piensa en las flores.

Cuando recupera la libertad, en 1985, él y varios de sus compañeros Tupamaros deciden actuar de forma legal, dejar las armas, integrarse a la política y seguir luchando, sí, pero desde adentro. Crean, como parte del Frente Amplio, el Movimiento de Participación Popular (MPP). En 1994, Mujica es electo diputado. Diez años después el Frente gana las elecciones nacionales por primera vez, con Tabaré Vázquez como presidente. En esa elección Mujica es el senador más votado. Poco después, Vázquez anuncia que será su ministro de Ganadería.

Así llega a las elecciones nacionales de 2009, cuando el Frente Amplio lo nombra único candidato. La fórmula de José Mujica-Danilo Astori es la más votada en la primera vuelta de octubre, pero no alcanza la mayoría absoluta y va a balotaje con la de Luis Alberto de Herrera-Jorge Larrañaga, del Partido Nacional. Un mes después José Mujica es electo presidente de la República con el 52.3% de los votos. 

Para entonces ya está casado con Topolansky, que también estuvo presa y recuperó la libertad en el mismo momento que él. Han pedido un préstamo, compraron una chacra en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo, y se dedican a cultivar y a vender flores. Sobre todo, fresias y crisantemos.

 En esa misma casa vivirán juntos hasta su muerte. Allí, debajo de un árbol, enterrarán a Manuela, su mascota, una perra callejera a la que le faltaba una pata. Allí, con Manuela, él pedirá que esparzan sus cenizas.

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Cuando el cortejo que acompaña sus restos avanza por Montevideo, todo alrededor se detiene: las mujeres que atienden en la farmacia, las trabajadoras de las tiendas, los mozos de los restaurantes salen a las veredas, los hombres que barren las calles dejan de barrer, los que trabajan en la construcción se asoman desde los andamios, los profesores de la universidad miran desde las ventanas y los balcones, los alumnos de un liceo se amontonan en una azotea, el perro que ladraba ya no ladra, la mujer del puesto de artesanías de la plaza lo abandona, el hombre que camina fumando deja que el cigarrillo se consuma entre los dedos, el que empuja un coche con dos bebés idénticos frena en seco, se apoya en él y llora, las muchachas que hacen flamear una bandera la dejan en alto.  

Es miércoles 14 de mayo. El féretro con el cuerpo de José Mujica partió a las diez de la mañana desde el edificio de Presidencia, en Ciudad Vieja. Es transportado en una cureña, una especie de carreta utilizada para las ceremonias de honores fúnebres que es tirada por seis caballos del Ejército. Avanza por 18 de julio unas 12 cuadras hasta Fernández Crespo. Detrás de la carreta, en una camioneta gris, con el rostro pálido y añejo, lentes negros, va Lucía Topolansky. Detrás de ella, un ejército de hombres, mujeres, viejos, niños y jóvenes camina lento, como si andar despacio también fuese una forma de honrar. 

Llevan banderas del MPP, del Frente Amplio, de la diversidad, de Uruguay, remeras y gorras con su cara, con sus frases, flores, carteles. Caminan en silencio, solos, acompañados, abrazados, tomados de las manos. Cada tanto alguien grita: “¡Gracias, viejo querido!” y todos aplauden. Cada tanto alguien dice: “Viva el Pepe”, y todos responden: “Viva”. Cada tanto alguien canta: “Ole, ole, ole, Pepe, Pepe”, y todos cantan. Después vuelven al silencio y, en silencio, lloran.

A medida que el cortejo avanza, primero hacia la sede del MLN, después hacia la del Frente Amplio y luego hacia la del MPP, la caravana de hombres y mujeres a pie se hace más y más larga. Alrededor del féretro, rodeando a Mujica, un grupo de militantes armó una cadena humana de contención: nadie pasa más allá de ellos, nadie se acerca más allá de ellos. Van tomados de las manos y no se sueltan nunca, bajo ninguna circunstancia. Todos visten la misma remera negra que, en la espalda, tiene, en letras blancas, una inscripción que dice: “No me voy, estoy llegando”.

La frase fue parte del discurso pronunciado por Mujica el último día de su presidencia, el primero de marzo de 2015. Dijo, exactamente, esto:

Querido pueblo, gracias, gracias por tus abrazos, gracias por tus críticas, gracias por tu cariño y, sobre todo, gracias por tu hondo compañerismo cada una de las veces que me sentí solo en el medio de la presidencia. No lo dudes, si tuviera dos vidas, las gastaría enteras en ayudar tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de mis casi 80 años. No me voy. Estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias, querido pueblo.

Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?

La caminata dura tres horas. A cada paso, en ambos lados de la calle, la gente se amontona para despedirlo. Los rituales se repiten: un aplauso, un grito de agradecimiento, un grito de aliento para Topolansky que ella responde asintiendo sutil con la cabeza, el llanto. Tal vez nunca hubo tanta gente llorando en las calles de Montevideo.

No hay un patrón, un estilo, una forma de clasificar a quienes caminan, casi como si estuviesen peregrinando, detrás de Mujica. Van Paula y Sofía, por ejemplo, envueltas en una misma bandera del Frente Amplio. Tienen 15 y 18 años, respectivamente, militan en la juventud del MPP. Ante la pregunta de qué representa Mujica en sus vidas, dicen: “Cuando un pueblo te llora de esta manera no hace falta decir nada más”. Va Gisella, por ejemplo, que tiene 35 años y lleva un cartel colgado al hombro izquierdo en el que se lee: “Gracias, Pepe”. Ante la pregunta de por qué le agradece, dice: “Porque si no fuese por él las personas como yo no nos podríamos casar con quienes amamos”. Va Agustín, por ejemplo, que tiene 29 años, es argentino, pero vive en Uruguay. Ante la pregunta de por qué hoy está caminando, dice: “Porque fue y es un ejemplo de lucha, de compromiso, de cómo hay que hacer las cosas”. Van Eduardo y Ana, por ejemplo, que llevan casados más de 50 años y se conocieron militando. Ante la pregunta de por qué lloran, dicen: “Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?”.

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El gobierno de Mujica, entre 2010 y 2015, fue, a nivel interno, dice Mauro Casas, politólogo, “absolutamente normal”. Aunque, tuvo algunos hitos, como el avance en la agenda de derechos —creó una ley para permitir el matrimonio entre personas del mismo género, otra para legalizar el aborto hasta las 12 semanas de gestación, otra para regular la producción, distribución y consumo de marihuana—; la puesta en marcha del Plan Juntos, un programa que proponía ayudar a familias en situación de extrema pobreza a acceder a una vivienda y al que él donaba el 70% de su sueldo; el haber recibido, en calidad de refugiados, a familias sirias y a expresos de la cárcel de Guantánamo —aunque muchos años después dijo que lo hizo para poder mejorar la relación con Estados Unidos—; el impulso para crear la Universidad Tecnológica y promover la educación terciaria en el interior del país, y la regularización de la jornada laboral para los trabajadores rurales.

Y también tuvo algunos fracasos. El historiador Gerardo Caetano los sintetiza así:

Varios de sus ʻbuques insigniasʼ (el puerto de aguas profundas para el Mercosur en las costas de Rocha, la regasificadora para encontrar en la región una ecuación energética viable, etcétera) no lograron zarpar, aunque sus políticas siempre tuvieron el norte de la redistribución y la suerte de los más desfavorecidos. En esas definiciones primeras se asientan sus aciertos, favorecidos por un contexto internacional favorable. Sus errores apuntan a sus visiones voluntaristas en ciertos campos como el de las empresas públicas o la integración regional, en los que nunca terminó de encontrar a los socios adecuados. En cualquier hipótesis, su mayor virtud tuvo que ver con que, más allá de aciertos y errores, contribuyó tal vez como nadie a construir mejores ciudadanos.

Mujica era presidente, pero vivía como una persona cualquiera: sin lujos, en su chacra, cultivando flores, andando en el mismo Volkswagen Fusca celeste y viejo en el que anduvo siempre. Cuando le preguntaban por qué, decía: “¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal”.

Hacia afuera, al resto del mundo le fascinaba su austeridad, su sencillez, su discurso: "No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad"; “Compramos con plata, pero en realidad compramos con el tiempo de nuestra vida que tuvimos que gastar para tener esa plata”; “El hombre puede tener mil títulos, pero si no es solidario, no sirve”.

Sin buscarlo, Mujica se transformó en una estrella de rock, como se describe en el libro Otros mundos posibles (Planeta, 2024), coordinado por Caetano:

En la ciudad de Valencia en el año 2020, una multitud hace cola durante horas para escuchar a José Mujica. En el año 2016, más de veinte mil personas —en su mayoría jóvenes— se reúnen en el estadio Gasmart de Tijuana (México) para escuchar a Mujica. Libros para niños con Mujica como protagonista posan en las estanterías de las librerías de Japón […] Su imagen decora la pared de un bar en India. Sus palabras se incorporan a piezas musicales de cantantes europeos. Desde aquel lejano marzo de 1985 en que recuperó su libertad, Mujica se hizo globalmente conocido, y su página de Wikipedia está disponible en más de 80 idiomas.

Su reconocimiento tenía que ver con su historia, pero, sobre todo, con sus formas.

Lo primero que lo configura es sin duda su compromiso cotidiano con una forma de vida austera, sencilla, ajena a todo sentido de poder u ostentación. Su vivencia cotidiana del campo, en donde puede encontrar de forma más completa lo que llama ʻel misterio maravilloso de la vidaʼ, le ha dado una capacidad de pensar y de decir inimitables. Puede explicar los peligros medioambientales globales desde su observación atenta de cómo paren las yeguas, de cómo varían sus costumbres los pájaros, de lo que pasa en los árboles y plantas que rodean su rancho. A esa forma de vivir que provoca tanta admiración en los actuales contextos, le suma una lectura muy amplia y diversa, que acepta las restricciones del sesgo ideológico o epocal. Eso no lo lleva a un diletantismo pomposo sino por el contrario, lo lleva a visiones muy concretas, realistas, siempre atentas a convencer, no a vencer. Es casi como la contrapartida más absoluta de las pautas comunicacionales que reinan en la llamada ʻnueva políticaʼ. Lucha contra las visiones dogmáticas y confrontacionales; busca comprender a los que piensan más distinto, de quienes sabe aprender.

De pronto, periodistas, artistas y personalidades de todo el mundo querían viajar a Uruguay para conocerlo, para ver cómo vivía “el presidente más pobre del planeta”. De pronto Mujica era entrevistado por la BBC, por The New York Times, por The Washington Post, nominado al Premio Nobel de la Paz, invitado a foros, conferencias, encuentros. En 2013, por ejemplo, fue a dar un discurso a la Organización de Naciones Unidas. Dijo cosas como estas:

Me angustia, y de qué manera, el porvenir que no veré y por el que me comprometo. Sí, es posible un mundo con una humanidad mejor, aunque tal vez hoy la primera tarea sea salvar la vida. Pero soy del sur y vengo del sur a esta asamblea. Cargo inequívocamente con los millones de compatriotas pobres en las ciudades, en los páramos, en las selvas, en las pampas, en los socavones de América Latina, patria común que se está haciendo. Cargo con las culturas originales aplastadas, con los restos del colonialismo en Malvinas, con bloqueos inútiles a ese caimán bajo el sol del Caribe que se llama Cuba […] Cargo con una gigantesca deuda social de defender la Amazonia, los mares, nuestros grandes ríos de América. […] Hoy es tiempo de empezar a batallar para preparar un mundo sin fronteras.

O como esta: “La ONU languidece y se burocratiza por falta de poder y de autonomía, de reconocimiento sobre todo de democracia hacia el mundo débil que es la mayoría”.

¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal.

De pronto, en un país al que le cuestan las estrellas, un viejo de cara arrugada —de pelo gris despeinado y ojeras, que camina despacio y habla con pausas—, un hombre que estuvo preso, que soportó la tortura, y que ahora es presidente, es una de las personas más famosas del mundo.  

El politólogo Mauro Casas hace un análisis similar:

Mujica no fue solo un referente político. Se transformó en un referente social y cultural, en un referente de la cultura pop, y eso hacía que a él lo respetara y lo siguiera gente que no era cercana a la política. Esa fue una de sus cualidades más impresionantes, que tenía la capacidad de hablarle a los propios, a los ajenos y sobre todo a los desinteresados. Estamos en una época donde la conversación política enfrenta inmensos desafíos, que son los desafíos de la polarización de los discursos, de la grieta, de la imposibilidad de hablar con los distintos. Durante toda su vida y sobre todo en la última década intentó con todas sus fuerzas hablarle a los diferentes. Por eso había gente que jamás lo hubiera votado, pero cuando él hablaba paraba la oreja, porque sabía que el viejo tendría algo interesante para decir o algo que incomodara o provocara a ajenos e incluso a los propios. La última polémica fue con la central de trabajadores, cuando salió a cuestionarlos después del 1 de mayo. Tuvo cruces con el movimiento feminista, con el movimiento de derechos humanos. Pero también hay algo ahí de estrategia y de búsqueda de no quedarse en la corrección política que se ha instalado en las últimas décadas en la izquierda progresista en Occidente.

El 2 de mayo, en una entrevista telefónica con Radio Sarandí —en su última entrevista— Mujica dijo: “Pobre Orsi, ¿no? Porque durante cuatro años el movimiento sindical no movió un dedo, no le hizo un paro, nada. Y ahora gana la izquierda y aumentan los reclamos, matemáticamente. ¿Cuántos paros viste en el gobierno del Cuqui [Luis Lacalle Pou]?”.

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No hay una cifra exacta, pero, desde el Palacio Legislativo dirán que, entre el miércoles y el jueves, entrarán cerca de 100 000 personas a despedirse de él.

Te recomendamos leer el reportaje "El porro oficial: diez años de cannabis legal en Uruguay"

 Formarán una fila larguísima en las veredas, que se extenderá durante cinco, seis, ocho, diez cuadras. Llegarán desde todos los barrios de Montevideo y desde distintas ciudades del interior. Esperarán lo que haga falta. Esperarán como si el tiempo no se fuese a terminar nunca. Tendrán paciencia. Compartirán el mate. Conversarán. Dirán que se sienten huérfanos, que se quedaron solos, tan solos. Comprarán flores —fresias y crisantemos, rosas, claveles, margaritas—. Sostendrán banderas, carteles, cartas escritas a mano. Avanzarán lento. Subirán las escaleras del edificio en silencio. Entrarán al Salón de los Pasos Perdidos. Caminarán por un pasillo delimitado por cintas. Llegarán a pararse frente a él. Algunos mirarán sin decir nada. Otros cantarán. Otros rezarán. Otros dejarán sus banderas, sus carteles, sus cartas escritas a mano —“Gracias, Pepe, por darme mi primera casa”, escribirán—. Otros se arrodillarán. Otros tomarán una foto —la última foto—. Otros dejarán a sus pies un rosario, una estampita de la virgen, un crucifijo. Otros lo llenarán de flores.

Llegarán políticos de todos los tiempos, de todos los partidos: los expresidentes de Uruguay, Luis Lacalle Pou y Luis Lacalle Herrera, del Partido Nacional; Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado; intendentes, candidatos a intendentes, senadores y diputados. Llegarán Gabriel Boric, Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y Lula Da Silva que decretará, en Brasil, tres días de duelo oficial. Llegará Mauricio Rosencof, que estuvo preso en un calabozo al lado del de Mujica, y leerá un poema que dice: “Si este fuera mi último poema, insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Llegarán artistas, médicos, arquitectos, dentistas, cocineros, contadores, estudiantes, niños, jubilados, sindicalistas, empresarios, periodistas, hombres y mujeres de campo, obreros, veterinarios. El músico español Alejandro Sanz mandará una corona de flores. Muchas personas mandarán coronas de flores. Siempre, en todo momento, José Mujica estará rodeado de flores.

Pasadas las cinco de la tarde del jueves 15 de mayo, sacarán el féretro a la explanada. Mario Carrero y Numa Moraes cantarán “A don José”, una de sus canciones preferidas. Treinta horas después del inicio de la despedida, aún habrá gente llorándolo.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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Un adiós de treinta horas: así fue la despedida de José Mujica, el presidente que fue guerrillero, cultivador de flores y estrella de rock

Un adiós de treinta horas: así fue la despedida de José Mujica, el presidente que fue guerrillero, cultivador de flores y estrella de rock

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2025
Texto de
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Traducción de
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Miles de personas se reunieron para dar el adiós a quien fuera "el presidente más pobre", el más querido, el que inspiró lo que ningún otro representante de la política latinoamericana: "Pepe" Mujica.

Entonces Mario Carrero y Numa Moraes, uruguayos, músicos, exiliados en los años setenta, se paran detrás de dos micrófonos en la explanada del Palacio Legislativo y se quedan ahí. Por unos segundos no hacen nada, no dicen nada. Ni siquiera se miran. Esperan como si no tuvieran prisa, como si no hubiese nada que perder. Unos escalones más abajo, de frente a ellos, miles de personas corean, entre carteles, flores y banderas: “El pueblo unido jamás será vencido”.

En algún momento, sin que nadie lo pida, la gente dejará de hablar, el silencio cubrirá todas las cosas, y entonces sí, Mario Carrero y Numa Moraes entonarán a capela esa canción tan entrañable, tan uruguaya, que dice: “Ven ese criollo rodear, rodear, rodear. / Los paisanos le dicen mi general. / Va alumbrando con su voz la oscuridad / y hasta las piedras saben a dónde va”.

Se alejan del micrófono, dan uno, dos, tres pasos hacia adelante. Carrero hace un gesto de arenga sutil con la mano izquierda, repite las estrofas en voz baja. Y recién entonces la gente canta con ellos. Dicen: “Con libertad no ofendo ni temo / que don José / oriental en la vida / y en la muerte también”. Las palabras se expanden, parecen cortar el aire como si pudieran desintegrarlo. Cuando miles de personas repiten, juntas, ese estribillo, la canción no es solo canción: es rezo, es plegaria, es súplica.

Es jueves 15 de mayo de 2025. El cielo de Montevideo es gris, liso, no tiene matices ni tonos ni horizontes. Son las cinco de la tarde. El velorio de José Mujica en el Palacio Legislativo empezó un día antes a las 10 de la mañana. Treinta horas después aún hay gente que llora frente a su féretro.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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El asunto de las flores empezó algún día de 1943. José Alberto Mujica Cordano tiene 8 años y la gente cercana lo llama Pepe. Sale de la escuela 150 de Paso de la Arena, la zona de chacras familiares en la que vive con su familia lejos del centro de Montevideo, y camina algunos metros hacia su casa. Todavía no lo sabe, pero su padre, Demetrio Mujica, acaba de morir de sífilis.

Su madre, Lucy Cordano, una mujer militante del Partido Nacional, uno de los bandos de la derecha tradicional de Uruguay, aprende a cultivar flores y monta un pequeño negocio para mantener a su familia. Le enseña el oficio a sus hijos, Pepe y María Eudoxia, y les habla del trabajo, de la importancia del trabajo, del valor del trabajo.

Pepe se pasa horas en el jardín, aprende cuándo y cómo hay que cultivar cada especie de flor, mira cómo crecen, sabe cuándo están en su mejor momento. Arma ramos y los vende por el barrio.

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En las vacaciones viaja a Colonia Estrella, un pequeño pueblo en el departamento de Colonia, en el interior de Uruguay, donde viven sus abuelos maternos, y sus tíos, también militantes del Partido Nacional. Allí Pepe se pasa los días andando en bicicleta —sueña con ser ciclista profesional—, jugando al futbol con los amigos del pueblo, recorriendo los viñedos de su abuelo —un descendiente del Piamonte italiano—, escuchando de él cómo la tierra es lo más sagrado que tienen.

Mucho tiempo después, cuando esté encerrado y aislado en un calabozo mientras Uruguay esté bajo la dictadura cívico militar más brutal de su historia, pensará varias veces en aquel jardín y en aquellas flores, intentará recordar sus colores y su aroma, la forma en la que se sentían sus pétalos cuando pasaba las manos por ellos. Las flores, los insectos, los amaneceres —o los recuerdos que conservaba de esas cosas— serán escape y refugio.

“En la cárcel aprendí que la vida es maravillosa en sus cosas más simples. Una flor no necesita lujos para ser hermosa”, dirá en el documental El Pepe, una vida suprema, de Emir Kusturica.

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El domingo 11 de mayo de 2025 se realizaron las elecciones departamentales en Uruguay y con ellas se cerró el ciclo electoral que empezó en 2024, el año en el que Mujica fue diagnosticado con un cáncer de esófago. A pesar de la enfermedad y de la forma en la que la radioterapia le debilitó el cuerpo, el hombre de 89 años asistió a muchos actos, dio entrevistas, recorrió barrios de Montevideo, se sentó a conversar con la gente en las plazas e impulsó la candidatura de Yamandú Orsi, actual presidente de Uruguay. En las elecciones del domingo no votó. Dos días después, el martes 13, sobre las cuatro y media de la tarde, el gobierno anunció su muerte: José Mujica (1935-2025).

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Para entender cómo José Mujica se constituyó en José Mujica —es decir, cómo se transformó en uno de los políticos más relevantes de la historia uruguaya y latinoamericana reciente—, tal vez haya que mencionar algunas cosas: la primera militancia junto a Enrique Erro —un diputado del Partido Nacional que defendía la causa obrera—, un viaje a Cuba y uno a la Unión Soviética, el triunfo de la Revolución Cubana y el mensaje del Che Guevara, la Guerra Fría, la polarización del mundo, la crisis económica y social de Uruguay a comienzos de los sesenta, la desilusión, las movilizaciones de obreros, estudiantes y referentes sindicales, y el surgimiento de grupos guerrilleros y marxistas que creían que la única forma de cambiar el rumbo de las cosas era la lucha armada.

Mujica tiene poco más de 30 años cuando se suma al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN). Dice que quiere cambiar el mundo y entonces es radical: participa de robos, secuestros, tomas de ciudades, asaltos. Pasa a la clandestinidad, cambia de identidad, elige llamarse Facundo. Conoce a Lucía Topolansky, que también integra el movimiento. Se enamora. Es denunciado, perseguido y atrapado. Va preso una vez y se fuga, va preso otra vez y se fuga, va preso otra vez y allí permanece durante 13 años. Es torturado, física y mentalmente. Si siente que está por volverse loco, piensa en las flores.

Cuando recupera la libertad, en 1985, él y varios de sus compañeros Tupamaros deciden actuar de forma legal, dejar las armas, integrarse a la política y seguir luchando, sí, pero desde adentro. Crean, como parte del Frente Amplio, el Movimiento de Participación Popular (MPP). En 1994, Mujica es electo diputado. Diez años después el Frente gana las elecciones nacionales por primera vez, con Tabaré Vázquez como presidente. En esa elección Mujica es el senador más votado. Poco después, Vázquez anuncia que será su ministro de Ganadería.

Así llega a las elecciones nacionales de 2009, cuando el Frente Amplio lo nombra único candidato. La fórmula de José Mujica-Danilo Astori es la más votada en la primera vuelta de octubre, pero no alcanza la mayoría absoluta y va a balotaje con la de Luis Alberto de Herrera-Jorge Larrañaga, del Partido Nacional. Un mes después José Mujica es electo presidente de la República con el 52.3% de los votos. 

Para entonces ya está casado con Topolansky, que también estuvo presa y recuperó la libertad en el mismo momento que él. Han pedido un préstamo, compraron una chacra en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo, y se dedican a cultivar y a vender flores. Sobre todo, fresias y crisantemos.

 En esa misma casa vivirán juntos hasta su muerte. Allí, debajo de un árbol, enterrarán a Manuela, su mascota, una perra callejera a la que le faltaba una pata. Allí, con Manuela, él pedirá que esparzan sus cenizas.

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Cuando el cortejo que acompaña sus restos avanza por Montevideo, todo alrededor se detiene: las mujeres que atienden en la farmacia, las trabajadoras de las tiendas, los mozos de los restaurantes salen a las veredas, los hombres que barren las calles dejan de barrer, los que trabajan en la construcción se asoman desde los andamios, los profesores de la universidad miran desde las ventanas y los balcones, los alumnos de un liceo se amontonan en una azotea, el perro que ladraba ya no ladra, la mujer del puesto de artesanías de la plaza lo abandona, el hombre que camina fumando deja que el cigarrillo se consuma entre los dedos, el que empuja un coche con dos bebés idénticos frena en seco, se apoya en él y llora, las muchachas que hacen flamear una bandera la dejan en alto.  

Es miércoles 14 de mayo. El féretro con el cuerpo de José Mujica partió a las diez de la mañana desde el edificio de Presidencia, en Ciudad Vieja. Es transportado en una cureña, una especie de carreta utilizada para las ceremonias de honores fúnebres que es tirada por seis caballos del Ejército. Avanza por 18 de julio unas 12 cuadras hasta Fernández Crespo. Detrás de la carreta, en una camioneta gris, con el rostro pálido y añejo, lentes negros, va Lucía Topolansky. Detrás de ella, un ejército de hombres, mujeres, viejos, niños y jóvenes camina lento, como si andar despacio también fuese una forma de honrar. 

Llevan banderas del MPP, del Frente Amplio, de la diversidad, de Uruguay, remeras y gorras con su cara, con sus frases, flores, carteles. Caminan en silencio, solos, acompañados, abrazados, tomados de las manos. Cada tanto alguien grita: “¡Gracias, viejo querido!” y todos aplauden. Cada tanto alguien dice: “Viva el Pepe”, y todos responden: “Viva”. Cada tanto alguien canta: “Ole, ole, ole, Pepe, Pepe”, y todos cantan. Después vuelven al silencio y, en silencio, lloran.

A medida que el cortejo avanza, primero hacia la sede del MLN, después hacia la del Frente Amplio y luego hacia la del MPP, la caravana de hombres y mujeres a pie se hace más y más larga. Alrededor del féretro, rodeando a Mujica, un grupo de militantes armó una cadena humana de contención: nadie pasa más allá de ellos, nadie se acerca más allá de ellos. Van tomados de las manos y no se sueltan nunca, bajo ninguna circunstancia. Todos visten la misma remera negra que, en la espalda, tiene, en letras blancas, una inscripción que dice: “No me voy, estoy llegando”.

La frase fue parte del discurso pronunciado por Mujica el último día de su presidencia, el primero de marzo de 2015. Dijo, exactamente, esto:

Querido pueblo, gracias, gracias por tus abrazos, gracias por tus críticas, gracias por tu cariño y, sobre todo, gracias por tu hondo compañerismo cada una de las veces que me sentí solo en el medio de la presidencia. No lo dudes, si tuviera dos vidas, las gastaría enteras en ayudar tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de mis casi 80 años. No me voy. Estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias, querido pueblo.

Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?

La caminata dura tres horas. A cada paso, en ambos lados de la calle, la gente se amontona para despedirlo. Los rituales se repiten: un aplauso, un grito de agradecimiento, un grito de aliento para Topolansky que ella responde asintiendo sutil con la cabeza, el llanto. Tal vez nunca hubo tanta gente llorando en las calles de Montevideo.

No hay un patrón, un estilo, una forma de clasificar a quienes caminan, casi como si estuviesen peregrinando, detrás de Mujica. Van Paula y Sofía, por ejemplo, envueltas en una misma bandera del Frente Amplio. Tienen 15 y 18 años, respectivamente, militan en la juventud del MPP. Ante la pregunta de qué representa Mujica en sus vidas, dicen: “Cuando un pueblo te llora de esta manera no hace falta decir nada más”. Va Gisella, por ejemplo, que tiene 35 años y lleva un cartel colgado al hombro izquierdo en el que se lee: “Gracias, Pepe”. Ante la pregunta de por qué le agradece, dice: “Porque si no fuese por él las personas como yo no nos podríamos casar con quienes amamos”. Va Agustín, por ejemplo, que tiene 29 años, es argentino, pero vive en Uruguay. Ante la pregunta de por qué hoy está caminando, dice: “Porque fue y es un ejemplo de lucha, de compromiso, de cómo hay que hacer las cosas”. Van Eduardo y Ana, por ejemplo, que llevan casados más de 50 años y se conocieron militando. Ante la pregunta de por qué lloran, dicen: “Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?”.

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El gobierno de Mujica, entre 2010 y 2015, fue, a nivel interno, dice Mauro Casas, politólogo, “absolutamente normal”. Aunque, tuvo algunos hitos, como el avance en la agenda de derechos —creó una ley para permitir el matrimonio entre personas del mismo género, otra para legalizar el aborto hasta las 12 semanas de gestación, otra para regular la producción, distribución y consumo de marihuana—; la puesta en marcha del Plan Juntos, un programa que proponía ayudar a familias en situación de extrema pobreza a acceder a una vivienda y al que él donaba el 70% de su sueldo; el haber recibido, en calidad de refugiados, a familias sirias y a expresos de la cárcel de Guantánamo —aunque muchos años después dijo que lo hizo para poder mejorar la relación con Estados Unidos—; el impulso para crear la Universidad Tecnológica y promover la educación terciaria en el interior del país, y la regularización de la jornada laboral para los trabajadores rurales.

Y también tuvo algunos fracasos. El historiador Gerardo Caetano los sintetiza así:

Varios de sus ʻbuques insigniasʼ (el puerto de aguas profundas para el Mercosur en las costas de Rocha, la regasificadora para encontrar en la región una ecuación energética viable, etcétera) no lograron zarpar, aunque sus políticas siempre tuvieron el norte de la redistribución y la suerte de los más desfavorecidos. En esas definiciones primeras se asientan sus aciertos, favorecidos por un contexto internacional favorable. Sus errores apuntan a sus visiones voluntaristas en ciertos campos como el de las empresas públicas o la integración regional, en los que nunca terminó de encontrar a los socios adecuados. En cualquier hipótesis, su mayor virtud tuvo que ver con que, más allá de aciertos y errores, contribuyó tal vez como nadie a construir mejores ciudadanos.

Mujica era presidente, pero vivía como una persona cualquiera: sin lujos, en su chacra, cultivando flores, andando en el mismo Volkswagen Fusca celeste y viejo en el que anduvo siempre. Cuando le preguntaban por qué, decía: “¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal”.

Hacia afuera, al resto del mundo le fascinaba su austeridad, su sencillez, su discurso: "No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad"; “Compramos con plata, pero en realidad compramos con el tiempo de nuestra vida que tuvimos que gastar para tener esa plata”; “El hombre puede tener mil títulos, pero si no es solidario, no sirve”.

Sin buscarlo, Mujica se transformó en una estrella de rock, como se describe en el libro Otros mundos posibles (Planeta, 2024), coordinado por Caetano:

En la ciudad de Valencia en el año 2020, una multitud hace cola durante horas para escuchar a José Mujica. En el año 2016, más de veinte mil personas —en su mayoría jóvenes— se reúnen en el estadio Gasmart de Tijuana (México) para escuchar a Mujica. Libros para niños con Mujica como protagonista posan en las estanterías de las librerías de Japón […] Su imagen decora la pared de un bar en India. Sus palabras se incorporan a piezas musicales de cantantes europeos. Desde aquel lejano marzo de 1985 en que recuperó su libertad, Mujica se hizo globalmente conocido, y su página de Wikipedia está disponible en más de 80 idiomas.

Su reconocimiento tenía que ver con su historia, pero, sobre todo, con sus formas.

Lo primero que lo configura es sin duda su compromiso cotidiano con una forma de vida austera, sencilla, ajena a todo sentido de poder u ostentación. Su vivencia cotidiana del campo, en donde puede encontrar de forma más completa lo que llama ʻel misterio maravilloso de la vidaʼ, le ha dado una capacidad de pensar y de decir inimitables. Puede explicar los peligros medioambientales globales desde su observación atenta de cómo paren las yeguas, de cómo varían sus costumbres los pájaros, de lo que pasa en los árboles y plantas que rodean su rancho. A esa forma de vivir que provoca tanta admiración en los actuales contextos, le suma una lectura muy amplia y diversa, que acepta las restricciones del sesgo ideológico o epocal. Eso no lo lleva a un diletantismo pomposo sino por el contrario, lo lleva a visiones muy concretas, realistas, siempre atentas a convencer, no a vencer. Es casi como la contrapartida más absoluta de las pautas comunicacionales que reinan en la llamada ʻnueva políticaʼ. Lucha contra las visiones dogmáticas y confrontacionales; busca comprender a los que piensan más distinto, de quienes sabe aprender.

De pronto, periodistas, artistas y personalidades de todo el mundo querían viajar a Uruguay para conocerlo, para ver cómo vivía “el presidente más pobre del planeta”. De pronto Mujica era entrevistado por la BBC, por The New York Times, por The Washington Post, nominado al Premio Nobel de la Paz, invitado a foros, conferencias, encuentros. En 2013, por ejemplo, fue a dar un discurso a la Organización de Naciones Unidas. Dijo cosas como estas:

Me angustia, y de qué manera, el porvenir que no veré y por el que me comprometo. Sí, es posible un mundo con una humanidad mejor, aunque tal vez hoy la primera tarea sea salvar la vida. Pero soy del sur y vengo del sur a esta asamblea. Cargo inequívocamente con los millones de compatriotas pobres en las ciudades, en los páramos, en las selvas, en las pampas, en los socavones de América Latina, patria común que se está haciendo. Cargo con las culturas originales aplastadas, con los restos del colonialismo en Malvinas, con bloqueos inútiles a ese caimán bajo el sol del Caribe que se llama Cuba […] Cargo con una gigantesca deuda social de defender la Amazonia, los mares, nuestros grandes ríos de América. […] Hoy es tiempo de empezar a batallar para preparar un mundo sin fronteras.

O como esta: “La ONU languidece y se burocratiza por falta de poder y de autonomía, de reconocimiento sobre todo de democracia hacia el mundo débil que es la mayoría”.

¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal.

De pronto, en un país al que le cuestan las estrellas, un viejo de cara arrugada —de pelo gris despeinado y ojeras, que camina despacio y habla con pausas—, un hombre que estuvo preso, que soportó la tortura, y que ahora es presidente, es una de las personas más famosas del mundo.  

El politólogo Mauro Casas hace un análisis similar:

Mujica no fue solo un referente político. Se transformó en un referente social y cultural, en un referente de la cultura pop, y eso hacía que a él lo respetara y lo siguiera gente que no era cercana a la política. Esa fue una de sus cualidades más impresionantes, que tenía la capacidad de hablarle a los propios, a los ajenos y sobre todo a los desinteresados. Estamos en una época donde la conversación política enfrenta inmensos desafíos, que son los desafíos de la polarización de los discursos, de la grieta, de la imposibilidad de hablar con los distintos. Durante toda su vida y sobre todo en la última década intentó con todas sus fuerzas hablarle a los diferentes. Por eso había gente que jamás lo hubiera votado, pero cuando él hablaba paraba la oreja, porque sabía que el viejo tendría algo interesante para decir o algo que incomodara o provocara a ajenos e incluso a los propios. La última polémica fue con la central de trabajadores, cuando salió a cuestionarlos después del 1 de mayo. Tuvo cruces con el movimiento feminista, con el movimiento de derechos humanos. Pero también hay algo ahí de estrategia y de búsqueda de no quedarse en la corrección política que se ha instalado en las últimas décadas en la izquierda progresista en Occidente.

El 2 de mayo, en una entrevista telefónica con Radio Sarandí —en su última entrevista— Mujica dijo: “Pobre Orsi, ¿no? Porque durante cuatro años el movimiento sindical no movió un dedo, no le hizo un paro, nada. Y ahora gana la izquierda y aumentan los reclamos, matemáticamente. ¿Cuántos paros viste en el gobierno del Cuqui [Luis Lacalle Pou]?”.

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No hay una cifra exacta, pero, desde el Palacio Legislativo dirán que, entre el miércoles y el jueves, entrarán cerca de 100 000 personas a despedirse de él.

Te recomendamos leer el reportaje "El porro oficial: diez años de cannabis legal en Uruguay"

 Formarán una fila larguísima en las veredas, que se extenderá durante cinco, seis, ocho, diez cuadras. Llegarán desde todos los barrios de Montevideo y desde distintas ciudades del interior. Esperarán lo que haga falta. Esperarán como si el tiempo no se fuese a terminar nunca. Tendrán paciencia. Compartirán el mate. Conversarán. Dirán que se sienten huérfanos, que se quedaron solos, tan solos. Comprarán flores —fresias y crisantemos, rosas, claveles, margaritas—. Sostendrán banderas, carteles, cartas escritas a mano. Avanzarán lento. Subirán las escaleras del edificio en silencio. Entrarán al Salón de los Pasos Perdidos. Caminarán por un pasillo delimitado por cintas. Llegarán a pararse frente a él. Algunos mirarán sin decir nada. Otros cantarán. Otros rezarán. Otros dejarán sus banderas, sus carteles, sus cartas escritas a mano —“Gracias, Pepe, por darme mi primera casa”, escribirán—. Otros se arrodillarán. Otros tomarán una foto —la última foto—. Otros dejarán a sus pies un rosario, una estampita de la virgen, un crucifijo. Otros lo llenarán de flores.

Llegarán políticos de todos los tiempos, de todos los partidos: los expresidentes de Uruguay, Luis Lacalle Pou y Luis Lacalle Herrera, del Partido Nacional; Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado; intendentes, candidatos a intendentes, senadores y diputados. Llegarán Gabriel Boric, Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y Lula Da Silva que decretará, en Brasil, tres días de duelo oficial. Llegará Mauricio Rosencof, que estuvo preso en un calabozo al lado del de Mujica, y leerá un poema que dice: “Si este fuera mi último poema, insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Llegarán artistas, médicos, arquitectos, dentistas, cocineros, contadores, estudiantes, niños, jubilados, sindicalistas, empresarios, periodistas, hombres y mujeres de campo, obreros, veterinarios. El músico español Alejandro Sanz mandará una corona de flores. Muchas personas mandarán coronas de flores. Siempre, en todo momento, José Mujica estará rodeado de flores.

Pasadas las cinco de la tarde del jueves 15 de mayo, sacarán el féretro a la explanada. Mario Carrero y Numa Moraes cantarán “A don José”, una de sus canciones preferidas. Treinta horas después del inicio de la despedida, aún habrá gente llorándolo.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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Mujica era presidente, pero vivía como una persona cualquiera: sin lujos, en su chacra, cultivando flores, andando en el mismo Volkswagen Fusca celeste y viejo en el que anduvo siempre.

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Un adiós de treinta horas: así fue la despedida de José Mujica, el presidente que fue guerrillero, cultivador de flores y estrella de rock

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Miles de personas se reunieron para dar el adiós a quien fuera "el presidente más pobre", el más querido, el que inspiró lo que ningún otro representante de la política latinoamericana: "Pepe" Mujica.

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Realización de
Ilustración de
Traducción de

Entonces Mario Carrero y Numa Moraes, uruguayos, músicos, exiliados en los años setenta, se paran detrás de dos micrófonos en la explanada del Palacio Legislativo y se quedan ahí. Por unos segundos no hacen nada, no dicen nada. Ni siquiera se miran. Esperan como si no tuvieran prisa, como si no hubiese nada que perder. Unos escalones más abajo, de frente a ellos, miles de personas corean, entre carteles, flores y banderas: “El pueblo unido jamás será vencido”.

En algún momento, sin que nadie lo pida, la gente dejará de hablar, el silencio cubrirá todas las cosas, y entonces sí, Mario Carrero y Numa Moraes entonarán a capela esa canción tan entrañable, tan uruguaya, que dice: “Ven ese criollo rodear, rodear, rodear. / Los paisanos le dicen mi general. / Va alumbrando con su voz la oscuridad / y hasta las piedras saben a dónde va”.

Se alejan del micrófono, dan uno, dos, tres pasos hacia adelante. Carrero hace un gesto de arenga sutil con la mano izquierda, repite las estrofas en voz baja. Y recién entonces la gente canta con ellos. Dicen: “Con libertad no ofendo ni temo / que don José / oriental en la vida / y en la muerte también”. Las palabras se expanden, parecen cortar el aire como si pudieran desintegrarlo. Cuando miles de personas repiten, juntas, ese estribillo, la canción no es solo canción: es rezo, es plegaria, es súplica.

Es jueves 15 de mayo de 2025. El cielo de Montevideo es gris, liso, no tiene matices ni tonos ni horizontes. Son las cinco de la tarde. El velorio de José Mujica en el Palacio Legislativo empezó un día antes a las 10 de la mañana. Treinta horas después aún hay gente que llora frente a su féretro.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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El asunto de las flores empezó algún día de 1943. José Alberto Mujica Cordano tiene 8 años y la gente cercana lo llama Pepe. Sale de la escuela 150 de Paso de la Arena, la zona de chacras familiares en la que vive con su familia lejos del centro de Montevideo, y camina algunos metros hacia su casa. Todavía no lo sabe, pero su padre, Demetrio Mujica, acaba de morir de sífilis.

Su madre, Lucy Cordano, una mujer militante del Partido Nacional, uno de los bandos de la derecha tradicional de Uruguay, aprende a cultivar flores y monta un pequeño negocio para mantener a su familia. Le enseña el oficio a sus hijos, Pepe y María Eudoxia, y les habla del trabajo, de la importancia del trabajo, del valor del trabajo.

Pepe se pasa horas en el jardín, aprende cuándo y cómo hay que cultivar cada especie de flor, mira cómo crecen, sabe cuándo están en su mejor momento. Arma ramos y los vende por el barrio.

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En las vacaciones viaja a Colonia Estrella, un pequeño pueblo en el departamento de Colonia, en el interior de Uruguay, donde viven sus abuelos maternos, y sus tíos, también militantes del Partido Nacional. Allí Pepe se pasa los días andando en bicicleta —sueña con ser ciclista profesional—, jugando al futbol con los amigos del pueblo, recorriendo los viñedos de su abuelo —un descendiente del Piamonte italiano—, escuchando de él cómo la tierra es lo más sagrado que tienen.

Mucho tiempo después, cuando esté encerrado y aislado en un calabozo mientras Uruguay esté bajo la dictadura cívico militar más brutal de su historia, pensará varias veces en aquel jardín y en aquellas flores, intentará recordar sus colores y su aroma, la forma en la que se sentían sus pétalos cuando pasaba las manos por ellos. Las flores, los insectos, los amaneceres —o los recuerdos que conservaba de esas cosas— serán escape y refugio.

“En la cárcel aprendí que la vida es maravillosa en sus cosas más simples. Una flor no necesita lujos para ser hermosa”, dirá en el documental El Pepe, una vida suprema, de Emir Kusturica.

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El domingo 11 de mayo de 2025 se realizaron las elecciones departamentales en Uruguay y con ellas se cerró el ciclo electoral que empezó en 2024, el año en el que Mujica fue diagnosticado con un cáncer de esófago. A pesar de la enfermedad y de la forma en la que la radioterapia le debilitó el cuerpo, el hombre de 89 años asistió a muchos actos, dio entrevistas, recorrió barrios de Montevideo, se sentó a conversar con la gente en las plazas e impulsó la candidatura de Yamandú Orsi, actual presidente de Uruguay. En las elecciones del domingo no votó. Dos días después, el martes 13, sobre las cuatro y media de la tarde, el gobierno anunció su muerte: José Mujica (1935-2025).

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Para entender cómo José Mujica se constituyó en José Mujica —es decir, cómo se transformó en uno de los políticos más relevantes de la historia uruguaya y latinoamericana reciente—, tal vez haya que mencionar algunas cosas: la primera militancia junto a Enrique Erro —un diputado del Partido Nacional que defendía la causa obrera—, un viaje a Cuba y uno a la Unión Soviética, el triunfo de la Revolución Cubana y el mensaje del Che Guevara, la Guerra Fría, la polarización del mundo, la crisis económica y social de Uruguay a comienzos de los sesenta, la desilusión, las movilizaciones de obreros, estudiantes y referentes sindicales, y el surgimiento de grupos guerrilleros y marxistas que creían que la única forma de cambiar el rumbo de las cosas era la lucha armada.

Mujica tiene poco más de 30 años cuando se suma al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN). Dice que quiere cambiar el mundo y entonces es radical: participa de robos, secuestros, tomas de ciudades, asaltos. Pasa a la clandestinidad, cambia de identidad, elige llamarse Facundo. Conoce a Lucía Topolansky, que también integra el movimiento. Se enamora. Es denunciado, perseguido y atrapado. Va preso una vez y se fuga, va preso otra vez y se fuga, va preso otra vez y allí permanece durante 13 años. Es torturado, física y mentalmente. Si siente que está por volverse loco, piensa en las flores.

Cuando recupera la libertad, en 1985, él y varios de sus compañeros Tupamaros deciden actuar de forma legal, dejar las armas, integrarse a la política y seguir luchando, sí, pero desde adentro. Crean, como parte del Frente Amplio, el Movimiento de Participación Popular (MPP). En 1994, Mujica es electo diputado. Diez años después el Frente gana las elecciones nacionales por primera vez, con Tabaré Vázquez como presidente. En esa elección Mujica es el senador más votado. Poco después, Vázquez anuncia que será su ministro de Ganadería.

Así llega a las elecciones nacionales de 2009, cuando el Frente Amplio lo nombra único candidato. La fórmula de José Mujica-Danilo Astori es la más votada en la primera vuelta de octubre, pero no alcanza la mayoría absoluta y va a balotaje con la de Luis Alberto de Herrera-Jorge Larrañaga, del Partido Nacional. Un mes después José Mujica es electo presidente de la República con el 52.3% de los votos. 

Para entonces ya está casado con Topolansky, que también estuvo presa y recuperó la libertad en el mismo momento que él. Han pedido un préstamo, compraron una chacra en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo, y se dedican a cultivar y a vender flores. Sobre todo, fresias y crisantemos.

 En esa misma casa vivirán juntos hasta su muerte. Allí, debajo de un árbol, enterrarán a Manuela, su mascota, una perra callejera a la que le faltaba una pata. Allí, con Manuela, él pedirá que esparzan sus cenizas.

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Cuando el cortejo que acompaña sus restos avanza por Montevideo, todo alrededor se detiene: las mujeres que atienden en la farmacia, las trabajadoras de las tiendas, los mozos de los restaurantes salen a las veredas, los hombres que barren las calles dejan de barrer, los que trabajan en la construcción se asoman desde los andamios, los profesores de la universidad miran desde las ventanas y los balcones, los alumnos de un liceo se amontonan en una azotea, el perro que ladraba ya no ladra, la mujer del puesto de artesanías de la plaza lo abandona, el hombre que camina fumando deja que el cigarrillo se consuma entre los dedos, el que empuja un coche con dos bebés idénticos frena en seco, se apoya en él y llora, las muchachas que hacen flamear una bandera la dejan en alto.  

Es miércoles 14 de mayo. El féretro con el cuerpo de José Mujica partió a las diez de la mañana desde el edificio de Presidencia, en Ciudad Vieja. Es transportado en una cureña, una especie de carreta utilizada para las ceremonias de honores fúnebres que es tirada por seis caballos del Ejército. Avanza por 18 de julio unas 12 cuadras hasta Fernández Crespo. Detrás de la carreta, en una camioneta gris, con el rostro pálido y añejo, lentes negros, va Lucía Topolansky. Detrás de ella, un ejército de hombres, mujeres, viejos, niños y jóvenes camina lento, como si andar despacio también fuese una forma de honrar. 

Llevan banderas del MPP, del Frente Amplio, de la diversidad, de Uruguay, remeras y gorras con su cara, con sus frases, flores, carteles. Caminan en silencio, solos, acompañados, abrazados, tomados de las manos. Cada tanto alguien grita: “¡Gracias, viejo querido!” y todos aplauden. Cada tanto alguien dice: “Viva el Pepe”, y todos responden: “Viva”. Cada tanto alguien canta: “Ole, ole, ole, Pepe, Pepe”, y todos cantan. Después vuelven al silencio y, en silencio, lloran.

A medida que el cortejo avanza, primero hacia la sede del MLN, después hacia la del Frente Amplio y luego hacia la del MPP, la caravana de hombres y mujeres a pie se hace más y más larga. Alrededor del féretro, rodeando a Mujica, un grupo de militantes armó una cadena humana de contención: nadie pasa más allá de ellos, nadie se acerca más allá de ellos. Van tomados de las manos y no se sueltan nunca, bajo ninguna circunstancia. Todos visten la misma remera negra que, en la espalda, tiene, en letras blancas, una inscripción que dice: “No me voy, estoy llegando”.

La frase fue parte del discurso pronunciado por Mujica el último día de su presidencia, el primero de marzo de 2015. Dijo, exactamente, esto:

Querido pueblo, gracias, gracias por tus abrazos, gracias por tus críticas, gracias por tu cariño y, sobre todo, gracias por tu hondo compañerismo cada una de las veces que me sentí solo en el medio de la presidencia. No lo dudes, si tuviera dos vidas, las gastaría enteras en ayudar tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de mis casi 80 años. No me voy. Estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti, estaré contigo, porque es la forma superior de estar con la vida. Gracias, querido pueblo.

Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?

La caminata dura tres horas. A cada paso, en ambos lados de la calle, la gente se amontona para despedirlo. Los rituales se repiten: un aplauso, un grito de agradecimiento, un grito de aliento para Topolansky que ella responde asintiendo sutil con la cabeza, el llanto. Tal vez nunca hubo tanta gente llorando en las calles de Montevideo.

No hay un patrón, un estilo, una forma de clasificar a quienes caminan, casi como si estuviesen peregrinando, detrás de Mujica. Van Paula y Sofía, por ejemplo, envueltas en una misma bandera del Frente Amplio. Tienen 15 y 18 años, respectivamente, militan en la juventud del MPP. Ante la pregunta de qué representa Mujica en sus vidas, dicen: “Cuando un pueblo te llora de esta manera no hace falta decir nada más”. Va Gisella, por ejemplo, que tiene 35 años y lleva un cartel colgado al hombro izquierdo en el que se lee: “Gracias, Pepe”. Ante la pregunta de por qué le agradece, dice: “Porque si no fuese por él las personas como yo no nos podríamos casar con quienes amamos”. Va Agustín, por ejemplo, que tiene 29 años, es argentino, pero vive en Uruguay. Ante la pregunta de por qué hoy está caminando, dice: “Porque fue y es un ejemplo de lucha, de compromiso, de cómo hay que hacer las cosas”. Van Eduardo y Ana, por ejemplo, que llevan casados más de 50 años y se conocieron militando. Ante la pregunta de por qué lloran, dicen: “Porque no habrá nadie como él. Ya no hay nadie que te conmueva como el Pepe. Él te hacía reír y llorar en la misma frase. ¿Qué político va a lograr eso?”.

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El gobierno de Mujica, entre 2010 y 2015, fue, a nivel interno, dice Mauro Casas, politólogo, “absolutamente normal”. Aunque, tuvo algunos hitos, como el avance en la agenda de derechos —creó una ley para permitir el matrimonio entre personas del mismo género, otra para legalizar el aborto hasta las 12 semanas de gestación, otra para regular la producción, distribución y consumo de marihuana—; la puesta en marcha del Plan Juntos, un programa que proponía ayudar a familias en situación de extrema pobreza a acceder a una vivienda y al que él donaba el 70% de su sueldo; el haber recibido, en calidad de refugiados, a familias sirias y a expresos de la cárcel de Guantánamo —aunque muchos años después dijo que lo hizo para poder mejorar la relación con Estados Unidos—; el impulso para crear la Universidad Tecnológica y promover la educación terciaria en el interior del país, y la regularización de la jornada laboral para los trabajadores rurales.

Y también tuvo algunos fracasos. El historiador Gerardo Caetano los sintetiza así:

Varios de sus ʻbuques insigniasʼ (el puerto de aguas profundas para el Mercosur en las costas de Rocha, la regasificadora para encontrar en la región una ecuación energética viable, etcétera) no lograron zarpar, aunque sus políticas siempre tuvieron el norte de la redistribución y la suerte de los más desfavorecidos. En esas definiciones primeras se asientan sus aciertos, favorecidos por un contexto internacional favorable. Sus errores apuntan a sus visiones voluntaristas en ciertos campos como el de las empresas públicas o la integración regional, en los que nunca terminó de encontrar a los socios adecuados. En cualquier hipótesis, su mayor virtud tuvo que ver con que, más allá de aciertos y errores, contribuyó tal vez como nadie a construir mejores ciudadanos.

Mujica era presidente, pero vivía como una persona cualquiera: sin lujos, en su chacra, cultivando flores, andando en el mismo Volkswagen Fusca celeste y viejo en el que anduvo siempre. Cuando le preguntaban por qué, decía: “¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal”.

Hacia afuera, al resto del mundo le fascinaba su austeridad, su sencillez, su discurso: "No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad"; “Compramos con plata, pero en realidad compramos con el tiempo de nuestra vida que tuvimos que gastar para tener esa plata”; “El hombre puede tener mil títulos, pero si no es solidario, no sirve”.

Sin buscarlo, Mujica se transformó en una estrella de rock, como se describe en el libro Otros mundos posibles (Planeta, 2024), coordinado por Caetano:

En la ciudad de Valencia en el año 2020, una multitud hace cola durante horas para escuchar a José Mujica. En el año 2016, más de veinte mil personas —en su mayoría jóvenes— se reúnen en el estadio Gasmart de Tijuana (México) para escuchar a Mujica. Libros para niños con Mujica como protagonista posan en las estanterías de las librerías de Japón […] Su imagen decora la pared de un bar en India. Sus palabras se incorporan a piezas musicales de cantantes europeos. Desde aquel lejano marzo de 1985 en que recuperó su libertad, Mujica se hizo globalmente conocido, y su página de Wikipedia está disponible en más de 80 idiomas.

Su reconocimiento tenía que ver con su historia, pero, sobre todo, con sus formas.

Lo primero que lo configura es sin duda su compromiso cotidiano con una forma de vida austera, sencilla, ajena a todo sentido de poder u ostentación. Su vivencia cotidiana del campo, en donde puede encontrar de forma más completa lo que llama ʻel misterio maravilloso de la vidaʼ, le ha dado una capacidad de pensar y de decir inimitables. Puede explicar los peligros medioambientales globales desde su observación atenta de cómo paren las yeguas, de cómo varían sus costumbres los pájaros, de lo que pasa en los árboles y plantas que rodean su rancho. A esa forma de vivir que provoca tanta admiración en los actuales contextos, le suma una lectura muy amplia y diversa, que acepta las restricciones del sesgo ideológico o epocal. Eso no lo lleva a un diletantismo pomposo sino por el contrario, lo lleva a visiones muy concretas, realistas, siempre atentas a convencer, no a vencer. Es casi como la contrapartida más absoluta de las pautas comunicacionales que reinan en la llamada ʻnueva políticaʼ. Lucha contra las visiones dogmáticas y confrontacionales; busca comprender a los que piensan más distinto, de quienes sabe aprender.

De pronto, periodistas, artistas y personalidades de todo el mundo querían viajar a Uruguay para conocerlo, para ver cómo vivía “el presidente más pobre del planeta”. De pronto Mujica era entrevistado por la BBC, por The New York Times, por The Washington Post, nominado al Premio Nobel de la Paz, invitado a foros, conferencias, encuentros. En 2013, por ejemplo, fue a dar un discurso a la Organización de Naciones Unidas. Dijo cosas como estas:

Me angustia, y de qué manera, el porvenir que no veré y por el que me comprometo. Sí, es posible un mundo con una humanidad mejor, aunque tal vez hoy la primera tarea sea salvar la vida. Pero soy del sur y vengo del sur a esta asamblea. Cargo inequívocamente con los millones de compatriotas pobres en las ciudades, en los páramos, en las selvas, en las pampas, en los socavones de América Latina, patria común que se está haciendo. Cargo con las culturas originales aplastadas, con los restos del colonialismo en Malvinas, con bloqueos inútiles a ese caimán bajo el sol del Caribe que se llama Cuba […] Cargo con una gigantesca deuda social de defender la Amazonia, los mares, nuestros grandes ríos de América. […] Hoy es tiempo de empezar a batallar para preparar un mundo sin fronteras.

O como esta: “La ONU languidece y se burocratiza por falta de poder y de autonomía, de reconocimiento sobre todo de democracia hacia el mundo débil que es la mayoría”.

¿Qué es lo que le llama la atención? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal.

De pronto, en un país al que le cuestan las estrellas, un viejo de cara arrugada —de pelo gris despeinado y ojeras, que camina despacio y habla con pausas—, un hombre que estuvo preso, que soportó la tortura, y que ahora es presidente, es una de las personas más famosas del mundo.  

El politólogo Mauro Casas hace un análisis similar:

Mujica no fue solo un referente político. Se transformó en un referente social y cultural, en un referente de la cultura pop, y eso hacía que a él lo respetara y lo siguiera gente que no era cercana a la política. Esa fue una de sus cualidades más impresionantes, que tenía la capacidad de hablarle a los propios, a los ajenos y sobre todo a los desinteresados. Estamos en una época donde la conversación política enfrenta inmensos desafíos, que son los desafíos de la polarización de los discursos, de la grieta, de la imposibilidad de hablar con los distintos. Durante toda su vida y sobre todo en la última década intentó con todas sus fuerzas hablarle a los diferentes. Por eso había gente que jamás lo hubiera votado, pero cuando él hablaba paraba la oreja, porque sabía que el viejo tendría algo interesante para decir o algo que incomodara o provocara a ajenos e incluso a los propios. La última polémica fue con la central de trabajadores, cuando salió a cuestionarlos después del 1 de mayo. Tuvo cruces con el movimiento feminista, con el movimiento de derechos humanos. Pero también hay algo ahí de estrategia y de búsqueda de no quedarse en la corrección política que se ha instalado en las últimas décadas en la izquierda progresista en Occidente.

El 2 de mayo, en una entrevista telefónica con Radio Sarandí —en su última entrevista— Mujica dijo: “Pobre Orsi, ¿no? Porque durante cuatro años el movimiento sindical no movió un dedo, no le hizo un paro, nada. Y ahora gana la izquierda y aumentan los reclamos, matemáticamente. ¿Cuántos paros viste en el gobierno del Cuqui [Luis Lacalle Pou]?”.

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No hay una cifra exacta, pero, desde el Palacio Legislativo dirán que, entre el miércoles y el jueves, entrarán cerca de 100 000 personas a despedirse de él.

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 Formarán una fila larguísima en las veredas, que se extenderá durante cinco, seis, ocho, diez cuadras. Llegarán desde todos los barrios de Montevideo y desde distintas ciudades del interior. Esperarán lo que haga falta. Esperarán como si el tiempo no se fuese a terminar nunca. Tendrán paciencia. Compartirán el mate. Conversarán. Dirán que se sienten huérfanos, que se quedaron solos, tan solos. Comprarán flores —fresias y crisantemos, rosas, claveles, margaritas—. Sostendrán banderas, carteles, cartas escritas a mano. Avanzarán lento. Subirán las escaleras del edificio en silencio. Entrarán al Salón de los Pasos Perdidos. Caminarán por un pasillo delimitado por cintas. Llegarán a pararse frente a él. Algunos mirarán sin decir nada. Otros cantarán. Otros rezarán. Otros dejarán sus banderas, sus carteles, sus cartas escritas a mano —“Gracias, Pepe, por darme mi primera casa”, escribirán—. Otros se arrodillarán. Otros tomarán una foto —la última foto—. Otros dejarán a sus pies un rosario, una estampita de la virgen, un crucifijo. Otros lo llenarán de flores.

Llegarán políticos de todos los tiempos, de todos los partidos: los expresidentes de Uruguay, Luis Lacalle Pou y Luis Lacalle Herrera, del Partido Nacional; Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado; intendentes, candidatos a intendentes, senadores y diputados. Llegarán Gabriel Boric, Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y Lula Da Silva que decretará, en Brasil, tres días de duelo oficial. Llegará Mauricio Rosencof, que estuvo preso en un calabozo al lado del de Mujica, y leerá un poema que dice: “Si este fuera mi último poema, insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Llegarán artistas, médicos, arquitectos, dentistas, cocineros, contadores, estudiantes, niños, jubilados, sindicalistas, empresarios, periodistas, hombres y mujeres de campo, obreros, veterinarios. El músico español Alejandro Sanz mandará una corona de flores. Muchas personas mandarán coronas de flores. Siempre, en todo momento, José Mujica estará rodeado de flores.

Pasadas las cinco de la tarde del jueves 15 de mayo, sacarán el féretro a la explanada. Mario Carrero y Numa Moraes cantarán “A don José”, una de sus canciones preferidas. Treinta horas después del inicio de la despedida, aún habrá gente llorándolo.

Hace dos días, el martes 13, murió un expresidente, el último hombre político, tal vez, que defendió las ideas y los sueños con la misma convicción de acero con la que cuidó las flores.

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