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El Laboratorio de Investigación en Genética de Enfermedades Metabólicas, en la Escuela Superior de Medicina, del Instituto Politécnico Nacional, donde investigan con células madre mesenquimales.
Las células madre, esa gran promesa de la medicina, están presentes en el “recurso” más natural e inagotable y accesible: la menstruación. Para aprovecharla es necesario sortear retos científicos de envergadura, y lograr un cambio cultural profundo.
Nota: antes de adentrarnos en la investigación, conviene aclarar la terminología. “Masculino”y “femenino” son categorías de sexo, definidas por un conjunto de atributos biológicos asociados a características físicas y fisiológicas. En cambio,“hombres”, “mujeres” y “personas no binarias” pertenecen al terreno del género: una construcción social que involucra comportamientos, relaciones de poder, roles e identidades. Este artículo se centra en la investigación diferenciada por sexo, aunque aún persiste una gran laguna en torno a los grupos con diversidad de género, como las personas trans.
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El chorro de sangre es poesía,
no hay forma de detenerlo.
“Kindness”, Ariel, 1963
―Sylvia Plath
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Vamos a imaginar que en ciertas partes de nuestros cuerpos reside un potencial generador (a escala) de sociedades. Comunidades, vecindades, edificios, ciudades enteras en miniatura que después darán corporeidad a móviles y complejos seres: células musculares, neuronas… Como en cualquier ciudad, no basta con levantar estructuras una sola vez. A lo largo del tiempo, hay que reparar lo que se rompe, restaurar lo que se desgasta. Así que, cuando el cuerpo sufre un daño —ya sea por un golpe, una enfermedad o simplemente por el paso del tiempo—, dicho potencial se activa para ayudar a reparar.
Tal capacidad se expresa en dos palabras del argot biológico: células madre.
Las células madre son como los planos de la vida; blueprints tan peculiares que admiten la versatilidad. Hay dos tipos principales. Las células embrionarias provienen de embriones no utilizados en procesos reproductivos y tienen pluripotencia: pueden transformarse en más de un tipo de célula. Las adultas, por su parte, provienen de tejidos completamente desarrollados, como el cerebro, la piel y la médula ósea; no producen tanta diversidad, aunque se puede “potenciar” esa característica en un laboratorio.
Por todo lo anterior, las células madre son muy apreciadas, especialmente en la medicina regenerativa, la que, por ejemplo, repara tejidos envejecidos o dañados[1]. Se ha aumentado la eficacia de ciertos tratamientos para el cáncer, trastornos sanguíneos y padecimientos autoinmunes gracias a la actividad de estas células, al tiempo que se desarrollan investigaciones para explorar su uso en el tratamiento de enfermedades neurológicas, órganos dañados, lesiones graves, diabetes y trastornos metabólicos. En cualquier caso, las únicas células madre que se utilizan actualmente para tratar enfermedades son las células madre hematopoyéticas —las células madre adultas formadoras de células sanguíneas, que se encuentran en la médula ósea—. Todo tipo de célula sanguínea en la médula ósea comienza como una célula madre.
En algunos momentos, la ciencia de las células madre ha rozado la frontera de la ficción. En 1997, el nacimiento de Dolly, la oveja clonada, mostró al mundo lo que era posible hacer con células madre embrionarias. Por entonces, se planteó la posibilidad de fusionar estas células con células adultas de un paciente para crear tejidos u órganos genéticamente compatibles. La idea parecía sacada de un laboratorio futurista, pero se basaba en un principio muy antiguo. Ya en el siglo XIX, Rudolf Remak[2],Rudolf Virchow y Theodor Schwann establecieron —cada quien desde su momento y trinchera científica particular— que toda célula proviene de otra célula: omnis cellula a cellula[3]. Y hoy, en pleno 2025, esa idea sigue guiando muchos de nuestros avances.
El reto, sin embargo, está en cómo conseguir esa depositaria de los planos del edificio entero. No es como sacar una muestra de sangre. Obtener células madre puede implicar procedimientos invasivos, a veces dolorosos, como biopsias o inserciones profundas de agujas que atraviesan la piel, músculo y huesos. Y esa es una de las razones por las que todavía no podemos llegar a la consulta médica y salir, sosegadamente, con una receta que diga: una dosis de células madre para su órgano dañado, mañana, tarde y noche. Aún no.
Uno de los grandes desafíos de la biomedicina ha sido encontrar formas más accesibles y menos incómodas de obtener células madre. Y si además el “recurso” fuera renovable, estaríamos ante la puerta de un avance gigantesco. ¿Existe esa fuente? ¿Una natural, constante y casi inagotable? ¿Que el cuerpo ofreciera mes con mes, sin necesidad de bisturís ni pinchazos? Claro que existe, ya lo adivinan. Suele terminar en la basura; más de un investigador apostaría por ella. Hablo de la sangre menstrual.
Hace casi 20 años, la bióloga Caroline Gargett observaba tejido extraído durante una histerectomía, operación en la que se retira el útero. Al microscopio, vio células redondas y planas, otras alargadas, con un abultamiento en el centro: fusiformes. Esa forma sugería algo más que la capacidad de migrar por el cuerpo y extenderse. Encontró células madre.
Lo anterior cobra todo el sentido si pensamos en la función del endometrio. Este tejido, que mes con mes se prepara para recibir un posible embarazo, se desprende y se regenera de nuevo si este no ocurre. Lo hará unas 400 veces a lo largo de la vida reproductiva de una persona. Una renovación constante. Una reparación, si se quiere. Y, sin embargo, hasta entonces nadie había imaginado que en él pudieran existir células madre.
Ya pasaron dos décadas desde ese descubrimiento. Pero aún no vemos a la sangre menstrual —recabada, quizá, en una copa de silicona— como fuente estandarizada para el estudio de células madre. ¿Por qué, si es tan accesible y se renueva mensualmente, no se ha convertido en una herramienta clave para la ciencia regenerativa?
Al final de la página informativa con la trayectoria y proyectos de Gargett hay un mapa. En él, se señala lalocalización de los centros de investigación con los que colabora alrededor del mundo. Una esperaría que tan promisorio campo estuviera siendo explorado ampliamente, pero llaman la atención las grandes áreas en blanco en el mapa, desiertas —no hay centros en nuestro país y, en Latinoamérica, solo se enlistan tres universidades brasileñas—. Por supuesto, eso no significa que en esas latitudes no se estén investigando las células madre. Pero tal vez en esos rincones se tenga la respuesta de por qué esa sangre que llega cada mes —fruto de la no-concepción— no se ha aprovechado masivamente, y si hay un futuro para ellas en la ciencia.
Células madre mexicanas
En México hay muchas investigaciones en curso sobre células madre. Una de ellas ocurre en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), donde la doctora Karla Aidee Aguayo estudia las células madre mesenquimales. Estas células tienen algo parecido a una doble vida. Son adultas, sí, pero todavía conservan plasticidad: pueden transformarse en tejidos como hueso, cartílago o el adiposo. Son multipotentes. La doctora busca entender cómo funcionan y cómo se pueden modificar, con el fin de inducirles uno u otro linaje para mejorar tratamientos contra patologías como la diabetes, la obesidad o la hipertensión.


Hablo con la doctora Aguayo y saco el tema de la sangre menstrual. Le pregunto si podría convertirse en una fuente más accesible de células madre. Ella asiente con interés y comenta cómo en el laboratorio ya trabajan con otras fuentes como la sangre periférica o la pulpa dental, aunque enseguida matiza: no se trata solo de encontrar una fuente. Las células deben pasar por un filtro, por una cuidadosa evaluación:
—Lo que hacemos es estudiar las células en condiciones de laboratorio, in vitro, ver cómo se comportan, y a partir de eso, extrapolamos los resultados a modelos animales —me explica.
—¿Y qué limita el uso de células madre provenientes de la sangre menstrual? —insisto.
Su respuesta apunta a los métodos. Me cuenta que la principal limitante es la caracterización de las células, es decir, identificarlas con claridad. Para eso, utilizan una técnica llamada citometría de flujo. Es como pasar a las células por un lector de códigos de barras: permite saber de dónde vienen y hacia dónde podrían ir —su linaje—, según las marcas que tienen en su superficie. Las células se colorean con un tinte sensible a la luz, se colocan en líquido y luego se pasan una a una por un haz de luz. Las mediciones se basarán en la manera en que las células teñidas responden a esa luz.
El problema es que las células mesenquimales suelen “residir” en los tejidos. Desde ahí pueden transformarse en distintos tipos celulares según lo que el cuerpo necesite. Pero no acostumbran circular: no es común encontrarlas fluyendo en la sangre.
“Aunque la sangre periférica o la menstrual parecen buenas candidatas porque son fáciles de obtener, en realidad no contienen tantas células mesenquimales como uno esperaría”, me dice.
Pese a ello, se ha podido estudiar su diferenciación en células óseas, de cartílago, hígado, corazón y páncreas[4]. Esa aptitud se ha demostrado. Pero si algo define a la sangre menstrual es su diversidad.
La sangre menstrual es el resultado de un proceso fallido —voluntaria o involuntariamente— de fecundación. El cuerpo, que ya se había preparado para un posible embarazo, se deshace de ese revestimiento endometrial. Lo que se expulsa, entonces, es una mezcla de distintos tipos celulares. Tal diversidad, aunque interesante, puede entorpecer el trabajo si lo que se busca es aislar únicamente células mesenquimales.
“Sí se puede hacer una especie de purificación —aclara la doctora Aguayo—, pero el número de células que se obtendría no alcanza, por ejemplo, para hacer una buena caracterización concitometría”.
Cuando no hay suficientes células disponibles, entenderlas a fondo, estudiar su potencial terapéutico o siquiera proponerlas como tratamiento se vuelve complicado. Esa es, en buena parte, la traba.


La doctora reflexiona sobre los primeros años de investigación, cuando Caroline Gargett observaba estas células al microscopio con herramientas mucho más limitadas que las actuales. Además, el ciclo menstrual en sí mismo impone desafíos. A diferencia de una donación de sangre (en la que una persona va al banco, dona y listo), la menstruación no es tan predecible ni fácil de controlar desde una lógica científica.
“No es como que vas, te toman una muestra y ya —dice la doctora—. Con la menstruación es distinto”.
Aun así, su curiosidad permanece viva. Sabe que, si estas células se llegan a usar ampliamente, podríamos aprender mucho más de lo que imaginamos.
“Sería muy interesante —afirma—, porque quizá podríamos encontrar marcadores que sirvan como señales tempranas de alguna enfermedad, algo que nos dé pistas, por ejemplo, sobre un posible cáncer de endometrio”.
Antídoto y veneno celular
Algo que siempre me deja pensando es cómo las células madre pueden ser, al mismo tiempo, promesa y advertencia. Encarnan la posibilidad de reparar órganos dañados, pero también pueden estar implicadas en enfermedades como el cáncer. Aún no se sabe con certeza si estas células se desvían hacia la malignidad o si, tras haber adoptado una identidad definida (por ejemplo, convertirse en una célula del hígado), deciden revertir su destino y recuperar la capacidad de transformarse en otro tipo celular. A ese proceso se le llama desdiferenciación, y ocurre en sentido inverso al desarrollo normal.
Sea cual sea su origen[5], en el laboratorio se les conoce como células madre cancerosas.
Las células madre cancerosas se identificaron en los años noventa. Comparten cualidades con las células madre normales, como la capacidad de autorrenovarse y transformarse en distintos tipos celulares. Pero también pueden iniciar tumores, crecer sin control, invadir tejidos y resistir los tratamientos.
“Su presencia se asocia con los cánceres más agresivos”, me dice la doctora Catalina Trejo, investigadora en el Laboratorio de Medicina de Precisión del Instituto Nacional de Cancerología (INCan). Su trabajo se enfoca justamente en este otro lado, el menos amable, de las células madre. Y aun así, incluso en el terreno de lo maligno, son esenciales. Entenderlas puede ayudar a diseñar tratamientos que logren vencer esa resistencia.
La doctora Trejo, tras reiterar que dentro de su línea de investigación las células madre son non gratas, retoma el tema de las células obtenidas a través de la menstruación. Ve un futuro para ellas.
“Yo creo que es muy interesante —dice con una sonrisa discreta—. Se podrían congelar, aislar y quizás aplicar en terapias específicas. Tienen un valor que todavía no terminamos de dimensionar”.
La idea de llevar copas menstruales a los laboratorios es cada vez menos descabellada. No sólo podría facilitar la recolección; también ayudaría a sortear algunas de las barreras éticas[6] y prácticas que han acompañado la obtención de células madre por décadas.
El Consejo Nuffield de Bioética en Reino Unido ha advertido que la obtención de células madre humanas —especialmente las embrionarias— plantea dilemas sobre el inicio de la vida, la autonomía y la agencia. Con las células madre adultas, los dilemas éticos no desaparecen, pero cambian de forma.
La doctora Aguayo lo tiene claro. Recuerda cómo hace años (cuando hizo investigación en España), solo se permitía guardar el cordón y la placenta para usarlos en terapias orientadas al mismo bebé. Ni siquiera la madre puede usarlos, pues se consideraría tráfico de órganos.
“Aquí en México —me explica— todavía no hay una regulación como tal. Muchas veces, el cordón y la placenta se desechan sin más, aunque podrían tener un enorme valor terapéutico”.
La investigadora recuerda con humor la vez que pidió un cordón umbilical para investigación. Los médicos se quedaron sorprendidos.
“¿Pero para qué? Si eso ya no sirve”, le decían. Ella explicó su propósito a la madre, quien accedió con una sola condición:
“Mientras me dejen mi pedacito de ombligo de recuerdo, está bien”.
Una sociedad y academia reticentes a la menstruación
No es extraño para una persona atravesar la menstruación en medio de productos que insisten en vincular este proceso con la limpieza o la higiene. Sin embargo, hay culturas que lo han entendido de forma distinta. En Pakistán, el pueblo Kalash construyó las bashali, casas comunales para mujeres menstruantes, consideradas el lugar más sagrado de la aldea. Allí, las mujeres descansan y se organizan, lejos de un ideal de impureza. En la Roma de Plinio el Viejo incluso se atribuía a la menstruación la capacidad de ahuyentar granizo o hasta relámpagos. Pero esta mirada positiva no suele ser la norma, al menos no en el ¿moderno? mundo occidental.
Ainicios de la década de 1920, el pediatra Béla Schick difundió la idea, hoy desacreditada, de que las personas menstruantes liberaban una sustancia tóxica, a la que llamó menotoxina, capaz de marchitar flores o provocar síntomas como asma en niños. Y aunque hoy pueda parecer absurda, muchas de las creencias erróneas en torno a la menstruación, aunque menos visibles, aún persisten en distintos formatos.
En muchos países, la menstruación se aborda, si no de forma negativa, sí superficialmente, casi siempre como un tema secundario dentro de la educación sexual básica. La calidad de la educación menstrual en una sociedad influye directamente en el nivel de comprensión que tienen las personas sobre este proceso fisiológico. En regiones sumamente desiguales, como América Latina, millones de personas carecen no solo de información adecuada, sino también de productos de higiene menstrual, instalaciones sanitarias dignas y acceso a servicios de salud. En ese contexto, no resulta extraño que la menstruación sea percibida con incomodidad, vergüenza o rechazo.
Este sesgo interpela con la forma en que hacemos ciencia. La investigación[7] no está exenta de los factores sociales que atraviesan a toda disciplina, especialmente cuando se privilegia una mirada masculina sobre la salud (y sus enfermedades), tanto en humanos como en modelos animales[8]. En Estados Unidos, por ejemplo, menos del 15% del presupuesto destinado a investigación médica se dirige a la salud femenina, de acuerdo con cifras de 2022[9].
Incluso para enfermedades que afectan a ambos sexos, las mujeres siguen subrepresentadas[10] en los ensayos clínicos. Y al momento del diagnóstico, preocupa saber que existen más de 700 padecimientos cuya detección inicial suele ser más tardía en mujeres que en hombres.[11]. Esto tiene consecuencias directas: conocemos menos sobre cómo ciertas enfermedades o tratamientos impactan en cuerpos femeninos. Y para cambiar eso, también necesitamos reconfigurar, en parte, cómo pensamos la menstruación. Dejar de verla solo como un desecho, algo que esconder, y entenderla, más bien, como una fuente invaluable de información. Cada mes, el cuerpo genera un tejido —el endometrio— que se forma, se nutre, y si no hay embarazo, se desprende. Ese proceso, que se repite una y otra vez, es una muestra del equilibrio y los alcances del cuerpo. Y también, como ya he explicado, podría tener usos en medicina regenerativa[12]. Pero para ello, primero hay que decidir entenderla.
También se puede enfocar el asunto de forma mercadológica: se estima que el mercado de células madre alcanzará los 48 mil millones de dólares para 2034, una gran inversión comercial, lo que refuerza el interés en nuevas fuentes de obtención menos costosas y éticamente controvertidas.
En ese sentido, y desde el ámbito social, la labor de diversas colectivas e iniciativas que buscan acompañar a las personas menstruantes para que vivan esta etapa de forma digna y sin estigmas resulta fundamental. Este paso es imprescindible si aspiramos a una ciencia que no solo innove en los laboratorios, sino que también abra espacio a ideas frescas, inclusivas y con impacto real.
No deberíamos subestimar ninguna fuente de conocimiento, por poco usual que sea su origen. Para dimensionarlo, la doctora Catalina Trejo me confía que colabora en ensayos del test FIT (en inglés, Fecal Immunochemical Test), una prueba que detecta sangre oculta en heces como posible signo temprano de cáncer colorrectal u otras enfermedades. Si la ciencia ha aprendido a mirar con atención una muestra como esa, ¿por qué no hacer lo mismo con las células madre que encontramos en sangre menstrual? Esta secreción, completamente fisiológica y regular, puede ser una gran aliada para alcanzar la salud uterina, hormonal e incluso inmunológica.
“La ciencia tiene que ser abierta, totalmente. El avance científico implica romper paradigmas. Y si no estás de acuerdo, contrastas, pero tienes que demostrarlo”, concluye la doctora Trejo.
Comprender mejor este proceso no solo enriquecerá la investigación, sino que también ayudará a resignificar la menstruación, transformándola de un motivo de rechazo social en una oportunidad para la salud y la innovación.
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[1] Meng, X., Ichim, T.E., Zhong, J. et al. Endometrial regenerative cells: A novel stem cell population. J Transl Med 5, 57 (2007). Disponible en: https://doi.org/10.1186/1479-5876-5-57
[2] Barbieri M. The Organic Codes: An Introduction to Semantic Biology. Cambridge University Press; 2002. Disponible en: https://doi.org/10.1017/CBO9780511614019 o en: https://assets.cambridge.org/052182/4141/sample/0521824141WS.pdf
[3] Virchow, R. Cellular-Pathologie. Archiv f. pathol. Anat. 8,3–39 (1855). https://doi.org/10.1007/BF01935312
[4] Sayeh Khanjani, Manijeh Khanmohammadi, Amir-Hassan Zarnani, Mohammad-Mehdi Akhondi, Ahani, A., Zahra Ghaempanah, Naderi, M. M., Saman Eghtesad, & Somaieh Kazemnejad. (2014). Comparative Evaluation of Differentiation Potential of Menstrual Blood —Versus Bone Marrow— Derived Stem Cells into Hepatocyte-Like Cells. PLoS ONE, 9(2),e86075–e8607. Disponible en: https://doi.org/10.1371/journal.pone.0086075
[5] Chu, X., Tian, W., Ning, J. et al. “Cancer stem cells: advances in knowledge and implications for cancer therapy”. Sig Transduct Target Ther 9, 170 (2024). https://doi.org/10.1038/s41392-024-01851-y
[6] Lo, B., & Parham, L. (2009). “Ethical issues in stem cell research”. Endocrine reviews, 30(3), 204–213. Disponible en: https://doi.org/10.1210/er.2008-0031
[7] Yoon, D. Y., Mansukhani, N. A., Stubbs, V. C., Helenowski, I. B., Woodruff, T. K., & Kibbe, M. R. (2014). Sex bias exists in basicscience and translational surgical research. Surgery, 156(3), 508–516. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.surg.2014.07.001
[8] Karp, N. A., & Reavey, N. (2018). Sex bias in preclinical research and an exploration of how to change the status quo. British Journal of Pharmacology, 176(21), 4107–4118. Disponible en: https://doi.org/10.1111/bph.14539
[9] Temkin, S. M., Noursi, S., Regensteiner, J. G., Stratton,P., & Clayton, J. A. (2022). “Perspectives From Advancing National Institutes of Health Research to Inform and Improve the Health of Women: A Conference Summary”. Obstetrics and gynecology, 140(1), 10–19. Disponible en: https://doi.org/10.1097/AOG.0000000000004821
[10] Bierer, B. E., Meloney, L. G., Ahmed, H. R., & White,S. A. (2022). “Advancing the inclusion of underrepresented women in clinical research”. Cell Reports Medicine,3(4), 100553. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.xcrm.2022.100553
[11] Westergaard, D., Moseley, P., Sørup, F.K.H. et al. Population-wide analysis of differences in disease progression patterns in men and women. Nat Commun 10, 666 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1038/s41467-019-08475-9
[12] Chen, L., Qu, J. & Xiang,C. “The multi-functional roles of menstrual blood-derived stem cells in regenerative medicine”. Stem Cell Res Ther 10, 1 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1186/s13287-018-1105-9
Las células madre, esa gran promesa de la medicina, están presentes en el “recurso” más natural e inagotable y accesible: la menstruación. Para aprovecharla es necesario sortear retos científicos de envergadura, y lograr un cambio cultural profundo.
Nota: antes de adentrarnos en la investigación, conviene aclarar la terminología. “Masculino”y “femenino” son categorías de sexo, definidas por un conjunto de atributos biológicos asociados a características físicas y fisiológicas. En cambio,“hombres”, “mujeres” y “personas no binarias” pertenecen al terreno del género: una construcción social que involucra comportamientos, relaciones de poder, roles e identidades. Este artículo se centra en la investigación diferenciada por sexo, aunque aún persiste una gran laguna en torno a los grupos con diversidad de género, como las personas trans.
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El chorro de sangre es poesía,
no hay forma de detenerlo.
“Kindness”, Ariel, 1963
―Sylvia Plath
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Vamos a imaginar que en ciertas partes de nuestros cuerpos reside un potencial generador (a escala) de sociedades. Comunidades, vecindades, edificios, ciudades enteras en miniatura que después darán corporeidad a móviles y complejos seres: células musculares, neuronas… Como en cualquier ciudad, no basta con levantar estructuras una sola vez. A lo largo del tiempo, hay que reparar lo que se rompe, restaurar lo que se desgasta. Así que, cuando el cuerpo sufre un daño —ya sea por un golpe, una enfermedad o simplemente por el paso del tiempo—, dicho potencial se activa para ayudar a reparar.
Tal capacidad se expresa en dos palabras del argot biológico: células madre.
Las células madre son como los planos de la vida; blueprints tan peculiares que admiten la versatilidad. Hay dos tipos principales. Las células embrionarias provienen de embriones no utilizados en procesos reproductivos y tienen pluripotencia: pueden transformarse en más de un tipo de célula. Las adultas, por su parte, provienen de tejidos completamente desarrollados, como el cerebro, la piel y la médula ósea; no producen tanta diversidad, aunque se puede “potenciar” esa característica en un laboratorio.
Por todo lo anterior, las células madre son muy apreciadas, especialmente en la medicina regenerativa, la que, por ejemplo, repara tejidos envejecidos o dañados[1]. Se ha aumentado la eficacia de ciertos tratamientos para el cáncer, trastornos sanguíneos y padecimientos autoinmunes gracias a la actividad de estas células, al tiempo que se desarrollan investigaciones para explorar su uso en el tratamiento de enfermedades neurológicas, órganos dañados, lesiones graves, diabetes y trastornos metabólicos. En cualquier caso, las únicas células madre que se utilizan actualmente para tratar enfermedades son las células madre hematopoyéticas —las células madre adultas formadoras de células sanguíneas, que se encuentran en la médula ósea—. Todo tipo de célula sanguínea en la médula ósea comienza como una célula madre.
En algunos momentos, la ciencia de las células madre ha rozado la frontera de la ficción. En 1997, el nacimiento de Dolly, la oveja clonada, mostró al mundo lo que era posible hacer con células madre embrionarias. Por entonces, se planteó la posibilidad de fusionar estas células con células adultas de un paciente para crear tejidos u órganos genéticamente compatibles. La idea parecía sacada de un laboratorio futurista, pero se basaba en un principio muy antiguo. Ya en el siglo XIX, Rudolf Remak[2],Rudolf Virchow y Theodor Schwann establecieron —cada quien desde su momento y trinchera científica particular— que toda célula proviene de otra célula: omnis cellula a cellula[3]. Y hoy, en pleno 2025, esa idea sigue guiando muchos de nuestros avances.
El reto, sin embargo, está en cómo conseguir esa depositaria de los planos del edificio entero. No es como sacar una muestra de sangre. Obtener células madre puede implicar procedimientos invasivos, a veces dolorosos, como biopsias o inserciones profundas de agujas que atraviesan la piel, músculo y huesos. Y esa es una de las razones por las que todavía no podemos llegar a la consulta médica y salir, sosegadamente, con una receta que diga: una dosis de células madre para su órgano dañado, mañana, tarde y noche. Aún no.
Uno de los grandes desafíos de la biomedicina ha sido encontrar formas más accesibles y menos incómodas de obtener células madre. Y si además el “recurso” fuera renovable, estaríamos ante la puerta de un avance gigantesco. ¿Existe esa fuente? ¿Una natural, constante y casi inagotable? ¿Que el cuerpo ofreciera mes con mes, sin necesidad de bisturís ni pinchazos? Claro que existe, ya lo adivinan. Suele terminar en la basura; más de un investigador apostaría por ella. Hablo de la sangre menstrual.
Hace casi 20 años, la bióloga Caroline Gargett observaba tejido extraído durante una histerectomía, operación en la que se retira el útero. Al microscopio, vio células redondas y planas, otras alargadas, con un abultamiento en el centro: fusiformes. Esa forma sugería algo más que la capacidad de migrar por el cuerpo y extenderse. Encontró células madre.
Lo anterior cobra todo el sentido si pensamos en la función del endometrio. Este tejido, que mes con mes se prepara para recibir un posible embarazo, se desprende y se regenera de nuevo si este no ocurre. Lo hará unas 400 veces a lo largo de la vida reproductiva de una persona. Una renovación constante. Una reparación, si se quiere. Y, sin embargo, hasta entonces nadie había imaginado que en él pudieran existir células madre.
Ya pasaron dos décadas desde ese descubrimiento. Pero aún no vemos a la sangre menstrual —recabada, quizá, en una copa de silicona— como fuente estandarizada para el estudio de células madre. ¿Por qué, si es tan accesible y se renueva mensualmente, no se ha convertido en una herramienta clave para la ciencia regenerativa?
Al final de la página informativa con la trayectoria y proyectos de Gargett hay un mapa. En él, se señala lalocalización de los centros de investigación con los que colabora alrededor del mundo. Una esperaría que tan promisorio campo estuviera siendo explorado ampliamente, pero llaman la atención las grandes áreas en blanco en el mapa, desiertas —no hay centros en nuestro país y, en Latinoamérica, solo se enlistan tres universidades brasileñas—. Por supuesto, eso no significa que en esas latitudes no se estén investigando las células madre. Pero tal vez en esos rincones se tenga la respuesta de por qué esa sangre que llega cada mes —fruto de la no-concepción— no se ha aprovechado masivamente, y si hay un futuro para ellas en la ciencia.
Células madre mexicanas
En México hay muchas investigaciones en curso sobre células madre. Una de ellas ocurre en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), donde la doctora Karla Aidee Aguayo estudia las células madre mesenquimales. Estas células tienen algo parecido a una doble vida. Son adultas, sí, pero todavía conservan plasticidad: pueden transformarse en tejidos como hueso, cartílago o el adiposo. Son multipotentes. La doctora busca entender cómo funcionan y cómo se pueden modificar, con el fin de inducirles uno u otro linaje para mejorar tratamientos contra patologías como la diabetes, la obesidad o la hipertensión.


Hablo con la doctora Aguayo y saco el tema de la sangre menstrual. Le pregunto si podría convertirse en una fuente más accesible de células madre. Ella asiente con interés y comenta cómo en el laboratorio ya trabajan con otras fuentes como la sangre periférica o la pulpa dental, aunque enseguida matiza: no se trata solo de encontrar una fuente. Las células deben pasar por un filtro, por una cuidadosa evaluación:
—Lo que hacemos es estudiar las células en condiciones de laboratorio, in vitro, ver cómo se comportan, y a partir de eso, extrapolamos los resultados a modelos animales —me explica.
—¿Y qué limita el uso de células madre provenientes de la sangre menstrual? —insisto.
Su respuesta apunta a los métodos. Me cuenta que la principal limitante es la caracterización de las células, es decir, identificarlas con claridad. Para eso, utilizan una técnica llamada citometría de flujo. Es como pasar a las células por un lector de códigos de barras: permite saber de dónde vienen y hacia dónde podrían ir —su linaje—, según las marcas que tienen en su superficie. Las células se colorean con un tinte sensible a la luz, se colocan en líquido y luego se pasan una a una por un haz de luz. Las mediciones se basarán en la manera en que las células teñidas responden a esa luz.
El problema es que las células mesenquimales suelen “residir” en los tejidos. Desde ahí pueden transformarse en distintos tipos celulares según lo que el cuerpo necesite. Pero no acostumbran circular: no es común encontrarlas fluyendo en la sangre.
“Aunque la sangre periférica o la menstrual parecen buenas candidatas porque son fáciles de obtener, en realidad no contienen tantas células mesenquimales como uno esperaría”, me dice.
Pese a ello, se ha podido estudiar su diferenciación en células óseas, de cartílago, hígado, corazón y páncreas[4]. Esa aptitud se ha demostrado. Pero si algo define a la sangre menstrual es su diversidad.
La sangre menstrual es el resultado de un proceso fallido —voluntaria o involuntariamente— de fecundación. El cuerpo, que ya se había preparado para un posible embarazo, se deshace de ese revestimiento endometrial. Lo que se expulsa, entonces, es una mezcla de distintos tipos celulares. Tal diversidad, aunque interesante, puede entorpecer el trabajo si lo que se busca es aislar únicamente células mesenquimales.
“Sí se puede hacer una especie de purificación —aclara la doctora Aguayo—, pero el número de células que se obtendría no alcanza, por ejemplo, para hacer una buena caracterización concitometría”.
Cuando no hay suficientes células disponibles, entenderlas a fondo, estudiar su potencial terapéutico o siquiera proponerlas como tratamiento se vuelve complicado. Esa es, en buena parte, la traba.


La doctora reflexiona sobre los primeros años de investigación, cuando Caroline Gargett observaba estas células al microscopio con herramientas mucho más limitadas que las actuales. Además, el ciclo menstrual en sí mismo impone desafíos. A diferencia de una donación de sangre (en la que una persona va al banco, dona y listo), la menstruación no es tan predecible ni fácil de controlar desde una lógica científica.
“No es como que vas, te toman una muestra y ya —dice la doctora—. Con la menstruación es distinto”.
Aun así, su curiosidad permanece viva. Sabe que, si estas células se llegan a usar ampliamente, podríamos aprender mucho más de lo que imaginamos.
“Sería muy interesante —afirma—, porque quizá podríamos encontrar marcadores que sirvan como señales tempranas de alguna enfermedad, algo que nos dé pistas, por ejemplo, sobre un posible cáncer de endometrio”.
Antídoto y veneno celular
Algo que siempre me deja pensando es cómo las células madre pueden ser, al mismo tiempo, promesa y advertencia. Encarnan la posibilidad de reparar órganos dañados, pero también pueden estar implicadas en enfermedades como el cáncer. Aún no se sabe con certeza si estas células se desvían hacia la malignidad o si, tras haber adoptado una identidad definida (por ejemplo, convertirse en una célula del hígado), deciden revertir su destino y recuperar la capacidad de transformarse en otro tipo celular. A ese proceso se le llama desdiferenciación, y ocurre en sentido inverso al desarrollo normal.
Sea cual sea su origen[5], en el laboratorio se les conoce como células madre cancerosas.
Las células madre cancerosas se identificaron en los años noventa. Comparten cualidades con las células madre normales, como la capacidad de autorrenovarse y transformarse en distintos tipos celulares. Pero también pueden iniciar tumores, crecer sin control, invadir tejidos y resistir los tratamientos.
“Su presencia se asocia con los cánceres más agresivos”, me dice la doctora Catalina Trejo, investigadora en el Laboratorio de Medicina de Precisión del Instituto Nacional de Cancerología (INCan). Su trabajo se enfoca justamente en este otro lado, el menos amable, de las células madre. Y aun así, incluso en el terreno de lo maligno, son esenciales. Entenderlas puede ayudar a diseñar tratamientos que logren vencer esa resistencia.
La doctora Trejo, tras reiterar que dentro de su línea de investigación las células madre son non gratas, retoma el tema de las células obtenidas a través de la menstruación. Ve un futuro para ellas.
“Yo creo que es muy interesante —dice con una sonrisa discreta—. Se podrían congelar, aislar y quizás aplicar en terapias específicas. Tienen un valor que todavía no terminamos de dimensionar”.
La idea de llevar copas menstruales a los laboratorios es cada vez menos descabellada. No sólo podría facilitar la recolección; también ayudaría a sortear algunas de las barreras éticas[6] y prácticas que han acompañado la obtención de células madre por décadas.
El Consejo Nuffield de Bioética en Reino Unido ha advertido que la obtención de células madre humanas —especialmente las embrionarias— plantea dilemas sobre el inicio de la vida, la autonomía y la agencia. Con las células madre adultas, los dilemas éticos no desaparecen, pero cambian de forma.
La doctora Aguayo lo tiene claro. Recuerda cómo hace años (cuando hizo investigación en España), solo se permitía guardar el cordón y la placenta para usarlos en terapias orientadas al mismo bebé. Ni siquiera la madre puede usarlos, pues se consideraría tráfico de órganos.
“Aquí en México —me explica— todavía no hay una regulación como tal. Muchas veces, el cordón y la placenta se desechan sin más, aunque podrían tener un enorme valor terapéutico”.
La investigadora recuerda con humor la vez que pidió un cordón umbilical para investigación. Los médicos se quedaron sorprendidos.
“¿Pero para qué? Si eso ya no sirve”, le decían. Ella explicó su propósito a la madre, quien accedió con una sola condición:
“Mientras me dejen mi pedacito de ombligo de recuerdo, está bien”.
Una sociedad y academia reticentes a la menstruación
No es extraño para una persona atravesar la menstruación en medio de productos que insisten en vincular este proceso con la limpieza o la higiene. Sin embargo, hay culturas que lo han entendido de forma distinta. En Pakistán, el pueblo Kalash construyó las bashali, casas comunales para mujeres menstruantes, consideradas el lugar más sagrado de la aldea. Allí, las mujeres descansan y se organizan, lejos de un ideal de impureza. En la Roma de Plinio el Viejo incluso se atribuía a la menstruación la capacidad de ahuyentar granizo o hasta relámpagos. Pero esta mirada positiva no suele ser la norma, al menos no en el ¿moderno? mundo occidental.
Ainicios de la década de 1920, el pediatra Béla Schick difundió la idea, hoy desacreditada, de que las personas menstruantes liberaban una sustancia tóxica, a la que llamó menotoxina, capaz de marchitar flores o provocar síntomas como asma en niños. Y aunque hoy pueda parecer absurda, muchas de las creencias erróneas en torno a la menstruación, aunque menos visibles, aún persisten en distintos formatos.
En muchos países, la menstruación se aborda, si no de forma negativa, sí superficialmente, casi siempre como un tema secundario dentro de la educación sexual básica. La calidad de la educación menstrual en una sociedad influye directamente en el nivel de comprensión que tienen las personas sobre este proceso fisiológico. En regiones sumamente desiguales, como América Latina, millones de personas carecen no solo de información adecuada, sino también de productos de higiene menstrual, instalaciones sanitarias dignas y acceso a servicios de salud. En ese contexto, no resulta extraño que la menstruación sea percibida con incomodidad, vergüenza o rechazo.
Este sesgo interpela con la forma en que hacemos ciencia. La investigación[7] no está exenta de los factores sociales que atraviesan a toda disciplina, especialmente cuando se privilegia una mirada masculina sobre la salud (y sus enfermedades), tanto en humanos como en modelos animales[8]. En Estados Unidos, por ejemplo, menos del 15% del presupuesto destinado a investigación médica se dirige a la salud femenina, de acuerdo con cifras de 2022[9].
Incluso para enfermedades que afectan a ambos sexos, las mujeres siguen subrepresentadas[10] en los ensayos clínicos. Y al momento del diagnóstico, preocupa saber que existen más de 700 padecimientos cuya detección inicial suele ser más tardía en mujeres que en hombres.[11]. Esto tiene consecuencias directas: conocemos menos sobre cómo ciertas enfermedades o tratamientos impactan en cuerpos femeninos. Y para cambiar eso, también necesitamos reconfigurar, en parte, cómo pensamos la menstruación. Dejar de verla solo como un desecho, algo que esconder, y entenderla, más bien, como una fuente invaluable de información. Cada mes, el cuerpo genera un tejido —el endometrio— que se forma, se nutre, y si no hay embarazo, se desprende. Ese proceso, que se repite una y otra vez, es una muestra del equilibrio y los alcances del cuerpo. Y también, como ya he explicado, podría tener usos en medicina regenerativa[12]. Pero para ello, primero hay que decidir entenderla.
También se puede enfocar el asunto de forma mercadológica: se estima que el mercado de células madre alcanzará los 48 mil millones de dólares para 2034, una gran inversión comercial, lo que refuerza el interés en nuevas fuentes de obtención menos costosas y éticamente controvertidas.
En ese sentido, y desde el ámbito social, la labor de diversas colectivas e iniciativas que buscan acompañar a las personas menstruantes para que vivan esta etapa de forma digna y sin estigmas resulta fundamental. Este paso es imprescindible si aspiramos a una ciencia que no solo innove en los laboratorios, sino que también abra espacio a ideas frescas, inclusivas y con impacto real.
No deberíamos subestimar ninguna fuente de conocimiento, por poco usual que sea su origen. Para dimensionarlo, la doctora Catalina Trejo me confía que colabora en ensayos del test FIT (en inglés, Fecal Immunochemical Test), una prueba que detecta sangre oculta en heces como posible signo temprano de cáncer colorrectal u otras enfermedades. Si la ciencia ha aprendido a mirar con atención una muestra como esa, ¿por qué no hacer lo mismo con las células madre que encontramos en sangre menstrual? Esta secreción, completamente fisiológica y regular, puede ser una gran aliada para alcanzar la salud uterina, hormonal e incluso inmunológica.
“La ciencia tiene que ser abierta, totalmente. El avance científico implica romper paradigmas. Y si no estás de acuerdo, contrastas, pero tienes que demostrarlo”, concluye la doctora Trejo.
Comprender mejor este proceso no solo enriquecerá la investigación, sino que también ayudará a resignificar la menstruación, transformándola de un motivo de rechazo social en una oportunidad para la salud y la innovación.
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[1] Meng, X., Ichim, T.E., Zhong, J. et al. Endometrial regenerative cells: A novel stem cell population. J Transl Med 5, 57 (2007). Disponible en: https://doi.org/10.1186/1479-5876-5-57
[2] Barbieri M. The Organic Codes: An Introduction to Semantic Biology. Cambridge University Press; 2002. Disponible en: https://doi.org/10.1017/CBO9780511614019 o en: https://assets.cambridge.org/052182/4141/sample/0521824141WS.pdf
[3] Virchow, R. Cellular-Pathologie. Archiv f. pathol. Anat. 8,3–39 (1855). https://doi.org/10.1007/BF01935312
[4] Sayeh Khanjani, Manijeh Khanmohammadi, Amir-Hassan Zarnani, Mohammad-Mehdi Akhondi, Ahani, A., Zahra Ghaempanah, Naderi, M. M., Saman Eghtesad, & Somaieh Kazemnejad. (2014). Comparative Evaluation of Differentiation Potential of Menstrual Blood —Versus Bone Marrow— Derived Stem Cells into Hepatocyte-Like Cells. PLoS ONE, 9(2),e86075–e8607. Disponible en: https://doi.org/10.1371/journal.pone.0086075
[5] Chu, X., Tian, W., Ning, J. et al. “Cancer stem cells: advances in knowledge and implications for cancer therapy”. Sig Transduct Target Ther 9, 170 (2024). https://doi.org/10.1038/s41392-024-01851-y
[6] Lo, B., & Parham, L. (2009). “Ethical issues in stem cell research”. Endocrine reviews, 30(3), 204–213. Disponible en: https://doi.org/10.1210/er.2008-0031
[7] Yoon, D. Y., Mansukhani, N. A., Stubbs, V. C., Helenowski, I. B., Woodruff, T. K., & Kibbe, M. R. (2014). Sex bias exists in basicscience and translational surgical research. Surgery, 156(3), 508–516. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.surg.2014.07.001
[8] Karp, N. A., & Reavey, N. (2018). Sex bias in preclinical research and an exploration of how to change the status quo. British Journal of Pharmacology, 176(21), 4107–4118. Disponible en: https://doi.org/10.1111/bph.14539
[9] Temkin, S. M., Noursi, S., Regensteiner, J. G., Stratton,P., & Clayton, J. A. (2022). “Perspectives From Advancing National Institutes of Health Research to Inform and Improve the Health of Women: A Conference Summary”. Obstetrics and gynecology, 140(1), 10–19. Disponible en: https://doi.org/10.1097/AOG.0000000000004821
[10] Bierer, B. E., Meloney, L. G., Ahmed, H. R., & White,S. A. (2022). “Advancing the inclusion of underrepresented women in clinical research”. Cell Reports Medicine,3(4), 100553. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.xcrm.2022.100553
[11] Westergaard, D., Moseley, P., Sørup, F.K.H. et al. Population-wide analysis of differences in disease progression patterns in men and women. Nat Commun 10, 666 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1038/s41467-019-08475-9
[12] Chen, L., Qu, J. & Xiang,C. “The multi-functional roles of menstrual blood-derived stem cells in regenerative medicine”. Stem Cell Res Ther 10, 1 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1186/s13287-018-1105-9

El Laboratorio de Investigación en Genética de Enfermedades Metabólicas, en la Escuela Superior de Medicina, del Instituto Politécnico Nacional, donde investigan con células madre mesenquimales.
Las células madre, esa gran promesa de la medicina, están presentes en el “recurso” más natural e inagotable y accesible: la menstruación. Para aprovecharla es necesario sortear retos científicos de envergadura, y lograr un cambio cultural profundo.
Nota: antes de adentrarnos en la investigación, conviene aclarar la terminología. “Masculino”y “femenino” son categorías de sexo, definidas por un conjunto de atributos biológicos asociados a características físicas y fisiológicas. En cambio,“hombres”, “mujeres” y “personas no binarias” pertenecen al terreno del género: una construcción social que involucra comportamientos, relaciones de poder, roles e identidades. Este artículo se centra en la investigación diferenciada por sexo, aunque aún persiste una gran laguna en torno a los grupos con diversidad de género, como las personas trans.
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El chorro de sangre es poesía,
no hay forma de detenerlo.
“Kindness”, Ariel, 1963
―Sylvia Plath
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Vamos a imaginar que en ciertas partes de nuestros cuerpos reside un potencial generador (a escala) de sociedades. Comunidades, vecindades, edificios, ciudades enteras en miniatura que después darán corporeidad a móviles y complejos seres: células musculares, neuronas… Como en cualquier ciudad, no basta con levantar estructuras una sola vez. A lo largo del tiempo, hay que reparar lo que se rompe, restaurar lo que se desgasta. Así que, cuando el cuerpo sufre un daño —ya sea por un golpe, una enfermedad o simplemente por el paso del tiempo—, dicho potencial se activa para ayudar a reparar.
Tal capacidad se expresa en dos palabras del argot biológico: células madre.
Las células madre son como los planos de la vida; blueprints tan peculiares que admiten la versatilidad. Hay dos tipos principales. Las células embrionarias provienen de embriones no utilizados en procesos reproductivos y tienen pluripotencia: pueden transformarse en más de un tipo de célula. Las adultas, por su parte, provienen de tejidos completamente desarrollados, como el cerebro, la piel y la médula ósea; no producen tanta diversidad, aunque se puede “potenciar” esa característica en un laboratorio.
Por todo lo anterior, las células madre son muy apreciadas, especialmente en la medicina regenerativa, la que, por ejemplo, repara tejidos envejecidos o dañados[1]. Se ha aumentado la eficacia de ciertos tratamientos para el cáncer, trastornos sanguíneos y padecimientos autoinmunes gracias a la actividad de estas células, al tiempo que se desarrollan investigaciones para explorar su uso en el tratamiento de enfermedades neurológicas, órganos dañados, lesiones graves, diabetes y trastornos metabólicos. En cualquier caso, las únicas células madre que se utilizan actualmente para tratar enfermedades son las células madre hematopoyéticas —las células madre adultas formadoras de células sanguíneas, que se encuentran en la médula ósea—. Todo tipo de célula sanguínea en la médula ósea comienza como una célula madre.
En algunos momentos, la ciencia de las células madre ha rozado la frontera de la ficción. En 1997, el nacimiento de Dolly, la oveja clonada, mostró al mundo lo que era posible hacer con células madre embrionarias. Por entonces, se planteó la posibilidad de fusionar estas células con células adultas de un paciente para crear tejidos u órganos genéticamente compatibles. La idea parecía sacada de un laboratorio futurista, pero se basaba en un principio muy antiguo. Ya en el siglo XIX, Rudolf Remak[2],Rudolf Virchow y Theodor Schwann establecieron —cada quien desde su momento y trinchera científica particular— que toda célula proviene de otra célula: omnis cellula a cellula[3]. Y hoy, en pleno 2025, esa idea sigue guiando muchos de nuestros avances.
El reto, sin embargo, está en cómo conseguir esa depositaria de los planos del edificio entero. No es como sacar una muestra de sangre. Obtener células madre puede implicar procedimientos invasivos, a veces dolorosos, como biopsias o inserciones profundas de agujas que atraviesan la piel, músculo y huesos. Y esa es una de las razones por las que todavía no podemos llegar a la consulta médica y salir, sosegadamente, con una receta que diga: una dosis de células madre para su órgano dañado, mañana, tarde y noche. Aún no.
Uno de los grandes desafíos de la biomedicina ha sido encontrar formas más accesibles y menos incómodas de obtener células madre. Y si además el “recurso” fuera renovable, estaríamos ante la puerta de un avance gigantesco. ¿Existe esa fuente? ¿Una natural, constante y casi inagotable? ¿Que el cuerpo ofreciera mes con mes, sin necesidad de bisturís ni pinchazos? Claro que existe, ya lo adivinan. Suele terminar en la basura; más de un investigador apostaría por ella. Hablo de la sangre menstrual.
Hace casi 20 años, la bióloga Caroline Gargett observaba tejido extraído durante una histerectomía, operación en la que se retira el útero. Al microscopio, vio células redondas y planas, otras alargadas, con un abultamiento en el centro: fusiformes. Esa forma sugería algo más que la capacidad de migrar por el cuerpo y extenderse. Encontró células madre.
Lo anterior cobra todo el sentido si pensamos en la función del endometrio. Este tejido, que mes con mes se prepara para recibir un posible embarazo, se desprende y se regenera de nuevo si este no ocurre. Lo hará unas 400 veces a lo largo de la vida reproductiva de una persona. Una renovación constante. Una reparación, si se quiere. Y, sin embargo, hasta entonces nadie había imaginado que en él pudieran existir células madre.
Ya pasaron dos décadas desde ese descubrimiento. Pero aún no vemos a la sangre menstrual —recabada, quizá, en una copa de silicona— como fuente estandarizada para el estudio de células madre. ¿Por qué, si es tan accesible y se renueva mensualmente, no se ha convertido en una herramienta clave para la ciencia regenerativa?
Al final de la página informativa con la trayectoria y proyectos de Gargett hay un mapa. En él, se señala lalocalización de los centros de investigación con los que colabora alrededor del mundo. Una esperaría que tan promisorio campo estuviera siendo explorado ampliamente, pero llaman la atención las grandes áreas en blanco en el mapa, desiertas —no hay centros en nuestro país y, en Latinoamérica, solo se enlistan tres universidades brasileñas—. Por supuesto, eso no significa que en esas latitudes no se estén investigando las células madre. Pero tal vez en esos rincones se tenga la respuesta de por qué esa sangre que llega cada mes —fruto de la no-concepción— no se ha aprovechado masivamente, y si hay un futuro para ellas en la ciencia.
Células madre mexicanas
En México hay muchas investigaciones en curso sobre células madre. Una de ellas ocurre en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), donde la doctora Karla Aidee Aguayo estudia las células madre mesenquimales. Estas células tienen algo parecido a una doble vida. Son adultas, sí, pero todavía conservan plasticidad: pueden transformarse en tejidos como hueso, cartílago o el adiposo. Son multipotentes. La doctora busca entender cómo funcionan y cómo se pueden modificar, con el fin de inducirles uno u otro linaje para mejorar tratamientos contra patologías como la diabetes, la obesidad o la hipertensión.


Hablo con la doctora Aguayo y saco el tema de la sangre menstrual. Le pregunto si podría convertirse en una fuente más accesible de células madre. Ella asiente con interés y comenta cómo en el laboratorio ya trabajan con otras fuentes como la sangre periférica o la pulpa dental, aunque enseguida matiza: no se trata solo de encontrar una fuente. Las células deben pasar por un filtro, por una cuidadosa evaluación:
—Lo que hacemos es estudiar las células en condiciones de laboratorio, in vitro, ver cómo se comportan, y a partir de eso, extrapolamos los resultados a modelos animales —me explica.
—¿Y qué limita el uso de células madre provenientes de la sangre menstrual? —insisto.
Su respuesta apunta a los métodos. Me cuenta que la principal limitante es la caracterización de las células, es decir, identificarlas con claridad. Para eso, utilizan una técnica llamada citometría de flujo. Es como pasar a las células por un lector de códigos de barras: permite saber de dónde vienen y hacia dónde podrían ir —su linaje—, según las marcas que tienen en su superficie. Las células se colorean con un tinte sensible a la luz, se colocan en líquido y luego se pasan una a una por un haz de luz. Las mediciones se basarán en la manera en que las células teñidas responden a esa luz.
El problema es que las células mesenquimales suelen “residir” en los tejidos. Desde ahí pueden transformarse en distintos tipos celulares según lo que el cuerpo necesite. Pero no acostumbran circular: no es común encontrarlas fluyendo en la sangre.
“Aunque la sangre periférica o la menstrual parecen buenas candidatas porque son fáciles de obtener, en realidad no contienen tantas células mesenquimales como uno esperaría”, me dice.
Pese a ello, se ha podido estudiar su diferenciación en células óseas, de cartílago, hígado, corazón y páncreas[4]. Esa aptitud se ha demostrado. Pero si algo define a la sangre menstrual es su diversidad.
La sangre menstrual es el resultado de un proceso fallido —voluntaria o involuntariamente— de fecundación. El cuerpo, que ya se había preparado para un posible embarazo, se deshace de ese revestimiento endometrial. Lo que se expulsa, entonces, es una mezcla de distintos tipos celulares. Tal diversidad, aunque interesante, puede entorpecer el trabajo si lo que se busca es aislar únicamente células mesenquimales.
“Sí se puede hacer una especie de purificación —aclara la doctora Aguayo—, pero el número de células que se obtendría no alcanza, por ejemplo, para hacer una buena caracterización concitometría”.
Cuando no hay suficientes células disponibles, entenderlas a fondo, estudiar su potencial terapéutico o siquiera proponerlas como tratamiento se vuelve complicado. Esa es, en buena parte, la traba.


La doctora reflexiona sobre los primeros años de investigación, cuando Caroline Gargett observaba estas células al microscopio con herramientas mucho más limitadas que las actuales. Además, el ciclo menstrual en sí mismo impone desafíos. A diferencia de una donación de sangre (en la que una persona va al banco, dona y listo), la menstruación no es tan predecible ni fácil de controlar desde una lógica científica.
“No es como que vas, te toman una muestra y ya —dice la doctora—. Con la menstruación es distinto”.
Aun así, su curiosidad permanece viva. Sabe que, si estas células se llegan a usar ampliamente, podríamos aprender mucho más de lo que imaginamos.
“Sería muy interesante —afirma—, porque quizá podríamos encontrar marcadores que sirvan como señales tempranas de alguna enfermedad, algo que nos dé pistas, por ejemplo, sobre un posible cáncer de endometrio”.
Antídoto y veneno celular
Algo que siempre me deja pensando es cómo las células madre pueden ser, al mismo tiempo, promesa y advertencia. Encarnan la posibilidad de reparar órganos dañados, pero también pueden estar implicadas en enfermedades como el cáncer. Aún no se sabe con certeza si estas células se desvían hacia la malignidad o si, tras haber adoptado una identidad definida (por ejemplo, convertirse en una célula del hígado), deciden revertir su destino y recuperar la capacidad de transformarse en otro tipo celular. A ese proceso se le llama desdiferenciación, y ocurre en sentido inverso al desarrollo normal.
Sea cual sea su origen[5], en el laboratorio se les conoce como células madre cancerosas.
Las células madre cancerosas se identificaron en los años noventa. Comparten cualidades con las células madre normales, como la capacidad de autorrenovarse y transformarse en distintos tipos celulares. Pero también pueden iniciar tumores, crecer sin control, invadir tejidos y resistir los tratamientos.
“Su presencia se asocia con los cánceres más agresivos”, me dice la doctora Catalina Trejo, investigadora en el Laboratorio de Medicina de Precisión del Instituto Nacional de Cancerología (INCan). Su trabajo se enfoca justamente en este otro lado, el menos amable, de las células madre. Y aun así, incluso en el terreno de lo maligno, son esenciales. Entenderlas puede ayudar a diseñar tratamientos que logren vencer esa resistencia.
La doctora Trejo, tras reiterar que dentro de su línea de investigación las células madre son non gratas, retoma el tema de las células obtenidas a través de la menstruación. Ve un futuro para ellas.
“Yo creo que es muy interesante —dice con una sonrisa discreta—. Se podrían congelar, aislar y quizás aplicar en terapias específicas. Tienen un valor que todavía no terminamos de dimensionar”.
La idea de llevar copas menstruales a los laboratorios es cada vez menos descabellada. No sólo podría facilitar la recolección; también ayudaría a sortear algunas de las barreras éticas[6] y prácticas que han acompañado la obtención de células madre por décadas.
El Consejo Nuffield de Bioética en Reino Unido ha advertido que la obtención de células madre humanas —especialmente las embrionarias— plantea dilemas sobre el inicio de la vida, la autonomía y la agencia. Con las células madre adultas, los dilemas éticos no desaparecen, pero cambian de forma.
La doctora Aguayo lo tiene claro. Recuerda cómo hace años (cuando hizo investigación en España), solo se permitía guardar el cordón y la placenta para usarlos en terapias orientadas al mismo bebé. Ni siquiera la madre puede usarlos, pues se consideraría tráfico de órganos.
“Aquí en México —me explica— todavía no hay una regulación como tal. Muchas veces, el cordón y la placenta se desechan sin más, aunque podrían tener un enorme valor terapéutico”.
La investigadora recuerda con humor la vez que pidió un cordón umbilical para investigación. Los médicos se quedaron sorprendidos.
“¿Pero para qué? Si eso ya no sirve”, le decían. Ella explicó su propósito a la madre, quien accedió con una sola condición:
“Mientras me dejen mi pedacito de ombligo de recuerdo, está bien”.
Una sociedad y academia reticentes a la menstruación
No es extraño para una persona atravesar la menstruación en medio de productos que insisten en vincular este proceso con la limpieza o la higiene. Sin embargo, hay culturas que lo han entendido de forma distinta. En Pakistán, el pueblo Kalash construyó las bashali, casas comunales para mujeres menstruantes, consideradas el lugar más sagrado de la aldea. Allí, las mujeres descansan y se organizan, lejos de un ideal de impureza. En la Roma de Plinio el Viejo incluso se atribuía a la menstruación la capacidad de ahuyentar granizo o hasta relámpagos. Pero esta mirada positiva no suele ser la norma, al menos no en el ¿moderno? mundo occidental.
Ainicios de la década de 1920, el pediatra Béla Schick difundió la idea, hoy desacreditada, de que las personas menstruantes liberaban una sustancia tóxica, a la que llamó menotoxina, capaz de marchitar flores o provocar síntomas como asma en niños. Y aunque hoy pueda parecer absurda, muchas de las creencias erróneas en torno a la menstruación, aunque menos visibles, aún persisten en distintos formatos.
En muchos países, la menstruación se aborda, si no de forma negativa, sí superficialmente, casi siempre como un tema secundario dentro de la educación sexual básica. La calidad de la educación menstrual en una sociedad influye directamente en el nivel de comprensión que tienen las personas sobre este proceso fisiológico. En regiones sumamente desiguales, como América Latina, millones de personas carecen no solo de información adecuada, sino también de productos de higiene menstrual, instalaciones sanitarias dignas y acceso a servicios de salud. En ese contexto, no resulta extraño que la menstruación sea percibida con incomodidad, vergüenza o rechazo.
Este sesgo interpela con la forma en que hacemos ciencia. La investigación[7] no está exenta de los factores sociales que atraviesan a toda disciplina, especialmente cuando se privilegia una mirada masculina sobre la salud (y sus enfermedades), tanto en humanos como en modelos animales[8]. En Estados Unidos, por ejemplo, menos del 15% del presupuesto destinado a investigación médica se dirige a la salud femenina, de acuerdo con cifras de 2022[9].
Incluso para enfermedades que afectan a ambos sexos, las mujeres siguen subrepresentadas[10] en los ensayos clínicos. Y al momento del diagnóstico, preocupa saber que existen más de 700 padecimientos cuya detección inicial suele ser más tardía en mujeres que en hombres.[11]. Esto tiene consecuencias directas: conocemos menos sobre cómo ciertas enfermedades o tratamientos impactan en cuerpos femeninos. Y para cambiar eso, también necesitamos reconfigurar, en parte, cómo pensamos la menstruación. Dejar de verla solo como un desecho, algo que esconder, y entenderla, más bien, como una fuente invaluable de información. Cada mes, el cuerpo genera un tejido —el endometrio— que se forma, se nutre, y si no hay embarazo, se desprende. Ese proceso, que se repite una y otra vez, es una muestra del equilibrio y los alcances del cuerpo. Y también, como ya he explicado, podría tener usos en medicina regenerativa[12]. Pero para ello, primero hay que decidir entenderla.
También se puede enfocar el asunto de forma mercadológica: se estima que el mercado de células madre alcanzará los 48 mil millones de dólares para 2034, una gran inversión comercial, lo que refuerza el interés en nuevas fuentes de obtención menos costosas y éticamente controvertidas.
En ese sentido, y desde el ámbito social, la labor de diversas colectivas e iniciativas que buscan acompañar a las personas menstruantes para que vivan esta etapa de forma digna y sin estigmas resulta fundamental. Este paso es imprescindible si aspiramos a una ciencia que no solo innove en los laboratorios, sino que también abra espacio a ideas frescas, inclusivas y con impacto real.
No deberíamos subestimar ninguna fuente de conocimiento, por poco usual que sea su origen. Para dimensionarlo, la doctora Catalina Trejo me confía que colabora en ensayos del test FIT (en inglés, Fecal Immunochemical Test), una prueba que detecta sangre oculta en heces como posible signo temprano de cáncer colorrectal u otras enfermedades. Si la ciencia ha aprendido a mirar con atención una muestra como esa, ¿por qué no hacer lo mismo con las células madre que encontramos en sangre menstrual? Esta secreción, completamente fisiológica y regular, puede ser una gran aliada para alcanzar la salud uterina, hormonal e incluso inmunológica.
“La ciencia tiene que ser abierta, totalmente. El avance científico implica romper paradigmas. Y si no estás de acuerdo, contrastas, pero tienes que demostrarlo”, concluye la doctora Trejo.
Comprender mejor este proceso no solo enriquecerá la investigación, sino que también ayudará a resignificar la menstruación, transformándola de un motivo de rechazo social en una oportunidad para la salud y la innovación.
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[1] Meng, X., Ichim, T.E., Zhong, J. et al. Endometrial regenerative cells: A novel stem cell population. J Transl Med 5, 57 (2007). Disponible en: https://doi.org/10.1186/1479-5876-5-57
[2] Barbieri M. The Organic Codes: An Introduction to Semantic Biology. Cambridge University Press; 2002. Disponible en: https://doi.org/10.1017/CBO9780511614019 o en: https://assets.cambridge.org/052182/4141/sample/0521824141WS.pdf
[3] Virchow, R. Cellular-Pathologie. Archiv f. pathol. Anat. 8,3–39 (1855). https://doi.org/10.1007/BF01935312
[4] Sayeh Khanjani, Manijeh Khanmohammadi, Amir-Hassan Zarnani, Mohammad-Mehdi Akhondi, Ahani, A., Zahra Ghaempanah, Naderi, M. M., Saman Eghtesad, & Somaieh Kazemnejad. (2014). Comparative Evaluation of Differentiation Potential of Menstrual Blood —Versus Bone Marrow— Derived Stem Cells into Hepatocyte-Like Cells. PLoS ONE, 9(2),e86075–e8607. Disponible en: https://doi.org/10.1371/journal.pone.0086075
[5] Chu, X., Tian, W., Ning, J. et al. “Cancer stem cells: advances in knowledge and implications for cancer therapy”. Sig Transduct Target Ther 9, 170 (2024). https://doi.org/10.1038/s41392-024-01851-y
[6] Lo, B., & Parham, L. (2009). “Ethical issues in stem cell research”. Endocrine reviews, 30(3), 204–213. Disponible en: https://doi.org/10.1210/er.2008-0031
[7] Yoon, D. Y., Mansukhani, N. A., Stubbs, V. C., Helenowski, I. B., Woodruff, T. K., & Kibbe, M. R. (2014). Sex bias exists in basicscience and translational surgical research. Surgery, 156(3), 508–516. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.surg.2014.07.001
[8] Karp, N. A., & Reavey, N. (2018). Sex bias in preclinical research and an exploration of how to change the status quo. British Journal of Pharmacology, 176(21), 4107–4118. Disponible en: https://doi.org/10.1111/bph.14539
[9] Temkin, S. M., Noursi, S., Regensteiner, J. G., Stratton,P., & Clayton, J. A. (2022). “Perspectives From Advancing National Institutes of Health Research to Inform and Improve the Health of Women: A Conference Summary”. Obstetrics and gynecology, 140(1), 10–19. Disponible en: https://doi.org/10.1097/AOG.0000000000004821
[10] Bierer, B. E., Meloney, L. G., Ahmed, H. R., & White,S. A. (2022). “Advancing the inclusion of underrepresented women in clinical research”. Cell Reports Medicine,3(4), 100553. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.xcrm.2022.100553
[11] Westergaard, D., Moseley, P., Sørup, F.K.H. et al. Population-wide analysis of differences in disease progression patterns in men and women. Nat Commun 10, 666 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1038/s41467-019-08475-9
[12] Chen, L., Qu, J. & Xiang,C. “The multi-functional roles of menstrual blood-derived stem cells in regenerative medicine”. Stem Cell Res Ther 10, 1 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1186/s13287-018-1105-9

Las células madre, esa gran promesa de la medicina, están presentes en el “recurso” más natural e inagotable y accesible: la menstruación. Para aprovecharla es necesario sortear retos científicos de envergadura, y lograr un cambio cultural profundo.
Nota: antes de adentrarnos en la investigación, conviene aclarar la terminología. “Masculino”y “femenino” son categorías de sexo, definidas por un conjunto de atributos biológicos asociados a características físicas y fisiológicas. En cambio,“hombres”, “mujeres” y “personas no binarias” pertenecen al terreno del género: una construcción social que involucra comportamientos, relaciones de poder, roles e identidades. Este artículo se centra en la investigación diferenciada por sexo, aunque aún persiste una gran laguna en torno a los grupos con diversidad de género, como las personas trans.
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El chorro de sangre es poesía,
no hay forma de detenerlo.
“Kindness”, Ariel, 1963
―Sylvia Plath
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Vamos a imaginar que en ciertas partes de nuestros cuerpos reside un potencial generador (a escala) de sociedades. Comunidades, vecindades, edificios, ciudades enteras en miniatura que después darán corporeidad a móviles y complejos seres: células musculares, neuronas… Como en cualquier ciudad, no basta con levantar estructuras una sola vez. A lo largo del tiempo, hay que reparar lo que se rompe, restaurar lo que se desgasta. Así que, cuando el cuerpo sufre un daño —ya sea por un golpe, una enfermedad o simplemente por el paso del tiempo—, dicho potencial se activa para ayudar a reparar.
Tal capacidad se expresa en dos palabras del argot biológico: células madre.
Las células madre son como los planos de la vida; blueprints tan peculiares que admiten la versatilidad. Hay dos tipos principales. Las células embrionarias provienen de embriones no utilizados en procesos reproductivos y tienen pluripotencia: pueden transformarse en más de un tipo de célula. Las adultas, por su parte, provienen de tejidos completamente desarrollados, como el cerebro, la piel y la médula ósea; no producen tanta diversidad, aunque se puede “potenciar” esa característica en un laboratorio.
Por todo lo anterior, las células madre son muy apreciadas, especialmente en la medicina regenerativa, la que, por ejemplo, repara tejidos envejecidos o dañados[1]. Se ha aumentado la eficacia de ciertos tratamientos para el cáncer, trastornos sanguíneos y padecimientos autoinmunes gracias a la actividad de estas células, al tiempo que se desarrollan investigaciones para explorar su uso en el tratamiento de enfermedades neurológicas, órganos dañados, lesiones graves, diabetes y trastornos metabólicos. En cualquier caso, las únicas células madre que se utilizan actualmente para tratar enfermedades son las células madre hematopoyéticas —las células madre adultas formadoras de células sanguíneas, que se encuentran en la médula ósea—. Todo tipo de célula sanguínea en la médula ósea comienza como una célula madre.
En algunos momentos, la ciencia de las células madre ha rozado la frontera de la ficción. En 1997, el nacimiento de Dolly, la oveja clonada, mostró al mundo lo que era posible hacer con células madre embrionarias. Por entonces, se planteó la posibilidad de fusionar estas células con células adultas de un paciente para crear tejidos u órganos genéticamente compatibles. La idea parecía sacada de un laboratorio futurista, pero se basaba en un principio muy antiguo. Ya en el siglo XIX, Rudolf Remak[2],Rudolf Virchow y Theodor Schwann establecieron —cada quien desde su momento y trinchera científica particular— que toda célula proviene de otra célula: omnis cellula a cellula[3]. Y hoy, en pleno 2025, esa idea sigue guiando muchos de nuestros avances.
El reto, sin embargo, está en cómo conseguir esa depositaria de los planos del edificio entero. No es como sacar una muestra de sangre. Obtener células madre puede implicar procedimientos invasivos, a veces dolorosos, como biopsias o inserciones profundas de agujas que atraviesan la piel, músculo y huesos. Y esa es una de las razones por las que todavía no podemos llegar a la consulta médica y salir, sosegadamente, con una receta que diga: una dosis de células madre para su órgano dañado, mañana, tarde y noche. Aún no.
Uno de los grandes desafíos de la biomedicina ha sido encontrar formas más accesibles y menos incómodas de obtener células madre. Y si además el “recurso” fuera renovable, estaríamos ante la puerta de un avance gigantesco. ¿Existe esa fuente? ¿Una natural, constante y casi inagotable? ¿Que el cuerpo ofreciera mes con mes, sin necesidad de bisturís ni pinchazos? Claro que existe, ya lo adivinan. Suele terminar en la basura; más de un investigador apostaría por ella. Hablo de la sangre menstrual.
Hace casi 20 años, la bióloga Caroline Gargett observaba tejido extraído durante una histerectomía, operación en la que se retira el útero. Al microscopio, vio células redondas y planas, otras alargadas, con un abultamiento en el centro: fusiformes. Esa forma sugería algo más que la capacidad de migrar por el cuerpo y extenderse. Encontró células madre.
Lo anterior cobra todo el sentido si pensamos en la función del endometrio. Este tejido, que mes con mes se prepara para recibir un posible embarazo, se desprende y se regenera de nuevo si este no ocurre. Lo hará unas 400 veces a lo largo de la vida reproductiva de una persona. Una renovación constante. Una reparación, si se quiere. Y, sin embargo, hasta entonces nadie había imaginado que en él pudieran existir células madre.
Ya pasaron dos décadas desde ese descubrimiento. Pero aún no vemos a la sangre menstrual —recabada, quizá, en una copa de silicona— como fuente estandarizada para el estudio de células madre. ¿Por qué, si es tan accesible y se renueva mensualmente, no se ha convertido en una herramienta clave para la ciencia regenerativa?
Al final de la página informativa con la trayectoria y proyectos de Gargett hay un mapa. En él, se señala lalocalización de los centros de investigación con los que colabora alrededor del mundo. Una esperaría que tan promisorio campo estuviera siendo explorado ampliamente, pero llaman la atención las grandes áreas en blanco en el mapa, desiertas —no hay centros en nuestro país y, en Latinoamérica, solo se enlistan tres universidades brasileñas—. Por supuesto, eso no significa que en esas latitudes no se estén investigando las células madre. Pero tal vez en esos rincones se tenga la respuesta de por qué esa sangre que llega cada mes —fruto de la no-concepción— no se ha aprovechado masivamente, y si hay un futuro para ellas en la ciencia.
Células madre mexicanas
En México hay muchas investigaciones en curso sobre células madre. Una de ellas ocurre en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), donde la doctora Karla Aidee Aguayo estudia las células madre mesenquimales. Estas células tienen algo parecido a una doble vida. Son adultas, sí, pero todavía conservan plasticidad: pueden transformarse en tejidos como hueso, cartílago o el adiposo. Son multipotentes. La doctora busca entender cómo funcionan y cómo se pueden modificar, con el fin de inducirles uno u otro linaje para mejorar tratamientos contra patologías como la diabetes, la obesidad o la hipertensión.


Hablo con la doctora Aguayo y saco el tema de la sangre menstrual. Le pregunto si podría convertirse en una fuente más accesible de células madre. Ella asiente con interés y comenta cómo en el laboratorio ya trabajan con otras fuentes como la sangre periférica o la pulpa dental, aunque enseguida matiza: no se trata solo de encontrar una fuente. Las células deben pasar por un filtro, por una cuidadosa evaluación:
—Lo que hacemos es estudiar las células en condiciones de laboratorio, in vitro, ver cómo se comportan, y a partir de eso, extrapolamos los resultados a modelos animales —me explica.
—¿Y qué limita el uso de células madre provenientes de la sangre menstrual? —insisto.
Su respuesta apunta a los métodos. Me cuenta que la principal limitante es la caracterización de las células, es decir, identificarlas con claridad. Para eso, utilizan una técnica llamada citometría de flujo. Es como pasar a las células por un lector de códigos de barras: permite saber de dónde vienen y hacia dónde podrían ir —su linaje—, según las marcas que tienen en su superficie. Las células se colorean con un tinte sensible a la luz, se colocan en líquido y luego se pasan una a una por un haz de luz. Las mediciones se basarán en la manera en que las células teñidas responden a esa luz.
El problema es que las células mesenquimales suelen “residir” en los tejidos. Desde ahí pueden transformarse en distintos tipos celulares según lo que el cuerpo necesite. Pero no acostumbran circular: no es común encontrarlas fluyendo en la sangre.
“Aunque la sangre periférica o la menstrual parecen buenas candidatas porque son fáciles de obtener, en realidad no contienen tantas células mesenquimales como uno esperaría”, me dice.
Pese a ello, se ha podido estudiar su diferenciación en células óseas, de cartílago, hígado, corazón y páncreas[4]. Esa aptitud se ha demostrado. Pero si algo define a la sangre menstrual es su diversidad.
La sangre menstrual es el resultado de un proceso fallido —voluntaria o involuntariamente— de fecundación. El cuerpo, que ya se había preparado para un posible embarazo, se deshace de ese revestimiento endometrial. Lo que se expulsa, entonces, es una mezcla de distintos tipos celulares. Tal diversidad, aunque interesante, puede entorpecer el trabajo si lo que se busca es aislar únicamente células mesenquimales.
“Sí se puede hacer una especie de purificación —aclara la doctora Aguayo—, pero el número de células que se obtendría no alcanza, por ejemplo, para hacer una buena caracterización concitometría”.
Cuando no hay suficientes células disponibles, entenderlas a fondo, estudiar su potencial terapéutico o siquiera proponerlas como tratamiento se vuelve complicado. Esa es, en buena parte, la traba.


La doctora reflexiona sobre los primeros años de investigación, cuando Caroline Gargett observaba estas células al microscopio con herramientas mucho más limitadas que las actuales. Además, el ciclo menstrual en sí mismo impone desafíos. A diferencia de una donación de sangre (en la que una persona va al banco, dona y listo), la menstruación no es tan predecible ni fácil de controlar desde una lógica científica.
“No es como que vas, te toman una muestra y ya —dice la doctora—. Con la menstruación es distinto”.
Aun así, su curiosidad permanece viva. Sabe que, si estas células se llegan a usar ampliamente, podríamos aprender mucho más de lo que imaginamos.
“Sería muy interesante —afirma—, porque quizá podríamos encontrar marcadores que sirvan como señales tempranas de alguna enfermedad, algo que nos dé pistas, por ejemplo, sobre un posible cáncer de endometrio”.
Antídoto y veneno celular
Algo que siempre me deja pensando es cómo las células madre pueden ser, al mismo tiempo, promesa y advertencia. Encarnan la posibilidad de reparar órganos dañados, pero también pueden estar implicadas en enfermedades como el cáncer. Aún no se sabe con certeza si estas células se desvían hacia la malignidad o si, tras haber adoptado una identidad definida (por ejemplo, convertirse en una célula del hígado), deciden revertir su destino y recuperar la capacidad de transformarse en otro tipo celular. A ese proceso se le llama desdiferenciación, y ocurre en sentido inverso al desarrollo normal.
Sea cual sea su origen[5], en el laboratorio se les conoce como células madre cancerosas.
Las células madre cancerosas se identificaron en los años noventa. Comparten cualidades con las células madre normales, como la capacidad de autorrenovarse y transformarse en distintos tipos celulares. Pero también pueden iniciar tumores, crecer sin control, invadir tejidos y resistir los tratamientos.
“Su presencia se asocia con los cánceres más agresivos”, me dice la doctora Catalina Trejo, investigadora en el Laboratorio de Medicina de Precisión del Instituto Nacional de Cancerología (INCan). Su trabajo se enfoca justamente en este otro lado, el menos amable, de las células madre. Y aun así, incluso en el terreno de lo maligno, son esenciales. Entenderlas puede ayudar a diseñar tratamientos que logren vencer esa resistencia.
La doctora Trejo, tras reiterar que dentro de su línea de investigación las células madre son non gratas, retoma el tema de las células obtenidas a través de la menstruación. Ve un futuro para ellas.
“Yo creo que es muy interesante —dice con una sonrisa discreta—. Se podrían congelar, aislar y quizás aplicar en terapias específicas. Tienen un valor que todavía no terminamos de dimensionar”.
La idea de llevar copas menstruales a los laboratorios es cada vez menos descabellada. No sólo podría facilitar la recolección; también ayudaría a sortear algunas de las barreras éticas[6] y prácticas que han acompañado la obtención de células madre por décadas.
El Consejo Nuffield de Bioética en Reino Unido ha advertido que la obtención de células madre humanas —especialmente las embrionarias— plantea dilemas sobre el inicio de la vida, la autonomía y la agencia. Con las células madre adultas, los dilemas éticos no desaparecen, pero cambian de forma.
La doctora Aguayo lo tiene claro. Recuerda cómo hace años (cuando hizo investigación en España), solo se permitía guardar el cordón y la placenta para usarlos en terapias orientadas al mismo bebé. Ni siquiera la madre puede usarlos, pues se consideraría tráfico de órganos.
“Aquí en México —me explica— todavía no hay una regulación como tal. Muchas veces, el cordón y la placenta se desechan sin más, aunque podrían tener un enorme valor terapéutico”.
La investigadora recuerda con humor la vez que pidió un cordón umbilical para investigación. Los médicos se quedaron sorprendidos.
“¿Pero para qué? Si eso ya no sirve”, le decían. Ella explicó su propósito a la madre, quien accedió con una sola condición:
“Mientras me dejen mi pedacito de ombligo de recuerdo, está bien”.
Una sociedad y academia reticentes a la menstruación
No es extraño para una persona atravesar la menstruación en medio de productos que insisten en vincular este proceso con la limpieza o la higiene. Sin embargo, hay culturas que lo han entendido de forma distinta. En Pakistán, el pueblo Kalash construyó las bashali, casas comunales para mujeres menstruantes, consideradas el lugar más sagrado de la aldea. Allí, las mujeres descansan y se organizan, lejos de un ideal de impureza. En la Roma de Plinio el Viejo incluso se atribuía a la menstruación la capacidad de ahuyentar granizo o hasta relámpagos. Pero esta mirada positiva no suele ser la norma, al menos no en el ¿moderno? mundo occidental.
Ainicios de la década de 1920, el pediatra Béla Schick difundió la idea, hoy desacreditada, de que las personas menstruantes liberaban una sustancia tóxica, a la que llamó menotoxina, capaz de marchitar flores o provocar síntomas como asma en niños. Y aunque hoy pueda parecer absurda, muchas de las creencias erróneas en torno a la menstruación, aunque menos visibles, aún persisten en distintos formatos.
En muchos países, la menstruación se aborda, si no de forma negativa, sí superficialmente, casi siempre como un tema secundario dentro de la educación sexual básica. La calidad de la educación menstrual en una sociedad influye directamente en el nivel de comprensión que tienen las personas sobre este proceso fisiológico. En regiones sumamente desiguales, como América Latina, millones de personas carecen no solo de información adecuada, sino también de productos de higiene menstrual, instalaciones sanitarias dignas y acceso a servicios de salud. En ese contexto, no resulta extraño que la menstruación sea percibida con incomodidad, vergüenza o rechazo.
Este sesgo interpela con la forma en que hacemos ciencia. La investigación[7] no está exenta de los factores sociales que atraviesan a toda disciplina, especialmente cuando se privilegia una mirada masculina sobre la salud (y sus enfermedades), tanto en humanos como en modelos animales[8]. En Estados Unidos, por ejemplo, menos del 15% del presupuesto destinado a investigación médica se dirige a la salud femenina, de acuerdo con cifras de 2022[9].
Incluso para enfermedades que afectan a ambos sexos, las mujeres siguen subrepresentadas[10] en los ensayos clínicos. Y al momento del diagnóstico, preocupa saber que existen más de 700 padecimientos cuya detección inicial suele ser más tardía en mujeres que en hombres.[11]. Esto tiene consecuencias directas: conocemos menos sobre cómo ciertas enfermedades o tratamientos impactan en cuerpos femeninos. Y para cambiar eso, también necesitamos reconfigurar, en parte, cómo pensamos la menstruación. Dejar de verla solo como un desecho, algo que esconder, y entenderla, más bien, como una fuente invaluable de información. Cada mes, el cuerpo genera un tejido —el endometrio— que se forma, se nutre, y si no hay embarazo, se desprende. Ese proceso, que se repite una y otra vez, es una muestra del equilibrio y los alcances del cuerpo. Y también, como ya he explicado, podría tener usos en medicina regenerativa[12]. Pero para ello, primero hay que decidir entenderla.
También se puede enfocar el asunto de forma mercadológica: se estima que el mercado de células madre alcanzará los 48 mil millones de dólares para 2034, una gran inversión comercial, lo que refuerza el interés en nuevas fuentes de obtención menos costosas y éticamente controvertidas.
En ese sentido, y desde el ámbito social, la labor de diversas colectivas e iniciativas que buscan acompañar a las personas menstruantes para que vivan esta etapa de forma digna y sin estigmas resulta fundamental. Este paso es imprescindible si aspiramos a una ciencia que no solo innove en los laboratorios, sino que también abra espacio a ideas frescas, inclusivas y con impacto real.
No deberíamos subestimar ninguna fuente de conocimiento, por poco usual que sea su origen. Para dimensionarlo, la doctora Catalina Trejo me confía que colabora en ensayos del test FIT (en inglés, Fecal Immunochemical Test), una prueba que detecta sangre oculta en heces como posible signo temprano de cáncer colorrectal u otras enfermedades. Si la ciencia ha aprendido a mirar con atención una muestra como esa, ¿por qué no hacer lo mismo con las células madre que encontramos en sangre menstrual? Esta secreción, completamente fisiológica y regular, puede ser una gran aliada para alcanzar la salud uterina, hormonal e incluso inmunológica.
“La ciencia tiene que ser abierta, totalmente. El avance científico implica romper paradigmas. Y si no estás de acuerdo, contrastas, pero tienes que demostrarlo”, concluye la doctora Trejo.
Comprender mejor este proceso no solo enriquecerá la investigación, sino que también ayudará a resignificar la menstruación, transformándola de un motivo de rechazo social en una oportunidad para la salud y la innovación.
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[1] Meng, X., Ichim, T.E., Zhong, J. et al. Endometrial regenerative cells: A novel stem cell population. J Transl Med 5, 57 (2007). Disponible en: https://doi.org/10.1186/1479-5876-5-57
[2] Barbieri M. The Organic Codes: An Introduction to Semantic Biology. Cambridge University Press; 2002. Disponible en: https://doi.org/10.1017/CBO9780511614019 o en: https://assets.cambridge.org/052182/4141/sample/0521824141WS.pdf
[3] Virchow, R. Cellular-Pathologie. Archiv f. pathol. Anat. 8,3–39 (1855). https://doi.org/10.1007/BF01935312
[4] Sayeh Khanjani, Manijeh Khanmohammadi, Amir-Hassan Zarnani, Mohammad-Mehdi Akhondi, Ahani, A., Zahra Ghaempanah, Naderi, M. M., Saman Eghtesad, & Somaieh Kazemnejad. (2014). Comparative Evaluation of Differentiation Potential of Menstrual Blood —Versus Bone Marrow— Derived Stem Cells into Hepatocyte-Like Cells. PLoS ONE, 9(2),e86075–e8607. Disponible en: https://doi.org/10.1371/journal.pone.0086075
[5] Chu, X., Tian, W., Ning, J. et al. “Cancer stem cells: advances in knowledge and implications for cancer therapy”. Sig Transduct Target Ther 9, 170 (2024). https://doi.org/10.1038/s41392-024-01851-y
[6] Lo, B., & Parham, L. (2009). “Ethical issues in stem cell research”. Endocrine reviews, 30(3), 204–213. Disponible en: https://doi.org/10.1210/er.2008-0031
[7] Yoon, D. Y., Mansukhani, N. A., Stubbs, V. C., Helenowski, I. B., Woodruff, T. K., & Kibbe, M. R. (2014). Sex bias exists in basicscience and translational surgical research. Surgery, 156(3), 508–516. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.surg.2014.07.001
[8] Karp, N. A., & Reavey, N. (2018). Sex bias in preclinical research and an exploration of how to change the status quo. British Journal of Pharmacology, 176(21), 4107–4118. Disponible en: https://doi.org/10.1111/bph.14539
[9] Temkin, S. M., Noursi, S., Regensteiner, J. G., Stratton,P., & Clayton, J. A. (2022). “Perspectives From Advancing National Institutes of Health Research to Inform and Improve the Health of Women: A Conference Summary”. Obstetrics and gynecology, 140(1), 10–19. Disponible en: https://doi.org/10.1097/AOG.0000000000004821
[10] Bierer, B. E., Meloney, L. G., Ahmed, H. R., & White,S. A. (2022). “Advancing the inclusion of underrepresented women in clinical research”. Cell Reports Medicine,3(4), 100553. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.xcrm.2022.100553
[11] Westergaard, D., Moseley, P., Sørup, F.K.H. et al. Population-wide analysis of differences in disease progression patterns in men and women. Nat Commun 10, 666 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1038/s41467-019-08475-9
[12] Chen, L., Qu, J. & Xiang,C. “The multi-functional roles of menstrual blood-derived stem cells in regenerative medicine”. Stem Cell Res Ther 10, 1 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1186/s13287-018-1105-9

El Laboratorio de Investigación en Genética de Enfermedades Metabólicas, en la Escuela Superior de Medicina, del Instituto Politécnico Nacional, donde investigan con células madre mesenquimales.
Las células madre, esa gran promesa de la medicina, están presentes en el “recurso” más natural e inagotable y accesible: la menstruación. Para aprovecharla es necesario sortear retos científicos de envergadura, y lograr un cambio cultural profundo.
Nota: antes de adentrarnos en la investigación, conviene aclarar la terminología. “Masculino”y “femenino” son categorías de sexo, definidas por un conjunto de atributos biológicos asociados a características físicas y fisiológicas. En cambio,“hombres”, “mujeres” y “personas no binarias” pertenecen al terreno del género: una construcción social que involucra comportamientos, relaciones de poder, roles e identidades. Este artículo se centra en la investigación diferenciada por sexo, aunque aún persiste una gran laguna en torno a los grupos con diversidad de género, como las personas trans.
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El chorro de sangre es poesía,
no hay forma de detenerlo.
“Kindness”, Ariel, 1963
―Sylvia Plath
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Vamos a imaginar que en ciertas partes de nuestros cuerpos reside un potencial generador (a escala) de sociedades. Comunidades, vecindades, edificios, ciudades enteras en miniatura que después darán corporeidad a móviles y complejos seres: células musculares, neuronas… Como en cualquier ciudad, no basta con levantar estructuras una sola vez. A lo largo del tiempo, hay que reparar lo que se rompe, restaurar lo que se desgasta. Así que, cuando el cuerpo sufre un daño —ya sea por un golpe, una enfermedad o simplemente por el paso del tiempo—, dicho potencial se activa para ayudar a reparar.
Tal capacidad se expresa en dos palabras del argot biológico: células madre.
Las células madre son como los planos de la vida; blueprints tan peculiares que admiten la versatilidad. Hay dos tipos principales. Las células embrionarias provienen de embriones no utilizados en procesos reproductivos y tienen pluripotencia: pueden transformarse en más de un tipo de célula. Las adultas, por su parte, provienen de tejidos completamente desarrollados, como el cerebro, la piel y la médula ósea; no producen tanta diversidad, aunque se puede “potenciar” esa característica en un laboratorio.
Por todo lo anterior, las células madre son muy apreciadas, especialmente en la medicina regenerativa, la que, por ejemplo, repara tejidos envejecidos o dañados[1]. Se ha aumentado la eficacia de ciertos tratamientos para el cáncer, trastornos sanguíneos y padecimientos autoinmunes gracias a la actividad de estas células, al tiempo que se desarrollan investigaciones para explorar su uso en el tratamiento de enfermedades neurológicas, órganos dañados, lesiones graves, diabetes y trastornos metabólicos. En cualquier caso, las únicas células madre que se utilizan actualmente para tratar enfermedades son las células madre hematopoyéticas —las células madre adultas formadoras de células sanguíneas, que se encuentran en la médula ósea—. Todo tipo de célula sanguínea en la médula ósea comienza como una célula madre.
En algunos momentos, la ciencia de las células madre ha rozado la frontera de la ficción. En 1997, el nacimiento de Dolly, la oveja clonada, mostró al mundo lo que era posible hacer con células madre embrionarias. Por entonces, se planteó la posibilidad de fusionar estas células con células adultas de un paciente para crear tejidos u órganos genéticamente compatibles. La idea parecía sacada de un laboratorio futurista, pero se basaba en un principio muy antiguo. Ya en el siglo XIX, Rudolf Remak[2],Rudolf Virchow y Theodor Schwann establecieron —cada quien desde su momento y trinchera científica particular— que toda célula proviene de otra célula: omnis cellula a cellula[3]. Y hoy, en pleno 2025, esa idea sigue guiando muchos de nuestros avances.
El reto, sin embargo, está en cómo conseguir esa depositaria de los planos del edificio entero. No es como sacar una muestra de sangre. Obtener células madre puede implicar procedimientos invasivos, a veces dolorosos, como biopsias o inserciones profundas de agujas que atraviesan la piel, músculo y huesos. Y esa es una de las razones por las que todavía no podemos llegar a la consulta médica y salir, sosegadamente, con una receta que diga: una dosis de células madre para su órgano dañado, mañana, tarde y noche. Aún no.
Uno de los grandes desafíos de la biomedicina ha sido encontrar formas más accesibles y menos incómodas de obtener células madre. Y si además el “recurso” fuera renovable, estaríamos ante la puerta de un avance gigantesco. ¿Existe esa fuente? ¿Una natural, constante y casi inagotable? ¿Que el cuerpo ofreciera mes con mes, sin necesidad de bisturís ni pinchazos? Claro que existe, ya lo adivinan. Suele terminar en la basura; más de un investigador apostaría por ella. Hablo de la sangre menstrual.
Hace casi 20 años, la bióloga Caroline Gargett observaba tejido extraído durante una histerectomía, operación en la que se retira el útero. Al microscopio, vio células redondas y planas, otras alargadas, con un abultamiento en el centro: fusiformes. Esa forma sugería algo más que la capacidad de migrar por el cuerpo y extenderse. Encontró células madre.
Lo anterior cobra todo el sentido si pensamos en la función del endometrio. Este tejido, que mes con mes se prepara para recibir un posible embarazo, se desprende y se regenera de nuevo si este no ocurre. Lo hará unas 400 veces a lo largo de la vida reproductiva de una persona. Una renovación constante. Una reparación, si se quiere. Y, sin embargo, hasta entonces nadie había imaginado que en él pudieran existir células madre.
Ya pasaron dos décadas desde ese descubrimiento. Pero aún no vemos a la sangre menstrual —recabada, quizá, en una copa de silicona— como fuente estandarizada para el estudio de células madre. ¿Por qué, si es tan accesible y se renueva mensualmente, no se ha convertido en una herramienta clave para la ciencia regenerativa?
Al final de la página informativa con la trayectoria y proyectos de Gargett hay un mapa. En él, se señala lalocalización de los centros de investigación con los que colabora alrededor del mundo. Una esperaría que tan promisorio campo estuviera siendo explorado ampliamente, pero llaman la atención las grandes áreas en blanco en el mapa, desiertas —no hay centros en nuestro país y, en Latinoamérica, solo se enlistan tres universidades brasileñas—. Por supuesto, eso no significa que en esas latitudes no se estén investigando las células madre. Pero tal vez en esos rincones se tenga la respuesta de por qué esa sangre que llega cada mes —fruto de la no-concepción— no se ha aprovechado masivamente, y si hay un futuro para ellas en la ciencia.
Células madre mexicanas
En México hay muchas investigaciones en curso sobre células madre. Una de ellas ocurre en el Instituto Politécnico Nacional (IPN), donde la doctora Karla Aidee Aguayo estudia las células madre mesenquimales. Estas células tienen algo parecido a una doble vida. Son adultas, sí, pero todavía conservan plasticidad: pueden transformarse en tejidos como hueso, cartílago o el adiposo. Son multipotentes. La doctora busca entender cómo funcionan y cómo se pueden modificar, con el fin de inducirles uno u otro linaje para mejorar tratamientos contra patologías como la diabetes, la obesidad o la hipertensión.


Hablo con la doctora Aguayo y saco el tema de la sangre menstrual. Le pregunto si podría convertirse en una fuente más accesible de células madre. Ella asiente con interés y comenta cómo en el laboratorio ya trabajan con otras fuentes como la sangre periférica o la pulpa dental, aunque enseguida matiza: no se trata solo de encontrar una fuente. Las células deben pasar por un filtro, por una cuidadosa evaluación:
—Lo que hacemos es estudiar las células en condiciones de laboratorio, in vitro, ver cómo se comportan, y a partir de eso, extrapolamos los resultados a modelos animales —me explica.
—¿Y qué limita el uso de células madre provenientes de la sangre menstrual? —insisto.
Su respuesta apunta a los métodos. Me cuenta que la principal limitante es la caracterización de las células, es decir, identificarlas con claridad. Para eso, utilizan una técnica llamada citometría de flujo. Es como pasar a las células por un lector de códigos de barras: permite saber de dónde vienen y hacia dónde podrían ir —su linaje—, según las marcas que tienen en su superficie. Las células se colorean con un tinte sensible a la luz, se colocan en líquido y luego se pasan una a una por un haz de luz. Las mediciones se basarán en la manera en que las células teñidas responden a esa luz.
El problema es que las células mesenquimales suelen “residir” en los tejidos. Desde ahí pueden transformarse en distintos tipos celulares según lo que el cuerpo necesite. Pero no acostumbran circular: no es común encontrarlas fluyendo en la sangre.
“Aunque la sangre periférica o la menstrual parecen buenas candidatas porque son fáciles de obtener, en realidad no contienen tantas células mesenquimales como uno esperaría”, me dice.
Pese a ello, se ha podido estudiar su diferenciación en células óseas, de cartílago, hígado, corazón y páncreas[4]. Esa aptitud se ha demostrado. Pero si algo define a la sangre menstrual es su diversidad.
La sangre menstrual es el resultado de un proceso fallido —voluntaria o involuntariamente— de fecundación. El cuerpo, que ya se había preparado para un posible embarazo, se deshace de ese revestimiento endometrial. Lo que se expulsa, entonces, es una mezcla de distintos tipos celulares. Tal diversidad, aunque interesante, puede entorpecer el trabajo si lo que se busca es aislar únicamente células mesenquimales.
“Sí se puede hacer una especie de purificación —aclara la doctora Aguayo—, pero el número de células que se obtendría no alcanza, por ejemplo, para hacer una buena caracterización concitometría”.
Cuando no hay suficientes células disponibles, entenderlas a fondo, estudiar su potencial terapéutico o siquiera proponerlas como tratamiento se vuelve complicado. Esa es, en buena parte, la traba.


La doctora reflexiona sobre los primeros años de investigación, cuando Caroline Gargett observaba estas células al microscopio con herramientas mucho más limitadas que las actuales. Además, el ciclo menstrual en sí mismo impone desafíos. A diferencia de una donación de sangre (en la que una persona va al banco, dona y listo), la menstruación no es tan predecible ni fácil de controlar desde una lógica científica.
“No es como que vas, te toman una muestra y ya —dice la doctora—. Con la menstruación es distinto”.
Aun así, su curiosidad permanece viva. Sabe que, si estas células se llegan a usar ampliamente, podríamos aprender mucho más de lo que imaginamos.
“Sería muy interesante —afirma—, porque quizá podríamos encontrar marcadores que sirvan como señales tempranas de alguna enfermedad, algo que nos dé pistas, por ejemplo, sobre un posible cáncer de endometrio”.
Antídoto y veneno celular
Algo que siempre me deja pensando es cómo las células madre pueden ser, al mismo tiempo, promesa y advertencia. Encarnan la posibilidad de reparar órganos dañados, pero también pueden estar implicadas en enfermedades como el cáncer. Aún no se sabe con certeza si estas células se desvían hacia la malignidad o si, tras haber adoptado una identidad definida (por ejemplo, convertirse en una célula del hígado), deciden revertir su destino y recuperar la capacidad de transformarse en otro tipo celular. A ese proceso se le llama desdiferenciación, y ocurre en sentido inverso al desarrollo normal.
Sea cual sea su origen[5], en el laboratorio se les conoce como células madre cancerosas.
Las células madre cancerosas se identificaron en los años noventa. Comparten cualidades con las células madre normales, como la capacidad de autorrenovarse y transformarse en distintos tipos celulares. Pero también pueden iniciar tumores, crecer sin control, invadir tejidos y resistir los tratamientos.
“Su presencia se asocia con los cánceres más agresivos”, me dice la doctora Catalina Trejo, investigadora en el Laboratorio de Medicina de Precisión del Instituto Nacional de Cancerología (INCan). Su trabajo se enfoca justamente en este otro lado, el menos amable, de las células madre. Y aun así, incluso en el terreno de lo maligno, son esenciales. Entenderlas puede ayudar a diseñar tratamientos que logren vencer esa resistencia.
La doctora Trejo, tras reiterar que dentro de su línea de investigación las células madre son non gratas, retoma el tema de las células obtenidas a través de la menstruación. Ve un futuro para ellas.
“Yo creo que es muy interesante —dice con una sonrisa discreta—. Se podrían congelar, aislar y quizás aplicar en terapias específicas. Tienen un valor que todavía no terminamos de dimensionar”.
La idea de llevar copas menstruales a los laboratorios es cada vez menos descabellada. No sólo podría facilitar la recolección; también ayudaría a sortear algunas de las barreras éticas[6] y prácticas que han acompañado la obtención de células madre por décadas.
El Consejo Nuffield de Bioética en Reino Unido ha advertido que la obtención de células madre humanas —especialmente las embrionarias— plantea dilemas sobre el inicio de la vida, la autonomía y la agencia. Con las células madre adultas, los dilemas éticos no desaparecen, pero cambian de forma.
La doctora Aguayo lo tiene claro. Recuerda cómo hace años (cuando hizo investigación en España), solo se permitía guardar el cordón y la placenta para usarlos en terapias orientadas al mismo bebé. Ni siquiera la madre puede usarlos, pues se consideraría tráfico de órganos.
“Aquí en México —me explica— todavía no hay una regulación como tal. Muchas veces, el cordón y la placenta se desechan sin más, aunque podrían tener un enorme valor terapéutico”.
La investigadora recuerda con humor la vez que pidió un cordón umbilical para investigación. Los médicos se quedaron sorprendidos.
“¿Pero para qué? Si eso ya no sirve”, le decían. Ella explicó su propósito a la madre, quien accedió con una sola condición:
“Mientras me dejen mi pedacito de ombligo de recuerdo, está bien”.
Una sociedad y academia reticentes a la menstruación
No es extraño para una persona atravesar la menstruación en medio de productos que insisten en vincular este proceso con la limpieza o la higiene. Sin embargo, hay culturas que lo han entendido de forma distinta. En Pakistán, el pueblo Kalash construyó las bashali, casas comunales para mujeres menstruantes, consideradas el lugar más sagrado de la aldea. Allí, las mujeres descansan y se organizan, lejos de un ideal de impureza. En la Roma de Plinio el Viejo incluso se atribuía a la menstruación la capacidad de ahuyentar granizo o hasta relámpagos. Pero esta mirada positiva no suele ser la norma, al menos no en el ¿moderno? mundo occidental.
Ainicios de la década de 1920, el pediatra Béla Schick difundió la idea, hoy desacreditada, de que las personas menstruantes liberaban una sustancia tóxica, a la que llamó menotoxina, capaz de marchitar flores o provocar síntomas como asma en niños. Y aunque hoy pueda parecer absurda, muchas de las creencias erróneas en torno a la menstruación, aunque menos visibles, aún persisten en distintos formatos.
En muchos países, la menstruación se aborda, si no de forma negativa, sí superficialmente, casi siempre como un tema secundario dentro de la educación sexual básica. La calidad de la educación menstrual en una sociedad influye directamente en el nivel de comprensión que tienen las personas sobre este proceso fisiológico. En regiones sumamente desiguales, como América Latina, millones de personas carecen no solo de información adecuada, sino también de productos de higiene menstrual, instalaciones sanitarias dignas y acceso a servicios de salud. En ese contexto, no resulta extraño que la menstruación sea percibida con incomodidad, vergüenza o rechazo.
Este sesgo interpela con la forma en que hacemos ciencia. La investigación[7] no está exenta de los factores sociales que atraviesan a toda disciplina, especialmente cuando se privilegia una mirada masculina sobre la salud (y sus enfermedades), tanto en humanos como en modelos animales[8]. En Estados Unidos, por ejemplo, menos del 15% del presupuesto destinado a investigación médica se dirige a la salud femenina, de acuerdo con cifras de 2022[9].
Incluso para enfermedades que afectan a ambos sexos, las mujeres siguen subrepresentadas[10] en los ensayos clínicos. Y al momento del diagnóstico, preocupa saber que existen más de 700 padecimientos cuya detección inicial suele ser más tardía en mujeres que en hombres.[11]. Esto tiene consecuencias directas: conocemos menos sobre cómo ciertas enfermedades o tratamientos impactan en cuerpos femeninos. Y para cambiar eso, también necesitamos reconfigurar, en parte, cómo pensamos la menstruación. Dejar de verla solo como un desecho, algo que esconder, y entenderla, más bien, como una fuente invaluable de información. Cada mes, el cuerpo genera un tejido —el endometrio— que se forma, se nutre, y si no hay embarazo, se desprende. Ese proceso, que se repite una y otra vez, es una muestra del equilibrio y los alcances del cuerpo. Y también, como ya he explicado, podría tener usos en medicina regenerativa[12]. Pero para ello, primero hay que decidir entenderla.
También se puede enfocar el asunto de forma mercadológica: se estima que el mercado de células madre alcanzará los 48 mil millones de dólares para 2034, una gran inversión comercial, lo que refuerza el interés en nuevas fuentes de obtención menos costosas y éticamente controvertidas.
En ese sentido, y desde el ámbito social, la labor de diversas colectivas e iniciativas que buscan acompañar a las personas menstruantes para que vivan esta etapa de forma digna y sin estigmas resulta fundamental. Este paso es imprescindible si aspiramos a una ciencia que no solo innove en los laboratorios, sino que también abra espacio a ideas frescas, inclusivas y con impacto real.
No deberíamos subestimar ninguna fuente de conocimiento, por poco usual que sea su origen. Para dimensionarlo, la doctora Catalina Trejo me confía que colabora en ensayos del test FIT (en inglés, Fecal Immunochemical Test), una prueba que detecta sangre oculta en heces como posible signo temprano de cáncer colorrectal u otras enfermedades. Si la ciencia ha aprendido a mirar con atención una muestra como esa, ¿por qué no hacer lo mismo con las células madre que encontramos en sangre menstrual? Esta secreción, completamente fisiológica y regular, puede ser una gran aliada para alcanzar la salud uterina, hormonal e incluso inmunológica.
“La ciencia tiene que ser abierta, totalmente. El avance científico implica romper paradigmas. Y si no estás de acuerdo, contrastas, pero tienes que demostrarlo”, concluye la doctora Trejo.
Comprender mejor este proceso no solo enriquecerá la investigación, sino que también ayudará a resignificar la menstruación, transformándola de un motivo de rechazo social en una oportunidad para la salud y la innovación.
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[1] Meng, X., Ichim, T.E., Zhong, J. et al. Endometrial regenerative cells: A novel stem cell population. J Transl Med 5, 57 (2007). Disponible en: https://doi.org/10.1186/1479-5876-5-57
[2] Barbieri M. The Organic Codes: An Introduction to Semantic Biology. Cambridge University Press; 2002. Disponible en: https://doi.org/10.1017/CBO9780511614019 o en: https://assets.cambridge.org/052182/4141/sample/0521824141WS.pdf
[3] Virchow, R. Cellular-Pathologie. Archiv f. pathol. Anat. 8,3–39 (1855). https://doi.org/10.1007/BF01935312
[4] Sayeh Khanjani, Manijeh Khanmohammadi, Amir-Hassan Zarnani, Mohammad-Mehdi Akhondi, Ahani, A., Zahra Ghaempanah, Naderi, M. M., Saman Eghtesad, & Somaieh Kazemnejad. (2014). Comparative Evaluation of Differentiation Potential of Menstrual Blood —Versus Bone Marrow— Derived Stem Cells into Hepatocyte-Like Cells. PLoS ONE, 9(2),e86075–e8607. Disponible en: https://doi.org/10.1371/journal.pone.0086075
[5] Chu, X., Tian, W., Ning, J. et al. “Cancer stem cells: advances in knowledge and implications for cancer therapy”. Sig Transduct Target Ther 9, 170 (2024). https://doi.org/10.1038/s41392-024-01851-y
[6] Lo, B., & Parham, L. (2009). “Ethical issues in stem cell research”. Endocrine reviews, 30(3), 204–213. Disponible en: https://doi.org/10.1210/er.2008-0031
[7] Yoon, D. Y., Mansukhani, N. A., Stubbs, V. C., Helenowski, I. B., Woodruff, T. K., & Kibbe, M. R. (2014). Sex bias exists in basicscience and translational surgical research. Surgery, 156(3), 508–516. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.surg.2014.07.001
[8] Karp, N. A., & Reavey, N. (2018). Sex bias in preclinical research and an exploration of how to change the status quo. British Journal of Pharmacology, 176(21), 4107–4118. Disponible en: https://doi.org/10.1111/bph.14539
[9] Temkin, S. M., Noursi, S., Regensteiner, J. G., Stratton,P., & Clayton, J. A. (2022). “Perspectives From Advancing National Institutes of Health Research to Inform and Improve the Health of Women: A Conference Summary”. Obstetrics and gynecology, 140(1), 10–19. Disponible en: https://doi.org/10.1097/AOG.0000000000004821
[10] Bierer, B. E., Meloney, L. G., Ahmed, H. R., & White,S. A. (2022). “Advancing the inclusion of underrepresented women in clinical research”. Cell Reports Medicine,3(4), 100553. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.xcrm.2022.100553
[11] Westergaard, D., Moseley, P., Sørup, F.K.H. et al. Population-wide analysis of differences in disease progression patterns in men and women. Nat Commun 10, 666 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1038/s41467-019-08475-9
[12] Chen, L., Qu, J. & Xiang,C. “The multi-functional roles of menstrual blood-derived stem cells in regenerative medicine”. Stem Cell Res Ther 10, 1 (2019). Disponible en: https://doi.org/10.1186/s13287-018-1105-9
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