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<i>Cordyceps</i>, ¿hongo sanador o pesadilla de ficción?

<i>Cordyceps</i>, ¿hongo sanador o pesadilla de ficción?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Si los hongos han vivido en el planeta cerca de 2.4 millones de años y nosotros solo 300 000 años, podrían presenciar nuestra extinción, así como pasó con otras especies.
22
.
05
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

El <i>Cordyceps</i> se popularizó con el videojuego, y luego con la adaptación a una serie, <i>The Last of Us</i>, pero, más allá de la ficción, este hongo también tiene propiedades medicinales, una vía de sanación contra algunas enfermedades.

Ahí donde la vida surgió y acabó siempre estuvieron los hongos. Son más antiguos que los dinosaurios y sobrevivieron a la extinción. Presenciaron nuestro génesis y, según The Last of Us, también nos podrían (matar o) ver morir. Pero tenemos un hecho: los humanos no podemos vivir sin los hongos en la Tierra.

“Hay más de 1.5 millones especies de hongos. Seis veces más que las plantas. De todas estas, cerca de 20 000 producen setas y tienen una diversidad increíble de formas, tamaños, colores y estilos de vida”, es una de las descripciones de esta especie vegetal que presenta Eugenia Bone, periodista especializada en gastronomía y micóloga aficionada, en el documental Fantastic Fungi (Louie Schwartzberg, 2019). “Son los tractos digestivos del bosque”.

Sin embargo, la cifra podría ser mayor. De acuerdo con el Kew Royal Botanic Gardens, habitan entre dos o tres millones de especies de hongos en el mundo; hasta el 2023, alrededor de 155 000 habían sido nombradas, pero el 90% del total no están descritas.

En donde los hongos crecen se establecen conexiones directas con plantas y árboles. Intercambian nutrientes. Hay una relación simbiótica, pues les permiten a estos extender y engrosar aún más sus raíces; es decir, los ayudan a tener una mejor absorción de agua y minerales. A cambio, las plantas los retribuyen con fotosintatos o compuestos generados durante la fotosíntesis y, de este último proceso, también toman el dióxido de carbono (CO2) para almacenarlo en reservas o utilizarlo durante su crecimiento. Son la clave de la vida en la Tierra, pues descomponen todo para reintegrarlo al planeta. Van de lo profano a lo sagrado.  

Algunos otros ensayistas e investigadores, como Naief Yehya, también explican parte de la labor de los hongos en ambientes hostiles. “Llegan a los lugares más dañados, más maltratados, como Chernobyl, y crecen. Hay hongos creciendo en los lugares más contaminados del mundo: pueden procesar manchas de petróleo, pueden desintegrar colillas de cigarro. Nada los puede destruir. Tienen la capacidad de darnos planeta”. 

Si los hongos han vivido en el planeta cerca de 2.4 millones de años y nosotros solo 300 000 años, podrían presenciar nuestra extinción, así como pasó con otras especies. Contrario a la visión apocalíptica de la ficción, desde el reino fungi surge el Cordyceps, así como otros hongos, que pueden ser usados para sanar.

Desmitificar The Last of Us

Una distopía como la planteada en el videojuego The Last of Us (Neil Druckmann y Craig Mazin, 2023) es un horizonte lejano. La trama plantea al Cordyceps como el agente de infección del cuerpo y cerebro de los humanos —así como sucede en arañas y hormigas— para hacerlos obedecer un solo objetivo: expandirse e infestar todo a su paso. Sin embargo, la primera barrera natural para que la premisa de esta ficción no ocurra es nuestra temperatura corporal, pues ronda los 37.5 grados centígrados, cuando los hongos requieren para que se propague una infección entre 25 y 30 grados centígrados. 

La idea de Druckmann y Straley —creadores del videojuego que luego se adaptó a una serie de televisión— no está errada. Un hongo como el Cordyceps podría mutar para que sufriéramos esta distopía, pero tendríamos que esperar millones de años de cambios genéticos y procesos adaptativos, unos muy finos y específicos en la evolución de alguna especie, de acuerdo con el biólogo y micólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Marco Antonio Hernández Muñoz.

“Todo sigue girando alrededor de la evolución porque son procesos adaptativos. Si regresamos a la idea de qué tan malos pueden ser los hongos, además de que son patógenos, pueden envenenarnos”, explica el especialista en entrevista para Gatopardo. “Como dice la broma: todos los hongos son comestibles, al menos una vez”.

Por ahora no pueden vivir a nuestra temperatura, aunque para Naief Yehya el calentamiento global puede ser la llave que cambie las cosas, pues se han vuelto más aptos y eventualmente no habrá fronteras térmicas que los frenen.

“Están aprendiendo a moverse entre organismos, manipulando cosas. Esta amenaza es cada vez más real”, explica.

De acuerdo con Yehya, autor de El Planeta de los hongos (Anagrama, 2024), el Cordyceps, originario del Amazonas, es un manipulador de hormigas que lleva cerca de 45 millones de años en la tierra. Al inicio se creía que invadía el cerebro con células fúngicas para apoderarse del sistema nervioso. Luego, esto cambió y ahora se cree que toma control del cuerpo mediante sustancias químicas, pero sin invadir la corteza cerebral.

Hasta el momento no hay amenazas zombies. Solo existe en la ficción, pero algunas especies sí son letales, como la Amanita (u hongo de la muerte), que puede llegar a ser de las más tóxicas en el mundo, y el Claviceps —pariente del Cordyceps y llamado cornezuelo del centeno— que crece en los granos de este cereal y de otras gramíneas. Para combatirlo se hacen rotaciones de cultivos (que no incluyan cereales que puedan ser infectados), labranzas profundas y se suelen usar fungicidas, además de limpiar los granos tras la cosecha. Ambos hongos causan envenenamientos mortales; en el caso del segundo, durante la época medieval incluso se llegó a utilizar en altas dosis por parteras y herbolarios para inducir abortos.

Te recomendamos leer esta entrevista a Naief Yehya: Su majestad, el hongo.

Otra amenaza de los hongos suma en su ecuación a los murciélagos, al igual que la pandemia de covid-19 que inició en 2020. Las heces de estos mamíferos pueden afectar la salud humana porque contienen hongos potencialmente peligrosos.

“En las cuevas, el guano o excremento de los murciélagos puede albergar algunos hongos que causan histoplasmosis. Para personas muy sensibles, con defensas muy bajas, los puede atacar a nivel pulmonar. Esto llega a tal grado que los hongos salen del cuerpo de la persona porque se comen los tejidos y, de pronto, incluso se podría meter el dedo por la espalda del huésped hasta tocarle el pulmón”, explica Hernández Muñoz.

Esto podría llegar a ocurrir en espacios como las grutas de Cacahuamilpa en México o donde los murciélagos se albergan durante el día y la noche. Esta enfermedad está presente, de norte a sur, en distintos lugares del continente americano y el sudeste asiático, y en países como Australia o al sur del desierto del Sahara. De acuerdo con el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), de las personas que llegan a contraer esta enfermedad, solo entre el 5% y 7% tienen riesgo mortal. En países como Estados Unidos, la incidencia es muy baja, pues ocurren entre uno o dos casos al año por cada 100 000 personas.    

Los hongos siempre han estado presentes en la historia del ser humano. Desde África hasta el norte de América e incluso entre las culturas mesoamericanas, siempre se han usado hongos o hierbas medicinales. Si los medicamentos sintetizados tomaron forma entre el siglo XIX y el XX, ¿cómo nos curábamos antes? La respuesta está en códices y jeroglíficos, o en los documentos que fueron quemados. La ficción augura la pesadilla, pero la historia nos ha enseñado de la sanación. Volver a la naturaleza. 

Eppur si muovono.

Sanar con los hongos, sanar con Cordyceps

Naief Yeyha también escribe en El planeta de los hongos sobre lo que puede provocar el consumo de ciertas especies como una forma de terapia o apertura a nuevas conexiones neuronales. Esto ha provocado la clasificación de sustancias psicoactivas como psicolépticas porque, tras su uso, causan disminución de la tensión mental, relajamiento y somnolencia. Los hongos para (re)conectar y sanar.

Apunta el escritor: “Lo que se sabe en el caso de la psilocibina es que una vez que entra al organismo esta sufre desfosforilación, con lo que se transforma en psilocina, que tiene propiedades alucinógenas más fuertes y puede imitar el estímulo a ciertos receptores por el neurotransmisor serotonina y activar la neurogénesis, es decir, la formación de nuevas neuronas, así como generar nuevas conexiones”.

El considerar las propiedades de cada especie nos lleva a un recorrido minucioso de lo que ha significado el uso de los hongos como vía de sanación para distintas culturas: de los mayas, por su curiosidad micofílica, hasta los asiáticos, pues en China, para la medicina ancestral, había certeza respecto a que el uso del Cordyceps fomentaba un equilibrio entre el cuerpo y el alma, como lo describe el artículo publicado por la revista científica multidisciplinaria Plus One.

La valoración científica del Cordyceps y sus variantes significa recordar una investigación de tres lustros atrás, en la cual un equipo de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido, hablaba sobre el hongo que cura el cáncer. El año pasado la misma institución detalló que, en sus investigaciones, la cordicepina producida en el Cordyceps militaris ralentiza el crecimiento de células cancerígenas. A estos papers se agrega información de la Biblioteca Nacional de Medicina (NIH, por sus siglas en inglés), que señala que el principio es el mismo descubierto en China hace más de 300 años, pues considera que esta especie no solo funciona como inhibidor de  las células atacadas por el cáncer, sino que también es un antiadherente para evitar el desarrollo de la enfermedad y la generación de tumores malignos.

Asimismo, el micólogo Hernández Muñoz explica que el Cordyceps puede tratar cuestiones renales y ser beneficioso para el corazón, así como ser un tratamiento complementario para el cáncer. 

“El Cordyceps fundamentalmente puede ayudar para contrarrestar la disminución de glóbulos blancos; esto podría aplicarse directamente al cáncer sanguíneo como la leucemia”, detalla el también docente de la UNAM. “Pero también habría que investigar más a fondo porque uno puede pensar: ‘bueno, cualquier remedio natural si no te hace bien no te hace mal’, pero cada organismo responde diferente”. 

Centros médicos multidisciplinarios como el Cleveland Clinic sugieren que no solo puede mejorar la salud renal, sino que también ayuda a reducir el azúcar en la sangre y mejorar la resistencia a la insulina.

Te podría interesar: Contra la gentrificación del hongo silvestre mexicano

El mapa es muy amplio, pero el Cordyceps no es el único tipo de hongo que puede ser una alternativa para tratar enfermedades crónicas o terminales como el cáncer. En el documental Fantastic Fungi, el micólogo Paul Stamets hace un recorrido por distintos tipos de hongos que le ofrecen beneficios a los humanos e incluso a los insectos, como el Ganoderma lucidum, conocido como “Reishi”, “Lingzhi” o seta de la inmortalidad, el cual ayuda a la inmunidad de las personas y las abejas. A este ejemplo se une el Hericium erinaceus o melena de león —descubierto, según el mismo Stamets, por el investigador japonés Kara-Jishi en 1993— que estimula el crecimiento de los nervios, además de servir como tratamiento alterno contra la enfermedad de Alzheimer. Entre estas terapias también se incluye un estudio del instituto Jonh Hopkins en el que se analizó la aplicación de psilocibina a pacientes con cáncer para disminuir ansiedad y depresión. Así se comprobó que con solo una dosis de esta sustancia proveniente de los hongos  se reducen los niveles de estos malestares hasta por seis meses.

En una entrevista para Gatopardo, Yeyha recordó las múltiples propiedades curativas de estas especies: “Los hongos pueden ayudar como terapia en casos de grandes males mentales y también en cuestiones psicológicas más manejables. Funcionan cuando buscas respuestas a tus problemas existenciales o morales, o simplemente estímulos estéticos. Sirven para gente con síndrome de estrés postraumático, que ha pasado experiencias muy fuertes en la guerra. Han demostrado constantemente servir en casos de adicción”. 

Al final del documental dirigido por Louie Schwartzberg, durante una Ted Talk, Paul Stamets cuenta el proceso que vivió su madre cuando le detectaron tumores en uno de los senos. Tenía cáncer de mama en etapa cuatro extendido al esternón y al hígado; sin embargo, contra todo pronóstico  —los médicos le daban solo tres meses de vida—, luego de someterse a un tratamiento alterno de Trametes versicolor o setas cola de pavo, un año después pudo estar libre de tumores.

Si en algo coinciden las voces de investigadores, aficionados, seguidores y escritores es en la vida después de la vida de los hongos. Si los humanos se llegasen a extinguir como los dinosaurios, el reino fungi sobreviviría. Por el momento, la pregunta quizá debería ser: ¿qué podemos hacer nosotros por los hongos?

Eppur si muovono.

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El <i>Cordyceps</i> se popularizó con el videojuego, y luego con la adaptación a una serie, <i>The Last of Us</i>, pero, más allá de la ficción, este hongo también tiene propiedades medicinales, una vía de sanación contra algunas enfermedades.

Ahí donde la vida surgió y acabó siempre estuvieron los hongos. Son más antiguos que los dinosaurios y sobrevivieron a la extinción. Presenciaron nuestro génesis y, según The Last of Us, también nos podrían (matar o) ver morir. Pero tenemos un hecho: los humanos no podemos vivir sin los hongos en la Tierra.

“Hay más de 1.5 millones especies de hongos. Seis veces más que las plantas. De todas estas, cerca de 20 000 producen setas y tienen una diversidad increíble de formas, tamaños, colores y estilos de vida”, es una de las descripciones de esta especie vegetal que presenta Eugenia Bone, periodista especializada en gastronomía y micóloga aficionada, en el documental Fantastic Fungi (Louie Schwartzberg, 2019). “Son los tractos digestivos del bosque”.

Sin embargo, la cifra podría ser mayor. De acuerdo con el Kew Royal Botanic Gardens, habitan entre dos o tres millones de especies de hongos en el mundo; hasta el 2023, alrededor de 155 000 habían sido nombradas, pero el 90% del total no están descritas.

En donde los hongos crecen se establecen conexiones directas con plantas y árboles. Intercambian nutrientes. Hay una relación simbiótica, pues les permiten a estos extender y engrosar aún más sus raíces; es decir, los ayudan a tener una mejor absorción de agua y minerales. A cambio, las plantas los retribuyen con fotosintatos o compuestos generados durante la fotosíntesis y, de este último proceso, también toman el dióxido de carbono (CO2) para almacenarlo en reservas o utilizarlo durante su crecimiento. Son la clave de la vida en la Tierra, pues descomponen todo para reintegrarlo al planeta. Van de lo profano a lo sagrado.  

Algunos otros ensayistas e investigadores, como Naief Yehya, también explican parte de la labor de los hongos en ambientes hostiles. “Llegan a los lugares más dañados, más maltratados, como Chernobyl, y crecen. Hay hongos creciendo en los lugares más contaminados del mundo: pueden procesar manchas de petróleo, pueden desintegrar colillas de cigarro. Nada los puede destruir. Tienen la capacidad de darnos planeta”. 

Si los hongos han vivido en el planeta cerca de 2.4 millones de años y nosotros solo 300 000 años, podrían presenciar nuestra extinción, así como pasó con otras especies. Contrario a la visión apocalíptica de la ficción, desde el reino fungi surge el Cordyceps, así como otros hongos, que pueden ser usados para sanar.

Desmitificar The Last of Us

Una distopía como la planteada en el videojuego The Last of Us (Neil Druckmann y Craig Mazin, 2023) es un horizonte lejano. La trama plantea al Cordyceps como el agente de infección del cuerpo y cerebro de los humanos —así como sucede en arañas y hormigas— para hacerlos obedecer un solo objetivo: expandirse e infestar todo a su paso. Sin embargo, la primera barrera natural para que la premisa de esta ficción no ocurra es nuestra temperatura corporal, pues ronda los 37.5 grados centígrados, cuando los hongos requieren para que se propague una infección entre 25 y 30 grados centígrados. 

La idea de Druckmann y Straley —creadores del videojuego que luego se adaptó a una serie de televisión— no está errada. Un hongo como el Cordyceps podría mutar para que sufriéramos esta distopía, pero tendríamos que esperar millones de años de cambios genéticos y procesos adaptativos, unos muy finos y específicos en la evolución de alguna especie, de acuerdo con el biólogo y micólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Marco Antonio Hernández Muñoz.

“Todo sigue girando alrededor de la evolución porque son procesos adaptativos. Si regresamos a la idea de qué tan malos pueden ser los hongos, además de que son patógenos, pueden envenenarnos”, explica el especialista en entrevista para Gatopardo. “Como dice la broma: todos los hongos son comestibles, al menos una vez”.

Por ahora no pueden vivir a nuestra temperatura, aunque para Naief Yehya el calentamiento global puede ser la llave que cambie las cosas, pues se han vuelto más aptos y eventualmente no habrá fronteras térmicas que los frenen.

“Están aprendiendo a moverse entre organismos, manipulando cosas. Esta amenaza es cada vez más real”, explica.

De acuerdo con Yehya, autor de El Planeta de los hongos (Anagrama, 2024), el Cordyceps, originario del Amazonas, es un manipulador de hormigas que lleva cerca de 45 millones de años en la tierra. Al inicio se creía que invadía el cerebro con células fúngicas para apoderarse del sistema nervioso. Luego, esto cambió y ahora se cree que toma control del cuerpo mediante sustancias químicas, pero sin invadir la corteza cerebral.

Hasta el momento no hay amenazas zombies. Solo existe en la ficción, pero algunas especies sí son letales, como la Amanita (u hongo de la muerte), que puede llegar a ser de las más tóxicas en el mundo, y el Claviceps —pariente del Cordyceps y llamado cornezuelo del centeno— que crece en los granos de este cereal y de otras gramíneas. Para combatirlo se hacen rotaciones de cultivos (que no incluyan cereales que puedan ser infectados), labranzas profundas y se suelen usar fungicidas, además de limpiar los granos tras la cosecha. Ambos hongos causan envenenamientos mortales; en el caso del segundo, durante la época medieval incluso se llegó a utilizar en altas dosis por parteras y herbolarios para inducir abortos.

Te recomendamos leer esta entrevista a Naief Yehya: Su majestad, el hongo.

Otra amenaza de los hongos suma en su ecuación a los murciélagos, al igual que la pandemia de covid-19 que inició en 2020. Las heces de estos mamíferos pueden afectar la salud humana porque contienen hongos potencialmente peligrosos.

“En las cuevas, el guano o excremento de los murciélagos puede albergar algunos hongos que causan histoplasmosis. Para personas muy sensibles, con defensas muy bajas, los puede atacar a nivel pulmonar. Esto llega a tal grado que los hongos salen del cuerpo de la persona porque se comen los tejidos y, de pronto, incluso se podría meter el dedo por la espalda del huésped hasta tocarle el pulmón”, explica Hernández Muñoz.

Esto podría llegar a ocurrir en espacios como las grutas de Cacahuamilpa en México o donde los murciélagos se albergan durante el día y la noche. Esta enfermedad está presente, de norte a sur, en distintos lugares del continente americano y el sudeste asiático, y en países como Australia o al sur del desierto del Sahara. De acuerdo con el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), de las personas que llegan a contraer esta enfermedad, solo entre el 5% y 7% tienen riesgo mortal. En países como Estados Unidos, la incidencia es muy baja, pues ocurren entre uno o dos casos al año por cada 100 000 personas.    

Los hongos siempre han estado presentes en la historia del ser humano. Desde África hasta el norte de América e incluso entre las culturas mesoamericanas, siempre se han usado hongos o hierbas medicinales. Si los medicamentos sintetizados tomaron forma entre el siglo XIX y el XX, ¿cómo nos curábamos antes? La respuesta está en códices y jeroglíficos, o en los documentos que fueron quemados. La ficción augura la pesadilla, pero la historia nos ha enseñado de la sanación. Volver a la naturaleza. 

Eppur si muovono.

Sanar con los hongos, sanar con Cordyceps

Naief Yeyha también escribe en El planeta de los hongos sobre lo que puede provocar el consumo de ciertas especies como una forma de terapia o apertura a nuevas conexiones neuronales. Esto ha provocado la clasificación de sustancias psicoactivas como psicolépticas porque, tras su uso, causan disminución de la tensión mental, relajamiento y somnolencia. Los hongos para (re)conectar y sanar.

Apunta el escritor: “Lo que se sabe en el caso de la psilocibina es que una vez que entra al organismo esta sufre desfosforilación, con lo que se transforma en psilocina, que tiene propiedades alucinógenas más fuertes y puede imitar el estímulo a ciertos receptores por el neurotransmisor serotonina y activar la neurogénesis, es decir, la formación de nuevas neuronas, así como generar nuevas conexiones”.

El considerar las propiedades de cada especie nos lleva a un recorrido minucioso de lo que ha significado el uso de los hongos como vía de sanación para distintas culturas: de los mayas, por su curiosidad micofílica, hasta los asiáticos, pues en China, para la medicina ancestral, había certeza respecto a que el uso del Cordyceps fomentaba un equilibrio entre el cuerpo y el alma, como lo describe el artículo publicado por la revista científica multidisciplinaria Plus One.

La valoración científica del Cordyceps y sus variantes significa recordar una investigación de tres lustros atrás, en la cual un equipo de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido, hablaba sobre el hongo que cura el cáncer. El año pasado la misma institución detalló que, en sus investigaciones, la cordicepina producida en el Cordyceps militaris ralentiza el crecimiento de células cancerígenas. A estos papers se agrega información de la Biblioteca Nacional de Medicina (NIH, por sus siglas en inglés), que señala que el principio es el mismo descubierto en China hace más de 300 años, pues considera que esta especie no solo funciona como inhibidor de  las células atacadas por el cáncer, sino que también es un antiadherente para evitar el desarrollo de la enfermedad y la generación de tumores malignos.

Asimismo, el micólogo Hernández Muñoz explica que el Cordyceps puede tratar cuestiones renales y ser beneficioso para el corazón, así como ser un tratamiento complementario para el cáncer. 

“El Cordyceps fundamentalmente puede ayudar para contrarrestar la disminución de glóbulos blancos; esto podría aplicarse directamente al cáncer sanguíneo como la leucemia”, detalla el también docente de la UNAM. “Pero también habría que investigar más a fondo porque uno puede pensar: ‘bueno, cualquier remedio natural si no te hace bien no te hace mal’, pero cada organismo responde diferente”. 

Centros médicos multidisciplinarios como el Cleveland Clinic sugieren que no solo puede mejorar la salud renal, sino que también ayuda a reducir el azúcar en la sangre y mejorar la resistencia a la insulina.

Te podría interesar: Contra la gentrificación del hongo silvestre mexicano

El mapa es muy amplio, pero el Cordyceps no es el único tipo de hongo que puede ser una alternativa para tratar enfermedades crónicas o terminales como el cáncer. En el documental Fantastic Fungi, el micólogo Paul Stamets hace un recorrido por distintos tipos de hongos que le ofrecen beneficios a los humanos e incluso a los insectos, como el Ganoderma lucidum, conocido como “Reishi”, “Lingzhi” o seta de la inmortalidad, el cual ayuda a la inmunidad de las personas y las abejas. A este ejemplo se une el Hericium erinaceus o melena de león —descubierto, según el mismo Stamets, por el investigador japonés Kara-Jishi en 1993— que estimula el crecimiento de los nervios, además de servir como tratamiento alterno contra la enfermedad de Alzheimer. Entre estas terapias también se incluye un estudio del instituto Jonh Hopkins en el que se analizó la aplicación de psilocibina a pacientes con cáncer para disminuir ansiedad y depresión. Así se comprobó que con solo una dosis de esta sustancia proveniente de los hongos  se reducen los niveles de estos malestares hasta por seis meses.

En una entrevista para Gatopardo, Yeyha recordó las múltiples propiedades curativas de estas especies: “Los hongos pueden ayudar como terapia en casos de grandes males mentales y también en cuestiones psicológicas más manejables. Funcionan cuando buscas respuestas a tus problemas existenciales o morales, o simplemente estímulos estéticos. Sirven para gente con síndrome de estrés postraumático, que ha pasado experiencias muy fuertes en la guerra. Han demostrado constantemente servir en casos de adicción”. 

Al final del documental dirigido por Louie Schwartzberg, durante una Ted Talk, Paul Stamets cuenta el proceso que vivió su madre cuando le detectaron tumores en uno de los senos. Tenía cáncer de mama en etapa cuatro extendido al esternón y al hígado; sin embargo, contra todo pronóstico  —los médicos le daban solo tres meses de vida—, luego de someterse a un tratamiento alterno de Trametes versicolor o setas cola de pavo, un año después pudo estar libre de tumores.

Si en algo coinciden las voces de investigadores, aficionados, seguidores y escritores es en la vida después de la vida de los hongos. Si los humanos se llegasen a extinguir como los dinosaurios, el reino fungi sobreviviría. Por el momento, la pregunta quizá debería ser: ¿qué podemos hacer nosotros por los hongos?

Eppur si muovono.

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Si los hongos han vivido en el planeta cerca de 2.4 millones de años y nosotros solo 300 000 años, podrían presenciar nuestra extinción, así como pasó con otras especies.
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Tiempo de Lectura: 00 min

El <i>Cordyceps</i> se popularizó con el videojuego, y luego con la adaptación a una serie, <i>The Last of Us</i>, pero, más allá de la ficción, este hongo también tiene propiedades medicinales, una vía de sanación contra algunas enfermedades.

Ahí donde la vida surgió y acabó siempre estuvieron los hongos. Son más antiguos que los dinosaurios y sobrevivieron a la extinción. Presenciaron nuestro génesis y, según The Last of Us, también nos podrían (matar o) ver morir. Pero tenemos un hecho: los humanos no podemos vivir sin los hongos en la Tierra.

“Hay más de 1.5 millones especies de hongos. Seis veces más que las plantas. De todas estas, cerca de 20 000 producen setas y tienen una diversidad increíble de formas, tamaños, colores y estilos de vida”, es una de las descripciones de esta especie vegetal que presenta Eugenia Bone, periodista especializada en gastronomía y micóloga aficionada, en el documental Fantastic Fungi (Louie Schwartzberg, 2019). “Son los tractos digestivos del bosque”.

Sin embargo, la cifra podría ser mayor. De acuerdo con el Kew Royal Botanic Gardens, habitan entre dos o tres millones de especies de hongos en el mundo; hasta el 2023, alrededor de 155 000 habían sido nombradas, pero el 90% del total no están descritas.

En donde los hongos crecen se establecen conexiones directas con plantas y árboles. Intercambian nutrientes. Hay una relación simbiótica, pues les permiten a estos extender y engrosar aún más sus raíces; es decir, los ayudan a tener una mejor absorción de agua y minerales. A cambio, las plantas los retribuyen con fotosintatos o compuestos generados durante la fotosíntesis y, de este último proceso, también toman el dióxido de carbono (CO2) para almacenarlo en reservas o utilizarlo durante su crecimiento. Son la clave de la vida en la Tierra, pues descomponen todo para reintegrarlo al planeta. Van de lo profano a lo sagrado.  

Algunos otros ensayistas e investigadores, como Naief Yehya, también explican parte de la labor de los hongos en ambientes hostiles. “Llegan a los lugares más dañados, más maltratados, como Chernobyl, y crecen. Hay hongos creciendo en los lugares más contaminados del mundo: pueden procesar manchas de petróleo, pueden desintegrar colillas de cigarro. Nada los puede destruir. Tienen la capacidad de darnos planeta”. 

Si los hongos han vivido en el planeta cerca de 2.4 millones de años y nosotros solo 300 000 años, podrían presenciar nuestra extinción, así como pasó con otras especies. Contrario a la visión apocalíptica de la ficción, desde el reino fungi surge el Cordyceps, así como otros hongos, que pueden ser usados para sanar.

Desmitificar The Last of Us

Una distopía como la planteada en el videojuego The Last of Us (Neil Druckmann y Craig Mazin, 2023) es un horizonte lejano. La trama plantea al Cordyceps como el agente de infección del cuerpo y cerebro de los humanos —así como sucede en arañas y hormigas— para hacerlos obedecer un solo objetivo: expandirse e infestar todo a su paso. Sin embargo, la primera barrera natural para que la premisa de esta ficción no ocurra es nuestra temperatura corporal, pues ronda los 37.5 grados centígrados, cuando los hongos requieren para que se propague una infección entre 25 y 30 grados centígrados. 

La idea de Druckmann y Straley —creadores del videojuego que luego se adaptó a una serie de televisión— no está errada. Un hongo como el Cordyceps podría mutar para que sufriéramos esta distopía, pero tendríamos que esperar millones de años de cambios genéticos y procesos adaptativos, unos muy finos y específicos en la evolución de alguna especie, de acuerdo con el biólogo y micólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Marco Antonio Hernández Muñoz.

“Todo sigue girando alrededor de la evolución porque son procesos adaptativos. Si regresamos a la idea de qué tan malos pueden ser los hongos, además de que son patógenos, pueden envenenarnos”, explica el especialista en entrevista para Gatopardo. “Como dice la broma: todos los hongos son comestibles, al menos una vez”.

Por ahora no pueden vivir a nuestra temperatura, aunque para Naief Yehya el calentamiento global puede ser la llave que cambie las cosas, pues se han vuelto más aptos y eventualmente no habrá fronteras térmicas que los frenen.

“Están aprendiendo a moverse entre organismos, manipulando cosas. Esta amenaza es cada vez más real”, explica.

De acuerdo con Yehya, autor de El Planeta de los hongos (Anagrama, 2024), el Cordyceps, originario del Amazonas, es un manipulador de hormigas que lleva cerca de 45 millones de años en la tierra. Al inicio se creía que invadía el cerebro con células fúngicas para apoderarse del sistema nervioso. Luego, esto cambió y ahora se cree que toma control del cuerpo mediante sustancias químicas, pero sin invadir la corteza cerebral.

Hasta el momento no hay amenazas zombies. Solo existe en la ficción, pero algunas especies sí son letales, como la Amanita (u hongo de la muerte), que puede llegar a ser de las más tóxicas en el mundo, y el Claviceps —pariente del Cordyceps y llamado cornezuelo del centeno— que crece en los granos de este cereal y de otras gramíneas. Para combatirlo se hacen rotaciones de cultivos (que no incluyan cereales que puedan ser infectados), labranzas profundas y se suelen usar fungicidas, además de limpiar los granos tras la cosecha. Ambos hongos causan envenenamientos mortales; en el caso del segundo, durante la época medieval incluso se llegó a utilizar en altas dosis por parteras y herbolarios para inducir abortos.

Te recomendamos leer esta entrevista a Naief Yehya: Su majestad, el hongo.

Otra amenaza de los hongos suma en su ecuación a los murciélagos, al igual que la pandemia de covid-19 que inició en 2020. Las heces de estos mamíferos pueden afectar la salud humana porque contienen hongos potencialmente peligrosos.

“En las cuevas, el guano o excremento de los murciélagos puede albergar algunos hongos que causan histoplasmosis. Para personas muy sensibles, con defensas muy bajas, los puede atacar a nivel pulmonar. Esto llega a tal grado que los hongos salen del cuerpo de la persona porque se comen los tejidos y, de pronto, incluso se podría meter el dedo por la espalda del huésped hasta tocarle el pulmón”, explica Hernández Muñoz.

Esto podría llegar a ocurrir en espacios como las grutas de Cacahuamilpa en México o donde los murciélagos se albergan durante el día y la noche. Esta enfermedad está presente, de norte a sur, en distintos lugares del continente americano y el sudeste asiático, y en países como Australia o al sur del desierto del Sahara. De acuerdo con el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), de las personas que llegan a contraer esta enfermedad, solo entre el 5% y 7% tienen riesgo mortal. En países como Estados Unidos, la incidencia es muy baja, pues ocurren entre uno o dos casos al año por cada 100 000 personas.    

Los hongos siempre han estado presentes en la historia del ser humano. Desde África hasta el norte de América e incluso entre las culturas mesoamericanas, siempre se han usado hongos o hierbas medicinales. Si los medicamentos sintetizados tomaron forma entre el siglo XIX y el XX, ¿cómo nos curábamos antes? La respuesta está en códices y jeroglíficos, o en los documentos que fueron quemados. La ficción augura la pesadilla, pero la historia nos ha enseñado de la sanación. Volver a la naturaleza. 

Eppur si muovono.

Sanar con los hongos, sanar con Cordyceps

Naief Yeyha también escribe en El planeta de los hongos sobre lo que puede provocar el consumo de ciertas especies como una forma de terapia o apertura a nuevas conexiones neuronales. Esto ha provocado la clasificación de sustancias psicoactivas como psicolépticas porque, tras su uso, causan disminución de la tensión mental, relajamiento y somnolencia. Los hongos para (re)conectar y sanar.

Apunta el escritor: “Lo que se sabe en el caso de la psilocibina es que una vez que entra al organismo esta sufre desfosforilación, con lo que se transforma en psilocina, que tiene propiedades alucinógenas más fuertes y puede imitar el estímulo a ciertos receptores por el neurotransmisor serotonina y activar la neurogénesis, es decir, la formación de nuevas neuronas, así como generar nuevas conexiones”.

El considerar las propiedades de cada especie nos lleva a un recorrido minucioso de lo que ha significado el uso de los hongos como vía de sanación para distintas culturas: de los mayas, por su curiosidad micofílica, hasta los asiáticos, pues en China, para la medicina ancestral, había certeza respecto a que el uso del Cordyceps fomentaba un equilibrio entre el cuerpo y el alma, como lo describe el artículo publicado por la revista científica multidisciplinaria Plus One.

La valoración científica del Cordyceps y sus variantes significa recordar una investigación de tres lustros atrás, en la cual un equipo de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido, hablaba sobre el hongo que cura el cáncer. El año pasado la misma institución detalló que, en sus investigaciones, la cordicepina producida en el Cordyceps militaris ralentiza el crecimiento de células cancerígenas. A estos papers se agrega información de la Biblioteca Nacional de Medicina (NIH, por sus siglas en inglés), que señala que el principio es el mismo descubierto en China hace más de 300 años, pues considera que esta especie no solo funciona como inhibidor de  las células atacadas por el cáncer, sino que también es un antiadherente para evitar el desarrollo de la enfermedad y la generación de tumores malignos.

Asimismo, el micólogo Hernández Muñoz explica que el Cordyceps puede tratar cuestiones renales y ser beneficioso para el corazón, así como ser un tratamiento complementario para el cáncer. 

“El Cordyceps fundamentalmente puede ayudar para contrarrestar la disminución de glóbulos blancos; esto podría aplicarse directamente al cáncer sanguíneo como la leucemia”, detalla el también docente de la UNAM. “Pero también habría que investigar más a fondo porque uno puede pensar: ‘bueno, cualquier remedio natural si no te hace bien no te hace mal’, pero cada organismo responde diferente”. 

Centros médicos multidisciplinarios como el Cleveland Clinic sugieren que no solo puede mejorar la salud renal, sino que también ayuda a reducir el azúcar en la sangre y mejorar la resistencia a la insulina.

Te podría interesar: Contra la gentrificación del hongo silvestre mexicano

El mapa es muy amplio, pero el Cordyceps no es el único tipo de hongo que puede ser una alternativa para tratar enfermedades crónicas o terminales como el cáncer. En el documental Fantastic Fungi, el micólogo Paul Stamets hace un recorrido por distintos tipos de hongos que le ofrecen beneficios a los humanos e incluso a los insectos, como el Ganoderma lucidum, conocido como “Reishi”, “Lingzhi” o seta de la inmortalidad, el cual ayuda a la inmunidad de las personas y las abejas. A este ejemplo se une el Hericium erinaceus o melena de león —descubierto, según el mismo Stamets, por el investigador japonés Kara-Jishi en 1993— que estimula el crecimiento de los nervios, además de servir como tratamiento alterno contra la enfermedad de Alzheimer. Entre estas terapias también se incluye un estudio del instituto Jonh Hopkins en el que se analizó la aplicación de psilocibina a pacientes con cáncer para disminuir ansiedad y depresión. Así se comprobó que con solo una dosis de esta sustancia proveniente de los hongos  se reducen los niveles de estos malestares hasta por seis meses.

En una entrevista para Gatopardo, Yeyha recordó las múltiples propiedades curativas de estas especies: “Los hongos pueden ayudar como terapia en casos de grandes males mentales y también en cuestiones psicológicas más manejables. Funcionan cuando buscas respuestas a tus problemas existenciales o morales, o simplemente estímulos estéticos. Sirven para gente con síndrome de estrés postraumático, que ha pasado experiencias muy fuertes en la guerra. Han demostrado constantemente servir en casos de adicción”. 

Al final del documental dirigido por Louie Schwartzberg, durante una Ted Talk, Paul Stamets cuenta el proceso que vivió su madre cuando le detectaron tumores en uno de los senos. Tenía cáncer de mama en etapa cuatro extendido al esternón y al hígado; sin embargo, contra todo pronóstico  —los médicos le daban solo tres meses de vida—, luego de someterse a un tratamiento alterno de Trametes versicolor o setas cola de pavo, un año después pudo estar libre de tumores.

Si en algo coinciden las voces de investigadores, aficionados, seguidores y escritores es en la vida después de la vida de los hongos. Si los humanos se llegasen a extinguir como los dinosaurios, el reino fungi sobreviviría. Por el momento, la pregunta quizá debería ser: ¿qué podemos hacer nosotros por los hongos?

Eppur si muovono.

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<i>Cordyceps</i>, ¿hongo sanador o pesadilla de ficción?

<i>Cordyceps</i>, ¿hongo sanador o pesadilla de ficción?

22
.
05
.
25
2025
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ver Videos

El <i>Cordyceps</i> se popularizó con el videojuego, y luego con la adaptación a una serie, <i>The Last of Us</i>, pero, más allá de la ficción, este hongo también tiene propiedades medicinales, una vía de sanación contra algunas enfermedades.

Ahí donde la vida surgió y acabó siempre estuvieron los hongos. Son más antiguos que los dinosaurios y sobrevivieron a la extinción. Presenciaron nuestro génesis y, según The Last of Us, también nos podrían (matar o) ver morir. Pero tenemos un hecho: los humanos no podemos vivir sin los hongos en la Tierra.

“Hay más de 1.5 millones especies de hongos. Seis veces más que las plantas. De todas estas, cerca de 20 000 producen setas y tienen una diversidad increíble de formas, tamaños, colores y estilos de vida”, es una de las descripciones de esta especie vegetal que presenta Eugenia Bone, periodista especializada en gastronomía y micóloga aficionada, en el documental Fantastic Fungi (Louie Schwartzberg, 2019). “Son los tractos digestivos del bosque”.

Sin embargo, la cifra podría ser mayor. De acuerdo con el Kew Royal Botanic Gardens, habitan entre dos o tres millones de especies de hongos en el mundo; hasta el 2023, alrededor de 155 000 habían sido nombradas, pero el 90% del total no están descritas.

En donde los hongos crecen se establecen conexiones directas con plantas y árboles. Intercambian nutrientes. Hay una relación simbiótica, pues les permiten a estos extender y engrosar aún más sus raíces; es decir, los ayudan a tener una mejor absorción de agua y minerales. A cambio, las plantas los retribuyen con fotosintatos o compuestos generados durante la fotosíntesis y, de este último proceso, también toman el dióxido de carbono (CO2) para almacenarlo en reservas o utilizarlo durante su crecimiento. Son la clave de la vida en la Tierra, pues descomponen todo para reintegrarlo al planeta. Van de lo profano a lo sagrado.  

Algunos otros ensayistas e investigadores, como Naief Yehya, también explican parte de la labor de los hongos en ambientes hostiles. “Llegan a los lugares más dañados, más maltratados, como Chernobyl, y crecen. Hay hongos creciendo en los lugares más contaminados del mundo: pueden procesar manchas de petróleo, pueden desintegrar colillas de cigarro. Nada los puede destruir. Tienen la capacidad de darnos planeta”. 

Si los hongos han vivido en el planeta cerca de 2.4 millones de años y nosotros solo 300 000 años, podrían presenciar nuestra extinción, así como pasó con otras especies. Contrario a la visión apocalíptica de la ficción, desde el reino fungi surge el Cordyceps, así como otros hongos, que pueden ser usados para sanar.

Desmitificar The Last of Us

Una distopía como la planteada en el videojuego The Last of Us (Neil Druckmann y Craig Mazin, 2023) es un horizonte lejano. La trama plantea al Cordyceps como el agente de infección del cuerpo y cerebro de los humanos —así como sucede en arañas y hormigas— para hacerlos obedecer un solo objetivo: expandirse e infestar todo a su paso. Sin embargo, la primera barrera natural para que la premisa de esta ficción no ocurra es nuestra temperatura corporal, pues ronda los 37.5 grados centígrados, cuando los hongos requieren para que se propague una infección entre 25 y 30 grados centígrados. 

La idea de Druckmann y Straley —creadores del videojuego que luego se adaptó a una serie de televisión— no está errada. Un hongo como el Cordyceps podría mutar para que sufriéramos esta distopía, pero tendríamos que esperar millones de años de cambios genéticos y procesos adaptativos, unos muy finos y específicos en la evolución de alguna especie, de acuerdo con el biólogo y micólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Marco Antonio Hernández Muñoz.

“Todo sigue girando alrededor de la evolución porque son procesos adaptativos. Si regresamos a la idea de qué tan malos pueden ser los hongos, además de que son patógenos, pueden envenenarnos”, explica el especialista en entrevista para Gatopardo. “Como dice la broma: todos los hongos son comestibles, al menos una vez”.

Por ahora no pueden vivir a nuestra temperatura, aunque para Naief Yehya el calentamiento global puede ser la llave que cambie las cosas, pues se han vuelto más aptos y eventualmente no habrá fronteras térmicas que los frenen.

“Están aprendiendo a moverse entre organismos, manipulando cosas. Esta amenaza es cada vez más real”, explica.

De acuerdo con Yehya, autor de El Planeta de los hongos (Anagrama, 2024), el Cordyceps, originario del Amazonas, es un manipulador de hormigas que lleva cerca de 45 millones de años en la tierra. Al inicio se creía que invadía el cerebro con células fúngicas para apoderarse del sistema nervioso. Luego, esto cambió y ahora se cree que toma control del cuerpo mediante sustancias químicas, pero sin invadir la corteza cerebral.

Hasta el momento no hay amenazas zombies. Solo existe en la ficción, pero algunas especies sí son letales, como la Amanita (u hongo de la muerte), que puede llegar a ser de las más tóxicas en el mundo, y el Claviceps —pariente del Cordyceps y llamado cornezuelo del centeno— que crece en los granos de este cereal y de otras gramíneas. Para combatirlo se hacen rotaciones de cultivos (que no incluyan cereales que puedan ser infectados), labranzas profundas y se suelen usar fungicidas, además de limpiar los granos tras la cosecha. Ambos hongos causan envenenamientos mortales; en el caso del segundo, durante la época medieval incluso se llegó a utilizar en altas dosis por parteras y herbolarios para inducir abortos.

Te recomendamos leer esta entrevista a Naief Yehya: Su majestad, el hongo.

Otra amenaza de los hongos suma en su ecuación a los murciélagos, al igual que la pandemia de covid-19 que inició en 2020. Las heces de estos mamíferos pueden afectar la salud humana porque contienen hongos potencialmente peligrosos.

“En las cuevas, el guano o excremento de los murciélagos puede albergar algunos hongos que causan histoplasmosis. Para personas muy sensibles, con defensas muy bajas, los puede atacar a nivel pulmonar. Esto llega a tal grado que los hongos salen del cuerpo de la persona porque se comen los tejidos y, de pronto, incluso se podría meter el dedo por la espalda del huésped hasta tocarle el pulmón”, explica Hernández Muñoz.

Esto podría llegar a ocurrir en espacios como las grutas de Cacahuamilpa en México o donde los murciélagos se albergan durante el día y la noche. Esta enfermedad está presente, de norte a sur, en distintos lugares del continente americano y el sudeste asiático, y en países como Australia o al sur del desierto del Sahara. De acuerdo con el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), de las personas que llegan a contraer esta enfermedad, solo entre el 5% y 7% tienen riesgo mortal. En países como Estados Unidos, la incidencia es muy baja, pues ocurren entre uno o dos casos al año por cada 100 000 personas.    

Los hongos siempre han estado presentes en la historia del ser humano. Desde África hasta el norte de América e incluso entre las culturas mesoamericanas, siempre se han usado hongos o hierbas medicinales. Si los medicamentos sintetizados tomaron forma entre el siglo XIX y el XX, ¿cómo nos curábamos antes? La respuesta está en códices y jeroglíficos, o en los documentos que fueron quemados. La ficción augura la pesadilla, pero la historia nos ha enseñado de la sanación. Volver a la naturaleza. 

Eppur si muovono.

Sanar con los hongos, sanar con Cordyceps

Naief Yeyha también escribe en El planeta de los hongos sobre lo que puede provocar el consumo de ciertas especies como una forma de terapia o apertura a nuevas conexiones neuronales. Esto ha provocado la clasificación de sustancias psicoactivas como psicolépticas porque, tras su uso, causan disminución de la tensión mental, relajamiento y somnolencia. Los hongos para (re)conectar y sanar.

Apunta el escritor: “Lo que se sabe en el caso de la psilocibina es que una vez que entra al organismo esta sufre desfosforilación, con lo que se transforma en psilocina, que tiene propiedades alucinógenas más fuertes y puede imitar el estímulo a ciertos receptores por el neurotransmisor serotonina y activar la neurogénesis, es decir, la formación de nuevas neuronas, así como generar nuevas conexiones”.

El considerar las propiedades de cada especie nos lleva a un recorrido minucioso de lo que ha significado el uso de los hongos como vía de sanación para distintas culturas: de los mayas, por su curiosidad micofílica, hasta los asiáticos, pues en China, para la medicina ancestral, había certeza respecto a que el uso del Cordyceps fomentaba un equilibrio entre el cuerpo y el alma, como lo describe el artículo publicado por la revista científica multidisciplinaria Plus One.

La valoración científica del Cordyceps y sus variantes significa recordar una investigación de tres lustros atrás, en la cual un equipo de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido, hablaba sobre el hongo que cura el cáncer. El año pasado la misma institución detalló que, en sus investigaciones, la cordicepina producida en el Cordyceps militaris ralentiza el crecimiento de células cancerígenas. A estos papers se agrega información de la Biblioteca Nacional de Medicina (NIH, por sus siglas en inglés), que señala que el principio es el mismo descubierto en China hace más de 300 años, pues considera que esta especie no solo funciona como inhibidor de  las células atacadas por el cáncer, sino que también es un antiadherente para evitar el desarrollo de la enfermedad y la generación de tumores malignos.

Asimismo, el micólogo Hernández Muñoz explica que el Cordyceps puede tratar cuestiones renales y ser beneficioso para el corazón, así como ser un tratamiento complementario para el cáncer. 

“El Cordyceps fundamentalmente puede ayudar para contrarrestar la disminución de glóbulos blancos; esto podría aplicarse directamente al cáncer sanguíneo como la leucemia”, detalla el también docente de la UNAM. “Pero también habría que investigar más a fondo porque uno puede pensar: ‘bueno, cualquier remedio natural si no te hace bien no te hace mal’, pero cada organismo responde diferente”. 

Centros médicos multidisciplinarios como el Cleveland Clinic sugieren que no solo puede mejorar la salud renal, sino que también ayuda a reducir el azúcar en la sangre y mejorar la resistencia a la insulina.

Te podría interesar: Contra la gentrificación del hongo silvestre mexicano

El mapa es muy amplio, pero el Cordyceps no es el único tipo de hongo que puede ser una alternativa para tratar enfermedades crónicas o terminales como el cáncer. En el documental Fantastic Fungi, el micólogo Paul Stamets hace un recorrido por distintos tipos de hongos que le ofrecen beneficios a los humanos e incluso a los insectos, como el Ganoderma lucidum, conocido como “Reishi”, “Lingzhi” o seta de la inmortalidad, el cual ayuda a la inmunidad de las personas y las abejas. A este ejemplo se une el Hericium erinaceus o melena de león —descubierto, según el mismo Stamets, por el investigador japonés Kara-Jishi en 1993— que estimula el crecimiento de los nervios, además de servir como tratamiento alterno contra la enfermedad de Alzheimer. Entre estas terapias también se incluye un estudio del instituto Jonh Hopkins en el que se analizó la aplicación de psilocibina a pacientes con cáncer para disminuir ansiedad y depresión. Así se comprobó que con solo una dosis de esta sustancia proveniente de los hongos  se reducen los niveles de estos malestares hasta por seis meses.

En una entrevista para Gatopardo, Yeyha recordó las múltiples propiedades curativas de estas especies: “Los hongos pueden ayudar como terapia en casos de grandes males mentales y también en cuestiones psicológicas más manejables. Funcionan cuando buscas respuestas a tus problemas existenciales o morales, o simplemente estímulos estéticos. Sirven para gente con síndrome de estrés postraumático, que ha pasado experiencias muy fuertes en la guerra. Han demostrado constantemente servir en casos de adicción”. 

Al final del documental dirigido por Louie Schwartzberg, durante una Ted Talk, Paul Stamets cuenta el proceso que vivió su madre cuando le detectaron tumores en uno de los senos. Tenía cáncer de mama en etapa cuatro extendido al esternón y al hígado; sin embargo, contra todo pronóstico  —los médicos le daban solo tres meses de vida—, luego de someterse a un tratamiento alterno de Trametes versicolor o setas cola de pavo, un año después pudo estar libre de tumores.

Si en algo coinciden las voces de investigadores, aficionados, seguidores y escritores es en la vida después de la vida de los hongos. Si los humanos se llegasen a extinguir como los dinosaurios, el reino fungi sobreviviría. Por el momento, la pregunta quizá debería ser: ¿qué podemos hacer nosotros por los hongos?

Eppur si muovono.

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Si los hongos han vivido en el planeta cerca de 2.4 millones de años y nosotros solo 300 000 años, podrían presenciar nuestra extinción, así como pasó con otras especies.

<i>Cordyceps</i>, ¿hongo sanador o pesadilla de ficción?

<i>Cordyceps</i>, ¿hongo sanador o pesadilla de ficción?

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El <i>Cordyceps</i> se popularizó con el videojuego, y luego con la adaptación a una serie, <i>The Last of Us</i>, pero, más allá de la ficción, este hongo también tiene propiedades medicinales, una vía de sanación contra algunas enfermedades.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Ahí donde la vida surgió y acabó siempre estuvieron los hongos. Son más antiguos que los dinosaurios y sobrevivieron a la extinción. Presenciaron nuestro génesis y, según The Last of Us, también nos podrían (matar o) ver morir. Pero tenemos un hecho: los humanos no podemos vivir sin los hongos en la Tierra.

“Hay más de 1.5 millones especies de hongos. Seis veces más que las plantas. De todas estas, cerca de 20 000 producen setas y tienen una diversidad increíble de formas, tamaños, colores y estilos de vida”, es una de las descripciones de esta especie vegetal que presenta Eugenia Bone, periodista especializada en gastronomía y micóloga aficionada, en el documental Fantastic Fungi (Louie Schwartzberg, 2019). “Son los tractos digestivos del bosque”.

Sin embargo, la cifra podría ser mayor. De acuerdo con el Kew Royal Botanic Gardens, habitan entre dos o tres millones de especies de hongos en el mundo; hasta el 2023, alrededor de 155 000 habían sido nombradas, pero el 90% del total no están descritas.

En donde los hongos crecen se establecen conexiones directas con plantas y árboles. Intercambian nutrientes. Hay una relación simbiótica, pues les permiten a estos extender y engrosar aún más sus raíces; es decir, los ayudan a tener una mejor absorción de agua y minerales. A cambio, las plantas los retribuyen con fotosintatos o compuestos generados durante la fotosíntesis y, de este último proceso, también toman el dióxido de carbono (CO2) para almacenarlo en reservas o utilizarlo durante su crecimiento. Son la clave de la vida en la Tierra, pues descomponen todo para reintegrarlo al planeta. Van de lo profano a lo sagrado.  

Algunos otros ensayistas e investigadores, como Naief Yehya, también explican parte de la labor de los hongos en ambientes hostiles. “Llegan a los lugares más dañados, más maltratados, como Chernobyl, y crecen. Hay hongos creciendo en los lugares más contaminados del mundo: pueden procesar manchas de petróleo, pueden desintegrar colillas de cigarro. Nada los puede destruir. Tienen la capacidad de darnos planeta”. 

Si los hongos han vivido en el planeta cerca de 2.4 millones de años y nosotros solo 300 000 años, podrían presenciar nuestra extinción, así como pasó con otras especies. Contrario a la visión apocalíptica de la ficción, desde el reino fungi surge el Cordyceps, así como otros hongos, que pueden ser usados para sanar.

Desmitificar The Last of Us

Una distopía como la planteada en el videojuego The Last of Us (Neil Druckmann y Craig Mazin, 2023) es un horizonte lejano. La trama plantea al Cordyceps como el agente de infección del cuerpo y cerebro de los humanos —así como sucede en arañas y hormigas— para hacerlos obedecer un solo objetivo: expandirse e infestar todo a su paso. Sin embargo, la primera barrera natural para que la premisa de esta ficción no ocurra es nuestra temperatura corporal, pues ronda los 37.5 grados centígrados, cuando los hongos requieren para que se propague una infección entre 25 y 30 grados centígrados. 

La idea de Druckmann y Straley —creadores del videojuego que luego se adaptó a una serie de televisión— no está errada. Un hongo como el Cordyceps podría mutar para que sufriéramos esta distopía, pero tendríamos que esperar millones de años de cambios genéticos y procesos adaptativos, unos muy finos y específicos en la evolución de alguna especie, de acuerdo con el biólogo y micólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Marco Antonio Hernández Muñoz.

“Todo sigue girando alrededor de la evolución porque son procesos adaptativos. Si regresamos a la idea de qué tan malos pueden ser los hongos, además de que son patógenos, pueden envenenarnos”, explica el especialista en entrevista para Gatopardo. “Como dice la broma: todos los hongos son comestibles, al menos una vez”.

Por ahora no pueden vivir a nuestra temperatura, aunque para Naief Yehya el calentamiento global puede ser la llave que cambie las cosas, pues se han vuelto más aptos y eventualmente no habrá fronteras térmicas que los frenen.

“Están aprendiendo a moverse entre organismos, manipulando cosas. Esta amenaza es cada vez más real”, explica.

De acuerdo con Yehya, autor de El Planeta de los hongos (Anagrama, 2024), el Cordyceps, originario del Amazonas, es un manipulador de hormigas que lleva cerca de 45 millones de años en la tierra. Al inicio se creía que invadía el cerebro con células fúngicas para apoderarse del sistema nervioso. Luego, esto cambió y ahora se cree que toma control del cuerpo mediante sustancias químicas, pero sin invadir la corteza cerebral.

Hasta el momento no hay amenazas zombies. Solo existe en la ficción, pero algunas especies sí son letales, como la Amanita (u hongo de la muerte), que puede llegar a ser de las más tóxicas en el mundo, y el Claviceps —pariente del Cordyceps y llamado cornezuelo del centeno— que crece en los granos de este cereal y de otras gramíneas. Para combatirlo se hacen rotaciones de cultivos (que no incluyan cereales que puedan ser infectados), labranzas profundas y se suelen usar fungicidas, además de limpiar los granos tras la cosecha. Ambos hongos causan envenenamientos mortales; en el caso del segundo, durante la época medieval incluso se llegó a utilizar en altas dosis por parteras y herbolarios para inducir abortos.

Te recomendamos leer esta entrevista a Naief Yehya: Su majestad, el hongo.

Otra amenaza de los hongos suma en su ecuación a los murciélagos, al igual que la pandemia de covid-19 que inició en 2020. Las heces de estos mamíferos pueden afectar la salud humana porque contienen hongos potencialmente peligrosos.

“En las cuevas, el guano o excremento de los murciélagos puede albergar algunos hongos que causan histoplasmosis. Para personas muy sensibles, con defensas muy bajas, los puede atacar a nivel pulmonar. Esto llega a tal grado que los hongos salen del cuerpo de la persona porque se comen los tejidos y, de pronto, incluso se podría meter el dedo por la espalda del huésped hasta tocarle el pulmón”, explica Hernández Muñoz.

Esto podría llegar a ocurrir en espacios como las grutas de Cacahuamilpa en México o donde los murciélagos se albergan durante el día y la noche. Esta enfermedad está presente, de norte a sur, en distintos lugares del continente americano y el sudeste asiático, y en países como Australia o al sur del desierto del Sahara. De acuerdo con el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), de las personas que llegan a contraer esta enfermedad, solo entre el 5% y 7% tienen riesgo mortal. En países como Estados Unidos, la incidencia es muy baja, pues ocurren entre uno o dos casos al año por cada 100 000 personas.    

Los hongos siempre han estado presentes en la historia del ser humano. Desde África hasta el norte de América e incluso entre las culturas mesoamericanas, siempre se han usado hongos o hierbas medicinales. Si los medicamentos sintetizados tomaron forma entre el siglo XIX y el XX, ¿cómo nos curábamos antes? La respuesta está en códices y jeroglíficos, o en los documentos que fueron quemados. La ficción augura la pesadilla, pero la historia nos ha enseñado de la sanación. Volver a la naturaleza. 

Eppur si muovono.

Sanar con los hongos, sanar con Cordyceps

Naief Yeyha también escribe en El planeta de los hongos sobre lo que puede provocar el consumo de ciertas especies como una forma de terapia o apertura a nuevas conexiones neuronales. Esto ha provocado la clasificación de sustancias psicoactivas como psicolépticas porque, tras su uso, causan disminución de la tensión mental, relajamiento y somnolencia. Los hongos para (re)conectar y sanar.

Apunta el escritor: “Lo que se sabe en el caso de la psilocibina es que una vez que entra al organismo esta sufre desfosforilación, con lo que se transforma en psilocina, que tiene propiedades alucinógenas más fuertes y puede imitar el estímulo a ciertos receptores por el neurotransmisor serotonina y activar la neurogénesis, es decir, la formación de nuevas neuronas, así como generar nuevas conexiones”.

El considerar las propiedades de cada especie nos lleva a un recorrido minucioso de lo que ha significado el uso de los hongos como vía de sanación para distintas culturas: de los mayas, por su curiosidad micofílica, hasta los asiáticos, pues en China, para la medicina ancestral, había certeza respecto a que el uso del Cordyceps fomentaba un equilibrio entre el cuerpo y el alma, como lo describe el artículo publicado por la revista científica multidisciplinaria Plus One.

La valoración científica del Cordyceps y sus variantes significa recordar una investigación de tres lustros atrás, en la cual un equipo de la Universidad de Nottingham, en Reino Unido, hablaba sobre el hongo que cura el cáncer. El año pasado la misma institución detalló que, en sus investigaciones, la cordicepina producida en el Cordyceps militaris ralentiza el crecimiento de células cancerígenas. A estos papers se agrega información de la Biblioteca Nacional de Medicina (NIH, por sus siglas en inglés), que señala que el principio es el mismo descubierto en China hace más de 300 años, pues considera que esta especie no solo funciona como inhibidor de  las células atacadas por el cáncer, sino que también es un antiadherente para evitar el desarrollo de la enfermedad y la generación de tumores malignos.

Asimismo, el micólogo Hernández Muñoz explica que el Cordyceps puede tratar cuestiones renales y ser beneficioso para el corazón, así como ser un tratamiento complementario para el cáncer. 

“El Cordyceps fundamentalmente puede ayudar para contrarrestar la disminución de glóbulos blancos; esto podría aplicarse directamente al cáncer sanguíneo como la leucemia”, detalla el también docente de la UNAM. “Pero también habría que investigar más a fondo porque uno puede pensar: ‘bueno, cualquier remedio natural si no te hace bien no te hace mal’, pero cada organismo responde diferente”. 

Centros médicos multidisciplinarios como el Cleveland Clinic sugieren que no solo puede mejorar la salud renal, sino que también ayuda a reducir el azúcar en la sangre y mejorar la resistencia a la insulina.

Te podría interesar: Contra la gentrificación del hongo silvestre mexicano

El mapa es muy amplio, pero el Cordyceps no es el único tipo de hongo que puede ser una alternativa para tratar enfermedades crónicas o terminales como el cáncer. En el documental Fantastic Fungi, el micólogo Paul Stamets hace un recorrido por distintos tipos de hongos que le ofrecen beneficios a los humanos e incluso a los insectos, como el Ganoderma lucidum, conocido como “Reishi”, “Lingzhi” o seta de la inmortalidad, el cual ayuda a la inmunidad de las personas y las abejas. A este ejemplo se une el Hericium erinaceus o melena de león —descubierto, según el mismo Stamets, por el investigador japonés Kara-Jishi en 1993— que estimula el crecimiento de los nervios, además de servir como tratamiento alterno contra la enfermedad de Alzheimer. Entre estas terapias también se incluye un estudio del instituto Jonh Hopkins en el que se analizó la aplicación de psilocibina a pacientes con cáncer para disminuir ansiedad y depresión. Así se comprobó que con solo una dosis de esta sustancia proveniente de los hongos  se reducen los niveles de estos malestares hasta por seis meses.

En una entrevista para Gatopardo, Yeyha recordó las múltiples propiedades curativas de estas especies: “Los hongos pueden ayudar como terapia en casos de grandes males mentales y también en cuestiones psicológicas más manejables. Funcionan cuando buscas respuestas a tus problemas existenciales o morales, o simplemente estímulos estéticos. Sirven para gente con síndrome de estrés postraumático, que ha pasado experiencias muy fuertes en la guerra. Han demostrado constantemente servir en casos de adicción”. 

Al final del documental dirigido por Louie Schwartzberg, durante una Ted Talk, Paul Stamets cuenta el proceso que vivió su madre cuando le detectaron tumores en uno de los senos. Tenía cáncer de mama en etapa cuatro extendido al esternón y al hígado; sin embargo, contra todo pronóstico  —los médicos le daban solo tres meses de vida—, luego de someterse a un tratamiento alterno de Trametes versicolor o setas cola de pavo, un año después pudo estar libre de tumores.

Si en algo coinciden las voces de investigadores, aficionados, seguidores y escritores es en la vida después de la vida de los hongos. Si los humanos se llegasen a extinguir como los dinosaurios, el reino fungi sobreviviría. Por el momento, la pregunta quizá debería ser: ¿qué podemos hacer nosotros por los hongos?

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