En búsqueda del tiburón ballena, el frágil gigante del mar

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Fotografía de
Realización de
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Traducción de

En colaboración con Mercedes-Benz, <i>Gatopardo</i> viajó a La Paz, Baja California Sur, para conocer al pez más grande de los océanos.

Es una mañana de marzo de 2025 y cerca de la bahía de La Paz, Baja California Sur, México, todo es azul. Con un fondo que desciende del celeste del cielo al turquesa del mar, una oscilación suave mece la embarcación donde navega Alberto García Baciero, director del proyecto Whale Shark México y compañero de viaje de Gatopardo en la búsqueda del pez más grande del mundo. “Puede alcanzar más de 18 metros de longitud. De hecho, la talla máxima reportada son 18.8 metros, con un peso de hasta 34 toneladas”, explica Alberto. Se refiere al Rhincodon typus, un gigante con el dorso adornado por líneas y puntos blancos sobre un fondo gris. Se trata de una especie circumtropical, pues a lo largo del año habita en los mares tropicales y cálidos templados del mundo, aquellas zonas donde la temperatura del agua varía de los 22 a los 24 °C.

Gatopardo llegó a La Paz gracias al apoyo de Mercedes-Benz, y se ha movido en la zona en su icónica Clase G. Es uno de los sitios privilegiados para el encuentro con el tiburón ballena: comienza a arribar a la bahía en el mes de octubre y migra a otros sitios, tan lejanos como las islas Galápagos, durante los meses de junio y julio. “Actualmente se encuentra catalogado en peligro […]. Esto es debido a un decremento de hasta el 50% del tamaño poblacional a nivel mundial en los últimos 75 años —afirma Alberto—, sobre todo por una pesca dirigida que sufrió a finales de los noventa”. Otro peligro: la creciente contaminación marina. Todo ello juega en contra de estos animales que, de por sí, son de lento crecimiento, ya que alcanzan la madurez sexual hasta cerca de sus 20 años y, aunque una hembra puede tener hasta 300 crías, su tasa de mortalidad inicial es alta, debido a la pesca y a que están expuestos a choques contra embarcaciones.

Una de las principales acciones que realiza el proyecto Whale Shark México, creado por la asociación civil Conexiones Terramar, es ayudar a las autoridades mexicanas en el monitoreo de los ejemplares que habitan en el golfo de California. “Evaluamos el estado de salud de la población del tiburón ballena mediante un análisis de lesiones muy minucioso [individuo por individuo]”, explica el director del proyecto.

Se puede y debe buscar un equilibrio entre cuidado de la fauna y el impulso a la economía local. De hecho, la actividad turística relacionada con este tiburón está regulada en México. “Para mí es muy importante dar a conocer lo que tenemos en nuestra ciudad. Aquí, tan cerquita, tenemos el tiburón ballena, a escasos 15 minutos, y para mí representa un honor darlo a conocer a toda la gente, tanto nacionales, [como] extranjeros”, dice Rogelio Camacho, prestador de servicios turísticos desde hace 25 años. Según él, la temporada de avistamiento transcurre de noviembre a abril, y la mayoría de los ejemplares que se observan son los juveniles: “El tiburón ballena llega a La Paz a alimentarse; la mayoría no alcanza la edad adulta”.

Para dar recorridos en su embarcación, Rogelio debe asistir todos los años a un taller de capacitación que emiten la Dirección General de Vida Silvestre y la Subsecretaría de Política Ambiental y Recursos Naturales de la Semarnat, en el que aprende las medidas pertinentes para salvaguardar la especie. “Es darle respeto al tiburón ballena, es darle certidumbre al turista y a nosotros como prestadores de servicios […] para que sea una actividad limpia”, explica. Entre las medidas que se deben acatar se encuentran no acercarse demasiado a los animales, respetar la capacidad de carga de las embarcaciones y permitir la entrada de solo 14 embarcaciones por turno. En total son 56 embarcaciones al día.

“No se puede hablar de Baja California Sur si no se habla de ballenas o viceversa […]. De unos años para acá ya es parte de nuestra identidad”, declara Francisco Javier Gómez, director ejecutivo del Museo de la Ballena y Ciencias del Mar de La Paz, institución que, desde 1995, se encarga de difundir el conocimiento de la fauna marina y de promover su estudio y conservación por medio de exposiciones museográficas. También emprende acciones directas de intervención y “en cuestiones de pesquerías y la remoción de redes fantasma [aquellas abandonadas por los pescadores], principalmente en el Alto Golfo de California”, detalla Francisco.

Una embarcación navega la bahía de La Paz; no hay nada ni nadie alrededor. En los lentes de Alberto García Baciero se refleja el turquesa del océano. Esta tranquilidad en la que ahora pueden vivir los tiburones ballena es un logro colectivo. “Para decretar esta zona como refugio hubo mucho trabajo con la autoridad, con otras organizaciones, con los mismos prestadores de servicios turísticos, que en su mayoría ya demandaban un cambio —recuerda—. Los tiburones ballena llevan casi 28 millones de años en la Tierra. Tienen mucho más derecho que nosotros a estar aquí”.

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Es una mañana de marzo de 2025 y cerca de la bahía de La Paz, Baja California Sur, México, todo es azul. Con un fondo que desciende del celeste del cielo al turquesa del mar, una oscilación suave mece la embarcación donde navega Alberto García Baciero, director del proyecto Whale Shark México y compañero de viaje de Gatopardo en la búsqueda del pez más grande del mundo. “Puede alcanzar más de 18 metros de longitud. De hecho, la talla máxima reportada son 18.8 metros, con un peso de hasta 34 toneladas”, explica Alberto. Se refiere al Rhincodon typus, un gigante con el dorso adornado por líneas y puntos blancos sobre un fondo gris. Se trata de una especie circumtropical, pues a lo largo del año habita en los mares tropicales y cálidos templados del mundo, aquellas zonas donde la temperatura del agua varía de los 22 a los 24 °C.

Gatopardo llegó a La Paz gracias al apoyo de Mercedes-Benz, y se ha movido en la zona en su icónica Clase G. Es uno de los sitios privilegiados para el encuentro con el tiburón ballena: comienza a arribar a la bahía en el mes de octubre y migra a otros sitios, tan lejanos como las islas Galápagos, durante los meses de junio y julio. “Actualmente se encuentra catalogado en peligro […]. Esto es debido a un decremento de hasta el 50% del tamaño poblacional a nivel mundial en los últimos 75 años —afirma Alberto—, sobre todo por una pesca dirigida que sufrió a finales de los noventa”. Otro peligro: la creciente contaminación marina. Todo ello juega en contra de estos animales que, de por sí, son de lento crecimiento, ya que alcanzan la madurez sexual hasta cerca de sus 20 años y, aunque una hembra puede tener hasta 300 crías, su tasa de mortalidad inicial es alta, debido a la pesca y a que están expuestos a choques contra embarcaciones.

Una de las principales acciones que realiza el proyecto Whale Shark México, creado por la asociación civil Conexiones Terramar, es ayudar a las autoridades mexicanas en el monitoreo de los ejemplares que habitan en el golfo de California. “Evaluamos el estado de salud de la población del tiburón ballena mediante un análisis de lesiones muy minucioso [individuo por individuo]”, explica el director del proyecto.

Se puede y debe buscar un equilibrio entre cuidado de la fauna y el impulso a la economía local. De hecho, la actividad turística relacionada con este tiburón está regulada en México. “Para mí es muy importante dar a conocer lo que tenemos en nuestra ciudad. Aquí, tan cerquita, tenemos el tiburón ballena, a escasos 15 minutos, y para mí representa un honor darlo a conocer a toda la gente, tanto nacionales, [como] extranjeros”, dice Rogelio Camacho, prestador de servicios turísticos desde hace 25 años. Según él, la temporada de avistamiento transcurre de noviembre a abril, y la mayoría de los ejemplares que se observan son los juveniles: “El tiburón ballena llega a La Paz a alimentarse; la mayoría no alcanza la edad adulta”.

Para dar recorridos en su embarcación, Rogelio debe asistir todos los años a un taller de capacitación que emiten la Dirección General de Vida Silvestre y la Subsecretaría de Política Ambiental y Recursos Naturales de la Semarnat, en el que aprende las medidas pertinentes para salvaguardar la especie. “Es darle respeto al tiburón ballena, es darle certidumbre al turista y a nosotros como prestadores de servicios […] para que sea una actividad limpia”, explica. Entre las medidas que se deben acatar se encuentran no acercarse demasiado a los animales, respetar la capacidad de carga de las embarcaciones y permitir la entrada de solo 14 embarcaciones por turno. En total son 56 embarcaciones al día.

“No se puede hablar de Baja California Sur si no se habla de ballenas o viceversa […]. De unos años para acá ya es parte de nuestra identidad”, declara Francisco Javier Gómez, director ejecutivo del Museo de la Ballena y Ciencias del Mar de La Paz, institución que, desde 1995, se encarga de difundir el conocimiento de la fauna marina y de promover su estudio y conservación por medio de exposiciones museográficas. También emprende acciones directas de intervención y “en cuestiones de pesquerías y la remoción de redes fantasma [aquellas abandonadas por los pescadores], principalmente en el Alto Golfo de California”, detalla Francisco.

Una embarcación navega la bahía de La Paz; no hay nada ni nadie alrededor. En los lentes de Alberto García Baciero se refleja el turquesa del océano. Esta tranquilidad en la que ahora pueden vivir los tiburones ballena es un logro colectivo. “Para decretar esta zona como refugio hubo mucho trabajo con la autoridad, con otras organizaciones, con los mismos prestadores de servicios turísticos, que en su mayoría ya demandaban un cambio —recuerda—. Los tiburones ballena llevan casi 28 millones de años en la Tierra. Tienen mucho más derecho que nosotros a estar aquí”.

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Gatopardo llegó a La Paz gracias al apoyo de Mercedes-Benz, y se ha movido en la zona en su icónica Clase G. Es uno de los sitios privilegiados para el encuentro con el tiburón ballena: comienza a arribar a la bahía en el mes de octubre y migra a otros sitios, tan lejanos como las islas Galápagos, durante los meses de junio y julio. “Actualmente se encuentra catalogado en peligro […]. Esto es debido a un decremento de hasta el 50% del tamaño poblacional a nivel mundial en los últimos 75 años —afirma Alberto—, sobre todo por una pesca dirigida que sufrió a finales de los noventa”. Otro peligro: la creciente contaminación marina. Todo ello juega en contra de estos animales que, de por sí, son de lento crecimiento, ya que alcanzan la madurez sexual hasta cerca de sus 20 años y, aunque una hembra puede tener hasta 300 crías, su tasa de mortalidad inicial es alta, debido a la pesca y a que están expuestos a choques contra embarcaciones.

Una de las principales acciones que realiza el proyecto Whale Shark México, creado por la asociación civil Conexiones Terramar, es ayudar a las autoridades mexicanas en el monitoreo de los ejemplares que habitan en el golfo de California. “Evaluamos el estado de salud de la población del tiburón ballena mediante un análisis de lesiones muy minucioso [individuo por individuo]”, explica el director del proyecto.

Se puede y debe buscar un equilibrio entre cuidado de la fauna y el impulso a la economía local. De hecho, la actividad turística relacionada con este tiburón está regulada en México. “Para mí es muy importante dar a conocer lo que tenemos en nuestra ciudad. Aquí, tan cerquita, tenemos el tiburón ballena, a escasos 15 minutos, y para mí representa un honor darlo a conocer a toda la gente, tanto nacionales, [como] extranjeros”, dice Rogelio Camacho, prestador de servicios turísticos desde hace 25 años. Según él, la temporada de avistamiento transcurre de noviembre a abril, y la mayoría de los ejemplares que se observan son los juveniles: “El tiburón ballena llega a La Paz a alimentarse; la mayoría no alcanza la edad adulta”.

Para dar recorridos en su embarcación, Rogelio debe asistir todos los años a un taller de capacitación que emiten la Dirección General de Vida Silvestre y la Subsecretaría de Política Ambiental y Recursos Naturales de la Semarnat, en el que aprende las medidas pertinentes para salvaguardar la especie. “Es darle respeto al tiburón ballena, es darle certidumbre al turista y a nosotros como prestadores de servicios […] para que sea una actividad limpia”, explica. Entre las medidas que se deben acatar se encuentran no acercarse demasiado a los animales, respetar la capacidad de carga de las embarcaciones y permitir la entrada de solo 14 embarcaciones por turno. En total son 56 embarcaciones al día.

“No se puede hablar de Baja California Sur si no se habla de ballenas o viceversa […]. De unos años para acá ya es parte de nuestra identidad”, declara Francisco Javier Gómez, director ejecutivo del Museo de la Ballena y Ciencias del Mar de La Paz, institución que, desde 1995, se encarga de difundir el conocimiento de la fauna marina y de promover su estudio y conservación por medio de exposiciones museográficas. También emprende acciones directas de intervención y “en cuestiones de pesquerías y la remoción de redes fantasma [aquellas abandonadas por los pescadores], principalmente en el Alto Golfo de California”, detalla Francisco.

Una embarcación navega la bahía de La Paz; no hay nada ni nadie alrededor. En los lentes de Alberto García Baciero se refleja el turquesa del océano. Esta tranquilidad en la que ahora pueden vivir los tiburones ballena es un logro colectivo. “Para decretar esta zona como refugio hubo mucho trabajo con la autoridad, con otras organizaciones, con los mismos prestadores de servicios turísticos, que en su mayoría ya demandaban un cambio —recuerda—. Los tiburones ballena llevan casi 28 millones de años en la Tierra. Tienen mucho más derecho que nosotros a estar aquí”.

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Gatopardo llegó a La Paz gracias al apoyo de Mercedes-Benz, y se ha movido en la zona en su icónica Clase G. Es uno de los sitios privilegiados para el encuentro con el tiburón ballena: comienza a arribar a la bahía en el mes de octubre y migra a otros sitios, tan lejanos como las islas Galápagos, durante los meses de junio y julio. “Actualmente se encuentra catalogado en peligro […]. Esto es debido a un decremento de hasta el 50% del tamaño poblacional a nivel mundial en los últimos 75 años —afirma Alberto—, sobre todo por una pesca dirigida que sufrió a finales de los noventa”. Otro peligro: la creciente contaminación marina. Todo ello juega en contra de estos animales que, de por sí, son de lento crecimiento, ya que alcanzan la madurez sexual hasta cerca de sus 20 años y, aunque una hembra puede tener hasta 300 crías, su tasa de mortalidad inicial es alta, debido a la pesca y a que están expuestos a choques contra embarcaciones.

Una de las principales acciones que realiza el proyecto Whale Shark México, creado por la asociación civil Conexiones Terramar, es ayudar a las autoridades mexicanas en el monitoreo de los ejemplares que habitan en el golfo de California. “Evaluamos el estado de salud de la población del tiburón ballena mediante un análisis de lesiones muy minucioso [individuo por individuo]”, explica el director del proyecto.

Se puede y debe buscar un equilibrio entre cuidado de la fauna y el impulso a la economía local. De hecho, la actividad turística relacionada con este tiburón está regulada en México. “Para mí es muy importante dar a conocer lo que tenemos en nuestra ciudad. Aquí, tan cerquita, tenemos el tiburón ballena, a escasos 15 minutos, y para mí representa un honor darlo a conocer a toda la gente, tanto nacionales, [como] extranjeros”, dice Rogelio Camacho, prestador de servicios turísticos desde hace 25 años. Según él, la temporada de avistamiento transcurre de noviembre a abril, y la mayoría de los ejemplares que se observan son los juveniles: “El tiburón ballena llega a La Paz a alimentarse; la mayoría no alcanza la edad adulta”.

Para dar recorridos en su embarcación, Rogelio debe asistir todos los años a un taller de capacitación que emiten la Dirección General de Vida Silvestre y la Subsecretaría de Política Ambiental y Recursos Naturales de la Semarnat, en el que aprende las medidas pertinentes para salvaguardar la especie. “Es darle respeto al tiburón ballena, es darle certidumbre al turista y a nosotros como prestadores de servicios […] para que sea una actividad limpia”, explica. Entre las medidas que se deben acatar se encuentran no acercarse demasiado a los animales, respetar la capacidad de carga de las embarcaciones y permitir la entrada de solo 14 embarcaciones por turno. En total son 56 embarcaciones al día.

“No se puede hablar de Baja California Sur si no se habla de ballenas o viceversa […]. De unos años para acá ya es parte de nuestra identidad”, declara Francisco Javier Gómez, director ejecutivo del Museo de la Ballena y Ciencias del Mar de La Paz, institución que, desde 1995, se encarga de difundir el conocimiento de la fauna marina y de promover su estudio y conservación por medio de exposiciones museográficas. También emprende acciones directas de intervención y “en cuestiones de pesquerías y la remoción de redes fantasma [aquellas abandonadas por los pescadores], principalmente en el Alto Golfo de California”, detalla Francisco.

Una embarcación navega la bahía de La Paz; no hay nada ni nadie alrededor. En los lentes de Alberto García Baciero se refleja el turquesa del océano. Esta tranquilidad en la que ahora pueden vivir los tiburones ballena es un logro colectivo. “Para decretar esta zona como refugio hubo mucho trabajo con la autoridad, con otras organizaciones, con los mismos prestadores de servicios turísticos, que en su mayoría ya demandaban un cambio —recuerda—. Los tiburones ballena llevan casi 28 millones de años en la Tierra. Tienen mucho más derecho que nosotros a estar aquí”.

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Es una mañana de marzo de 2025 y cerca de la bahía de La Paz, Baja California Sur, México, todo es azul. Con un fondo que desciende del celeste del cielo al turquesa del mar, una oscilación suave mece la embarcación donde navega Alberto García Baciero, director del proyecto Whale Shark México y compañero de viaje de Gatopardo en la búsqueda del pez más grande del mundo. “Puede alcanzar más de 18 metros de longitud. De hecho, la talla máxima reportada son 18.8 metros, con un peso de hasta 34 toneladas”, explica Alberto. Se refiere al Rhincodon typus, un gigante con el dorso adornado por líneas y puntos blancos sobre un fondo gris. Se trata de una especie circumtropical, pues a lo largo del año habita en los mares tropicales y cálidos templados del mundo, aquellas zonas donde la temperatura del agua varía de los 22 a los 24 °C.

Gatopardo llegó a La Paz gracias al apoyo de Mercedes-Benz, y se ha movido en la zona en su icónica Clase G. Es uno de los sitios privilegiados para el encuentro con el tiburón ballena: comienza a arribar a la bahía en el mes de octubre y migra a otros sitios, tan lejanos como las islas Galápagos, durante los meses de junio y julio. “Actualmente se encuentra catalogado en peligro […]. Esto es debido a un decremento de hasta el 50% del tamaño poblacional a nivel mundial en los últimos 75 años —afirma Alberto—, sobre todo por una pesca dirigida que sufrió a finales de los noventa”. Otro peligro: la creciente contaminación marina. Todo ello juega en contra de estos animales que, de por sí, son de lento crecimiento, ya que alcanzan la madurez sexual hasta cerca de sus 20 años y, aunque una hembra puede tener hasta 300 crías, su tasa de mortalidad inicial es alta, debido a la pesca y a que están expuestos a choques contra embarcaciones.

Una de las principales acciones que realiza el proyecto Whale Shark México, creado por la asociación civil Conexiones Terramar, es ayudar a las autoridades mexicanas en el monitoreo de los ejemplares que habitan en el golfo de California. “Evaluamos el estado de salud de la población del tiburón ballena mediante un análisis de lesiones muy minucioso [individuo por individuo]”, explica el director del proyecto.

Se puede y debe buscar un equilibrio entre cuidado de la fauna y el impulso a la economía local. De hecho, la actividad turística relacionada con este tiburón está regulada en México. “Para mí es muy importante dar a conocer lo que tenemos en nuestra ciudad. Aquí, tan cerquita, tenemos el tiburón ballena, a escasos 15 minutos, y para mí representa un honor darlo a conocer a toda la gente, tanto nacionales, [como] extranjeros”, dice Rogelio Camacho, prestador de servicios turísticos desde hace 25 años. Según él, la temporada de avistamiento transcurre de noviembre a abril, y la mayoría de los ejemplares que se observan son los juveniles: “El tiburón ballena llega a La Paz a alimentarse; la mayoría no alcanza la edad adulta”.

Para dar recorridos en su embarcación, Rogelio debe asistir todos los años a un taller de capacitación que emiten la Dirección General de Vida Silvestre y la Subsecretaría de Política Ambiental y Recursos Naturales de la Semarnat, en el que aprende las medidas pertinentes para salvaguardar la especie. “Es darle respeto al tiburón ballena, es darle certidumbre al turista y a nosotros como prestadores de servicios […] para que sea una actividad limpia”, explica. Entre las medidas que se deben acatar se encuentran no acercarse demasiado a los animales, respetar la capacidad de carga de las embarcaciones y permitir la entrada de solo 14 embarcaciones por turno. En total son 56 embarcaciones al día.

“No se puede hablar de Baja California Sur si no se habla de ballenas o viceversa […]. De unos años para acá ya es parte de nuestra identidad”, declara Francisco Javier Gómez, director ejecutivo del Museo de la Ballena y Ciencias del Mar de La Paz, institución que, desde 1995, se encarga de difundir el conocimiento de la fauna marina y de promover su estudio y conservación por medio de exposiciones museográficas. También emprende acciones directas de intervención y “en cuestiones de pesquerías y la remoción de redes fantasma [aquellas abandonadas por los pescadores], principalmente en el Alto Golfo de California”, detalla Francisco.

Una embarcación navega la bahía de La Paz; no hay nada ni nadie alrededor. En los lentes de Alberto García Baciero se refleja el turquesa del océano. Esta tranquilidad en la que ahora pueden vivir los tiburones ballena es un logro colectivo. “Para decretar esta zona como refugio hubo mucho trabajo con la autoridad, con otras organizaciones, con los mismos prestadores de servicios turísticos, que en su mayoría ya demandaban un cambio —recuerda—. Los tiburones ballena llevan casi 28 millones de años en la Tierra. Tienen mucho más derecho que nosotros a estar aquí”.

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Una de las principales acciones que realiza el proyecto Whale Shark México, creado por la asociación civil Conexiones Terramar, es ayudar a las autoridades mexicanas en el monitoreo de los ejemplares que habitan en el golfo de California. “Evaluamos el estado de salud de la población del tiburón ballena mediante un análisis de lesiones muy minucioso [individuo por individuo]”, explica el director del proyecto.

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Para dar recorridos en su embarcación, Rogelio debe asistir todos los años a un taller de capacitación que emiten la Dirección General de Vida Silvestre y la Subsecretaría de Política Ambiental y Recursos Naturales de la Semarnat, en el que aprende las medidas pertinentes para salvaguardar la especie. “Es darle respeto al tiburón ballena, es darle certidumbre al turista y a nosotros como prestadores de servicios […] para que sea una actividad limpia”, explica. Entre las medidas que se deben acatar se encuentran no acercarse demasiado a los animales, respetar la capacidad de carga de las embarcaciones y permitir la entrada de solo 14 embarcaciones por turno. En total son 56 embarcaciones al día.

“No se puede hablar de Baja California Sur si no se habla de ballenas o viceversa […]. De unos años para acá ya es parte de nuestra identidad”, declara Francisco Javier Gómez, director ejecutivo del Museo de la Ballena y Ciencias del Mar de La Paz, institución que, desde 1995, se encarga de difundir el conocimiento de la fauna marina y de promover su estudio y conservación por medio de exposiciones museográficas. También emprende acciones directas de intervención y “en cuestiones de pesquerías y la remoción de redes fantasma [aquellas abandonadas por los pescadores], principalmente en el Alto Golfo de California”, detalla Francisco.

Una embarcación navega la bahía de La Paz; no hay nada ni nadie alrededor. En los lentes de Alberto García Baciero se refleja el turquesa del océano. Esta tranquilidad en la que ahora pueden vivir los tiburones ballena es un logro colectivo. “Para decretar esta zona como refugio hubo mucho trabajo con la autoridad, con otras organizaciones, con los mismos prestadores de servicios turísticos, que en su mayoría ya demandaban un cambio —recuerda—. Los tiburones ballena llevan casi 28 millones de años en la Tierra. Tienen mucho más derecho que nosotros a estar aquí”.

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