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Nosotras, las invisibles

Nosotras, las invisibles

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ilustración de Mirelle Mora.
31
.
07
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La trata de personas con fines de explotación sexual afecta mayoritariamente a las niñas en todo el mundo. Este fenómeno continúa latente en países como México, donde las políticas siguen sin garantizar el acceso a la justicia con perspectiva de género y protección para las víctimas.

Marina* enrolla una cuerda en sus dedos y juega un rato con ella. Todavía no le encuentra forma. Desbarata los nudos y los vuelve a armar. Así pasa un rato antes de moldear sus palabras: “Mi infancia suena muy fuerte. Me hubiera gustado no ser niña”, responde cortante mientras deposita sus ojos en el pasado.

Unos minutos después continúa: “Mi abuelo me decía que solo estaba hecha para ser mamá y que eso se aprendía en la casa, no en la escuela. A mi hermano, al contrario, lo dejaba ir. Y yo pensaba: ¿cómo se estudia para ser mamá?”. Es martes por la mañana. Ella, junto a otras tres artesanas, aventura su voz en el taller del sur de la Ciudad de México que la salvó de su propia sombra y de la explotación sexual a la que fue sometida desde muy joven.

La trata es considerada una forma contemporánea de esclavitud y abarca todas las formas de violencia extrema. Desde hace miles de años, las mujeres han sido separadas de sus lugares de origen y comercializadas como mano de obra, servidumbre u objetos sexuales. Esta problemática social se reconoció hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, lo que no evitó su recrudecimiento, al punto de que fuera necesaria la creación de diversos tratados internacionales, como el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas (llamado Protocolo de Palermo) en 2000.

Por supuesto, un asunto es formalizar mecanismos para remediar un problema y otro la posibilidad de “parar el mundo”: con los procesos de globalización de las décadas recientes el delito de trata se redefinió, extendió y convirtió en uno de los más comunes y rentables para los grupos delictivos, después del tráfico de drogas y de armas.

Según el catedrático y economista Mario Luis Fuentes, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), “esta expresión implica la deshumanización total de las víctimas y se adapta al avance de las tecnologías de la información y del flujo de capitales, asociados tanto a problemáticas estructurales como a la pobreza, la desigualdad y las violencias”; asimismo, se relaciona con la desprotección por parte de las instituciones gubernamentales que tienen el compromiso de “garantizar el derecho humano a vivir libre de esclavitud y cualquier forma de explotación”.

No existen datos suficientemente fiables como para dimensionar las 11 categorías en las que se perpetra este complejo delito y establecer relaciones entre ellas: esclavitud, condición de siervo, prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, explotación laboral, trabajo o servicios forzados, mendicidad forzosa, involucramiento de menores en actividades delictivas, adopción ilegal, matrimonio forzoso o servil, tráfico de órganos y experimentación biomédica ilícita en seres humanos. A manera de aproximación, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que alrededor de 28 millones de personas sufren algún tipo de explotación laboral. De ellas, 4.9 millones son niñas y mujeres que también han sido víctimas de explotación sexual. Conviene explorar los factores que propician esta particular vulnerabilidad.

Las prácticas culturales sexualizan a las niñas e influyen en la trata

La propia Fiscalía General de la República de México (FGR) contempla que este delito es una forma de violencia de género. Algunas de las circunstancias que hacen que las mujeres sean fácilmente cooptadas son la discriminación llana y simple, la violencia intrafamiliar y las relaciones de dominación culturalmente aceptadas. Marina, alta y de mirada penetrante, las padeció todas. Su rumbo, sin embargo, tomó otra dirección cuando encontró su propio salvavidas, una asociación civil que la protegió y, por primera vez, creyó en ella.

“Cuando estás ahí, en ese lugar tan oscuro, piensas que no puedes ser otra cosa. ¿Si nunca nadie te ha valorado, por qué lo van a hacer ahora? Pero resulta que otra mujer se inquietó por mi estado tan decaído, y me insistió en ir a una reunión a esta casita, ubicada por Coyoacán [Ciudad de México]. Había perdido la confianza en cualquier institución. Aun así, accedí”, expresa esta mujer que hoy intenta conciliar los cursos de diseño que recibe —e imparte— con su labor de madre.

Las niñas y mujeres representan la mayoría de las víctimas de trata detectadas en todo el mundo (61% en 2022). Las niñas constituyen el 22% de los casos identificados y las mujeres adultas, el 39%, se lee en el último Informe Global, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), en diciembre de 2024.

La organización internacional, al igual que la FGR, declara que “la desigualdad de género aumenta el riesgo de las mujeres a ser captadas”, y denuncia “el incremento alarmante de niñas que siguen siendo víctimas con fines de explotación sexual (60%)”.

La diferencia sexual entre hombres y mujeres ocasiona riesgos particulares y desequilibrio en las relaciones de poder. Aunque suena a obviedad, una aproximación sociológica es necesaria para reconsiderar las formas en las que se están aplicando los protocolos. El género, que determina la forma en la que se concibe la sexualidad femenina desde la infancia y naturaliza las violencias en su contra, todavía no se dimensiona por completo dentro de la ley mexicana actual.

“Incorporar la perspectiva de género al análisis de esta problemática resulta relevante para comprender, por un lado, los contextos de discriminación y violencia que generan riesgos y prácticas que exponen a las mujeres y a las niñas a ser víctimas, así como el entorno social, cultural y político desde donde se define jurídicamente el delito”, sostiene Alethia Fernández de la Reguera, quien trabaja en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y comparte su análisis en “Una mirada al delito y sus fines de explotación desde la sociología jurídica”, incluido en el Manual sobre trata de personas, publicado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación de México.

Las políticas nacionales y su inoperancia: corrupción e impunidad

México, al ser uno de los países con más casos de personas explotadas sexualmente, particularmente de menores, ratificó en 2003 el Protocolo de Palermo. Posteriormente, el 27 de marzo de 2007 se publicó una reforma al Código Penal Federal, que tipificó la trata de personas en la legislación mexicana, representando un primer avance en esta materia. El 14 de junio de 2012, entró en vigor la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos.

En su obligación y necesidad de avanzar hacia una forma de “solución de Estado”, en 2016 la Comisión Intersecretarial para Prevenir, Combatir y Sancionar este crimen presentó un programa que propone mitigar el delito y asistir a las víctimas, con un enfoque de derechos humanos y perspectiva de género.

Estas medidas, a las que se les da poco seguimiento, no han logrado modificar la realidad. “En los últimos años las cifras de víctimas a nivel nacional continúan en aumento”, señala la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Una de las razones, apunta el organismo, es que “a la trata de personas se le sigue viendo exclusivamente desde la perspectiva criminal, es decir, como un delito, que en la mayor cantidad de las veces pareciera aislado; sin embargo, se encuentra asentada en profundas raíces sociales, económicas y culturales, que requieren ser visibilizadas para comprenderlas y formular estrategias planificadas para su atención”.

Marina representa uno de los cientos de casos en los que la Fiscalía ha “dado carpetazo”. Jamás volvió a poner una denuncia como víctima de trata, después de percibir el riesgo. “¿Cuándo me preguntaban que dónde estaban ubicados mis captadores? Yo les contestaba: pero si ustedes ya saben. Algunas autoridades, incluso, eran los mismos tratantes. Confiar en la policía era imposible. Si ibas a declarar, te pedían pruebas, pero no les servía nada de lo que les mostrabas. Si te veían arreglada, te juzgaban porque no parecías la “víctima” que ellos se imaginaban. Así que para qué”, detalla.

La justicia y sus leyes no representan ningún tipo de protección para ella. Nunca le han proporcionado cuidado. Siente temor por la complicidad que hay entre las redes de trata y las autoridades. “Cuando estaba en el búnker de la Fiscalía, se me acercó una psicóloga, y por puro protocolo me hizo un par de preguntas que, en lugar de ayudarme, despertaron mi ansiedad. Nunca más la volví a ver”.

Alguna vez sufrió acoso sexual en un transporte público y quiso denunciar. Según cuenta, intentaron convencerla de que iba a tomar mucho tiempo y “no era para tanto”. “Ese día les dije que me iba a quedar hasta que me atendieran, así me tocara pasar la noche allá. Las personas que estaban sentadas en esos escritorios no tenían formación en temas género, tampoco se solidarizaron. Su trabajo es llenar formularios y dejarlos dentro del cajón”, recuerda.

En el reporte sobre trata de personas 2023, elaborado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, se afirma que “el gobierno [mexicano] no asignó recursos a un fondo de asistencia a las víctimas exigido por la ley; los servicios generales para las víctimas fueron inadecuados en comparación con la magnitud del problema; y hubo una gran carencia de servicios. El gobierno no investigó, procesó, ni condenó a ningún funcionario cómplice”.

Marina no contó con los recursos del Estado, pero encontró el soporte que necesitaba en organizaciones civiles que la acompañaron durante su proceso de sanación. Junto a otras mujeres artesanas, amigas y colegas lidera una empresa social de diseño de objetos. Con esto obtiene recursos que contribuyen a su proyecto de vida, tan alejado ya de los lugares donde solía transitar, bajo las órdenes de hombres que ponían su cuerpo a disposición y lucraban con él.

Elisa*, Carla*, Estela* y Marina son hábiles con las manos. La pequeña cuerda toma su propia identidad. Flores, nudos y trenzas tejidas. Elisa lleva lentes, Carla tiene el pelo agarrado, Estela juega con sus uñas y Marina acaricia sus brazos descubiertos. “Lo que las instituciones deberían hacer no lo están haciendo. Cuidar y apoyar a las mujeres es una responsabilidad que no consideran suya”, expresa Carla con enfado.

La corrupción y la complicidad de funcionarios en los delitos de trata de personas siguen siendo motivo de preocupación y dificultan la acción policial. “El Plan Nacional del gobierno contra la trata identificó la corrupción y la confabulación con grupos delictivos como desafíos que contribuyen a altos niveles de impunidad de los delitos de trata de personas”, formaliza el reporte del Departamento de Estado.

En 2022, el gobierno ofrecía una línea telefónica y un sitio web para la denuncia anónima de presuntos casos de corrupción en los que estuvieran implicados funcionarios públicos, pero no recibió ninguna información relacionada con la trata de personas.

De 798 investigaciones judiciales estatales, 734 fueron de casos de trata con fines de explotación sexual, y 30 con fines de explotación laboral. En 2022, en el fuero federal, se condenaron a cinco tratantes sexuales, y en el local a 111 tratantes, 81% por trata sexual. Los esfuerzos y recursos invertidos en la persecución e investigación del delito no necesariamente se reflejan en el número de investigaciones de casos procesados y sentenciados. “Algo no estamos haciendo bien. Se invierte mucho en la parte de la persecución y no tenemos sentencias que coincidan con la dimensión del fenómeno”, expresa la investigadora Alethia Fernández.

Las asociaciones civiles reemplazan al Estado  

Marina llegó a la Fundación Pozo de Vida, que lucha contra la trata de personas en México, pensando que no duraría mucho allí, porque no había ninguna manera de salir del lugar en el que se encontraba cautiva física y psicológicamente.

En ese momento ella era una joven aterrorizada, sumergida en un ambiente de violencia constante. Unas cuantas visitas a la casa de la fundación bastaron para arriesgarse a dejar todo atrás e intentar ser otra.

La fundación cuenta con nueve proyectos que previenen, intervienen y restauran la vida de las personas afectadas por este fenómeno. “Nuestro centro comunitario está localizado en el corazón de La Merced, Ciudad de México, la zona roja más grande en Latinoamérica. Brindamos un lugar seguro para las mujeres que trabajan en prostitución que tienen alta probabilidad de ser víctimas de trata. El equipo construye relaciones con ellas para convertirse en una red de apoyo mientras ofrece un modo de salir de la prostitución”, explica Montserrat Galicia, coordinadora de algunos de estos proyectos.

“La primera vez que participé en el taller de diseño no me aguantaba ni a mí misma. A pesar de esas actitudes, varias se me acercaron para enseñarme los materiales y las herramientas. Yo renegaba. Me quejaba de todo. Con dificultad, comencé a diseñar algunas piezas. El dolor fue mi inspiración. Con mis lágrimas plasmé ese proceso tan difícil por el que pasé y del que me costó salir. No quería volver donde ellos estaban”, confía Marina.

¿Qué significa sobrevivir a la trata? Dejar de ser invisibles. Y en ese afán trabajan las asociaciones civiles. “Creo en estas organizaciones más que en un juez. Aquí te apoyan, te acompañan, te valoran, te respetan y no te discriminan. Las que estamos de este lado pensamos que sí se puede salir de eso, aunque también muchas de nosotras no pudieron y se quedaron en el camino”, asegura la sobreviviente de trata.

El hecho de que un Estado pueda “delegar” algunas de estas responsabilidades a la sociedad civil “no lo exime de sus obligaciones en virtud del derecho internacional”, enuncia el código de conducta para organizaciones no gubernamentales, publicado por la Agencia Internacional de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID), cuando todavía trabajaba con recursos y un enfoque de cooperación internacional.

Para Elisa, Carla, Estela y Marina, mujeres sobrevivientes, Pozo de Vida representa la libertad que no conocían. Un cambio de vida. Pero no todo tiene que ver con ellas y su historia, también con su familia y sus hijas. Marina no deja de estar en alerta ante el acecho de los peligros y la violencia machista.

Sobrevivir a la trata supone, también, “decirle a tu hija que no le reciba nada a los desconocidos porque siempre quieren algo a cambio. Que no se ponga esa falda para evitar miradas morbosas. Que no vaya sola a comprar las tortillas porque pueden ofrecerle droga o alcohol. Que no pase por lo que pasaste y, por eso, le cuentas tu historia e intentas enseñarle lo que es el respeto. Claro, con los recursos que tienes”, añade Marina.

La hipersexualización y los ritos de transición

¿Cómo termina una niña o adolescente capturada por las redes de trata? Los procesos de “enganche”, o lo que en algunas legislaciones se conoce como los medios comisivos —el engaño, el abuso o la coerción—, “son acciones específicas ancladas a expectativas y roles sociales que se cruzan con el género, y que fomentan violencias, muchas veces invisibilizadas por una cultura que avala la explotación de los cuerpos de las mujeres y anula su capacidad de agencia”, explica Alethia Fernández.

Esta cultura se conforma del lado de los tratantes y explotadores; sin embargo, cuando las autoridades no dan la relevancia a las formas de “enganche”, corren el riesgo de replicar prácticas culturales que normalizan los contextos de violencia que enfrentan las mujeres víctimas de trata en sus comunidades.

Por otro lado, existen rituales naturalizados que tienen relación con la trata de niñas, como las representaciones sociales de “la quinceañera”, en las que se vincula el inicio de su sexualidad y, con ella, la creencia sobre el valor de la virginidad y el hecho de tener relaciones sexuales con las niñas y adolescentes.

La captación por redes sociales proviene, generalmente, de un hombre que “les habla bonito y las engaña, pero sobre todo que sabe cuáles son sus necesidades, como obtener atención”, explica Fernández.

En general, la exposición a internet pone en primer plano los atributos sexuales de las niñas y las somete a riesgos que todavía no se dimensionan ni se combaten. Estas actividades están vinculadas a sus contextos. “En muchas ocasiones, las infancias víctimas de trata transitan antes por otros delitos como el abuso sexual, la violación, el secuestro o la desaparición”, confirma la maestra Guadalupe Lino Rodríguez en su análisis Hipersexualización infantil en redes sociales.

El trabajo social como foco de prevención  

Leticia Figueroa Valdez es una trabajadora social entregada a su labor y una admiradora de los diseños de Marina. Desde muy joven se involucró de forma voluntaria en actividades con adultos e infancias en situación de calle y con comunidades indígenas desplazadas, como la otomí, en la Ciudad de México. Hace un año se vinculó a la Fundación Pozo de Vida consciente de que las infancias vulneradas se encuentran en riesgo de sufrir explotación sexual.

Parte de su labor es realizar talleres de autocuidado para prevenir o alertar. Trabaja con un grupo de voluntarios, mayormente en la calle, ofreciendo actividades a las familias que venden dulces o artesanías. “Estas iniciativas lúdicas y pedagógicas son un descanso dentro de su ardua jornada. Les damos la posibilidad de que piensen en otra cosa, mientras conversamos. Son, sobre todo, madres, niñas y niños provenientes, la mayoría, de Santos Reyes Tepejillo, un municipio de Oaxaca donde casi toda la población se encuentra en situación de pobreza extrema. Las niñas y los niños suelen viajar con sus acudientes durante una temporada larga a la capital para vender mazapanes, por ejemplo, y conseguir dinero. El riesgo permanente se evidencia en la mendicidad forzada y lo que tratamos de transmitirles a las infancias y sus tutores es que están expuestos a niveles altos de peligro, especialmente cuando no están acompañados”, detalla Leticia.

En 2024, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de Harvard revelaron, mediante un estudio, que las niñas y los niños entre 13 y 17 años forman el mayor grupo de víctimas infantiles de trata en el continente americano, representando el 46.6% de los casos denunciados al momento. “El 12.6% de las víctimas son bebés de entre 0 y 2 años, lo que indica que algunas niñas y niños nacen en situaciones de trata”; es decir, que este delito puede comenzar en las etapas más tempranas de la vida, lo que perpetúa los ciclos de explotación y abuso.

En los últimos meses, Leticia ha tenido conocimiento de algunos casos de infancias que intentaron ser captadas en la calle. “Una niña me contó que un señor le había regalado 500 pesos a cambio de que se quedara un rato con él. Otras niñas me dijeron que casi las suben a la fuerza a un carro. Eran las 11 de la noche y estaban regresando de vender mazapanes. Un hombre se bajó y tiró a una de ellas, pero la otra la agarró de la mano. En ese momento, una señora les ayudó. Es pensar que hoy está Fernanda y mañana ya la estás buscando”, narra Leticia, mientras se acomoda sus lentes como para disuadir esa sensación de escalofrío que se manifiesta cuando piensa en esto.

En México las niñas y adolescentes también son las principales víctimas. De enero de 2015 a junio de 2025, 1,819 mujeres (74.6%) de 0 a 17 años han sufrido trata de personas, según el análisis de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM). La mayoría son captadas mediante el engaño, la seducción y la violencia física o psicológica.

Este delito puede estar asociado a pequeñas “prácticas delincuenciales” que funcionan como agencias de colocación en donde le dicen a las chicas “vas a trabajar a un lugar”. “La Ley describe ese mecanismo como trata. Para el Estado de México y la capital, la presencia de jovencitas y niñas que vienen de pueblos originarios es alta. Una enorme cantidad de mujeres que hacen trabajos del hogar empiezan desde muy jóvenes. Pero ante distintas adversidades surgen otras vías. Mientras no se resuelva el origen, que es la desigualdad estructural, difícilmente se pueda atender con una estrategia policiaca”, expresa Tania Ramírez, directora de REDIM.

Según las cifras oficiales, de enero a junio de 2025, 134 niñas y adolescentes han sufrido esta violación a sus derechos humanos. Quintara Roo y el Estado de México concentran los focos rojos, donde continuamente hay desapariciones que pueden estar asociadas. La mayoría de los casos no llegan a denunciarse.

Capturadas siendo tan jóvenes, las diseñadoras reflexionan sobre esta aterradora realidad: “A mi niña del pasado –comparte Carla– le diría que siguiera jugando detrás de las flores, a la espera de las luciérnagas. A mi adolescente le diría que se fijara más y no creyera en las promesas de esa persona que la metió en todo esto”.

Estas mujeres madrugan todas las mañana para preparar el desayuno de su familia y lanzarse a la congestión de la ciudad. Si no hay ningún imprevisto en el metro, a las nueve en punto están cruzando la puerta del taller de diseño. Aunque, en algunas ocasiones, Marina tiene que dejar a sus niños solos; intenta evitarlo, especialmente con su hija que es casi adolescente y ya reconoce los riesgos que conlleva ser mujer en entornos donde el cuerpo de las jóvenes es visto como “objeto de placer”.

“Les digo que se imaginen dentro de una burbuja y que ese es su espacio íntimo”. La preocupación de que sufra violencia la invade. Por eso las recoge en la puerta del colegio y acompaña durante la tarde. “Es que, incluso, dentro de las escuelas suceden situaciones de violencia sexual de las que no se hablan”. Su hija intenta pasar desapercibida, poniéndose ropa ancha y tapándose los pechos. “Puede estar haciendo mucho calor y ella no se quita el suéter por temor a llamar la atención”, confiesa Marina.

“Si la sociedad nos mirara como seres humanos y no como objetos, a las niñas se les daría otro lugar. Pero cómo se van a defender en este mundo donde hay más recursos destinados a la criminalidad que a los cuidados de nosotras”, sentencia.

Ser niñas, adolescentes y mujeres en contextos de exclusión social y machismo fue lo que las sumergió en un fenómeno de alcance mundial, fortalecido por la desigualdad de políticas que todavía no incorporan en su quehacer real una perspectiva más humana.

Los nudos de estas cuerdas, así como sus voces, se hilaron de forma colectiva. Sus diseños quedaron expuestos sobre ese lugar que las ha albergado durante más de una década. Es la hora de la comida y necesitan volver a la rutina diaria, la del arte que forjaron con sus propias manos.  

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*Los nombres de las mujeres fueron cambiados para proteger su identidad.

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Nosotras, las invisibles

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La trata de personas con fines de explotación sexual afecta mayoritariamente a las niñas en todo el mundo. Este fenómeno continúa latente en países como México, donde las políticas siguen sin garantizar el acceso a la justicia con perspectiva de género y protección para las víctimas.

Marina* enrolla una cuerda en sus dedos y juega un rato con ella. Todavía no le encuentra forma. Desbarata los nudos y los vuelve a armar. Así pasa un rato antes de moldear sus palabras: “Mi infancia suena muy fuerte. Me hubiera gustado no ser niña”, responde cortante mientras deposita sus ojos en el pasado.

Unos minutos después continúa: “Mi abuelo me decía que solo estaba hecha para ser mamá y que eso se aprendía en la casa, no en la escuela. A mi hermano, al contrario, lo dejaba ir. Y yo pensaba: ¿cómo se estudia para ser mamá?”. Es martes por la mañana. Ella, junto a otras tres artesanas, aventura su voz en el taller del sur de la Ciudad de México que la salvó de su propia sombra y de la explotación sexual a la que fue sometida desde muy joven.

La trata es considerada una forma contemporánea de esclavitud y abarca todas las formas de violencia extrema. Desde hace miles de años, las mujeres han sido separadas de sus lugares de origen y comercializadas como mano de obra, servidumbre u objetos sexuales. Esta problemática social se reconoció hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, lo que no evitó su recrudecimiento, al punto de que fuera necesaria la creación de diversos tratados internacionales, como el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas (llamado Protocolo de Palermo) en 2000.

Por supuesto, un asunto es formalizar mecanismos para remediar un problema y otro la posibilidad de “parar el mundo”: con los procesos de globalización de las décadas recientes el delito de trata se redefinió, extendió y convirtió en uno de los más comunes y rentables para los grupos delictivos, después del tráfico de drogas y de armas.

Según el catedrático y economista Mario Luis Fuentes, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), “esta expresión implica la deshumanización total de las víctimas y se adapta al avance de las tecnologías de la información y del flujo de capitales, asociados tanto a problemáticas estructurales como a la pobreza, la desigualdad y las violencias”; asimismo, se relaciona con la desprotección por parte de las instituciones gubernamentales que tienen el compromiso de “garantizar el derecho humano a vivir libre de esclavitud y cualquier forma de explotación”.

No existen datos suficientemente fiables como para dimensionar las 11 categorías en las que se perpetra este complejo delito y establecer relaciones entre ellas: esclavitud, condición de siervo, prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, explotación laboral, trabajo o servicios forzados, mendicidad forzosa, involucramiento de menores en actividades delictivas, adopción ilegal, matrimonio forzoso o servil, tráfico de órganos y experimentación biomédica ilícita en seres humanos. A manera de aproximación, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que alrededor de 28 millones de personas sufren algún tipo de explotación laboral. De ellas, 4.9 millones son niñas y mujeres que también han sido víctimas de explotación sexual. Conviene explorar los factores que propician esta particular vulnerabilidad.

Las prácticas culturales sexualizan a las niñas e influyen en la trata

La propia Fiscalía General de la República de México (FGR) contempla que este delito es una forma de violencia de género. Algunas de las circunstancias que hacen que las mujeres sean fácilmente cooptadas son la discriminación llana y simple, la violencia intrafamiliar y las relaciones de dominación culturalmente aceptadas. Marina, alta y de mirada penetrante, las padeció todas. Su rumbo, sin embargo, tomó otra dirección cuando encontró su propio salvavidas, una asociación civil que la protegió y, por primera vez, creyó en ella.

“Cuando estás ahí, en ese lugar tan oscuro, piensas que no puedes ser otra cosa. ¿Si nunca nadie te ha valorado, por qué lo van a hacer ahora? Pero resulta que otra mujer se inquietó por mi estado tan decaído, y me insistió en ir a una reunión a esta casita, ubicada por Coyoacán [Ciudad de México]. Había perdido la confianza en cualquier institución. Aun así, accedí”, expresa esta mujer que hoy intenta conciliar los cursos de diseño que recibe —e imparte— con su labor de madre.

Las niñas y mujeres representan la mayoría de las víctimas de trata detectadas en todo el mundo (61% en 2022). Las niñas constituyen el 22% de los casos identificados y las mujeres adultas, el 39%, se lee en el último Informe Global, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), en diciembre de 2024.

La organización internacional, al igual que la FGR, declara que “la desigualdad de género aumenta el riesgo de las mujeres a ser captadas”, y denuncia “el incremento alarmante de niñas que siguen siendo víctimas con fines de explotación sexual (60%)”.

La diferencia sexual entre hombres y mujeres ocasiona riesgos particulares y desequilibrio en las relaciones de poder. Aunque suena a obviedad, una aproximación sociológica es necesaria para reconsiderar las formas en las que se están aplicando los protocolos. El género, que determina la forma en la que se concibe la sexualidad femenina desde la infancia y naturaliza las violencias en su contra, todavía no se dimensiona por completo dentro de la ley mexicana actual.

“Incorporar la perspectiva de género al análisis de esta problemática resulta relevante para comprender, por un lado, los contextos de discriminación y violencia que generan riesgos y prácticas que exponen a las mujeres y a las niñas a ser víctimas, así como el entorno social, cultural y político desde donde se define jurídicamente el delito”, sostiene Alethia Fernández de la Reguera, quien trabaja en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y comparte su análisis en “Una mirada al delito y sus fines de explotación desde la sociología jurídica”, incluido en el Manual sobre trata de personas, publicado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación de México.

Las políticas nacionales y su inoperancia: corrupción e impunidad

México, al ser uno de los países con más casos de personas explotadas sexualmente, particularmente de menores, ratificó en 2003 el Protocolo de Palermo. Posteriormente, el 27 de marzo de 2007 se publicó una reforma al Código Penal Federal, que tipificó la trata de personas en la legislación mexicana, representando un primer avance en esta materia. El 14 de junio de 2012, entró en vigor la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos.

En su obligación y necesidad de avanzar hacia una forma de “solución de Estado”, en 2016 la Comisión Intersecretarial para Prevenir, Combatir y Sancionar este crimen presentó un programa que propone mitigar el delito y asistir a las víctimas, con un enfoque de derechos humanos y perspectiva de género.

Estas medidas, a las que se les da poco seguimiento, no han logrado modificar la realidad. “En los últimos años las cifras de víctimas a nivel nacional continúan en aumento”, señala la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Una de las razones, apunta el organismo, es que “a la trata de personas se le sigue viendo exclusivamente desde la perspectiva criminal, es decir, como un delito, que en la mayor cantidad de las veces pareciera aislado; sin embargo, se encuentra asentada en profundas raíces sociales, económicas y culturales, que requieren ser visibilizadas para comprenderlas y formular estrategias planificadas para su atención”.

Marina representa uno de los cientos de casos en los que la Fiscalía ha “dado carpetazo”. Jamás volvió a poner una denuncia como víctima de trata, después de percibir el riesgo. “¿Cuándo me preguntaban que dónde estaban ubicados mis captadores? Yo les contestaba: pero si ustedes ya saben. Algunas autoridades, incluso, eran los mismos tratantes. Confiar en la policía era imposible. Si ibas a declarar, te pedían pruebas, pero no les servía nada de lo que les mostrabas. Si te veían arreglada, te juzgaban porque no parecías la “víctima” que ellos se imaginaban. Así que para qué”, detalla.

La justicia y sus leyes no representan ningún tipo de protección para ella. Nunca le han proporcionado cuidado. Siente temor por la complicidad que hay entre las redes de trata y las autoridades. “Cuando estaba en el búnker de la Fiscalía, se me acercó una psicóloga, y por puro protocolo me hizo un par de preguntas que, en lugar de ayudarme, despertaron mi ansiedad. Nunca más la volví a ver”.

Alguna vez sufrió acoso sexual en un transporte público y quiso denunciar. Según cuenta, intentaron convencerla de que iba a tomar mucho tiempo y “no era para tanto”. “Ese día les dije que me iba a quedar hasta que me atendieran, así me tocara pasar la noche allá. Las personas que estaban sentadas en esos escritorios no tenían formación en temas género, tampoco se solidarizaron. Su trabajo es llenar formularios y dejarlos dentro del cajón”, recuerda.

En el reporte sobre trata de personas 2023, elaborado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, se afirma que “el gobierno [mexicano] no asignó recursos a un fondo de asistencia a las víctimas exigido por la ley; los servicios generales para las víctimas fueron inadecuados en comparación con la magnitud del problema; y hubo una gran carencia de servicios. El gobierno no investigó, procesó, ni condenó a ningún funcionario cómplice”.

Marina no contó con los recursos del Estado, pero encontró el soporte que necesitaba en organizaciones civiles que la acompañaron durante su proceso de sanación. Junto a otras mujeres artesanas, amigas y colegas lidera una empresa social de diseño de objetos. Con esto obtiene recursos que contribuyen a su proyecto de vida, tan alejado ya de los lugares donde solía transitar, bajo las órdenes de hombres que ponían su cuerpo a disposición y lucraban con él.

Elisa*, Carla*, Estela* y Marina son hábiles con las manos. La pequeña cuerda toma su propia identidad. Flores, nudos y trenzas tejidas. Elisa lleva lentes, Carla tiene el pelo agarrado, Estela juega con sus uñas y Marina acaricia sus brazos descubiertos. “Lo que las instituciones deberían hacer no lo están haciendo. Cuidar y apoyar a las mujeres es una responsabilidad que no consideran suya”, expresa Carla con enfado.

La corrupción y la complicidad de funcionarios en los delitos de trata de personas siguen siendo motivo de preocupación y dificultan la acción policial. “El Plan Nacional del gobierno contra la trata identificó la corrupción y la confabulación con grupos delictivos como desafíos que contribuyen a altos niveles de impunidad de los delitos de trata de personas”, formaliza el reporte del Departamento de Estado.

En 2022, el gobierno ofrecía una línea telefónica y un sitio web para la denuncia anónima de presuntos casos de corrupción en los que estuvieran implicados funcionarios públicos, pero no recibió ninguna información relacionada con la trata de personas.

De 798 investigaciones judiciales estatales, 734 fueron de casos de trata con fines de explotación sexual, y 30 con fines de explotación laboral. En 2022, en el fuero federal, se condenaron a cinco tratantes sexuales, y en el local a 111 tratantes, 81% por trata sexual. Los esfuerzos y recursos invertidos en la persecución e investigación del delito no necesariamente se reflejan en el número de investigaciones de casos procesados y sentenciados. “Algo no estamos haciendo bien. Se invierte mucho en la parte de la persecución y no tenemos sentencias que coincidan con la dimensión del fenómeno”, expresa la investigadora Alethia Fernández.

Las asociaciones civiles reemplazan al Estado  

Marina llegó a la Fundación Pozo de Vida, que lucha contra la trata de personas en México, pensando que no duraría mucho allí, porque no había ninguna manera de salir del lugar en el que se encontraba cautiva física y psicológicamente.

En ese momento ella era una joven aterrorizada, sumergida en un ambiente de violencia constante. Unas cuantas visitas a la casa de la fundación bastaron para arriesgarse a dejar todo atrás e intentar ser otra.

La fundación cuenta con nueve proyectos que previenen, intervienen y restauran la vida de las personas afectadas por este fenómeno. “Nuestro centro comunitario está localizado en el corazón de La Merced, Ciudad de México, la zona roja más grande en Latinoamérica. Brindamos un lugar seguro para las mujeres que trabajan en prostitución que tienen alta probabilidad de ser víctimas de trata. El equipo construye relaciones con ellas para convertirse en una red de apoyo mientras ofrece un modo de salir de la prostitución”, explica Montserrat Galicia, coordinadora de algunos de estos proyectos.

“La primera vez que participé en el taller de diseño no me aguantaba ni a mí misma. A pesar de esas actitudes, varias se me acercaron para enseñarme los materiales y las herramientas. Yo renegaba. Me quejaba de todo. Con dificultad, comencé a diseñar algunas piezas. El dolor fue mi inspiración. Con mis lágrimas plasmé ese proceso tan difícil por el que pasé y del que me costó salir. No quería volver donde ellos estaban”, confía Marina.

¿Qué significa sobrevivir a la trata? Dejar de ser invisibles. Y en ese afán trabajan las asociaciones civiles. “Creo en estas organizaciones más que en un juez. Aquí te apoyan, te acompañan, te valoran, te respetan y no te discriminan. Las que estamos de este lado pensamos que sí se puede salir de eso, aunque también muchas de nosotras no pudieron y se quedaron en el camino”, asegura la sobreviviente de trata.

El hecho de que un Estado pueda “delegar” algunas de estas responsabilidades a la sociedad civil “no lo exime de sus obligaciones en virtud del derecho internacional”, enuncia el código de conducta para organizaciones no gubernamentales, publicado por la Agencia Internacional de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID), cuando todavía trabajaba con recursos y un enfoque de cooperación internacional.

Para Elisa, Carla, Estela y Marina, mujeres sobrevivientes, Pozo de Vida representa la libertad que no conocían. Un cambio de vida. Pero no todo tiene que ver con ellas y su historia, también con su familia y sus hijas. Marina no deja de estar en alerta ante el acecho de los peligros y la violencia machista.

Sobrevivir a la trata supone, también, “decirle a tu hija que no le reciba nada a los desconocidos porque siempre quieren algo a cambio. Que no se ponga esa falda para evitar miradas morbosas. Que no vaya sola a comprar las tortillas porque pueden ofrecerle droga o alcohol. Que no pase por lo que pasaste y, por eso, le cuentas tu historia e intentas enseñarle lo que es el respeto. Claro, con los recursos que tienes”, añade Marina.

La hipersexualización y los ritos de transición

¿Cómo termina una niña o adolescente capturada por las redes de trata? Los procesos de “enganche”, o lo que en algunas legislaciones se conoce como los medios comisivos —el engaño, el abuso o la coerción—, “son acciones específicas ancladas a expectativas y roles sociales que se cruzan con el género, y que fomentan violencias, muchas veces invisibilizadas por una cultura que avala la explotación de los cuerpos de las mujeres y anula su capacidad de agencia”, explica Alethia Fernández.

Esta cultura se conforma del lado de los tratantes y explotadores; sin embargo, cuando las autoridades no dan la relevancia a las formas de “enganche”, corren el riesgo de replicar prácticas culturales que normalizan los contextos de violencia que enfrentan las mujeres víctimas de trata en sus comunidades.

Por otro lado, existen rituales naturalizados que tienen relación con la trata de niñas, como las representaciones sociales de “la quinceañera”, en las que se vincula el inicio de su sexualidad y, con ella, la creencia sobre el valor de la virginidad y el hecho de tener relaciones sexuales con las niñas y adolescentes.

La captación por redes sociales proviene, generalmente, de un hombre que “les habla bonito y las engaña, pero sobre todo que sabe cuáles son sus necesidades, como obtener atención”, explica Fernández.

En general, la exposición a internet pone en primer plano los atributos sexuales de las niñas y las somete a riesgos que todavía no se dimensionan ni se combaten. Estas actividades están vinculadas a sus contextos. “En muchas ocasiones, las infancias víctimas de trata transitan antes por otros delitos como el abuso sexual, la violación, el secuestro o la desaparición”, confirma la maestra Guadalupe Lino Rodríguez en su análisis Hipersexualización infantil en redes sociales.

El trabajo social como foco de prevención  

Leticia Figueroa Valdez es una trabajadora social entregada a su labor y una admiradora de los diseños de Marina. Desde muy joven se involucró de forma voluntaria en actividades con adultos e infancias en situación de calle y con comunidades indígenas desplazadas, como la otomí, en la Ciudad de México. Hace un año se vinculó a la Fundación Pozo de Vida consciente de que las infancias vulneradas se encuentran en riesgo de sufrir explotación sexual.

Parte de su labor es realizar talleres de autocuidado para prevenir o alertar. Trabaja con un grupo de voluntarios, mayormente en la calle, ofreciendo actividades a las familias que venden dulces o artesanías. “Estas iniciativas lúdicas y pedagógicas son un descanso dentro de su ardua jornada. Les damos la posibilidad de que piensen en otra cosa, mientras conversamos. Son, sobre todo, madres, niñas y niños provenientes, la mayoría, de Santos Reyes Tepejillo, un municipio de Oaxaca donde casi toda la población se encuentra en situación de pobreza extrema. Las niñas y los niños suelen viajar con sus acudientes durante una temporada larga a la capital para vender mazapanes, por ejemplo, y conseguir dinero. El riesgo permanente se evidencia en la mendicidad forzada y lo que tratamos de transmitirles a las infancias y sus tutores es que están expuestos a niveles altos de peligro, especialmente cuando no están acompañados”, detalla Leticia.

En 2024, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de Harvard revelaron, mediante un estudio, que las niñas y los niños entre 13 y 17 años forman el mayor grupo de víctimas infantiles de trata en el continente americano, representando el 46.6% de los casos denunciados al momento. “El 12.6% de las víctimas son bebés de entre 0 y 2 años, lo que indica que algunas niñas y niños nacen en situaciones de trata”; es decir, que este delito puede comenzar en las etapas más tempranas de la vida, lo que perpetúa los ciclos de explotación y abuso.

En los últimos meses, Leticia ha tenido conocimiento de algunos casos de infancias que intentaron ser captadas en la calle. “Una niña me contó que un señor le había regalado 500 pesos a cambio de que se quedara un rato con él. Otras niñas me dijeron que casi las suben a la fuerza a un carro. Eran las 11 de la noche y estaban regresando de vender mazapanes. Un hombre se bajó y tiró a una de ellas, pero la otra la agarró de la mano. En ese momento, una señora les ayudó. Es pensar que hoy está Fernanda y mañana ya la estás buscando”, narra Leticia, mientras se acomoda sus lentes como para disuadir esa sensación de escalofrío que se manifiesta cuando piensa en esto.

En México las niñas y adolescentes también son las principales víctimas. De enero de 2015 a junio de 2025, 1,819 mujeres (74.6%) de 0 a 17 años han sufrido trata de personas, según el análisis de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM). La mayoría son captadas mediante el engaño, la seducción y la violencia física o psicológica.

Este delito puede estar asociado a pequeñas “prácticas delincuenciales” que funcionan como agencias de colocación en donde le dicen a las chicas “vas a trabajar a un lugar”. “La Ley describe ese mecanismo como trata. Para el Estado de México y la capital, la presencia de jovencitas y niñas que vienen de pueblos originarios es alta. Una enorme cantidad de mujeres que hacen trabajos del hogar empiezan desde muy jóvenes. Pero ante distintas adversidades surgen otras vías. Mientras no se resuelva el origen, que es la desigualdad estructural, difícilmente se pueda atender con una estrategia policiaca”, expresa Tania Ramírez, directora de REDIM.

Según las cifras oficiales, de enero a junio de 2025, 134 niñas y adolescentes han sufrido esta violación a sus derechos humanos. Quintara Roo y el Estado de México concentran los focos rojos, donde continuamente hay desapariciones que pueden estar asociadas. La mayoría de los casos no llegan a denunciarse.

Capturadas siendo tan jóvenes, las diseñadoras reflexionan sobre esta aterradora realidad: “A mi niña del pasado –comparte Carla– le diría que siguiera jugando detrás de las flores, a la espera de las luciérnagas. A mi adolescente le diría que se fijara más y no creyera en las promesas de esa persona que la metió en todo esto”.

Estas mujeres madrugan todas las mañana para preparar el desayuno de su familia y lanzarse a la congestión de la ciudad. Si no hay ningún imprevisto en el metro, a las nueve en punto están cruzando la puerta del taller de diseño. Aunque, en algunas ocasiones, Marina tiene que dejar a sus niños solos; intenta evitarlo, especialmente con su hija que es casi adolescente y ya reconoce los riesgos que conlleva ser mujer en entornos donde el cuerpo de las jóvenes es visto como “objeto de placer”.

“Les digo que se imaginen dentro de una burbuja y que ese es su espacio íntimo”. La preocupación de que sufra violencia la invade. Por eso las recoge en la puerta del colegio y acompaña durante la tarde. “Es que, incluso, dentro de las escuelas suceden situaciones de violencia sexual de las que no se hablan”. Su hija intenta pasar desapercibida, poniéndose ropa ancha y tapándose los pechos. “Puede estar haciendo mucho calor y ella no se quita el suéter por temor a llamar la atención”, confiesa Marina.

“Si la sociedad nos mirara como seres humanos y no como objetos, a las niñas se les daría otro lugar. Pero cómo se van a defender en este mundo donde hay más recursos destinados a la criminalidad que a los cuidados de nosotras”, sentencia.

Ser niñas, adolescentes y mujeres en contextos de exclusión social y machismo fue lo que las sumergió en un fenómeno de alcance mundial, fortalecido por la desigualdad de políticas que todavía no incorporan en su quehacer real una perspectiva más humana.

Los nudos de estas cuerdas, así como sus voces, se hilaron de forma colectiva. Sus diseños quedaron expuestos sobre ese lugar que las ha albergado durante más de una década. Es la hora de la comida y necesitan volver a la rutina diaria, la del arte que forjaron con sus propias manos.  

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*Los nombres de las mujeres fueron cambiados para proteger su identidad.

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Nosotras, las invisibles

Nosotras, las invisibles

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ilustración de Mirelle Mora.
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AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La trata de personas con fines de explotación sexual afecta mayoritariamente a las niñas en todo el mundo. Este fenómeno continúa latente en países como México, donde las políticas siguen sin garantizar el acceso a la justicia con perspectiva de género y protección para las víctimas.

Marina* enrolla una cuerda en sus dedos y juega un rato con ella. Todavía no le encuentra forma. Desbarata los nudos y los vuelve a armar. Así pasa un rato antes de moldear sus palabras: “Mi infancia suena muy fuerte. Me hubiera gustado no ser niña”, responde cortante mientras deposita sus ojos en el pasado.

Unos minutos después continúa: “Mi abuelo me decía que solo estaba hecha para ser mamá y que eso se aprendía en la casa, no en la escuela. A mi hermano, al contrario, lo dejaba ir. Y yo pensaba: ¿cómo se estudia para ser mamá?”. Es martes por la mañana. Ella, junto a otras tres artesanas, aventura su voz en el taller del sur de la Ciudad de México que la salvó de su propia sombra y de la explotación sexual a la que fue sometida desde muy joven.

La trata es considerada una forma contemporánea de esclavitud y abarca todas las formas de violencia extrema. Desde hace miles de años, las mujeres han sido separadas de sus lugares de origen y comercializadas como mano de obra, servidumbre u objetos sexuales. Esta problemática social se reconoció hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, lo que no evitó su recrudecimiento, al punto de que fuera necesaria la creación de diversos tratados internacionales, como el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas (llamado Protocolo de Palermo) en 2000.

Por supuesto, un asunto es formalizar mecanismos para remediar un problema y otro la posibilidad de “parar el mundo”: con los procesos de globalización de las décadas recientes el delito de trata se redefinió, extendió y convirtió en uno de los más comunes y rentables para los grupos delictivos, después del tráfico de drogas y de armas.

Según el catedrático y economista Mario Luis Fuentes, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), “esta expresión implica la deshumanización total de las víctimas y se adapta al avance de las tecnologías de la información y del flujo de capitales, asociados tanto a problemáticas estructurales como a la pobreza, la desigualdad y las violencias”; asimismo, se relaciona con la desprotección por parte de las instituciones gubernamentales que tienen el compromiso de “garantizar el derecho humano a vivir libre de esclavitud y cualquier forma de explotación”.

No existen datos suficientemente fiables como para dimensionar las 11 categorías en las que se perpetra este complejo delito y establecer relaciones entre ellas: esclavitud, condición de siervo, prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, explotación laboral, trabajo o servicios forzados, mendicidad forzosa, involucramiento de menores en actividades delictivas, adopción ilegal, matrimonio forzoso o servil, tráfico de órganos y experimentación biomédica ilícita en seres humanos. A manera de aproximación, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que alrededor de 28 millones de personas sufren algún tipo de explotación laboral. De ellas, 4.9 millones son niñas y mujeres que también han sido víctimas de explotación sexual. Conviene explorar los factores que propician esta particular vulnerabilidad.

Las prácticas culturales sexualizan a las niñas e influyen en la trata

La propia Fiscalía General de la República de México (FGR) contempla que este delito es una forma de violencia de género. Algunas de las circunstancias que hacen que las mujeres sean fácilmente cooptadas son la discriminación llana y simple, la violencia intrafamiliar y las relaciones de dominación culturalmente aceptadas. Marina, alta y de mirada penetrante, las padeció todas. Su rumbo, sin embargo, tomó otra dirección cuando encontró su propio salvavidas, una asociación civil que la protegió y, por primera vez, creyó en ella.

“Cuando estás ahí, en ese lugar tan oscuro, piensas que no puedes ser otra cosa. ¿Si nunca nadie te ha valorado, por qué lo van a hacer ahora? Pero resulta que otra mujer se inquietó por mi estado tan decaído, y me insistió en ir a una reunión a esta casita, ubicada por Coyoacán [Ciudad de México]. Había perdido la confianza en cualquier institución. Aun así, accedí”, expresa esta mujer que hoy intenta conciliar los cursos de diseño que recibe —e imparte— con su labor de madre.

Las niñas y mujeres representan la mayoría de las víctimas de trata detectadas en todo el mundo (61% en 2022). Las niñas constituyen el 22% de los casos identificados y las mujeres adultas, el 39%, se lee en el último Informe Global, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), en diciembre de 2024.

La organización internacional, al igual que la FGR, declara que “la desigualdad de género aumenta el riesgo de las mujeres a ser captadas”, y denuncia “el incremento alarmante de niñas que siguen siendo víctimas con fines de explotación sexual (60%)”.

La diferencia sexual entre hombres y mujeres ocasiona riesgos particulares y desequilibrio en las relaciones de poder. Aunque suena a obviedad, una aproximación sociológica es necesaria para reconsiderar las formas en las que se están aplicando los protocolos. El género, que determina la forma en la que se concibe la sexualidad femenina desde la infancia y naturaliza las violencias en su contra, todavía no se dimensiona por completo dentro de la ley mexicana actual.

“Incorporar la perspectiva de género al análisis de esta problemática resulta relevante para comprender, por un lado, los contextos de discriminación y violencia que generan riesgos y prácticas que exponen a las mujeres y a las niñas a ser víctimas, así como el entorno social, cultural y político desde donde se define jurídicamente el delito”, sostiene Alethia Fernández de la Reguera, quien trabaja en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y comparte su análisis en “Una mirada al delito y sus fines de explotación desde la sociología jurídica”, incluido en el Manual sobre trata de personas, publicado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación de México.

Las políticas nacionales y su inoperancia: corrupción e impunidad

México, al ser uno de los países con más casos de personas explotadas sexualmente, particularmente de menores, ratificó en 2003 el Protocolo de Palermo. Posteriormente, el 27 de marzo de 2007 se publicó una reforma al Código Penal Federal, que tipificó la trata de personas en la legislación mexicana, representando un primer avance en esta materia. El 14 de junio de 2012, entró en vigor la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos.

En su obligación y necesidad de avanzar hacia una forma de “solución de Estado”, en 2016 la Comisión Intersecretarial para Prevenir, Combatir y Sancionar este crimen presentó un programa que propone mitigar el delito y asistir a las víctimas, con un enfoque de derechos humanos y perspectiva de género.

Estas medidas, a las que se les da poco seguimiento, no han logrado modificar la realidad. “En los últimos años las cifras de víctimas a nivel nacional continúan en aumento”, señala la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Una de las razones, apunta el organismo, es que “a la trata de personas se le sigue viendo exclusivamente desde la perspectiva criminal, es decir, como un delito, que en la mayor cantidad de las veces pareciera aislado; sin embargo, se encuentra asentada en profundas raíces sociales, económicas y culturales, que requieren ser visibilizadas para comprenderlas y formular estrategias planificadas para su atención”.

Marina representa uno de los cientos de casos en los que la Fiscalía ha “dado carpetazo”. Jamás volvió a poner una denuncia como víctima de trata, después de percibir el riesgo. “¿Cuándo me preguntaban que dónde estaban ubicados mis captadores? Yo les contestaba: pero si ustedes ya saben. Algunas autoridades, incluso, eran los mismos tratantes. Confiar en la policía era imposible. Si ibas a declarar, te pedían pruebas, pero no les servía nada de lo que les mostrabas. Si te veían arreglada, te juzgaban porque no parecías la “víctima” que ellos se imaginaban. Así que para qué”, detalla.

La justicia y sus leyes no representan ningún tipo de protección para ella. Nunca le han proporcionado cuidado. Siente temor por la complicidad que hay entre las redes de trata y las autoridades. “Cuando estaba en el búnker de la Fiscalía, se me acercó una psicóloga, y por puro protocolo me hizo un par de preguntas que, en lugar de ayudarme, despertaron mi ansiedad. Nunca más la volví a ver”.

Alguna vez sufrió acoso sexual en un transporte público y quiso denunciar. Según cuenta, intentaron convencerla de que iba a tomar mucho tiempo y “no era para tanto”. “Ese día les dije que me iba a quedar hasta que me atendieran, así me tocara pasar la noche allá. Las personas que estaban sentadas en esos escritorios no tenían formación en temas género, tampoco se solidarizaron. Su trabajo es llenar formularios y dejarlos dentro del cajón”, recuerda.

En el reporte sobre trata de personas 2023, elaborado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, se afirma que “el gobierno [mexicano] no asignó recursos a un fondo de asistencia a las víctimas exigido por la ley; los servicios generales para las víctimas fueron inadecuados en comparación con la magnitud del problema; y hubo una gran carencia de servicios. El gobierno no investigó, procesó, ni condenó a ningún funcionario cómplice”.

Marina no contó con los recursos del Estado, pero encontró el soporte que necesitaba en organizaciones civiles que la acompañaron durante su proceso de sanación. Junto a otras mujeres artesanas, amigas y colegas lidera una empresa social de diseño de objetos. Con esto obtiene recursos que contribuyen a su proyecto de vida, tan alejado ya de los lugares donde solía transitar, bajo las órdenes de hombres que ponían su cuerpo a disposición y lucraban con él.

Elisa*, Carla*, Estela* y Marina son hábiles con las manos. La pequeña cuerda toma su propia identidad. Flores, nudos y trenzas tejidas. Elisa lleva lentes, Carla tiene el pelo agarrado, Estela juega con sus uñas y Marina acaricia sus brazos descubiertos. “Lo que las instituciones deberían hacer no lo están haciendo. Cuidar y apoyar a las mujeres es una responsabilidad que no consideran suya”, expresa Carla con enfado.

La corrupción y la complicidad de funcionarios en los delitos de trata de personas siguen siendo motivo de preocupación y dificultan la acción policial. “El Plan Nacional del gobierno contra la trata identificó la corrupción y la confabulación con grupos delictivos como desafíos que contribuyen a altos niveles de impunidad de los delitos de trata de personas”, formaliza el reporte del Departamento de Estado.

En 2022, el gobierno ofrecía una línea telefónica y un sitio web para la denuncia anónima de presuntos casos de corrupción en los que estuvieran implicados funcionarios públicos, pero no recibió ninguna información relacionada con la trata de personas.

De 798 investigaciones judiciales estatales, 734 fueron de casos de trata con fines de explotación sexual, y 30 con fines de explotación laboral. En 2022, en el fuero federal, se condenaron a cinco tratantes sexuales, y en el local a 111 tratantes, 81% por trata sexual. Los esfuerzos y recursos invertidos en la persecución e investigación del delito no necesariamente se reflejan en el número de investigaciones de casos procesados y sentenciados. “Algo no estamos haciendo bien. Se invierte mucho en la parte de la persecución y no tenemos sentencias que coincidan con la dimensión del fenómeno”, expresa la investigadora Alethia Fernández.

Las asociaciones civiles reemplazan al Estado  

Marina llegó a la Fundación Pozo de Vida, que lucha contra la trata de personas en México, pensando que no duraría mucho allí, porque no había ninguna manera de salir del lugar en el que se encontraba cautiva física y psicológicamente.

En ese momento ella era una joven aterrorizada, sumergida en un ambiente de violencia constante. Unas cuantas visitas a la casa de la fundación bastaron para arriesgarse a dejar todo atrás e intentar ser otra.

La fundación cuenta con nueve proyectos que previenen, intervienen y restauran la vida de las personas afectadas por este fenómeno. “Nuestro centro comunitario está localizado en el corazón de La Merced, Ciudad de México, la zona roja más grande en Latinoamérica. Brindamos un lugar seguro para las mujeres que trabajan en prostitución que tienen alta probabilidad de ser víctimas de trata. El equipo construye relaciones con ellas para convertirse en una red de apoyo mientras ofrece un modo de salir de la prostitución”, explica Montserrat Galicia, coordinadora de algunos de estos proyectos.

“La primera vez que participé en el taller de diseño no me aguantaba ni a mí misma. A pesar de esas actitudes, varias se me acercaron para enseñarme los materiales y las herramientas. Yo renegaba. Me quejaba de todo. Con dificultad, comencé a diseñar algunas piezas. El dolor fue mi inspiración. Con mis lágrimas plasmé ese proceso tan difícil por el que pasé y del que me costó salir. No quería volver donde ellos estaban”, confía Marina.

¿Qué significa sobrevivir a la trata? Dejar de ser invisibles. Y en ese afán trabajan las asociaciones civiles. “Creo en estas organizaciones más que en un juez. Aquí te apoyan, te acompañan, te valoran, te respetan y no te discriminan. Las que estamos de este lado pensamos que sí se puede salir de eso, aunque también muchas de nosotras no pudieron y se quedaron en el camino”, asegura la sobreviviente de trata.

El hecho de que un Estado pueda “delegar” algunas de estas responsabilidades a la sociedad civil “no lo exime de sus obligaciones en virtud del derecho internacional”, enuncia el código de conducta para organizaciones no gubernamentales, publicado por la Agencia Internacional de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID), cuando todavía trabajaba con recursos y un enfoque de cooperación internacional.

Para Elisa, Carla, Estela y Marina, mujeres sobrevivientes, Pozo de Vida representa la libertad que no conocían. Un cambio de vida. Pero no todo tiene que ver con ellas y su historia, también con su familia y sus hijas. Marina no deja de estar en alerta ante el acecho de los peligros y la violencia machista.

Sobrevivir a la trata supone, también, “decirle a tu hija que no le reciba nada a los desconocidos porque siempre quieren algo a cambio. Que no se ponga esa falda para evitar miradas morbosas. Que no vaya sola a comprar las tortillas porque pueden ofrecerle droga o alcohol. Que no pase por lo que pasaste y, por eso, le cuentas tu historia e intentas enseñarle lo que es el respeto. Claro, con los recursos que tienes”, añade Marina.

La hipersexualización y los ritos de transición

¿Cómo termina una niña o adolescente capturada por las redes de trata? Los procesos de “enganche”, o lo que en algunas legislaciones se conoce como los medios comisivos —el engaño, el abuso o la coerción—, “son acciones específicas ancladas a expectativas y roles sociales que se cruzan con el género, y que fomentan violencias, muchas veces invisibilizadas por una cultura que avala la explotación de los cuerpos de las mujeres y anula su capacidad de agencia”, explica Alethia Fernández.

Esta cultura se conforma del lado de los tratantes y explotadores; sin embargo, cuando las autoridades no dan la relevancia a las formas de “enganche”, corren el riesgo de replicar prácticas culturales que normalizan los contextos de violencia que enfrentan las mujeres víctimas de trata en sus comunidades.

Por otro lado, existen rituales naturalizados que tienen relación con la trata de niñas, como las representaciones sociales de “la quinceañera”, en las que se vincula el inicio de su sexualidad y, con ella, la creencia sobre el valor de la virginidad y el hecho de tener relaciones sexuales con las niñas y adolescentes.

La captación por redes sociales proviene, generalmente, de un hombre que “les habla bonito y las engaña, pero sobre todo que sabe cuáles son sus necesidades, como obtener atención”, explica Fernández.

En general, la exposición a internet pone en primer plano los atributos sexuales de las niñas y las somete a riesgos que todavía no se dimensionan ni se combaten. Estas actividades están vinculadas a sus contextos. “En muchas ocasiones, las infancias víctimas de trata transitan antes por otros delitos como el abuso sexual, la violación, el secuestro o la desaparición”, confirma la maestra Guadalupe Lino Rodríguez en su análisis Hipersexualización infantil en redes sociales.

El trabajo social como foco de prevención  

Leticia Figueroa Valdez es una trabajadora social entregada a su labor y una admiradora de los diseños de Marina. Desde muy joven se involucró de forma voluntaria en actividades con adultos e infancias en situación de calle y con comunidades indígenas desplazadas, como la otomí, en la Ciudad de México. Hace un año se vinculó a la Fundación Pozo de Vida consciente de que las infancias vulneradas se encuentran en riesgo de sufrir explotación sexual.

Parte de su labor es realizar talleres de autocuidado para prevenir o alertar. Trabaja con un grupo de voluntarios, mayormente en la calle, ofreciendo actividades a las familias que venden dulces o artesanías. “Estas iniciativas lúdicas y pedagógicas son un descanso dentro de su ardua jornada. Les damos la posibilidad de que piensen en otra cosa, mientras conversamos. Son, sobre todo, madres, niñas y niños provenientes, la mayoría, de Santos Reyes Tepejillo, un municipio de Oaxaca donde casi toda la población se encuentra en situación de pobreza extrema. Las niñas y los niños suelen viajar con sus acudientes durante una temporada larga a la capital para vender mazapanes, por ejemplo, y conseguir dinero. El riesgo permanente se evidencia en la mendicidad forzada y lo que tratamos de transmitirles a las infancias y sus tutores es que están expuestos a niveles altos de peligro, especialmente cuando no están acompañados”, detalla Leticia.

En 2024, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de Harvard revelaron, mediante un estudio, que las niñas y los niños entre 13 y 17 años forman el mayor grupo de víctimas infantiles de trata en el continente americano, representando el 46.6% de los casos denunciados al momento. “El 12.6% de las víctimas son bebés de entre 0 y 2 años, lo que indica que algunas niñas y niños nacen en situaciones de trata”; es decir, que este delito puede comenzar en las etapas más tempranas de la vida, lo que perpetúa los ciclos de explotación y abuso.

En los últimos meses, Leticia ha tenido conocimiento de algunos casos de infancias que intentaron ser captadas en la calle. “Una niña me contó que un señor le había regalado 500 pesos a cambio de que se quedara un rato con él. Otras niñas me dijeron que casi las suben a la fuerza a un carro. Eran las 11 de la noche y estaban regresando de vender mazapanes. Un hombre se bajó y tiró a una de ellas, pero la otra la agarró de la mano. En ese momento, una señora les ayudó. Es pensar que hoy está Fernanda y mañana ya la estás buscando”, narra Leticia, mientras se acomoda sus lentes como para disuadir esa sensación de escalofrío que se manifiesta cuando piensa en esto.

En México las niñas y adolescentes también son las principales víctimas. De enero de 2015 a junio de 2025, 1,819 mujeres (74.6%) de 0 a 17 años han sufrido trata de personas, según el análisis de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM). La mayoría son captadas mediante el engaño, la seducción y la violencia física o psicológica.

Este delito puede estar asociado a pequeñas “prácticas delincuenciales” que funcionan como agencias de colocación en donde le dicen a las chicas “vas a trabajar a un lugar”. “La Ley describe ese mecanismo como trata. Para el Estado de México y la capital, la presencia de jovencitas y niñas que vienen de pueblos originarios es alta. Una enorme cantidad de mujeres que hacen trabajos del hogar empiezan desde muy jóvenes. Pero ante distintas adversidades surgen otras vías. Mientras no se resuelva el origen, que es la desigualdad estructural, difícilmente se pueda atender con una estrategia policiaca”, expresa Tania Ramírez, directora de REDIM.

Según las cifras oficiales, de enero a junio de 2025, 134 niñas y adolescentes han sufrido esta violación a sus derechos humanos. Quintara Roo y el Estado de México concentran los focos rojos, donde continuamente hay desapariciones que pueden estar asociadas. La mayoría de los casos no llegan a denunciarse.

Capturadas siendo tan jóvenes, las diseñadoras reflexionan sobre esta aterradora realidad: “A mi niña del pasado –comparte Carla– le diría que siguiera jugando detrás de las flores, a la espera de las luciérnagas. A mi adolescente le diría que se fijara más y no creyera en las promesas de esa persona que la metió en todo esto”.

Estas mujeres madrugan todas las mañana para preparar el desayuno de su familia y lanzarse a la congestión de la ciudad. Si no hay ningún imprevisto en el metro, a las nueve en punto están cruzando la puerta del taller de diseño. Aunque, en algunas ocasiones, Marina tiene que dejar a sus niños solos; intenta evitarlo, especialmente con su hija que es casi adolescente y ya reconoce los riesgos que conlleva ser mujer en entornos donde el cuerpo de las jóvenes es visto como “objeto de placer”.

“Les digo que se imaginen dentro de una burbuja y que ese es su espacio íntimo”. La preocupación de que sufra violencia la invade. Por eso las recoge en la puerta del colegio y acompaña durante la tarde. “Es que, incluso, dentro de las escuelas suceden situaciones de violencia sexual de las que no se hablan”. Su hija intenta pasar desapercibida, poniéndose ropa ancha y tapándose los pechos. “Puede estar haciendo mucho calor y ella no se quita el suéter por temor a llamar la atención”, confiesa Marina.

“Si la sociedad nos mirara como seres humanos y no como objetos, a las niñas se les daría otro lugar. Pero cómo se van a defender en este mundo donde hay más recursos destinados a la criminalidad que a los cuidados de nosotras”, sentencia.

Ser niñas, adolescentes y mujeres en contextos de exclusión social y machismo fue lo que las sumergió en un fenómeno de alcance mundial, fortalecido por la desigualdad de políticas que todavía no incorporan en su quehacer real una perspectiva más humana.

Los nudos de estas cuerdas, así como sus voces, se hilaron de forma colectiva. Sus diseños quedaron expuestos sobre ese lugar que las ha albergado durante más de una década. Es la hora de la comida y necesitan volver a la rutina diaria, la del arte que forjaron con sus propias manos.  

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La trata de personas con fines de explotación sexual afecta mayoritariamente a las niñas en todo el mundo. Este fenómeno continúa latente en países como México, donde las políticas siguen sin garantizar el acceso a la justicia con perspectiva de género y protección para las víctimas.

Marina* enrolla una cuerda en sus dedos y juega un rato con ella. Todavía no le encuentra forma. Desbarata los nudos y los vuelve a armar. Así pasa un rato antes de moldear sus palabras: “Mi infancia suena muy fuerte. Me hubiera gustado no ser niña”, responde cortante mientras deposita sus ojos en el pasado.

Unos minutos después continúa: “Mi abuelo me decía que solo estaba hecha para ser mamá y que eso se aprendía en la casa, no en la escuela. A mi hermano, al contrario, lo dejaba ir. Y yo pensaba: ¿cómo se estudia para ser mamá?”. Es martes por la mañana. Ella, junto a otras tres artesanas, aventura su voz en el taller del sur de la Ciudad de México que la salvó de su propia sombra y de la explotación sexual a la que fue sometida desde muy joven.

La trata es considerada una forma contemporánea de esclavitud y abarca todas las formas de violencia extrema. Desde hace miles de años, las mujeres han sido separadas de sus lugares de origen y comercializadas como mano de obra, servidumbre u objetos sexuales. Esta problemática social se reconoció hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, lo que no evitó su recrudecimiento, al punto de que fuera necesaria la creación de diversos tratados internacionales, como el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas (llamado Protocolo de Palermo) en 2000.

Por supuesto, un asunto es formalizar mecanismos para remediar un problema y otro la posibilidad de “parar el mundo”: con los procesos de globalización de las décadas recientes el delito de trata se redefinió, extendió y convirtió en uno de los más comunes y rentables para los grupos delictivos, después del tráfico de drogas y de armas.

Según el catedrático y economista Mario Luis Fuentes, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), “esta expresión implica la deshumanización total de las víctimas y se adapta al avance de las tecnologías de la información y del flujo de capitales, asociados tanto a problemáticas estructurales como a la pobreza, la desigualdad y las violencias”; asimismo, se relaciona con la desprotección por parte de las instituciones gubernamentales que tienen el compromiso de “garantizar el derecho humano a vivir libre de esclavitud y cualquier forma de explotación”.

No existen datos suficientemente fiables como para dimensionar las 11 categorías en las que se perpetra este complejo delito y establecer relaciones entre ellas: esclavitud, condición de siervo, prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, explotación laboral, trabajo o servicios forzados, mendicidad forzosa, involucramiento de menores en actividades delictivas, adopción ilegal, matrimonio forzoso o servil, tráfico de órganos y experimentación biomédica ilícita en seres humanos. A manera de aproximación, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que alrededor de 28 millones de personas sufren algún tipo de explotación laboral. De ellas, 4.9 millones son niñas y mujeres que también han sido víctimas de explotación sexual. Conviene explorar los factores que propician esta particular vulnerabilidad.

Las prácticas culturales sexualizan a las niñas e influyen en la trata

La propia Fiscalía General de la República de México (FGR) contempla que este delito es una forma de violencia de género. Algunas de las circunstancias que hacen que las mujeres sean fácilmente cooptadas son la discriminación llana y simple, la violencia intrafamiliar y las relaciones de dominación culturalmente aceptadas. Marina, alta y de mirada penetrante, las padeció todas. Su rumbo, sin embargo, tomó otra dirección cuando encontró su propio salvavidas, una asociación civil que la protegió y, por primera vez, creyó en ella.

“Cuando estás ahí, en ese lugar tan oscuro, piensas que no puedes ser otra cosa. ¿Si nunca nadie te ha valorado, por qué lo van a hacer ahora? Pero resulta que otra mujer se inquietó por mi estado tan decaído, y me insistió en ir a una reunión a esta casita, ubicada por Coyoacán [Ciudad de México]. Había perdido la confianza en cualquier institución. Aun así, accedí”, expresa esta mujer que hoy intenta conciliar los cursos de diseño que recibe —e imparte— con su labor de madre.

Las niñas y mujeres representan la mayoría de las víctimas de trata detectadas en todo el mundo (61% en 2022). Las niñas constituyen el 22% de los casos identificados y las mujeres adultas, el 39%, se lee en el último Informe Global, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), en diciembre de 2024.

La organización internacional, al igual que la FGR, declara que “la desigualdad de género aumenta el riesgo de las mujeres a ser captadas”, y denuncia “el incremento alarmante de niñas que siguen siendo víctimas con fines de explotación sexual (60%)”.

La diferencia sexual entre hombres y mujeres ocasiona riesgos particulares y desequilibrio en las relaciones de poder. Aunque suena a obviedad, una aproximación sociológica es necesaria para reconsiderar las formas en las que se están aplicando los protocolos. El género, que determina la forma en la que se concibe la sexualidad femenina desde la infancia y naturaliza las violencias en su contra, todavía no se dimensiona por completo dentro de la ley mexicana actual.

“Incorporar la perspectiva de género al análisis de esta problemática resulta relevante para comprender, por un lado, los contextos de discriminación y violencia que generan riesgos y prácticas que exponen a las mujeres y a las niñas a ser víctimas, así como el entorno social, cultural y político desde donde se define jurídicamente el delito”, sostiene Alethia Fernández de la Reguera, quien trabaja en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y comparte su análisis en “Una mirada al delito y sus fines de explotación desde la sociología jurídica”, incluido en el Manual sobre trata de personas, publicado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación de México.

Las políticas nacionales y su inoperancia: corrupción e impunidad

México, al ser uno de los países con más casos de personas explotadas sexualmente, particularmente de menores, ratificó en 2003 el Protocolo de Palermo. Posteriormente, el 27 de marzo de 2007 se publicó una reforma al Código Penal Federal, que tipificó la trata de personas en la legislación mexicana, representando un primer avance en esta materia. El 14 de junio de 2012, entró en vigor la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos.

En su obligación y necesidad de avanzar hacia una forma de “solución de Estado”, en 2016 la Comisión Intersecretarial para Prevenir, Combatir y Sancionar este crimen presentó un programa que propone mitigar el delito y asistir a las víctimas, con un enfoque de derechos humanos y perspectiva de género.

Estas medidas, a las que se les da poco seguimiento, no han logrado modificar la realidad. “En los últimos años las cifras de víctimas a nivel nacional continúan en aumento”, señala la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Una de las razones, apunta el organismo, es que “a la trata de personas se le sigue viendo exclusivamente desde la perspectiva criminal, es decir, como un delito, que en la mayor cantidad de las veces pareciera aislado; sin embargo, se encuentra asentada en profundas raíces sociales, económicas y culturales, que requieren ser visibilizadas para comprenderlas y formular estrategias planificadas para su atención”.

Marina representa uno de los cientos de casos en los que la Fiscalía ha “dado carpetazo”. Jamás volvió a poner una denuncia como víctima de trata, después de percibir el riesgo. “¿Cuándo me preguntaban que dónde estaban ubicados mis captadores? Yo les contestaba: pero si ustedes ya saben. Algunas autoridades, incluso, eran los mismos tratantes. Confiar en la policía era imposible. Si ibas a declarar, te pedían pruebas, pero no les servía nada de lo que les mostrabas. Si te veían arreglada, te juzgaban porque no parecías la “víctima” que ellos se imaginaban. Así que para qué”, detalla.

La justicia y sus leyes no representan ningún tipo de protección para ella. Nunca le han proporcionado cuidado. Siente temor por la complicidad que hay entre las redes de trata y las autoridades. “Cuando estaba en el búnker de la Fiscalía, se me acercó una psicóloga, y por puro protocolo me hizo un par de preguntas que, en lugar de ayudarme, despertaron mi ansiedad. Nunca más la volví a ver”.

Alguna vez sufrió acoso sexual en un transporte público y quiso denunciar. Según cuenta, intentaron convencerla de que iba a tomar mucho tiempo y “no era para tanto”. “Ese día les dije que me iba a quedar hasta que me atendieran, así me tocara pasar la noche allá. Las personas que estaban sentadas en esos escritorios no tenían formación en temas género, tampoco se solidarizaron. Su trabajo es llenar formularios y dejarlos dentro del cajón”, recuerda.

En el reporte sobre trata de personas 2023, elaborado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, se afirma que “el gobierno [mexicano] no asignó recursos a un fondo de asistencia a las víctimas exigido por la ley; los servicios generales para las víctimas fueron inadecuados en comparación con la magnitud del problema; y hubo una gran carencia de servicios. El gobierno no investigó, procesó, ni condenó a ningún funcionario cómplice”.

Marina no contó con los recursos del Estado, pero encontró el soporte que necesitaba en organizaciones civiles que la acompañaron durante su proceso de sanación. Junto a otras mujeres artesanas, amigas y colegas lidera una empresa social de diseño de objetos. Con esto obtiene recursos que contribuyen a su proyecto de vida, tan alejado ya de los lugares donde solía transitar, bajo las órdenes de hombres que ponían su cuerpo a disposición y lucraban con él.

Elisa*, Carla*, Estela* y Marina son hábiles con las manos. La pequeña cuerda toma su propia identidad. Flores, nudos y trenzas tejidas. Elisa lleva lentes, Carla tiene el pelo agarrado, Estela juega con sus uñas y Marina acaricia sus brazos descubiertos. “Lo que las instituciones deberían hacer no lo están haciendo. Cuidar y apoyar a las mujeres es una responsabilidad que no consideran suya”, expresa Carla con enfado.

La corrupción y la complicidad de funcionarios en los delitos de trata de personas siguen siendo motivo de preocupación y dificultan la acción policial. “El Plan Nacional del gobierno contra la trata identificó la corrupción y la confabulación con grupos delictivos como desafíos que contribuyen a altos niveles de impunidad de los delitos de trata de personas”, formaliza el reporte del Departamento de Estado.

En 2022, el gobierno ofrecía una línea telefónica y un sitio web para la denuncia anónima de presuntos casos de corrupción en los que estuvieran implicados funcionarios públicos, pero no recibió ninguna información relacionada con la trata de personas.

De 798 investigaciones judiciales estatales, 734 fueron de casos de trata con fines de explotación sexual, y 30 con fines de explotación laboral. En 2022, en el fuero federal, se condenaron a cinco tratantes sexuales, y en el local a 111 tratantes, 81% por trata sexual. Los esfuerzos y recursos invertidos en la persecución e investigación del delito no necesariamente se reflejan en el número de investigaciones de casos procesados y sentenciados. “Algo no estamos haciendo bien. Se invierte mucho en la parte de la persecución y no tenemos sentencias que coincidan con la dimensión del fenómeno”, expresa la investigadora Alethia Fernández.

Las asociaciones civiles reemplazan al Estado  

Marina llegó a la Fundación Pozo de Vida, que lucha contra la trata de personas en México, pensando que no duraría mucho allí, porque no había ninguna manera de salir del lugar en el que se encontraba cautiva física y psicológicamente.

En ese momento ella era una joven aterrorizada, sumergida en un ambiente de violencia constante. Unas cuantas visitas a la casa de la fundación bastaron para arriesgarse a dejar todo atrás e intentar ser otra.

La fundación cuenta con nueve proyectos que previenen, intervienen y restauran la vida de las personas afectadas por este fenómeno. “Nuestro centro comunitario está localizado en el corazón de La Merced, Ciudad de México, la zona roja más grande en Latinoamérica. Brindamos un lugar seguro para las mujeres que trabajan en prostitución que tienen alta probabilidad de ser víctimas de trata. El equipo construye relaciones con ellas para convertirse en una red de apoyo mientras ofrece un modo de salir de la prostitución”, explica Montserrat Galicia, coordinadora de algunos de estos proyectos.

“La primera vez que participé en el taller de diseño no me aguantaba ni a mí misma. A pesar de esas actitudes, varias se me acercaron para enseñarme los materiales y las herramientas. Yo renegaba. Me quejaba de todo. Con dificultad, comencé a diseñar algunas piezas. El dolor fue mi inspiración. Con mis lágrimas plasmé ese proceso tan difícil por el que pasé y del que me costó salir. No quería volver donde ellos estaban”, confía Marina.

¿Qué significa sobrevivir a la trata? Dejar de ser invisibles. Y en ese afán trabajan las asociaciones civiles. “Creo en estas organizaciones más que en un juez. Aquí te apoyan, te acompañan, te valoran, te respetan y no te discriminan. Las que estamos de este lado pensamos que sí se puede salir de eso, aunque también muchas de nosotras no pudieron y se quedaron en el camino”, asegura la sobreviviente de trata.

El hecho de que un Estado pueda “delegar” algunas de estas responsabilidades a la sociedad civil “no lo exime de sus obligaciones en virtud del derecho internacional”, enuncia el código de conducta para organizaciones no gubernamentales, publicado por la Agencia Internacional de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID), cuando todavía trabajaba con recursos y un enfoque de cooperación internacional.

Para Elisa, Carla, Estela y Marina, mujeres sobrevivientes, Pozo de Vida representa la libertad que no conocían. Un cambio de vida. Pero no todo tiene que ver con ellas y su historia, también con su familia y sus hijas. Marina no deja de estar en alerta ante el acecho de los peligros y la violencia machista.

Sobrevivir a la trata supone, también, “decirle a tu hija que no le reciba nada a los desconocidos porque siempre quieren algo a cambio. Que no se ponga esa falda para evitar miradas morbosas. Que no vaya sola a comprar las tortillas porque pueden ofrecerle droga o alcohol. Que no pase por lo que pasaste y, por eso, le cuentas tu historia e intentas enseñarle lo que es el respeto. Claro, con los recursos que tienes”, añade Marina.

La hipersexualización y los ritos de transición

¿Cómo termina una niña o adolescente capturada por las redes de trata? Los procesos de “enganche”, o lo que en algunas legislaciones se conoce como los medios comisivos —el engaño, el abuso o la coerción—, “son acciones específicas ancladas a expectativas y roles sociales que se cruzan con el género, y que fomentan violencias, muchas veces invisibilizadas por una cultura que avala la explotación de los cuerpos de las mujeres y anula su capacidad de agencia”, explica Alethia Fernández.

Esta cultura se conforma del lado de los tratantes y explotadores; sin embargo, cuando las autoridades no dan la relevancia a las formas de “enganche”, corren el riesgo de replicar prácticas culturales que normalizan los contextos de violencia que enfrentan las mujeres víctimas de trata en sus comunidades.

Por otro lado, existen rituales naturalizados que tienen relación con la trata de niñas, como las representaciones sociales de “la quinceañera”, en las que se vincula el inicio de su sexualidad y, con ella, la creencia sobre el valor de la virginidad y el hecho de tener relaciones sexuales con las niñas y adolescentes.

La captación por redes sociales proviene, generalmente, de un hombre que “les habla bonito y las engaña, pero sobre todo que sabe cuáles son sus necesidades, como obtener atención”, explica Fernández.

En general, la exposición a internet pone en primer plano los atributos sexuales de las niñas y las somete a riesgos que todavía no se dimensionan ni se combaten. Estas actividades están vinculadas a sus contextos. “En muchas ocasiones, las infancias víctimas de trata transitan antes por otros delitos como el abuso sexual, la violación, el secuestro o la desaparición”, confirma la maestra Guadalupe Lino Rodríguez en su análisis Hipersexualización infantil en redes sociales.

El trabajo social como foco de prevención  

Leticia Figueroa Valdez es una trabajadora social entregada a su labor y una admiradora de los diseños de Marina. Desde muy joven se involucró de forma voluntaria en actividades con adultos e infancias en situación de calle y con comunidades indígenas desplazadas, como la otomí, en la Ciudad de México. Hace un año se vinculó a la Fundación Pozo de Vida consciente de que las infancias vulneradas se encuentran en riesgo de sufrir explotación sexual.

Parte de su labor es realizar talleres de autocuidado para prevenir o alertar. Trabaja con un grupo de voluntarios, mayormente en la calle, ofreciendo actividades a las familias que venden dulces o artesanías. “Estas iniciativas lúdicas y pedagógicas son un descanso dentro de su ardua jornada. Les damos la posibilidad de que piensen en otra cosa, mientras conversamos. Son, sobre todo, madres, niñas y niños provenientes, la mayoría, de Santos Reyes Tepejillo, un municipio de Oaxaca donde casi toda la población se encuentra en situación de pobreza extrema. Las niñas y los niños suelen viajar con sus acudientes durante una temporada larga a la capital para vender mazapanes, por ejemplo, y conseguir dinero. El riesgo permanente se evidencia en la mendicidad forzada y lo que tratamos de transmitirles a las infancias y sus tutores es que están expuestos a niveles altos de peligro, especialmente cuando no están acompañados”, detalla Leticia.

En 2024, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de Harvard revelaron, mediante un estudio, que las niñas y los niños entre 13 y 17 años forman el mayor grupo de víctimas infantiles de trata en el continente americano, representando el 46.6% de los casos denunciados al momento. “El 12.6% de las víctimas son bebés de entre 0 y 2 años, lo que indica que algunas niñas y niños nacen en situaciones de trata”; es decir, que este delito puede comenzar en las etapas más tempranas de la vida, lo que perpetúa los ciclos de explotación y abuso.

En los últimos meses, Leticia ha tenido conocimiento de algunos casos de infancias que intentaron ser captadas en la calle. “Una niña me contó que un señor le había regalado 500 pesos a cambio de que se quedara un rato con él. Otras niñas me dijeron que casi las suben a la fuerza a un carro. Eran las 11 de la noche y estaban regresando de vender mazapanes. Un hombre se bajó y tiró a una de ellas, pero la otra la agarró de la mano. En ese momento, una señora les ayudó. Es pensar que hoy está Fernanda y mañana ya la estás buscando”, narra Leticia, mientras se acomoda sus lentes como para disuadir esa sensación de escalofrío que se manifiesta cuando piensa en esto.

En México las niñas y adolescentes también son las principales víctimas. De enero de 2015 a junio de 2025, 1,819 mujeres (74.6%) de 0 a 17 años han sufrido trata de personas, según el análisis de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM). La mayoría son captadas mediante el engaño, la seducción y la violencia física o psicológica.

Este delito puede estar asociado a pequeñas “prácticas delincuenciales” que funcionan como agencias de colocación en donde le dicen a las chicas “vas a trabajar a un lugar”. “La Ley describe ese mecanismo como trata. Para el Estado de México y la capital, la presencia de jovencitas y niñas que vienen de pueblos originarios es alta. Una enorme cantidad de mujeres que hacen trabajos del hogar empiezan desde muy jóvenes. Pero ante distintas adversidades surgen otras vías. Mientras no se resuelva el origen, que es la desigualdad estructural, difícilmente se pueda atender con una estrategia policiaca”, expresa Tania Ramírez, directora de REDIM.

Según las cifras oficiales, de enero a junio de 2025, 134 niñas y adolescentes han sufrido esta violación a sus derechos humanos. Quintara Roo y el Estado de México concentran los focos rojos, donde continuamente hay desapariciones que pueden estar asociadas. La mayoría de los casos no llegan a denunciarse.

Capturadas siendo tan jóvenes, las diseñadoras reflexionan sobre esta aterradora realidad: “A mi niña del pasado –comparte Carla– le diría que siguiera jugando detrás de las flores, a la espera de las luciérnagas. A mi adolescente le diría que se fijara más y no creyera en las promesas de esa persona que la metió en todo esto”.

Estas mujeres madrugan todas las mañana para preparar el desayuno de su familia y lanzarse a la congestión de la ciudad. Si no hay ningún imprevisto en el metro, a las nueve en punto están cruzando la puerta del taller de diseño. Aunque, en algunas ocasiones, Marina tiene que dejar a sus niños solos; intenta evitarlo, especialmente con su hija que es casi adolescente y ya reconoce los riesgos que conlleva ser mujer en entornos donde el cuerpo de las jóvenes es visto como “objeto de placer”.

“Les digo que se imaginen dentro de una burbuja y que ese es su espacio íntimo”. La preocupación de que sufra violencia la invade. Por eso las recoge en la puerta del colegio y acompaña durante la tarde. “Es que, incluso, dentro de las escuelas suceden situaciones de violencia sexual de las que no se hablan”. Su hija intenta pasar desapercibida, poniéndose ropa ancha y tapándose los pechos. “Puede estar haciendo mucho calor y ella no se quita el suéter por temor a llamar la atención”, confiesa Marina.

“Si la sociedad nos mirara como seres humanos y no como objetos, a las niñas se les daría otro lugar. Pero cómo se van a defender en este mundo donde hay más recursos destinados a la criminalidad que a los cuidados de nosotras”, sentencia.

Ser niñas, adolescentes y mujeres en contextos de exclusión social y machismo fue lo que las sumergió en un fenómeno de alcance mundial, fortalecido por la desigualdad de políticas que todavía no incorporan en su quehacer real una perspectiva más humana.

Los nudos de estas cuerdas, así como sus voces, se hilaron de forma colectiva. Sus diseños quedaron expuestos sobre ese lugar que las ha albergado durante más de una década. Es la hora de la comida y necesitan volver a la rutina diaria, la del arte que forjaron con sus propias manos.  

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*Los nombres de las mujeres fueron cambiados para proteger su identidad.

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Ilustración de Mirelle Mora.

Nosotras, las invisibles

Nosotras, las invisibles

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Tiempo de Lectura: 00 min

La trata de personas con fines de explotación sexual afecta mayoritariamente a las niñas en todo el mundo. Este fenómeno continúa latente en países como México, donde las políticas siguen sin garantizar el acceso a la justicia con perspectiva de género y protección para las víctimas.

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Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Marina* enrolla una cuerda en sus dedos y juega un rato con ella. Todavía no le encuentra forma. Desbarata los nudos y los vuelve a armar. Así pasa un rato antes de moldear sus palabras: “Mi infancia suena muy fuerte. Me hubiera gustado no ser niña”, responde cortante mientras deposita sus ojos en el pasado.

Unos minutos después continúa: “Mi abuelo me decía que solo estaba hecha para ser mamá y que eso se aprendía en la casa, no en la escuela. A mi hermano, al contrario, lo dejaba ir. Y yo pensaba: ¿cómo se estudia para ser mamá?”. Es martes por la mañana. Ella, junto a otras tres artesanas, aventura su voz en el taller del sur de la Ciudad de México que la salvó de su propia sombra y de la explotación sexual a la que fue sometida desde muy joven.

La trata es considerada una forma contemporánea de esclavitud y abarca todas las formas de violencia extrema. Desde hace miles de años, las mujeres han sido separadas de sus lugares de origen y comercializadas como mano de obra, servidumbre u objetos sexuales. Esta problemática social se reconoció hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, lo que no evitó su recrudecimiento, al punto de que fuera necesaria la creación de diversos tratados internacionales, como el Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas (llamado Protocolo de Palermo) en 2000.

Por supuesto, un asunto es formalizar mecanismos para remediar un problema y otro la posibilidad de “parar el mundo”: con los procesos de globalización de las décadas recientes el delito de trata se redefinió, extendió y convirtió en uno de los más comunes y rentables para los grupos delictivos, después del tráfico de drogas y de armas.

Según el catedrático y economista Mario Luis Fuentes, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), “esta expresión implica la deshumanización total de las víctimas y se adapta al avance de las tecnologías de la información y del flujo de capitales, asociados tanto a problemáticas estructurales como a la pobreza, la desigualdad y las violencias”; asimismo, se relaciona con la desprotección por parte de las instituciones gubernamentales que tienen el compromiso de “garantizar el derecho humano a vivir libre de esclavitud y cualquier forma de explotación”.

No existen datos suficientemente fiables como para dimensionar las 11 categorías en las que se perpetra este complejo delito y establecer relaciones entre ellas: esclavitud, condición de siervo, prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, explotación laboral, trabajo o servicios forzados, mendicidad forzosa, involucramiento de menores en actividades delictivas, adopción ilegal, matrimonio forzoso o servil, tráfico de órganos y experimentación biomédica ilícita en seres humanos. A manera de aproximación, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que alrededor de 28 millones de personas sufren algún tipo de explotación laboral. De ellas, 4.9 millones son niñas y mujeres que también han sido víctimas de explotación sexual. Conviene explorar los factores que propician esta particular vulnerabilidad.

Las prácticas culturales sexualizan a las niñas e influyen en la trata

La propia Fiscalía General de la República de México (FGR) contempla que este delito es una forma de violencia de género. Algunas de las circunstancias que hacen que las mujeres sean fácilmente cooptadas son la discriminación llana y simple, la violencia intrafamiliar y las relaciones de dominación culturalmente aceptadas. Marina, alta y de mirada penetrante, las padeció todas. Su rumbo, sin embargo, tomó otra dirección cuando encontró su propio salvavidas, una asociación civil que la protegió y, por primera vez, creyó en ella.

“Cuando estás ahí, en ese lugar tan oscuro, piensas que no puedes ser otra cosa. ¿Si nunca nadie te ha valorado, por qué lo van a hacer ahora? Pero resulta que otra mujer se inquietó por mi estado tan decaído, y me insistió en ir a una reunión a esta casita, ubicada por Coyoacán [Ciudad de México]. Había perdido la confianza en cualquier institución. Aun así, accedí”, expresa esta mujer que hoy intenta conciliar los cursos de diseño que recibe —e imparte— con su labor de madre.

Las niñas y mujeres representan la mayoría de las víctimas de trata detectadas en todo el mundo (61% en 2022). Las niñas constituyen el 22% de los casos identificados y las mujeres adultas, el 39%, se lee en el último Informe Global, publicado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), en diciembre de 2024.

La organización internacional, al igual que la FGR, declara que “la desigualdad de género aumenta el riesgo de las mujeres a ser captadas”, y denuncia “el incremento alarmante de niñas que siguen siendo víctimas con fines de explotación sexual (60%)”.

La diferencia sexual entre hombres y mujeres ocasiona riesgos particulares y desequilibrio en las relaciones de poder. Aunque suena a obviedad, una aproximación sociológica es necesaria para reconsiderar las formas en las que se están aplicando los protocolos. El género, que determina la forma en la que se concibe la sexualidad femenina desde la infancia y naturaliza las violencias en su contra, todavía no se dimensiona por completo dentro de la ley mexicana actual.

“Incorporar la perspectiva de género al análisis de esta problemática resulta relevante para comprender, por un lado, los contextos de discriminación y violencia que generan riesgos y prácticas que exponen a las mujeres y a las niñas a ser víctimas, así como el entorno social, cultural y político desde donde se define jurídicamente el delito”, sostiene Alethia Fernández de la Reguera, quien trabaja en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y comparte su análisis en “Una mirada al delito y sus fines de explotación desde la sociología jurídica”, incluido en el Manual sobre trata de personas, publicado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación de México.

Las políticas nacionales y su inoperancia: corrupción e impunidad

México, al ser uno de los países con más casos de personas explotadas sexualmente, particularmente de menores, ratificó en 2003 el Protocolo de Palermo. Posteriormente, el 27 de marzo de 2007 se publicó una reforma al Código Penal Federal, que tipificó la trata de personas en la legislación mexicana, representando un primer avance en esta materia. El 14 de junio de 2012, entró en vigor la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos.

En su obligación y necesidad de avanzar hacia una forma de “solución de Estado”, en 2016 la Comisión Intersecretarial para Prevenir, Combatir y Sancionar este crimen presentó un programa que propone mitigar el delito y asistir a las víctimas, con un enfoque de derechos humanos y perspectiva de género.

Estas medidas, a las que se les da poco seguimiento, no han logrado modificar la realidad. “En los últimos años las cifras de víctimas a nivel nacional continúan en aumento”, señala la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Una de las razones, apunta el organismo, es que “a la trata de personas se le sigue viendo exclusivamente desde la perspectiva criminal, es decir, como un delito, que en la mayor cantidad de las veces pareciera aislado; sin embargo, se encuentra asentada en profundas raíces sociales, económicas y culturales, que requieren ser visibilizadas para comprenderlas y formular estrategias planificadas para su atención”.

Marina representa uno de los cientos de casos en los que la Fiscalía ha “dado carpetazo”. Jamás volvió a poner una denuncia como víctima de trata, después de percibir el riesgo. “¿Cuándo me preguntaban que dónde estaban ubicados mis captadores? Yo les contestaba: pero si ustedes ya saben. Algunas autoridades, incluso, eran los mismos tratantes. Confiar en la policía era imposible. Si ibas a declarar, te pedían pruebas, pero no les servía nada de lo que les mostrabas. Si te veían arreglada, te juzgaban porque no parecías la “víctima” que ellos se imaginaban. Así que para qué”, detalla.

La justicia y sus leyes no representan ningún tipo de protección para ella. Nunca le han proporcionado cuidado. Siente temor por la complicidad que hay entre las redes de trata y las autoridades. “Cuando estaba en el búnker de la Fiscalía, se me acercó una psicóloga, y por puro protocolo me hizo un par de preguntas que, en lugar de ayudarme, despertaron mi ansiedad. Nunca más la volví a ver”.

Alguna vez sufrió acoso sexual en un transporte público y quiso denunciar. Según cuenta, intentaron convencerla de que iba a tomar mucho tiempo y “no era para tanto”. “Ese día les dije que me iba a quedar hasta que me atendieran, así me tocara pasar la noche allá. Las personas que estaban sentadas en esos escritorios no tenían formación en temas género, tampoco se solidarizaron. Su trabajo es llenar formularios y dejarlos dentro del cajón”, recuerda.

En el reporte sobre trata de personas 2023, elaborado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, se afirma que “el gobierno [mexicano] no asignó recursos a un fondo de asistencia a las víctimas exigido por la ley; los servicios generales para las víctimas fueron inadecuados en comparación con la magnitud del problema; y hubo una gran carencia de servicios. El gobierno no investigó, procesó, ni condenó a ningún funcionario cómplice”.

Marina no contó con los recursos del Estado, pero encontró el soporte que necesitaba en organizaciones civiles que la acompañaron durante su proceso de sanación. Junto a otras mujeres artesanas, amigas y colegas lidera una empresa social de diseño de objetos. Con esto obtiene recursos que contribuyen a su proyecto de vida, tan alejado ya de los lugares donde solía transitar, bajo las órdenes de hombres que ponían su cuerpo a disposición y lucraban con él.

Elisa*, Carla*, Estela* y Marina son hábiles con las manos. La pequeña cuerda toma su propia identidad. Flores, nudos y trenzas tejidas. Elisa lleva lentes, Carla tiene el pelo agarrado, Estela juega con sus uñas y Marina acaricia sus brazos descubiertos. “Lo que las instituciones deberían hacer no lo están haciendo. Cuidar y apoyar a las mujeres es una responsabilidad que no consideran suya”, expresa Carla con enfado.

La corrupción y la complicidad de funcionarios en los delitos de trata de personas siguen siendo motivo de preocupación y dificultan la acción policial. “El Plan Nacional del gobierno contra la trata identificó la corrupción y la confabulación con grupos delictivos como desafíos que contribuyen a altos niveles de impunidad de los delitos de trata de personas”, formaliza el reporte del Departamento de Estado.

En 2022, el gobierno ofrecía una línea telefónica y un sitio web para la denuncia anónima de presuntos casos de corrupción en los que estuvieran implicados funcionarios públicos, pero no recibió ninguna información relacionada con la trata de personas.

De 798 investigaciones judiciales estatales, 734 fueron de casos de trata con fines de explotación sexual, y 30 con fines de explotación laboral. En 2022, en el fuero federal, se condenaron a cinco tratantes sexuales, y en el local a 111 tratantes, 81% por trata sexual. Los esfuerzos y recursos invertidos en la persecución e investigación del delito no necesariamente se reflejan en el número de investigaciones de casos procesados y sentenciados. “Algo no estamos haciendo bien. Se invierte mucho en la parte de la persecución y no tenemos sentencias que coincidan con la dimensión del fenómeno”, expresa la investigadora Alethia Fernández.

Las asociaciones civiles reemplazan al Estado  

Marina llegó a la Fundación Pozo de Vida, que lucha contra la trata de personas en México, pensando que no duraría mucho allí, porque no había ninguna manera de salir del lugar en el que se encontraba cautiva física y psicológicamente.

En ese momento ella era una joven aterrorizada, sumergida en un ambiente de violencia constante. Unas cuantas visitas a la casa de la fundación bastaron para arriesgarse a dejar todo atrás e intentar ser otra.

La fundación cuenta con nueve proyectos que previenen, intervienen y restauran la vida de las personas afectadas por este fenómeno. “Nuestro centro comunitario está localizado en el corazón de La Merced, Ciudad de México, la zona roja más grande en Latinoamérica. Brindamos un lugar seguro para las mujeres que trabajan en prostitución que tienen alta probabilidad de ser víctimas de trata. El equipo construye relaciones con ellas para convertirse en una red de apoyo mientras ofrece un modo de salir de la prostitución”, explica Montserrat Galicia, coordinadora de algunos de estos proyectos.

“La primera vez que participé en el taller de diseño no me aguantaba ni a mí misma. A pesar de esas actitudes, varias se me acercaron para enseñarme los materiales y las herramientas. Yo renegaba. Me quejaba de todo. Con dificultad, comencé a diseñar algunas piezas. El dolor fue mi inspiración. Con mis lágrimas plasmé ese proceso tan difícil por el que pasé y del que me costó salir. No quería volver donde ellos estaban”, confía Marina.

¿Qué significa sobrevivir a la trata? Dejar de ser invisibles. Y en ese afán trabajan las asociaciones civiles. “Creo en estas organizaciones más que en un juez. Aquí te apoyan, te acompañan, te valoran, te respetan y no te discriminan. Las que estamos de este lado pensamos que sí se puede salir de eso, aunque también muchas de nosotras no pudieron y se quedaron en el camino”, asegura la sobreviviente de trata.

El hecho de que un Estado pueda “delegar” algunas de estas responsabilidades a la sociedad civil “no lo exime de sus obligaciones en virtud del derecho internacional”, enuncia el código de conducta para organizaciones no gubernamentales, publicado por la Agencia Internacional de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID), cuando todavía trabajaba con recursos y un enfoque de cooperación internacional.

Para Elisa, Carla, Estela y Marina, mujeres sobrevivientes, Pozo de Vida representa la libertad que no conocían. Un cambio de vida. Pero no todo tiene que ver con ellas y su historia, también con su familia y sus hijas. Marina no deja de estar en alerta ante el acecho de los peligros y la violencia machista.

Sobrevivir a la trata supone, también, “decirle a tu hija que no le reciba nada a los desconocidos porque siempre quieren algo a cambio. Que no se ponga esa falda para evitar miradas morbosas. Que no vaya sola a comprar las tortillas porque pueden ofrecerle droga o alcohol. Que no pase por lo que pasaste y, por eso, le cuentas tu historia e intentas enseñarle lo que es el respeto. Claro, con los recursos que tienes”, añade Marina.

La hipersexualización y los ritos de transición

¿Cómo termina una niña o adolescente capturada por las redes de trata? Los procesos de “enganche”, o lo que en algunas legislaciones se conoce como los medios comisivos —el engaño, el abuso o la coerción—, “son acciones específicas ancladas a expectativas y roles sociales que se cruzan con el género, y que fomentan violencias, muchas veces invisibilizadas por una cultura que avala la explotación de los cuerpos de las mujeres y anula su capacidad de agencia”, explica Alethia Fernández.

Esta cultura se conforma del lado de los tratantes y explotadores; sin embargo, cuando las autoridades no dan la relevancia a las formas de “enganche”, corren el riesgo de replicar prácticas culturales que normalizan los contextos de violencia que enfrentan las mujeres víctimas de trata en sus comunidades.

Por otro lado, existen rituales naturalizados que tienen relación con la trata de niñas, como las representaciones sociales de “la quinceañera”, en las que se vincula el inicio de su sexualidad y, con ella, la creencia sobre el valor de la virginidad y el hecho de tener relaciones sexuales con las niñas y adolescentes.

La captación por redes sociales proviene, generalmente, de un hombre que “les habla bonito y las engaña, pero sobre todo que sabe cuáles son sus necesidades, como obtener atención”, explica Fernández.

En general, la exposición a internet pone en primer plano los atributos sexuales de las niñas y las somete a riesgos que todavía no se dimensionan ni se combaten. Estas actividades están vinculadas a sus contextos. “En muchas ocasiones, las infancias víctimas de trata transitan antes por otros delitos como el abuso sexual, la violación, el secuestro o la desaparición”, confirma la maestra Guadalupe Lino Rodríguez en su análisis Hipersexualización infantil en redes sociales.

El trabajo social como foco de prevención  

Leticia Figueroa Valdez es una trabajadora social entregada a su labor y una admiradora de los diseños de Marina. Desde muy joven se involucró de forma voluntaria en actividades con adultos e infancias en situación de calle y con comunidades indígenas desplazadas, como la otomí, en la Ciudad de México. Hace un año se vinculó a la Fundación Pozo de Vida consciente de que las infancias vulneradas se encuentran en riesgo de sufrir explotación sexual.

Parte de su labor es realizar talleres de autocuidado para prevenir o alertar. Trabaja con un grupo de voluntarios, mayormente en la calle, ofreciendo actividades a las familias que venden dulces o artesanías. “Estas iniciativas lúdicas y pedagógicas son un descanso dentro de su ardua jornada. Les damos la posibilidad de que piensen en otra cosa, mientras conversamos. Son, sobre todo, madres, niñas y niños provenientes, la mayoría, de Santos Reyes Tepejillo, un municipio de Oaxaca donde casi toda la población se encuentra en situación de pobreza extrema. Las niñas y los niños suelen viajar con sus acudientes durante una temporada larga a la capital para vender mazapanes, por ejemplo, y conseguir dinero. El riesgo permanente se evidencia en la mendicidad forzada y lo que tratamos de transmitirles a las infancias y sus tutores es que están expuestos a niveles altos de peligro, especialmente cuando no están acompañados”, detalla Leticia.

En 2024, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Universidad de Harvard revelaron, mediante un estudio, que las niñas y los niños entre 13 y 17 años forman el mayor grupo de víctimas infantiles de trata en el continente americano, representando el 46.6% de los casos denunciados al momento. “El 12.6% de las víctimas son bebés de entre 0 y 2 años, lo que indica que algunas niñas y niños nacen en situaciones de trata”; es decir, que este delito puede comenzar en las etapas más tempranas de la vida, lo que perpetúa los ciclos de explotación y abuso.

En los últimos meses, Leticia ha tenido conocimiento de algunos casos de infancias que intentaron ser captadas en la calle. “Una niña me contó que un señor le había regalado 500 pesos a cambio de que se quedara un rato con él. Otras niñas me dijeron que casi las suben a la fuerza a un carro. Eran las 11 de la noche y estaban regresando de vender mazapanes. Un hombre se bajó y tiró a una de ellas, pero la otra la agarró de la mano. En ese momento, una señora les ayudó. Es pensar que hoy está Fernanda y mañana ya la estás buscando”, narra Leticia, mientras se acomoda sus lentes como para disuadir esa sensación de escalofrío que se manifiesta cuando piensa en esto.

En México las niñas y adolescentes también son las principales víctimas. De enero de 2015 a junio de 2025, 1,819 mujeres (74.6%) de 0 a 17 años han sufrido trata de personas, según el análisis de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM). La mayoría son captadas mediante el engaño, la seducción y la violencia física o psicológica.

Este delito puede estar asociado a pequeñas “prácticas delincuenciales” que funcionan como agencias de colocación en donde le dicen a las chicas “vas a trabajar a un lugar”. “La Ley describe ese mecanismo como trata. Para el Estado de México y la capital, la presencia de jovencitas y niñas que vienen de pueblos originarios es alta. Una enorme cantidad de mujeres que hacen trabajos del hogar empiezan desde muy jóvenes. Pero ante distintas adversidades surgen otras vías. Mientras no se resuelva el origen, que es la desigualdad estructural, difícilmente se pueda atender con una estrategia policiaca”, expresa Tania Ramírez, directora de REDIM.

Según las cifras oficiales, de enero a junio de 2025, 134 niñas y adolescentes han sufrido esta violación a sus derechos humanos. Quintara Roo y el Estado de México concentran los focos rojos, donde continuamente hay desapariciones que pueden estar asociadas. La mayoría de los casos no llegan a denunciarse.

Capturadas siendo tan jóvenes, las diseñadoras reflexionan sobre esta aterradora realidad: “A mi niña del pasado –comparte Carla– le diría que siguiera jugando detrás de las flores, a la espera de las luciérnagas. A mi adolescente le diría que se fijara más y no creyera en las promesas de esa persona que la metió en todo esto”.

Estas mujeres madrugan todas las mañana para preparar el desayuno de su familia y lanzarse a la congestión de la ciudad. Si no hay ningún imprevisto en el metro, a las nueve en punto están cruzando la puerta del taller de diseño. Aunque, en algunas ocasiones, Marina tiene que dejar a sus niños solos; intenta evitarlo, especialmente con su hija que es casi adolescente y ya reconoce los riesgos que conlleva ser mujer en entornos donde el cuerpo de las jóvenes es visto como “objeto de placer”.

“Les digo que se imaginen dentro de una burbuja y que ese es su espacio íntimo”. La preocupación de que sufra violencia la invade. Por eso las recoge en la puerta del colegio y acompaña durante la tarde. “Es que, incluso, dentro de las escuelas suceden situaciones de violencia sexual de las que no se hablan”. Su hija intenta pasar desapercibida, poniéndose ropa ancha y tapándose los pechos. “Puede estar haciendo mucho calor y ella no se quita el suéter por temor a llamar la atención”, confiesa Marina.

“Si la sociedad nos mirara como seres humanos y no como objetos, a las niñas se les daría otro lugar. Pero cómo se van a defender en este mundo donde hay más recursos destinados a la criminalidad que a los cuidados de nosotras”, sentencia.

Ser niñas, adolescentes y mujeres en contextos de exclusión social y machismo fue lo que las sumergió en un fenómeno de alcance mundial, fortalecido por la desigualdad de políticas que todavía no incorporan en su quehacer real una perspectiva más humana.

Los nudos de estas cuerdas, así como sus voces, se hilaron de forma colectiva. Sus diseños quedaron expuestos sobre ese lugar que las ha albergado durante más de una década. Es la hora de la comida y necesitan volver a la rutina diaria, la del arte que forjaron con sus propias manos.  

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*Los nombres de las mujeres fueron cambiados para proteger su identidad.

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